FILMUS: EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN FRENTE A LOS

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FILMUS: EL PAPEL DE LA EDUCACIÓN FRENTE A LOS DESAFÍOS DE LAS
TRANSFORMACIONES TECNOLÓGICAS (7134)
La década de los 70 significó el fin del predominio de las concepciones optimistas acerca de los
aportes de los sistemas educativos al desarrollo económico – social de los países latinoamericanos y
en particular de la Argentina. Con diferente énfasis de acuerdo con cada una de las etapas históricas,
estas perspectivas impulsaron el desarrollo del sistema educativo durante más de 150 años con la
convicción de que este desarrollo era el pilar fundamental de la modernización del país y del
bienestar de su pueblo.
El principal papel que desempeñó la escuela en momentos de su primera gran expansión a partir de
fines del siglo XIX fue más político que económico: integrar poblaciones que vivían en regiones
sumamente diferenciadas económica, social y culturalmente, incorporar a la cultura e historia
nacional a legiones de inmigrantes que portaban los valores y pautas de comportamiento de sus
países de origen y dotar de un grado de consenso y hegemonía a un Estado que surgía como un
sustento muy endeble. No se pueden subestimar las expectativas que se colocaron en la educación
en torno a la formación de “ciudadanos” que debían participar crecientemente en la vida política del
país
Paralelamente al creciente desarrollo industrial producido en momentos en que las coyunturas
internacionales lo exigieron (1º y 2º guerra mundial y crisis del 29), el papel otorgado a la
educación fue orientado cada vez más hacia el cumplimiento de los requisitos del modelo
económico (crear recursos humanos para la siguiente industria). La escuela siguió desempeñando
una función integradora, ahora atendiendo a la incorporación de millones de migrantes internos que
abandonaron el campo para dirigirse a la ciudad.
La visión de que la educación era el motor principal de la movilidad social ascendente de la
población y del crecimiento económico del país se tornó hegemónica hasta entrada la década del 70.
Uno de los hechos que marcan más nítidamente la crisis del sistema educativo en torno a la
definición de su función social es el quiebre de esta tendencia producido definitivamente a
mediados de la década de los 70. En efecto, a partir de 1975 la economía argentina comienza a
decrecer año tras año. A pesar de ello, la expansión del sistema educativo no se detiene. Por otra
parte, producto del mismo estancamiento, la estructura social argentina tradicionalmente abierta
comienza a cristalizarse.
Es cada vez mayor el contraste entre una realidad en la cual se desvalorizan cotidianamente las
certificaciones educativas en el mercado de trabajo y las tradiciones familiares en las cuales la
promoción social de generaciones anteriores estuvo apoyada en el nivel educativo alcanzado.
Mencionaremos tres factores importantes que coadyuvan a abandonar las visiones optimistas de la
educación a las que hacíamos referencia al comienzo.
- El impacto de las concepciones reproductivistas de la educación. Estas perspectivas dieron por
tierra con la visión idílica que existía de la escuela y enfatizaron el análisis de su papel en la
reproducción de las desigualdades sociales tanto a nivel material como cultural El surgimiento
de estas teorías contribuyó a desmovilizar la demanda popular por educación, ¿para qué exigir
igualdad de oportunidades para ingresar a un sistema cuyo objetivo es perpetuar la condición
subalterna de quienes más necesitarían acceder a los bienes educativos?.
- La crisis del modelo del Estado de Bienestar. Esta crisis colocó en el centro de la preocupación
de los gobiernos la necesidad de contención del gasto fiscal. La imagen de una escuela “no
productiva” colaboró en justificar la necesidad de realizar un ajuste en el ámbito educativo y, en
algunos casos de A. Latina, en intentar colocar la educación bajo las leyes del mercado. En
estos casos la competencia entre escuelas públicas y privadas pasó a ser un incentivo para
mejorar la calidad educativa. Un circulo perverso se cerraba: no se invierte en la educación por
su baja calidad y productividad. A su vez la falta de inversión provoca un descenso en la
calidad educativa tornándola cada vez menos productiva y llevándola a niveles difícilmente
recuperables.
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-
Las concepciones optimistas de la educación también fueron puestas en cuestión por muchas
investigaciones que constataron empíricamente el desfasaje existente entre la demanda de la
sociedad y lo que efectivamente brindaba el sistema educativo.
La pérdida del sentido principal en torno al cual estructurar y desarrollar el sistema educativo
genera entre los actores del sistema educativo un estado de “anomia” respecto de las demandas de la
sociedad. ¿Para qué educar? Parece ser la pregunta que no encuentra respuesta.
EL CONOCIMIENTO COMO VALOR FUNDAMENTAL DE LA COMPETITIVIDAD DE LAS
NACIONES
La paradoja central es que la situación de “anomia educativa” ocurre al mismo tiempo que las
transformaciones mundiales colocan al conocimiento como el factor principal de la competitividad
de las naciones en los inicios del siglo XXI. La nueva situación mundial producida por el derrumbe
del sistemas socialista, el acelerado avance científico – tencológico, la generación de nuevos
patrones de producción y de organización del trabajo y la constante internacionalización de las
economías son algunos de los elementos que promueven la creciente centralidad del conocimiento.
La teoría económica internacional está obsoleta; los factores tradicionales de producción – tierra,
trabajo y capital se están convirtiendo en fuerzas de limitación más que en fuerzas de impulso. El
conocimiento se está convirtiendo en un factor crítico de producción.
En el caso de las tecnologías nuevas, las industrias señaladas como básicas para el futuro próximo
(microelectrónica, telecomunicaciones, nuevos materiales, robots e informática), se podrán instalar
en cualquier lugar del planeta; dónde se instalen, dependerá de quiénes puedan organizar la
capacidad cerebral para aprovecharlos. Los bienes fundamentales de una nación serán la capacidad
y destreza de sus ciudadanos..
A esta altura cabría preguntarse si la estrategia de desarrollo basada en la capacitación y el
conocimiento es sólo viable para los países centrales. Esta estrategia también es fundamental para la
transformación de los países de la región. En este trabajo se exponen argumentos en la dirección de
colocar la transformación educativa y el aumento del potencial científico – tecnológico como ejes
de la conformación de una nueva ciudadanía.
Cuatro de los principales objetivos que pueden ayudar a superar la anomia y a volver a dar sentido y
direccionalidad a nuestros sistemas educativos son: 1. la integración nacional; 2. el fortalecimiento
democrático; 3. mayores niveles de justicia social y 4. parámetros más altos de productividad y
competitividad internacional.
LAS TRANSFORMACIONES TECNOLÓGICAS MODIFICAN LAS DEMANDAS QUE DEBE
SATISFACER EL SISTEMA EDUCATIVO
Las actuales perspectivas que vinculan educación y economía ya no enfatizan que sea la cantidad de
años de escolarización el factor que sustenta el desarrollo. El acceso al conocimiento y a
determinadas competencias (y no sólo el acceso a la escuela) es visto ahora como el elemento
decisivo para participar activamente en los nuevos procesos productivos. Qué tipos de
conocimientos o de competencias desarrolla la educación pasa a ser el problema central.
Veamos las nuevas características de los procesos productivos y sus implicancias en el tipo de
competencias que el sistema educativo debe desarrollar entre sus alumnos.
- Existe actualmente un debate acerca de los efectos globales de la incorporación de la
automatización de los procesos productivos y de servicios respecto al aumento o disminución
de la demanda de mano de obra; la elevación del nivel de complejidad de las actividades genera
la creación de una mayor cantidad de puestos de trabajo que requieren una capacitación para
realizar operaciones de nuevo tipo con tecnologías sofisticadas. Al mismo tiempo, tienden a
disminuir tanto los puestos de trabajo no calificados y semicualificados como aquellos que
tradicionalmente se cualificaban a través de la experiencia laboral. Este proceso tiende a
generar una demanda de mano de obra altamente calificada que, entre otros aspectos, debe
poseer: a) una sólida formación general; b) capacidad de pensamiento teórico abstracto; c) una
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comprensión global del proceso tecnológico fortalecida por una sólida formación lógico –
matemática, estadística e informática.
- Es cada vez más frecuente la rotación permanente de personal por diferentes puestos de trabajo.
De esta manera se abre la posibilidad de integración de un amplio espectro de tareas en
conexión con contenidos heterogéneos en un solo empleado. Es por ello que una de las
características básicas del nuevo tipo de formación debe ser la polivalencia, la
polifuncionalidad y flexibilidad. Esta realidad potencia la necesidad de fortalecer una formación
general abstracta y abarcativa y una capacitación técnica amplia. En el marco de esta educación
se debe poder realizar cualquier tipo de cualificación específica que permita adaptarse a
requerimientos de diferentes puestos de trabajo y a empresas cada vez más flexibles.
- La flexibilización en las formas organizativas de la producción tiende hacia un claro
predominio de la descentralización de la toma de decisiones. En las empresas modernas se está
produciendo el reemplazo de estructuras piramidales y cerradas por redes planas, interactivas y
abiertas. Al mismo tiempo, existen otras actividades que, requiriendo un alto grado de
autonomía en su ejecución, están adquiriendo un peso mayor en la organización empresarial:
son las de control, regulación y supervisión. En este marco, otras de las competencias
crecientemente demandadas están vinculadas con: a) la capacidad de autonomía en torno a las
decisiones; b) posibilidad de pensar estratégicamente y planificar y responder creativamente a
demandas cambiantes; c) capacidad de observación, interpretación y de reacción con toma de
decisiones ante situaciones imprevistas, etc.
- Se imponen modelos productivos que enfatizan la cooperación e interacción entre los diferentes
roles ocupacionales. Esta tendencia aparece reforzada por la necesidad de articulación de
esfuerzos de diferentes empresas o unidades productivas en determinados campos. También por
el proceso de descentralización de un conjunto de etapas productivas de las grandes empresas
hacia otras más pequeñas produciendo un encadenamiento o cadena interempresaria que exige
una mayor colaboraación. Estos procesos demandan una alta capacidad de cooperación entre
los trabajadores. Esta capacidad dependerá en gran medida de sus competencias para la
comprensión de la información y la comunicación verbal y oral y del dominio de las
habilidades requeridas para el trabajo colectivo. Al mismo tiempo cobran importancia la
capacidad de negociar. La combinación del proceso cooperativo con el aumento de los puestos
de supervisión y de conducción intermedia obliga también a promover las condiciones de
liderazgo, es decir, la capacidad y habilidad para conducir equipos de trabajo para el
cumplimiento responsable y participativo de los objetivos propuestos.
- Por último, hay que tener en cuenta que la rápida obsolescencia de las tecnologías obliga a
pensar en una recualificación permanente de los trabajadores.
Un profundo análisis de las nuevas competencias que demandan las tecnologías y modos de
organizar la producción emergentes permite observar el desarrollo de tres procesos hasta ahora
inéditos:
1. Estas competencias también son imprescindibles para potenciar las posibilidades de
participación social y laboral de aquellos que quedan marginados del acceso a los
puestos de trabajo generados por las transformaciones. Este elemento cobra una
especial importancia en los países periféricos, ya que la fuerza de trabajo
comprendida actualmente (y pareciera que por lo menos en un futuro cercano) en los
nuevos procesos tecnológicos es limitada. En primer lugar, porque los nuevos
perfiles educativos tienen que ver también con la necesidad de formación integral del
ciudadano y no sólo de su faceta laboral. Por otra parte, las competencias que
significan el desarrollo de las capacidades para la iniciativa y para el
emprendimiento personal deben abarcar a toda la población porque cualquier parcela
puede ser excluída en cualquier momento de los roles productivos modernos.
2. Las competencias requeridas para el desempeño exitoso en el mundo del trabajo son
cada vez más coincidentes con las necesarias para el desempeño de la participación
ciudadana. De confirmarse esta tendencia se pondría fin a una dicotomía que no
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alcanzó a resolver el sistema educativo desde su origen hasta la actualidad: una
formación general esencialmente academicista vs una capacitación laboral propensa
a caer en el mecanicismo y el adiestramiento instrumentalista. Las competencias
enunciadas anteriormente son fundamentales para la formación de las características
de una nueva ciudadanía. Principalmente para la participación activa en la vida
política y en la articulación de sus demandas sectoriales.
Pero al mismo tiempo la escuela debe educar en valores y principios éticos tales como la
integración social, la igualdad y la solidaridad que no sólo le permitan desenvolverse en la vida
familiar, cultural, comunitaria y política, sino también darle un sentido más profundo y más crítico a
su actividad laboral y a los fines con que son utilizados los avances científico – tecnológicos.
3. El tipo de competencias que hoy día los empresarios demandan al sistema educativo
se va aproximando en forma creciente a las que históricamente proponía (y no
encontraba respuesta) el movimiento trabajador. En efecto, la bandera de la
educación básica, única y general de la mayor cantidad de años posible, de carácter
abstracto y politécnico, fuertemente vinculada a la cultura del trabajo, fue sostenida
por el movimiento y los partidos obreros.
Los beneficios de la nueva situación, ¿para algunos o para todos?.
¿INTEGRACIÓN O EXCLUSIÓN?
¿Alcanzan estos procesos para recuperar el optimismo pedagógico anterior a los 70?. Creemos que
no, que tanto las transformaciones científico – tecnológicas y los cambios en la forma de
organización del trabajo como las nuevas condiciones internacionales y nacionales que generan los
nuevos paradigmas de competitividad conllevan una tensión entre sus efectos excluyentes y sus
efectos integradores.
Desde nuestra perspectiva (en Argentina): la tendencia que hasta el momento han desarrollado estos
procesos ha sido hacia el aumento de la brecha entre los países. En el marco de economías cada vez
más internacionalizadas, la ya señalada pérdida de importancia relativa de la producción primaria es
uno de los elementos centrales. Tampoco parece posible el desarrollo basado en las industrias que
requieren mano de obra intensiva a bajo costo. Ello se debe, entre otros factores, a que a partir de la
utilización de las nuevas tecnologías la incidencia del costo de la mano de obra en el precio final del
producto es cada vez menor.
Sin embargo es posible afirmar que las principales alternativas integradoras que permiten disminuir
las desigualdades entre las naciones van de la mano del avance científico – tecnológico, el
conocimiento y la capacitación de la población. Esta realidad exige que el aporte público y privado
dedicado al desarrollo científico – tecnológico y a la educación de la población debe alcanzar
niveles sin precedentes.
Ahora bien, la integración de nuevas tecnologías también produce tendencias contradictorias al
interior de los países. Algunas de ellas favorecen las condiciones de integración del conjunto de la
sociedad. Otras, en cambio, producen una fragmentación y una desigualdad mayor.
En casos como el argentino, por ejemplo, el crecimiento económico de los últimos años no significa
un aumento correlativo de demanda de mano de obra para la industria. Por un lado, es cierto que las
transformaciones tecnológicas muestran un efecto expulsivo de mano de obra principalmente en los
puestos de trabajo poco calificados. No son pocos los sectores expulsados que no están en
condiciones etáreas o de formación de base que les permitan una conversión profesional. Los
jóvenes con baja calificación que buscan su primer trabajo y las mujeres también son grupos que
pueden ser focalizadamente afectados por esta situación.
El aumento de la productividad y competitividad regional e internacional de nuestra economía
puede generar las condiciones para una mayor equidad. Por otra parte, actualmente no es tan
importante inventar productos nuevos como generar tecnologías que permitan fabricarlos de mejor
calidad y más baratos. Quienes están en condiciones de generar y aplicar estas tecnologías también
pueden adueñarse de los inventos realizados por otros. Según Thurow, si el camino que lleva al
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éxito es la invención de nuevos productos, la educación del 25% más inteligente de la fuerza de
trabajo es decisiva. Si el camino que lleva al éxito es el que está en hacer los productos más baratos
y mejor, la educación del 50% inferior de la población ocupa el centro del escenario. Si el 50%
inferior no puede aprender lo que debe ser aprendido, será imposible utilizar los nuevos procesos de
elevada tecnología. Al mismo tiempo la mayor productividad también puede redundar en mejoras
sustantivas de las condiciones de trabajo.
Para el resto de la población no se requiere más que una educación que garantice su permanencia no
conflictiva en el mercado de trabajo informal o marginal. Destinar recursos en sobrecualificar mano
de obra que no tendrá espacios para aplicar integralmente su capacitación será visto como un gasto,
no como una inversión. La segmentación y fragmentación del sistema educativo tenderá a
profundizarse, diferenciando desde la base del sistema las posibilidades de participación social y
laboral de la población y acelerando los procesos de marginación. No es difícil de prever que la
falta de equidad y de integración social condiciona fuertemente la estabilidad democrática.
Por el contrario el segundo de los escenarios sintéticamente descriptos exigirá ampliar los circuitos
de alta calidad del sistema educativo para que la totalidad de la población pueda acceder a ellos. Si
bien no habrá garantía de empleo para todos en los sectores de avanzada este escenario necesitará
que todos sean “empleables”. Sólo de esta manera se promoverá que tenga plena vigencia la
igualdad de oportunidades y posibilidades de integración social. Al mismo tiempo esto permitirá
que las competencias que desarrolla el sistema educativo sirvan tanto para la participación
ciudadana, como para desarrollar exitosamente “vías alternativas” de inserción en el mercado de
trabajo en el caso de no conseguir ingresar a los puestos de trabajo de alta tecnología.
Es necesario tomar en cuenta la irreversibilidad de ciertos procesos. La ampliación de la brecha a
nivel de las naciones y dentro de nuestra propia sociedad, genera condiciones cada vez más difíciles
para la integración. La paradoja es clara: nunca como ahora el conocimiento se convirtió en un
elemento central para el desarrollo sostenido. Al mismo tiempo, nunca como ahora el quedar al
margen de ese conocimiento significa también marginarse de toda posibilidad de participación
activa en ese conocimiento.
Del papel y de la importancia que el Estado y el conjunto de los sectores de la sociedad otorguen a
la transformación y la elevación de la calidad del sistema educativo depende en gran medida el
sentido integrador o restrictivo que adopten los cambios científico – tecnológicos en nuestro país.
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AROCENA: LAS REFORMAS DE LA EDUCACIÓN SUPERIOR Y LOS
PROBLEMAS DE DESARROLLO EN AMÉRICA LATINA (2018)
1 REFORMA UNIVERSITARIA Y DESARROLLO EN EL ACONTECER LATINOAMERICANO
En la historia de A. Latina, ha sido muy significativa la interacción de las reformas de la ES con las
políticas para el desarrollo.
La única transformación de la ES latinoamericana con envergadura de “revolución académica” ha
sido el Movimiento de la Reforma Universitaria que tuvo lugar en el Manifiesto de los estudiantes
de Córdoba en 1918; ésta tendía a lograr la democratización de la universidad para que ésta
contribuyera a la democratización de la sociedad.
La gran crisis de comienzos de los 80 alimentó lo que sus propios portaestandartes caracterizaron
como una “contrarrevolución” en el pensamiento sobre desarrollo: sus enfoques no colaboraron a
captar la gravitación de grandes fenómenos como el nuevo papel social y económico del
conocimiento. En las plataformas antidictatoriales los postulados de la Reforma de Córdoba
encontraron un lugar: la autonomía universitaria, el cogobierno e incluso la eliminación de las
restricciones al ingreso o la unidad de las tareas de enseñanza, investigación y extensión. Pero a
partir de entonces, el ideario de Córdoba, confrontado con mandos universitarios mucho más
grandes y complejos que aquél en el que surgiera, no fue capaz de impulsar transformaciones de la
ES a la altura de los nuevos problemas. En ese contexto, intereses e ideas similares a los que
plasmaron una contrarrevolución en el desarrollo impulsaron una contrarreforma en la ES.
2 LAS REFORMAS DESDE AFUERA Y SUS AVATARES NACIONALES
Comenzando en los 80, propuestas similares para la ES fueron impulsadas por la mayor parte de los
gobiernos latinoamericanos. Se apuntó a modificar las formas de financiamiento y a implantar
sistemas de evaluación, al tiempo que se preconizaba un relacionamiento más estrecho con el sector
productivo. Las herramientas de política empleadas coincidieron en grado sumo con las
recomendaciones del Banco Mundial. El proceso se inscribió en la lógica general de la reforma del
Estado preconizadas por las corrientes dominantes en el pensamiento sobre el desarrollo. Las
reformas en cuestión favorecieron la mercantilización del trabajo académico y, más en general, la
privatización del conocimiento. Explícita o implícitamente, se buscó debilitar los vínculos
establecidos durante la Reforma Universitaria y de la búsqueda de caminos para el desarrollo
autónomo, entre las universidades públicas latinoamericanas y los movimientos sociales y políticos
universitarios.
Se configuró así, de hecho, un proyecto de contrarreforma.
Chile: constituyó – dictadura militar mediante - el caso más temprano y neto de aplicación de la
doctrina neoliberal, en la sociedad en general y también en la ES, donde se la aplicó a partir de
1981. Las universidades fueron inducidas a comportarse como empresas en el mercado, definiendo
qué cursos dictar o no en función de la relación costo – beneficio, cerrando programas que no
resultaron rentables, exigiendo financiamiento externo para realizar tareas de extensión. Buena
parte de las instituciones privadas tienen bajo nivel, si bien algunas presentan un desempeño
académico mejor, incluso a nivel de posgrado, pero no hay universidades de investigación privadas.
