Aiguablava y su Parador [folleto]

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Baix Empordá: Llanura
Acostada
"Cap a la part del Pirineu
vora del mar i dels serrats
s´alça una plana riatllera
nés l’Empordá...”
AIGUABLAVA
Y su Parador
uele insistirse a la hora de señalar los orígenes de la genealogía
catalana en los volúmenes de la montaña, en sus valles fértiles y
en sus ríos escurridizos como la fuente primera. Es bien cierto, además,
que de allí las gentes descendieron hacia el mar así colonizando el país en
ciclos sucesivos. Y que desde muy temprano, se decantó Cataluña en el
papel de intermediaria entre la península y Europa, como atestigua la Vía
Augusta que comunicaba Roma con la Tarraconense y la Bética. Sin
embargo, antes de entonces fueron los griegos quienes por la vía menos
obstinada del Mediterráneo desembarcaron y, con la sagacidad que les era
propia, se asentaron en la única llanura existente de todo el Principado.
S
Allí alzaron sus columnas los griegos focenses de Massalia. Establecieron
su colonia primero en la isla que llamaron Paleópolis, en la desembocadura
del río Fluvià y el Ter, para trasladarse de inmediato a la península. La
geografía colaboró poniendo sus granitos de arena sedimentarios del Fluvià.
La isla, separada de tierra firme por el delta que en aquella época todo lo
anegaba, queda definitivamente unida a la península. De aquella Emporion
nacería mucho después el condado de Ampurias, auspiciado por
Carlomagno, base territorial y cultural de la actual Empordá.
Empúries, que en griego significa mercado, seis siglos antes de Cristo
era ya una ciudad influyente, comercial, a la que acudían habitantes y
comerciantes de fuera y dentro de la llanura. A estas fechas se remonta
la tradición cerámica de La Bisbal. Los restos de aquella prodigiosa
metrópolis, que cincuenta años de excavaciones han ido rescatando,
están al cargo del Museo Arqueológico de Cataluña. A las cerámicas se
unen mosaicos, esculturas, joyas y sarcófagos.
Como la Historia lo quiso, Roma sigue, dos siglos y medio a la zaga, de
Grecia hasta Emporion. La razón en este caso responde a una estrategia
militar para, ya que no eran capaces de detener el avance de los elefantes
de Aníbal que estaban ya a las puertas de Roma, infringirle la derrota por
la retaguardia. Ahí fue como una tropa de legionarios desembarcados en
Emporion logró la victoria, salvó Roma e inició la romanización de la
península Ibérica. Tras las Guerras Púnicas, el Imperio Romano
administra, legisla, desarrolla infraestructuras y preña culturalmente todo
el territorio. La mayor parte de las ruinas cuantiosas de su metrópolis,
sobre las bases griegas, asoman sobre las arenas del golfo de Rosas.
Los visigodos alargan unos pocos siglos el sesgo romano hasta ser
abatidos por la invasión árabe. Es Carlomagno quien recupera los
terrenos de Urgell, Cerdaña, Besalú y Empordá, delimitándolos dentro de
una frontera conocida como la Marca Hispánica. Concretamente el
condado de Ampurias fue una marca marítima con pretensiones de
inexpugnabilidad de cara los musulmanes. Mas, si prestamos oídos a lo
recogido en las leyendas, la Marca del Emperador fue mucho más honda,
y aun hoy es apreciable en la geografía, allí por donde discurren las aguas
del Ter. Fue el mismísimo Carlomagno quien con un mandoble de su
espada partió la cadena de montañas, como golpe de efecto para intimidar
a los infieles.
AIGUABLAVA Y SU PARADOR
1
En esto que Barcelona es destruida, avasallada y otra vez recuperada.
Los ánimos no terminan de calmarse hasta el siglo X, con el despegue del
cristianismo oficial, entre cuyas primeras erguidas demostraciones de
fuerza y vocación reguladora debe incluirse la fundación del monasterio de
Ripoll, en el año 1032, al que siguen Montserrat, Sant Miguel de Cuixá y
Sant Pere de Rodes, en el Alt Empordá.
algo después, con la reconquista de Valencia y fue, así lo recoge "El
Romancer Català", la medalla con la que El Conquistador premió la
hazaña del caballero Merola: rescató a las esposas e hijas de los caballeros
que, sabedoras de la victoria valiente de la cristiandad, salieron a su
encuentro para celebrarlo, con la mala suerte de ser apresadas por los
infieles, liberándolas, pues, Merola "de la esclavitud, de la humillación y
hasta de la muerte".
