EL LABERITO DE LA SOLEDAD Octavio Paz

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EL LABERITO DE LA SOLEDAD
Octavio Paz
(Fragmentos)
“….nuestra presencia en la tierra revela que toda cultura —entendida como
creación y participación común de valores— parte de la convicción de que el
orden del Universo ha sido roto o violado por el hombre, ese intruso. Por el
"hueco" o abertura de la herida que el hombre ha infligido en la carne compacta
del mundo, puede irrumpir de nuevo el caos, que es el estado antiguo y, por
decirlo así, natural de la vida. El regreso "del antiguo Desorden Original" es una
amenaza que obsesiona a todas las conciencias en todos los tiempos.
Hölderlin expresa en varios poemas el pavor ante la fatal seducción que ejerce
sobre el Universo y sobre el hombre la gran boca vacía del caos:
...si, fuera del camino recto,
como caballos furiosos, se desbocan los elementos
cautivos y las antiguas
leyes de la Tierra… un deseo de volver a lo informe
brota incesante. Hay mucho
que defender. Hay que ser fieles.
(Los frutos maduros.)
Hay que ser fieles, porque hay mucho que defender. El hombre colabora
activamente a la defensa del orden universal, sin cesar amenazado por lo
informe. Y cuando éste se derrumba debe crear uno nuevo, esta vez suyo.
Pero el exilio, la expiación y la penitencia deben preceder a la reconciliación del
hombre con el universo…..
Es posible que lo que llamamos pecado no sea sino la expresión mítica de la
conciencia de nosotros mismos, de nuestra soledad……. Quien ha visto la
Esperanza, no la olvida. La busca bajo todos los cielos y entre todos los
hombres. Y sueña que un día va a encontrarla de nuevo, no sabe dónde, acaso
entre los suyos. En cada hombre late la posibilidad de ser o, más
exactamente, de volver a ser, otro hombre.
El sentimiento de soledad, nostalgia de un cuerpo del que fuimos arrancados,
es nostalgia de espacio. Según una concepción muy antigua y que se
encuentra en casi todos los pueblos, ese espacio no es otro que el centro del
mundo, el "ombligo" del universo. A veces el paraíso se identifica con ese sitio
y ambos con el lugar de origen, mítico o real, del grupo. Entre los aztecas, los
muertos regresaban a Mictlán, lugar situado al norte, de donde habían
emigrado. Casi todos los ritos de fundación, de ciudades o de mansiones,
aluden a la búsqueda de ese centro sagrado del que fuimos expulsados.
Los grandes santuarios —Roma, Jerusalén, la Meca— se encuentran en el
centro del mundo o lo simbolizan y prefiguran. Las peregrinaciones a esos
santuarios son repeticiones rituales de las que cada pueblo ha hecho en un
pasado mítico, antes de establecerse en la tierra prometida. La costumbre de
dar una vuelta a la casa o a la ciudad antes de atravesar sus puertas, tiene el
mismo origen.
El mito del Laberinto se inserta en este grupo de creencias. Varias
nociones afines han contribuido a hacer del Laberinto uno de los símbolos
míticos más fecundos y significativos: la existencia, en el centro del recinto
sagrado, de un talismán o de un objeto cualquiera, capaz de devolver la salud o
la libertad al pueblo; la presencia de un héroe o de un santo, quien tras la
penitencia y los ritos de expiación, que casi siempre entrañan un período de
aislamiento, penetra en el laberinto o palacio encantado; el regreso, ya para
fundar la Ciudad, ya para salvarla o redimirla. Si en el mito de Perseo los
elementos místicos apenas son visibles, en el del Santo Grial el ascetismo y la
mística se alían…..
