6 La cultura del aceite en el Bajo Aragón DARÍO VIDAL LLISTERRI Las olivas, que es como se llaman las aceitunas en Aragón, nacen en los árboles: unos árboles llamados olivos, que en el Bajo Aragón pertenecen a la variedad Vero y que reciben el nombre de impeltes o empeltres cuando son jóvenes, y el de oliveras cuando al cabo de un par de centurias se hacen adultos, copudos, frondosos, anchos y patriarcales, o matriarcales si se prefiere. Al revés que los andaluces, los olivos del Bajo Aragón crecen lentamente pero se hacen robustos y casi inmortales. Olivas verdes y negras Habrá quienes piensen que tal aserción es una ironía y no lo es, como advertir que no existen aceitunas negras y aceitunas verdes. Las aceitunas verdes no son; simplemente están. Porque todas las aceitunas del mundo se vuelven negras cuando maduran. Aunque he oído decir que unas y otras son de distinta clase o, lo más disparatado aún, que para convertirlas en negras las tiñen. No es broma. Lo han dicho últimamente algunos urbanitas desarraigados, cuya familia tal vez provenía del campo. Una ignorancia culpable que expresa el grado de anemia cultural de quienes han perdido sus raíces; una muestra palpable de la aculturación de las ciudades. Impeltes, olivos y oliveras En el Bajo Aragón, o Tierra Baja de Aragón si lo prefieren, los olivos recién plantados o jóvenes —casi siempre injertos— se llaman impeltes o empeltres, en referencia a que sus brotes o rechitos (el pollizo) se injertan en trozos de zueca, que es como llaman al tocón de la raíz, para que germinen (o tomen) con más facilidad. El árbol de ochenta a cien años, que es aún adolescente, se llama olivo, y el De los Hombres 255 adulto, de tronco ya grueso, retorcido y leñoso, recibe el nombre maternal de olivera como se ha dicho más arriba. La voz injertar, en el diccionario de María Moliner remite a empeltre o injerto de escudete, y define el empeltre como la “variedad de olivo injertado, de pequeño tamaño, cuyo fruto es bueno para aceituna adobada negra y para aceite”. Una caracterización que concuerda con la tradicional de los olivareros de la comarca, pese a que los textos recientes confunden por ignorancia los olivos Vero, con su estadio juvenil de empeltres, como si en vez de ser la denominación de una etapa de su viLas acogedoras y matriarcales oliveras centenarias da fuera el nombre específico de una de la Tierra Baja producen la delicada oliva Vera variedad de aceituna. Conviene por ello no olvidar que en el Bajo Aragón impelte o empeltre es todo olivo joven que procede de injerto. A mayor abundamiento, María Moliner remite la voz olivo en su Diccionario de Uso del Español, a acebuche, aceituno, lechín, oleastro, oliva, olivera y empeltre. Y en el Diccionario Ideológico de la Lengua Española de Julio Casares, es idéntica la primera acepción, en tanto que la segunda se ajusta más al significado estricto de “olivo injerto”, si bien la desacertada precisión —“de oliva negra”— que le acompaña, induce a error por referirse a la oliva negra como si se tratase de una variedad distinta de la verde, lo que explica la confusión de tantos aficionados a la gastronomía. Con toda probabilidad, la voz impelte —empeltre en la zona catalanohablante de la comarca—, es un préstamo del catalán, que denomina empeltar a injertar y empelt al injerto. De modo que, si la multitud de los confundidos en expansión poseyesen una mínima cultura o hubiesen recurrido a la Filología en el primer momento, resultaría ociosa esta huera discusión. La oliva vera En el Bajo Aragón se cultivan tres clases de aceituna: la vera, que injertada con el acebuche local da la variedad autóctona; la arbequina; y la andaluza gordal, que en la comarca se le llama simplemente sevillana. Ésta última no se utiliza nunca para aceite sino como oliva de mesa verde, bien sea entera o chafada; las dimi- 256 Comarca del Bajo Aragón nutas arbequinas suelen guardarse verdes, aunque a veces se muelen también, solas o mezcladas con la autóctona; y la Vero, que se conserva verde o negra, y