presentación

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PRESENTACIÓN
El deseo de Dios se hace proyecto de amor...
La vida religiosa está sufriendo grandes transformaciones y en todo este proceso
se puede percibir la gracia de Dios. Se podría decir que estamos mudando la piel y va
apareciendo un rostro remozado, un rostro atractivo y seductor, tal como lo van
demandando los nuevos tiempos. Este nuevo perfil va a configurar un nuevo modo de
vivir nuestra vocación a la vida consagrada, en actitud de apertura que recibe el don de
Dios, su auto-donación y auto-comunicación, fuente de donde brotará un ímpetu
misionero fortalecido, una creatividad audaz.
Nada mejor que dejarnos seducir por el deseo de Dios. Hacer propios los deseos
de Dios. Ser proyectos de Dios en la obra insuperable del amor, depositándonos
confiadamente en sus manos en la praxis apostólica.
Sin lugar a dudas, la vida religiosa será novedosa si nos dejamos atrapar por la
pasión arrolladora por Jesucristo y la buena noticia del Reino de Dios, la pasión por
Dios traducida en la pasión por la humanidad.
La pasión es la llama ardiente que ilumina el intellectus fidei para convertirlo en
intellectus amoris, la fe expresada en obras y palabras de amor a los pobres, los
humildes, los sencillos y pecadores, así como Jesús.
La entrega apasionada de Jesús en los evangelios nos indica el camino para que
nuestra vida religiosa sea llama viva de esa presencia actuante de Dios, para que sus
proyectos sigan siendo obra de amor para la humanidad.
Lo importante es sentir que nuestro corazón arde con su presencia, con su palabra,
que sus deseos se hacen carne de nuestra carne y deseos de nuestros deseos. Ahí
reside la fuente para que nuestra vida tenga plenitud y eficacia apostólica.
Esta intimidad de Dios con nosotros hace que nuestra amistad se alimente y
crezca, de esta manera su cercanía nos convierte en verdaderos cómplices
conspiradores suyos, para que sus secretos se vuelvan nuestros secretos, sus cosas se
vuelvan nuestras cosas y su querer sea nuestro querer.
La vida religiosa es una llamada para vivir el amor de Dios de manera personal y
concreta, siempre abierta a una experiencia de plenitud plenaria en el presente para
que lo desconocido del futuro sea una buena noticia para los pobres, los humildes, los
sencillos, para toda la humanidad.
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