Este modelo sigue vigente.
Colombia: tuvo lugar en el marco de la Reforma Constitucional de 1991. La ley de 1992 apuntó a
precisar el marco constitucional y a impulsar la investigación científica y tecnológica en las
universidades. Su principal consecuencia fue la creación de un sistema nacional de acreditación y la
promoción de una cultura de la evaluación.
Ecuador: ilustra tres rasgos generales de la evolución reciente de la ES: la expansión cuantitativa,
el intento de vincularla con la producción y el énfasis en la acreditación.
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Venezuela: la dinámica política e ideológica de resistencia a los regímenes oligárquicos, junto con
los recursos provenientes del petróleo, posibilitó la extensión de la ES a todas las ciudades
importantes y un importante incremento en la matrícula de estudiantes. En tal contexto, durante los
90, la contrarreforma no encontró mayor asidero.
Uruguay: no llegó a concretarse un acuerdo con el Banco Mundial: las reformas “desde afuera”,
típicas de los 90 fueron impulsadas con mucha debilidad.
Argentina: fue donde con más claridad se enfrentaron durante los 80 y los 90 la tradición de
Córdoba y la contrarreforma. El gobierno (1983 – 1989) rechazó el diagnóstico y las propuestas
provenientes del Banco Mundial, que a continuación el régimen de Menem hizo suyas, la cual
limitó la autonomía y abrió posibilidades de restringir el acceso así como de establecer aranceles,
contradiciendo lo establecido en la Constitución del año anterior. Se proponía incluso privatizar la
gestión de las universidades concursando la concesión de las mismas, con lo que desaparecerían la
autonomía, el cogobierno y la designación de docentes por concurso. Tras el derrumbe económico
de fines de 2001, el país entró en una nueva etapa política e ideológica, donde las cuestiones de la
educación y del desarrollo se abren a una discusión mucho más amplia.
Paraguay: es un ejemplo que aparece como auspicioso: la vinculación entre los procesos de
democratización y las apuestas colectivas a la educación como clave de proceso colectivo.
3 CUADRO DE SITUACIÓN
Sigue creciendo rápidamente el número de estudiantes, de instituciones e incluso de docentes: aún
así, la proporción de jóvenes que acceden a este nivel educativo es mucho menor que en los países
centrales. Otro rasgo es también la rápida feminización de la matrícula terciaria.
También ha seguido creciendo el componente privado de la ES latinoamericana. Se sostiene que en
A. Latina se está formando un “modelo tripartito”: público, privado local y privado internacional; la
gravitación de la tercera parte de ese modelo es uno de los muchos aspectos ligados a la expansión
de la educación virtual. La proliferación de “alianzas estratégicas” entre instituciones privadas de la
región y de fuera de ella, sugiere que, más que a la conformación de un modelo tripartito, asistamos
a la creciente internacionalización del componente privado de la ES latinoamericana.
El accionar estatal se ha caracterizado por un énfasis en la evaluación, que se va desplazando a la
acreditación. Los procedimientos vinculados han recortado la autonomía de las instituciones de ES:
han estado a cargo principalmente de organismos dependientes del Poder Ejecutivo, donde
predominan los criterios gerenciales característicos de las reformas impulsadas en los 90. Esos
criterios se vinculan con una manera de entender la “rendición de cuentas” que favorece una
tendencia de alcance mundial, el creciente control de la gestión universitaria por administradores
profesionales.
Los gobiernos han insistido en que las universidades públicas deben vincularse estrechamente con
el sector productivo. Como tendencia general, cabe sostener que esas universidades han llegado a
realizar importantes esfuerzos en esa dirección sin encontrar demasiado eco, ni en el empresariado
ni en los propios gobiernos. La colaboración de las universidades con la producción no ha adquirido
verdadera entidad, principalmente porque el conocimiento avanzado juega un papel escaso en la
economía latinoamericana y porque persiste la antigua tendencia a comprar afuera el conocimiento
que se reputa necesario. Esto se ha visto agravado por el creciente desempleo y la emigración de
profesionales y técnicos, frente a los cuales las respuestas gubernamentales han sido
primordialmente pobres.
Paralelamente, las universidades públicas de A. Latina siguen siendo los principales focos de
creación de conocimiento en la región. En muchos casos, ofrecen la mejor enseñanza de grado
disponible. Desempeñan un papel importante en la difusión y aplicación del conocimiento,
particularmente a través de la extensión, que las vincula con sectores socialmente postergados.
4 CONOCIMIENTO Y SUBDESARROLLO
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El subdesarrollo presenta grados distintos en las diversas regiones y cambios notables a lo largo del
tiempo. Entre estos últimos, los más relevantes, se asocian a la emergencia de lo que cabe
denominar la sociedad capitalista del conocimiento. La denominación alude tanto a lo técnico
productivo como a lo social e institucional o, si se prefiere, al núcleo central de las fuerzas
productivas y a las relaciones de producción predominantes. Se destaca tanto la relevancia creciente
de la ciencia y la tecnología en la configuración de las formas del poder social, en los riesgos y en la
distribución de beneficios y prejuicios, como las interacciones entre ese proceso y la reestructura
del capitalismo en los países centrales.
La tendencia a la privatización del conocimiento es una consecuencia directa de tales fenómenos. El
proceso, en su conjunto, ha sido teorizado como una nueva “revolución académica” de la que surge
la “universidad empresarial”, caracterizada por la incorporación a la enseñanza y a la investigación,
de contribuir al crecimiento económico a través de la capitalización del conocimiento avanzado.
La expansión de la ES privada se inscribe en la tendencia general a la privatización del
conocimiento: se acelera sobre todo en algunas zonas donde coexisten una gran demanda social por
ese tipo de enseñanza con una relativa desatención gubernamental.
Si se considera no sólo la cantidad sino la calidad de la educación, resultarían todavía mayores las
diferencias en las capacidades entre países centrales y periféricos. Pero aún es más grande la
diferencia en las oportunidades para aprovechar tales capacidades, como lo muestra el que los
recursos humanos altamente calificados se desplazan desde donde son escasos hacia donde son
abundantes. El 50% de los inmigrantes a EUA desde Sudamérica y el 75% de los de África
Subsahariana tienen educación terciaria.
Las divisorias del aprendizaje son profundas y se están ampliando, constituyendo un factor mayor
de la dependencia económica, política y aún ideológica de las periferias y semiperiferias a los
centros. Esta dependencia se manifiesta en la ES por ejemplo a través de su internacionalización y
del surgimiento de un mercado educativo a distancia, vinculado al auge contemporáneo de la
enseñanza virtual, en el que predominan los países centrales de habla inglesa.
5 LA EDUCACIÓN SUPERIOR EN UN NUEVO DESARROLLO
Las estrategias económicas y políticas predominantes en A Latina desde la crisis de los 80 han
arrojado pobres resultados. Se abre una oportunidad para un nuevo desarrollo, distinto tanto en lo
que hace a las metas como a las estrategias. En términos normativos, pensamos en términos de
desarrollo humano autosustentable, entendido como conjunto de transformaciones que apuntan a la
mejora integral de la calidad de vida de la gente, preservando recursos y posibilidades de las
generaciones futuras al mismo tiempo que se construye en el presente los sustentos sociales y
materiales necesarios para afrontar los problemas del mañana. En tal perspectiva, al menos tres
grandes lineamientos para la acción constituyen pilares imprescindibles, y a la vez, compatibles con
una pluralidad de opciones políticas específicas.
4. Hace falta una estrategia económica alternativa, orientada a agregar valor de
conocimiento y calificación a toda la producción de bienes y servicios. Predomina en
A. Latina la exportación de productos con bajo valor agregado de este tipo, a cambio
de otros con alto valor; ese intercambio desigual impulsa a abatir costos internos
degradando las condiciones laborales y depredando el ambiente. La alternativa no
consiste en centrar los esfuerzos sólo en las ramas de alta tecnología, sino en utilizar
los avances de la técnica para elevar el nivel de todas las ramas productivas, en
particular las “tradicionales”, donde existe una rica experiencia encarnada en mucha
gente, que debe ser potenciada. Semejante estrategia requiere un gran avance en la
generación endógena de conocimientos y, más aún, en la extensión de capacidades a
la población en general.
5. Hace falta superar la paralizante dicotomía entre mercado y Estado, apuntando a un
desarrollo desde los actores. Ello requiere reorientar y acelerar la gestión pública –
en particular involucrando activamente a los propios funcionarios – para construir un
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Estado capaz de articular el accionar de los distintos agentes colectivos
imprescindibles para un desarrollo integral.
6. Hace falta generalizar la educación avanzada y permanente, entendida como la
extensión a la mayoría de la población de las posibilidades de acceder a diversas
formas de la enseñanza terciaria, que abran a su vez nuevas opciones, de modo de
permitir que todos los que quieran puedan seguir aprendiendo siempre, en nivel
avanzado y en permanente conexión con el desempeño laboral. Si no se avanza en
esta dirección, las divisorias del aprendizaje consolidarán el subdesarrollo.
La ES no se cambia ni desde la autarquía ni desde la imposición desde afuera. Colaborar a la
generalización de la educación avanzada permanente, y más en general, a la construcción de los
pilares interconectados de un nuevo desarrollo debiera ser la idea fuerza de una nueva reforma. Ella
será imposible sin la conjugación de esfuerzos desde afuera y desde adentro.
Hoy se han abierto nuevas posibilidades para un nuevo desarrollo desde los actores, que podría
constituirse en una noción orientadora que eleve los niveles de participación y así vigorice a la
democracia. Si llega a plasmarse esa retroalimentación entre desarrollo y ejercicio de la ciudadanía,
las instituciones de ES tendrán que afinar enfoques “desde adentro hacia afuera”. Algunos de los
varios temas que deberían figurar en la agenda:
Revitalizar la temática de la revitalización del cogobierno, potencial escuela de ciudadanía para
millones de personas, cuestión que se desatiende aún en las universidades públicas, cuando las
prácticas democráticas vuelven a ser objetivo de preocupación.
El acceso a la ES pública es un privilegio individual que la sociedad paga, por lo que convendría
promover contrapartidas de servicio civil universitario, de estudiantes y graduados, que
robustecerían a la misión de extensión y darían más sustancia al componente social de la enseñanza
pública.
Generalizar la enseñanza básica permanente exige una inmensa diversificación pedagógica, pues
hay que aprender a enseñar a personas muy diferentes, en sus edades, experiencias, conocimientos
e inserciones sociales.
Semejante expansión de la enseñanza es simplemente inviable si parte sustantiva de los tiempos, las
capacidades y las infraestructuras disponibles en la producción no son utilizadas para la educación
en colaboración con el sistema de enseñanza. Avanzar en esa dirección significa caminar hacia una
sociedad de aprendizaje.
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GALLART M. A, JACINTO C Y SUÁREZ A. L: ADOLESCENCIA, POBREZA Y
FORMACIÓN PARA EL TRABAJO (7137)
1 INTRODUCCIÓN
En el contexto de este fin de siglo, la relación entre las competencias adquiridas en la educación y la
inserción laboral se hace aún más crucial que lo que fue en el pasado. La globalización de la
economía exige una fuerte competitividad; las transformaciones tecnológicas y la gestión de los
recursos humanos obligan a un gran número de trabajadores a desempeñar una diversidad de tareas
de cierta complejidad, y exigen capacidades analíticas y de resolución de problemas. Todo ello
señala el ámbito de la articulación entre la educación, la capacitación y el mundo del trabajo como
un problema crucial para la sociedad.
Parece relevante plantearse cuáles son los grupos sociales críticos, o sea aquellos en los cuales
deberían focalizarse los esfuerzos para evitar que la carencia de competencias para el mundo del
trabajo provoque una exclusión de largo plazo. Exclusión que tiende a formar núcleos duros de
desocupación, con sus consecuencias: retracción de la participación política, aumento de la
delincuencia y procesos de autodestrucción.
En general el grupo objetivo más evidente es el de los trabajadores adultos desplazados por la
reestructuración industrial. El otro grupo que surge es el de los adolescentes y jóvenes que entran en
el mercado de trabajo: ellos tienen que encontrar puestos vacantes en una fuerza de trabajo que
crece poco, esto hace que tengan índices de desocupación más altos que los demás grupos etáreos.
En el caso de los países de la región, lo señalado se agrava al sumarse los problemas de
segmentación y calidad del sistema educativo, ya que si bien se ha conseguido prácticamente el
acceso universal a la educación básica, las condiciones de aprendizaje y sus resultados son muy
diferentes según la región y el origen socioeconómico de los alumnos. Además, la deserción castiga
diferencialmente a los chicos de hogares carenciados y de áreas marginales, los que tienen una
posibilidad mucho mayor de abandonar tempranamente la escuela. Aun los que logran ingresar a la
escuela media, es muy probable que deserten antes de la finalización del ciclo, de modo que son
excluídos del sistema educativo formal antes de adquirir habilidades esenciales y de obtener una
credencial que es cada vez más un requisito para el ingreso al sistema laboral.
Esta acumulación de factores configuran un grupo social especialmente crítico: el de los
adolescentes provenientes de hogares en situación de pobreza, que tienen urgencia por generar
ingresos desde edad temprana, deben enfrentar en condiciones muy desfavorables un mercado de
trabajo más ofertado que demandado, y sólo pueden integrarse en los casos en que lo consiguen, en
los nichos ocupacionales más marginales y precarios de la fuerza de trabajo, que son precisamente
aquellos en los que el aprendizaje en el trabajo y el valor de la experiencia son menores.
2 LOS ADOLESCENTES EN SITUACIÓN DE POBREZA EN LA ARGENTINA
Se tratará por lo tanto de identificar los factores que confluyen en la configuración de la
desventajosa situación de los adolescentes pobres con relación a la educación y al trabajo.
2 1 La situación educativa
En las últimas décadas en Argentina se generó una notable expansión educativa. Existen altas tasas
de no escolarización y de aquellos que dejaron la escolaridad antes de haber finalizado la escuela
media (ambas tasas entre los 15 y 19 años de edad). Entre los adolescentes que asisten a la escuela,
se observan fenómenos de sobreedad, indicador de repetición. Si bien los adolescentes de hogares
pobres, al igual que sus pares no pobres, ingresaron al nivel primario en la edad correspondiente (6
años), y tienen tendencia a completar el ciclo, tienden a hacerlo por encima de la edad prevista de
finalización.
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La temprana inserción en el mercado de trabajo, anterior a los 12 años (con frecuencia como ayuda
familiar, o acompañando a sus padres), y en el caso de las mujeres, las situaciones de sobrecarga
doméstica (deben cuidar a sus hermanos, o suplir a sus madres en las tareas del hogar) son los
factores que dificultan la actividad escolar, y se asocian a estos bajos rendimientos. Los
adolescentes pobres que logran permanecer en el sistema educacional formal acceden, en general, a
sus segmentos más deteriorados. Esto redunda en la obtención de credenciales que no implican
logros educativos semejantes a los adquiridos por sus pares de otros sectores sociales.
Si bien la asistencia hasta la finalización del ciclo primario de los adolescentes pobres está
acompañada del apoyo familiar necesario que lo posibilita, a su término, la presión familiar se
dirige a que muchos de estos adolescentes sean generadores de ingresos para el hogar.
En estos casos, la etapa de moratoria1 para los adolescentes, se consume antes del tiempo que la
sociedad destina a la formación. Sólo una minoría de los adolescentes pobres dedica el período de
su adolescencia a formarse dentro del sistema educativo.
En resumen, pasan a ser importantes la marginación por exclusión temprana, o sea la marginación
del sistema de educación formal antes de que las habilidades básicas se hayan consolidado, y la
marginación por inclusión, es decir, la permanencia en el sistema de educación formal sin que se
logre el acceso y el entrenamiento en la adquisición de esas habilidades.
Entre las causas de abandono o no prosecución de los estudios una vez finalizada la escolaridad
primaria, pueden destacarse las siguientes
- La presión familiar por generar ingresos para el hogar. En general los adolescentes pobres son
sumamente conscientes de que deben contribuir con el hogar.
- En el caso de las mujeres: vinculados también a diversas situaciones familiares (quedarse al
cuidado de sus hermanos menores o formar pareja propia o el quedar embarazada).
- La oferta de educación media sea más escasa que la de primaria: el ámbito geográfico en el cual
estos jóvenes y su familia se mueven suele ser muy acotado: se privilegia de hecho aquello a lo
que se puede acceder rápidamente y que se encuentre cercano a la vivienda.
- A las dificultades de índole económica, los adolescentes añaden otra para explicar la no
prosecución en los estudios, como son las limitaciones en las capacidades intelectuales, o la
sobreedad. Ellos tienden a autoculparse del abandono y del fracaso escolar. Indagando sus
trayectorias personales, se constatan fuertes presiones familiares por la generación de ingresos.
Respecto de la valoración y evaluación de la educación que realizan los adolescentes pobres, se
observa una valoración positiva del sistema escolar, la escolaridad es vista como un determinante de
la futura ocupación. Se trata, sin embargo, de una valoración basada más bien en las
representaciones sociales preexistentes acerca de la educación, que en la propia experiencia. La
evaluación que realizan del sistema educativo y de la formación recibida en general es positiva. Se
ha conjeturado, como también ocurre respecto de la situación laboral, que la falta de crítica puede
deberse a una fuerte resignación, a una suerte de conciencia de saber que ocupan un determinado
lugar en la sociedad, y que difícilmente puedan desplazarse a otro.
2 2 La situación laboral
La realidad actual muestra que la oferta de empleo para los jóvenes en general es limitada. La
desocupación golpea con mayor frecuencia a los jóvenes pobres en general, es más aguda aún entre
los adolescentes que entre los jóvenes plenos, y entre las mujeres más que entre los varones. Por
otro lado, en la actualidad se requieren niveles educativos cada vez más altos para ocupar puestos
de trabajo que hasta hace algunos años demandaban una instrucción escolar mínima. Sin embargo,
el aumento del nivel educativo promedio en las personas más jóvenes no ha mejorado
significativamente sus posibilidades ocupacionales, sino más bien, por un efecto de devaluación de
credenciales, produce un fenómeno de aumento y saturación de los niveles educativos mayores en
las ocupaciones relativamente más valoradas.
El término “moratoria” hace referencia aquí a la relación ambivalente entre la potencialidad y la posibilidad efectiva
típica de la etapa juvenil. La moratoria finalizaría con la incorporación al mundo del trabajo y la formación de una
nueva familia, y la asunción de los derechos y responsabilidades sexuales, económicas, legales y sociales del adulto.
1
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Este fenómeno golpea con mayor frecuencia a los jóvenes pobres, ya que teniendo mayores niveles
educativos que sus padres, su inserción ocupacional no refleja una movilidad social ascendente; y
en definitiva, los niveles educativos que logran obtener – más bajos que los de sus pares no pobres –
los hacen competir en el mercado laboral en situaciones desventajosas. Por otro lado, ciertos
mercados laborales se vuelven “cerrados” para los nuevos trabajadores, ya que si bien los
mecanismos de selección ocupacional tienen como base a las credenciales educativas, otros
atributos como la edad, el sexo y las relaciones sociales son determinantes del ingreso a un empleo.
Las trayectorias laborales de los adolescentes pobres; algunos aspectos relevantes:
- El ingreso al mercado de trabajo no está asociado directamente con el abandono escolar. La
mayoría comienza a trabajar mientras desarrolla sus estudios primarios y no hay evidencias de
una secuencia que muestre inicio laboral/abandono de estudios.
- Puede considerarse el ingreso al mercado de trabajo como “fallido” en el sentido de que lleva a
inserciones ocupacionales muy precarias, en los segmentos más informales del mercado laboral,
cuando no a la subocupación o a la desocupación. En las trayectorias se observan constantes
pasajes entre ocupaciones de distinto tipo. Las inserciones laborales prolongadas son raras, y
pese a su corta edad, un número elevado se ha desempeñado en dos o más ocupaciones. En
general se trata de ocupaciones que no requieren calificación alguna para su realización; y dado
el marco de informalidad en el que se desempeñan, no redundan en la adquisición de
habilidades y aprendizajes relevantes para una carrera laboral.
- El servicio doméstico es la ocupación por la que pasan prácticamente todas las adolescentes
pobres. Podría conjeturarse que el servicio doméstico actúa como refugio cuando no se
consigue otra inserción ocupacional, a que la demanda y las facilidades para obtenerlo son
amplias; en general, sus familiares cercanos están insertos en esta ocupación.
- Los varones inician su vida activa antes que las mujeres debido a la mayor presión familiar. Sus
inserciones ocupacionales son variadas, con un alto grado de informalidad. La mayoría de los
varones se desempeña en “changas”.
- No se observan trayectorias ocupacionales ascendentes, salvo raras excepciones.
- El modo de obtención de las ocupaciones: la mayoría consigue su empleo a través de
familiaries, amigos o conocidos, quienes por su propia inserción social y laboral, sólo tienen
acceso a ocupaciones no calificadas, inestables y de bajos e inciertos ingresos.
