Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su

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Viernes II: El himno cristológico de Filipenses (Flp 2, 6-11)
Lectio Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se anonadó así mismo, y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos. Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre‐sobre‐todo‐nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre. Lectio •
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Relevancia del texto o Nos encontramos delante de un texto singular, si cabe hablar así dentro de la riqueza de la Sagrada Escritura. No sólo ha sido asimilado en la Liturgia de las horas, en las primeras vísperas de todos los domingos, sino también como segunda lectura en el Domingo de Ramos. Es, además, claramente, un punto de referencia central de todo el corpus paulino y, más en general, de todo el Nuevo Testamento. o En su valor, nos refleja el estrato originario de la comunidad cristiana orante, en la que ya podemos distinguir una cristología desarrollada. El modo como la comunidad lo ha conservado deja ver que se le ha considerado siempre de un valor extraordinario. o Nos es transmitida al interno de la carta de Pablo a los Filipenses. En una carta llena de afecto y que deja traslucir los afectos del apóstol, les señala el modo que debe caracterizar su vida, particularmente la unidad y la humildad. Justo en el contexto de dicha parénesis aparece el himno: ellos están llamados a tener sentimientos de humildad, porque el mismo Cristo definió su vida por el abajamiento. Los criterios, la mentalidad, los sentimientos (phroneo) de Cristo son los que deben caracterizar al apóstol y al discípulo. Por ello, Pablo entiende su vida en referencia a Cristo, y conmina a los cristianos a vivir con la mirada fija en el Señor. Características formales del texto o Lo primero que destaca de nuestro texto es su originalidad formal. Al interno de una carta nos encontramos con un fragmento que pareciera, hasta cierto punto, salirse del tema, extendiéndose de más en un desarrollo poético, con cierto ritmo; por otro lado, cambia notablemente el vocabulario típico de san Pablo. Todo esto es lo que ha •
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permitido identificarlo como un himno. Se entiende, por lo tanto, que al interno de su exhortación, el autor da por supuesto que los destinatarios conocen las palabras a las que va a hacer referencia. Algo así como cuando nosotros decimos: “Como dice la canción…” o Como himno, presenta rasgos poéticos (elementos simbólicos insinuados y ritmo, así como una estructura consistente, aunque no los expertos no concuerdan siempre en cuál sería el himno original y cuáles serían los añadidos paulinos). o El himno ha sido incorporado por Pablo en su carta. Como hemos mencionado, hay elementos de vocabulario y estilo que no son característicos del apóstol, pero no deja él de realizar sus comentarios al interno de la carta. Entre estos, lo más destacable es el acento en que la muerte de Cristo es una muerte en Cruz. Pero por otro lado esta situación nos lleva a reconocer que se trata de un texto ya conocido por la comunidad. De ahí podemos sacar varias conclusiones espirituales: Tanto Pablo como la comunidad tienen este contenido asumido; Pablo no teme lanzar su propia asimilación al hablar de la Cruz, como autoridad que es ante la comunidad entera; pero también la comunidad puede ser captada entonces en el himno. No se compone un himno sobre bagatelas. Consagra, por lo tanto, un contenido esencial en la vivencia de fe de la comunidad, y seguramente retrata su práctica ya de oración y celebración. o El himno concluye, como veremos, en una gran “homología” o profesión de fe. División y secuencia o Apreciamos, en primer lugar, la estructura del himno. Se establece, ante todo, en dos partes, caracterizadas por el sujeto del que se habla: Cristo, en la primera parte, y “Dios”, en la segunda. Estas dos partes se identifican, también, por un doble movimiento que implican: uno descendente (que incluye el no aferrarse, el anonadarse y el humillarse, llegando en su punto más bajo a la Cruz), y uno ascendente (que incluye la exaltación, la entrega del nombre y la confesión). o Estos dos movimientos nos indican, por otro lado, de Cristo, tres estadios: la preexistencia (condición divina), la encarnación (condición de esclavo), la glorificación (Señor para gloria). o Debe subrayarse el clímax de todo el himno. La secuencia del mismo tiene un desenlace triunfal. La aparición del primer sujeto, la constatación de su humillación, la intervención exaltadora de Dios, tiene como punto de llegada el anuncio del nombre (mencionado tres veces), hasta que es explicitado en la afirmación conclusiva: Jesús Cristo SEÑOR. Podemos, por lo mismo, afirmar que este es el contenido esencial del himno. Anotaciones exegéticas. Una vez ubicada la estructura, escudriñamos la riqueza implicada. o Los dos sujetos y sus acciones. Como corresponde al kerygma cristiano, se subraya la relación entre Cristo y Dios. o “El cual”. Nuestra traducción dice “Cristo”. En realidad, el texto dice “el cual”. Introducción que aparece en otros textos de la misma naturaleza. Tenemos ecos litúrgicos de esta manera de proceder (en el prefacio, en la memoria de la institución). o Primera imagen evocada: Adán. ¿Quién es el que consideró la condición de Dios algo a lo que se podía aferrar, a pesar de no ser Dios? Adán. (El término utilizado implica una o
