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CONTENIDOS
❚ Las ideas fundacionales
❚ Escritores comprometidos
y exiliados
❚ “El matadero”, de Esteban
Echeverría
❚ Facundo, de Domingo F.
Sarmiento
❚ El Salón Literario
2
❚ Literatura y política
❚ La generación del ’80
❚ Los inicios de la literatura
norteamericana
❚ Matavenados, de James
Fenimore Cooper
❚ Un romántico entre pieles rojas
CIVILIZACIÓN Y BARBARIE
ROMANTICISMO Y LITERATURA NACIONAL
El matadero
ESTEBAN ECHEVERRÍA
Nació en Buenos Aires, en
1805, y murió en Montevideo,
en1851. En 1825 viajó a Francia,
donde recibió buena parte
de su formación literaria.
A su regreso, en 1831, fue
uno de los introductores del
Romanticismo literario en el Río
de la Plata. Publicó Elvira o La
novia del Plata, Los consuelos
y Rimas. En este último
libro apareció publicada“La
cautiva”, su obra en verso más
importante. Fue un miembro
activo del Salón Literario, y
cuando éste cerró, fundó la
Asociación de Mayo. En 1840
se exilió en Montevideo. De
su producción se destaca“El
matadero”, cuento que fue
publicado luego de su muerte.
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[...]
El matadero de la Convalecencia o del Alto, sito en las quintas al sud de la ciudad, es una gran playa en forma rectangular, colocada al extremo de dos calles, una
de las cuales allí termina y la otra se prolonga hacia el este. [...]
Estos corrales son en tiempo de invierno un verdadero lodazal, en el cual los
animales apeñuscados* se hunden hasta el encuentro* y quedan como pegados y casi
sin movimiento. [...]
La perspectiva del matadero a la distancia era grotesca, llena de animación. Cuarenta y nueve reses estaban tendidas sobre sus cueros, y cerca de doscientas personas
hollaban aquel suelo de lodo regado con la sangre de sus arterias. En torno de cada
res resaltaba un grupo de figuras humanas de tez y raza distinta. La figura más prominente de cada grupo era el carnicero con el cuchillo en mano, brazo y pecho desnudos, cabello largo y revuelto, camisa y chiripá y rostro embadurnado de sangre.
[...]
[...] Alguna tía vieja salía furiosa en persecución de un muchacho que le había
embadurnado el rostro con sangre, y acudiendo a sus gritos y puteadas los compañeros del rapaz, la rodeaban y azuzaban como los perros al toro y llovían sobre ella
zoquetes de carne, [...] hasta que el juez mandaba restablecer el orden y despejar el
campo.
Por un lado dos muchachos se adiestraban en el manejo del cuchillo, tirándose
horrendos tajos y reveses; por otro, cuatro ya adolescentes ventilaban a cuchilladas
el derecho a una tripa gorda y un mondongo. [...] Simulacro en pequeño era éste
Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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L
del modo bárbaro con que se ventilan en nuestro país las cuestiones y los derechos
individuales y sociales. [...]
Un animal había quedado en los corrales, de corta y ancha cerviz*, de mirar fiero,
sobre cuyos órganos genitales no estaban conformes los pareceres porque tenía apariencias de toro y de novillo. Llegole su hora. [...]
El animal, prendido ya al lazo por las astas, bramaba echando espuma furibundo y no había demonio que lo hiciera salir del pegajoso barro, donde estaba como
clavado y era imposible pialarlo*. Gritábanle, lo azuzaban en vano con las mantas
y pañuelos los muchachos que estaban prendidos sobre las horquetas del corral, y
era de oír la disonante batahola de silbidos, palmadas y voces tiples* y roncas que se
desprendía de aquella singular orquesta.
Los dicharachos, las exclamaciones chistosas y obscenas rodaban de boca en boca
y cada cual hacía alarde espontáneamente de su ingenio y de su agudeza, excitado
por el espectáculo o picado por el aguijón de alguna lengua locuaz. [...]
—Malhaya el tropero que nos da gato por liebre.
—Si es novillo.
—¿No está viendo que es toro viejo?
—Como toro le ha de quedar. ¡Muéstreme los c... si le parece, c...o! [...]
—¡Alerta! ¡Guarda los de la puerta! ¡Allá va furioso como un demonio!
Y en efecto, el animal acosado por los gritos y sobre todo por dos picanas agudas
que le espoleaban la cola, sintiendo flojo el lazo, arremetió bufando a la puerta, lanzando a entrambos lados una rojiza y fosfórica mirada. Diole el tirón el enlazador sentando su caballo, desprendió el lazo del asta, crujió por el aire un áspero zumbido y al
mismo tiempo se vio rodar desde lo alto de una horqueta del corral, como si un golpe
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de hacha la hubiese dividido a cercén*, una cabeza de niño cuyo tronco permaneció
inmóvil sobre su caballo de palo, lanzando por cada arteria un largo chorro de sangre.
—Se cortó el lazo —gritaron unos— ¡Allá va el toro!
Pero otros, deslumbrados y atónitos, guardaron silencio, porque todo fue como
un relámpago.
Desparramose un tanto el grupo de la puerta. Una parte se agolpó sobre la cabeza
y el cadáver palpitante del muchacho degollado por el lazo, manifestando horror en
su atónito semblante, y la otra parte, compuesta de jinetes que no vieron la catástrofe, se escurrió en distintas direcciones en pos del toro, vociferando y gritando:
—¡Allá va el toro! ¡Atajen! ¡Guarda! [...]
Una hora después de su fuga el toro estaba otra vez en el matadero donde la poca
chusma que había quedado no hablaba sino de sus fechorías. [...] Del niño degollado
por el lazo no quedaba sino un charco de sangre; su cadáver estaba en el cementerio.
Enlazaron muy luego por las astas al animal, que brincaba haciendo hincapié
y lanzando roncos bramidos. Echáronle uno, dos, tres piales; pero infructuosos; al
cuarto quedó prendido en una pata: su brío y su furia redoblaron; su lengua, estirándose convulsiva, arrojaba espuma, su nariz humo, sus ojos miradas encendidas.
—¡Desjarreten* ese animal! —exclamó una voz imperiosa. Matasiete se tiró al punto del caballo, cortole el garrón de una cuchillada y gambeteando en torno de él con su
enorme daga en mano, se la hundió al cabo hasta el puño en la garganta, mostrándola
enseguida humeante y roja a los espectadores. Brotó un torrente de la herida, exhaló
algunos bramidos roncos, vaciló y cayó el soberbio animal entre los gritos de la chusma
que proclamaba a Matasiete vencedor y le adjudicaba en premio el matambre. [...]
[...] La matanza estaba concluida a las doce, y la poca chusma que había presenciado hasta el fin, se retiraba en grupos de a pie y de a caballo [...]
Mas de repente la ronca voz de un carnicero gritó:
—¡Allí viene un unitario! —y al oír tan significativa palabra toda aquella chusma
se detuvo como herida de una impresión subitánea*.
—¿No le ven la patilla en forma de U? No trae divisa en el fraque ni luto en el sombrero.
—Perro unitario.
—Es un cajetilla*.
—Monta en silla como los gringos.
—¡La Mazorca* con él!
—¡La tijera!
—Es preciso sobarlo*. [...]
—¿A que no te le animás, Matasiete? [...]