- Gran parte de los empleos tienen estrecha vinculación con la existencia de la zona marginal en
la que viven. En general se desplazan a lugares cercanos a sus hogares. Suelen hacerlo a
establecimientos laborales que buscan mano de obra dispuesta a trabajar en condiciones
precarias: la urgente necesidad de estos jóvenes de obtener ingresos para su hogar incide en que
fácilmente se empleen en dichas condiciones.
- El tipo de inserción laboral tanto de las mujeres como de los varones pobres no contribuye a
incrementar una experiencia laboral que los haga competitivos en el mercado de trabajo, ya que
no contribuye a su formación profesional, ni favorece el incremento de relaciones y
experiencias significativas para la vida laboral.
Finalmente, interesa efectuar algunas consideraciones respecto de las aspiraciones, perspectivas y
horizontes laborales de estos adolescentes. La situación de marginalidad en la que se encuentran,
enmarca y condiciona tanto sus horizontes como sus aspiraciones laborales. Se evidencia una
dificultad para imaginar un futuro, como si resultara demasiado descontextuado pensar en una meta
laboral algo más alejada en el tiempo. El inmediatismo en el que están inmersos redunda en la
postergación de sus necesidades de formación; resignan así la posibilidad de proponerse metas que
los saquen de la necesidad de sobrevivir en el presente.
3 LOS DESAFÍOS DE LA CAPACITACIÓN PARA EL TRABAJO EN ADOLESCENTES. LAS
ARTICULACIONES NECESARIAS
A través de todo lo anteriormente expuesto la formación para el trabajo puede constituirse en una
oportunidad de adquirir conocimientos y habilidades útiles, para lograr mejores condiciones de
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inserción laboral, que las que hacen presumir sus pocos años de escolaridad laboral. Una formación
práctica y con contenidos motivadores puede ser la oportunidad de adquirir competencias amplias
en lectura comprensiva comprensiva, cálculo, física, etc a partir de contenidos técnicos.
Aunque en las actuales condiciones del mercado de trabajo la capacitación no garantice un empleo
seguro, sin dudas mejora la “empleabilidad” de un joven. Es decir, lo coloca en mejores condiciones
de conseguir un trabajo que quienes poseen menor calificación
3 1 ¿Qué saberes son necesarios para ser empleable?
Los saberes o competencias (técnicos, prácticos, analíticos, sociales) que la formación para el
trabajo debería proveer a los adolescentes pobres, pueden ser considerados en términos de tres
desafíos fundamentales a los que hay que responder.
Primero: Transmitir habilidades técnicas y de gestión que posibiliten la inserción ocupacional en
un contexto de cambio en los requerimientos de calificaciones en el mercado de trabajo.
Sintéticamente, puede señalarse que la formación para el trabajo debe contemplar: 1) el dominio de
habilidades manuales específicas, pero insertas dentro de la comprensión del proceso global de
trabajo; 2) la identificación y el manejo de distinto tipo de recursos (tiempo, dinero, materiales,
espacio, mano de obra); 3) el manejo de información (saber dónde obtenerla, cómo interpretarla, y
poder elaborar informes sencillos, orales o escritos sobre la propia tarea); 4) el control y corrección
de la propia tarea; 5) la aprehensión de ciertos principios teóricos, vinculados a una familia de
ocupaciones, que brinden la versatilidad y polivalencia necesaria para jóvenes que tendrán muchos
cambios de ocupación a lo largo de su vida laboral.
Segundo: Compensar los déficits producidos por un temprano abandono de la educación formal
y/o por una deficiente formación escolar. Para que puedan adquirir conocimientos y habilidades
básicas; que implican el manejo de operaciones matemáticas fundamentales, de expresión oral y
escrita, y aptitudes analíticas de resolución de problemas. Estos conocimientos son el sustrato de la
capacitación técnica.
Tercero: Asegurar la contención y socialización de adolescentes que sufren exclusiones y
marginación en dos ámbitos fundamentales de participación social, como son la educación formal
y el trabajo. La instancia de capacitación puede considerarse una alternativa válida y fuente de
modelos de identificación positivos en la adolescencia, en la formación de la identidad social e
individual. La formación para el trabajo, en la medida en que sus objetivos excedan la capacitación
técnica, puede significar para ellos un aumento de su capital social. Debe hacerse mayor hincapié en
las mujeres, ya que ellas suelen tener menor oportunidad de interacción en los ámbitos públicos que
en los varones.
Aunque es impensable que la capacitación laboral de adolescentes pueda llegar a consolidar todos
esos saberes, sí es necesario que siente las bases para su logro.
3 2 A nivel de políticas
Si se piensa que en la actual situación de la escuela secundaria, los contenidos y metodologías
inadecuadas y su escasa relación con la vida cotidiana de los educandos, dan como resultado la
paradoja de que siendo una educación descontextuada, sin embargo es valorada en función de las
credenciales que provee. Para quienes no acceden o abandonan la escuela media, la formación para
el trabajo puede resultar una alternativa atractiva para familias y adolescentes que esperan acceder a
una capacitación más concreta y más corta en la medida en que vayan logrando una cierta
legitimación social.
La capacitación laboral y/o formación profesional aún gozan de escaso prestigio social y limitada
valoración entre las empresas. Para lograr una mayor legitimación social, la formación para el
trabajo para adolescentes debería comprometerse con dos principios fundamentales: la calidad y la
equidad.
La calidad: debe tratar de lograr eficiencia sobre la base de objetivos claros y medibles, y de
proporcionar saberes y competencias.
La equidad: se enfrenta a la situación de que su valor social es menor que el de la escuela de nivel
medio. Esto evidencia que es necesaria no sólo la acreditación de la capacitación a partir de
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asegurar la calidad, sino también su articulación con el sistema formal. La equidad plantea desafíos
especificos en el caso de las mujeres: los programas de capacitación deberían proveer de estructuras
de apoyo, tales como guarderías y jardines de infantes para facilitar el acceso a la capacitación.
Las respuestas a los dilemas de calidad y equidad en relación con la formación para el trabajo en
adolescentes pueden vincularse al logro de una serie de articulaciones.:
a) Articulación educación formal – educación no formal: dado el prestigio social de la
educación secundaria y el valor de su título en el mercado de empleo, deben buscarse
mecanismos de articulación entre la educación formal y la capacitación no formal que
posibiliten para los adolescentes que así lo deseen, la reinserción en el sistema formal, sobre
la base del reconocimiento de la capacitación realizada.
b) Articulación mercado de trabajo – capacitación: la oferta de formación laboral en este
grupo puede concebirse como una política social orientada a mejorar la empleabilidad de
estos adolescentes, aunque teniendo presente que la capacitación por sí sola no genera
empleo. Pueden señalarse dos condiciones que debería cumplir la oferta de formación
laboral para adolescentes para mejorar la mencionada articulación:
- información eficaz con los empleadores: análisis de las oportunidades de empleo a nivel
general y local, descubrimiento de nuevos nichos productivos y de servicios, de manera que
estas fuentes sean la base de planificación de especialidades.
- Selección de instructores, etc, que permitan responder mejor a las demandas del mercado de
empleo.
c) Articulación y diversificación de actores sociales involucrados: Empresas, Estado,
sindicatos, ONGs, Iglesias. Ello implica el involucramiento de los distintos actores sociales
para ampliar y diversificar la oferta de capacitación. El Estado debe continuar brindando
capacitación en forma directa, como a través de convenios con distintas organizaciones
sociales (iglesias, sindicatos, empresas, ONGs). Puede y debe funcionar como articulador
con relación a la planificación de especialidades, el asesoramiento y el financiamiento,
resguardando los principios de la calidad y la equidad. Puede esperarse que las empresas
incrementen su participación en la capacitación laboral en la medida en que reconozcan la
vinculación que la capacitación tiene con la productividad de los trabajadores.
d) Articulación entre demanda del mercado y demanda social: Se pueden distinguir dos
perfiles en la población adolescente que constituye el público de la formación laboral:
adolescentes de sectores medios bajos o pauperizados y adolescentes en situación de
pobreza más acentuada. Las familias pertenecientes a cada uno de estos grupos poseen
distintas expectativas con respecto a la capacitación laboral. Los primeros, tienen interés por
acceder a una formación concreta que efectivamente permita lograr una mejor inserción
laboral. Los segundos, en cambio, además de la formación, incluyen demandas de
recreación, deportivas, de educación artística, etc, ya que la alternativa actual para los
adolescentes excluídos del sistema educativo formal y del mercado de trabajo, es la calle o
directamente la delincuencia.
3 3 A nivel de gestión institucional
Los contenidos curriculares y su organización, las estrategias de enseñanza – aprendizaje, los
recursos (herramientas, materiales y equipos), y el perfil de los instructores y docentes, son claves
en relación con la calidad de la formación para el trabajo.
En la actualidad se evidencia la necesidad de una renovación en la organización técnico –
pedagógica de la capacitación, para vincularla con las nuevas competencias requeridas en el
mercado de trabajo.
En este sentido, algunos de los dilemas más relevantes que deben resolverse acerca de la currícula
se refieren a cómo formar para la polivalencia a partir de la enseñanza de un determinado oficio, y a
cómo articular las competencias técnicas, básicas y sociales en la formación. La orientación hacia el
dominio básico de una familia de ocupaciones puede ser el sustento de la polivalencia. Pero para
ello debe partirse de una adecuada articulación entre teoría y práctica, pero en el caso de estos
adolescentes, implicaría partir de la práctica y desde allí ir reforzando habilidades básicas y
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principios teóricos. También debe integrarse la comprensión global de todos los pasos del proceso
productivo, desde el diseño, pasando por la ejecución, hasta llegar a la comercialización y la
atención al cliente.
Otro dilema es el de cómo articular la formación y el trabajo en la capacitación. Los programas de
formación laboral de adolescentes resuelven el dilema de diversas formas, que van desde el taller
escolar como simulación de la producción o del servicio, hasta el microemprendimiento productivo
con componentes de capacitación, pasando por alternativas que incluyen un período de capacitación
práctica seguida por pasantías en empresas. Cada una de estas formas tiene ventajas y límites.
La capacitación implica la posibilidad de equivocarse y de que todos los alumnos puedan rotar por
distintas tareas.
Por su parte el pasaje por una etapa de formación en el trabajo a través de pasantías o de
microemprendimientos, significa la posibilidad de adquirir saberes técnicos, de gestión, interactivos
y sociales sobre la base de un proceso real de trabajo
Un último dilema se refiere a la estructura curricular: las características de la vida y de la inserción
laboral de los adolescentes pobres recomendable una estructura curricular flexible, que permita la
reincorporación de alumnos que abandonan ante la necesidad de generar urgentemente ingresos.
3 5 A nivel de financiamiento
La financiación de la formación profesional dentro del sistema educativo se realiza por vía de los
presupuestos estatales. Por otra parte, es necesario considerar el financiamiento de actividades que
no pueden realizarse a nivel de centros de formación, como el entrenamiento de instructores, la
producción de material didáctico y la investigación y desarrollo de tecnología educacional.
Para mejorar la eficacia de la capacitación es insoslayable considerar que ésta debería encuadrarse
en el marco de un conjunto de políticas sociales dirigidas a aliviar los problemas de empleo.
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URRESTI: Paradigmas de participación juvenil. Un balance histórico
(2011)
Es común encontrar en artículos periodísticos, como en debates televisivos de tono político, la
comparación de las generaciones de los años 60/70 con las de los 80/90. En estos contextos suele
constatarse el tránsito de los jóvenes desde las utopías hacia el enfriamiento, desde las actitudes
idealistas hacia las pragmáticas, desde una voluntad transformadora hacia una integradora y
conciliadora. No se trata de actores aislados susceptibles de comparación. Se trata de épocas
históricas que definen los conflictos de manera diferente. Es decir que más que comparar
generaciones hay que comparar sociedades en las que conviven generaciones diferentes: no es que
los jóvenes de hoy sean consumistas y los de los años sesenta politizados. Para comprender qué
pasa con los jóvenes de hoy, más que pedirles o juzgarlos por aquello que hacen o no hacen
respecto de los jóvenes de generaciones anteriores, es comprenderlos en su relación con la situación
histórica y social que les toca vivir, pues más que de un actor se trata de un emergente.
Históricamente, las preferencias de los actores se ordenarán describiendo ciclos. No quiere decir
que los ciclos sean monolíticos ni homogéneos; una visión cíclica, entre otras cosas, permite pensar
el devenir histórico con ciertos retornos, no neceariamente idénticos, aunque similares.
Podemos establecer dos ondas largas en la Argentina con respecto al significado histórico que tiene
el ser joven y el participar en la construcción de lo público. Obviamente, se trata de una tendencia
mundial y en absoluto propia de una región: estas grandes líneas de fuerza se dan en todas las
geografías. Se trata de cambios de nivel global, o también podríamos decir, de época. Tal es el caso
de la Argentina que, aunque tiene influencias externas muy marcadas, responde a las modulaciones
de su historia interna. La primera de esas ondas largas va de los años sesenta a mediados de los
setenta, y la segunda es la que comienza a mediados de los ochenta con el retorno de la democracia
y se extiende hasta nuestros días.
1. LAS BASES SOCIALES DEL FERVOR PÚBLICO
La generación que se abrió a la vida social sobre el filo de los años 60 – 70 fue parte de un
momento social que impulsó masivamente a la población hacia la participación en todas las esferas
y movilizó políticamente sectores cada vez más amplios, previamente retraídos o indiferentes en
relación con las cuestiones públicas.
Aquellas sociedades funcionaban sobre la base de un modelo económico que tenía premisas
organizativas integradoras. Las prácticas productivas estaban organizadas sobre un modelo de
ingeniería conocido como fordista – taylorista. Esta logística de la producción económica apuntaba
a un objetivo central, la obtención de ganancias a través de una creciente inversión en
productividad, se trataba de aumentar cada vez más el volumen de lo producido, consumiendo más
energía, empleando más fuerza de trabajo o utilizando maquinarias cada vez más modernas. Los
volúmenes de productos cada vez mayores a costos más bajos invitaban a un ensanchamiento del
consumo como momento necesario para realizar efectivamente las ganancias, a través de la
recuperación de lo invertido en la conclusión de cada ciclo económico. Después de la crisis del 30 y
de la segunda posguerra le había sido encomendada al Estado un papel preponderante en las
economías vigentes: su función consistía en resolver por anticipado las crisis cíclicas de
superproducción en las que incurría el sistema de libre mercado, dejado a su exclusiva
autorregulación. El Estado debía, según lo que fue conocido como “políticas keynesianas”,
anticiparse a las crisis agregando la demanda. Agregar la demanda implicaba básicamente producir
consumo, y esto se hacia redistribuyendo ingresos desde los sectores del capital hacia los del
trabajo. El Estado tomaba impuestos de los primeros y los distribuía a través de gastos económicos
y sociales. Se endeudaba, pero creaba empleos, producía servicios y proporcionaba una amplia
cobertura social. Estos gastos preparaban un terreno propicio para absorber lo producido, con lo
cual se generaba un círculo virtuoso en el que los impuestos y su gasto arrastraban la demanda, que
se convertía así en un motor de crecimiento económico.
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Esto tenía unas consecuencias sociales de gran importancia; por la propia dinámica de la producción
capitalista, hacían falta cuotas crecientes de mano de obra empleada con calificaciones cada vez
más elevadas; por otro lado, el Estado generaba empleos como base del crecimiento económico,
redistribuyendo el ingreso, y al invertir en servicios y cobertura elevaba los estándares de vida
medios de la población. Esto se traduce en pleno empleo, desempleo de muy baja duración,
posibilidades de mejora social, carreras laborales estables, ascensos salariales, mejoras en los
salarios reales. Una clase media creciente, puestos de trabajo en aumento, protegidos; un conjunto
de trabajadores compacto, asociado en sus intereses con el Estado, y a su vez en cierta momentánea
alianza con los sectores del capital.
Si bien esto no evitaba de ningún modo las desigualdades sociales y económicas, tendía a
equilibrarlas. Una clase media numerosa y en crecimiento exigía mayor participación en los
ingresos, igual que las clases populares, que si bien se veían en ocasiones amenazadas por las crisis
y por cortos períodos de desempleo, no carecían de oportunidades de mejora, pasando por la
marginalidad momentáneamente, y superándola después. Esto implicaba también una mejora en las
capacidades adquiridas debido a la propia dinámica del mercado laboral, con su exigencia de
mayores niveles de instrucción, lo cual impactaba en una escolarización que se ampliaba y que
mejoraba, lentamente, su calidad. Eran los años en que la educación era muy prestigiosa y valorada,
ya que aparecía como base posible del ascenso social, de la igualdad de oportunidades y de la
mejora generalizada de las capacidades para enfrentar el mercado laboral. Una matrícula que se
ampliaba en todos los niveles, una universidad que crecía, un presupuesto educativo en aumento,
eran el marco de un sistema de enseñanza que se modernizaba, en el que estaban cifradas las
expectativas de desarrollo económico y social por parte de los planes políticos.
La televisión tenía una importancia menor en la vida de las personas, con una programación
mayoritariamente producida en el país, y que respondía al típico modelo de audiencia generalizada
(noticieros en horarios centrales, programas de atracciones y entretenimientos los fines de semana o
después de los noticieros, programas de interés para la mujer en el horario de la tarde). Esta
televisión cimentaba cierta idea del “nosotros nación” por detrás de su funcionamiento, cumpliendo
una función congregante y uniformizadora. No tenía el prestigio ni la importancia del cine, que aún
en aquella época conservaba la inercia de sus años dorados, tampoco del espacio que poseía la
radio, vehículo informativo y de entretenimiento primordial, identificatorio de la gran mayoría de la
población, tendiente, como la tv, también a la homogeneidad. Por su parte, la industria del libro
conoció su mayor auge en términos comparativos, y definió uno de sus momentos de máximo
esplendor en el mundo de la lengua castellana. Estos fenómenos nos hablan de una sociedad más
ocupada en la lectura que en la imagen.
Estos años veían florecer un cambio fundamental en otros niveles de la cultura. En los años 60
comienza a extenderse un clima de renovación de las costumbres, provocado por una larga onda con
una influencia que superará las fronteras nacionales de todo el mundo, que alteró formas
tradicionales de concebir el cuerpo, de relacionarse con las instituciones, de comprender la familia,
de concebir la autoridad. Fue un complejo conjunto de cambios que modernizaron drásticamente las
formas de vida cotidiana que dejaba atrás a la segunda guerra mundial, tanto en Europa como en
EE.UU. Se sabe que estas regiones han tenido la capacidad de funcionar como ejemplos,
arrastrando con sus modelos culturales vastas regiones alejadas o periféricas del globo; pero lo
cierto es que más allá del factor de difusión, han tenido una pregnancia fundamental a la hora de
imponer modelos de conducta. Y estos modelos surgieron de ese fenómeno múltiple que fue la
revolución sexual, la aparición de las culturas juveniles y el ascenso participativo de los estudiantes
universitarios. Cada una de estas cuestiones, si bien tienen orígenes distintos y no siempre se
asimilaron automáticamente las unas con las otras en las mismas personas, marcan en general ese
clima de la época en la cual, junto con los factores económicos, educativos y mediáticos antes
mencionados, se establecerá la argamasa con la que se construirá casi automáticamente el impulso a
la participación que tan fuertemente marcó la experiencia histórica del ser joven de esos años.
Cierta visión sobre el sexo como ámbito de misterio, habitado por la culpa y por la vergüenza: en
este contexto, se abre una experiencia casi única en términos históricos: la reivindicación de la
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corporalidad, del derecho al goce del cuerpo propio, de la desculpabilización de la sexualidad. Las
actitudes de los padres y de las autoridades institucionales, y las resistencias por parte de la
sociedad de los adultos, se definieron rápidamente como el punto de contraste generacional en el
cual lo joven implicaba al mismo tiempo un universo de reivindicaciones que discutían las
herencias culturales: se registraban avances por parte de las mujeres en sus búsquedas de
autonomía, se extendía una práctica sexual crecientemente liberada vivida como natural, y
fundamentalmente se asistía a la ruptura con los modelos represivos del pasado.
Esto tuvo consecuencias que se asociaron imaginariamente con otros movimientos cismáticos que
se estaban generando al mismo tiempo en esa cultura. Los años sesenta son aquellos en los que se
difunde y consolida por primera vez un conjunto de expresiones culturales – que por medio de la
acción de las industrias del rubro se generalizarían como consumos masivos – producidas y
consumidas, hechas por y exclusivamente para jóvenes. Es la primera vez que se registra un
fenómeno cultural de estas características. El rock and roll, en principio un género musical derivado
de la música negra norteamericana, comenzará a convertirse en un mundo de referencias asociados
que acompaña a películas y relatos literarios; y generará todo un imaginario de gran influencia en el
cual será excluyentemente los jóvenes sus héroes y protagonistas. A través del rock se expresaban e
identificaban, o comenzaban a hacerlo, esos mismos jóvenes que estaban discutiendo las herencias
represivas de la generación anterior en otros ámbitos de esa misma cultura. El movimiento hippie,
la música progresiva, la psicodelia, el pop y sus influencias múltiples en el mundo del diseño
gráfico y de objetos, en el ámbito de otras artes industriales como el cine, o en los medios
audiovisuales nacientes, el impacto en la generalización de modas, como sucedió en la industria de
la indumentaria o en el mundo de la imagen, indican una extensión de la expresión originariamente
juvenil a todos los ámbitos de la cultura. De modo que una nueva distancia comenzaba a separar a
los jóvenes de entonces respecto de sus padres o abuelos inmigrantes, reflejando en sus conductas e
identificaciones las nuevas formas de la identidad social. Era un mundo en el que en distintos
puntos de su geografía la juventud adquiría protagonismo, creciente brío en la constestación cultural
y política, confianza en su fuerza.