No sólo hemos sido expulsados del centro del mundo y estamos
condenados a buscarlo por selvas y desiertos o por los vericuetos y
subterráneos del Laberinto. Hubo un tiempo en el que el tiempo no era
sucesión y tránsito, sino manar continuo de un presente fijo, en el que estaban
contenidos todos los tiempos, el pasado y el futuro. El hombre, desprendido de
esa eternidad en la que todos los tiempos son uno, ha caído en el tiempo
cronométrico y se ha convertido en prisionero del reloj, del calendario y de la
sucesión. Pues apenas el tiempo se divide en ayer, hoy y mañana, en horas,
minutos y segundos, el hombre cesa de ser uno con el tiempo, cesa de
coincidir con el fluir de la realidad. Cuando digo "en este instante", ya pasó el
instante. La medición espacial del tiempo separa al hombre de la realidad, que
es un continuo presente, y hace fantasmas a todas las presencias en que la
realidad se manifiesta, como enseña Bergson. Si se reflexiona sobre el carácter
de estas dos opuestas nociones, se advierte que el tiempo cronométrico es una
sucesión homogénea y vacía de toda particularidad. Igual a sí mismo siempre,
desdeñoso del placer o del dolor, sólo transcurre.
El tiempo mítico, al contrario, no es una sucesión homogénea de cantidades
iguales, sino que se halla impregnado de todas las particularidades de nuestra
vida: es largo como una eternidad o breve como un soplo, nefasto o propicio;
fecundo o estéril. Esta noción admite la existencia de una pluralidad de
tiempos. Tiempo y vida se funden y forman un solo bloque, una unidad
imposible de escindir.
La Fiesta es algo más que una fecha o un aniversario. No celebra, sino
reproduce un suceso: abre en dos al tiempo cronométrico para que, por
espacio de unas breves horas inconmensurables, el presente eterno se
reinstale. La fiesta vuelve creador al tiempo. La repetición se vuelve
concepción. El tiempo engendra. La Edad de Oro regresa. Ahora y aquí…...
"Más tiempo no es más eternidad", dice Juan Ramón Jiménez, refiriéndose a la
eternidad del instante poético. Sin duda la concepción del tiempo como
presente fijo y actualidad pura, es más antigua que la del tiempo cronométrico,
que no es una aprehensión inmediata del fluir de la realidad, sino una
racionalización del transcurrir.
La dicotomía anterior se expresa en la oposición entre Historia y Mito, o
Historia y Poesía. El tiempo del Mito, como el de la fiesta religiosa, o el de los
cuentos infantiles, no tiene fechas: "Hubo una vez...", "En la época en que los
animales hablaban...", "En el principio...". Y ese Principio —que no es el año tal
ni el día tal— contiene todos los principios y nos introduce en el tiempo vivo, en
donde de veras todo principia todos los instantes. Por virtud del rito, que realiza
y reproduce el relato mítico, de la poesía y del cuento de hadas, el hombre
accede a un mundo en donde los contrarios se funden. Todos los rituales
tienen la propiedad de acaecer en el ahora, en este instante. Cada poema que
leemos es una recreación, quiero decir: una ceremonia ritual, una Fiesta. El
Teatro y la Épica son también Fiestas, ceremonias. En la representación teatral
como en la recitación poética, el tiempo ordinario deja de fluir, cede el sitio al
tiempo original. Gracias a la participación, ese tiempo mítico, original, padre de
todos los tiempos que enmascaran a la realidad, coincide con nuestro tiempo
interior, subjetivo. El hombre, prisionero de la sucesión, rompe su invisible
cárcel de tiempo y accede al tiempo vivo: la subjetividad se identifica al fin con
el tiempo exterior, porque éste ha dejado de ser medición espacial y se ha
convertido en manantial, en presente puro, que se recrea sin cesar.
Por obra del Mito y de la Fiesta —secular o religiosa— el hombre rompe su
soledad y vuelve a ser uno con la creación. Y así, el Mito —disfrazado, oculto,
escondido— reaparece en casi todos los actos de nuestra vida e interviene
decisivamente en nuestra vida……..El tiempo (la duda, la elección forzada
entre lo bueno y lo malo, entre lo injusto y lo justo, entre lo real y lo imaginario)
dejará de triturarnos. Volverá el reino del presente fijo, de la comunión
perpetua: la realidad arrojará sus máscaras y podremos al fin conocerla y
conocer a nuestros semejantes.
(…………………………………………….)
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