Falsas Apariencias – Capítulo 3

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Falsas Apariencias
Tamara Carrascosa
Capítulo 3
Cuando salieron del Anatómico Forense, la agente Guillén estaba enfadada y
a pesar de sus intentos por ocultarlo, no pudo evitar pegar una voz a su compañero
en cuanto se subieron en el patrulla.
- ¡¿Me vas a decir qué demonios ha pasado ahí dentro?! – Preguntó mientras
se abrochaba el cinturón, incómoda al ver que no era capaz de mantener su
habitual control.
- No te entiendo.
- ¿Por qué tengo la sensación de que sabes algo que yo desconozco?
- ¿Qué?
- No te hagas el tonto, Roberto, sabes perfectamente a lo que me refiero.
- Simplemente estaba haciendo unas preguntas rutinarias a la forense del
caso, como siempre hacemos.
- No, no ha sido como siempre. No has hecho más que atacarla. – Refutó
Guillén, arrancando el coche.
Ibáñez se abrochó también el cinturón sin dejar de sonreír.
- Ya sabes que me encanta sacarla de sus casillas. – Observó a Pandora y se
rió a carcajadas. - ¿No estarás celosa?
- ¿Celosa, yo? ¿Estás mal de la cabeza o qué? – Dio un volantazo para
meterse en la calle de la derecha obligando a su compañero a agarrarse al asidero
que había encima de la ventanilla del copiloto. - Ahí dentro ha pasado algo que no
me estás contando, Ibáñez.
- No sé a qué te refieres. – El agente Ibáñez había dejado de sonreír. Parecía
que su compañera no estaba dispuesta a darle una tregua, así que se preparó para
responder a sus preguntas.
Pandora estaba enfadada, porque a pesar de estar acostumbrada a que su
compañero pusiera de los nervios a la forense, aquella tarde había sido diferente.
En la sala de autopsias había una tensión mayor a la de otros días. Estaba enfadada
con él, pero sobre todo lo estaba consigo misma por no haber sido capaz de
registrar los detalles que su compañero había visto. ¿Cómo era posible que le
hubiera pasado desapercibida la cicatriz del pecho tan claramente visible? Sabía de
sobra que eso era insuficiente para que la comisaria Rodríguez les permitiera abrir
una investigación a fondo sobre una posible red ilegal de tráfico de chips.
Necesitaban algo más para demostrar su teoría y conseguir el apoyo de la
comisaria que sólo destinaría recursos a la investigación si conseguían pruebas
que la avalasen con más seguridad.
- ¿Cómo sabías que la mujer tenía una cicatriz en el pecho?
- Soy observador, simplemente me fijé en la marca que sobresalía por
encima de la sábana. Tú también la viste. – Se justificó su compañero.
- Sí, también la vi. – Mintió la agente. - Pero parecía que tú fueras unos pasos
por delante todo el tiempo. Como si ya supieras lo que íbamos a encontrarnos.
- Estás sobreestimando mi capacidad analítica, Pandora. – Al llamarla por su
nombre, la sensación de familiaridad incomodó a la agente que se revolvió
ligeramente en su asiento. – En la escena del crimen la policía científica ya nos
había confirmado el cambio de estatus de la víctima. En ningún momento dudé de
la fiabilidad del lector de chips. Esos aparatos son infalibles. Por tanto, mi
conclusión no podía ser otra más que aquella mujer se había sometido a algún tipo
de intervención para cambiar su chip identificador. – Se justificó Roberto.
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- Sí, pero…
- ¿Dónde se implanta el chip al nacer? – Preguntó su compañero para
intentar alejar cualquier duda de su compañera.
- En el corazón. Lo suficientemente inaccesible como para que no se pueda
extraer de manera sencilla sin poner en peligro la vida de la persona.
- Eso es. Cuando llegamos al Anatómico Forense y eché un vistazo rápido al
cuerpo, vi que la doctora lo mantenía tapado, como siempre, por lo que mi atención
se centro en la cara y la parte superior del pecho. Lo único visible de él. Tienes que
admitir que la marca de la cicatriz era claramente visible. Estoy seguro de que tú
también te habías fijado.