Ese mundo estaba divido por un conflicto central: dos grandes modelos en competencia, ambos
virtuosos e insoportables en más de una de sus fases. En definitiva, dos ideas de la organización
social y política en abierto antagonismo: los liberalismos democráticos con economías capitalistas,
por un lado, y los regímenes de gestión estatal con partido único, por el otro, en términos más
usuales pero imprecisos, las democracias liberales y los socialismos. En este contexto una nueva
expresión la época renovará esperanzas e impondrá nuevos rumbos, el surgimiento del Movimiento
de los No Alineados o lo que después se llamaría Países del Tercer Mundo. El Movimiento de los
No Alineados abrió horizontes y señaló una tendencia que rápidamente fue defendida por los
sectores progresistas de los países centrales, entre los que los jóvenes ocupaban un lugar central.
Los movimientos de liberación nacional que desmantelaban los últimos vestigios de los imperios
europeos consolidados en la primera parte del siglo encontraban las simpatías de muchos habitantes
de las metrópolis. Argelia, Vietnam, Angola, etc, serían escenarios de confrontación política y
bélica localizada, aunque con consecuencias globales. Era un momento en que aparecían nuevas
vías de orientación política dentro de todos los regímenes de gobierno, y en esas convulsiones, en
esos intentos de cambio, en los que no faltaban los mártires, los jóvenes, ya fueran estudiantes,
obreros o campesinos, siempre protagonizaban las luchas. La revolución cubana, la revolución
cultural china, la primavera de Praga, el mayo francés, Tlatelolco, el Cordobazo, la resistencia civil
contra la guerra de Vietnam, las tomas de Berkeley, son episodios que nos hablan de una historia de
participación y compromiso político que se acelera.
Al mismo tiempo surgen distintos movimientos de reivindicación de causas diversas. A través de
los movimientos pacifistas y de resistencia antiatómica comienzan a perfilarse los primeros
ecologismos, el movimiento por los derechos civiles en los EE.UU; se hacen escuchar con fuerza
los movimientos feministas, los movimientos estudiantiles. La Iglesia Católica acompaña estos
cambios con el Concilio Vaticano II, y una fracción radicalizada y joven intenta renovar la
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institución animando el Movimiento de los Curas por el Tercer Mundo que hace su opción por los
pobres. El mundo entero se radicalizaba en un contexto de ascenso político generalizado.
En los ámbitos universitarios se leía a Sartre, Fannon, Marx, Mao, Althusser, Marcuse. Un público
cada vez más amplio descubría a los novelistas del muy cercano “boom” latinoamericano: Fuentes,
García Márquez, Cortázar, Vargas Llosa, Rulfo. Se multiplicaban los festivales de música, en los
que aparecían por primera vez las canciones de protesta, donde se homenajeaba a las gestas y los
héroes del momento, como el Che Guevara, etc; recitales de solidaridad, grandes fiestas colectivas
en las que el sexo, la música y la política se fundían en una materia común. Ese compromiso
creciente con las causas públicas, con la defensa de los derechos, gozaba de simpatías que se
ampliaban y que tenían en los jóvenes su impulso principal. En nuestro país ya comenzaba a surgir
tímidamente el rock nacional. Las juventudes de los distintos partidos se radicalizaban y adoptaban
los vientos de reivindicación nacional y latinoamericana que estaban sobrevolando el ambiente. La
denuncia del imperialismo y de las desigualdades sociales, la necesidad de formar una conciencia
nacional activa, los objetivos de la emancipación nacional y social, impulsaban a militantes y
sectores comprometidos a pasar de los discursos a las prácticas, cada vez más directas, cada vez
más enérgicas. La lucha contra las dictaduras, contra el totalitarismo y las censuras de diverso tipo,
también hizo de este momento efervescencia pura, con los jóvenes como emblema.
La juventud se radicalizaba en el mundo entero y también en la Argentina, situación favorecida por
horizontes optimistas de ascenso social y mejora en los estándares de vida inscriptos en distintos
ámbitos de la vida moderna, como el trabajo, la escuela y el ejercicio de la ciudadanía. Esta
tendencia se veía reforzada por cierta situación propensa a la redistribución de recursos sociales –
como los económicos y culturales - , contexto que marcaba una sociedad en procura de una
democratización creciente.
2. LA FRAGMENTACIÓN SOCIAL Y EL ENFRIAMIENTO POLÍTICO: PRIVACIÓN,
PRIVATIZACIÓN
En los años 80 la situación descripta cambia notablemente. El panorama es otro. Transformaciones
de orden tecnológico han incidido en la esfera de la producción económica, en la circulación de los
capitales y en los sistemas de comunicaciones, alterando la división técnica y social del trabajo,
rearticulando las ingenierías industriales y diversificando las ofertas de productos para el consumo.
Esto tiene consecuencias inmediatas en la formación de las clases sociales y en las formas
simbólicas a través de las cuales se agrupan los consumidores: se trata de un contexto que se
complejiza y rompe con las dinámicas de agregación de la población antes vigentes, dificultando la
movilización política, hecho que deriva de una creciente fragmentación de intereses que disuelve las
bases objetivas de la solidaridad social.
A mediados de los años 70, en el seno de las economías más avanzadas comienza a aplicarse la
microelectrónica. Tímidamente al principio dados sus elevados costos relativos, pero
generalizándose con el paso del tiempo, estas nuevas tecnologías permiten rearticular los sistemas
productivos y las formas de organizar el trabajo, con todas las derivaciones que de allí surgieron. La
microelectrónica hizo posible la flexibilización técnica de los sistemas productivos: con
herramientas reprogramables y sistemas inteligentes de relación entre puestos de producción, la
fábrica tradicional, organizada en torno a un sistema de flujo fijo y constante, como fue la línea
fordista, comienza a tornarse plástica, compleja, adaptable. La maquinaria reprogramable rompe
con la limitación de las herramientas anteriores, la escasa posibilidad para salirse de un patrón
preestablecido y fabricar diversos tipos de productos. La ingeniería fordista armaba el proceso de
producción pensando en un producto que, con muy pequeñas variaciones, se trataba de repetir lo
más eficientemente que se pudiera la mayor cantidad de veces con la mayor velocidad, con el
objetivo de bajar su costo para luego dar la batalla comercial en el mercado. Así se obtenían las
ganancias, aumentando la productividad.
Esta nueva ingeniería, a la que por el momento se nomina como “posfordista”, organiza la
producción en torno a otros conceptos. Las ganancias se procuran siguiendo otras categorías: ya no
apuntando a la saturación y competencia cerrada en un mercado generalizado, sino explotando la
segmentación de múltiples mercados, lo que en términos técnicos se llama “nichos de mercado”; las
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nuevas estrategias tratan de escapar de la competencia, descubren o producen un nicho, un
segmento específico de la demanda, y lo cubren rápidamente con una oferta que responde
exclusivamente a esa necesidad. En el mundo actual se sabe que la competencia no tardará en
llegar, se disfruta en ese lapso de la percepción de sobreganancias, en base a la idea de que cuando
la competencia llegue y comience a bajar costos, a imponer la lucha por la productividad, el primer
ocupante ya esté partiendo hacia otros nichos. Los ciclos de ganancias se vuelven entonces más
nerviosos, más inestables, y la estrategia que mayores beneficios obtiene es la más creativa, la que
pueda diversificarse más en el menor tiempo. Esto tiene consecuencias decisivas en el escenario
social.
En términos generales, si la dinámica de la producción previa tendía a homogeneizar los distintos
tipos de consumidores hacia un mismo tipo de producto con un mismo nivel de poder adquisitivo,
motivado por el rol redistributivo del Estado, este nuevo esquema invierte la ecuación pues tiende a
diferenciarlos, a fragmentarlos como conjunto y a separarlos entre sí. La tendencia actual permite
que se apunte a mercados muy específicos sin la presión de que los costos se bajen, apuntando a
captar a aquellos que estén dispuestos a jugar por la especificidad. Esta especificidad no debe ser
entendida necesariamente como exclusividad, pues no se trata de consumos de lujo o de bienes
suntuarios, sino de todo tipo de bienes o servicios, incluso los de consumo masivo. Los bienes y
servicios de consumo masivo son cada vez más variados entre sí, situación que nos habla de una
sociedad que en uno de sus aspectos, no precisamente menor, se torna cada vez más fragmentaria y
compleja. Con las nuevas tecnologías más flexibles y las nuevas formas de organización del trabajo,
se va del mercado a la producción: es decir, no se produce más que lo que pide la demanda: primero
se vende y luego se produce. Esto redunda en ritmos de producción que, más que en altos
volúmenes y en la carrera desaforada por producir más a menor costo, piensan en productos de alto
valor, que exploten oportunidades, que maximicen cada nicho y que no se comprometan la
capacidad de cambio de la esfera productiva.
En términos laborales y del peso específico de los sectores trabajadores en el proceso productivo: si
los trabajadores antes eran estratégicos, su no colaboración implicaba detenciones en las líneas de
montaje, lo cual redundaba en grandes pérdidas económicas para sus patrones. Hoy la situación es
diferente: los ritmos más flexibles precisan otro tipo de trabajador más discontinuo, dinámico y
polivalente. Esto hace que las formas tradicionales de presión sindical se vean comprometidas. El
proceso productivo más fragmentado y complejo afecta la conformación de la estructura
organizacional y de los sistemas de remuneraciones, situación que incide en el cuestionamiento de
la tradicional solidaridad de los trabajadores (antes motivada objetivamente por la técnica fordista,
que si bien imponía ritmos laborales alienantes, otorgaba a los trabajadores cierto poder de veto que
les permitía negociar reivindicaciones en condiciones favorables). Las tareas múltiples, la
movilidad de los trabajadores, y fundamentalmente la pérdida de importancia del factor trabajo
intensivo, condicionan el lugar de los trabajadores, ya sean manuales o no manuales, cada vez más
reemplazados por máquinas, cada vez más segmentados como colectivo.
Por otro lado, una economía que en términos macro tiende cada vez menos a crisis de
superproducción, hecho que se ve acompañado por el constante ensanchamiento de los mercados
producido vía globalización, hace que los Estados también cambien su función. Si en el esquema
keynesiano producían empleos para agregar la demanda, en los esquemas poskeynesianos tratan de
eliminar su participación en la economía reduciéndose al mínimo. Así, los déficit fiscales antes
positivos se convierten en verdaderos gastos, en impedimentos, y por lo tanto se trata de reducirlos.
Esto incide en el ámbito del empleo y en la cobertura social tradicional de las poblaciones. Los
Estados se ven presionados para reducir gastos económicos y sociales, desmontan servicios de
salud, desinvierten en cuestiones antes estratégicas como la educación, privatizan los seguros de
retiros, generan menos empleos, deterioran la calidad de sus prestaciones, es decir, abandonan
parcial o totalmente las actividades que antes sostenían bajo el pretexto de racionalización de áreas
ineficientes, que al pasar a manos privadas dejan de garantizar la prestación generalizada y gratuita.
Los Estados del ajuste, protagonistas de estas décadas poskeynesianas, se desentienden de los
gastos sociales para atender otras urgencias y dejan servicios de salud deteriorados, la escuela
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pública en crisis, los sistemas de jubilación abandonados. De este modo los antiguos canales de
promoción social se van cerrando, con el costo de frustración y caída de expectativas que ello
implica. En esta situación no es casual que con Estados y empresas de estas características hayan
crecido el desempleo y, derivada directamente de éste, la exclusión social, fantasma que asola a las
sociedades contemporáneas.
Si pensamos en las consecuencias estratégicas que esto tiene para los sectores trabajadores,
notaremos que su capacidad de presión se reduce, dado que numéricamente los sindicatos son cada
vez más débiles, tienen menos recursos, su incidencia en el proceso productivo es menor, con una
solidaridad de clase técnicamente dificultada y con una masa de trabajadores desocupados que
cuestionan las bases mismas de la acción sindical (los que momentáneamente no tienen trabajo, que
son cada vez más y durante más tiempo, ¿pueden o deben ser representados sectorialmente?). Como
se puede notar, en este contexto, y frente al debilitamiento estratégico de los sectores del trabajo, el
capital se vuelve cada vez más fuerte, con más probabilidad de imponer sus intereses y sus puntos
de vista. Esto obviamente deprime los salarios en términos generales, fragmenta las escalas,
diferencia segmentos, lo cual explica la movilidad social descendente que parece ser la dominante
del momento histórico presente, y no sólo en la economía de las periferias. Cuando el desempleo se
convierte en una amenaza, tiene efectos disgregadores a nivel social. A nivel subjetivo y personal,
una situación de escasez de empleo disciplina al trabajador: lo vuelve temeroso, dócil, conservador,
proclive a aceptar las condiciones que se le imponen a nivel de tareas y a nivel de remuneración, ya
que si no las cumple sabe que hay muchos codiciando su lugar, dispuestos a todo. El empleo va
cambiando: de ser un derecho a convertirse en un privilegio. Y el trabajador empleado, a
convertirse en un ser agradecido por la suerte que le ha tocado, situación en la que defiende lo que
tiene a costa de la solidaridad. Las reivindicaciones históricas, no es casual, se pierden. Los
sindicatos pierden fuerza. Sin embargo, no todo tipo de trabajo empeora su situación. En la
actualidad hay sectores de trabajadores de lujo que mejoran su situación en la medida en que están
asociados estrechamente con el éxito del capital: todo el espectro de las gerencias altas y medias se
encuentra en esta posición de mejora. Esto también nos habla de fragmentación en el mundo
laboral, ya que por tareas y remuneraciones los intereses se vuelven cada vez más heterogéneos y
difíciles de conciliar.
Para la producción de la actualidad cada vez son más importantes los saberes especializados, que
aprovechan aquellas oportunidades recién mencionadas. Diseños de todo tipo, asesorías, consultoría
financiera, jurídica o técnica, publicidad y marketing, estrategias de productos, recursos humanos y
personal, entre otros, son los rubros que mayor incidencia tienen en los productos finales, sean del
tipo que fueren. Su peso en los costos y en los resultados nos hablan de su importancia y
participación. La novedad a la que asistimos es que con los cambios tecnológicos estos factores
circulan a nivel mundial, con un control por parte de los Estados cada vez menor, y forman parte de
un mercado internacional crecientemente interconectado entre sí, con una capacidad de respuesta
cada vez más veloz, con menores anclajes locales. Este suele ser el tipo de trabajo que está
creciendo en generación de empleos y en nivel de remuneraciones, pero su escala es baja y supone
un nivel de capacitación muy alto, lo que significa que es para pocos.
Si comparamos esto con la situación anterior, notaremos que el panorama es completamente
distinto: estamos frente a una creciente fragmentación estructural en lo económico y en lo social. En
el ámbito de la industria cultural y las comunicaciones sucede algo similar: de manera creciente se
superan las fronteras nacionales, antes restringidas por cuestiones técnicas y de costo, generando un
sistema que se planetariza en su oferta. Al contrario de lo que se suele pensar, este proceso está muy
distante de homogeneizar a consumidores y espectadores, ya que funciona en el mismo sentido de la
producción de bienes y servicios antes indicados: cualquier oferta se planea para llegar con toda
eficacia a un número acotado de espectadores, altamente comprometido pero escaso en cantidad.
Esto no impide que algunos productos se proyecten para audiencias amplísimas, pero no son la
norma. Por el contrario, la lógica general es la de la segmentación de mercados, o en este caso, de
espectadores (que en definitiva es lo mismo). Los consumos de tiempo libre y las tecnologías
disponibles para facilitarlo tienen inscripta la doble lógica de la privatización y la especificación.
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Ante todo, son tecnologías audiovisuales las que prácticamente monopolizan el tiempo libre de la
mayoría de la población. Esto nos habla de un profundo cambio en la cultura. El lugar del libro
cambia: se va desplazando hacia usos cada vez más especializados, siendo utilizado masivamente
en los sistemas de instrucción, convirtiéndose en medios que van generando lectores profesionales,
con la consabida disminución de los amateurs y los “curiosos masivos” que en otras épocas
animaron el mercado editorial y ciertos ámbitos intersticiales de la cultura. El libro no muere en la
sociedad actual: cambia de función, ya que con la presencia abrumadora de los productos en soporte
audiovisual deja su lugar otrora protagónico en la esfera del tiempo libre, para ir recluyéndose entre
aquellos que hacen de la lectura su medio de vida. La lectura planificada pierde el halo placentero,
humanista, politizante y complementario de la construcción de la ciudadanía, instancias con las que
tradicionalmente fue identificada. Esto es lo que ha hecho que se afirmara la muerte de la cultura
letrada proyectando sobre ella la desaparición de todas las otras cuestiones con que fue asociada,
como por ejemplo el debate, la polémica y la deliberación democrática.
La lógica impuesta de privatización y segmentación marca la oferta de estos bienes. Las tecnologías
de la imagen se privatizan y generan consumos domésticos más extensos: las horas de televisión
promedio han crecido históricamente, al igual que el número de televisores por persona y el
encendido. Por otro lado la tv no es la misma. Ya no es aquella de pocos canales, horario de
transmisión restringido, de aire, con producciones nacionales que reflejan las realidades locales,
apuntando a audiencias abiertas y generalizadas.Ahora la tv transmite en continuado las 24 hs del
día, mayoritariamente a través de canales cableados, canales segmentados que apuntan a audiencias
cada vez más específicas, más comprometidas pero menores en número, con una programación que
proviene de distintos lugares del mundo, preferentemente de EE.UU, y con una tendencia a la
fragmentación cada vez mayor si pensamos en los canales codificados, en el pay per view y en la
novedad del momento, la tv satelital. Hoy se congrega una audiencia abierta y generalizada con
eventos muy esporádicos, como un mundial de fútbol, una olimpíada, algún acto político especial
como una elección, o fenómenos de rating alto que están en el orden de lo extraordinario, como un
escándalo público de dimensiones (para lo cual debe tener ingredientes privadísimos) o algún
programa de elevado éxito y repercusión que en general no se extiende por más de una temporada.
En otras industrias de la imagen, como las del video, opera la misma lógica. El cine y el teatro, que
de algún modo conservan el esfuerzo de la motivación, la salida de la casa, el viaje, la ceremonia de
abstraerse, la concentración, cuando funciona masivamente lo hace en torno a formatos comerciales
y mayoritariamente mediáticos, afirmando una “lógica de lo fácil” que envuelve en general a las
industrias de la imagen para consumo rápido.
La globalización de las industrias culturales tiene una dinámica compleja. Tiende al mismo tiempo
hacia la fragmentación territorial – de esas unidades que fueron las culturas nacionales – y su
integración extranacional compleja, por segmentos de consumidores globales. La globalización
genera una cultura mundo que no homogeneiza los territorios culturales en uno solo sin fisuras, sino
que rompe con las unidades preexistentes, reconectando los fragmentos en una lógica de conexión
de lo distante y de desconexión de lo cercano. En este sentido, globalización cultural es
glocalización cultural. Regiones antes aisladas se conectan con flujos de imágenes, de información
y de entretenimiento, que colapsan con los ritmos temporales locales tradicionales. Esto rearticula
los ritmos locales y los sitúa en una doble velocidad. La ruptura de los tiempos históricos implica,
entre otras cosas, la rearticulación de la memoria colectiva y de los relatos personales, es decir, de
las formas culturales dentro de las que se construye la identidad y se reconoce a los semejantes.
Nuevamente, cambio y fragmentación donde hubo estabilidad e integración.
En estas coyunturas, los sujetos anclados localmente deben rearticularse. Un elemento importante a
tener en cuenta es que suelen ser los jóvenes quienes se adaptan con más docilidad a estos cambios,
lo que produce brechas en relación con sus mayores, para los cuales aparecen como completos
extraños. Muchos de los códigos a través de los cuales los jóvenes se reconocen como
perteneciendo a una experiencia común están mundializados, situación que genera nuevos ruidos
respecto de la generación de sus padres.
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Esta situación estructural económica, social y cultural tiene a su vez efectos directos sobre el mundo
de la política. Los partidos políticos con representación de clases se debilitan a igual ritmo que sus
bases de sustentación. Los movimientos sindicales pierden apoyo, ya que los trabajadores se
encuentran divididos por el desempleo, la competencia laboral y la amenaza de exclusión social. La
cultura toma una dinámica transnacionalizada en la que los contenidos de reivindicación nacional se
desvanecen.
