Los señoríos monásticos castellanos

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TRABAJO FIN DE GRADO
Título
Los señoríos monásticos castellanos
Autor/es
Isabel Ilzarbe López
Director/es
Javier García Turza
Facultad
Facultad de Letras y de la Educación
Titulación
Grado en Geografía e Historia
Departamento
Curso Académico
2013-2014
Los señoríos monásticos castellanos, trabajo fin de grado
de Isabel Ilzarbe López, dirigido por Javier García Turza (publicado por la Universidad de
La Rioja), se difunde bajo una Licencia
Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-SinObraDerivada 3.0 Unported.
Permisos que vayan más allá de lo cubierto por esta licencia pueden solicitarse a los
titulares del copyright.
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El autor
Universidad de La Rioja, Servicio de Publicaciones, 2014
publicaciones.unirioja.es
E-mail: [email protected]
Trabajo de Fin de Grado
Los señoríos monásticos
castellanos
Autor:
Isabel Ilzarbe López
Tutor/es:
Fdo. Fco. Javier García Turza
Titulación:
Grado en Geografía e Historia [602G]
Facultad de Letras y de la Educación
AÑO ACADÉMICO: 2013/2014
Índice
Resumen ..............................................................................................................2
Introducción ........................................................................................................3
Estado de la cuestión: la evolución de los estudios monásticos hispanos. ......5
Primera Parte: Aspectos clave del monasterio medieval como centro de poder
señorial ................................................................................................................9
1. El monasterio y el señorío ...........................................................................9
2. Las bases materiales: formación del patrimonio monástico........................11
2.1 Ruptura del aislamiento .........................................................................11
2.2. El patrimonio monástico. ......................................................................13
3. Elementos del poder señorial.......................................................................16
4. El ejercicio del poder señorial: el abad y las tendencias centrífugas ..........19
Segunda Parte: Evolución histórica de los centros monásticos castellanos: la
"colonización monástica". ...................................................................................20
1. Los monasterios en manos de los laicos. Siglos VIII al X. .........................22
2. Introducción del benedictismo. (siglo XI)...................................................25
3. Los nuevos esquemas de Cluny. Auge de la colonización monástica.
(finales del siglo XI a la primera mitad del siglo XII) .................................27
4. Llegada y auge del Císter frente a Cluny (mediados del siglo XII al XIII)
......................................................................................................................30
Los señoríos monásticos a partir del siglo XIII...............................................33
Conclusiones .......................................................................................................35
Bibliografía .........................................................................................................37
Resumen
Los señoríos monásticos medievales, en tanto que centros de poder señorial, han
sido objeto de un nutrido número de estudios hasta los años 90 del siglo XX, cuando el
tema pasa a ocupar un plano secundario en la investigación. La mayor parte de estos
trabajos se centra en aspectos muy concretos del monacato medieval, con un especial
protagonismo de la economía y los aspectos materiales. En este trabajo, centrado en el
ámbito castellano, se realizará una síntesis de la información que podemos obtener a partir
de la bibliografía disponible, para servir como punto de partida a un nuevo acercamiento
al estudio de los monasterios en la Edad Media que permita abrir nuevas líneas de trabajo.
Palabras clave: monacato, señorío monástico, feudalismo, Reino de Castilla-León,
benedictismo, reforma cluniacense, Císter
Abstract
The monastic medieval dominions, as centers of lordly power, have been an object
of a full number of studies until the 90s of the 20th century, when the topic passes to
occupy a secondary plane in research activities. Most of these works centres on very
concrete aspects of the medieval monasticism, with a special protagonism of the economy
and the material aspects. This monograph, wich is based on the Castilian area, is made to
be a synthesis of the information that we can obtain from the available bibliography, to
serve as a starting ponit to a new approximation to the study of the monasteries in the
Middle Ages that allows to open new lines of work.
Key words: Monasticism, monastic dominion, feudalism, Kingdom of Castille and Leon,
benedictismo, cluniacens reformation, Císter
Introducción
Existen en el ideario colectivo algunas imágenes muy arraigadas sobre el mundo
medieval. Es común que cuando pensamos en la sociedad del momento nos venga a la
mente la clásica división trifuncional, relacionada con el sistema feudal. Este modelo se
basa en la existencia de tres órdenes: milites, los que guerrean; laboratores, los que
trabajan la tierra; y oratores, los que rezan. El estamento de los oratores era el responsable
de la oración en favor de los otros dos, además de ostentar la exclusividad de la realización
del culto divino. Podría parecer que, debido a las funciones que tenían asignadas, se
mantuvieron al margen del ejercicio del poder señorial. Pero nada más alejado de la
realidad: la Iglesia formó parte desde el principio de los esquemas de dominación y
dependencia propios de este tipo de sociedades.
Uno de los más claros ejemplos del poder eclesiástico-señorial, especialmente en el
ámbito rural, es el de los monasterios. Estos, a través de diversas formas de adquisición,
lograron hacerse con la propiedad de extensiones de tierras más o menos amplias, que
conllevaban unos derechos sobre el aprovechamiento de recursos y, por tanto, terminaron
creando vínculos de dependencia con los campesinos que vivían y trabajaban en sus
tierras. Y todo ello a pesar de que el monacato, al menos teóricamente, debía suponer un
alejamiento del mundo, de la sociedad, de los peligros para el alma que en ella se
escondían.
Al aceptar esta realidad sobre los cenobios medievales nos asaltan varias
cuestiones. ¿Cuáles fueron los motivos que llevaron a las comunidades monásticas a
romper el aislamiento voluntario que las caracterizaba? ¿Cómo ejercieron el poder sobre
las tierras y los hombres que se encontraban en sus dominios? ¿Cuál fue el proceso que
llevó a los monasterios a convertirse en centros de poder? Y por supuesto, ¿cómo
afectaron a este proceso las distintas reformas llevadas a cabo en el seno del monacato?
Existe una abundante bibliografía en torno estas cuestiones. Una consulta sencilla
al respecto demuestra que el tema planteado ha conocido un gran desarrollo
historiográfico, a través de distintos puntos de vista, siempre relacionados con la forma
de "hacer historia" imperante en el ámbito académico. Los estudios monásticos han
conocido por tanto un abundante desarrollo, especialmente en lo que respecta a aquellos
trabajos que se han centrado en la realidad material de los dominios monasteriales.
Después de este gran desarrollo, en los últimos años se aprecia un descenso del interés de
3
los historiadores hacia este tema, que podríamos pensar que ya ha sido trabajado hasta
sus últimas posibilidades.
¿Por qué traer de nuevo este tema a colación si, en apariencia, poco más se puede
decir? La respuesta está en la idea de partida que ha motivado la realización de este
trabajo: un monasterio, en tanto que centro de poder señorial, es una realidad poliédrica,
que evidentemente se desarrolla históricamente en relación con las circunstancias en las
que se encuadra. Es, por tanto, un conjunto de aspectos, en el que se engloban tanto
aquellos que se relacionan con su organización interna como los que se desprenden de
sus relaciones con agentes sociales, económicos y políticos externos. Si tenemos en
cuenta que la mayor parte de los trabajos anteriores se han centrado sólo en determinados
aspectos del monacato, sin alcanzar una visión de conjunto, y que en los últimos años se
ha avanzado en el desarrollo metodológico del tema que tratamos, podemos apreciar que
se hace necesario llevar a cabo una revisión del tema. Sólo así podremos responder de
forma completa a las cuestiones que se han planteado.
En el presente trabajo se intentará responder a estas cuestiones, aportando una
visión general sobre el desarrollo del monacato y sus señoríos en el ámbito geográfico
seleccionado. En otras palabras, lo que se busca es crear una síntesis de los estudios
disponibles que aborde el tema de forma general, y sirva por tanto como toma de contacto
con el tema planteado. Una toma de contacto que se hace más necesaria si pensamos en
que hay aún muchos otros aspectos relacionados con los monasterios medievales que
siguen sin obtener una respuesta, y que sólo será posible solucionar volviendo de nuevo
a revisar todas las fuentes a nuestro alcance. Se trata de cuestiones como: ¿cuál es el juego
de política de dependencias y de vínculos externos?, ¿cuáles son los espacios de
sociabilidad?, ¿cómo se define el ámbito del ritual y las ceremonias?, ¿cómo son los días
y las horas del espacio interior?, ¿cuál fue la formación de los monjes?, ¿cómo esperaban
la muerte? o ¿cuál era el espacio imaginario de la comunidad y qué querían que conociese
la sociedad que le rodeaba?
Todas ellas, y otras más, precisan de un estudio más profundo de lo que corresponde
a las características de este trabajo. Por ello, su análisis tendrá que esperar. El objetivo de
esta exposición es, en resumen, sintetizar los trabajos disponibles manteniendo una visión
más general en torno a los señoríos monásticos castellanos, que sirva además como punto
de partida para la realización de futuros trabajos en los que ahondar en las nuevas
cuestiones que podemos plantear en torno al tema.
4
Para alcanzar los objetivos planteados, se ha ordenado la información pertinente en
dos partes. La primera trata aquellos aspectos que se pueden considerar clave para
comprender la definición, los elementos y las bases del poder señorial ejercido por los
monasterios como elementos de organización social. El desarrollo de esta primera parte
girará en torno a cuestiones generales del monacato hispánico. Actúa por tanto como una
base teórica sobre la que asentar la segunda parte de la exposición, en la que se establece
una cronología en la que situaremos la evolución histórica de los centros monásticos,
tanto en el ámbito interno (observancia, fábrica conventual, etc.) como externo
(relaciones con el resto de elementos de la sociedad).
Estado de la cuestión: la evolución de los estudios monásticos hispanos.1
Es preciso, antes de comenzar el desarrollo de este trabajo, hacer un breve repaso
por las diferentes tendencias que han marcado la evolución del estudio de los monasterios
medievales hispanos y sus dominios. Para ello, en primer lugar, debemos señalar que,
aunque no podemos habar de escuelas historiográficas concretas en este sentido, sí
distinguimos una evolución marcada por las tendencias historiográficas imperantes en
cada momento. Así, podemos señalar la existencia de tres grandes momentos en el
recorrido de los estudios monásticos desde finales del siglo XIX hasta nuestros días. A
grandes rasgos, estos tres grandes momentos son: la edición de fuentes, la historiografía
tradicionalista y la renovación de los estudios monásticos.
Una primera línea de actuación, que ha conocido un amplio desarrollo, es la de la
edición de fuentes monásticas. Se trata de un conjunto de obras cuyo objetivo es recoger
y exponer, con criterios íntimamente ligados a la diplomática y la paleografía, los distintos
instrumentos documentales disponibles. A nivel académico, esta tendencia se manifiesta,
en general, en los amplios apéndices documentales que acompañaban necesariamente a
las tesis doctorales realizadas en cualquiera de las universidades españolas.