se utiliza principalmente para obtener el delicadísimo y secularmente renombrado aceite de Alcañiz, que de un tiempo a esta parte se denomina con toda justicia aceite del Bajo Aragón. La llega, la recolección y sus modos La oliva madura recién recolectada tiene la piel amoratada oscura o negra con destellos azulencos, y la pulpa, roja oscura y violácea, con el jugo sanguinolento. Es de sabor áspero e intensamente amargo, de modo que deja el paladar inservible durante largo tiempo a quien se atreve a morderla. Estas aceitunas recién cogidas se llaman olivas vivas y aunque así es como son aptas para el molino, resultan incomestibles en la mesa. Sólo pueden consumirse cuando están definitivamente muertas o, en su caso, curadas. Las olivas se mueren cuando les sorprenden las heladas en el árbol o en el suelo, durante más o menos tiempo, de acuerdo con la intensidad del frío; escaldándolas con agua hirviendo; o asándolas al rescoldo entre brasas, como suelen comerse en el campo durante el tiempo de la llega o recolección. En esa época, hombres y mujeres salen a los olivares al amanecer y ordeñan las ramas con mimo o las varean, según los casos, o las abatollan más enérgicamente si es necesario, con la larga vara o batollo, desde el suelo o las escaleras de palo, mientras las llegadoras, o allegadoras, se agachan a recogerlas una a una, delicadamente, de los tradicionales paños de llegar o paños de las olivas heredados de generación en generación, hechos de blanco lienzo, que ahora van sustituyéndose por tupidas redes de fibra sintética. Otro modo de hacerlas asequibles al paladar es ponerlas en agua, esto es en salmuera, añadiendo también si se quiere alguna hierba silvestre como hinojo, tomillo o ajedrea, aunque ese modo de aliño suele reservarse a las verdes. Las olivas verdes, que como queda dicho son negras que no han terminado de madurar, se recolectan cuando han adquirido su tamaño normal y alcanzado su nivel de desarrollo pero no han comenzado todavía a cambiar de color. Y pueden curarse de dos modos: puestas enteras en salmuera con sus hierbas, lo que exige un largo Escena de vareado con las llegadoras en una pieza de la ceramista Teresa Jasa De los Hombres 257 periodo de espera, o bien chafadas o cortadas que requieren un periodo de curación mucho más breve. Las chafadas se golpean suavemente, para que no se separen del hueso ni se destrocen, con una maza de madera o una piedra de río bien limpia; en tanto que a las segundas se les practican unas incisiones desde la punta al pedúnculo con un cuchillo afilado. Estas segundas apenas delatan la manipulación pero son menos sabrosas que las primeras que adquieren el perfume y el sabor intenso de la preparación, a través de la porosa tumefacción que produce el golpe. Los primeros procedimientos las hacen comestibles prácticamente en seguida, mientras que los adobos suponen largos meses de curación en las orzas o parretas. Aceitunas vivas, muertas y adobadas No es fácil dar cuenta aquí de todos los aliños con que se preparan las olivas en las distintas regiones y comarcas olivareras, que comprenden ajos, guindillas, pimentón picante, hierbas y especias. Sin embargo nos referiremos únicamente a las más usuales en el Bajo Aragón. Las olivas verdes chafadas para consumir a corto plazo se preparan golpeándolas con un mazo de madera contra un tocón que suele guardarse para este fin y se colocan en un recipiente de cristal o de cerámica, con agua, sal y ajedrea, o con agua, sal, tomillo e hinojo. También se preparan dándoles unos cortes con un cuchillo, aunque de ese modo son menos sabrosas pero a cambio es más difícil que se descarnen en la salmuera. Las olivas aliñadas verdes enteras se conservan mucho tiempo en recipientes de loza o cristal, a condición de que permanezcan a temperatura lo más constante posible y alejadas de la luz. Variedad de olivas 258 Comarca del Bajo Aragón Recién cogidas, sólo hay una manera de consumirlas: asándolas al rescoldo de la hoguera aromadas con el perfume de la ramulla, que es