Matasiete era hombre de pocas palabras y de mucha acción. Tratándose de violencia,
de agilidad, de destreza en el hacha, el cuchillo o el caballo, no hablaba y obraba. Lo habían
picado; prendió la espuela a su caballo y se lanzó a brida suelta* al encuentro del unitario.
Era éste un joven como de veinticinco años, de gallarda y bien apuesta persona, que mientras salían en borbotones de aquellas desaforadas bocas las anteriores exclamaciones, trotaba hacia Barracas, muy ajeno de temer peligro alguno.
Notando, empero, las significativas miradas de aquel grupo de dogos de matadero, echa maquinalmente la diestra sobre las pistoleras de su silla inglesa, cuando
una pechada al sesgo del caballo de Matasiete lo arroja de los lomos del suyo tendiéndolo a la distancia boca arriba y sin movimiento alguno. [...]
Atolondrado todavía el joven, fue, lanzando una mirada de fuego sobre aque24
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llos hombres feroces, hacia su caballo que permanecía inmóvil no muy distante,
a buscar en sus pistolas el desagravio y la venganza. Matasiete, dando un salto, le
salió al encuentro y con fornido brazo, asiéndolo de la corbata, lo tendió en el suelo tirando al mismo tiempo la daga de la cintura y llevándola a su garganta.
Una tremenda carcajada y un nuevo viva estentóreo volvió a vitorearlo.
¡Qué nobleza de alma! ¡Qué bravura en los federales! ¡Siempre en pandillas
cayendo como buitres sobre la víctima inerte!
—Degüéllalo, Matasiete; quiso sacar las pistolas. Degüéllalo como al toro.
—Pícaro unitario. Es preciso tusarlo*.
—Tiene buen pescuezo para el violín.
—Tocale el violín.
—Mejor es la resbalosa*.
—Probemos —dijo Matasiete, y empezó sonriendo a pasar el filo de su daga por
la garganta del caído, mientras con la rodilla izquierda le comprimía el pecho y con
la siniestra mano le sujetaba por los cabellos.
—No, no lo degüellen —exclamó de lejos la voz imponente del juez del matadero que se acercaba a caballo.
—A la casilla con él, a la casilla. Preparen la mazorca y las tijeras. ¡Mueran los
salvajes unitarios! ¡Viva el Restaurador de las leyes! [...]
La sala de la casilla tenía en su centro una grande y fornida mesa de la cual no
salían los vasos de bebida y los naipes sino para dar lugar a las ejecuciones y torturas
de los sayones* federales del matadero. [...]
—¡Infames sayones!, ¿qué intentan hacer de mí?
—¡Calma! —dijo sonriendo el juez—; no hay que encolerizarse. Ya lo verás.
El joven, en efecto, estaba fuera de sí de cólera. Todo su cuerpo parecía estar
en convulsión. Su pálido y amoratado rostro, su voz, su labio trémulo, mostraban
el movimiento convulsivo de su corazón, la agitación de sus nervios. Sus ojos de
fuego parecían salirse de la órbita, su negro y lacio cabello se levantaba erizado. Su
cuello desnudo y la pechera de su camisa dejaban entrever el latido violento de sus
arterias y la respiración anhelante de sus pulmones.
—¿Tiemblas? —le dijo el juez.
—De rabia porque no puedo sofocarte entre mis brazos.
—¿Tendrías fuerza y valor para eso?
—Tengo de sobra voluntad y coraje para ti, infame.
—A ver las tijeras de tusar mi caballo; túsenlo a la federala.
Dos hombres le asieron, uno de la ligadura del brazo, otro de la cabeza y en un
minuto cortáronle la patilla que poblaba toda su barba por bajo, con risa estrepitosa de sus espectadores.
—A ver —dijo el juez—, un vaso de agua para que se refresque.
—Uno de hiel te haría yo beber, infame.
Un negro petiso púsosele al punto delante con un vaso de agua en la mano. Diole
el joven un puntapié en el brazo y el vaso fue a estrellarse en el techo salpicando el
asombrado rostro de los espectadores.
—Éste es incorregible.
—Ya lo domaremos.
—Silencio —dijo el juez—, ya estás afeitado a la federala, sólo te falta el bigote.
Cuidado con olvidarlo. Ahora vamos a cuentas. ¿Por qué no traes divisa*?
*
apeñuscados: amontonados.
encuentro: contacto de los
cuartos traseros.
cerviz: parte dorsal del cuello.
pialar: echarle un lazo a un animal.
tiple: aguda.
a cercén: enteramente.
desjarretar: cortar a un animal por
el jarrete, que es la parte posterior
de la pata.
subitánea: súbita.
cajetilla: persona adinerada,
elegante.
Mazorca: nombre de la
organización que apoyaba a Rosas,
cuyos integrantes sometían a la
oposición mediante métodos
terribles.
sobar: castigar dando golpes.
a brida suelta: al galope, a toda
velocidad.
tusar: cortar el pelo al ras.
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*
resbalosa: danza típica federal.
Hace alusión a la tortura que la
Mazorca imponía a sus víctimas, las
cuales, heridas, “resbalaban” en su
propia sangre.
sayón: verdugo.
divisa: señal distintiva. Se refiere
a la divisa punzó, distintivo de los
partidarios de Rosas.
librea: vestido o uniforme que
usaban los criados.
a
1. Relean El matadero. Identifiquen
y sinteticen las escenas de violencia
narradas en el cuento.
2. ¿Qué recursos emplea el
narrador para impresionar al lector?
3. ¿Qué similitudes pueden
establecer entre la muerte del toro
y la del joven unitario?
4. ¿Cuáles son los valores y
creencias de los personajes:
Matasiete, el joven unitario y el
juez?
ADES
ACTIVID
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—Porque no quiero.
—¿No sabes que lo manda el Restaurador?
—La librea* es para vosotros, esclavos, no para los hombres libres.
—A los libres se les hace llevar a la fuerza.
—Sí, la fuerza y la violencia bestial. Ésas son vuestras armas, infames. El lobo,
el tigre, la pantera, también son fuertes como vosotros. Deberíais andar como
ellos en cuatro patas.
—¿No temes que el tigre te despedace?
—Lo prefiero a que maniatado me arranquen, como el cuervo, una a una las entrañas.
—¿Por qué no llevas luto en el sombrero por la heroína?
—Porque lo llevo en el corazón por la patria, ¡por la patria que vosotros habéis
asesinado, infames! [...]
—Abajo los calzones a ese mentecato cajetilla y a nalga pelada dénle verga,
bien atado sobre la mesa.
Apenas articuló esto el juez, cuatro sayones salpicados de sangre suspendieron al
joven y lo tendieron largo a largo sobre la mesa comprimiéndole todos sus miembros.
—Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.
Atáronle un pañuelo a la boca y empezaron a tironear sus vestidos. Encogíase el
joven, pateaba, hacía rechinar los dientes. Tomaban ora sus miembros la flexibilidad
del junco, ora la dureza del fierro y su espina dorsal era el eje de un movimiento
parecido al de la serpiente. Gotas de sudor fluían por su rostro, grandes como perlas;
echaban fuego sus pupilas, su boca espuma, y las venas de su cuello y frente negreaban en relieve sobre su blanco cutis como si estuvieran repletas de sangre.
—Átenlo primero –exclamó el juez.
—Está rugiendo de rabia –articuló un sayón.