1
Existen numerosos trabajos y ensayos de carácter historiográfico en torno a la evolución del estudio de
los monasterios medievales y sus dominios. En busca de una mayor amplitud de miras a la hora de analizar
el estado de la cuestión, se han tenido en cuenta los siguientes trabajos: FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA,
L.J., "Dominios monásticos en Navarra y la Corona de Aragón: dinámicas e historiografía", en Monasterios,
espacio y sociedad en la España cristiana medieval: XX Semana de Estudios Medievales (Nájera, 2009),
Logroño, 2010, pp. 77-122; REGLERO DE LA FUENTE, C., "Un género historiográfico: el estudio de
dominios monásticos en la Corona de Castilla", en Monasterios, espacio y sociedad en la España cristiana
medieval: XX Semana de Estudios Medievales (Nájera, 2009), Logroño, 2010, pp. 33-75 ;ROMERO
FERNÁNDEZ-PACHECO, J., Los monasterios en la España Medieval, 1987. En este sentido, debo señalar
que las obras citadas como representativas en este apartado que no aparecen señaladas en la relación
bibliográfica empleada para el desarrollo de nuestro trabajo han sido extraídas de estas fuentes.
5
Dentro de esta primera corriente podemos señalar, a modo de ejemplo, a varios
autores: Sánchez Balda y su edición del cartulario de Santo Toribio de Liébana; Lacarra,
con la colección diplomática del monasterio de Irache; o Agustin y Antonio Ubieto
Arteta, con las ediciones de los cartularios de Santo Domingo de la Calzada y San Millán
de la Cogolla. Los índices documentales realizados por Vignau para el monasterio de
Sahagún, o de Cortázar Serantes para el de Valvanera también quedarían encuadrados
dentro de esta primera corriente.
Casi de forma paralela, se desarrolló un tipo de estudios históricos, que podemos
definir por su carácter tradicional, que perdurará hasta los años sesenta del siglo pasado.
Estrechamente relacionada con el positivismo histórico, esta corriente se caracterizaba
porque sus autores se centraron en el monasterio como sujeto de estudio, desechando
cualquier posible influencia de la historia total de la escuela
de los Annales o del
materialismo histórico. Su principal preocupación fue, por tanto, la descripción formal de
la trayectoria histórica de los cenobios. En este marco encuadramos los estudios de Fita
sobre Santa María la Real de Nájera (Santa María la Real de Nájera. Estudio crítico,
1895), o de Agapito y Revilla sobre Las Huelgas (El Real Monasterio de las Huelgas de
Burgos. Apuntes para su estudio crítico, 1903).
Esta segunda tendencia conoció también le elaboración de estudios de síntesis
general para un marco geográfico más amplio que el dominio de un monasterio concreto.
Por ejemplo, el tan cuestionado Pérez de Úrbel trató de evidenciar el importante papel de
los monjes y los monasterios en la vida española medieval (El monasterio en la vida
española en la Edad Media, 1942; o Los monasterios castellanos de la Reconquista, 1968).
Otro buen ejemplo de este tipo de trabajos, aunque mucho más fundamentado que el
precedente y de superior desarrollo metodológico, es la obra de Linage Conde en torno al
monacato benedictino o los jerónimos (Los orígenes del monacato benedictino en la
Península Ibérica, 1978; La orden hispánica de los jerónimos, 1973).
Desde los primeros años del siglo XX hasta la década de los sesenta, cabe destacar,
además, que el estudio de los dominios monásticos se llevó a cabo sobre todo desde la
historia del Derecho y las Instituciones. Debemos destacar, por ejemplo, el discurso de
entrada en la Real Academia de la Historia de Puyol y Alonso (El Abadengo de Sahagún
[Contribución al estudio del feudalismo en España], 1915) o la obra de Prieto Bances
(La explotación rural del dominio de San Vicente de Oviedo en los siglos X al XIII, 19371940).
6
No obstante, la publicación en 1969 del estudio realizado por García de Cortázar en
torno al dominio de San Millán de la Cogolla (El dominio del monasterio de San Millán
de la Cogolla [siglos X al XIII]. Introducción a la historia rural de Castilla altomedieval)
marcaría el inicio de la renovación de los estudios monásticos.
Ya no se trataba
únicamente de estudiar el dominio de un monasterio, sino de utilizar su análisis como
plataforma desde la que adentrarse en la historia rural, en este caso, la castellana, en la
que las realidades materiales tienen un peso preponderante. En esta nueva línea
encontramos autores como García González (Vida económica de los monasterios
benedictinos en el siglo XII, 1972) o Moreta (El monasterio de San Pedro de Cardeña
[Historia de un dominio monástico castellano] [902-1338], 1971).
En Cataluña, esta renovación se iniciaría en el momento en que el Prof. Ríu publica
un artículo, de marcado carácter teórico, con el objetivo evidente de marcar las
posibilidades de explotación de las fuentes monásticas, titulado Esquema metodologic pe
a l'estudi d'un monestir (1967). Todo aquello que rodeaba al centro monástico, tanto a
nivel socioeconómico como espiritual, tenía cabida en los estudios que preconizaba. Este
nuevo esquema de trabajo planteaba un problema: para llevar a cabo este tipo de estudios
era preciso que el historiador hubiera adquirido una formación integral que generalmente
no poseía y, por tanto, imposibilitaba el enfoque integral propuesto por el autor. De hecho,
poco tiempo después, el propio Ríu concretó su proyecto inicial, reduciéndolo al estudio
de los aspectos socioeconómicos de los dominios monásticos (Aspectes socio-economics
de la história monástica, 1972).
También en Cataluña, y al hilo de la renovación de los estudios monásticos,
Altisent, encuadrado en el marco de un grupo de autores de la Universidad de Barcelona
que trabajaban en base a esquemas institucionalistas y diplomatistas, empleó estos nuevos
esquemas en sus estudios sobre Poblet (L'estructura económica del monestir de Poblet al
1460, 1970; Les granges de Poblet al ségle XV [assaig d'história agraria d'unes granges
cistercenques catalans], 1972).
Durante las décadas siguientes, los estudios sobre dominios monásticos ampliaron
su campo temático. Así puede apreciarse en los trabajos de Pérez Embid (El Císter en
Castilla y León, 1989; El Císter femenino en Castilla y León: la formación de los
dominios [siglos XII-XIII], 1986 ), Fortún Pérez de Ciriza (Leyre, un señorío monástico
en Navarra [siglos IX-XIX], 1993), Reglero de la Fuente (El monasterio de San Isidro de
Dueñas en la Edad Media. Un patrimonio cluniacense hispano [911-1478], 2002), o
García Turza (El monasterio de Valvanera en la Edad Media [siglos XI-XV], 1990; y
7
recientemente, El monasterio de San Millán de la Cogolla: una historia de Santos,
copistas, canteros y monjes, 2014).
8
Primera Parte: Aspectos clave del monasterio medieval como centro de poder
señorial
1. El monasterio y el señorío
Para comenzar un trabajo en el que se pretende mostrar una visión general en torno
a los señoríos monásticos medievales es preciso definir algunos conceptos clave. El
primero de ellos, sin duda, debe ser el de monasterio. No resulta sencillo, sin embargo,
establecer una definición concreta y clara para este término: podemos agrupar dentro de
este concepto núcleos religiosos muy dispares en cuanto a su tamaño e importancia. Por
ejemplo, en la documentación al uso podemos encontrarnos con que un gran centro
monástico, caso de San Pedro de Cardeña o Santa María de Poblet, aparecen mencionados
con los mismos conceptos que algunas iglesias propias, como es el caso de Santo Tomás
de Grañón2.
La variadísima terminología que encontramos en las fuentes (monasterium,
ecclesia, baselica...) es sólo uno de los problemas que dificultan la tarea de definir el
monasterio tanto como institución diferenciada de otros centros eclesiásticos, como en
cuanto a su tamaño e importancia3. Varios aspectos confluyen a la hora de hablar de los
monasterios medievales:
I.
El monasterio es un lugar destinado al desarrollo de la vida de sus miembros,
un espacio para el rezo, para enterrarse, etc.
II.
A nivel arquitectónico, está constituido por un conjunto de edificios y
estancias, contiguos o dispersos. Cada uno de estos espacios se destina a una
actividad concreta del día a día de los monjes.
III.
El devenir diario de los individuos que habitan el cenobio está regulado
según una serie de normas muy concretas, que abarcan todos los aspectos
de la vida del monje, y será mediante su cumplimiento cuando se logre
alcanzar la elevada meta de la perfección espiritual cristiana.
IV.
Como forma de garantizar el sustento de los monjes, el monasterio se nos
muestra como propietario de una serie de bienes raíces, que abarcan desde
2
GARCÍA DE CORTÁZAR Y RUIZ AGUIRE, J.A., “Feudalismo, monasterios y catedrales en los reinos
de León y Castilla”, En torno al feudalismo hispánico: I Congreso de Estudios medievales, León, 1987,
p.265
3
PEÑA BOCOS, E., “Ecclesia y Monasterium, elementos de ordenación de la sociedad de la Castilla
Altomedieval”, en Señorío y feudalismo en la Península Ibérica (Siglos XII-XIX) III, Zaragoza, 1993, p.
380
9
el propio centro monástico y su entorno más inmediato, hasta tierras más
alejadas. Se crea así un área de influencia, más o menos amplia según los
casos, que conforma el señorío o dominio monástico.
V.
En virtud de los derechos que el monasterio posee en relación a estas
propiedades, es posible apreciar la irradiación espiritual, ideológica y
económica de cada monasterio en esta área de influencia, mediante la cual
establece una serie de condiciones de control y dominio sobre quienes viven
y trabajan en las propiedades pertenecientes a la comunidad monástica.
A la vista de los expuesto, entenderemos un monasterio como un conjunto
constituido por una comunidad de individuos que residen en un complejo de edificios y
estancias, que siguen unas normas de observancia de oración, piedad y penitencia; y que
para garantizar su propio sustento poseen la propiedad de bienes raíces y e) el
reconocimiento de unos derechos de aprovechamiento del territorio, en virtud de los
cuales ejerce una clara influencia sobre los campesinos que viven en estas propiedades4.
Es necesario aclarar que no todos los monasterios cumplían con los seis aspectos
que hemos mencionado. A veces se trataba de entidades menores, que no poseían una
capacidad de influencia sobre su entrono relevante, o que no se regían por una regla
concreta y estricta (aunque sí por algún tipo de acuerdo sobre la convivencia entre sus
miembros). Por lo tanto, es en este momento de la exposición cuando puede ser apropiado
intentar establecer una clasificación sencilla y básica, en base a la que encuadrar los
distintos tipos de entidades a los que hacemos referencia. Atendiendo a su tamaño y a su
capacidad para absorber centros de menor tamaño, es posible establecer una
jerarquización en la que distinguimos tres tipos5:
I.