Acorde con las exigencias de las activas expediciones marítimas,
mejoran las técnicas de navegación y los conocimientos cartográficos a
ambos lados del litoral. El libro del Consulado del Mar, fechado en 1484
recoge la normativa que regulaba cargos, obligaciones, comportamientos y
relaciones con armadores de la tripulación al completo que surcaba los
mares a bordo de mercantes. Un siglo después, cuando ya Cataluña se
haya retirado del campo de batalla mediterráneo, la flota del Rey Sol, y los
mercantes marselleses que se disputan las aguas, se habrán convertido en
perversas cárceles flotantes movidas a remo por galeotes reclutados entre
la peor chusma de calles y arrabales.
Es en este momento álgido de riqueza territorial cuando, para tener
bajo control todos estos dominios Cataluña crea uno de los antecedentes
del parlamento en Europa: La Generalitat, fundada en tiempos de Pedro
III, era un organismo de las Cortes, (ideadas ya por Jaime I, y en el que
se hallaban representados nobleza, Iglesia y pueblo), que desempeñaba
tareas jurídicas y financieras a partir del siglo XV.
El receso económico, hasta el momento soterrado bajo el ruidoso zarpar
y atracar de las embarcaciones, comienza a dar sus señales de alarma. Las
cosas empeoran, la crisis se agudiza arrasando comercios a la quiebra y el
campo a la hambruna. El Empordá se resiente económica y socialmente;
señores y campesinos se enfrentan. En 1447, aglutinados en un partido,
los payeses de la llanura promuevan la reforma agraria.
Amanece Catalunya
E
l viento arrecia, las olas adquieren más volumen, las cuerdas de
la mayor se tensan, el trapo se atiranta. Las naves se echan a la
mar mediterránea hinchando el velamen con los vientos propicios del
matrimonio entre Patronila de Aragón y Berenguer IV, conde de
Barcelona. La frontera con Francia es en esos días variable. Todavía en
1250, fecha del Tratado de Corbeil, Rosellón y Cerdaña son parte del
reino de Cataluña. Tras el fallido intento de Alfonso II el Casto y de su
hijo y sucesor Pedro I el Católico por materializar la unidad del pueblo
pirenaico, en los albores del siglo XIII, y gracias al empuje de Jaime I el
Conquistador Cataluña emprende un crecimiento que parece imparable.
El comercio se extiende desde África hasta Italia, sin olvidar la apreciada
provisión del mercado oriental.
No sólo las bolsas de armadores y comerciantes se engrosan con el
agitado tráfico ultramarino; la misma corona aragonesa-catalana se
beneficia de Nápoles, Sicilia y Mallorca, además de Córcega y Cerdeña,
alcanzando Grecia en 1387. No faltan las voces que afirman que la
identidad catalana no da comienzo hasta no hallar el símbolo que lo fija y
representa, éste es el escudo. Es en esta época de Jaime I en que, todavía
un escuálido galgo que simboliza el país, es reemplazado por el emblema
de las cuatro barras de sangre, dibujadas con la sangre del valiente Guifré
el Pelón. La quinta barre de sang que completa la bandera se incorpora
2
AIGUABLAVA Y SU PARADOR
Los turcos han tomado Constantinopla y la expansión catalanoaragonesa es ya solo un recuerdo de los buenos tiempos. La Guerra de los
Siervos de la Gleba (1462) encarnece la situación. El matrimonio de los
Reyes Católicos mina la alianza catalano-aragonesa. Para colmo de
desdichas, el mar, la vía de intercambio, el medio de enriquecimiento de
los últimos doscientos años, deja de ser el Mediterráneo. Un nuevo mar;
que comunica con América, entra en servicio. Las expediciones
transatlánticas acaparan toda la atención de los monarcas y un
considerable porcentaje de las partidas presupuestarias.
En Cataluña, la Generalitat sigue al cargo del gobierno del Principado
hasta finales del siglo XVI. Pero el gobierno español, absolutista, siembra
un descontento en el Principado que al cabo de medio siglo desemboca en
guerra, conocida como la "Revolta dels Segadors", en la que el pueblo
catalán recibe el apoyo de las tropas francesas. Será la última vez.