como se llaman las ramitas podadas del propio árbol; o en la plancha de la cocina, aunque no es lo mismo. Así es como las comían los recolectores o llegadores (allegadores), aunque no gusta a los no iniciados porque conservan con el aroma característico del fruto fresco parte de su amargor y se toman abrasando y prácticamente rebozadas en sal. Con pan casero y recio vino tinto, permiten soportar impunemente las más bajas temperaturas. Las aceitunas sorprendidas por la helada caen al suelo formando, si son abundantes, una gran solada. Y si persiste el frío algunos días van arrugándose y perdiendo agua. La pulpa adquiere entonces un color pardo negruzco y son gratamente dulces. Se comen tal cual, o aliñadas con aceite y sal. Este punto de sazón puede inducirse escaldándolas con agua hirviendo o colocándolas sobre un cañizo, igual que los embutidos y los higos para secar, en el granero o el solanar orientado al norte. Olivas muertas en barreño de mondongo Las mortinas que están dejando de amargar y las escaldadas se pueden disponer en barreños de mondongo, o en recipientes hondos de menor tamaño según la cantidad, expuestas a la intemperie nocturna y el frío, con abundante sal gorda y mondaduras de naranja con parte de su pulpa. Y cada noche se les da vueltas hasta que estén dulces, esto es muertas, para comer. Las que se pusieron a curar en las tinajas de barro o los grandes tarros de cristal con sólo agua y sal, podrán comenzar a comerse al cabo de unos meses, evitando tocar el agua con los dedos o cucharones que no sean de madera, porque los de metal pueden estropear toda la conserva. Algunos no las aliñan ni manipulan si la luna no está en menguante, como sucede con el vino, pero personalmente no he podido verificar este extremo, tal vez porque no he tratado con grandes cantidades. Sí que me han ofrecido alguna vez, sin embargo, aceitunas estropeadas de las que llaman amorcadas, con la pulpa blanda y el olor desagradable de la morca, oleaza o alpechín que desprenden los desechos de las pieles y los huesos cuando llevan tiempo almacenados. La causas más frecuentes de tal desgracia pueden ser, además de utilizar objetos metálicos para su trasiego, el haberlas puesto en agua tratada con cloro de consumo doméstico, la escasez de sal y el haber metido algún fruto agusanado o maltratado. Con las olivas negras curadas se preparaba, tradicionalmente para consumo casero, una sabrosísima gollería llamada taperada. La taperada La taperada es un manjar elaborado con taperas, que son, en lengua española de Aragón las que en lengua española de Castilla se llaman alcaparras, porque cons- De los Hombres 259 tituyen el principal aliño de una crema o pasta que las toma como base junto a la aceituna negra. Se les quita la piel a unas olivas negras curadas en sal; se les extrae el hueso y se majan en el almirez, añadiendo una cuarta parte de su volumen de taperas y unos cuantos lomos de sardinas arenques de cubo, al gusto de los comensales, con pimienta negra en polvo si se desea, tomillo bien picado, un poco de ajo de modo que no se imponga a los otros aromas y sabores, y en ocasiones, unas pocas olivas verdes de las que se curan en casa, también majadas. Cuando se ha convertido todo en una pasta homogénea, se añade aceite virgen, se trabaja con la mano del almirez como quien hace ajolio, para que se emulsione todo y adquiera una textura suavemente cremosa. Es aconsejable no consumirla hasta dentro de unas horas, e incluso días, con objeto de que adquiera su untuosidad y plenitud gastronómicas. En la actualidad el procedimiento es mucho más sencillo. Basta con adquirir una terrina de pulpa de olivas de las que se comercializan en el Bajo Aragón con la etiqueta de crema, pasta o paté de aceitunas negras, añadirle las alcaparras, unas anchoas en aceite —o en salmuera, bien lavadas—, tomillo pulverizado en un molinillo de café y el trocito de diente de ajo. Se mete todo en la batidora con el aceite y, cuando está, se deja reposar. En el supuesto de que no puedan hallarse olivas