Por otro lado, el Estado va abandonando sectores en que era dominante para pasar a ser un actor
más, y en muchas ocasiones ni siquiera el más importante, de suerte que se ve debilitado frente a
otros actores, fundamentalmente empresarios, o frente a los mercados, impersonales, de fuerza y
poder de veto crecientes. La situación de los sistemas políticos es diferente a la del pasado: hoy se
encuentran estructuralmente más débiles y desarticulados. E
En este contexto, las políticas neoliberales se han hecho eficaces con costos relativamente bajos, y
en ocasiones hasta con apoyos electorales masivos, incluso después de imponer acciones de neto
corte antipopular. Esto ha dado pie para hablar de una crisis de representación de los sistemas
políticos vigentes o de su paso hacia nuevas formas, algunos de cuyos síntomas son la desafiliación
de los partidos tradicionales, la indiferencia política creciente, la no concurrencia a las urnas, los
altos porcentajes de indecisos, la falta de opinión formada en la ciudadanía, los votos volátiles que
van sin problemas de un lado al otro del arco partidario, las estrategias del tipo “atrápalo todo” de
los partidos que para ello despolitizan sus discursos y borran sus plataformas electorales (en
ocasiones comprometedoras para acciones futuras), la apertura de las listas a figuras provenientes
del exterior de los aparatos partidarios tradicionales (en general actores, deportistas u otros
miembros de la farándula), que delinean un perfil político de muy bajas calorías, en el que los
partidos casi no se diferencian entre sí más que por el eslogan con el que decidirán identificarse, o
el candidato, elegido casi exclusivamente por su imagen mediática. Es decir, la política está
cambiando y los partidos también: ya no son tan importantes las movilizaciones como las
apariciones en los medios, los programas de acción futura como la imagen de sus hombres, la
voluntad política que encarnen como su astucia para administrar eficientemente la economía. Los
partidos ya no importan por su capacidad para formar cuadros comprometidos o militantes
orgánicos o para establecer una doctrina congregante: ahora son estructuras semiprofesionalizadas
cuya acción emerge en las situaciones de la competencia preelectoral, encabezadas por comandos
técnicos que analizan encuestas de opinión y estrategias de publicidad mediática, y controlan lo que
sus candidatos no deben decir para no comprometerse frente a los electores.
Como efecto de los cambios tecnológicos y comunicativos, las ciudades, esos escenarios en los que
se dramatiza y toma cuerpo la vida social, también sufrirán el influjo de las innovaciones. Las
grandes megalópolis actuales se vuelven cada vez menos controlables por los sistemas de
administración, debido a su tamaño y a su complejidad. Las diferencias sociales tendientes al
ensanchamiento de las brechas tradicionales también se expresan en el crecimiento de la violencia
anónima, y en lo que algunos autores han llamado procesos de desurbanización: bolsones de
pobreza cada vez más amplios, abandono de los centros de las ciudades, barrios fantasmas,
fronteras internas en la ciudad, guetificación de pobres y de ricos, unos cercados por las fuerzas de
seguridad y los otros por su propia vigilancia. Esta tendencia general de las distintas clases a
constituir ghettos, a encerrarse en ámbitos controlables y seguros, implica una forma de huida hacia
el ámbito doméstico en desmedro de la ocupación y uso de los lugares históricamente públicos,
hecho que puede asociarse con la desmovilización política – que no debe confundirse con
despolitización, contracara de esta opción por los interese y el bienestar privado. En esta coyuntura
las ciudades se alteran en su fisonomía y funcionamiento en términos materiales, y metafóricamente
expresan el desplazamiento simbólico que supone la pérdida de la polis, es decir, del ámbito del
encuentro y la realización ciudadana.
Con el fin del mundo bipolar, mucho de lo que fue imaginarios políticos de contraposición a los
órdenes establecidos han desaparecido como horizontes de orientación. El sentido de lo político, de
alguna o de otra manera, supone una atribución de direccionalidad a la acción emprendida, un fin
postulado o presunto en el que desembocar. La Guerra Fría implicó tendencias preestablecidas en el
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momento de fijar este sentido de la praxis. Con la globalización y la desterritorialización que la
acompaña, muchas de las disputas, antes circunscriptas a ámbitos locales pero con la mayor
proyección geopolítica de alianzas internacionales posibles, pierden peso específico. En este
contexto, y continuando una tendencia que se inicia con el final de la Segunda Guerra Mundial, se
consuma definitivamente el proceso de descolonización del mundo, con las consecuencias que esto
produce en las metrópolis. La brecha entre los países pobres y los países ricos, la necesidad de
mano de obra de las economías centrales producto de la expansión de los años dorados, sumadas a
cierto aflojamiento en las legislaciones migratorias, fuerzan la migración legal o no desde las
colonias a los antiguos centros imperiales, o desde economías periféricas a economías que prometen
horizontes de superación y ascenso en los estándares de vida. De esta manera, estos intensos
movimientos poblacionales, cada vez más marcados mientras nos acercamos a los años 90,
comienzan a generar efectos sobre la conformación misma de las sociedades y las culturas
receptoras. Se redefinen los mapas en los centros. Encuentros entre etnias, tradiciones culturales,
códigos de clases, dan origen a una hibridación y multiplicación de las formas de la vida social. De
esta diversidad surgen nuevas identidades y proyectos matizados por otros lenguajes y búsquedas,
estableciendo conflictos distantes de los tradicionales. Esto es lo que se ha reconocido como la
condición policultural que en diverso grado afecta a todas las sociedades contemporáneas.Esto no
altera en absoluto las antiguas diferencias sociales fundadas en la desigualdad de clase, género o
nivel de educación. Al contrario, se suma y potencia, multiplicando los conflictos en direcciones
antes insospechadas, aunque la tendencia general consiste en disgregar lo que antes estaba unficado
en el continente simbólico de los estado – naciones. El potente articulador político y social de la
nación, aún cuando fuera puramente imaginario y carente de sustentos reales, hoy tiende a
fragmentarse y a complejizarse, colapsando en sus raíces estructurales. Es decir, las épicas
nacionales, cuyo fin era la movilización de un “nosotros” unificado, se tornan cada vez más
improbables en la medida en que la unidad y la estabilidad objetiva sobre las que se asentaban se
encuentran cuestionadas y en proceso de rearticulación.
En este contexto, todo lo que empujaba la voluntad a transformar comprometidamente el mundo se
vuelve contenido privado de conciencia, íntimo buen augurio, anhelo personal. No son sólo los
jóvenes los responsables de este clima. Ellos, más bien, igual que aquellos de otras épocas, son un
síntoma de los tiempos que se viven. Son otras las voces, son otros los ámbitos.
3. EPÍLOGO: ¿UNA TÍMIDA VUELTA DEL PÉNDULO?
Llama la atención que una situación económica tan poco favorable para la gran mayoría de la
población no se manifieste en reacciones masivas contrarias al régimen neoliberal impuesto.
Parecería que en lugar de generar impugnaciones radicales, las políticas instauradas estuvieron
poniendo a prueba la capacidad de resistencia de los representados. La pasividad frente a las
medidas gubernamentales de corte anti – popular, el desencantamiento y la falta de compromiso con
algunas instituciones rectoras del espacio público, el alejamiento concreto de la política, son datos
del ambiente que muestran, por sobre la renovación y continuidad de los calendarios electorales, un
debilitamiento de la cultura democrática. En este contexto, los jóvenes tienen un no muy afortunado
lugar de privilegio. Este clima obedece a los cambios sociopolíticos que han transformado la escena
y los actores del drama, o sea, las bases estructurales de la participación (situación que se mantiene
desde principios de los 90 y que es esperable que se extienda mientras no se modifiquen
nuevamente esas bases de sustentación.
Hay cinco factores de poder que se han alterado en su conformación recíproca por los cambios en la
distribución de los recursos con que negociaron y mantuvieron conflictos en los últimos años; estos
son: las clases trabajadoras y su representación sectorial; el Estado y sus instituciones; la clase
política; las naciones, y el capital. Los equilibrios previos se han desmoronado y han dado lugar a
nuevas distribuciones de recursos de poder con favorecidos y perjudicados, abiertos hacia una
contienda novedosa. En esta arena se desarrollará la participación de la población en general y de
los jóvenes en particular.
Por razones técnicas, organizacionales y económicas, el sector trabajo se encuentra debilitado. La
flexibilización técnica y jurídica del trabajo, la precarización laboral, la “desasalarización”
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creciente, el desempleo abierto de larga duración y la fragmentación salarial y sectorial de los
trabajadores, son las condiciones objetivas en las que se disuelven los lazos de solidaridad
tradicionales dentro de los que se nuclearon las clases trabajadoras. En este contexto no es casual
que la representación sectorial y política de este segmento de la población se encuentre en crisis. Se
podría decir que los sindicatos y los tradicionales partidos de clase están en el momento de su
mayor debilidad histórica y esto condiciona seriamente las posibilidades de su accionar. Como cabe
esperar, en términos relativos y opositivos, sus tradicionales antagonistas se encuentran fortalecidos.
Por otro lado, a medida que se extiende derribando fronteras, la globalización económica y cultural
pone a los Estados en situación de vulnerabilidad creciente. Los procesos de apertura económica
integran intereses locales con intereses externos, asociándolos en verdaderas mallas que después
son imposibles de vulnerar.
El plano étnico, más que el nacional de otras épocas, es aquel en el que por el momento se va dando
el reconocimiento entre los iguales. Los que más ostensiblemente apuestan por estas estrategias son
los recientemente inmigrados, quienes en estos encuentros comunitarios compensan
momentáneamente el desarraigo. Estos espacios de hospitalidad simbólica, estos lugares cálidos en
los que se propicia el encuentro, las tareas compartidas, la comunicación y el reconocimiento, son
de algún modo el emergente de un Estado nacionalizador en crisis en el que retoñan comunidades
en otro momento congeladas por una cultura política que propiciaba otras urgencias más extendidas.
Estas transformaciones inciden sobre la pérdida de los contenidos emocionales de la política. La
movilización tiene entre sus resortes más preciados los contenidos de los imaginarios políticos: las
ideas de fuerza, las mitologías, los proyectos, las épicas, las gestas y los panteones son elementos de
una simbólica emocional en la cual se establecen un relato y un sentido en el que se enmarcan las
acciones. Cuando éstas se desagregan perdiendo vigencia o cuando se secularizan alejándose de su
aura inspiradora, no es casual que la política como ámbito de atracción pierda atractivo.
Se trata de un contexto en el que los medios masivos, en especial la tv, adquieren progresiva
importancia en los caminos al poder. El avance en la cultura de la imagen hizo de la tv la tribuna
pública por excelencia y llevó las competencias preelectorales al plano del espectáculo, lo que
contribuyó al alejamiento objetivo de la población respecto de la esfera pública. Este avance de la
massmediatización en la cultura política implicó, entre otras cosas, un marcado empobrecimiento
discursivo y argumentativo, la preeminencia de la iconicidad en un modelo de comunicación
hegemonizado por la imagen, y cierta erosión en el valor de la palabra empeñada, con las
consecuentes pérdidas en la credibilidad, el vaciamiento de la esfera pública, la progresiva
instalación del cinismo y la falta de controles y de garantías. La clase política de este modo gana en
autonomía, pero pierde en determinación y fuerza. Con el debilitamiento de los partidos y el
fortalecimiento relativo de los sectores del capital, el espacio de autonomía que poseía la clase
política se ha estrechado notablemente. La política se encuentra fuertemente condicionada por la
acción de los sectores que concentran el poder en la esfera económica, estratégicamente
fortalecidos, con creciente capacidad de veto y presión sobre los demás factores de poder. Hoy los
factores de poder están radicados en espacios alejados de la política y cada vez más vinculados con
los grandes intereses económicos, que ya no necesitan, como en otros tiempos, golpear las puertas
de los cuarteles para imponer sus puntos de vista.
Sin embargo, las transformaciones de la última década han dejado problemas sociales y políticos
amenazantes para el futuro. El desempleo, la pobreza y la exclusión social son los temas de una
agenda acuciante. Es en este contexto emergente de la década pasada que se ha propuesto actuar la
única fuerza con capacidad operativa surgida de dichos cambios: los sectores más concentrados del
capital y las altas finanzas. Llama la atención que estos sectores, que son los que más se han
beneficiado con los cambios y las secuelas sociales que ellos han dejado, sean los que se propongan
resolver aunque más no sea momentáneamente la cuestión. Esto es lo que se conoce como el
Consenso Post Washington, la nueva estrategia que los sectores concentrados del capital se han
fijado para conservar su poder después de lo que prácticamente ha sido una “acumulación
originaria” de finales de siglo. Esta inciativa goza por el momento del apoyo del espectro
progresista de los arcos políticos de los países centrales y de algunos periféricos de importancia.
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Con algunos cambios y después de una derrota histórica, se trata del antiguo “consenso
socialdemócrata” remozado, que retorna aceptando como definitiva e incuestionable en sus puntos
básicos a la encrucijada económica neoliberal definida por los intereses del capital.
Pero no todo el espacio de la política se agota en el accionar de los políticos o de los partidos. Otra
de las tópicas a desarrollar por esta nueva reforma es la de darle un creciente protagonismo a las
iniciativas provenientes de la sociedad civil. El llamado “tercer sector”, constituido por las
asociaciones civiles sin fines de lucro, organizaciones no gubernamentales, fundaciones, es el
ámbito al que se apuesta para desarrollar instituciones que apuntalen sociedades más estables y
pluralistas, en las que se permita de paso resolver los problemas planteados por la gravísima
“cuestión social” emergente de las reformas económicas. Se supone que este sector puede abrir
espacios de participación desvinculados de la acción política tradicional fundando una nueva
sociabilidad. Por el momento, y más en sociedades como las latinas, estadocéntricas y con escasa
tradición civilista, no parecen ser alternativas capaces de revertir la postergación existente, aunque
sus acciones apunten a restituir lazos y valores culturales solidarios agraviados. Las grandes
instituciones representativas de los intereses del capital han comprendido que el mercadismo sin
límites destruye tramas sociales preexistentes y atenta incluso contra su propia reproducción,
tratando así de evitar las consecuencias sociales y políticas nefastas para el capital que el mismo
modelo neoliberal instituyó, dando apoyo a este sector para que se desarrolle como una malla de
contención social y, en el mejor de los casos, como un factor capaz de absorber el desempleo.
Cabe esperar que estas instituciones canalicen el descontento social y orienten la participación de la
población hacia iniciativas locales, con metas muy precisas y un horizonte claramente puesto en la
viabilidad y la eficiencia de su accionar. Estas serán seguramente las protagonistas de los tiempos
políticos por venir, ámbito de recepción de la participación juvenil en los tiempos que corren. El
déficit de inclusión de los jóvenes, excluídos del trabajo y en muchos casos del estudio, con todas
las dificultades que ello implica para gestionar un arraigo de identidad, ese apetito de identificación
frustrado, de masas en disponibilidad, trata de ser encauzado por esta política de desarrollo del
tercer sector. Las movilizaciones barriales, zonales o de pequeñas ciudades que ostentan
orgullosamente sus rasgos locales, la promoción de las fiestas presentadas como atractivos
culturales, el desarrollo de microemprendimientos productivos, de trueque, cooperativas de
abastecimiento o de construcción, de defensa de espacios verdes, cuidado de los niños, celebración
de fiestas religiosas, comparsas y murgas, serán los presentes y futuros ámbitos de inclusión de los
jóvenes. Son las nuevas maneras de expresión participativa, celular y acotada, pero positiva en este
período de la vida social que parece haber cerrado los caminos a la participación ciudadana.
El péndulo parece estar volviendo para seguir con el esquema del comienzo, pero en una situación
comprometida para lo público. Se trata de la salida del ciclo privatista, aunque por el momento
seriamente condicionada por la situación precedente. Tal vez sea por el efecto mismo de la
desilusión y el desencanto con las búsquedas del bienestar privado que comienzan a surgir estas
reacciones, estas nuevas áreas de acción en el interior de los grupos dirigentes y en la ciudadanía en
general. Estas nuevas formas de organización y participación, de alcance moderado y local,
encarnan el signo de los tiempos, orientándose nuevamente hacia lo público pero con las marcadas
características diferenciales de la época. No se puede prever la evolución futura de estas formas de
participación, pero es interesante reconocer en ellas la reaparición o el retorno – aunque adaptado al
presente técnico, social y cultural – de valores y prácticas que tuvieron fuerte incidencia en la
historia reciente en momentos de crisis. Tal vez retornen aquellas prácticas de carácter acotado –
barrial o comunitario – tales como sociedades de fomento, bibliotecas populares, clubes de barrio,
sociedades de ayuda mutua, organizaciones nacionales de inmigrantes, en las que se fermentaron
climas políticos de gran trascendencia histórica para los sectores populares. Por eso se puede hablar
de cierto reverdecer de fuerzas que apuntan a una reconstrucción civil del espacio de la política. Sin
embargo, no debe oscurecerse con ello la forma predominantemente tecnicista y minimalista de
estas modalidades de la actividad participativa, que privilegian la inserción celular, ante la ausencia
manifiesta de las grandes épicas populares y de las estrategias de transformación del espacio
político y social. Es un contexto en el que la participación en los canales inorgánicos y celulares de
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la política va ocupando el centro de atracción de las iniciativas juveniles. Una juventud
mayoritariamente reformista y moderada vibra nuevamente en la onda de la cuerda dominante.
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MARGULIS Y OTROS: Juventud, cultura y sexualidad (2048)
CAMBIOS EN LA PAREJA
1. Entre lo público y lo privado: la “pareja” como nueva forma de relación
Este capítulo se orienta hacia la descripción de los cambios ocurridos en la pareja en el contexto de
las grandes transformaciones culturales que tuvieron lugar en el plano de la sexualidad en la
segunda mitad del siglo XX. El análisis se circunscribe a los sectores medios de Buenos Aires y, en
particular, a los más vinculados con la cultura universitaria, teniendo en cuenta la diversidad social
y cultural y los fuertes contrastes que existen, entre sectores medios y sectores populares.
El uso común de la palabra “pareja” suele referir a personas que se unen en un vínculo afectivo (que
generalmente incluye la sexualidad). Tiende a significar las relaciones entre hombre y mujer,
tomando en cuenta los sentimientos, la subjetividad compartida, los compromisos mutuos, el
reparto de roles y de tareas en la convivencia. “Pareja” remite al amor y a la atracción sexual, a la
intimidad y a la construcción de un vínculo. Puede incluir vida en común, espacios y tareas
cotidianas que se comparten, imaginarios que contienen proyectos de futuro, en los que suelen tener
lugar preeminente los hijos. En comparación con “matrimonio” o “familia”, este concepto toma
distancia de lo público y de lo normativo: “pareja” apunta a la vida privada y a la intersubjetividad.
En este marco, también toma importancia la creciente conciencia que, sobre todo las mujeres, han
ido cobrando respecto de sus derechos, lo que abarca no solamente aspectos políticos y económicos
de la vida pública sino también la atención orientada hacia la privacidad y los deseos, las
frustraciones, armonías y conflictos que se desenvuelven en el plano de la intimidad, donde lo
emocional y lo afectivo adquieren mayor relieve. En épocas pasadas, el matrimonio, sobre todo
entre las clases más ricas, era asunto público, en directa relación con un primer nivel
supraindividual que era la “casa”, la familia: base del patrimonio, del apellido y del linaje.
Tambiéne estaba muy vinculado con el interés social y de clase, en cuanto se había constituido en
una de las principales bases de la reproducción biológica, económica, política y cultural del orden
vigente. La institución matrimonial contenía las normas que regulaban las uniones, fijaba el marco
de la sexualidad y garantizaba la filiación, asegurando la continuidad de la sangre, del linaje y de la
riqueza. Como parte del orden público y eje de la continuidad social, política y patrimonial de las
familias, no podía quedar librado a las elecciones inexpertas de los más jóvenes. Eran los padres y
los abuelos, los tíos y otros parientes, los responsables del honor y la riqueza familiar, quienes
tenían a su cargo la elección y las negociaciones en un acontecimiento que era, ante todo, alianza
entre dos familias.
Se comprende, con estas breves referencias al orden político, social y cultural que regulaba, hasta
épocas no muy alejadas, el matrimonio, la familia y la sexualidad, que en el marco de los grandes
cambios producidos en el siglo XX en el orden familiar y, sobre todo, desde la llamada “revolución
sexual” a partir de la década de los 60, el tema de la pareja se singulariza y cobra relevancia como
parte de un fuerte procesode transformaciones culturales en las esferas relacionadas con la
afectividad
2. De la sexualidad para la reproducción a la sexualidad legítima
Los cambios que ha experimentado la mujer en las últimas décadas suponen la ruptura de los
antiguos modelos y mandatos sociales que giraban, principalmente, en torno de su papel como
esposa y madre. Maternidad, tareas domésticas, alimentación y cuidado de los hijos constituían el
mundo destinado a la mujer y las bases culturales sobre las que se erigía su identidad. En relación
con lo anterior, un cambio muy significativo – que se dispara en la segunda mitad del siglo XX en
el marco de la llamada “revolución sexual” - , que sin duda está relacionado con circunstancias
económicas, demográficas, políticas y sociales, consiste en la instalación técnica y cultural de la
separación entre sexualidad y reproducción. Se trata de un hecho muy significativo, que se vincula
con el fácil acceso a nuevas técnicas anticonceptivas, con enormes consecuencias en los planos
familiar, social y cultural, y que está indudablemente relacionado con los nuevos lugares laborales
que la sociedad abre para las mujeres. En el plano cultural, la difusión de la píldora y la
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oficialización de las técnicas anticonceptivas marca el inicio de un cambio notable que indica el
comienzo de la aceptación de la sexualidad en sí misma como instancia legítima: constitutiva de la
identidad tanto de hombres como de mujeres, fuente de comunicación, de relación, de placer. Este
tema ingresó en un plano secular, el sexo comenzó a desencantarse al alejarse la demonización, las
prohibiciones y las restricciones.