Inmediatamente, Cerdaña y Rosellón pasan a formar parte irreversible de
Francia, consecuencia de un pacto entre los dos grandes Estados
fronterizos.
Lentamente, –el golpe de la pérdida del territorio, sentido como una
usurpación, ha sido muy duro– Cataluña va poniéndose en marcha, en
solitario. Pequeñas industrias se abren camino, renuevan las bases
económicas. Una vez más, la participación de la llanura del campo del
Empordá es decisiva. La viña reemplaza al trigo. Es en este momento en
que el comercio del trigo se sacrifica en pro de la producción y exportación
de grandes remesas de vino y aguardiente a Holanda, Inglaterra y
Alemania, cuando se asientan las bases del futuro mercado catalán.
Políticamente, el país catalán tiene que esperar hasta 1705 para proclamar
al archiduque Carlos de Austria nuevo rey de Cataluña, aspirante a la
corona española que ostentaba Felipe V. La guerra que enfrenta las dos
monarquías, conocida como la Guerra de Sucesión, termina con el
reconocimiento de Felipe V, que en este caso gozaba del apoyo francés, y
la derrota de la alianza austro-holandesa por la que había tomado partido
Cataluña, cuya guerra continúo, finalmente, una vez más, sin otro aliado
que su vocación de independencia. Barcelona, último bastión de la
contienda logra rechazar el ataque pese a su inferioridad numérica. La
derrota, no obstante, es inevitable. En septiembre de 1714, el duque de
Berwick toma la ciudad. La "Nueva Planta" de la absolutista monarquía
española, en vigor dos años más tarde, es abolida la Generalitat, las Cortes
y los consejos que otorgaban soberanía a Cataluña. Sin existencia efectiva
ni jurídica ni política ni moral, el territorio catalán es objeto, a
continuación, del asalto cultural que impone el castellano en los ámbitos
municipales y jurídicos.
Aunque Cataluña se ha declarado independiente de España el 8 de
Marzo de 1873, con vistas a un modelo federal. En 1914 se forma la
Mancomunidad de Cataluña, con la firme intención de promover su lengua
y su sensibilidad cultural; la dictadura española de Primo de Rivera vuelve
a colocarla bajo su dominio. A lo que sigue, tras, el breve reconocimiento
durante la República de la Generalitat de Cataluña, la dictadura
franquista mantiene su estricto sometimiento hasta el surgimiento de la
democracia en el año 1975. A partir de ese momento, Cataluña adquiere el
reconocimiento de su cultura y sigue luchando y ganando terreno en la
adjudicación de su autodeterminación.
Pequeño Empordá: Tierra
Trabajada
y Mar Agradecido
jena a demarcaciones políticas, a lenguas y a las culturas
imperantes, el territorio natural que viene a conocer el huésped
del Parador de Aiguablava, comprende las comarcas vecinas de
La Selva, el Baix y el Alt Empordá y el litoral francés del Rosellón, hasta
las playas de Racó. Se trata de una geografía muy inspirada, variable,
abrupta pero con recesos de una dulzura que desarma. Su historia
turística es muy reciente, en parte impulsada por la feliz idea de un
nombre afortunado, si es que queremos dar fe al poder instigador de la
palabra. Debemos el nombre universal del territorio a don Ferrán Agulló,
periodista, que a los postres de un soberbio festín en Fornells, se refirió al
litoral objeto de la cuestión como "La Costa Brava".
La Costa Brava del Baix Empordá tiene sus peculiaridades, que, sin
demérito de otros tramos de este mismo litoral, lo señalan como muy
relevante. Comprende las playas, calas, cabos y caletas que vienen desde
Sant Feliu de Guíxols hasta el cabo Salinas por abajo, de Platja d´Aro a
Palamós; es la costa un dibujo suave, ligadas las rocas a los pinos, a las
arenas y las arenas a las poblaciones. El ascenso hasta Calella, uno de los
pueblos pescadores mejor conservados de la península, es un festival
botánico a su paso por La Fosca, Castell y el Cap de Planes. Pero el
mayor prestigio de toda la costa ha sido justamente adjudicado al
emplazamiento que acoge al viajero en este instante: las calas de
Aiguablava y Fornells, en el arco litoral de Begur, en razón del
desbordante asalto natural que las rodea, rebosante de almendros, de
algarrobos, de olivos...