Monasterios pequeños, que reciben bienes hasta ser entregados a otro
monasterio de mayor tamaño. Se trataría de aquellos núcleos que en la
documentación se nombran como eclesiola, monasteriolo, etc.
4 Definición aportada por García de Cortázar. Se ha presentado en este trabajo por ser la más amplia de
las aportadas en la bibliografía consultada. GARCÍA DE CORTÁZAR, J.A., "La colonización monástica
en los reinos de León y Castilla (siglos VIII- XIII): dominio de tierras, señorío de hombres, control de
almas" en El monacato en los reinos de León y Castilla (siglos VII-XIII): X Congreso de Estudios
Medievales, León, 2006, p. 18.
5Clasificación propuesta en GARCÍA DE CORTÁZAR, “Feudalismo, monasterios y catedrales", p. 266 y
complementada con las propuestas de PEÑA BOCOS, “Ecclesia y Monasterium, ", pp. 380-382..
10
II.
Monasterios intermedios, que entre los bienes que reciben, fruto de
donaciones, compras o intercambios, cuentan con otras entidades monásticas
de menor tamaño.
III.
Grandes monasterios, que serán el destino final de los dos anteriores.
Es preciso hacer una breve aclaración en cuanto a la terminología que se va a
emplear. Algunos de los autores consultados tienden a diferenciar el “dominio”, como
conjunto de posesiones materiales, del “señorío”, que abarca además todos los derechos
sobre la explotación y extracción de rentas sobre dichas posesiones. El carácter general
de este estudio impide entrar en demasiadas consideraciones sobre los matices entre uno
y otro, y por tanto se emplearán con valor homónimo.
Entendemos, pues, que el señorío o dominio monástico es el espacio compuesto por
el conjunto de tierras y bienes que pertenecen en titularidad a la comunidad monástica
que forma cada uno de estos centros. En este espacio o área de influencia, el monasterio
ejercerá su poder mediante el uso de distintos elementos (control sobre las tierras y los
hombres), que analizaremos más adelante.
2. Las bases materiales: formación del patrimonio monástico.
2.1 Ruptura del aislamiento
Como se ha señalado, la comunidad de individuos que forman parte del monasterio
deben vivir bajo la observancia de unas normas de obediencia, piedad y caridad. El
objetivo que persiguen a partir de estos preceptos es alcanzar la perfección de la vida
cristiana y, para ello, se hacía necesario apartarse de la sociedad, de la influencia del
mundo, en busca de un necesario aislamiento. En este sentido, la regla de San Benito
establece que "si es posible, debe construirse el monasterio de modo que tenga todo lo
necesario, (...) y que las diversas artes se ejerzan dentro del monasterio, para que los
monjes no tengan necesidad de andar fuera, porque esto no conviene en modo alguno a
sus almas"6. Junto a este alejamiento del mundo, obediencia y humildad conforman los
preceptos básicos de la vida monástica.
Aislamiento, obediencia y humildad se nos presentan como principios bastante
alejados de la práctica del ejercicio del poder señorial, que sabemos que fue común a
6
Extraído de la Regla de San Benito. Véase a este respecto http://www.sbenito.org/regla/rb.htm#
(25/06/2014).
11
todos los señoríos monásticos. Ésta es la antítesis que Fortún definió magistralmente
como "contradicción originaria"7. En efecto, cualquier explicación sobre el punto de
partida de la formación del dominio monástico, en tanto que base material para el ejercicio
del poder señorial, debe partir de esta contradicción.
Parece evidente que debió producirse una ruptura del aislamiento ideal de la vida
en el monasterio. Pero, ¿cómo se llegó a esa ruptura? ¿Cuáles fueron los motivos que
llevaron a la formación de un dominio material más allá de los propios límites del
monasterio? El motivo principal fue la creciente necesidad de recursos que posibilitasen
el desarrollo de las ocupaciones propias de los monjes como oratores.
Cabría en este momento hacernos otra pregunta: ¿cuáles son estas funciones, que,
en buena medida, hacen que el trabajo manual de los mojes quede supeditado a ellas? La
respuesta en este caso no puede ser unívoca. Por una parte, cabe señalar que el monacato
europeo y peninsular recibió en su génesis la influencia del modelo insular, caracterizado
principalmente por las labores de evangelización y un gran desarrollo de la vida
intelectual. Obviamente, el desarrollo de estas actividades precisaba un gran flujo de
recursos, que rebasa la austeridad propia del modelo benedictino. Se hizo necesario
entonces recurrir al apoyo de los grandes propietarios, que los acogieron en sus propios
dominios, y que terminaron por disponer del monasterio como uno más de sus bienes8.
Por otra parte, la propia Regla de San Benito, a la que ya hemos aludido, contempla
tres vías que deben llevar al monje a alcanzar esa perfección espiritual que ansía: el ya
mencionado alejamiento del resto de la sociedad, la oración y el culto divino, y la
realización de algún trabajo, bien sea manual o intelectual. El paso por estas tres vías va
a favorecer la formación de una nueva idea: la de la especialización de los cenobitas en
el trato con las realidades invisibles. Esta especialización creará a su vez una conciencia
de superioridad respecto a los miembros no especializados de la sociedad y de la propia
familia monástica. Adudizar esta distinción requeriría, a su vez, dedicar más tiempo a
aquellos trabajos y funciones que la propician (esto es, el culto, la oración y la labor
intelectual), y por ello se terminaría recurriendo al trabajo de los campesinos como fuente
de obtención de aquellos recursos materiales necesarios para el desarrollo de la vida del
monasterio9.
7
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, L.J., “El señorío monástico altomedieval como espacio de poder”, en Los
espacios de poder en la España Medieval. XII Semana de Estudios Medievales (Nájera, 2001), Logroño,
2002, pp. 188-189.
8
Ibídem, pp. 190-192.
9
GARCÍA DE CORTÁZAR, “Feudalismo, monasterios y catedrales", pp. 260-261.
12
Evangelización y profundización del trabajo intelectual y el culto divino son, por
tanto, las principales funciones a desempeñar por los monjes. Y son además fuente de
necesidades materiales, que difícilmente pueden ser satisfechas sin recurrir a las
posibilidades que se encontraban fuera de los muros del monasterio. De esta forma queda
establecido el punto de ruptura que hizo posible la adquisición de nuevos bienes, que a su
vez darían lugar a la formación de los dominios monásticos que sirven de base al ejercicio
del poder señorial.
2.2. El patrimonio monástico.
A) Formas de adquisición de bienes
La primera base material está formada por el conjunto de bienes con los que cada
monasterio contaba en su fundación, es decir, su dotación fundacional. El tamaño de esta
dependía directamente de la capacidad de sus fundadores para dotar al nuevo monasterio
de un mayor número de bienes raíces que asegurasen su sustento. Posteriormente, estas
pequeñas células pasarían a formar parte del patrimonio de cenobios mayores, como
consecuencia de la negación del derecho de los laicos a controlar iglesias.
A partir de esta dotación fundacional se iniciará un proceso de adquisición de
nuevos bienes a través de distintas formas jurídicas. Donaciones, compraventas,
intercambios y préstamos constituyeron las principales vías de adquisición de nuevos
bienes raíces que engrandeciesen el patrimonio monástico.
En la mayor parte de los casos, las donaciones constituyeron la principal fuente de
bienes. Gentes de todo rango entregaban una parte de sus patrimonios a los monasterios.
A través del estudio de la documentación conservada al respecto podemos encontrar
donaciones llevadas a cabo por reyes y grandes propietarios, quienes entregan bienes de
gran valor y extensión; o por miembros de las capas más altas de la jerarquía eclesiástica
y pequeños propietarios, que entregan bienes de un valor sensiblemente inferior. En
cualquier caso, una mayor afluencia de donaciones hacia un cenobio concreto nos habla
de su mayor prestigio respecto a otros centros. Y es que no debemos olvidar que las
motivaciones que llevaron a los benefactores de estos lugares sagrados a entregar parte
de sus posesiones tienen, al menos en apariencia, un carácter hondamente religioso. En la
documentación, son abundantes las fórmulas piadosas que nos hablan, entre otros
motivos, de los deseos de los donantes de alcanzar el perdón de sus propios pecados, o de
13
algún familiar, o del anhelo de alcanzar la salvación eterna mediante la entrega de parte
de sus bienes.
No obstante, debemos señalar un aspecto de especial interés: las donationes pro
anima y traditionis corporis et animae, en tanto que fórmulas jurídicas de donación de
bienes en el caso de las primeras y de entrega personal en las segundas, establecen
condiciones de reserva de usufructo y de familiaritas entre receptor y donante. En ambos
casos, por tanto, podemos apreciar la dinámica de relaciones de dependencia propias del
feudalismo10.
Por otra parte, según señala García de Cortázar, algunas donaciones mencionadas
en la documentación parecen más una devolución de préstamos con garantía
hipotecaria11. A este respecto, Fortún señala el préstamo hipotecario como una de las
fuentes de acceso a la propiedad de nuevos bienes, aunque le asigna un carácter
meramente accesorio12.
La compraventa es la segunda fuente de acceso a la propiedad de bienes raíces en
cuanto a su volumen. Las razones que llevaron a los principales centros monásticos a
proceder a la compra de bienes fueron muy diversas. La iniciativa partió de los miembros
del cenobio, que intentaban adquirir los bienes que necesitaban y, por lo tanto, un mayor
y mejor aprovechamiento de los recursos poseídos. Asimismo, mediante este sistema
lograban bienes y propiedades más cercanos al monasterio que los que ya poseían, o que
los que podían recibirse mediante donaciones. Cabe señalar al respecto que los bienes
adquiridos a través de las donaciones podían no beneficiar especialmente a sus receptores,
sobre todo si tenemos en cuenta que la localización geográfica de éstos podía estar muy
alejada de la de las tierras que recibían.
Podía además suceder, por el contrario, que la iniciativa partiera de los campesinos.
En este sentido, es razonable intuir razones de necesidad. Enfermedades y epidemias,
series de malas cosechas o imposiciones señoriales debilitarían la capacidad económica
10
Ibídem, p. 273. Sobre las fórmulas de entrega personal, puede citarse el trabajo ya clásico de J.
ORLANDIS, "'Traditio corporis et animae': la 'familiaritas' en las iglesias y monasterios españoles de la
Alta Edad Media", en Anuario de Historia del Derecho Español, 1954, pp. 95-280.
11
GARCÍA DE CORTÁZAR, “Feudalismo, monasterios y catedrales", p. 272.
12
Según Fortún, el objetivo perseguido por las comunidades monásticas respecto a la concesión de
préstamos con garantía hipotecaria era movilizar la masa monetaria disponible. Establece además una clara
diferenciación entre la compraventa de bienes y el acceso a su propiedad mediante el uso de garantías
hipotecarias, que resulta aleatorio. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, L.J., Leyre, un señorío monástico en
Navarra (siglos IX-XIX), Pamplona, 1993, pp. 295-299.