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presa a la que alguien se aferra). Por lo tanto, está implicado un contraste de oposición con él. Adán pretendió ser más de lo que era, y el resultado fue que se empequeñeció. Cristo no se aferró a lo que sí era, y el resultado fue una glorificación que a nosotros nos eleva. Adán desobedeció, Cristo se mostró obediente incluso en un grado extremo. Segunda imagen evocada: el siervo de Yahveh. El misterioso protagonista de los cánticos del siervo del deuteroisaías, en cuya clave, como sabemos, la primera comunidad y el mismo Cristo interpretó la pasión. Lo notamos, en primer lugar, al hablar de la condición de siervo (por cierto, término no usado por Pablo, que prefiere servidor). Pero también se insinúa en la expresión “se anonadó”, que corresponde al cuarto cántico (53,12), que tiene la misma secuencia abajamiento‐exaltación (52,13). ¿Tercera imagen evocada: el Hijo del hombre? No se menciona por nombre, pero está insinuado en el movimiento descendente y ascendente. Dn 7 ve a uno como Hijo de hombre que viene desde el ámbito de Dios, las nubes, y que después es entronizado. La glorificación del que tiene forma humana está en el centro del anuncio cristiano (resucitado, sentado a la derecha, ejerce poder). El contraste en el primer movimiento: “condición” (morfe) de Dios, de siervo. El mismo que es igual a Dios es el que hace suya la figura humana, la semejanza humana. Debemos subrayar esta identidad del mismo sujeto, para captar la densidad de la acción llevada a cabo. Juan habla del que se en‐carnó. Aquí tenemos esta misma acción como un despojamiento, como un vaciamiento, como un hacerse nada. Se nos muestra, por lo tanto, una doble realidad: es Dios, se hace hombre. Pertenece a la esfera divina, por una acción de abajamiento (característica de la gracia) se ha hecho uno de nuestra esfera. Y debemos llegar más lejos: uno “de los más bajos”. Como subraya Pablo: y muerte de Cruz. El resultado de esa acción generosa es una exaltación. Literalmente, sobre‐exaltación. Noción presente también en el cántico del siervo (52,13). Parecieran no alcanzar las palabras para describirlo. Que toda rodilla se doble (Is 45,23) es una respuesta a la unicidad de Dios. (Que ante mí se doblará toda rodilla, y toda lengua jurará diciendo “Sólo en Yahveh hay victoria y fuerza”). Aquí, el gesto es ante Cristo. Gesto que alcanza en su cosmovisión todos los niveles de lo creado: sobre los cielos, sobre la tierra, bajo los abismos. Se abraza así el universo entero. Hemos dicho que el culmen del himno lo tenemos en la palabra Jesús Cristo SEÑOR. Esto nos exige volver al misterioso tema del “nombre”. La sobreexaltación lleva a la entrega del nombre. ¿Qué nombre? El sobre‐todo‐nombre. Alusión doble al tetragrama: Moisés preguntó quién lo enviaba, y Dios le dijo YHWH. Era lo más sagrado para el judío. Tan lo es y lo era, que cuando en la oración o la lectura de la Torah se encontraba, no se mencionaba, sino que se usaban diversos circunloquios. Uno de ellos era el silencio; otro, decir “el Nombre”; otro, decir: Adonay. El “Nombre” es “Adonay”, es decir, YHWH. Lo que se reconoce es ni más ni menos que la condición divina, la que mueve a la respuesta de adoración. El nombre que recibe es el propio de la exaltación divina. En griego, Kyrios. Asimilado de tal manera a la oración, que a veces ni lo percibimos. Jesucristo nuestro Señor. El que ya merecía adoración, porque ya tenía condición divina, o
recibe ahora la condición de Señor. Por una parte, hay en ello un contraste con el siervo. Porque el siervo es el que obedece, el Señor es el que manda. Pues ahora a Cristo se le ha concedido mandar. Pero ya mandaba, si en realidad era Dios. ¿Cuál es el paso intermedio, por el que se da la glorificación. Precisamente por la Resurrección. Kyrios, que es el nombre, indica el estado de dominio del Cristo glorificado, el que se abajó y fue resucitado. Hay por lo tanto una alusión directa al evento de la Resurrección. Decir Jesús es Señor es decir que lo hemos reconocido por la resurrección. El verbo que expresa este reconocimiento es, precisamente, homologein, profesar con la boca lo que se cree en el corazón. Paralelismo que conocemos en Rm 10, 9 (Si confiesas en tu boca que Jesús es el Señor y crees en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo). En ella se pone en juego el éxito o el fracaso de la propia vida. Como también se indica en otra aparición del mismo verbo (Mt 10,32‐33). La resurrección nos lleva a reconocer una nueva intervención de Dios en la historia, y ésta la definitiva. Dios es el Resucitador de Jesús. Y ello nos lleva a reconocer que Aquél con quien los discípulos convivieron era en realidad desde la eternidad el Hijo de Dios. Por eso, el segundo sujeto del himno es Dios, pero al final se tiene que especificar que el reconocimiento de Jesús como Señor nos exige identificar al Padre. En pocas palabras, decir Jesús es Señor es decir que es Dios, como el Padre, y que por Él glorificamos al Padre. Meditatio •