A
Hermosa Costa Abrupta
H
La invasión napoleónica demora la revolución industrial que ya había
hecho brotar fábricas y había mejorado un tanto la agricultura. Sin
embargo, a mediados del siglo XIX, el país catalán se halla camino de
liderar la industria textil de toda España. ¿Su arma secreta?: La máquina
de vapor, no sólo en el ferrocarril sino también aplicada a la industria.
Crece la población, las ciudades; la burguesía vive su momento eufórico.
La moderna Cataluña representa un modelo de desarrollo futuro frente a
la España anclada en la Historia, demasiado rígida en sus viejas
estructuras para adaptarse al progreso. La industria trae a la par un nuevo
orden social, el proletariado, en este país catalán, especialmente
combativo, a través de un sindicalismo que llega a ser extremo en el siglo
XX.
enos aquí en Aiguablava, atracados en un Parador de
Turismo que carga los acentos sobre la comodidad y el paisaje, que
descuelga sus ventanas para enseñar el mar y que despliega, desde
sí, todos los caminos para exhumar los íntimos placeres que en
geografías entraña el Baix Empordá.
En este emplazamiento gerundense de la Cosa Brava, da que
pensar la orografía abrupta del indomable litoral, en la linde de
esos dos mundos, acaso en la coyuntura de ambos. Y,
verdaderamente, el Mediterráneo y la Costa Rabiosa dan de su
relación un espectáculo ilimitado. Aquí, tiene razón el viajero al
darse cuenta de su gran tesoro: dispone el mapa de calas
encantadoras donde recogerse, sólo, en pareja, con la familia o con
los amigos. Sitio para recrearse, no los ininterrumpidos arenales del
levante bajo, donde hay que caminar entre la sociedad acostada
muy atento para no pisarla.
AIGUABLAVA Y SU PARADOR
3
Rige en el aforo limitado y discontinuo de la Costa Brava un espíritu
íntimo, libre, degustable incluso en días destemplados, cuando sopla norte
y las cosas se desnudan. De este mar al que es difícil y hasta sacrílego
volverle la espalda invitamos al viajero a separarse; sí, pero no de repente;
no sin habernos embebido. Remando en círculo por las comarcas
principales de la tierra payesa para desembocar en la costa luego de haber
apreciado los vinos donde se viñan y al payés en su masía.
La ruta nos empuja desde Aiguablava a Pals y de ahí, por carreteras a
La Bisbal d’Empordá, para bajar hacia Sant Feliu de Guíxols y
retornar costeando al Parador previa visita de Palafrugell. Doblando el
cabo de Begur se halla Pals. Si el viajero tuviera ocasión, debiera alquilar
una embarcación, o tomar prestados servicios de un lugareño, para ver por
la borda la costa. Hay quien lo hace en globo, pero esclarece menos y
asusta más.
Uno se pasaría en Pals más tiempo pero ha de continuarse, ha de
marcharse en la dirección abierta por este primer trago sustancioso; por
cierto, que antes de dejar definitivamente Pals es indispensable visitar su
Museo de Arqueología, donde, además de las verdades ocultas por las
algas, hay una muy explicativa exposición de vinos y cavas, en sus
distintas clases y elaboraciones, de este país catalán.
Desde Pals hasta La Bisbal. ¿Qué tal si avanzamos en dirección norte
hacia Torroella para girar a la izquierda en el primer desvío? Otro tanto
puede realizarse partiendo de Pals en dirección contraria pero
emprendiendo la ruta de este modo sugerido, además de reservar un
mayor misterio al periplo en su desembocadura en Palafrugell, admite un
inciso en Torroella, para todo el que prefiera ver más o acercarse hacia
Figueres.
Desde a lomos del Mediterráneo, sin perder de vista la costa, es ya el
cielo de una luminosidad indispensable. Esas pocas millas de agua, ya sea
el día radiante o lo apaguen las neblinas, es un modo de desnudarse la
costa fresco y cargado de vitalidad. La población que sigue, también por la
carretera GI 653 desde Begur es, a la altura de las islas Medes, Pals. La
torre del homenaje se avista desde todas partes. Nace de una roca y viene
realizando los trabajos habitualmente asignados a los relojes de las casas
consistoriales, es decir dar las horas, desde una pila de años atrás. Pero la
torre es defensiva, torre del homenaje que se ha quedado sola, sin castillo.