Las transformaciones sociales y económicas mencionadas tienen importantes correlatos en el plano
de la subjetividad. Como efecto de estas transformaciones, las mujeres comenzaron a liberarse,
lentamente, de una ideología que las enajenaba de su cuerpo y las envolvía – dentro de un sistema
general de restricciones a la sexualidad – en controles rigurosos, particularmente los internalizados,
que tenían un tinte patrimonial y patriarcal y que restringía su acceso al conocimiento de sus
necesidades y sus deseos. La mujer va construyendo nuevas identidades públicas y privadas: por
una parte, las nuevas posibilidades de realización en lo laboral, intelectual o económico compiten en
su interior con su aspiración a la maternidad; por otra, al ir ocupando nuevos roles y cumpliendo
con nuevas obligaciones, adquiere otras responsabilidades y mayor independencia. Su mayor
autonomía se extiende también a su cuerpo, ya no ajeno y controlado por la familia, la Iglesia o la
moral pública sino que se le presenta como un nuevo territorio, abierto al conocimiento, al deseo y
al placer: la mujer comienza a reapropiarse de su sexualidad. En este proceso, los hombres también
se ven involucrados, pero las modificaciones que experimenta la mujer son más intensas que las de
los hombres. En los nuevos modelos sociales y en los roles que le son socialmente destinados, las
mujeres se distancian más de sus madres y abuelas que los hombres respecto de los modelos
masculinos de las generaciones que les anteceden.
Los cambios que se han ido produciendo en la posición y los roles sociales de la mujer inciden en el
funcionamiento de las parejas, en las relaciones internas entre sus integrantes y en las expectativas
mutuas. En este marco la pareja deja de ser asunto público, pasa progresivamente al marco de la
vida privada y se incrementan su autonomía y posibilidades.
Los viejos modelos persisten internalizados a través de la socialización temprana, con sus aspectos
prescriptivos, pero también con las características referidas al amor, a la afectividad, a lo correcto y
lo prohibido, y esta perseverancia del pasado cultural, junto con los desafíos del presente,
constituyen parte del marco sumamente complejo y conflictivo que deben afrontar los jóvenes que
deben construir – y hasta cierto modo inventar – sus relaciones de pareja en un mundo que cambia
velozmente y en el que las nuevas modalidades de relación serán también, probablemente, efímeras.
3. Encuentros y desencuentros en las parejas: nuevas formas de conflictividad
Los jóvenes tienden a prolongar su permanencia en casa de sus padres e inician su convivencia
como pareja a edades mayores que en las generaciones anteriores. Una de las razones principales
que motivan esta postergación tiene que ver con dificultades de orden económico, que en este
período de desempleo y crisis vuelven más difícil iniciar y mantener un hogar independiente.
También son causas importantes la prolongación de los estudios y la incidencia de las aspiraciones
cada vez mayores de las mujeres respecto de completar una carrera o competir en distintos ámbitos
y, en general, de avanzar hacia su realización en los campos laboral, económico, artístico o
intelectual.
Podemos apreciar que la mayor parte de los jóvenes que conviven con su pareja se ubica en el grupo
de 28 a 32 años. En el grupo de 23 a 27 el porcentaje de quienes viven en pareja es notablemente
inferior. Los cambios en los modelos de pareja, que están relacionados con las transformaciones
experimentadas en los roles y las aspiraciones de la mujer, traen consigo nuevos modos de
convivencia y dan lugar a zonas de negociación y conflicto. Los roces tienen que ver muchas veces
con la persistencia de los viejos modelos de división del trabajo en el hogar, internalizados por
ambos integrantes de la pareja durante su socialización y, también, con las modalidades que son hoy
habituales entre las generaciones más jóvenes de este sector social: ambos trabajan y aportan a la
economía del hogar. El pasado interiorizado conserva de algún modo reminiscencias de la figura del
hombre productor, protector, proveedor del dinero, y de un modelo de mujer encargada de los
papeles afectivos y de las tareas asociadas con ellos: la alimentación, el cuidado del hogar común, la
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crianza de los niños. En ambos, hombre y mujer, opera de diversos modos esta ambivalencia: el
apego a roles del pasado coexistiendo con los que demandan las nuevas formas de vida.
Hay (en la mujer) un deseo de reconocimiento, que trasciende el plano del agobio laboral: quieren
ser reconocidas como pares, que se acepten y valoren sus realizaciones laborales o intelectuales y
no ser relegadas a las tareas históricamente destinadas a las mujeres, lo que sienten como una
descalificación. Por su parte, también muchos hombres quieren que su compañera trabaje, puesto
que en la actualidad el logro de algún bienestar económico en la pareja depende, por lo general, de
la suma de los ingresos de ambos. También los hombres experimentan contradicciones y
ambivalencias por la confluencia de nuevos y viejos roles. Pero si bien el varón está muchas veces
dispuesto para ayudar en las tareas hogareñas, no lo siente como un deber ni como algo para lo cual
esté preparado. Las chicas van incorporando, desde la infancia, aptitudes para el cuidado de la casa
y de los hijos, en cambio los varones son tempranamente estimulados para otras tareas y aptitudes.
El problema se complica y agrava cuando llegan los hijos. Mujeres que se desempeñan como
profesionales o ejecutivas, que luchan para llevar adelante carreras exitosas, generalmente
postergan la maternidad: los hijos significan un aumento importante en las tareas y
responsabilidades que, en general, están a cargo de la mujer.
4. Las nuevas tendencias
Ideal de pareja
La pareja es crecientemente concebida como algo que se va construyendo, y su perduración no está
asegurada de antemano. Si funciona, se avanza hacia compromisos mayores, sino, se disuelve y
quedan abiertas todas las alternativas. Lo que antes era un mandato – había que ajustarse a las
imposiciones y regulaciones externas (familia, comunidad, clase social) - , ahora ha cedido paso a la
ausencia externa de restricciones: la pareja, la afectividad, la sexualidad, se han vuelto asunto
privado. Crece el lugar para el deseo, lo que coloca la cuestión en el ámbito de la libertad interna y
de la aptitud subjetiva para conocer las propias necesidades y asumir los propios deseos. También
aparece como interrogante la capacidad para poder llevarlos adelante en el marco de un proyecto de
vida en común, cuyo éxito depende del encuentro y la articulación con los deseos y las necesidades
del otro integrante de la pareja. En el imaginario actual respecto de la pareja tiene importancia su
permanencia, su grado de compromiso y la elaboración conjunta de proyectos. Las parejas se
constituyen sobre la base de necesidades y de esperanzas y está siempre presente la idea de
durabilidad. Sólo que estas relaciones se organizan basadas en formas menos rígidas que en el
pasado y los proyectos se van gestando a medida que la marcha de la pareja los presenta como
posibles.
Se desea también lograr una cierta calidad en el diálogo y la comunicación dentro de la pareja, lo
que incluye la creación de modos para resolver los desencuentros y las situaciones conflictivas. Se
tiende hacia la paridad en la relación, que el otro tenga un desarrollo equivalente en el plano
intelectual, que sea un interlocutor respetado, que la relación presente desafíos y no que esté basada
en la desigualdad y el sometimiento. También quieren preservar ámbitos de independencia. Las
relaciones no deben ser oprimentes, deben dejar espacios para zonas de la realización personal que
pueden no incluir a la pareja. Los amigos son valorados y se tiende a mantenerlos, y la mayoría de
los jóvenes de ambos sexos dedican tiempo para encuentros con amigos y actividades que no
incluyen a la pareja.
Hay que tener en cuenta, también, el contexto social actual y las dificultades para orientarse hacia el
futuro, que se presenta poco previsible; por una parte es fuerte la incidencia de la crisis económica y
del desempleo en el marco de la problemática local, pero también influyen aspectos más
universales, relacionados con los rápidos cambios tecnológicos, sociales y culturales, que velan el
horizonte en el siglo que se inicia. El desarrollo personal en el plano laboral o intelectual, la carrera
y el logro económico, compiten muchas veces, en hombres y mujeres, con sus necesidades afectivas
y con deseos profundos. A veces las mujeres de hoy, si no han logrado establecer una pareja
satisfactoria, al llegar a cierta edad – por ejemplo, cuando superan los 30 años - , deciden ser
madres sin contar con una pareja estable. Esto se ve facilitado por la reducción o eliminación del
castigo social para algo que, en otros tiempos, hubiese sido considerado una transgresión muy
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importante. Sin duda esta nueva posibilidad es consecuencia de la independencia económica
alcanzada por muchas mujeres, que lograron depender de su propio trabajo.
Desdramatización de las separaciones
En las últimas décadas se ha hecho notorio, en nuestra sociedad, el aumento de las separaciones y
divorcios. La disolución de los lazos es frecuente y son comunes las familias en las que conviven
hijos de distintas uniones. Se puede relacionar el aumento de las separaciones y nuevas uniones con
los cambios anteriormente descriptos, relativos a la mayor autonomía de la mujer, a que su
inserción en la actividad económica le provee mayor independencia y reduce su anterior
indefensión y, teniendo en cuenta lo desarrollado al principio sobre la emergencia de la noción de
pareja, cobra importancia el que el centro de gravedad de las uniones ya no sitúa en el orden público
sino que se ha producido un desplazamiento hacia el plano privado. En este proceso cobran
prevalencia los sentimientos y deseos, las satisfacciones y la comunicación; en síntesis, el grado de
logro y realización que experimenta cada uno de los integrantes de la pareja con el ámbito común
que han logrado elaborar.
Los diferentes cambios enumerados arriba son producto de un proceso de transformaciones que se
ha acelerado en los últimos 40 años. Mientras que las personas de más edad vivencian las
transformaciones con todo su impacto de transgresión y ruptura, las generaciones más jóvenes, que
se socializan en un mundo que ya trae consigo los nuevos valores y los cambios culturales, viven
con naturalidad la superación de arraigadas prohibiciones y la emergencia de nuevas modalidades
en órdenes tan sensibles como la familia, la sexualidad y las relaciones hombre – mujer. Cada
generación naturaliza el presente en el que se ha socializado.
Sexualidad
El acceso a métodos anticonceptivos fáciles y seguros ha liberado a la mujer de los ciclos de partos
y embarazos no controlables y muchas veces indeseados y contribuyó a gestar las condiciones para
que los integrantes de la pareja tengan menos dificultades para alcanzar relaciones sexuales más
libres y satisfactorias. Se aligeraron muchos obstáculos que impedían que la mujer pudiera tomar
conciencia de su propia sexualidad, que tuviera acceso a mayores conocimientos en este terreno,
que lograra establecer diálogos más satisfactorios y con menos inhibiciones con su compañero y
que las relaciones sexuales pasaran de ser un deber a una posible fuente de goce. Más aún, se fue
instalando en la cultura y en el diálogo entre las parejas la idea del derecho de las mujeres al goce
sexual. En los cambios en la cultura de la sexualidad radica entonces uno de los aspectos que dan
origen a la pareja actual y le confieren identidad. Sin embargo, y a pesar de esos avances, se siguen
presentando zonas irresueltas, contradictorias y conflictivas, de ahí que no deba sorprender que sea
en esta temática donde se observan, con frecuencia, las principales zonas de desencuentro,
problemas sin resolver, temores y frustraciones.
Los modos en que durante siglos, en Occidente, fue procesada culturalmente la sexualidad, y en
particular el papel atribuido a las mujeres, en el que se oscurecía la relación con su propio cuerpo,
conservan su inercia. Hay profundas raíces culturales que todavía inhiben la apertura, el
conocimiento y la comunicación de la mujer con su cuerpo y con la sexualidad. Desandar esas
profundas redes – psicológicas, morales, afectivas – es difícil, y ello se manifiesta en un aspecto de
delicado equilibrio: el deseo. Las limitaciones se manifiestan también en muchos ámbitos del
sistema educativo, en las relaciones entre padres e hijos, en los distintos canales formales e
informales de la comunicación social. Ello no se contradice con la hipertrofia de una sexualidad
cosificada que ha invadido los medios masivos, al calor de las necesidades del mercado.
En los condicionamientos culturales de hombres y mujeres siguen pesando normativas que tienen
enorme influencia en los juegos de atracción y seducción. El erotismo es también producto de la
cultura y responde a las pautas de la época. Una mujer que toma iniciativas muy obvias induce
probablemente reacciones de rechazo en los varones. Puede avanzar, mostrarse, pero de acuerdo
con reglas implícitas, mensajes indirectos, insinuaciones sutiles del lenguaje, el cuerpo o la mirada
que el destinatario entiende, ya que en los hábitus de generación y clase están incluidos los códigos
de la seducción, del erotismo, de las conductas legítimas que rigen en cada tiempo, lugar y sector
social.
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Pero las aperturas ocurridas, la mayor conciencia de las mujeres respecto de sus necesidades
sexuales y de sus problemas en este terreno y la mayor experiencia sexual que traen consigo debido
a su iniciación más temprana, implican cambios en los equilibrios de la pareja e influyen en el
desempeño y la satisfacción sexual de los varones. Los viejos modelos conservan su inercia y son
fuente de conflicto para los varones los casos, actualmente más frecuentes, en que las mujeres
plantean reclamos dentro de la pareja en búsqueda de mayor satisfacción y, en general, la
externalización del deseo y de las necesidades femeninas, que antes se ocultaban. El desbloqueo
parcial de las prohibiciones origina nuevos conflictos y desencuentros, que pueden llevar a
inhibiciones y disfunciones sexuales masculinas. La mayor igualdad en el plano sexual trae
consecuencias: los hombres empiezan a ver cuestionado su papel de conducción y dominación en
este terreno, lo que incluye el conocimiento y la experiencia. Pesa sobre ellos el papel activo, y
cualquier inhibición, frustración o pérdida de deseo puede afectar su desempeño eficiente; la mujer,
en cambio, puede disimular su falta de satisfacción o de deseo, y en todo caso, de ocurrir, la
relación sexual puede igualmente realizarse.
La crisis económica, la necesidad de competir, de abrirse camino, de trabajar y estudiar, el hecho de
que ambos trabajen, las exigencias que pesan muchas veces sobre los jóvenes integrantes de la
pareja en esta época y en este sector social, compiten con el tiempo y las energías necesarias para la
sexualidad, el goce o el mero descanso y la recreación. En contradicción con las nuevas libertades y
con la mayor presencia del sexo en los medios y, en general, en la discursividad social, hay datos
coincidentes en el sentido de una disminución de la actividad sexual, que las relaciones sexuales son
menos frecuentes. Además tienen que mantenerse jóvenes y parecerlo. Hay que invertir en el
cuerpo. Hombres y mujeres dedican tiempo y esfuerzo para mantenerse delgados: gimnasia, dieta y
deportes. No es sólo placer, es exigencia del medio y también el cuidado del cuerpo se va
incorporando, en muchos casos, como requisito de la pareja. Estas preocupaciones se observan con
frecuencia, y en esto también influye el efecto socializador de los medios, que imponen y
propagandizan el cuerpo legítimo. Los medios proponen modelos de comportamiento y también
modelos de cuerpo: los requisitos son para hombre y mujer delgadez, blancura, juventud, amén de
otros que cambian con la moda referentes al cabello, a la ropa, al maquillaje. Los medios, también
informan sobre los comportamientos sexuales y amorosos: muchos programas, con gran audiencia,
pretenden presentar con “realismo” aspectos importantes de la vida de relación.
Sexualidad massmediática
El sexo dejó de ser transgresor y subversivo y se instaló en el espacio comunicacional – hoy el
espacio público por excelencia – superando rápidamente todas las barreras. El sexo se ha vuelto
mercancía comunicacional e ingrediente notable para el desenvolvimiento de ese mercado. En las
últimas décadas ha crecido explosivamente la sexualidad massmediática, lo que está relacionado
con los cambios en las prácticas y discursos sociales y se apoya en los procesos de cambio real
(nuevos roles laborales de la mujer, métodos anticonceptivos accesibles y eficaces, etc). Pero el
sexo massmediático discurre por canales diferentes y con modalidades distintas de lo que se
manifiesta en la intimidad de las personas. En las prácticas reales de las parejas y en el mundo de
los sentimientos siguen existiendo – aunque atenuadas y modificadas – las prohibiciones
internalizadas. Se ha ido creando una industria del ensueño sentimental y erótico, propiciada por los
medios, que gestan esa separación entre el plano de la fantasía, abonada por el millonario aluvión de
imágenes y palabras, y las prácticas reales, que dependen de los ritmos de cambios en la cultura, las
costumbres y el mundo interno de las personas. En general, hay un desfase entre los mensajes de los
medios, sobre todo el bombardeo de imágenes con alto contenido erótico, y la capacidad cultural de
la gente para procesar y actuar en consecuencia.
LA MASCULINIDAD EN LA ENCRUCIJADA
Los géneros son instituciones sociales fuertemente marcadas por las condiciones históricas: en
distintas épocas los modos de ser mujer o de ser hombre han ido cambiando. En este sentido la
masculinidad puede ser vista como una construcción que obedece a paradigmas dominantes,
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profundamente anclados en la cultura. La masculinidad es un campo complejo de representaciones a
la vez sexuales, estéticas, éticas, afectivas y convivenciales. En esos ejes imaginarios se definen
“estilos de rol” según los ámbitos transitados en la vida cotidiana. Ser hijo, padre, amigo,
compañero, macho, pareja, amante, por sólo nombrar algunos de los ámbitos de la acción social
más habitual de un hombre, suponen modelos de presentación y representación en los que se
expresa una determinada construcción epocal de género.
La masculinidad tradicional, con toda la carga de mandatos y definiciones con las que se identifica,
estaría siendo reemplazada por nuevas formas bajo las cuales se perfila un nuevo modelo de “ser
hombre”
1. El varón tradicional
Ese modelo, que fue nombrado bajo distintas fórmulas – machista, patriarcalista, sexista,
androcéntrico, falócrata - , reunía una serie de características dominantes que definían su perfil: en
pocas palabras, se trataba de un esquema de definición de géneros en el que el hombre ocupaba la
posición primordial y la mujer una posición subordinada. El varón tradicional es la construcción de
una cultura con predominio masculino legitimado: en esa trama la mujer aparece como un ser
inferior débil, pasivo en la sexualidad, necesitado de cuidado y protección, naturalmente dotado
para dar afecto y amor, provisto provisto por ello del instinto maternal, destinado al hogar y al
cuidado de los niños. En ese esquema el varón funciona como el opuesto complementario. Se trata,
al contrario, de una cultura superior, sólida y fuerte, activa y posesiva en la sexualidad, competitiva
y batalladora, encargada de transmitir la ley, naturalmente preparada para ejercer la autoridad,
proveedora externa del hogar y la familia. Aquel ser y esta criatura, ambos dispuestos para una
complementaria armonía.
Esta institución operaba algunas exclusiones fundamentales para legitimar el lugar dominante del
hombre, que a su vez estaba sujeto a una definición específica: hombre y mujer normal devenían
matrimonio, las mujeres problemáticas, evasivas o extrañas, quedaban para vestir santos, los
varones sospechosos, demasiado apegados a sus madres o tías, incapaces, frágiles en su fortaleza
como eventuales proveedores, o definitivamente raros, por reacios a la competencia y a la
demostración ostentosa de alguna virtud reconocida como viril, clasificaban en otras categorías. Por
un lado una normalidad bien definida, por el otro, las desviaciones que confirmaban la regla. Hay
toda una postura obligada en relación con la sexualidad: ser varón implica ser impulsivo y tomar la
iniciativa, estar siempre en situación de actividad, reducir la sexualidad al coito y ejercerla como
descarga, hacer de la mujer un objeto de posesión, pasivo y satisfactorio. Este conjunto de mandatos
hizo de la prostitución un sector pujante, exterior al matrimonio, no necesariamente definido como
ámbito para la sexualidad, aunque sí en ocasiones como “descanso del guerrero”. Este modelo a su
vez definía claramente el lugar y la actitud que debería privilegiar la mujer normalmente reconocida
como virtuosa. Cierto conjunto de rituales relativamene informales acompañaba a su vez a este
ejercicio de la virilidad: la iniciación sexual temprana e inducida por los varones mayores en
prostíbulos.