14
de los más necesitados para asegurar su propio sustento, de tal manera que la venta de sus
bienes y su consiguiente subordinación al monasterio fue la salida a su difícil situación13.
Al hilo de lo expuesto sobre donaciones y ventas de bienes, podemos destacar que
en buena parte de la documentación conservada encontramos cláusulas que permiten
proteger al monasterio, como nuevo propietario, frente a las posibles reivindicaciones de
los descendientes de donantes y vendedores. La existencia de éstas indica, en gran
medida, que la frecuencia con la que se dio este tipo de reclamaciones sobre la propiedad
de los bienes donados o vendidos debió ser, en cierta medida, elevada14.
A juzgar por su presencia en los textos monásticos, menos frecuentes que las
donaciones y las compras fueron los intercambios. En este aspecto, hay que señalar una
excepción, y más tardía: la orden del Císter se procuró mediante este sistema una buena
parte de sus propiedades, debido a su interés por instalarse en los núcleos urbanos. Pero,
en general, la principal motivación que tuvieron los monasterios benedictinos para llevar
a cabo estos intercambios fue similar a la que les llevó a ellos mismos a la compra de
nuevos bienes: mejorar la gestión y el acceso a los recursos accediendo a posesiones más
cercanas y más fáciles de gestionar, o que eran capaces de proveer a éstos de bienes que
no estaban a su alcance.
Por último, los préstamos permitieron a los monasterios acceder a la propiedad, al
menos de forma temporal, de nuevos bienes. Mediante ellos, el propietario de los bienes
continuaba manteniéndolos bajo su propiedad, aunque los beneficios y rentas derivados
de los mismos pasasen a engrosar el patrimonio del monasterio15. Dado su carácter
temporal, no implica un aumento definitivo del patrimonio disponible, aunque es posible
que todas las series de confirmaciones de donaciones regias que encontramos en la
documentación nos remitan a un tipo de prestimonia revisables después de la muerte del
propietario de los bienes prestados16.
B) Tipos de bienes
13
IRADIEL, P., Las claves del Feudalismo, pp. 24-25. En este sentido, una visión más general sobre el
"retroceso de la propiedad alodial" como consecuencia del empobrecimiento de los campesinos alodieros
se encuentra en E. SARASA SÁNCHEZ,, “La maduración de la sociedad feudal”, Manual de Historia
Universal 3: La Alta y Plana Edad Media, Madrid, 1994, pp. 546-547.
14
LORING GARCÍA, M.I., "Dominios monásticos y parentelas en la Castilla altomedieval: el origen del
derecho de retorno y su evolución" en Relaciones de poder, de producción y parentesco en la Edad Media
y moderna, Madrid, 1990, p. 15. En la misma obra se citan varios ejemplos en los que se quiere demostrar
que en los pleitos entre monasterios y familiares de los donantes o vendedores, estas cláusulas no siempre
fueron suficientes para que los primeros se asegurasen la propiedad de los bienes que habían recibido.
15
JULAR PÉREZ-ALFARO, C., "Los bienes prestados: estrategias feudales de consolidación señorial", en
Historia agraria: revista de agricultura e historia rural, 17, 1999, pp. 73-98.
16
GARCÍA DE CORTÁZAR, “Feudalismo, monasterios y catedrales", p. 274.
15
En cuanto al tipo de bienes adquiridos en esta búsqueda del engrandecimiento del
señoríos, los bienes inmuebles (villas, pequeños monasterios e iglesias con sus
posesiones...) y los derechos de uso de bienes comunales (en la documentación, silvae,
montes, prata...) forman el grupo de mayor volumen. Sin embargo, en muchas ocasiones
se consideró más importante la consecución de privilegios que facilitasen el ejercicio del
poder
señorial.
La
adquisición
mediante
estos
privilegios
de
competencias
jurisdiccionales sobre el patrimonio monástico, en tanto que suponen inmunidad frente al
poder regio, se llevó a cabo de forma paulatina, comenzando por concederse a
propiedades concretas. El especial interés por conseguir la completa inmunidad explica
el elevado número de falsificaciones documentales que fabricaron algunos de los
cenobios de mayor importancia a partir del siglo XII17.
Siguiendo un ideario similar al que motivó la adquisición de privilegios, los
monasterios de esta época prestaron especial atención a la consecución de exenciones e
imposiciones. Exenciones en el pago de portazgos y otros impuestos al tránsito, así como
la posibilidad de cobrar imposiciones sobre la producción como el diezmo, permitían a
los monasterios obtener aquellos beneficios generados por la circulación de bienes o la
producción agraria. En este aspecto radicaba la importancia de poseerlos como parte del
patrimonio del monasterio.
3. Elementos del poder señorial.
El ejercicio del poder señorial por parte de los monasterios medievales se
manifestó a través de varios elementos. El primero de ellos, que se asienta sobre las bases
materiales que hemos analizado en el apartado anterior, es el control sobre los bienes. Si
tenemos en cuenta la dispersión de buena parte de las propiedades de los grandes
dominios monásticos, no nos resulta difícil imaginar todas las dificultades que entrañaba
para los titulares del señorío mantener el control de todos sus bienes. En consecuencia,
asegurar la gestión de aquellas propiedades que quedaban más alejadas del entorno más
inmediato del monasterio titular se convertiría en una prioridad.
Surgieron así prioratos y decanías, como medios para optimizar la gestión de los
recursos de los que se disponía, pero que resultaban difíciles de controlar desde un único
punto central. Cada una de estas unidades menores tenía asignado un conjunto de bienes
17
Ibídem, p. 277.
16
de tamaño reducido, que podía comprender desde campos y casas aisladas hasta villas
enteras. Este modelo jerarquizado de gestión del dominio responde al modelo procedente
de Cluny, en el que se consideraba que el prior/decano ejercía como oficial del abad que
se encargaba de supervisar, conservar y explotar los bienes asignados al priorato18.
El crecimiento del dominio hace impensable una explotación directa de los bienes
por parte de los monjes, que quedaría restringida al coto monástico y los campos que
componen la reserva señorial, en tanto que conjunto de bienes más cercanos al propio
cenobio. Siervos domésticos, prestaciones personales de los campesinos y trabajo de
personas asalariadas serían los medios utilizados para llevarla a cabo. De todas formas,
hay que tener en cuenta que la paulatina disminución de las prestaciones personales fue
generalizada en Castilla-León a partir de la segunda mitad del siglo XI, y supone que
debamos considerar que éstas tuvieron a fin de cuentas una importancia menor en las
relaciones entre señores y campesinos19. Si bien es difícil establecer la incidencia de las
prestaciones personales en los dominios monásticos, es conocida la tendencia decreciente
de la explotación directa en el caso de los señoríos benedictinos castellanos. No ocurre lo
mismo en los señoríos adscritos al Císter, en los que la organización de las explotaciones
a través de las granjas mantuvo una alta incidencia de las formas de explotación directa
hasta el siglo XIII20.
La explotación indirecta de los bienes monásticos fue, por tanto, predominante.
Sin embargo, la variedad de denominaciones locales para situaciones similares hace
difícil establecer con exactitud el grado de libertad con el contaron los distintos grupos
de campesinos. Al margen de estos problemas, lo más significativo para los campesinos
que viven en la heredad de un monasterio es su obligación de entregar prestaciones
personales y reales. De ellas, las prestaciones reales reciben en la documentación nombres
similares a los que se registran para otros ámbitos de poder señorial ajenos a los
monasterios (censum, pecho, debitum...), y su cuatía dependían directamente del volumen
de producción o del tamaño del manso. Esta forma de explotación indirecta se compagina
18
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, p. 221.
GARCÍA DE CORTÁZAR, La sociedad rural en la España medieval, Madrid, 1988, pp. 99-103. Sobre
el descenso de las prestaciones personales en Castilla-León: ALFONSO SALDAÑA, M.I., “Las sernas en
Castilla y León. Contribución al estudio de las relaciones socio-económicas en el marco del señorío
medieval”, en Moneda y crédito, 129, 1974, pp. 177-209.
20
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, pp.222-223.
19
17
con otras, que comprenden la concesión de unidades del dominio en prestimonio a
miembros de la nobleza, los arrendamientos o la aparcería, entre otros21.
El control sobre la tierra implicaba, además, el control sobre los hombres que en
ella vivían y trabajaban, tal y como puede desprenderse de lo explicado sobre las
prestaciones personales y materiales que hemos mencionado. Pero existe otra forma de
ejercer el control sobre estos hombres: el ejercicio de la autoridad jurisdiccional. Se ha
comentado en el apartado anterior la importancia que la obtención de privilegios
jurisdiccionales tuvo para los monasterios en el proceso de formación del dominio, en
tanto de garantías para el ejercicio del poder señorial.
Este ejercicio jurisdiccional del abad se manifestaba más nítidamente en el
entorno más inmediato del monasterio, y desde él podía extenderse hacia otras áreas
pertenecientes al dominio monasterial. Dependía directamente de la transferencia de la
jurisdicción a manos del abad por parte del rey, o de la compra de los derechos
jurisdiccionales, que es posible comprobar en casos como los de los monasterios de
Celanova y Poblet22. También buscaron ampliar su jurisdicción mediante contratos de
explotación de tierras, que convertían al aparcero en vasallo del monasterio23. Esta última
forma de expansión del poder jurisdiccional del abad resultó más complicada a la hora de
mantener sus progresos, ya que dependía de la vigencia de los contratos de aparcería
suscritos.
El control sobre los hombres se manifestaba también a través del carácter de
señorío eclesiástico que resulta genuino de los señoríos pertenecientes a los monasterios.
En este sentido, es especialmente relevante el papel jugado por las iglesias parroquiales,
que actuaron como “centros espirituales” a través de los cuales se encuadraba a los
habitantes de las villas. La parroquia servía a menudo como elemento de cohesión de la
comunidad campesina, ya que servía como lugar de reunión vecinal y como custodia de
los diplomas de la villa. La comunidad campesina de la villa se convertía además en
comunidad religiosa, pues la adscripción a una parroquia suponía la creación de lazos de
carácter religioso entre los individuos que en ella se reunían. En consecuencia, el control
sobre las iglesias parroquiales permitía al abad (y a la comunidad monástica en general)
21
Ibídem, pp. 224-226.
Ibídem, p. 229. Fortún cita las adquisiciones de los derechos jurisdiccionales de los castillos de Sande,
Santa Cruz de Grou y Castro Lobeiro por parte del monasterio de Celanova; y del de Montblanquet por
parte del monasterio de Poblet.
23
GARCÍA DE CORTÁZAR, La sociedad rural, p. 122.