La agente Guillén se sonrojó. Sabía cuál era el motivo por el que ella no
había visto la cicatriz pero se negaba a aceptarlo. Al entrar en la sala de autopsias
no había prestado la menor atención al cuerpo de la víctima, no teniendo a la
doctora Linares delante. Aquella mujer era capaz de quitar la respiración a
cualquiera, y a ella, estaba claro, que la dejaba sin aire.
- Sí, es cierto que no era una marca discreta como para pasar desapercibida.
– Volvió a mentir.
- Cuando la doctora nos informó del examen preliminar me resultó muy
curioso que no nombrase siquiera la cicatriz, puesto que ella ya había revisado el
cuerpo al completo. Por eso insistí tanto en que nos diera más respuestas. No podía
entender por qué se negaba a compartir ese dato con nosotros. Es más, me resultó
muy raro que no hiciera ninguna referencia a la incongruencia de estatus.
- Ya sabes como es. No le gusta confirmar nada hasta que no ha recopilado
todas las pruebas y datos necesarios para cerrar su informe de la autopsia. ¿Crees
que ella había pensado lo mismo que nosotros?
- ¿Sobre el tráfico ilegal de chips? Por supuesto.
- Pero, ¿por qué la interrogabas como si fuera una de tus sospechosos?
Parecía que quisieras sacarle la información con sacacorchos.
Ibáñez miró hacia su ventanilla.
- Utilicé el mismo método que uso con los sospechosos porque sé que es una
presión que funciona muy bien. Por supuesto en ningún momento pensé que ella
pudiera ser culpable de nada. – Aclaró el policía mientras clavaba su mirada hacia
el frente.- Lo siento. No había sido mi intención hacerte sentir incómoda ahí
dentro. – Respondió Ibáñez intentando restar importancia al asunto. – Bueno, a
pesar de ello, ¿sigue en pie el plan de esta tarde? ¿Pelis y sofá?
Guillén dio un codazo a su compañero mientras se reía.
Irían a casa de él, como siempre. Pandora nunca llevaba a nadie a su
apartamento. No quería que husmeasen en sus cosas y mucho menos un
compañero de trabajo que en cualquier momento podría intentar acusarla de
traición.
No.
Tenía mucho que ocultar.
No podía arriesgarse a que descubrieran ninguna de sus mentiras. Si por
ella fuera, evitaría las relaciones sociales. Se aislaría en sí misma y sus asuntos
después de trabajar. Tenía mucho que hacer y detestaba perder el tiempo en cosas
de ese tipo, pero eran necesarias para guardar las apariencias.
Llevaban dos años saliendo juntos por las tardes y casi todos los de la
comisaría pensaban que mantenían algún tipo de relación. No vivían en el mismo
apartamento y no salían todos los días, pero sí de vez en cuando. De cara a los
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demás parecían tener una sana relación de adultos sin compromiso. Por ese
motivo a nadie le extrañaba ver a Ibáñez con otras mujeres y saber que a Guillén
aquello no le importaba. Nunca hablaban seriamente sobre su “relación”.
Simplemente estaban el uno con el otro sin hacer más preguntas de las necesarias
y éso le resultaba cómodo.
Pandora nunca había admitido ni desmentido su relación con Ibáñez porque
la ambigüedad era su mejor papeleta. Era lesbiana y no tenía intención de cambiar
a pesar de que en aquellos momentos la homosexualidad estaba penada por ley
con la cárcel.
Sabía a qué lugares acudir para conocer gente como ella, pero se andaba con
mucho cuidado. Constantemente sentía que cualquier compañero podía estar
siguiéndola para delatarla. Poco a poco se había hecho más desconfiada hasta que
finalmente había relegado su vida personal a un segundo plano. Cada vez le
resultaba más difícil relacionarse con otras mujeres porque desconfiaba de ellas
también. Pensaba que detrás de una sonrisa bonita podía haber una trampa que la
llevase directa a la cárcel. Llevaba muchos meses sin mantener ningún tipo de
contacto con nadie y se había acostumbrado a la soledad. A pesar de que odiaba
aquella sensación, prefería estar sola a acabar siendo convencional sólo porque un
grupo de personas así lo había decidido.