En un momento liaron sus piernas en ángulo a los cuatro pies de la mesa, volcando su
cuerpo boca abajo. Era preciso hacer igual operación con las manos, para lo cual soltaron
las ataduras que las comprimían en la espalda. Sintiéndolas libres el joven, por un movimiento brusco en el cual pareció agotarse toda su fuerza y vitalidad, se incorporó primero
sobre sus brazos, después sobre sus rodillas y se desplomó al momento murmurando:
—Primero degollarme que desnudarme, infame canalla.
Sus fuerzas se habían agotado. Inmediatamente quedó atado en cruz y empezaron
la obra de desnudarlo. Entonces un torrente de sangre brotó borbolloneando de la
boca y las narices del joven, y extendiéndose empezó a caer a chorros por entrambos
lados de la mesa. Los sayones quedaron inmóviles y los espectadores estupefactos.
—Reventó de rabia el salvaje unitario —dijo uno. [...]
—Pobre diablo, queríamos únicamente divertirnos con él y tomó la cosa demasiado a lo serio —exclamó el juez frunciendo el ceño de tigre—.
Los federales habían dado fin a una de sus innumerables proezas.
En aquel tiempo los carniceros degolladores del matadero eran los apóstoles que propagaban a verga y puñal la Federación rosina, y no es difícil imaginarse qué Federación
saldría de sus cabezas y cuchillas. Llamaban ellos salvaje unitario, conforme a la jerga
inventada por el Restaurador, patrón de la cofradía, a todo el que no era degollador, carnicero, ni salvaje, ni ladrón; a todo hombre decente y de corazón bien puesto, a todo
patriota ilustrado amigo de las luces y de la libertad; y por el suceso anterior puede verse a
las claras que el foco de la Federación estaba en el matadero.
Esteban Echeverría: La cautiva. El matadero. Ojeada retrospectiva, Buenos Aires,CEAL, 1979.
Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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Facundo
On ne tue point les idées.
FORTOUL
A los hombres se degüella; a las ideas, no.
DOMINGO FAUSTINO
SARMIENTO
Nació en San Juan, en 1811.
Fue maestro, militar, escritor,
A fines del año 1840, salía yo de mi patria, desterrado por lástima, estropeado,
lleno de cardenales*, puntazos y golpes recibidos el día anterior en una de esas bacanales* sangrientas de soldadesca y mazorqueros. Al pasar por los baños de Zonda,
bajo las Armas de la Patria que en días más alegres había pintado en una sala, escribí
con carbón estas palabras: On ne tue point les idées*.
El Gobierno, a quien se comunicó el hecho, mandó una comisión encargada de
descifrar el jeroglífico, que se decía contener desahogos innobles, insultos y amenazas. Oída la traducción, “¡y bien!”, dijeron, “¿qué significa esto?...”
Significaba, simplemente, que venía a Chile, donde la libertad brillaba aún, y que
me proponía hacer proyectar los rayos de las luces de su prensa hasta el otro lado de los
Andes. Los que conocen mi conducta en Chile saben si he cumplido aquella protesta.
periodista, senador, diplomático
y presidente de la Nación (18681874). Su oposición al gobierno
de Rosas lo llevó a escribir
Facundo (1845). También es autor
de Recuerdos de provincia,
Dominguito, Viajes, entre otras
obras. Como Presidente, estimuló
el desarrollo de la educación;
creó numerosas instituciones
educativas, como la Escuela
Normal de Paraná, la Universidad
Introducción
Nacional de San Juan, la Biblioteca
¡Sombra terrible de Facundo, voy a evocarte, para que sacudiendo el ensangrentado polvo que cubre tus cenizas, te levantes a explicarnos la vida secreta y las convulsiones internas que desgarran las entrañas de un noble pueblo! Tú posees el secreto:
¡revélanoslo! Diez años aún después de tu trágica muerte, el hombre de las ciudades y el
gaucho de los llanos argentinos, al tomar diversos senderos en el desierto, decían: “¡No,
no ha muerto! ¡Vive aún! ¡Él vendrá!”. ¡Cierto! Facundo no ha muerto; está vivo en las
tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero,
su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo
que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, convirtiose en Rosas en sistema, efecto y fin. La naturaleza campestre, colonial y bárbara, cambiose en esta metamorfosis en
arte, en sistema y en política regular capaz de presentarse a la faz del mundo, como el
modo de ser de un pueblo encarnado en un hombre, que ha aspirado a tomar los aires
de un genio. [...] Facundo, provinciano, bárbaro, valiente, audaz, fue reemplazado por
Rosas, hijo de la culta Buenos Aires, sin serlo él; por Rosas, falso, corazón helado, espíritu calculador, que hace el mal sin pasión, y organiza lentamente el despotismo con
toda la inteligencia de un Maquiavelo*. [...] Sí; grande y muy grande es, para gloria y
vergüenza de su patria, porque si ha encontrado millares de seres degradados que se
unzan* a su carro para arrastrarlo por encima de cadáveres, también se hallan a millares, las almas generosas que en quince años de lid* sangrienta no han desesperado de
vencer al monstruo que nos propone el enigma de la organización política de la República. Un día vendrá, al fin, que lo resuelvan. [...]
Necesítase, empero, para desatar este nudo que no ha podido cortar la espada,
estudiar prolijamente las vueltas y revueltas de los hilos que lo forman, y buscar en
los antecedentes nacionales, en la fisonomía del suelo, en las costumbres y tradiciones populares, los puntos en que están pegados.
Nacional de Maestros y el
Domingo F. Sarmiento: Facundo, Buenos Aires, CEAL,1979.
Observatorio Astronómico de
Córdoba. Murió en Asunción del
Paraguay en 1888.
*
cardenal: moretón, hematoma.
bacanal: orgía con mucho desorden
y tumulto.
On ne tue point les idées:
reformulación de una frase de
Diderot. Significa “Las ideas no se
matan.”
Maquiavelo: (Italia,1469-1527)
ensayista y teórico de la política.
Autor de El príncipe.
uncir: atar o sujetar al yugo.
lid: lucha.
a
1. Busquen los datos biográficos
de Facundo Quiroga y escriban una
crónica de su muerte.
2. Investiguen sobre argentinos
influyentes en la vida política y
cultural argentina que hayan tenido
que emigrar por persecución política
durante los gobiernos de Rosas (18291852) y durante la última dictadura
militar de la Argentina (1976-1983).
ADES
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Escritores en el exilio
Fecunda actividad periodística
En el período comprendido
entre 1829 y 1852, hubo una
considerable producción
periodística. Se publicaron, entre
otros: El Tiempo, de los hermanos
Varela; El Pampero, la fecunda
serie de periódicos populares de
Luis Pérez; El Monitor, El Imparcial,
El Censor Argentino, La Moda,
redactado por Rafael Corvalán,
Juan B. Alberdi y Juan María
Gutiérrez; La Gaceta Mercantil con
su trayectoria de casi 30 años y,
además, El Diario de la Tarde, La
Bruja y El Restaurador de las Leyes.
Hacia 1836, la consolidación de Rosas en el gobierno de Buenos Aires trajo consecuencias importantes para la vida del país. El período que siguió estuvo signado por el
enfrentamiento político entre federales y unitarios, y culminó en 1852 con el triunfo de
Urquiza y el inicio de la etapa constitucional.
En esa época, era habitual que los intelectuales estuvieran profundamente comprometidos con sus ideales políticos. Por lo tanto, las sangrientas luchas internas que dominaron
la escena nacional entre 1830 y 1850 marcaron, a veces duramente, la vida de muchos de
ellos.