22
18
reforzar sus prerrogativas señoriales, al facilitarle la labor de dirigir la vida de las
comunidades campesinas que formaban parte de su dominio24.
4. El ejercicio del poder señorial: el abad y las tendencias centrífugas
Una vez que se han establecido cómo se crearon las bases materiales sobre las que
se asentó el poder señorial de los monasterios medievales, y cuáles fueron los elementos
mediante los cuales se hizo posible su ejercicio, cabe hacernos una nueva pregunta.
¿Quién ejerce este poder en un señorío monástico? Para responder de forma clara
debemos tener en cuenta tres aspectos, relacionados con la evolución histórica de los
mismos: la dependencia de los poderes laicos en los primeros tiempos de los señoríos
monásticos, el posterior reforzamiento de su independencia respecto a aquellos, y las
tensiones internas que se generaron en el seno de la comunidad monástica.
Se ha comentado anteriormente la influencia de los fundadores y sus familias sobre
los primitivos dominios cenobiales. En efecto, entre los fundadores y la comunidad
monástica se establecían vínculos que iban más allá del patronato, de tal forma que la
influencia de los laicos sobre las acciones de los abades era notable. Así, fundaciones
monásticas como Oña, Leyre o San Juan de la Peña actuaban como monasterios propios,
que formaban parte del patrimonio de sus respectivos fundadores25. La llegada de los
nuevos esquemas cluniacenses, en el contexto de la reforma gregoriana, cambiaría
definitivamente esta situación. La reforma aseguró la autonomía de los monasterios frente
a los laicos, dotándoles de una personalidad canónica propia y definida. A partir de este
momento, cada cenobio actuará de forma independiente en el ejercicio de sus derechos
sobre el dominio que posee26.
Con su independencia frente a los poderes laicos garantizada, las labores
relacionadas con el ejercicio del poder señorial quedarían, en principio, en manos del
abad27. Estas labores de gestión de los recursos se hicieron más difíciles conforme el
dominio crecía, de tal forma que, como se ha mencionado, terminó por resultar necesario
24
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, pp. 217-219 y 231-232; GARCÍA
DE CORTÁZAR, J.A. Y SESMA MUÑOZ, J.A., Historia de la Edad Media: una síntesis interpretativa,
Madrid, 1998, pp. 337-338.
25
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, 232. PEÑA BOCOS, "Ecclesia y
Monasterium ", p. 387.
26
SARASA SÁNCHEZ, E., “La maduración de la sociedad feudal”, p. 557.
27
Fortún señala como indicativa de esta realidad la posterior denominación de "abadengo" para los señoríos
monásticos. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, p. 233.
19
dividirlo en unidades menores (prioratos y decanías) que facilitasen su administración.
Los priores actuaban así como brazos ejecutivos del abad en sus prioratos, aunque las
decisiones relativas a la propiedad de los bienes y el establecimiento de contratos de
escritos sobre su explotación quedaban en manos del abad.
Si bien el riesgo propio a la delegación de funciones del abad sobre sus priores sería
un motivo de preocupación, el desarrollo a partir del siglo XII de tendencias centrífugas
supuso una grave amenaza para la cohesión del dominio y la asignación de sus rentas.
Estas tensiones estuvieron motivadas por la progresiva concentración de bienes y rentas
en manos de determinados miembros de la comunidad. Algunos donantes entregaban sus
bienes a favor del limosnero del monasterio, para que entregara el producto de sus rentas
a los pobres, o al cillero, para que las administrase en favor de toda la comunidad. Poco
a poco, parte de los bienes y rentas del monasterio terminaron por quedar consolidados
de forma permanente a este tipo de cargos. Esta vinculación se hace evidente a principio
del siglo siguiente en el caso de los monasterios benedictinos, cuando en buena parte de
los señoríos monásticos cristaliza un sistema dual de administración del dominio. Así, la
división de éste entre el abad y el capítulo se hizo efectiva en 1210 en San Juan de la
Peña, en 1225 en Leyre28, y en fechas similares en San Millán de la Cogolla29. Dentro de
los monasterios del Císter se aprecian las mismas tensiones internas, aunque se
desarrollan algo más tarde. Por ejemplo, la división de la gestión de bienes y rentas del
monasterio de Poblet según funciones y finalidades culmina en 129830.
Segunda Parte: Evolución histórica de los centros monásticos castellanos: la
"colonización monástica".
28
Ejemplos citados por FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, p. 234.
Véase a este respecto J. García Turza (El monasterio de San Millán de la Cogolla. Una historia de santos,
copistas, canteros y monjes. León, 2014, pp. 73 y ss), quien, al referirse a las consecuencias que planteaba
la división de los bienes monásticos en dos mesas o tablas, afirma: “La situación en que viven los miembros
de la comunidad emilianense durante el siglo XIII, similar a la que sufren otras instituciones religiosas
hispanas, presupone riesgos considerables que al menos conviene que se conozcan. El voto de pobreza que
el monje realiza en el momento de admitir el compromiso religioso queda en entredicho al relajarse
sustancialmente el vínculo secularmente existente entre la autoridad del abad y la cada vez mayor
autonomía de los oficiales monásticos. Estos disponen de las rentas conventuales, a veces, a su antojo.
Además, a la división en dos mesas claramente diferenciadas, abacial y conventual, hay que añadir la
dispersión administrativa de los bienes propios de la última que, sin duda, va a propiciar un más acentuado
desconcierto económico en la gestión de los monasterios”.
30
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, p. 234.
29
20
Una vez concluido el análisis anterior, podemos comenzar a trazar las líneas de la
evolución histórica de los centros monásticos. Durante el desarrollo de esta exposición se
tendrán en cuenta la proliferación de monasterios en el espacio y las iniciativas que éstos
llevaron a cabo, tanto en el ámbito interno de la comunidad monástica como en el externo.
Este doble proceso es el que García de Cortázar denomina de “colonización monástica”31.
Sin embargo, debido a la multiplicidad de casos regionales dentro del marco general de
la Península Ibérica, se limitará el espacio de nuestra exposición al ámbito castellanoleonés.
En cuanto a la cronología empleada, se ha escogido el intervalo comprendido entre
los siglos VIII y XIII. La cronología utilizada no se ha escogido al azar entre todas las
planteadas en la bibliografía consultada, sino que atiende a dos razones muy concretas.
Los testimonios anteriores al siglo VI en el ámbito hispano en general resultan muy
escasos. Es en el contexto del Concilio de Zaragoza del 380 cuando aparece por primera
vez en la documentación hispana el término monachus. Algún tiempo después, en el 410,
Baquiario emplearía el término monasterium32. A partir del siglo VI, contamos con varias
referencias sobre la vida monástica hispana, en las que queda patente su indefinición. El
siglo siguiente se define por la adscripción de varios los centros monásticos del área
septentrional hispana a los pactos fructuosianos. Para ambos siglos, las referencias a este
tipo de centros siguen siendo escasas, aunque mayores que para tiempos anteriores33. Esta
es la razón que ha llevado a la elección del siglo VIII como punto de partida. En cuanto
a la elección del siglo XIII como límite final, se ha hecho coincidir con la consolidación
de la orden del Císter en Castilla y el debilitamiento del benedictismo.
Retomemos la definición que hemos utilizado al comienzo de nuestro repaso
general por los aspectos clave de los monasterios medievales hispanos y sus dominios,
que nos servirá como base para analizar la evolución de estos centros en Castilla.
Teniendo en cuenta todos los aspectos que se aúnan en un monasterio, se ha establecido
que se trata de un conjunto constituido por una comunidad de individuos que residen en
un complejo de edificios y estancias, que siguen unas normas de observancia de oración,
piedad y penitencia; y que para garantizar su propio sustento poseen d) la propiedad de
bienes raíces y el reconocimiento de unos derechos de aprovechamiento del territorio, en
31
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, ob. Cit, p. 18.
Citados en DÍAZ, P., "El legado del pasado: reglas de monasterios visigodos y carolingios", Monjes y
monasterios hispanos en la Alta Edad Media, Aguilar de Campoo, 2006, p. 11.
33 Ibíd, pp. 17-25.
32
21
virtud de los cuales ejerce una clara influencia sobre los campesinos que viven en estas
propiedades.
Podemos distinguir cuatro fases en el proceso de colonización monástica: una
primera, de proliferación de monasterios vinculados a las grandes familias laicas; la
segunda y la tercera; marcadas por la introducción de la regla benedictina y la reforma
cluniacense respectivamente; y una cuarta de debilitamiento.
1. Los monasterios en manos de los laicos. Siglos VIII al X.
A partir de mediados del siglo VIII comienza a documentarse la presencia de
monasteria en el ámbito castellano-leonés. Se trata en su mayoría de fundaciones
espontáneas, llevadas a cabo por miembros de las grandes familias laicas del momento, a
las que quedarán estrechamente vinculadas.
El monacato respondía en este momento, y en toda su historia, a dos formas: el
eremitismo, del que nos han llegado escasos testimonios debido a su propia naturaleza; y
el cenobitismo. Esta segunda forma de monacato dio lugar a diversos modelos de
comunidad monástica, que abarcan desde el masculino y el femenino, hasta el dúplice y
familiar. Al respecto cabe comentar que, aunque durante largo tiempo la historiografía ha
considerado los monasterios dúplices como el modelo de comunidad cenobítica
característico de la Península Ibérica para el periodo sobre el que tratamos, hace ya algún
tiempo que esta opinión se ha modificado. No obstante, a pesar de que ya no se conceda
semejante consideración al monacato dúplice, no se niega su larga pervivencia en el caso
peninsular34.
Cualquiera que fuera el modelo de comunidad, cada uno de estos centros debía
contar con una serie de espacios en los que comer, rezar, trabajar y descansar. Es en este
punto cuando se plantea para los historiadores la dificultad para establecer una cronología
exacta que determine el proceso constructivo de estos primeros monasterios. El
aprovechamiento de cuevas y la baja durabilidad de los materiales empleados (madera y
ramaje) han provocado que hasta nosotros hayan llegado escasas huellas que utilizar
como fuentes. Existen además varios casos de cenobios construidos en torno a la cueva
empleada por un eremita, que a pesar de haber sido levantados utilizando materiales
34
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, pp. 24-25. Como ejemplo de aquella
historiografía que reivindicaba los monasterios dúplices como característicos del periodo, se destaca
ORLANDIS ROVIRA, J., “Los monasterios dúplices en España en la Alta Edad Media”, en Anuario de
Historia del Derecho Español, 30, 1960, pp. 49-88.
22
mucho más duraderos (piedra), plantean serios problemas a la hora de establecer una
cronología para los mismos. Valga como ejemplo de esta realidad la construcción del
monasterio de San Millán de Suso35.