Después de salir de la comisaría, ambos se reunieron junto a la moto de
Guillén, una reliquia que había arreglado ella misma de seiscientos cincuenta
centímetros cúbicos.
- ¿Nos vemos en mi piso, como siempre?
Pandora asintió mientras se colocaba el casco y los guantes. Condujo la
moto hasta el piso alquilado en el que vivía Roberto.
Subió por las escaleras y entró en el piso. El policía había hecho algunos
arreglos en él y por dentro parecía moderno. Había tirado prácticamente todos los
tabiques de la casa reduciendo a tres salas la distribución del piso: un salón con
cocina americana, un baño y un dormitorio. Todo el piso estaba pintado con tonos
azules y grises con la decoración a juego. La primera vez que Pandora fue a casa de
Roberto pensó que tenía mucho mejor gusto para la decoración que ella.
Dejó el casco sobre una mesa baja que había frente al sofá en el salón.
Roberto la invitó a que se acercara a la isla de encimera de la cocina y se sentaron
sobre dos taburetes altos.
- ¿Vino?
- Como siempre. – Aceptó Pandora.
Miró la copa mientras éste le servía el vino sonriendo. Pandora sabía que si
él averiguaba una ínfima parte de lo que ella ocultaba, la denunciaría y detendría
sin ningún reparo.
- ¿Qué piensas? – Preguntó Roberto, que llevaba unos minutos observando a
su compañera que se había quedado mirando la copa de vino como si de un objeto
extraño se tratase.
- ¿Eh? – Se sobresaltó. – En nada.
Ibáñez levantó la ceja derecha dándole a entender que era evidente que
había estado meditando algo.
- En el caso. - Mintió ella. – Me pregunto cómo podríamos tirar de los hilos
para conseguir llegar hasta el origen.
- No desesperes. En cuanto tengamos el informe de la autopsia y la policía
científica nos pase los resultados de las muestras que tomaron en la escena del
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crimen, seguro que conseguimos algo que nos indique el camino. Siempre lo
hacemos ¿no?
Roberto sonrió.
- Sí, supongo que sí.
Ambos se sentaron en el sofá y comenzaron a discutir sobre qué película
ver. Pandora adoraba las películas de acción y Roberto era un amante de las
películas antiguas. La única forma de ponerse de acuerdo ambos era escoger una
película antigua de acción. Tras mucho divagar decidieron ver un clásico: Matrix.
Entre los dos se comieron un bol de palomitas. Cuando la película finalizó,
Roberto comenzó a recoger las cosas que había sobre la mesa.
- Creo que es un símil muy bueno ¿no crees? – Comentó Roberto.
- ¿Cómo? – Preguntó ella sin comprender a que se refería.
- Sí, la unión frente al enemigo externo. Las máquinas simbolizan al
enemigo, al que no es de dentro, al que no forma parte de la sociedad en la que
vives y la humanidad representa a la nación del país. Creo que es una forma muy
buena de alentar a los ciudadanos a unirse y colaborar por su país.
- Sí, la verdad es que sí. – Fue todo lo que alcanzó a decir.
Se llevó la copa de vino a la boca y se la terminó de un trago.
- ¿Más? – Preguntó Roberto.
- Sí, por favor. – El apartamento de Pandora no estaba muy lejos de allí por
lo que decidió que regresaría a pie y recogería la moto al día siguiente de camino a
la comisaría. Necesitaba alguna copa más para conseguir pasar el rato que le
quedaba antes de marcharse. Tener algo en las manos era una buena escapatoria
en caso de escuchar algo incómodo. Por alguna razón, aquella tarde no se sentía a
gusto allí.
Mientras Ibáñez le servía de nuevo una copa de vino ella se acercó hasta la
cocina y se sentó en uno de los taburetes.
- Tienes muy buen gusto decorando. – Fue lo único que se le ocurrió
comentar.
- Gracias. Aunque no creo que sea para tanto.