En efecto, el triunfo de Rosas vino acompañado del exilio no sólo de ciudadanos
de filiación unitaria sino también, gradualmente, de todos aquellos que no estaban de
acuerdo con el régimen.
Durante la primera mitad del siglo XIX, muchos intelectuales pasaron por la experiencia
del destierro y escribieron desde allí distintas obras que narraban la lucha contra el Restaurador.
Esteban Echeverría fue uno de esos intelectuales románticos disidentes, y su cuento
“El matadero” es considerado el texto fundacional de la literatura argentina. También
Sarmiento optó por refugiarse en Chile, donde escribió Facundo, y José Mármol escribió
en Brasil parte de sus Cantos del peregrino. Desde entonces y hasta la actualidad, debido a
los avatares de la historia argentina, el exilio se tornó un contexto habitual para nuestros
escritores e intelectuales, y un tema recurrente en la producción literaria nacional.
La educación europea
Sello de goma de los federales, usado
en 1836.
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Durante el siglo XIX, muchos intelectuales argentinos completaban su formación en
Europa. Era habitual el viaje de los jóvenes que, en Francia, se nutrían de las teorías para
impulsar el progreso y la libertad de los pueblos americanos. Ya el Río de la Plata se había
emancipado políticamente de España, pero restaba, en el plano cultural, alejarse de la
pesada tradición española, por lo que los intelectuales deseaban establecer relaciones
con otros países europeos.
Uno de esos jóvenes fue Esteban Echeverría, que viajó a París en 1825. Allí, durante
cinco años, tomó contacto con las ideas vigentes, las del movimiento liberal romántico,
que cultivaba el sentimiento estético del arte, su función social y el papel activo del
intelectual comprometido con su época. Las obras de algunos escritores románticos como
Lord Byron, Chateaubriand, Goethe y, en mayor medida, Víctor Hugo, le revelaron una
nueva manera de vincular el arte con lo social. La poesía era para Echeverría una actividad
creadora del hombre al servicio de las ideas, y, en este sentido, el escritor debía ser un
intérprete de la realidad y un formador de la opinión pública.
Cuando regresó a su patria, en 1830, publicó, en el periódico La Gaceta Mercantil, “El
regreso”, un poema de corte netamente romántico. A partir de ese momento, imbuido de
una fuerte vocación por la actividad pública, realizó una intensa tarea en periódicos y se
conectó con los jóvenes universitarios que por ese entonces comenzaban a nuclearse en
el Salón Literario (1837). La represión intelectual empezaba a sentirse: por ejemplo, para
conseguir su título, los casi graduados universitarios debían manifestarse adeptos a “la
causa de la Federación”.
Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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Las ideas fundacionales
El Salón Literario de 1837 estaba formado por un
grupo de jóvenes intelectuales que se reunían a discutir
sobre arte y política en la librería de Marcos Sastre. Allí,
Echeverría leyó a los concurrentes muchas de sus producciones y ejerció un liderazgo natural.
Los propósitos políticos que los unían no se enrolaban ni en el unitarismo ni en el federalismo; buscaban
crear ideas nuevas que rescataran los principios de la
Revolución de Mayo, es decir, los ideales de libertad y
democracia y, especialmente, de independencia cultural,
que no habían llegado a desarrollarse plenamente. Participaron de este grupo figuras tan destacadas como Juan
Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez. Cuando el clima
de la época tornó insostenible su actividad, todos optaron por el exilio.
En el plano literario, el grupo buscaba fundar una literatura nacional que rompiera con
la herencia española y se acercara a las ideas francesas: “Hay que tener un ojo puesto en
la inteligencia francesa y el otro clavado en las entrañas de la patria”, decía Echeverría.
Hacia 1840, en un clima político desafiante, de exacerbada violencia, y a punto de exiliarse, Echeverría escribió “El matadero”. Este relato no fue publicado por su autor; recién lo
hizo su amigo Juan María Gutiérrez en 1871, cuando Echeverría ya había muerto.
El matadero, acuarela de Carlos Enrique
Pellegrini, 1830.
“El matadero”: civilización y barbarie
Considerado el primer cuento de la literatura argentina, “El matadero” circunscribe las
acciones a un espacio geográfico ubicado en la zona intermedia o fronteriza entre la ciudad
y el campo. La dicotomía “civilización y barbarie”, que recorrió la literatura argentina del
siglo XIX, ya aparece en la elección de este ambiente, porque el matadero era el lugar por
donde lo rural —la barbarie, según la visión de algunos intelectuales de la época— penetraba en la ciudad: las reses eran traídas desde el campo para servir de alimento a la gente
de la ciudad. En ese mundo vivían los pialadores, los matarifes, los descuartizadores, las
achuradoras, las mulatas, que estaban en contacto con las vísceras y la carroña, con la grasa
y con la sangre.
Lo que desencadena la anécdota inicial del relato es la falta de reses en el matadero
de la Convalecencia, debida a las intensas lluvias. Luego de una descripción minuciosa del
ambiente, el relato se detiene en el día en que se reinicia la faena: un toro se escapa y huye
por las calles de la ciudad, un lazo le cercena la cabeza a un niño, un unitario se acerca al
lugar y es torturado y asesinado por los mazorqueros.
Leído desde la perspectiva del Romanticismo, “El matadero” es un relato de denuncia
política y social que muestra hasta qué punto, en esa época, la superación del enfrentamiento entre unitarios y federales era impensable. Los jóvenes del matadero, entrenados en
el cuchillo y en la pelea, difícilmente podrían ser la cabeza pensante de una nación.
Esta representación del conflicto político propio de la época enfrenta dos mundos: el
del joven unitario y el de la Mazorca, el de la civilización y el de la barbarie, el de la ciudad
y el del campo, el del espíritu y el del materialismo. Esta brutal oposición sólo pudo producir violencia y muerte.
a
1. Ubiquen en “El matadero” el
fragmento en el que el narrador
manifiesta que los jóvenes del
matadero no podrían ser la “cabeza
pensante” de una nación. ¿Quiénes
podrían serlo, por oposición?
2. Comparen el modo de hablar
del joven unitario con el de los
mazorqueros. ¿Cómo caracterizarían
el nivel de lengua de cada uno?
¿Qué se intenta señalar al incluir ese
contraste en el texto?
3. ¿De qué otro modo se muestran en
el texto las diferencias entre unitarios
y federales?
4. Vuelvan a leer el apartado “La
Refalosa” (capítulo 1, página 15).
¿Qué relación guarda el fragmento del
poema de Ascasubi con la escena final
de “El matadero”?
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Un periódico “a la moda”
Facundo y el rol de la literatura
En el capítulo II de Facundo,
Sarmiento dejó en claro su posición
respecto del modelo de país
que sostenía en su producción
literaria: “Si un destello de
literatura nacional puede brillar
momentáneamente en las nuevas
sociedades americanas, es el que
resultará de la descripción de las
grandiosas escenas naturales, y
sobre todo de la lucha entre la
civilización europea y la barbarie
indígena, entre la inteligencia y
la materia; lucha imponente en
América, y que da lugar a escenas
tan peculiares, tan características
y tan fuera del círculo de
ideas en que se ha educado el
espíritu europeo, porque los
resortes dramáticos se vuelven
desconocidos fuera del país”.
Los integrantes del Salón Literario buscaron difundir sus ideas a través de periódicos.