La distribución de aquellos espacios a los que se ha hecho referencia nos lleva a
plantearnos cuál fue la fábrica de los edificios que componían el monasterio. ¿Se trataba
de un continuum de edificios, o pudo tratarse de un conjunto arquitectónico compuesto
por edificios cercanos entre sí, aunque no necesariamente unidos? Como respuesta,
podemos afirmar que sabemos que no existía un principio arquitectónico estricto.
Algunos autores han defendido que el modelo planteado en el Plano de San Gall se
ajustaría al tipo de fábrica de los monasterios de la época. Sin embargo, hay que tener en
cuenta que este plano, que representa al monasterio como un conjunto de edificios unidos
en torno a un claustro, es únicamente un modelo “ideal”, no un monasterio construido.
Así lo expresaba su autor, Haito, abad de Richenau, al enviárselo a Gozberto, abad de San
Gall36.
Este carácter de modelo del Plano de San Gall sirve como principal argumento para
quienes defienden la idea del monasterio como territorio. Sólo el paso del tiempo
terminaría llevando a la unión de sus edificio hasta configurar lo que hoy consideramos
como modelo constructivo característico de los monasterios.
Sobre la norma que regulaba las vidas de los monjes, sabemos que de los 1400
cenobios registrados por Linage Conde, sólo 40 dejaron datos concretos sobre la regla
que seguían37. Podemos suponer que el resto se organizaba utilizando una mezcla de
distintas reglas, contenidas en e Codex Regularum del abad. Estos códices contenían
fragmentos y copias íntegras, además de disposiciones generales, pertenecientes a las
reglas de San Benito, San Isidoro y San Fructuoso. Estas disposiciones servirían para
resolver las dudas que los conflictos o problemas relacionados con la vida en el
monasterio planteasen al abad38.
Hemos visto que los monasterios de esta época presentan una gran variedad en
cuanto a su régimen, su forma constructiva y la regla observada. Sin embargo, podemos
35
Resulta de especial interés para conocer estos aspectos el estudio llevado a cabo por MARTÍNEZ
TEJERA, A.M., “La realidad material de los monasterios y cenobios rupestres hispanos (siglos V-X)”, en
Monjes y monasterios hispanos en la Alta Edad Media, Aguilar de Campoo, 2006, pp., 58-98.
36
“Te he enviado este modesto ejemplo de distribución de las para que ejercites tu espíritu con ella”. Citado
en MARTÍNEZ DE AGUIRRE, J., "El monasterio como ámbito de la vida cotidiana: espacios y funciones",
en Códex Aquilarensis., nº 6, 1992, pp. 82-83.
37
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, p. 26.
38
DÍAZ, "El legado del pasado”, p. 15
23
señalar una característica común, al manos a la mayoría de ellos: su estrecha vinculación
a las aristocracias laicas regionales. Fue frecuente que la fundación de un monasterio
corriera a cargo del propio abad, que dotaba al cenobio de un conjunto de bienes
procedentes de su patrimonio personal o familiar. Valga como ejemplo ilustrativo de esta
realidad la fundación, por parte del presbítero Kardellus y su padre el conde Valerio, del
monasterium de San Andrés de Aja in propietate nostra39. Este tipo de fundaciones
responden a lo que la historiografía ha llamado "iglesias propias" o "monasterios
familiares", es decir, fundaciones de carácter religioso que forman parte del patrimonio
material de una familia concreta, y a la que tratan como tal. El único requisito que permitía
ostentar la propiedad de estas células religiosas era serlo además del solar en el que iban
a asentarse40. Este tipo de fundaciones otorgaba a los propietarios un importante prestigio,
lo que acrecentó el interés de éstos por la creación de "iglesias propias" a partir de parte
de su patrimonio raíz41. La fundación y el control sobre los monasterios se convirtió, de
hecho, en uno de los instrumentos empleados por estas aristocracias para exhibir su poder
de dominación.
Por otra parte, la vinculación entre las familias fundadoras y los monasterios iban
más allá del patronato. Si bien estos monasterios propios se beneficiaban de la
generosidad de sus fundadores y sus descendientes, las aristocracias laicas obtenían
también beneficios de carácter espiritual (a través de los rezos de los monjes y de la
celebración de misas votivas) y material (sobre todo expresados a través de préstamos)42.
Estas son las circunstancias que explican la gran proliferación de monasterios en
este época. Contaban, debido también al estrecho control que los laicos ejercían sobre
ellos, con un escaso poder de irradiación social. Sólo cuando algunas de estas familias
fundadoras alcanzasen un mayor prestigio, los monasterios que con ellas se relacionaban
alcanzarán también un mayor poder de irradiación sobre la sociedad del entorno. Este
procedía en algunos casos de la extensión de su dominio materia, como sucede con San
Salvador de Celanova; o de su actividad intelectual, como en los casos de San Cosme y
39
PEÑA BOCOS, “Ecclesia y Monasterium", p. 384.
Ibídem, p. 387.
41
IRADIEL, P., Las claves del Feudalismo, Barcelona, 1991, p. 26.
42
GARCÍA DE CORTÁZAR, "Los monasterios del reino de León y Castilla a mediados del siglo XI: un
ejemplo de selección de las especies", en Monjes y monasterios hispanos en la Alta Edad Media. Fundación
Santa María la Real-CER, 2006, p. 34.
40
24
San Damián de Abellar, o de San Martín del Albelda en el marco político del reino de
Pamplona43.
2. Introducción del benedictismo. (siglo XI).
En torno al año 1000 podemos apreciar que, como un reflejo del escalafón
alcanzado por los miembros de las aristocracias fundadoras, algunos dominios
monásticos se han destacado respecto al resto. Estos grandes dominios monásticos se
verán incrementados a partir de este momento con la recepción de otros centros
monásticos de menor tamaño, tal y como se ha señalado en la primera parte de la
exposición a la hora de hablar del proceso de agregación monástica. Los monasterios de
Samos, Celanova, Piasca, Cardeña, San Millán de la Cogolla o Sahagún son algunos
ejemplos de esta realidad.
De esta forma, se terminará estableciendo una escala de jerarquización de
monasterios, que en cierta medida puede recordarnos a la articulación vasallática entre
individuos, basada en el establecimiento de relaciones de dependencia.
Por otra parte, esta jerarquización de las entidades monásticas pudo ser el resultado
de un intento de mejorar la gestión de los recursos disponibles. Si nos centramos en el
caso castellano, podemos observar cómo el desplazamiento de la frontera hacia el sur, y
por tanto de la presión bélica, hace posible que sean los propios monasterios los que
inicien nuevas formas de organización del espacio. Es necesario señalar la importancia
del apoyo regio o condal a estos grandes centros religiosos en este proceso, seleccionando
mediante sus donaciones y concesiones los cenobios que quedarían en la cúspide de la
jerarquización monástica44. Así, este proceso de agregación respondería no sólo al
aspecto doctrinal, sino también a la creación de un nuevo sistema de organización del
espacio del que los principales protagonistas fueron los cenobios de mayor tamaño e
importancia45.
43
GARCÍA DE CORTÁZAR "La colonización monástica”, p. 28.
Tómese como ejemplo el decidido apoyo de García el de Nájera y de Fernando I a los monasterios de
San Millán y de Arlanza, respectivamente. GARCÍA DE CORTÁZAR "Los monasterios del reino de León
y Castilla”, pp. 293-297.
45
Este proceso de agregación de monasterios y su incidencia en las formas de organización del territorio,
dentro de los límites de Castilla-León ha sido desarrollado por DÍEZ HERRERA, C., “La agregación de
monasterios: una forma de organización social en la Alta Edad Media”, El monacato en los reinos de León
y Castilla (siglos VII-XIII): X Congreso de Estudios Medievales, León, 2006, pp. 391-401.
44
25
Como consecuencia del proceso de agregación, los grandes dominios monásticos
afianzaron su poder sobre los campesinos que en ellos vivían y trabajaban, convirtiéndose
además en receptores de un mayor número de donaciones de bienes raíces de todo tipo.
Así, la capacidad de irradiación social de estos grandes monasterios se vio incrementada,
expresándose en una mayor capacidad de control sobre tierras y hombres.
El progresivo incremento de la importancia de estos cenobios promovió la
construcción de nuevos edificios. Es probable que se tratase aún de un conjunto de
edificios cercanos pero no adosados en torno a un claustro. Hasta nuestros días han
llegado los templos, construidos en piedra. El estudio de estos indica la práctica en las
iglesias monásticas del rito hispano: se distinguen dos espacios separados por una gran
barrera, la parte oriental destinada a los iniciados, a los que estaba permitido conocer el
misterium; y la occidental destinada a albergar el populus de fieles46.
Durante este periodo se producirán importantes cambios en cuanto a la observancia.
Los modelos citados para el periodo anterior pervivirán, al menos, hasta la celebración a
mediados de este siglo del segundo Concilio de Coyanza. Entre las disposiciones tomadas
en este concilio estaba la de que los monasterios episcopales optase por la regla de San
Isidoro o la de San Benito47. Poco a poco, la Regla se San Benito se introdujo en los
monasterios castellanos, al principio como un añadido más en el Codex Regularum, y
después, hacia fines del siglo XI, como la regla observada por la mayoría de estos centros.
Se puede concluir que la gran novedad de este siglo es, por tanto, el triunfo del
benedictismo a través del establecimiento de los modelos de Cluny48. Sobre la
culminación de este proceso de benedictización, iniciado por el rey Sancho III el Mayor
y potenciado por Fernando I, debe señalarse que no será hasta comienzos del siglo XII
cuando encontremos un mayor número de referencias sobre la observancia de la regla
benedictina. Sin embargo, a pesar de este silencio de las fuentes, no existen argumentos
de peso para creer que para 1065 no se hubiera aceptado de forma mayoritaria la regla de
San Benito49.
Los cambios operados en cuanto a la observancia propiciaron además cambios en
el tipo de régimen seguido por las comunidades monásticas. A partir de este momento se
registra una tendencia hacia la formación de congregaciones compuestas por miembros
46
GARCÍA DE CORTÁZAR "La colonización monástica”, p. 29.
GARCÍA-GALLO DE DIEGO, A., “El Concilio de Coyanza: contribución al estudio del Derecho
Canónico español en la Alta Edad Media”, en Anuario de Historia del Derecho Español, 20, 1950.
48
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, p. 241.
49
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, p. 31.
47
26
de uno y otro sexo, lo que supuso la progresiva pérdida de incidencia de las comunidades
dúplices y familiares50.