A su vez, este varón se reconocía en un tipo de corporalidad definida por un conjunto preciso de
disposiciones físicas, de gestos y performances por los cuales se actuaba la masculinidad: la hexis
varonil. Allí radicaba entonces la virilidad, en esa apariencia dura, distante y de escasa o controlada
gesticulación cuyo efecto de sentido primero, la imposición de la distancia, la connotación de la
rudeza, tenían por detrás una de las bases de la presentación masculina del hombre: infundir
respeto, eliminar la blandura más adecuada para las mujeres y los niños que para un verdadero
hombre. Esa dureza, base de un estereotipo identificado con una época, acompaña formas de la
elegancia y la postura, definiciones de los perfiles con los cuales en nuestro pasado inmediato se
constituyó la imago dominante, tan ampliamente prescripta como dura e insidiosamente transmitida
y asumida, de la masculinidad: ser un hombre es no llorar, no hacer pucheritos, no demostrar
emociones, no enrojecer como un muchacho, no mover las manos como una mariquita, hablar claro
y con tono engrosado, mirar a los ojos, no aflautar las frases ni hacer interjecciones ni trinitos como
una mujer, aguantar sin chistar el castigo, estar dispuesto a irse a las manos cuando corresponda, no
dejarse amedrentar por la presencia de otros varones, no abandonar la postura y sostener la mirada
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ante posibles amenazas. Un conjunto de poses que se expresan en la caricatura del compadrito, cuya
narrativa mítica de coraje y valor ha sedimentado en una cultura como la nuestra.
El varón tradicional demuestra escaso afecto por sus hijos, especialmente cuando son varones,
ejerciendo el corte frustrante de la separación de ellos con la madre, base de la desfeminización
necesaria para que se conviertan en varones. Ese varón cuando ejerce el rol de padre lo hace por
fuera del cariño y el afecto, reservados para la madre, infundando y transmitiendo respeto, límites y
circunspección para los hijos. De este modo se conforma el modelo de masculinidad tradicional,
una trama densamente articulada de mandatos que funcionan en distintos niveles.
2. La encrucijada
Este modelo ¿se encuentra vigente?. La encrucijada implica al mismo tiempo que sí y que no.
Podría decirse que la cultura actual está atravesando un proceso de cambios en el que se percibe una
redefinición de los roles, producido por el avance histórico de las mujeres, pero también por el
cambio de otras circunstancias y factores sociales, que ha impactado profundamente en esta
estructura tradicional dejando una situación de particular desorientación en los varones, visible en la
forma de crisis, sintomatizada en emergentes que estarían expresando el comienzo del fin de ese
modelo de varón tradicional. El machismo y el patriarcalismo han definido al mismo tiempo tanto el
lugar de las mujeres como el de los hombres. En la actualidad este modelo está comenzando a entrar
en crisis, con la acción pedagógica que han ejercido los movimientos de mujeres, pero también con
el rechazo que por parte de los hombres va oponiendo una nueva manera de plantarse en la vida,
ante los otros y ante sí mismos.
Es creciente el número de varones que están intentando vivir su masculinidad por fuera de ese
modelo; se puede decir que hay hombres que ya no se contentan con excluir su parte femenina
como condición de la autoproducción de su propia subjetividad. Se habla del surgimiento de un
“hombre blando” que resiste los mandatos de la cultura machista tradicional. Un hombre que no
niega su costado femenino (en el sentido heredado del término), es decir, el cultivo de la
sensibilidad, la escucha de su cuerpo, la afectividad, el contacto físico cariñoso, la relación tierna
con los hijos y todo otro conjunto de elementos con los cuales se puede identificar una manera de
vivenciar la masculinidad en completo distinta de aquella a la que asistió durante el proceso inicial
de su socialización. La resistencia al estereotipo macho, al hombre duro, héroe de narrativas que
van perdiendo vigencia, es también una apuesta que muchos varones van eligiendo, aun sin tener en
cuenta cuál puede ser la desembocadura final de tal proceso. Síntomas del cambio son, por ejemplo,
los grupos de reflexión de hombres en distintos lugares de Europa y EE. UU que plantean
problemáticamente su relación con las mujeres. Entre los aspectos que se discuten están la
conciencia de género, las políticas antisexistas, las políticas profeministas, la violencia masculina.
La propuesta ha sido replicada en América Central con el objetivo de combatir la violencia sexual y
doméstica, armada por grupos de hombres que desean superar el machismo. Otro síntoma del
cambio se puede encontrar en los libros de lectura que se utilizan en la escuela primaria A partir de
los años 70 – 80 se registra un cambio en las figuras que ilustran situaciones de la vida cotidiana y
en el lenguaje al que se apela para describir el funcionamiento de los roles que se supone que deben
realizar los miembros de una familia: ahora hombres y mujeres – concretamente, papás y mamás –
no reproducen en los libros de lectura la estereotipia de género clásica del machismo. Las mujeres
aparecen en fábricas trabajando o manejando taxis y los varones haciendo las compras, cocinando o
cuidando bebés y todas las ilustraciones acompañadas de las preguntas “papá puede o no puede”,
“mamá puede o no puede” con el claro objetivo de poner en discusión los roles crasantemente
asignados por sexo.
También se constata una declinación de la paternidad tradicional, una crisis del modelo de
frustración duro con el que durante décadas se identicó la soberanía paterna. Esto se debe en parte
al avance de las mujeres en este terreno, pero también al rechazo explícito por parte de los hombres
frente al modelo de padre terrible que muchos de ellos experimentaron en su propia infancia. Los
horizontes de socialización cambian y de este modo ya no necesariamente le corresponde al hombre
uno y sólo un rol, o conjunto de roles, igual que a la mujer, porque se acepta para la mayoría la
posibilidad de roles no mecánicamente adjudicados sino voluntariamente disponibles. Lo que hoy
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está en cuestión es esta inevitabilidad del destino, destino definido en el marco de un tipo de
familia, la patriarcal machista y tradicionalista en la que fueron socializadas las generaciones
mayores de nuestras sociedades.
3. Reflexiones finales
La situación por la que en términos generales atraviesa la cultura actual nos habla de una
conmoción en el conjunto de valores y de mandatos por los cuales se construyó y rigió el modelo de
masculinidad dura, machista y patriarcal. La ambigüedad estética inspirada en modelos que al
mismo tiempo son gay, rocker o “neomacho”, las publicaciones gráficas y audiovisuales que
puntualizan sobre aspectos imaginarios en todo alejados del “hombre duro” y que hablan de un ser
menos contracturado y más abierto, son síntomas puntuales de una nueva imagen modernizada para
el hombre.
En el hogar la idea del proveedor se encuentra discutida: las realidades del mercado laboral y de las
nuevas familias dejan en claro que ese imaginario va a tender a volverse cada vez más inestable y
quebradizo; hay una falta de modelos para encarar las relaciones de pareja actuales: el patrón
antiguo, en algún punto aún vigente, está estallando en paradigmas hibridados y múltiples, donde
persisten residualmente fragmentos del pasado, que funcionan en muchos casos para el retroceso
violento hacia la afirmación de rasgos de conducta que han perdido toda vigencia.
Algunas de las figuras como son la de padre, hijo, compañero, macho, pareja o amante, pasan por
una reestructuración, tal vez poco significativa para ánimos efervescentes y maximalistas, aunque
sin dudas profunda y decisiva como germen de futuro. Este pasaje no necesariamente implica un
modelo cerrado y completo opuesto al anterior, aunque sí indica prescripciones que se inscriben en
distintos planos – estético, ético, afectivo, convivencial – de la vida social y que transitan en
direcciones novedosas y alternativas en relación con las que fueron incuestionadamente dominantes
hasta hace poco tiempo. Estos nuevos mandatos sociales obedecen a búsquedas de género
diferentes, con perfiles de masculinidad inéditos y, de modo claro, están hablando de una nueva
cultura.
CUERPO Y SEXUALIDAD: CONDICIONES DE PRECARIEDAD Y REPRESENTACIONES
DE GÉNERO
1. Introducción
El tema principal es el cuerpo y su influencia en la sexualidad en mujeres jóvenes. Se analizan las
condiciones concretas en las que se generan las representaciones que sobre él se construyen y las
prácticas que cotidianamente se le destinan o que lo tienen como presupuesto, en el marco de las
redes de sentido que conforman la cultura de los sectores populares. La corporalidad no constituye
un dato de la naturaleza: el cuerpo abarca un sustrato biológico sobre el que se imprimen las pautas
culturales propias de cada grupo o subgrupo social. Así, el cuerpo constituye el asiento de la
subjetividad al mismo tiempo que expresa los códigos de la cultura. Como portador y productor de
signos, el cuerpo habla y es hablado por las pautas sociales y culturales dentro de las que se lo
reconoce como soporte de sentido: sus rasgos externos, sus propiedades y características internas,
tanto como las posturas que adopta o las vestimentas con que se lo cubre, expresan la historia de su
portador, refieren a su origen y posición social, manifestando pertenencias y adscripciones a grupos
y clases particulares.
Existe pues una dimensión simbólica que articula y construye el cuerpo, dimensión que incluye
valores, creencias y saberes, sobre cuya base se lo objetiva en lo que tiene de objetividad.
Cualidades casi inherentes como el volumen, la forma y el peso, no son más que atributos que en
sus diferentes valores responden a una lógica cultural. El cuerpo es el producto de un proceso social
que borra sus huellas y lo presenta como un fetiche, como si sus características emanaran de él. En
este contexto, el cuidado del cuerpo tampoco constituye una práctica natural: la relación con el
cuerpo y su cuidado varían con la cultura y con la clase social. Este trabajo focaliza sobre el grupo
comprendido por los habitantes de zonas económica y socialmente deprimidas de la Ciudad de Bs.
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As. Se trata de los habitantes de las “villas miseria”, personas cuyos ingresos se encuentran por
debajo de la línea de pobreza o, directamente, en el nivel de indigencia.
2. La villa, el hogar y el afuera: los condicionantes materiales del riesgo y la inmediatez
La experiencia del espacio es uno de los elementos más importantes en la organización de la vida.
Las características del hábitat condicionan e influyen en el modo en que se construye el cuerpo y
sus representaciones. En las villas miseria, la vida cotidiana de los pobladores se desarrolla en
escenarios de interacción que pueden agruparse en tres grandes esferas: la vida doméstica, el barrio
y la calle, el “afuera” o la comunidad en general. Las tres esferas pueden pensarse como círculos
concéntricos que parten de los lazos más cercanos e incluyen, a medida que se alejan de este núcleo
primario, relaciones que implican un mayor grado de extrañeza, impersonalidad y otredad. Entre los
dos primeros, es posible percibir cierta continuidad que se basa en la existencia de códigos
compartidos; no suele ocurrir lo mismo con la tercera esfera, donde la alteridad es manifiesta y trae
aparejada una sensación de extrañeza y ajenidad. En general, las villas miseria constituyen un
hábitat cuyos rasgos principales son la precariedad y los riesgos físicos constantes. Se distinguen
por su edificación espontánea sobre terrenos fiscales ubicados frecuentemente en zonas bajas y
cercanas a rutas o avenidas que comunican la Capital con el conurbano.
Varios motivos hacen que el contacto entre los vecinos sea casi contínuo. Por un lado, las
características de las construcciones hacen que los límites de las casas no sean tan tajantes como
ocurre habitualmente con los departamentos o las casas de las clases media o alta. Esto se combina
con una fluida experiencia del espacio común: a menudo los habitantes de la villa están sentados en
el frente de sus casas con las puertas abiertas, también es usual que los sonidos se propaguen desde
sus casas hacia las calles, y también es usual que los sonidos de la calle penetren fácilmente en sus
casas. Esta mayor fluidez entre el espacio privado de la casa y el público de la calle se corresponde
con una concepción diferente de la propiedad: el espacio privado del hogar es mucho más
permeable a la influencia y al acceso del mundo exterior, lo cual contribuye, en comparación con
otros grupos sociales, a que sean habituales tanto los conflictos entre los vecinos como la
solidaridad y la ayuda mutua.
En la esfera de la vida doméstica la distribución del espacio se asemeja a lo que ocurre en el barrio.
Se trata de un espacio con escasas divisiones internas, donde las cosas apiladas en los rincones,
invaden el escaso espacio de circulación. Con frecuencia, la cantidad de camas es inferior al número
de miembros del hogar y el o los ambientes son multifuncionales: frecuentemente, por ej, la cocina
– comedor es utilizada durante las noches como dormitorio. En esta esfera de la vida doméstica, el
grado de cercanía es pleno pero constituye a la vez un espacio de alta conflictividad porque los
lazos se establecen – en muchos casos – violentamente. Las condiciones habitacionales de
hacinamiento – en una casa de apenas dos cuartos pueden convivir ocho o más personas – dejan
poco o ningún lugar para la intimidad, situación que impulsa el incremento de las tensiones, los
roces y los conflictos. Además, la falta de intimidad estimula la convivencia cotidiana de los niños y
demás miembros de la familia con la vida sexual de los mayores. Asimismo, la situación de
hacinamiento dificulta y en extremo imposibilita el aislamiento de los miembros dentro del espacio
del hogar, como también el juego y el ejercicio físico de los más pequeños.
El centro de salud y las diversas iglesias son instituciones importantes en la vida del barrio. Son
referentes a los que se acude con frecuencia y en los cuales se deposita confianza. A través de la
salita se distribuyen los alimentos y medicamentos que entrega gratuitamente la municipalidad, en
el marco de los programas de asistencia social. Este centro actúa también como un lugar de
mediación: los pobladores concurren a él por problemas de salud, por cuestiones familiares,
conflictos entre vecinos y para ser orientados en todo lo que atañe a cuestiones jurídicas. Los
profesionales mantienen relaciones de distinto grado de familiaridad con la gente del barrio. Si bien
son respetados y reconocidos por todos, sus intervenciones en la vida cotidiana no siempre son bien
recibidas. Por su parte, muchos de los seguidores (del barrio) de las iglesias evangélicas han
cambiado radicalmente sus hábitos a partir de esta pertenencia. La iglesia católica y Caritas tienen
también una fuerte llegada, por cuestiones de caridad (entrega de ropa usada y alimentos), como así
también suelen organizar charlas y actividades a las que asisten las mujeres del barrio. Esto es
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importante consignarlo, ya que estos centros ejercen una vigilancia directa sobre esta población,
actuando como mallas que articulan al mismo tiempo redes de control y contención.
El “afuera”, el ámbito donde los pobladores desarrollan su vida cotidiana: es aquello que se
encuentra más alejado del sistema de referencias más inmediato y del territorio propio. La escuela,
el hospital, especialmente aquellos que se encuentran más alejados del barrio, y los boliches
bailables a los que concurren los jóvenes (en estos últimos pueden encontrarse amigos del barrio, a
los que se los clasifica o no como “conchetos”, es decir, la clase de origen de estos es o no similar a
la de los jóvenes de la villa). En ese “más allá” están también los lugares de trabajo: casas de
familia y barrios de clase media en donde se improvisan puestos de venta de frutas y verduras, en el
caso de las mujeres; puestos en diversas actividades no calificadas, en el caso de los varones. Aquí
se describirán la escuela y el hospital, donde el choque entre códigos o habitus2 diferentes, y por
tanto la sensación de extrañamiento, es muy palpable.
La escuela media es un lugar al que se concurre sin la convicción, propia de sectores medios, de que
el tránsito por sus aulas promueve un futuro de mayores seguridades, pues prevalece la idea de qe la
formación ya no asegura un futuro mejor, idea que se ha extendido por todo el cuerpo social. A tal
punto que cuando los adolescentes deciden dejar de ir, el nivel de conflictividad con sus padres, por
lo general, es muy bajo, con lo cual puede plantearse que la importancia que se le da a la escuela
secundaria es escasa, en nombre de otras urgencias, como cuidar el hogar para las mujeres, u
obtener ingresos para los varones. Entre los motivos que explican el abandono está el hecho de que
la educación no constituye un proyecto prometedor y no tiene el sentido de superación que es más
propio del imaginario de los sectores medios. Además, las prioridades son otras. La repetición o el
abandono esporádico – consecuencia de dificultades reiteradas - , y luego definitivo, hablan de las
complicaciones que aquejan a estos jóvenes a la hora del estudio: suelen no disponer de un espacio
físico adecuado que permita un nivel de concentración suficiente, y muchas veces realizan
paralelamente a sus estudios alguna “changuita” para aportar a la economía familiar que entra en
disputa con su tiempo de dedicación al estudio y, en esta tensión, la urgencia de lo inmediato prima
sobre la perspectiva de largo plazo. El deso de los mayores de que los jóvenes estudien parece
responder más a una “mutación social” de la función que cumplen tales estudios que a una
“traslación de aspiraciones”, es decir que parece ser, sobre todo, producto de una coyuntura
histórica que determina que se necesite un mayor nivel de instrucción para sostener la reproducción
social de la misma clase. Para estos jóvenes, la escuela representa un ámbito ambiguo. Por un lado,
poseen la aspiración del título que los posicionaría mejor en el mercado laboral. Pero por otro, tal
aspiración supone un conjunto de disposiciones que entran en tensión con sus gustos, sus
preferencias y sus rutinas familiares.
El hospital constituye otro espacio que se presenta a los habitantes de estos barrios como una
institución distante y de dificultoso acceso: un territorio ajeno, regido por pautas no del todo
conocidas: la sensación de estar en un territorio que no es el propio, el halo de autoridad que
envuelve a los médicos y las dificultades de comunicación resultantes operan acrecentando la
incomodidad de los pacientes y potenciando su timidez en el trato con aquellos (cuando éste emplea
un vocabulario propio de su saber o hasta el lenguaje habitual de las clases medias). Por esta razón,
el hospital, a diferencia del centro de salud barrial, constituye una institución a la que no se
concurre con frecuencia sino sólo en los casos de extrema necesidad.
Esta sensación de aprensión y ajenidad que se experimenta al cruzar las fronteras del barrio hace
que, en general, los desplazamientos hacia el exterior de la villa sean escasos: se sale para ir a
trabajar, para concurrir a las escuelas más alejadas, para visitar a los parientes que viven en barrios
similares y, cada tanto, en el caso de los jóvenes, para ir a bailar. Pero lo más corriente es que la
vida de sus habitantes transcurra en el perímetro acotado de la villa. Sus fronteras, además, están
cuidadosamente vigiladas por la policía, institución que corporiza la barrera más visible con el
2
La noción de habitus fue definida por Bourdieu, como los esquemas de percepción, apreciación y clasificación que los
individuos interiorizan a lo largo del proceso de socialización. Estas estructuras interiorizadas tienen características que
están determinadas por el lugar ocupado en el espacio social: de modo que se articulan de acuerdo con las imposiciones
de las condiciones sociales de existencia de cada clase.
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exterior. La policía es temida y rechazada y se mantiene con ella, con frecuencia, una relación
conflictiva que se tensiona más cada día. Los habitantes de la villa conocen muy bien a los policías
que controlan la zona. Los jóvenes de la villa recuerdan graves enfrentamientos con ellos.
Salir de la villa es una aventura no siempre agradable, pues “ser de la villa” genera “en los otros”
(los que no habitan en esos barrios marginales) un efecto de rechazo, que se traduce en una mirada
estigmatizante que acentúa doblemente la exclusión de estos sectores. Por ello, se vuelve preferible
la habitualidad de la villa a la estigmatización que implica entrar en el territorio “otro”, y esta
“endogamia” fija significativamente las posibilidades de movilidad a un espacio que se caracteriza
por precariedad, los riesgos y la carencia de lugares abiertos de esparcimiento.
3. Diferencias de género y generación en la articulación subjetiva del cuerpo y de la sexualidad
En las condiciones materiales aquí descriptas se desarrolla una experiencia particular de la
corporalidad. Es posible postular que en esta fracción de los sectores populares, la representación
del cuerpo es más inmediata e instrumental que en los sectores medios; se organiza en torno de
creencias y normas según las cuales el cuidado no funciona como valor y, en consecuencia, da lugar
a pautas de crianza, formas de la sexualidad y conductas menos preocupadas por cuestiones
vinculadas con la salud.
La configuración típica en estos sectores es la familia ampliada o extendida: familias que incluyen,
transitoriamente o no, a hermanas o hermanos del jefe o de la jefa de hogar, abuelos, nietos y
sobrinos, por lo general, bajo el mismo techo. Es así como en el ámbito doméstico conviven niños,
jóvenes y adultos de los dos sexos que, en la mayoría de los casos, pertenecen a tres o más
generaciones distintas.
Las relaciones de género en esta familia están basadas en pautas bastante tradicionales. Si bien las
mujeres trabajan fuera del hogar – e incluso dadas las condiciones actuales, hacen el aporte
principal -, también asumen como algo inherente a su condición de género la obligación de tomar a
su cargo las tareas domésticas y el cuidado de los niños, cuestiones de las que los varones, por lo
general, se desentienden abiertamente. Estas diferencias de género se trasmiten y construyen desde
la más temprana infancia y pueden apreciarse también en las cualidades que se les atribuyen a las
niñas y a los niños. A menudo, de los varones se habla utilizando calificativos como “rebelde”,
“inquieto”; se señala su “valentía”, su “bravura”, su “rudeza”, su “fuerza”, y es usual verlos con las
marcas típicas de esas travesuras: rostros manchados, ropas desaliñadas, pelos revueltos. De las
niñas o las jóvenes, en cambio, se habla destacando su “delicadeza”, su “dulzura” y su aspecto
limpio y prolijo. Estas representaciones, que comienzan a ser señaladas tempranamente, van
asociando lo masculino a la autoridad, el poder, la fuerza, la valentía y las cualidades femeninas a la
abnegación, el sacrificio, la docilidad y la delicadeza.