El 18 de noviembre de 1837, se publicó La Moda, una hoja semanal cuyo objetivo era
influir en la opinión pública. Juan Bautista Alberdi fue uno de sus principales columnistas. Firmaba sus notas como Figarillo, en honor a José María de Larra, el único español al
que reconocía valor intelectual.
A partir de notas dedicadas a comentar el atuendo de damas y caballeros, el mobiliario o el baile, se intentaba atacar la tradición e instalar lo novedoso, es decir, poner
en circulación nuevas costumbres y, a la vez, difundir las ideas de los nuevos pensadores
franceses. El punto de partida era que, ya que los hábitos arraigados obstaculizaban la
reforma social y el progreso, era necesario crear nuevos modos de vivir, de relacionarse y,
en definitiva, de pensar la sociedad.
La gacetilla llevaba el epígrafe “¡Viva la Federación!”. Es que no todos los integrantes
del grupo juvenil, al que posteriormente se denominó “generación del ’37”, actuaban en
franca oposición a Rosas. Al principio, muchos de ellos intentaron congraciarse con el
poder para asegurar la continuidad de la publicación, pero no tuvieron éxito. Luego de
seis meses, el semanario fue clausurado por las autoridades del gobierno rosista. Alberdi
se exilió en Montevideo, desde donde siguió trabajando en el diario El Nacional a partir
de 1838.
Sarmiento: literatura y política
Uno de los medios de confrontación
política del siglo XIX fue la publicación
de caricaturas en diarios y revistas, para
ridiculizar al oponente. Sarmiento fue un
personaje habitual de esas viñetas, tanto
por su exposición pública a partir de la
publicación de sus escritos, como por las
acciones políticas que luego lo llevaron a
ser Presidente de la Nación.
30
Domingo Faustino Sarmiento fue otro escritor destacado, que en la primera mitad del
siglo XIX denunció a Rosas y se opuso fervientemente a su gobierno. De hecho, su producción literaria se circunscribió al período 1838-1852.
Sin embargo, la ficción que cultivó Sarmiento estaba muy unida a la escritura política, a la palabra relacionada con la verdad. Tal vez Echeverría no se decidió a publicar“El matadero” en la época de Rosas porque no confiaba demasiado
en la efectividad política de la ficción literaria. Esa misma desconfianza quizá
llevó a Sarmiento a adoptar para Facundo, su obra fundamental, un encabalgamiento entre lo ficcional y lo histórico. Mucho se ha escrito acerca del género
de esta obra: ¿novela o ensayo? La crítica literaria la define, en algunos casos,
como una novela ensayística, pero en sus páginas confluyen distintos géneros:
la autobiografía —en la primera página de la obra, por ejemplo— ; la biografía de Facundo Quiroga, pero también de otros personajes como la del mayor
Navarro; y la modalidad del ensayo, en tanto plantea como objetivo aclarar el
proceso argentino que se inicia con Facundo Quiroga y llega hasta Rosas.
El esquema básico del libro se asienta sobre la oposición “civilizaciónbarbarie”. Esta dicotomía desencadena otra serie de contrastes a la largo de la obra: modernidad-tradición; ciudad-campaña; Buenos Aires-interior del país. La literatura es el lugar
de la mediación entre estas oposiciones.
Facundo fue publicado en Chile en 1845. Su concepción se debió fundamentalmente a
la llegada a ese país de un enviado de Rosas, Baldomero García, que llevaba como misión
protestar por la campaña antirrosista de los exiliados argentinos, especialmente la desarrollada por el mismo Sarmiento. Esto precipitó al autor a escribir su obra, que apareció en
forma de folletín durante tres meses en el diario El Progreso.
Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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La primera página del Facundo
La anécdota que narra la primera página del libro de Sarmiento (seleccionada en el
inicio de este capítulo) ha sido analizada por Ricardo Piglia —escritor y estudioso de la
literatura argentina—, en relación con el cuento de Echeverría. Dice Piglia que en ambas
historias se narra una misma escena de violencia, en el cuerpo y en el lenguaje —la vejación del unitario que entra en el matadero y el destierro de un intelectual que debe huir
de su país—, generada por la confrontación civilización-barbarie. Lo interesante de la
anécdota de Sarmiento es que enfrenta a los que, desconcertados, no pueden comprender
una frase escrita en francés con el que sí puede dar cuenta de su significado —en este
caso, el escritor—, pero que, sin embargo, debe exiliarse. Si en el caso de Echeverría el
unitario que penetra en el territorio hostil es asesinado; en el de Sarmiento, el disidente
no tiene otra opción que abandonar su patria. Ése es el marco que inaugura los hechos
narrados en la obra y que pone en primer plano a la figura del caudillo riojano Facundo
Quiroga y, en segundo plano, a la figura de Rosas.
Del escritor liberal romántico al gentleman
Intelectuales como Echeverría, Sarmiento y José Hernández alternaron la práctica
literaria y periodística con el accionar político. De hecho, muchas de sus ideas llegarían
a regir los destinos de la Nación. El escritor romántico ejercía tanto la literatura como la
política, dos fuerzas que produjeron las mejores páginas de la época.
La década de 1880, con el inicio de la Argentina moderna, se caracterizó por el impulso del progreso y por grandes cambios sociales. Si bien no había desaparecido todavía la
actividad política de los escritores, la progresiva división del trabajo que se observó en
otros sectores de la estructura social fue separando la figura del político de la del escritor.
De a poco se impuso cierta especificidad propia de cada esfera. Los escritores de la llamada “generación del ’80” —Miguel Cané, Eduardo Wilde, Lucio Mansilla, Eugenio Cambaceres, entre otros— se situaron como voceros de la oligarquía liberal que, en ese momento,
regía política y económicamente los destinos del país.
Era la época en la que Buenos Aires, capital de la República, se volvió europea; se
embelleció con la construcción de edificios como el teatro Colón y muchos otros de estilo
francés; la clase adinerada argentina se habituó a comprar sus muebles y su ropa en París,
las mujeres lucían sus trajes en las funciones de la ópera y la élite dirigente se reunía en
el Club del Progreso.
El intelectual era un dandy o un gentleman que coleccionaba objetos artísticos exquisitos, exhibía su distinción en el Jockey Club y paseaba por Europa. Como muestra de estas
costumbres, en nuestra literatura quedaron relatos de viaje, narraciones autobiográficas
al estilo de Juvenilia, de Cané, y las conversaciones breves de Entre nos, de Mansilla. Pero
también quedaron las novelas de Cambaceres, en las que ya se mostraban las contradicciones de esta época que desembocó en la gran crisis económica de 1890.
Si el escritor que abrió nuestra literatura a principios del siglo XIX fue el liberal romántico, el que cerró este período fue el escritor gentleman de la generación del ’80.
Opiniones sobre Facundo
En “Facundo y su biógrafo”, Juan B.
Alberdi comenta su posición sobre
Facundo: “Es el manual del caudillo
y del caudillaje, en que el autor
desenvuelve y consagra la teoría
del crimen político y social como
medio de gobierno. Biografía de un
caudillo cuya vida es un tejido de
robos, de asesinatos, de violencias
y atentados de todo género. El
Facundo es un proceso criminal
hecho a Quiroga, en efecto, pero
en que el juez acaba por absolver
al reo de lesa humanidad y de lesa
patria desde que le oye hablar de
constitución”.