verdes aliñadas de la comarca, es aconsejable prescindir de ellas, porque las envasadas sin hueso, las rellenas y las industriales en general, desvirtúan la taperada que, dicho sea de paso, a veces no las incorpora. Se come sobre tostadas untadas con ajo o sin él, con huevos duros, en ensaladas, cabalgando las hojas de lechuga, con tomates a rodajas, y como salsa, en otras invenciones culinarias. El aceite del Bajo Aragón Actualmente están elaborándose, en muchos lugares, aceites muy notables de calidad excelente y baja acidez, de manera que el del Bajo Aragón puede no parecer tan distinto a quienes no tengan acostumbrado el paladar a su excelencia. Pero sigue siendo el único que en ocasiones no se fabrica ya que no exige otro proceso industrial para hacerlo comestible que el prensado. El mejor aceite del Bajo Aragón no demanda en algunas ocasiones más que esa acción mecánica elemental, lo que ha inducido a algunas almazaras a denominarlo y comercializarlo como zumo de aceituna. Y ello es tan así que durante la campaña, cuando las olivas están aún en condiciones de ir al molino, algunos cosecheros sibaritas que estaban pagados de la calidad de las suyas, obtenían el que necesitaban al tiempo que comían, expri- 260 Comarca del Bajo Aragón miendo un puñadito con una pequeña prensa de hierro fundido del tamaño de un almirez grande que se hacían sacar a la mesa. Es una experiencia inigualable y un placer del paladar difícil de olvidar, absolutamente imposible con cualquier otro. Como sería imposible comer unos huevos en badina con otro aceite, sin experimentar arcadas, irritarse la garganta y arruinarse el paladar. La molienda comprende tres tratamientos físicos de la aceituna, que da origen a cuatro calidades distintas de aceite, y otro tratamiento químico que produce el de más baja calidad. El de primera prensada, que puede compararse al vino de lágrima, es el de primera calidad. La prensada de la pasta resultante del primer proceso, una vez batida con agua más o menos caliente Prensa doméstica, para obtener el aceite mientras se prepara la comida según la calidad deseada, da el segundo aceite. Y la tercera y la cuarta, realizadas comprimiendo la pasta de la segunda prensada una vez alojada en las capazas que se ensartan apiladas en las guías de las prensas, dan un producto de menor calidad que es sometido a dos nuevas prensadas: una a trescientas atmósferas y la otra a quinientas. La pasta resultante de la última presión es el orujo, que se emplea aún para obtener una quinta clase de aceite: el de orujo de oliva, que se extrae haciendo circular disolventes no tóxicos a alta presión por una caldera con esta pasta residual. Pese al sucesivo empobrecimiento, es evidente que el producto final es muy superior cuando se parte de materias de primerísima calidad como las olivas veras del Bajo Aragón. Un fruto que permitía gozar, sin refinar el aceite antes, una golosina que ningún otro hubiera consentido. Cuando aún se llevaba la cosecha a los molinos y no a la fábrica, los cosecheros celebraban el feliz remate de la campaña comiendo la sopambofa que compartía la familia como un sacramento antes de meter el aceite en los trujales. La sopambofa La sopambofa era una redonda bolla de pan que, después de atravesarla con un junco que servía de asa, se sumergía unos minutos en el aceite caliente de la segunda prensada y se rebozaba con abundante azúcar que le daba la apariencia de una melosa joya dorada y se consumía aún caliente entre la algazara de los propios. Una golosina imposible con el aceite de otro lugar, sin menosprecio de los demás, que da testimonio, igual que la taperada de cómo algunos alimentos penetran la Cultura de manifestaciones lúdicas. De los Hombres 261 En su libro La Cocina de Ellas —aparecido en 1935—, el gran cocinero y publicista Teodoro Bardají termina la receta de las sopas de pan escaldadas resumiendo: “Pese a su sencilla cocinación y su escasez de especias, resulta una sopa gustosa y agradable, siempre que en su preparación se empleen pan