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El recorrido nos ha mostrado la riqueza insospechada del texto. Reflexionemos sobre el modo como nos involucra, sobre todo de cara a la espiritualidad cuaresmal. Desde el inicio de estos ejercicios planteamos que Pablo nos provoca a la vivencia de la centralidad de Cristo. El himno nos ha vuelto a presentar la misma idea: el protagonista es Cristo. “El cual”. Es Aquél del que ya sabemos que vamos a hablar, como cristianos; es de quien siempre hablamos. Es el que tenemos en la conciencia inmediata, el que brota automáticamente de los labios, porque es al que nos referimos siempre, el primer pensamiento que brota de nuestros labios, el Evidente. ¿Qué lugar real ocupa Jesucristo en mi vida? Esta Cuaresma es, ante todo, una oportunidad de volvernos a la raíz de nuestra condición cristiana, a Jesucristo. Visualicemos las etapas del movimiento de Cristo, que nos mueven a sentirnos involucrados y participantes de la historia de la salvación. Era el Hijo eterno, con el Padre y el Espíritu. Poseía la dignidad divina. La condición divina. Asume nuestra condición. Pasa como nosotros, camina como nosotros, actúa como nosotros. Menos el pecado. Se abaja, y finalmente es exaltado. Este mismo camino lo sigue la Iglesia en su año litúrgico, desde el Adviento hasta la Pascua. La Cuaresma dinamiza la totalidad de la adhesión a Cristo desde el punto de vista de la lucha, la apertura a su acción, el compromiso personal. Consideremos esta acción salvífica de Cristo, deteniéndonos en su abajamiento, en su anonadamiento. El no considerar el honor como un estado al que debemos aferrarnos, una presa codiciable. Y, como san Pablo lo hacía con los filipenses, invitémonos mutuamente a tener la misma mentalidad, los mismos sentimientos, la misma actitud de Cristo. No temer al vaciamiento. El ejemplo lo tenemos en el Señor. El que se aferra, termina por perderlo todo. El •
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que se abaja, empieza un camino de glorificación. La Cuaresma es un tiempo propicio para recuperar la humildad, que es una libertad salvífica. Podemos ampliarlo considerando el añadido paulino: y muerte de Cruz, el “hasta dónde” del amor de Dios. ¿Hasta dónde llega mi amor? ¿Hasta dónde puede llegar? Una de las principales evocaciones del texto es la del Siervo de Yahveh. La Cuaresma nos provoca a contemplar a Cristo en el desarrollo de su Pasión. Este texto sintético nos provoca a la oración del Via Crucis, o a la lectura de la pasión del Señor, como se realizará el Domingo de Ramos y el Viernes Santo. El clímax del texto es la proclamación de Jesús como Señor (el nombre‐sobre‐todo‐nombre), lo cual tiene un alcance cósmico y un tono litúrgico (de rodillas). Tal vez he pasado mucho tiempo sentado, o mucho tiempo de pie o caminando. Descanso y actúo; pero ¿adoro? Y sobre todo, ¿proclamo con mis labios que Jesús es Señor? ¿Lo reconozco como quien es, mi Dios y salvador? ¿Es la Pascua que lo convirtió históricamente en “Señor” el referente principal de mi vida, sobre todo con la celebración dominical? Estoy invitado a una profundización en mis ideas, en mi convicción, en mis sentimientos, de la condición señorial de Jesús. Muchos mártires entregaron su vida precisamente con la proclamación Jesús‐Señor. Oratio •
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Jesús, Tú eres mi Señor. ¿De quién voy a hablar, sino de ti? ¿En quién voy a pensar, si no en ti? ¿A quién voy a amar, si no a ti? ¿A quién iremos? Sólo tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros hemos creído que tú eres el Hijo de Dios… Jesús, te reconozco como Dios. Aunque te conocimos en la historia como hombre, el camino de la Pascua nos permitió reconocerte como Dios. Señor, mi Dios, yo te busco, mi alma tiene sed de ti… Jesús, tú te anonadaste. Tu abajamiento llegó hasta la muerte… y muerte de Cruz. Ahora me detengo asombrado y agradecido delante de este misterio. El hasta dónde de tu amor. Cuán cerca has querido estar de mi pequeñez, cuán unido a mi condición mortal y doliente. No has escatimado nada. Jesús, tú eres Señor. En este momento deseo adherirme conscientemente a la alabanza cósmica de tu nombre, de tu dulce nombre, del Nombre‐sobre‐todo‐nombre. Quiero proclamarte interiormente: Señor, mi Señor. Quiero unirme a todo el cosmos que te encuentra a la derecha del Padre, en tu trono de gloria. Quiero ser una voz clara, y que mis pensamientos y sentimientos se expresen vibrando en la palabra que emito: Señor mío y Dios mío. Contemplatio •
Toda lengua proclame: Jesucristo es Señor. (Movido por el Espíritu, para gloria del Padre). Señor. Señor, ten piedad. Kyrie, eleison. 
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