Por otra parte, en “Facundo y el
historicismo romántico; civilización
y barbarie”, el historiador Tulio
Halperín Donghi afirma: “No, no
hay tan sólo repulsa en la actitud
de Sarmiento ante la barbarie, no
es tan sólo para injuriar al enemigo
muerto, sino precisamente para
entenderlo”.
1. Lean el capítulo V de Facundo,
en el que se narran la infancia y la
juventud de Quiroga. ¿Qué relación
se establece entre el “tigre cebado” y
el “tigre de los llanos”?
2. Investiguen el origen de la idea
de Sarmiento acerca de la influencia
del medio en la personalidad del
individuo.
3. Organicen un debate a favor y en
contra de la siguiente afirmación:
“El medio influye en la personalidad
del individuo”.
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CONEXIONES
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En los inicios de la literatura norteamericana se relata el enfrentamiento con el “otro”;
en este caso, con el indio. James Fenimore Cooper narra en varias de sus novelas la
difícil convivencia de los blancos con los pieles rojas en el marco de las luchas entre
franceses y norteamericanos a principios del siglo XIX.
Matavenados
JAMES FENIMORE
COOPER
Nació en 1789, en New
Jersey, Estados Unidos.
Escribió 32 novelas de
aventuras en las que relata
la vida de los pioneros y sus
enfrentamientos con los
pieles rojas. Entre sus obras,
se destacan Los pioneros
(1823), El último mohicano
(1826), La pradera (1827),
El trampero (1840) y El
cazador de ciervos (1841).
Murió en 1851.
Natty Bumppo,
Matavenados, es un joven
cazador blanco que vivió
mucho tiempo entre los
indios delaware. Mientras
intenta rescatar a la
enamorada de su amigo
Chingachcook (uno de
los últimos mohicanos),
Matavenados se ve obligado
a matar a dos miembros de
la tribu de los hurones (en lo
que hoy es la frontera oriental
entre los Estados Unidos y
Canadá). Cuando comienza el
capítulo XXIX, Matavenados,
prisionero de los hurones, es
sometido a torturas.
32
Capítulo XXIX
Entre los salvajes, era de uso común someter los nervios de sus víctimas a las más
severas pruebas. Por su parte, para los indios era una cuestión de honor no demostrar
terror ni dolor sino más bien provocar al enemigo para arrancarle un gesto de violencia
que causara al prisionero una muerte rápida. Se sabía de muchos guerreros que habían
logrado una rápida conclusión de sus sufrimientos escupiendo injurias y terribles insultos, en el preciso momento en que sentían que su fuerza física los abandonaba ante las
torturas, obra de un ingenio infernal que podría eclipsar todo lo que se ha dicho acerca
de los métodos demoníacos de la persecución religiosa. Sin embargo, Matavenados no
podía provocar las pasiones de sus enemigos para protegerse de su ferocidad, ya que
se lo impedía su peculiar idea de los deberes de un hombre blanco, por lo que decidió
firmemente que soportaría cualquier cosa antes de deshonrar su color.
No bien los jóvenes comprendieron que estaban en libertad de comenzar, algunos de los más audaces y corpulentos de entre ellos se lanzaron al centro de la arena,
tomahawk* en mano. Se preparaban para lanzar esa arma letal, intentando hacer
blanco incrustándola en el tronco del árbol lo más cerca posible de la cabeza de su
víctima, pero sin rozarla siquiera. Era un experimento tan riesgoso que sólo aquellos
cuya pericia con el arma había sido sobradamente demostrada podían participar en
la prueba, para evitar que una muerte prematura arruinara el entretenimiento tan
esperado. Aun en manos confiables, el cautivo rara vez salía ileso, y con frecuencia la
muerte se producía incluso sin premeditación por parte del atacante.
Todos los que integraban la lista estaban más decididos a exhibir su destreza
que a vengar la muerte de sus camaradas. Cada uno de ellos se preparaba para la
prueba con un sentimiento de rivalidad más que de venganza, y durante los primeros minutos, el prisionero sólo tenía para ellos el interés que necesariamente
despierta un blanco viviente. Los jóvenes se mostraban más ansiosos que feroces,
y Talarrobles pensó que sería capaz de salvarle la vida al cautivo cuando la vanidad
de los jóvenes atacantes fuera satisfecha, siempre que no terminara sacrificado en
el curso del delicado experimento que estaba a punto de llevarse a cabo.
El primero en presentarse fue un joven llamado Cuervo, que todavía no había tenido la oportunidad de ganarse un sobrenombre más bélico. Era más notable por sus
pretensiones que por sus habilidades o proezas; y los que conocían su temperamento
sabían que el cautivo se hallaba en peligro inminente, desde el momento mismo en
que Cuervo tomó posición y alzó el tomahawk. No obstante, el joven, de buen natural,
sólo deseaba que su tiro fuera mejor que el de sus camaradas. Matavenados intuyó el
deseo de renombre de su agresor a partir de las advertencias que le hicieron los mayores, quienes hubieran objetado la participación de Cuervo de no ser por la influencia
Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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de su padre, un guerrero maduro de gran mérito que integraba el consejo de la tribu.
A pesar de todo, nuestro héroe permaneció imperturbable. Había decidido con
resignación aceptar que le había llegado la hora, y no hubiera sido una calamidad,
sino más bien un acto de misericordia, caer fulminado gracias a la impericia de la
primera mano que se alzaba contra él. Al cabo de un número importante de floreos y gesticulaciones, que prometían mucho más de lo que en realidad era capaz,
Cuervo lanzó el tomahawk. El arma describió los usuales giros en el aire, rebanó
unas astillas del arbolito al que el prisionero estaba amarrado, a unos centímetros
de su mejilla, y se clavó en un gran roble que se erguía pocos metros más atrás. Fue
decididamente un mal tiro, que despertó en la concurrencia burlonas risotadas
para gran mortificación del guerrero. Por otra parte, la valentía demostrada por el
prisionero provocó disimulada admiración. [...]
El infructuoso intento de Cuervo fue sucedido de inmediato por el de Le
Daim-Mose, el Alce, un guerrero de mediana edad particularmente hábil en el
uso del tomahawk, cuya participación era muy esperada por la concurrencia. Este
hombre hubiera sacrificado con gusto al cautivo en nombre del odio que sentía hacia los carapálidas, de no ser por el mayor interés que despertaba en él su
propio éxito como experto en el uso del tomahawk. Tomó posición en silencio
pero confiado, alzó su hacha apenas un instante, adelantó un pie con movimiento
rápido y tiró. Matavenados vio el arma que giraba presta hacia él y creyó que todo
había terminado. Sin embargo, el tomahawk ni siquiera lo rozó; fijó su cabeza al
árbol agarrándole el cabello y enterrándose en la blanda corteza. Una exclamación
general manifestó el deleite de los espectadores, y Alce sintió que su corazón se
ablandaba un poco al advertir que la imperturbabilidad del prisionero le había
permitido dar muestra de su consumada pericia.
El siguiente fue Saltarín, o Le Garçon qui Bondi, que ingresó a los saltos al centro
del círculo, como una cabra juguetona. [...] Saltarín rebotó a ambos lados y delante de
su cautivo, amenazándolo con el tomahawk, con la vana esperanza de que esta ominosa* exhibición le arrancara algún signo de temor. Finalmente, agotada su paciencia
ante tanta monería, Matavenados habló por primera vez desde el inicio de la prueba.