3. Los nuevos esquemas de Cluny. Auge de la colonización monástica. (finales del siglo
XI a la primera mitad del siglo XII)
La llegada a León y Castilla de los monjes de Cluny trajo consigo algunos cambios
de gran importancia para el desarrollo de la vida monástica en general. La introducción
de la reforma cluniacense en el ámbito castellano-leonés supuso el inicio de un proceso
de aculturación, en el que se produjeron cambios en el rito, la escritura y en la
consideración de la muerte en la lucha contra el Islam como un acto de martirio. El
decidido apoyo de Fernando I a las nuevas ideas cluniacenses, expresado a través del
establecimiento de un censo anual para el sustento de la orden, favoreció su introducción
en este ámbito peninsular. Por otra parte, este apoyo regio se vio incrementado cuando
Alfonso VI, duplicó la asignación destinada a Cluny, favoreciendo su definitivo
asentamiento51. Algunos de los monasterios más importantes se sumaron pronto a esta
nueva tendencia: San Isidro de Dueñas (1073), Santa María de Nájera (1079) o San Millán
de la Cogolla (1075).
La primera novedad de este periodo es la introducción del rito romano. El nuevo
modelo, surgido de la reforma gregoriana como medio para mantener la unidad de la
Iglesia al sustituir a los cultos regionales, no fue aceptado de forma inmediata por la
iglesia hispana, ni en general por la mayor parte de la sociedad. Sólo la alusión constante
a la necesidad de mantener una unidad en la ideología cristiana a través de la unificación
de ritos hizo posible su implantación52.
La introducción del rito romano, y por tanto la supresión del culto visigóticomozárabe, unido a cristalización de una actitud doctrinalmente antimisulmán favorecerán
la idea de superioridad de las funciones llevadas a cabo por los oratores, y por tanto de
los monjes53. El oficio litúrgico se complicó con el incremento de salmos y la
50
Ibídem, p. 30.
Existe un estudio de especial interés sobre la política de Fernando I respecto a la introducción de la
reforma cluniacense, en el que se trata el tema con una amplitud imposible en la corta extensión de este
trabajo. SANZ SANCHO, I., “La política de Fernando I respecto a Roma y Cluny”, en I Curso sobre la
Península Ibérica y el Mediterráneo durante los siglos XI y XII, Aguilar de Campoo, Fundación Santa
María la Real-CER, 1998, pp. 101-120.
52
PÉREZ CAMACHO, A.M., "El ora en la jornada del monje: la liturgia en los monasterios (del rito
hispano al romano)" en GARCÍA DE CORTÁZAR, J.A., Vida y Muerte en el monasterio románico,
Aguilar de Campoo, 2004, pp. 39-43.
53
GARCÍA DE CORTÁZAR, “Feudalismo, monasterios y catedrales", p. 286
51
27
multiplicación de himnos, invitatorios, letanías, etc., y se reforzó su carácter de
intercesión, multiplicándose la celebración de misas votivas, en favor tanto de difuntos
como de vivos. Así, los monasterios se convirtieron en el vehículo más apropiado para el
ejercicio de la función propiciatoria que demandaba la sociedad del momento54.
Sin duda, la práctica del intercambio de bienes materiales por bienes espirituales,
fue común a casi todos los órdenes laicos de la sociedad medieval castellano-leonesa.
Esto se hace visible a través del aumento considerable de las limosnas y donaciones hacia
los grandes monasterios adscritos a Cluny. De esta forma se acentuó la “selección de
especies” iniciada durante el periodo anterior, cuando los monarcas tendieron a favorecer
a determinados centros monásticos.
El dominio de los grandes monasterios se vio, por tanto, acrecentado gracias a la
introducción de los esquemas cluniacenses. Paralelamente, el número de miembros de sus
comunidades también aumentó, y con ella se acentuó la jerarquización y especialización
según funciones de los mismos. Por una parte, encontramos una comunidad (conventus,
collegium fratrum) compuesta por monjes, presbíteros, sacerdotes, diáconos y confesores.
Algunos documentos hacen referencia a distintos cargos relacionados con la función
desempeñada en la vida del monasterio (abbas, el abad, máxima autoridad del
monasterio;
prior, el prior, brazo ejecutivo del abad dentro del ámbito del priorato;
hostalarius, el encargado del hospicio; elemosinarius, el limosnero; cellararius,
encargado de la cilla o despensa; etc.). Es posible también encontrar referencias a grupos
de conversos e infantes (novicios), que debían situarse en el escalón más bajo dentro de
la jerarquía interna del cenobio55.
El enriquecimiento de los monasterios y las necesidades que nacían del crecimiento
de las comunidades monásticas estimularon además la renovación sus edificios,
especialmente la iglesia, donde se manifestaron más claramente los esquemas
constructivos propios del arte románico. Los conjuntos monásticos tuvieron que adaptarse
a partir de este momento a las necesidades de la nueva liturgia, adaptando los templos
para dar cabida a cinco grupos (monjes presbíteros, monjes no presbíteros, novicios,
conversos y pueblo fiel), u creando nuevos espacios de enterramiento para profesos y
laicos, que progresivamente se monumentalizarían. Hay que suponer que además de las
54
FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”, p. 191-192.
FERNÁNDEZ FLÓREZ, J.A., “La vida cotidiana en el monasterio románico”, en Monasterios románicos
y producción artística, Aguilar de Campoo, Fundación Santa María la Real- CER, 2003, pp. 79-80. (para
bibliografía pp. 63-99) En estas páginas, el autor identifica los cargos citados en la documentación de Oña
y Sahagún.
55
28
modificaciones en el templo, muchos monasterios ampliaron sus dependencias en torno
al claustro para dar cabida al elevado número de miembros que formaban la comunidad56.
El crecimiento físico del dominio monástico estuvo acompañado de una mayor
capacidad de control sobre las tierras y los hombres. En buena parte de los casos, el deseo
de incrementar su capacidad de ejercicio del poder señorial por parte de los monasterios
se tradujo en una mayor presencia de los mismos a la hora de ejercer sus derechos
jurisdiccionales sobre los dependientes, el aprovechamiento del bosque para actividades
ganaderas, y la exigencia del diezmo en las parroquias rurales que habían llegado a sus
manos57.
La muerte de Alfonso VI y el inicio del agitado reinado de Urraca marcaron el
comienzo del debilitamiento cluniacense en el reino. Las circunstancias históricas no eran
las mismas, y los monasterios cluniacenses vivieron un periodo de alejamiento respecto
a la monarquía. A pesar de que finalmente, Alfonso VI terminará entregando el
monasterio de de San Pedro de Cardeña al abad de Cluny (1147), la resistencia de sus
monjes a aceptar la cesión disolvió cualquier esperanza de revitalización de la influencia
de la abadía borgoñona. De hecho, la decisión regia quedó en una simple promesa58.
Por otra parte, el gran crecimiento de los dominios monásticos durante este periodo
favoreció la aparición de miradas críticas a la ostentación y la riqueza cluniacense,
creando el caldo de cultivo apropiado para el surgimiento de movimientos de contestación
o de resistencia a la expansión de estos esquemas. Es en este contexto de debilitamiento
de la influencia de Cluny cuando se producirá, además, la llegada del Císter al ámbito
castellano-leonés.
A mediados del siglo XI surgieron dos grandes movimientos de reforma de la vida
monástica: La Orden Cisterciense y la Premonstratense. De las dos, la primera consiguió
ocupar un papel más relevante en la Castilla medieval. El Císter nació como un
movimiento de reforma religiosa que pretendía recuperar el espíritu originario del
monacato benedictino. Para alcanzar este objetivo, pretendía abandonar las prácticas
económicas y sociales propias de los dominios monásticos cluniacenses, mediante la
56
En el reino leonés, la introducción de la reforma cluniacense coincidió en el tiempo con la llegada del
románico, circunstancia que ha suscitado el debate en torno al nuevo tipo de fábrica y la sustitución del rito
visigótico-mozárabe por el rito romano. Además, es en este momento cuando el modelo de monasterio
formado por un continuum de edificios construidos en torno a un claustro se generaliza. GARCÍA DE
CORTÁZAR, "La colonización monástica”, p. 34-35; MARTÍNEZ DE AGUIRRE, "El monasterio como
ámbito de la vida cotidiana”, pp. 84-87.
57
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, pp. 34-36.
58
Ibídem, p. 37
29
organización de su patrimonio en granjas que ellos mismos trabajarían junto con los
conversos (hermanos laicos)59.
4. Llegada y auge del Císter frente a Cluny (mediados del siglo XII al XIII)
En el mismo años en que Alfonso VII entregaba el monasterio de Cardeña a Cluny,
se fundaba en Galicia la primera comunidad monástica cisterciense: Santa María de
Sobrado. Comenzaba así la implantación del Císter en Castilla-León, como último
impulso del monacato benedictino60. De hecho, las primeras novedades se aprecian en
relación con la observancia. Los preceptos del Císter exigían una visión rigorista de la
Regla de San Benito, que hacía hincapié en el carácter ascético de la vida monástica.
Aunque en principio no tenía un carácter estrictamente espiritual, con el tiempo la reforma
cisterciense dio lugar al nacimiento de un camino ascético propio que los diferenció de
los modelos anteriores61.
Pero el Císter no fue el único movimiento de contestación ante el modelo
cluniacense que alcanzó cierta importancia en este territorio. A finales del siglo XI,
muchos clérigos intentaron aunar las exigencias de una regula de tipo cenobítico con las
de el ejercicio de la cura de almas. Buscaban así reivindicar el papel del clérigo dentro de
la comunidad cristiana, que había sido desplazado por la figura del monje propia de la
reforma de Cluny. Los canónigos regulares adoptaron una forma de vida comunitaria que
precisaba de una regla de observancia, y para diferenciarse claramente del monacato
benedictino, se declararon seguidores de la Regla de San Agustín, contenida en su mayor
parte en el Ordo monasterii, a la que añadirían textos de otros padres de la Iglesia62.
A nivel de fábrica, los monasterios cistercienses no modificaron la herencia
cluniacense en cuanto al tipo de material empleado en sus construcciones, aunque sí en
el plano estético. La principal novedad introducida por el Císter fue la austeridad en el
tamaño de las iglesias y en relación con los elementos decorativos, que serán reducidos a
su mínima expresión. Las iglesias se dividían en dos áreas, una para los monjes y una
para los conversos, y disponían de un acceso directo mediante escaleras al dormitorio de
los monjes. Nadie ajeno a la comunidad monástica podía acceder a la Iglesia, y en
59
ALFONSO ANTÓN, I., “Cistercienses y feudalismo. Notas para un debate historiográfico”, en Señorío
y feudalismo en la Península Ibérica (Siglos XII-XIX), Institución Fernando el Católico, 1993, pp. 11-13
60
PÉREZ-EMBID WAMBA, J., "El Císter en Castilla y León", en I Curso de Cultura Medieval. Actas,
Fundación Santa María la Real- CER, 1989, p. 53.
61
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, p. 39.
62
FERNÁNDEZ CONDE, F. J., La religiosidad medieval en España, Vol. II, Oviedo, 2002, pp. 276-289.