casero y aceite de Alcañiz o sus alrededores, oro líquido de los olivares aragoneses”. Muchos años después, en un estudio sobre El aceite de oliva en España, Daniel Mangrané Escardó afirmaba: “La comarca de Alcañiz es la que tiene más renombre porque fue durante muchos años centro productor y mercado de aceites de primerísima calidad”. Para concluir más adelante que “esta zona puede Aceite de oliva del Bajo Aragón ser considerada como la productora del mejor aceite del mundo para mesa”. Así es que los entendidos no bromean con la que pudiera parecer una apreciación provinciana e infantil en boca de los productores. Las cualidades organolépticas no obedecen a criterios subjetivos. Y no digamos las pruebas de laboratorio. Pero el elogio más fiable y desapasionado se funda en la analítica, la espectrografía de gases y el testimonio de científicos tan solventes como el admirado profesor Grande Covián, más convincente todavía que el paladar de gastrónomos y catadores, cuyo instinto les llevó a calificarlo como el mejor del mundo mucho antes del veredicto de la ciencia. Por eso se exporta a todos los países desde hace más de una centuria e Italia lo etiqueta, vende, comercializa y exporta como propio. Baste decir que dejando a un lado el paladar, es el más rico en grasas insaturadas y el que posee el mayor índice de vitamina E de todos los aceites de oliva conocidos. Es más difícil explicar y explicarse las causas de esa excelencia, que algunos atribuyen a la naturaleza del suelo, al semicontinental y extremoso clima mediterráneo con amplias oscilaciones térmicas, a la calidad del olivo Vero, y a muchas otras razones, cuando es posible que tengan similar importancia la escasa pluvio- 262 Comarca del Bajo Aragón metría, la naturaleza del suelo, los tórridos veranos y los hielos del invierno, la altitud media que no excede los cuatrocientos metros y algunos otros datos que no se hacen visibles a nuestros ojos. El elixir de la eterna juventud El doctor en Ciencias Químicas Juan José Murillo, en su tesis aparecida en 1993, hace notar que el aceite bajoaragonés tiene contenidos bajos en ácidos grasos saturados, muy inferiores a los valores medios que se dan en los otros aceites de oliva —sólo el aceite de aceituna tiene derecho a utilizar ese nombre—, y contenidos superiores a los habituales en ácido oleico y linoleico. La riqueza en ácidos grasos insaturados y tocoferoles le confieren su gran valor dietético y sus características organolépticas, su aroma afrutado y armónico, y su bajo índice de acidez. Pero esas gratas sensaciones son además expresión de su excelencia última. Según el doctor Murillo, su alto contenido en ácido linoleico favorece la síntesis de las prostaglandinas con lo que mejora la actividad sexual de quienes lo consumen; modera los niveles de colesterol impidiendo la formación de placas de ateroma; normaliza y equilibra la presión sanguínea; estimula la motilidad de los músculos de fibra lisa, como el corazón, lo que hace más improbables los accidentes vasculares y el infarto de miocardio; estimula la secreción biliar, lo que aumenta la digestibilidad de las grasas; y favorece la acción de los neurotransmisores prolongando la lucidez mental durante toda la vida, que no suele ser breve para sus devotos porque el efecto antioxidante de la vitamina E constituye una verdadera terapia contra el envejecimiento. Aunque nos proponíamos hablar únicamente de gastronomía, no es fácil resistirse a dar una buena noticia, sobre todo para contradecir aquella ironía, o aquel sarcasmo, de que todo lo que nos gusta es pecado, es delito o engorda. Alguna vez he dicho, como quien bromea, que si el desdichado doctor Fausto, obsesionado por la sabiduría última como todos los alquimistas de su tiempo —e hiperbóreo como el comisario europeo Franz Fischler— hubiese conocido este divino licor, no habría vendido su alma al diablo para evitar el deterioro de la edad, porque el aceite del Bajo Aragón es el Elixir de la Eterna Juventud que a él le obsesionó. De los Hombres 263