—¡Tira de una vez, hurón! —exclamó—. De otro modo, tu tomahawk olvidará
su utilidad. ¿Por qué haces tantas piruetas como un cervato que le muestra a su
madre qué bien sabe saltar? ¡Si ya eres un guerrero avezado, y otro tan avezado
como tú te está enfrentando, a ti y a todas tus tontas monerías! ¡Tira, o las muchachas se te reirán en la cara!
Aunque no tenían esa intención, estas palabras encendieron la furia guerrera de
Saltarín. La misma excitabilidad nerviosa que lo hacía tan activo físicamente le dificultaba el control de sus sentimientos, y en cuanto Matavenados soltó su desafío
el tomahawk salió disparado de las manos del indio. Lo lanzó sin ninguna buena
voluntad y con feroz determinación asesina.[...] Era la primera vez que se manifestaba un objetivo que no fuera aterrorizar al prisionero o exhibir destreza, y Saltarín fue
inmediatamente expulsado de la arena y fogosamente censurado por su apresuramiento e intemperancia*, que así habían frustrado todas las expectativas de la tribu.
Este indio irritable fue sucedido por otros jóvenes guerreros, que no sólo lanzaron su tomahawk sino también el cuchillo —un experimento aun más peligroso— con temeraria indiferencia, dando muestras, sin embargo, de tal habilidad
que nunca hirieron al cautivo.
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Varias veces el arma le pasó raspando, pero Matavenados no recibió lo que podría
llamarse una herida. La imperturbable firmeza con la que enfrentó a sus atacantes
despertó el profundo respeto de los espectadores, y cuando los jefes anunciaron que
el prisionero había pasado con éxito las pruebas del cuchillo y el tomahawk, ninguno
de los miembros de la tribu sentía ya hostilidad hacia él, salvo Sumach y Saltarín.
Talarrobles dijo entonces a su gente que el carapálida había demostrado ser
todo un hombre. [...] El jefe [...] procuró por todos los medios detener la prueba
a tiempo, pues sabía muy bien que si permitía que se desataran las más feroces
pasiones de los atormentadores, sus intentos de interrumpir la sangrienta carrera
serían tan inútiles como pretender embalsar las aguas de los grandes lagos. Convocó, por lo tanto, a cuatro o cinco de los mejores tiradores y les dijo que sometieran
al cautivo a la prueba del rifle, mientras les advertía que sus reputaciones dependían de la destreza que demostraran.
[...] Sin embargo, se produjo una breve interrupción antes de que el asunto se
concretara.
Enriqueta Hutter había presenciado todo lo ocurrido, y al principio la escena había
hecho que su mente se paralizara; pero ahora reaccionó indignada ante el inmerecido
sufrimiento que los indios infligían a su amigo. A pesar de ser tímida como un cervatillo, en muchas ocasiones afloraba en ella la intrépida defensora de la causa de la humanidad. [...] Ahora ingresó al círculo, suave, femenina, hasta púdica, pero severa y firme,
hablando como quien se sabe sostenida por la autoridad de Dios.
—¿Por qué atormentan a Matavenados, pieles rojas? —preguntó—. ¿Qué les
ha hecho para darles derecho a jugar con su vida? Si algún cuchillo o tomahawk
le hubiera acertado, ¿quién de ustedes podría curar esa herida? Además, al herir a
Matavenados estarían hiriendo a un amigo; cuando mi padre y Torbellino vinieron a arrancarles las cabelleras, Matavenados se negó a acompañarlos y se quedó
solo en la canoa. ¡Al atormentar a este joven, están atormentando a un amigo!
Los hurones la escucharon con grave atención y uno de ellos, que sabía inglés, tradujo lo que la joven había dicho. En cuanto Talarrobles entendió el contenido de lo
dicho, le respondió en su propio dialecto y el intérprete tradujo al inglés la respuesta.
—Bienvenidas son las palabras de mi hija —dijo el severo y anciano orador, con
tono amable y sonriendo con tanta amabilidad como si se dirigiera a una criatura.
Los hurones se complacen al oír su voz y escuchan lo que dice. El Gran Espíritu
suele hablar a los hombres a través de estas voces. Esta vez ella no ha abierto suficientemente los ojos para ver todo lo ocurrido. Matavenados no vino a arrancarnos
el cuero cabelludo, es verdad, pero ¿por qué no vino? Aquí, sobre nuestras cabezas,
se yerguen nuestros tocados de guerra, listos para ser arrancados; un enemigo audaz
debería extender la mano y arrebatarlos. La nación iroquesa* es demasiado noble
para castigar a los cazadores de cabezas. Nos gusta ver que los demás hacen lo mismo
que nosotros. Que mi hija mire a su alrededor y cuente mis guerreros. Si yo tuviera tantas manos como cuatro guerreros, habría menos guerreros que dedos en el
momento en que ustedes llegaron a mi territorio de caza. Ahora, me faltan tantos
guerreros como dedos de una mano. ¿Dónde están esos dedos? Dos fueron cortados
por este carapálida; mis hurones desean saber si lo consiguió gracias a un corazón
valiente o gracias a engaños, como un taimado zorro o como una temeraria pantera.
—Tú mismo viste, hurón, cómo cayó uno de ellos. Yo lo vi, y todos lo vieron.
Fue un espectáculo sangriento, pero no fue culpa de Matavenados. El guerrero
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Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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quiso quitarle la vida, y él se defendió. No sé si el buen libro* lo aprueba, pero
todos los hombres harían lo mismo. Vamos, si quieres saber quién dispara mejor,
dale a Matavenados un rifle y verás que él es mucho más diestro que cualquiera de
tus guerreros. [...]
Si alguien hubiera podido observar esta escena con indiferencia, le hubiera
resultado graciosa la seriedad con la que los salvajes escucharon la traducción de
este inusual pedido. Ni una pulla*, ni una sonrisa empañó su sorpresa, pues el
carácter y los modales de Enriqueta eran demasiado puros para despertar burlas
bestiales y feroces. Por el contrario, obtuvo una respuesta atenta y respetuosa.
—Mi hija no siempre habla como un jefe ante el consejo reunido en torno del
fuego —replicó Talarrobles—, o no habría dicho nada de esto. Dos de mis guerreros han caído bajo los golpes de nuestro prisionero; su tumba es demasiado pequeña para albergar a un tercero. A los hurones no les gusta apiñar a sus muertos. Si
un espíritu más está a punto de partir hacia el otro mundo, no debe ser el espíritu
de un hurón, sino el de un carapálida. Ve, hija, y siéntate junto a Sumach, que
está en duelo: deja que los hurones demuestren su puntería, deja que el carapálida
demuestre su indiferencia a las balas.
[...]
Tras esta interrupción, los guerreros volvieron a ocupar sus puestos, y otra vez
se dispusieron a demostrar su pericia, con dos objetivos en vista: poner a prueba
la entereza del cautivo y hacer gala de la firmeza del pulso de los tiradores, aun en
momentos de gran agitación. [...] Por cierto, el rostro de Matavenados estaba tan
próximo a las bocas de las armas que apenas si podía evitar el deslumbramiento del
fogonazo, y sus ojos miraban directamente los cañones preparándose para el fatal
mensajero que estaba a punto de brotar de cada uno de ellos. Los astutos hurones
conocían perfectamente este efecto, y todos ellos acomodaron el arma, pero no sin
antes haberla apuntado directamente a la frente del prisionero, con la esperanza
de lograr así que la fortaleza lo abandonara. No obstante, todos ellos tuvieron gran
cuidado de no herirlo, ya que el descrédito de matarlo prematuramente sólo era
menor que el de fallar el tiro por completo. Efectuaron disparo tras disparo y todas
las balas pasaron a mínima distancia de la cabeza de Matavenados, sin rozarlo.