30
consecuencia no era necesario que ésta tuviera unas dimensiones más amplias que las
estrictamente necesarias. La ornamentación se redujo a un pequeño conjunto de
imágenes, y vanos y ventanales se cubrieron de alabastro o materiales similares, que
permitían la entrada de una luz completamente blanca para iluminar el templo.
Igualmente, el resto de edificios y dependencias que se agrupaban en torno al claustro
tenían un tamaño más ajustado que en los monasterios cluniacenses, y una ornamentación
más escasa y austera. Sin embargo, cuando los poderosos se sintieron atraídos por la
espiritualidad que presidió los orígenes del Císter fue común la adición de nuevos
espacios, destinados en su mayor parte a servir de lugar de enterramiento. Así, el original
esquema de austeridad se complicó63.
Durante mucho tiempo, los cistercienses fueron vistos por la historiografía como
colonizadores de tierras64. Aunque actualmente no se hace tanto hincapié en este aspecto,
no puede dudarse de que la apropiación de "tierras de nadie" y la reestructuración de la
propiedad por medio de un deliberado intento de concentración de la misma, tuvieron una
gran importancia en la reordenación del espacio castellano-leonés.
Este modelo de apropiación del espacio dio lugar al surgimiento de nuevos señoríos
monásticos. El crecimiento de los dominios cistercienses fue mucho más rápido que el de
los benedictinos: mientras los segundos necesitaron entre dos y tres siglos para llegar al
culmen de la creación de sus señoríos, mientras que los monjes del Císter lo alcanzaron
en un siglo o menos. Esta diferencia de tiempos está estrechamente relacionada con las
formas de adquisición de bienes de uno y otro modelo, que como ya se ha mencionado
someramente en la primera parte de este trabajo, presentan importantes diferencias. El
modelo benedictino se caracterizó por un predominio de las donaciones (en torno al 75%),
cuyo máximo se alcanzó en el primer tercio del siglo XII. Los cistercienses también
recibieron un importante flujo de donaciones, aunque éstas representan un porcentaje
menor (42%). Esta reducción de la importancia de las donaciones en la formación de los
dominios cistercienses demuestra una mayor iniciativa por parte de los monjes, que se
manifiesta a través del gran volumen de compras e intercambios. Para llevar a cabo la
63
MARTÍNEZ DE AGUIRRE, "El monasterio como ámbito de la vida cotidiana”, pp. 87-90.
Sobre las interpretaciones historiográficas en torno a las formas de apropiación del espacio, véase
ALFONSO ANTÓN, “Cistercienses y feudalismo", pp. 13-30.
64
31
compra de nuevos bienes raíces, los monjes cistercienses debieron necesitar una mayor
cantidad de moneda, que pudo proceder de grandes donaciones en metálico65.
La formación de los dominios cistercienses tuvo como resultado su estructuración
como centro de poder señorial que posee un conjunto de bienes diversos, inserto en la
propia dinámica de la sociedad feudal y señorial. Si bien la organización de su patrimonio
en granjas pretendía primar el labora de los monjes en colaboración con los conversos,
con el tiempo la relación entre ambos grupos terminó mostrando similitudes con las
relaciones de dependencia características de otros tipos de señoríos66.
Aunque el esquema organizativo del Císter pretendía gestionar sus recursos de
forma directa, pronto el trabajo manual en sus tierras quedó reservado a los conversos.
Además, el ejercicio de sus derechos jurisdiccionales tampoco se diferenció del modelo
benedictino, ya que emplearon el mismo tipo de contratos para asegurarse el señorío sobre
los hombres que trabajaban sus bienes. De esta forma, los dominios cistercienses
terminaron por entrar a formar parte de la dinámica social señorial.
El apoyo regio a los nuevos monasterios de la Orden del Císter provocó una cierta
decadencia de los señoríos cluniacenses. Desde los primeros síntomas de su propia crisis,
intentaron desarrollar estrategias que mitigasen sus efectos. Primero, buscaron nuevas
fuentes de ingresos recurriendo a la ganadería e intentando acercarse a los mercados
urbanos para buscar salidas a los excedentes agrario que recibían como renta, además de
incrementando su presencia señorial. Por otra parte, buscaron el apoyo pontificio para
asegurarse el control sobre las parroquias insertas en sus señoríos. Y, sobre todo, buscaron
reivindicar sus derechos mediante la creación de una memoria histórica sobre la
formación de los mismos. Para ello, utilizaron dos tipos de recursos: el primero de ellos
fue la confección de cartularios, en los que recopilar toda la documentación que
atestiguase el proceso por el cual había obtenido todos sus derechos sobre sus bienes.
Incluían distintos elementos, que iban desde el hallazgo de reliquias, pasando por
enterramientos, a la consagración de altares y la inclusión de diplomas que atestiguaban
la cesión de determinados derechos. El objetivo primordial de estos compendios era
preservar el prestigio social del monasterio, motivo que llevó a recurrir incluso a la
invención total de los hechos recogidos en los cartularios67.
65
Todos los datos citados se han elaborado a partir del balance propuesto por Fortún para analizar las
diferencias entre el modelo benedictino y cisterciense. FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío
monástico altomedieval”, pp.193-203.
66
ALFONSO ANTÓN, “Cistercienses y feudalismo", pp. 40
67
GARCÍA DE CORTÁZAR, "La colonización monástica”, p. 45-47.
32
Los señoríos monásticos a partir del siglo XIII
A partir de mediados del siglo XIII resulta difícil encontrar testimonios sobre
crecimientos o ampliaciones de los dominios monásticos castellano-leoneses en general.
De todas formas, podemos aludir a la continuada decadencia del benedictismo respecto
al Císter, que mantuvo durante largo tiempo su pujanza en este ámbito.
El testamento de Alfonso VIII, mucho más beneficioso para los monjes blanco, es
un buen ejemplo de la consideración social del Orden Cisterciense en estos momentos.
Cuando el monarca decidió fundir su tesoro y transformarlo en cálices, ordenó el siguiente
reparto68:
— Cuatro cálices se entregarían a la Catedral de Toledo, y cuatro más al monasterio
cisterciense de Las Huelgas.
— Dos para cada catedral del reino.
— Uno para cada monasterio cisterciense del reino.
— En caso de que sobrasen, uno a cada monasterio premonstratense.
— Si sobraban más, uno para cada monasterio benedictino.
Es fácil apreciar a través de esta distribución el lugar que ocupaba el monacato
benedictino en la mente del rey frente a los dos grandes renovadores de la vida monástica
surgidos en el siglo XI, y en especial frente al Císter.
68
A partir de las citas contenidas en FORTÚN PÉREZ DE CIRIZA, “El señorío monástico altomedieval”,
p. 243.
33
34
Conclusiones
Toda lo expuesto nos lleva a una última idea, que conecta con la misma que se ha
planteado al inicio del presente trabajo. A lo largo de los apartados anteriores hemos
podido apreciar que el monasterio medieval es una realidad poliédrica en la que se
entrecruzan distintos elementos definitorios: la comunidad de monjes que decide dedicar
su vida a la oración y el culto a Dios, las normas con las que organiza su convivencia y
sus labores, las relaciones que establece con su entorno y con el resto de la sociedad...
Todo un amplio conjunto de elementos en el que cada uno de ellos debe ser igualmente
valorado para alcanzar un conocimiento más profundo de su realidad.
El análisis sobre la evolución histórica de los centros monásticos que se ha
establecido demuestra claramente esta última idea. Por ejemplo, hemos podido apreciar
la gran influencia de los distintos cambios en el ideario que define la vida monástica sobre
la organización interna de estas comunidades. Así, la progresiva implantación de la Regla
de San Benito terminó con los pactos anteriores, en los que tenían cabida una multitud de
regímenes organizativos que se verá reducida (como puede verse en la progresiva pérdida
de relevancia del monacato dúplice); a la vez que la implantación del rito romano de
manos de la reforma cluniacense consiguió atraer un mayor número de donaciones y
limosnas hacia determinados cenobios.
También a nivel de la organización interna de la comunidad monástica tuvieron una
gran relevancia estos cambios ideológicos. Las sucesivas reformas en torno a la
observancia benedictina provocaron cambios en la vida monástica, especialmente visibles
en la reducción de la importancia del trabajo manual frente al intelectual y espiritual. Esto
supuso la necesidad de establecer vías de extracción de los excedentes productivos
campesino que asegurasen un nivel de rentas suficientes para asegurar el sustento de los
monjes.
Otro ejemplo que nos acerca hacia la misma idea lo encontramos a la hora de
analizar la evolución en el tiempo de las relaciones que se establecen entre los
monasterios y los más altos estados la sociedad del momento. La influencia de las
decisiones regias en favor de uno u otro centro favorecieron una progresiva jerarquización
de los monasterios, que concluirá con el proceso de agregación con el que se definirán
claramente los grandes dominios monásticos. Una vez definidos éstos, su capacidad de
irradiación sobre la parte de la sociedad que los rodea será mayor. La pérdida del favor
35
de los poderosos conllevó, sin embargo, la entrada de estos centros en un periodo de crisis,
en el que tuvieron que desarrollar nuevas estrategias para conseguir mantener su estatus.
Ambos ejemplos nos demuestran que la historia de los monasterios en el espacio
hispánico está íntimamente ligada al desarrollo histórico, social
y económico de los
reinos en los que se asentaban.
Por otra parte, en uno de los primeros apartados de esta exposición hemos señalado
una idea en torno a los señoríos monásticos medievales: el ejercicio del poder se lleva a
cabo mediante distintos elementos, que comprenden el control sobre los bienes, los
hombres y la religiosidad. El análisis evolutivo que hemos utilizado en la segunda parte
del desarrollo de este trabajo nos ha dado algunas pistas sobre la manera en la que cambió
a lo largo del tiempo el ejercicio de este poder señorial, siempre asentado sobre los
mismos elementos. Podemos ver el paso de una primera etapa en la que los monasterios
quedaban en manos de las grandes familias, y por tanto tenían una escasa capacidad de
ejercicio señorial; a una de mayor dominación sobre su entorno, marcada por la
independencia a la hora de gestionar sus propios dominios, y por tanto de establecer
relaciones de dependencia con los campesinos que en ellas viven.
Sea cual sea el aspecto que queramos analizar, es fácil ver las relaciones que éste
establece con todos los demás. El estudio histórico de cualquier monasterio debe
comenzar por mantener este enfoque global sobre la realidad del mismo, dando cabida a
todos los elementos que la constituyen. De lo contrario, se entraría en una dinámica de
trabajo que primaría demasiados aspectos concretos y llevaría sólo a un conocimiento
parcial del centro estudiado, que poco podría aportar respecto a lo que ya conocemos. Se
hace patente, por tanto, la necesidad de llevar a cabo una nueva revisión del tema que nos
lleve a ser capaces de responder todas las cuestiones que nos planteamos al inicio de este
trabajo, ya que siguen esperando a que seamos capaces de hacerlo.
36
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