En Torroella, en cuyos límites echa a andar el Alt Empordá,
impresiona por su dureza de una franqueza casi despiadada, su costa, aún
más desguarnecida de suavidad que el cabo de Creus. Sin rebosar los
límites del Empordá Pequeño o Baix Empordá, Torroella atrinchera en sus
haberes palacio, iglesia gótica, mirador y plaza porticada. Y La Bisbal,
con su río, su gran población de diez mil habitantes, su mucha cerámica
donde merece la pena detenerse a comprar y sus especiales comercios de
antigüedades. Monumentalmente, debe verse el castillo-palacio
románico transformado en el siglo XVIII, la iglesia de Santa María, de
estilo barroco, el conjunto modernista-novecentista del casco
histórico y sobre todo el museo de cerámica que explica la razón de ser de
esta población desde hace tres siglos.
Sant Sadurní del Cava
Hay que dejar la costa y
meterse en el pueblo. Acercarse y recorrer las calles
empedradas para apreciar y reconocer el esfuerzo realizado por
restaurarla, especialmente el recinto gótico. Cualquier dirección en el paseo
es oportuna. Aquí y allí ventanas ojivales, arcos de medio punto y tono
medieval. Un poco retirada del casco urbano hay una barriada que
responde al nombre de Els Masos de Pals. Son casas de campo seculares,
de un catalanismo robusto, enraizado. Es opinión contrastada por los
viajeros más ilustres y mejor despiertos al paisaje, ensalzar como la más
rotunda semblanza ampurdanesa, la vista dominada desde lo alto de la
torre de Pi. No deje de mirar desde lo alto el Baix Empordá en casi toda
su extensión.
4
AIGUABLAVA Y SU PARADOR
A unos pocos kilómetros de la capital ampurdanesa, por la misma GI
664, los aficionados al vino y, especialmente, los que saben apreciar el
cava, tienen la obligación de detenerse en Sant Sadurní d´Anoia, donde
se elabora el noventa por ciento del total de la producción de cava de toda
Cataluña. La prosperidad de la localidad erguida sobre el plano de la
tierra, es uno de esos casos ejemplares con que caracterizar la cultura
fabril de este país. Bien es verdad que la geografía algo la ha favorecido,
rica en agua, pero las viñas las plantaron los hombres. La prehistoria de la
villa, por así decir, antes de su despegue vinícola, se remonta a finales del
siglo XI, como territorio emparentado a la parroquia que le da nombre
pero siendo parte administrativa del ayuntamiento de Subirats.
No son una ni dos las bodegas que aquí tienen su imperio, hemos de
contarlas por decenas, la mayoría de ellas visitables, aunque conviene
comprobar los horarios. El interés de muchas de ellas es también
arquitectónico. Hay abundante información para orientar al recién llegado
en la organización de la visita. Para cuando el viajero haya acometido el
recorrido por las alquimias del especial vino, ya habrá caído en la cuenta
de un puñado de edificios interesantes, de casas nobles, de dotadas
construcciones modernistas, obra de Puig y Cadafalch, de torres, casonas y
hospitales decimonónicos y, claro está, de sillares románicos sobre los que
se levanta la iglesia de Sant Benet.
haciendo acopio de sus testimonios y de las rutas en los folletos que se
suministran, el viajero hallará las claves de la sensibilidad del pueblo,
multiplicando el gozo del tránsito del extraño por esta tierra.
Pero vayamos al cava y a su historia. El embrión de la gigantesca
factoría empezó a crecer y fortalecerse gracias a la demanda del mercado
americano, a mediados del siglo XIX. La terrible plaga de la filoxera que
ataca primero al viñedo francés encumbrando durante un breve periodo al
ampurdanés, arremete en el Penedés, hundiéndolo, poco después, en una
crisis de la que parecía no iba a recuperarse. La superación del mazazo
económico pasa por vencer al insecto enemigo. A los viñedos vulnerables a
la plaga se les injerta los pies de cepa americana que les inmuniza. Se
adopta, además, el método champanoise, inaugurando la cuantiosa
transformación industrial que ha dado lugar a lo que hoy presentamos
como capital mundial del cava.