—Podrán llamar a esto puntería, Mingos —exclamó—. [...] Desátenme los
brazos, pongan un rifle en mis manos, y desde noventa metros de distancia incrustaré en el árbol y de un tiro el penacho más delgado que penda de la cabeza de
cualquiera de los presentes.
Esta provocación fue recibida con un murmullo grave y amenazante. La ira de
los guerreros se encendió al escuchar semejantes burlas de quien los despreciaba
al punto de no pestañear cuando le descargaban un rifle casi tan cerca como para
quemarle la cara. Talarrobles [...] se interpuso a tiempo impidiendo así que los
demás procedieran a torturarlo salvajemente hasta matarlo. [...]
—Ya veo —dijo–. [...] Hemos sujetado a Matavenados con demasiada fuerza;
las sogas impiden que sus miembros tiemblen y que sus ojos se cierren. Aflójenlas,
y veamos de qué está hecho su cuerpo realmente.
James Fenimore Cooper: Matavenados, en El fin de la inocencia, Antología de cuentos
norteamericanos del siglo XIX, Buenos Aires, Biblos, 2005 (adaptación).
*
tomahawk: hacha de mano.
ominosa: abominable.
intemperancia: falta de
templanza.
nación iroquesa: la confederación
iroquesa reunía distintas tribus
indígenas de Norteamérica. Eran
grupos de agricultores que también
se dedicaban a la caza y al comercio
de pieles. Los mingos o hurones
formaban parte de la confederación.
el buen libro: se refiere a la Biblia.
pulla: dicho con el que se humilla a
una persona.
a
1. Expliquen cuál es la razón por
la que Matavenados soporta el
tormento que le infligen los indios.
2. ¿Cómo caracterizarían a los indios
y a los blancos que protagonizan este
capítulo?
3. ¿Qué razones da Enriqueta Hutter
para que liberen a Matavenados?
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Los inicios de la literatura norteamericana
El último mohicano en el cine
Existen varias versiones fílmicas
de la novela de Cooper El último
mohicano, que se convirtió en un
clásico del cine de aventuras.
La más reciente es de 1992, dirigida
por Michael Mann y protagonizada
por Daniel Day-Lewis.
El siglo XIX representó para los Estados Unidos la época de consolidación, de expansión territorial y de desarrollo del capitalismo a través de distintos métodos: la anexión
de las tierras del Oeste que habitaban los indios, luego de su exterminio; las luchas con
México y la compra de posesiones a Estados europeos como Francia y España.
Luego de declarada la Independencia en 1776, los escritores y pensadores norteamericanos iniciaron la tarea de crear una literatura nacional basándose en las circunstancias
históricas y en las tradiciones políticas y religiosas que inspiraron los acontecimientos.
Sin embargo, no todos los intelectuales confiaban en el poder de la ficción: algunos
opinaban que la literatura no condecía con el espíritu práctico que se necesitaba para la
etapa fundacional de la nación. Otros, enfrentados con un territorio nuevo e inexplorado,
deseaban diseñar una visión propia de la nueva realidad geográfica y social. Un último
grupo sostenía que se debían seguir los modelos de los escritores europeos y, en especial,
de los ingleses. El debate entre nacionalistas y europeístas definió casi todo el siglo XIX
en la literatura norteamericana. Así, hacia mediados de siglo, Herman Melville —autor de
Moby Dick— y Mark Twain —que escribió Huckleberry Finn— representaron la segunda de
estas posiciones; mientras que Henry James —autor de Otra vuelta de tuerca— manifestó
una fuerte influencia de los escritores europeos.
James Fenimore Cooper, un romántico entre pieles rojas
James Fenimore Cooper fue uno de los escritores que marcó el inicio de la narrativa
norteamericana. Si bien sus obras se inspiraron en acontecimientos históricos y muchas
presentan como fondo el enfrentamiento entre franceses e ingleses por las tierras de
Canadá, es notable la influencia del movimiento romántico europeo, en especial de Walter Scott, de quien tomó la idealización de la naturaleza y de los seres humanos.
El escritor pasó la mayor parte de su infancia en el estado de Nueva York, en contacto
con tierras habitadas por los indios, ya que era hijo de un importante colono. De esa experiencia obtuvo el material narrativo de gran parte de su novelística. Así, por ejemplo, el
protagonista de Matavenados, Natty Bumppo, también ha vivido entre los indios delaware
y el contacto concreto y material con los ambientes y los seres humanos conforman su
visión idealizada del paisaje y de los indios. En la novela, él es el personaje que defiende
la idea de la igualdad de los seres humanos ante Dios; en cambio, otros personajes como
Torbellino o Tomás Hutter sostienen la idea de la superioridad del blanco y, por lo tanto,
la legitimidad del exterminio de los pieles rojas. Para Matavenados, lo único que justifica
la lucha es la defensa de la vida.
Cooper es el creador de cinco novelas conocidas como Leatherstocking Tales, entre las
que se destacan Matavenados (1840) y El último mohicano (1826). Su protagonista es el
cazador blanco, Natty Bumppo, figura heroica que resume los ideales del autor.
a
1. Comparen las características de los personajes de
“El matadero” con los del capítulo XXIX de Matavenados.
Establezcan similitudes y diferencias.
2. Debatan en grupo la idea de justicia que expresa el jefe
de los hurones.
ADES
ACTIVID
36
3. Busquen información sobre el exterminio de los pueblos
originarios en los Estados Unidos. Confróntenla con lo
ocurrido en la Argentina durante la Conquista del Desierto.
4. Investiguen acerca de la situación actual de los pueblos
indígenas en los Estados Unidos y en la Argentina.
Capítulo 2. Civilización y barbarie.
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TALLER DE ESCRITURA
La representación del “otro”
1. Observen los cuadros de la
historieta “El matadero”, de
Enrique Breccia.
2. Escriban dos textos breves,
uno titulado “Los federales” y el
otro, “El unitario”, basándose en
el cuento y en las imágenes de la
historieta.
3.Traten de ver las películas
Historias mínimas, de Carlos Sorín,
o Mundo grúa, de Pablo Trapero,
y conversen acerca del tema del
desclasado y de la marginalidad.
4. Elijan una de las películas y
escriban un texto de opinión
sobre alguno de los problemas
planteados en los filmes. Un
título posible podría ser “La
marginalidad: ¿expulsión o
rebeldía?”.
ITINERARIOS DE LECTURA
❚ La dicotomía entre “civilización
y barbarie” no es exclusiva de la
literatura del siglo XIX. A partir
de este eje, es posible leer relatos
más actuales como “La fiesta del
monstruo”, en el que Adolfo Bioy
Casares y Jorge Luis Borges tratan
el enfrentamiento político en la
época de Perón.
❚ “El niño proletario”, de Osvaldo
Lamborghini, cuenta una historia
de crueldad inusitada contra el
que es diferente.
❚ En el cuento “Las puertas del
cielo”, de Julio Cortázar, se
enfrentan dos mundos, el del
narrador intelectual y el de los
monstruos, del que Celina, la
protagonista femenina, es parte.
37
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