- Si vieras mi casa…
Roberto se quedó observando su propia copa.
- Algún día me gustaría verla.
Aquella respuesta hizo que Pandora se maldijese un millón de veces por
tener la boca tan grande y por haber bebido de más.
- Es posible que algún día. – Le siguió el juego para evitar levantar
sospechas.
- Estoy seguro de que no estará tan mal. Sólo eres un pequeño desastre.
Pandora cogió el paño de cocina y se lo tiró a la cara.
- ¿Desastre yo? – Fingió sentirse ofendida.
- Necesitaría un día entero para encontrar algo en tu mesa de la comisaría. –
Le pinchó él.
- Si no fuera por mí, no sé dónde tendrías tú la cabeza.
Era consciente de que estaba coqueteando con él. Parecían dos mamíferos
de los documentales durante el cortejo. Sabía que debía parar de hacerlo, pero no
pudo evitar seguir con el juego.
- Con que sí ¿eh? – Roberto rodeó la mesa y se acercó a ella para hacerle
cosquillas, un acto demasiado cercano e íntimo para su gusto.
- Para, Roberto. No me gustan las cosquillas.
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- En el fondo esto es lo que te gusta, que te de caña ¿eh?
Pandora consiguió desasirse de él y se levantó enfadada.
- He dicho que pares. – Ambos respiraban apresuradamente por el esfuerzo
del juego.
- ¿Por eso estabas tan enfadada esta tarde? ¿Porque estaba dando caña a
otra que no eras tú?
- No seas absurdo, ¿por qué demonios iba a estar yo celosa?
- Por nosotros. – Ibáñez se acercó hacia Pandora con su copa y la de ella en
la mano. Le tendió la suya y clavó sus ojos marrones en los azules de ella, sin
apartar la mirada, levantó la copa invitándola a brindar. – Por nosotros. – Repitió.
La agente Guillén notó cómo su compañero se acercaba lentamente hacia
ella acortando la distancia que los separaba, lo que la puso en alerta. ¿Qué había
ocurrido? ¿Cómo había pasado de ser un día normal a… aquello? Era la primera vez
que intentaba besarla desde que se conocían. No había dejado de enviarle señales
positivas y ése era el precio por jugar con fuego. Ahora lo importante era saber
cómo reaccionar. Dejar que la besase significaría darle alas a algo que en realidad
era una farsa y a pesar de todo, Ibáñez era su compañero y no quería herirlo. Por
otro lado, si se apartaba provocaría, con casi total certeza, una discusión acerca de
ellos, de ese nosotros que tanto énfasis había puesto Roberto al acercarse a ella, y
de hacía dónde se dirigía su relación. Una discusión que no le apetecía tener en
aquellos momentos porque no sabría qué decir o argumentar. Finalmente optó por
una salida más sencilla: estornudar. Estornudó varias veces y fingió necesitar con
urgencia un pañuelo, lo que interrumpió el momento íntimo que se había creado
entre ellos.
- Lo siento. Debe haber algo que me da alergia. ¿Has cambiado de
ambientador? – Preguntó la agente mientras rebuscaba en su bolso buscando un
paquete de pañuelos.
Roberto se puso a buscar una servilleta en los cajones de la cocina.
- No, no he cambiado de ambientador, pero sí de detergente de la ropa.
Quizá sea eso. – Respondió mientras sonreía.
La agente Guillén fingió sonarse la nariz de manera estridente mientras
observaba el rostro de su compañero. Tenía que conseguir por todos los medios
trivializar al máximo la situación para evitar volver al mismo punto.
- Creo que voy a marcharme a casa. Estoy muy cansada y mañana nos
espera un día muy largo.
- Sí, será lo mejor. ¿Quieres que te acompañe?
- No, tranquilo. Estoy bien.
Cuando abandonó el piso, suspiró aliviada. Había estado a punto de perder
el control. No podía volver a cometer el mismo error. Debía evitar a toda costa ese
tipo de situaciones y sobre todo no flirtear descaradamente con él. Si lo hacía
pondría en riesgo su tapadera.
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