En Sant Sadurní tiene su basamenta puesta otro de los pilares que
sustenta la cultura catalana: la Sardana. La magia de esta danza, por aquí
practicada, la catártica emanación social que desprende y los invisibles
sincronismos que reúnen en las plazas a las gentes unida por mano, escapa a
todo descripción apresurada. No pierda el viajero la ocasión de contemplar
las danzas auspiciadas por el Foment Sardanista.
El viaje sigue, y no es posible ya sino un parco e injusto inventario de
las localidades que dejamos en la carretera bordeando las sierras de Les
Gavarres hacia este centro espiritual e intelectual del Pequeño Empordá
que es Palafrugell: Cassà de la Selva, con un pasado monumental
copiosísimo que la remonta a época ibérica. Castell d’Aro, equilibrado
combinado de centro turístico y encanto histórico gracias a los restos del
castillo que le dan nombre y Sant Feliu de Guíxols, plena Costa Brava de
acantilado, calas y bosque mediterráneo y el que fue colosal monasterio
benedictino. La prosperidad de esta verdadera joya urbanística viene del
siglo XIX cuando se impulsa un desarrollo urbano que es objeto de elogio
de todo el que pasa por aquí. El casino dels Nois, la casa Patxon y
Can Sibils son unas pocas muestras muy destacadas de sus paseos.
Aflojemos el ritmo, hagamos un interludio entre cimas: monumental e
industrial. Reparemos en el suelo que pisamos. Aquí pervive el labrador
todavía, el hombre de su tierra. Conocer al payés es quizá la satisfacción
mayor y el colofón del recorrido de estos parajes. Calonge, pueblo
riquísimo en su modestia, arriscado y amigo, es idóneo al propósito.
Cualquier tasca un poco buscada tiene entre sus botellas el vino cosechado
en el mismo pueblo, y entre su clientela, a los hombres y mujeres del
campo.
Luego de este encuentro íntimo y humano, otra vez embravecidos por el
son mediterráneo, pasamos Palamós arribando en Palafrugell. La
importancia de la población, sin menoscabo de su desdoblada barriada
costera de Calella, sus museos, su teatro y su plaza, su festival de jazz, su
jardín botánico, su playa diáfana y su cocina, procede, no obstante, de
haber visto nacer, crecer y envejecer entre sus enseres, a Josep Pla, máximo
pensador de esta tierra y su insuperable poeta. Pla es una de las antorchas
mediterráneas más grandes que nunca hayan lucido y en esta su ciudad
natal el perfume de su recuerdo está terriblemente vivo. La fundación que
lleva su nombre es mucho más que la casa museo de un escritor: allí,
El Milagro De Los Panes
Y Los Peces
buen seguro que sabrá disculparnos el viajero de bon apetit;
que al cabo de esta excursión que tanto ha agasajado la tierra
interior, centremos el reporte gastronómico, por contra, en los frutos del
mar. Antes de echar las redes, no obstante, es de justicia, al menos, nombrar
las más universales especialidades de la zona; a saber, el Pato con Nabos
y el llamado Mar i Montanya, magistral mixtura de cigalas con pollo o
bien de langosta con conejo. Deberíamos hablar largamente de las
Verduras, el Pan y los Arroces y de la muy popular Escudella i Carn
d'Olla, pero ya están las barcas atracando, la playa parece un desmayo de
carmín: han encendido las luces de la lonja. En una hora estará todo el
pescado vendido.
A
Si el viajero se da una vuelta por Bergur, Pals y los alrededores, advertirá
enseguida la posición que ocupa la alta cocina, la nueva vanguardia que sin
necesidad de deconstruir los platos innova, colorea, sutiliza y mezcla. El
liderazgo de esta élite de la cocina profesional, emplazada a menudo a
edificios históricos, se alza, ni más ni menos que un par de vueltas de tuerca
sobre la base de la cocina tradicional, basada en los elementos (porque así lo
demanda el siglo XXI).
No hay comensal que se precie que a su paso por estas comarcas deje
de probar alguno de sus peces de roca que aquí son muy numerosos,
variados y exquisitos. La Barda, la Dorada, la Oblada, el Sargo, la
Salapa son algunos de ellos con el común denominador de su gusto
roquero. Ello se debe, como cabe suponer, a su alimentación en los
arrecifes y en los escollos de superficie.
AIGUABLAVA Y SU PARADOR
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El agua pura y bravía es lo que imprime el sabor a las carnes y
texturas de estos pescados. Cuando esos mismos peces o sus parientes
cercanos, optaban por la alimentación en el bajo fango, el sabor de su
cuerpo ha perdido su furia; es otro, la carne se siente deshecha,
"hormiguera" pasando a ser bocado de segunda o tercera categoría.
El Salmonete es caso aparte: un rubí de luz sabrosa. En los días de
calma y agua clara es posible ver su quietud prolongada a menudo hasta el
atardecer, momento en el que echa a nadar impelido por la luz que declina.
El salmonete de la Isla Negra es un prodigio que se basta con una pizca de
sal y la brasa de leña de pino.
De los otros pescados, la Merluza de Pincho, pescada al palangre,
escasea hasta ser una rareza. El Lenguado bueno es el del Atlántico, en
cambio la Sardina, grande y jugosa en primavera, sobrepasa el acotado
deleite gastronómico, convirtiéndose en acto fraterno, en arenal y
naturalismo. La sardina es, de hecho, una fiesta que congrega.
La Cigala, la Langosta, la Centolla son, por supuesto, materia prima
de primera, mejor cuanto más recios y coloreados, siempre que estén en su
punto de cocción o bien, enriqueciendo los sabores de arroces. También
complementados de verdura, comerlos se hace placentero. Hay fogones por
aquí que tienen en sus menús delicias de mar cuya creativa elaboración
aún más las exalta: Caracoles de Mar con Queso, Arroz Cremoso
con Setas y Cigalas, Berberechos con Zanahorias o Sardinas con
Manzana.
Los Vinos, son tantos que escapan sus aromas y bouquet a estas líneas
aquí apalabradas. Tintos, blancos, rosados, cavas, secos, El viajero lo ha
comprobado; lo ha saboreado en las bodegas y lo ha comprendido en los
museos. De manera que no lo fatigaremos. Aún así, ya que estamos,
mencionar con entusiasmo el Vinillo de l´Escala por su ligereza alegre,
tanto el blanco como el rosado de las uvas "Macabeu" y el rosa de
"Carinyanes".
LA RECETA SECRETA
“LUBINA DE TEMPORADA”
Muy a menudo el disfrute en la mesa y fuera de ella es tanto más
intenso cuanto más sencillo. La receta que describimos, extraída de lo
hondo de la tradición de los pueblos costeros, propone el gozo de comer
llanamente.
Ingredientes: Un par de lubinas medianas, un limón, 3 tomates de mata,
una hoja de laurel, sal, aceite y un vaso de vino rosado.
Preparación: Mientras el horno va entrando en calor, se maja en el
mortero el tomate que previamente habremos pelado, al que añadimos el
zumo del limón, y el vaso de vino. Sobre un lecho de sal acostamos las
lubinas en la bandeja bien engrasada con aceite de oliva. Rociamos los
peces con la salsa y colocamos en el horno a fuego medio.
El plato redobla su presencia y sabor, si se lo acompaña de unas habas
salteadas. En época de fríos, las gentes del Empordá suelen añadir una
cucharada de alioli que aviva la sed y tonifica el cuerpo.
Una buena forma de poner fin a la velada es la mezcla de café y licor
tan repetida por nuestra geografía, que las gentes que trabajan al raso por
aquí mezclan en "Roquill", quiere decirse, un porrón en el que, a iguales
medidas se conjuntan café y coñac, añadiéndose una cucharilla de limón
exprimido y azúcar al gusto.
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AIGUABLAVA Y SU PARADOR
Parador de Aiguablava
Platja d’Aiguablava. 17255 Begur (Girona)
Tel.: 972 62 21 62 - Fax: 972 62 21 66
e-mail: [email protected]
Central de Reservas
Requena, 3. 28013 Madrid (España)
Tel.: 902 54 79 79 - Fax: 902 52 54 32
www.parador.es / e-mail: [email protected]
wap.parador.es/wap/
Textos: Juan G. D’Atri y Miguel García Sánchez Dibujos: Fernando Aznar
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