Durante su infancia, niños y niñas van incorporando estos y otros valores y creencias que modulan
las pautas de su crianza. Estos valores y creencias se caracterizan por comportar escasa
estimulación y, a veces, atención insuficiente. Si bien los hijos son muy importantes para las
mujeres de estos sectores, también es cierto que las numerosas responsabilidades que pesan sobre
ellas las llevan a considerar que los pequeños son una molestia. Sean que trabajen como empleadas
domésticas, como vendedoras de frutas y verduras o que se dediquen a la costura y trabajen en su
propio hogar, el tiempo que estas tareas absorbe es mucho y compite con el que podrían dedicar a
sus hijos. En su imaginario, “buen niño” significa ser obediente y permanecer tranquilo, sin
perturbar ni demandar demasiada atención. Tanto es así que las profesionales del centro de salud
observan con preocupación que bebés de seis meses apenas puedan mantenerse sentados por sí
mismos debido a la escasa estimulación que reciben. Asimismo, a diferencia de los niños de
sectores medios y altos, considerados seres débiles que requieren de cuidados especiales, estos
pequeños pasan muchas horas sin más actividades que estar solos, por lo general, mirando tv, bajo
la responsabilidad de hermanas o hermanos mayores que no llegan a la adolescencia. Cuando son
más grandes y comienzan a desafiar a sus padres, al contrario de los niños de clase media que tienen
actividades pautadas a contraturno de la escuela, salen a la calle, su ámbito casi natural de juego y
encuentro por fuera de la órbita doméstica. Es evidente que la calle supone un nivel de violencia,
más en ámbitos cercanos a las villas, que es desconocido por otros sectores. Esta violencia – sea
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física o simbólica – también está presente en las relaciones familiares, en cuya dinámica se tolera un
umbral mayor que en los sectores medios y altos. A partir de estas pautas, entonces, mediante las
cuales los niños realizan la primera simbolización de sí mismos, de sus cuerpos y de las reglas del
mundo en el que habitan, se opera una primera incorporación de hábitos y esquemas de percepción
que tendrán efectos posteriores en el modo de percibir y concebir el cuerpo.
Las importantes transformaciones corporales características de la adolescencia son procesadas de
modo diferente según la clase social y el género. En estos sectores populares, a diferencia de lo que
ocurre en las clases medias en las que este período constituye una suerte de moratoria, se establece
un circuito corto caracterizado por un rápido tránsito por la adolescencia y por una pronta
incorporación al mercado de trabajo – o al mundo de la calle, dada la actual crisis expresada sobre
todo en el desempleo - ; es frecuente, también, entre las mujeres la maternidad temprana. Si bien las
actividades de los jóvenes, usualmente, tienen uno de sus ejes en la escuela, hoy se observa, en
porcentajes alarmantes, el temprano abandono de esta institución. Asimismo, las actividades usuales
de las mujeres y especialmente de las adolescentes giran en torno de las tareas domésticas, de fuerte
exigencia física, repetitivas y agobiantes, en condiciones hogareñas precarias, tareas que producen
cansancio y desgaste, además de una escasa gratificación, en virtud de las condiciones implícitas en
los roles tradicionales de género.
Las adolescentes actuales, en contacto con otros modelos discuten estos roles y reniegan
conflictivamente de su destino casi exclusivamente hogareño, base de las repetidas peleas que se
dan en el seno de las familias, que colocan de un lado a ellas y del otro a sus madres, quienes no
entienden otras posibilidades de realización. Estas luchas internas – pequeños dramas hogareños –
son un síntoma de la diferencia entre las generaciones tradicionales y las recientes, y vehiculizan
diferencias culturales en el reducido ámbito doméstico. Limpiar pisos, cuidar la casa, atender a los
hermanos, son actividades agobiantes para niñas que apenas han superado la pubertad. Estas tareas
implican dedicación y tiempo, jornadas extenuantes, frustración y una consabida sensación de
postergación por la cual se percibe que el tiempo de la diversión pasa y se pierde. Todo lo contrario
de la imagen con la que se suele identificar a las adolescentes en las clases medias y altas, externas
a sus hogares, con ámbitos específicos de pertenencia, con tiempo disponible para invertir en
distintas actividades, con el exclusivo peso de preocuparse por el estudio, una preparación bajo la
que se vive una forma diferida de futuro en el presente. En sectores medios todo lo que se posterga
en la adolescencia se recupera en la juventud, el opuesto complementario de lo que sucede en los
sectores populares.
Esta relación problemática entre las madres y las hijas suele trasladarse al choque con el modelo de
cuerpo idealizado, que es el modelo de las clases medias y altas. El modelo de cuerpo al que aspiran
estas jóvenes se ve influido por el dominante en los medios masivos de comunicación audiovisual
que identifica lo bello con cuerpos delgados, ejercitados, tónicos y “producidos”, con esos cuerpos
qeu insumen horas de gimnasio, demandan un costoso proceso de cuidado y una dieta específica.
Este modelo que funciona como ideal, quizá debido al tiempo que estas chicas pasan en sus casas
expuestas a la influencia de la tv, tiende a ser imitado. Las chicas de la villa, por lo general, poseen
cuerpos delgados, aunque esta característica no resulta de las mismas prácticas habituales en las
clases media y alta. Por un lado se produce una tensión relacionada con la alimentación ya que las
pautas alimentarias en estos sectores están sobrecargadas de macronutrientes3 y por lo tanto entran
en conflicto con aquellas dietas macrobióticas y lights, de modo que si bien en el plano imaginario
estas jóvenes consumen y reproducen ese modelo, las estrategias que despliegan en torno de su
cuerpo difieren sustancialmente. Por otro lado, se produce una tensión adicional relacionada en las
prácticas físicas que tal modelo conlleva: para responder al modelo dominante el cuerpo debe ser
tónico, para lo cual se exige practicar deportes, hacer jogging, concurrir al gym; posibilidades que
3
En los sectores populares encontramos que el valor del alimento pasa por la capacidad que tiene para saciar el hambre
antes que para nutrir el cuerpo. Los escasos recursos económicos con los que cuentan llevan a las mujeres a maximizar
las posibilidades a su alcance y elaborar comidas económicas que producen la sensación de saciedad. Se trata de una
alimentación caracterizada por la abundancia de macronutrientes y la escasez de micronutrientes. Las comidas típicas
son los guisos, los fideos, el arroz y la papa.
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no existen para las jóvenes de estos sectores, que sólo hacen ejercicios físicos en el ámbito de la
escuela. Además, aún persiste en el imaginario popular la idea de que el deporte no es una actividad
femenina y connota valores predominantemente asociados con lo masculino (la fuerza, la rudeza, la
valentía, el “aguante”). Por estas razones, es posible sugerir que existe una aspiración idealizada en
relación con la idea del cuerpo deseable que no puede ser correspondida en el plano más concreto
de las prácticas de la vida cotidiana. Esto permite postular una brecha entre aspiraciones y
actuaciones, muchas veces resuelta infructuosamente en ciertos desórdenes alimentarios que
comienzan a percibirse cada vez con mayor frecuencia, hecho que hasta no hace mucho tiempo
hubiera sido impensable en estos sectores populares.
Las posibilidades de los varones son más amplias en este contexto social. Sobre ellos no pesan
obligaciones domésticas y, por lo tanto, gozan de un margen mayor de libertad que utilizan para
juntarse a beber y “vaguear” en las esquinas del barrio. Por lo general, cada “barrita” tiene su propio
líder, quien despliega su autoridad sobre el grupo y sobre el territorio. Esta autoridad está asociada
al prestigio que se le atribuye en el mundo juvenil, lo cual también lo ubica en una posición
favorable en el mercado de los afectos. Es frecuente que los diferentes grupos se enfrenten entre sí
por motivos muy variados, que van desde “cuestiones de polleras”, discusiones escolares que se
resuelven fuera de sus muros, hasta ecos de peleas entre familias. Este ejercicio de violencia se
apoya en la creencia de que a través de ella se expresan la fuerza y la virilidad. Las peleas pueden
ser de manos o con armas, cuyo uso y circulación en los últimos años se incrementó notoriamente
en el interior de la villa. Sin embargo, este tipo de conductas violentas ha dejado de ser privativa de
los varones. Se ha vuelto también habitual que las chicas de la villa se junten en barritas y
practiquen entre ellas el mismo tipo de violencia. Es cada día más común que en la escuela los
docentes deban separar a las muchachas cuando se trenzan en violentas riñas. Asimismo, en los
boliches bailables a las típicas peleas entre varones se han sumado las que tienen lugar entre las
chicas.
En otros aspectos, sin embargo, la definición de género tradicional se mantiene con mayor vigor.
Así ocurre en el ámbito de la sexualidad y las conductas vinculadas con ella. Tanto las mujeres
como los varones se inician sexualmente a edades relativamente tempranas: 12 ó 13 años 4. Es usual
que la primera relación sexual de las jóvenes sea con su novio y también es común que se realice
como “prueba de amor” exigida por el varón. Por lo general, las relaciones sexuales se desarrollan
en condiciones precarias pues los jóvenes no disponen de espacios de intimidad. Así, la casa de los
padres o de los amigos durante la ausencia de los mayores o zonas descampadas cercanas a la villa
constituyen los lugares donde más frecuentemente se realizan los encuentros sexuales. En estas
condiciones es posible pensar que la sexualidad asume una forma rápida y directa que entorpece las
posibilidades de goce de las jóvenes más que las de los varones. Asimismo, es claro que tales
condiciones alimentan las llamadas conductas “de riesgo”, pues una sexualidad así ejercida es
contraria a las pautas que necesariamente requieren las prácticas de cuidado. Los jóvenes de estos
sectores, a pesar de que son muy conscientes de la amenaza del sida, son por lo general reacios al
uso del preservativo. En este contexto, las chicas deben tomar la iniciativa para que su compañero
lo utilice, pero cuando lo hacen no siempre lo logran y no son pocos los casos en que no lo exigen,
con lo cual con frecuencia quedan embarazadas a edades tempranas.
La maternidad tiene una profunda significación para las mujeres de estos sectores. Por un lado, debe
señalarse que no existe una separación tajante entre sexualidad y reproducción y que esta última es
vivida con cierto fatalismo. Además, ser madre implica cambiar de status dentro del esquema
familiar, el universo al que imaginariamente se sigue asociando a la mujer dentro de estos sectores.
Y ser madre significa también la plenitud de la condición de género: la maternidad convierte a estas
jóvenes “realmente” en “mujeres”. Por ello los hijos sos vividos, principalmente durante sus
4
Esto puede responder al hecho de que existen pocos espacios para la intimidad en el hogar y por eso es frecuente la
convivencia de los niños y jóvenes con la sexualidad de los mayores. También es cierto que en estos sectores circulan
mensajes en torno del sexo que censuran mucho más que lo que la práctica permite: a pesar de la condena moral que el
sexo despierta, lo cierto es que hay una tolerancia real que los mayores metacomunican a los jóvenes respecto de este
asunto.
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primeros años de vida, como extensión del propio cuerpo, como algo realmente “propio”. El hecho
de que las mujeres conozcan la existencia y la eficacia de métodos anticonceptivos y que a pesar de
ello no los utilicen se comprenden también cuando se toman en cuenta las condiciones en que estas
chicas viven. En estos sectores, particularmente entre los jóvenes, el tiempo que se privilegia
siempre es el presente. Las urgencias del día a día son numerosas y difíciles de resolver y ello
inhibe el desarrollo de nociones de previsión, anticipación y largo plazo. Así, la proyección hacia el
futuro y la mirada en perspectiva ante las posibles consecuencias de la acción son, por lo menos,
dificultosas.
Además, hay otros aspectos a considerar. Tanto la droga como el sida y las numerosas muertes de
jóvenes que resultan de los enfrentamientos con la policía, sumados a la violencia in crescendo
existente en el interior de la villa, conforman una atmósfera en las que estas “conductas de riesgo”
se vuelven cada vez más frecuentes. Y en este contexto que potencia aun más la carencia de
perspectivas de futuro de los jóvenes, que es el correlato de una vida instalada en el presente, se
articula una representación del cuerpo más inmediata, espontánea y también irreflexiva, concepción
que se va organizando desde la infancia y que en la adolescencia se hace manifiesta en las
conductas relacionadas con el inicio de la vida sexual, el uso de drogas y la violencia.
4. Reflexiones finales
Las mujeres suelen tener un número más elevado de hijos y a edades más tempranas que las
mujeres de sectores medios, lo cual produce un deterioro corporal mayor y más acelerado. La
apariencia juvenil es, en parte por esta razón, más efímera.
A diferencia de los sectores medios, el carácter inmediato que asume la corporalidad constituye una
zona de “goce” antes que de “trabajo”, en el sentido de que el cuerpo no se “produce” sino que se
usa de acuerdo con las urgencias de cada día. Por eso, las representaciones sobre el cuerpo en estos
sectores no responden a pautas de cuidado, anticipación o preservación, sino que se vive de una
manera más espontánea y sin proyecciones de futuro. La extrema pobreza condiciona hacia lo
inmediato sus posibilidades de acción y realización, pues la urgencia y la necesidad tienen como
contracara una noción del tiempo instalada en el presente. En este sentido, no se vive una “utopía”
del cuerpo sino una relación de inmediatez que se traduce en prácticas en las que no tienen cabida
las perspectivas de mediano o largo plazo.
Por eso, cuando se habla de salud sexual y reproductiva, y hasta de salud en general, hay que
considerar estas dimensiones, no siempre mensurables cuantitativamente, ni susceptibles de ser
investigadas a través de preguntas en un cuestionario, pero indudablemente eficaces en la
producción de subjetividad.
MÓDULO 6
42
CASSANO: Los jóvenes frente al mercado laboral (2006)
Cuáles son las cosas que más se piden en las empresas con relación a los jóvenes estudiantes
universitarios o a los flamantes graduados; más allá de experiencias y de estudios, los atributos que
más se piden tienen que ver con lo actitudinal, con conductas que no existen como materia en
ninguna universidad y lo importante es desarrollarlas.
¿Cuáles son esas competencias que se piden para el ingreso de jóvenes a diferentes tipos de
empresas?
1) Visión global del negocio: se logra tratando de ver y de acercarse a cada uno de los sectores que
tiene una empresa para ver cómo se relacionan entre ellos, para entender cuál es la tarea que a cada
uno le compete hacer. La actitud para desarrollar esa visión global consiste en ni más ni menos que
ser curioso; la curiosidad pasa por tratar de ver qué hace el otro, qué hace mi compañero, qué está
pasando en las empresas, de tomar cuanta lectura referida a esas compañías aparece en el diario o en
la calle y las revistas que editan las propias empresas.
2) Vocación de servicio: una vocación de servicio que se considera que uno tiene que ser una
persona atenta, amable, flexible, sensible, tanto con el cliente como con la gente interna de la
empresa.
3) Plasticidad social: es esa capacidad que nos permite adaptarnos a distintas personas y distintos
grupos (es esa persona capaz de acercarse a un poste donde están trabajando los operarios y poder
hablar con ellos con la misma soltura con que puede hacer una presentación ante un grupo de
profesionales.
4) Creatividad de innovación: si no podemos llegar a desarrollar la creatividad que traemos en
forma innata porque ésta ha sido frenada en el proceso de socialización en el colegio, al menos hay
que ser lo suficientemente curioso como para ver cómo se han resuelto problemas de distinta índole
en otros lugares y tratar de innovar y aplicar esas soluciones a los problemas que estamos teniendo
nosotros.
5) Rapidez en la búsqueda de soluciones: si se conocen los problemas y se los va solucionando a
medida que va pasando el tiempo, se va adquiriendo más rapidez para encontrar la solución. No hay
que quedarse sólo en encontrar la solución sino también en lo que es la capacidad de decisión.
Decidir cambiarlo, decidir tener la suficiente autonomía como para lograr el cambio.
6) Sentido común: es el poder captar las normas convencionales, las pautas que se establecen,
razonarlas, analizarlas, y a partir de esa lógica y de esa realidad social, poder actuar.
7) Ética y responsabilidad social: todo lo enumerado hasta ahora parecería ser individualista, pero
evidentemente no se puede trabajar si el clima no nos permite ser creativos e innovadores, si no
tenemos ética y responsabilidad social.
El límite de lo que podemos hacer es el límite de comprender al otro. Es no llegar a generar un
conflicto porque dejo de lado al otro. Es, en el último de los casos, lo que se denomina solidaridad.
Si no tratamos de ponernos en lugar del otro para comprenderlo, todas las competencias que me
merezca ahora van a ser muy difíciles en una sociedad que, aparentemente no parece que nos diera
soluciones si no lo hacemos a través de nosotros mismos. También es importante ver qué pasa con
la educación. La tendencia nos muestra que se han modificado muchísimo los requerimientos
referidos a educación y fundamentalmente se ha hecho una reingeniería y una reestructuración que
dejó afuera a mucha gente que no tenía estudios. Frente a esto, pueden formularse estos
comentarios:
• En estos momentos ninguna empresa incorpora personal que no tenga terminados sus
estudios secundarios; aun para niveles de base se solicitan estudios técnicos. En trabajos que
requieren de mano de obra operativa, el personal suele ser incorporado por la modalidad de
contratación temporaria o por la vía de agencias de personal eventual o por empresas
proveedoras, pero no pasa a ser personal permanente de la empresa (ej: empleados de
construcción en temporada alta de producción, personal de mantenimiento o limpieza).
• Marcado crecimiento en la incorporación de estudiantes universitarios que ingresan en
calidad de pasantes y luego quedan incorporados como personal permanente.
MÓDULO 6
•
43
Se exigen títulos universitarios y preferentemente posgrados para las posiciones ejecutivas
(jefes, gerentes, directores).
• El porcentaje más alto en educación universitaria se da en empresas de servicios,
fundamentalmente bancos y tarjetas de crédito. Las empresas industriales, de consumo
masivo o de la construcción tienen menos universitarios y más en el nivel secundario
completo.
• Los supermercados están elevando día a día el nivel educacional al momento de seleccionar
personal (se utilizan estudiantes universitarios para atender góndolas, cajas y hasta realizar
tareas de limpieza).
• La edad promedio del personal tiende a disminuir (las grandes empresas bajaron de 40 a 38
años).
• Existe una contradicción: algunas empresas solicitan estudiantes universitarios, pero después
tienen dificultades para aceptar los días de licencia por exámenes. En algunos casos, los
jóvenes no tienen tiempo para estudiar por los horarios extensos y, en otros, se les hace
difícil asistir todos los días a clases. En general, este problema no se debe a la política de las
empresas, sino que parte de los jefes o gerentes que tienen bajo su responsabilidad esta
aprobación presionan a los jóvenes por este tema.
• El número de mujeres ha crecido del 23 al 28%, desde 1991 a 1997.
• Sólo el 4% de estas mujeres ocupan posiciones ejecutivas de alta responsabilidad. Un 6%
más ocupan posiciones de jefaturas medias o profesionales especializadas y el resto son
empleadas de línea.
• En áreas administrativas y contables es donde más ha crecido el nivel educacional. Hoy, en
el 73% de los casos un empleado que se inicia en ese sector debe ser estudiante o recién
recibido de una carrera afín.
• En las áreas de sistemas, si bien ha crecido este requisito, no hubo cambios notables, pues ya
en 1991 era requisito tener estudios de informática para ser incluido en este sector.
• Existe también una tendencia a discriminar menos por edad en posiciones de alto nivel. Hoy
se reconoce la experiencia y no se descarta tanto por la edad cuando una persona tiene una
trayectoria importante y un nivel académico alto.
• Esta encuesta permite proyectarse y visualizar que cada vez más importante será la
educación, que quienes no tienen la oportunidad de adquirirla parecería que quedarán
marginados de trabajar en relación de dependencia, en puestos más o menos estables o con
posibilidades de hacer carrera. El esfuerzo por adquirir conocimientos aportaría seguridad
laboral futura si bien no necesariamente estabilidad; al menos permitiría encontrar
alternativas para vivir dignamente con el propio trabajo.
Las empresas deberían dar su aporte dándole a esta gente que no ha tenido oportunidades de
estudiar la posibilidad de hacer tareas que todavía existen más allá de las computadoras y las
tecnologías (no sé si están del todo de acuerdo con que se tomen universitarios para gondoleros en
los supermercados). Los empresarios, más allá también del Estado tienen la responsabilidad de dar
cabida a esta posibilidad. Y, en el último de los casos, quienes están estudiando y se están
graduando van a ser en el futuro esos empresarios que les van a dar la posibilidad a cada uno.
Más allá de las exigencias del mercado, para lograr un puesto de trabajo estable – la estabilidad es
un don que se está perdiendo cada vez más en estas empresas - , la verdadera opción pasa por elegir
hacer todas aquellas cosas que a cada uno le gustan, y en la medida en que se desarrollen tareas
relacionadas con la propia vocación y gusto y que lo haga sentir a cada uno contento, se va a poder
colabora en que el clima de la organización sea así. Y en el peor de los casos, aun cuando no se
tuviera éxito con ese trabajo, se va a poder seguir en la vida haciendo las cosas que a uno le gustan,
porque la finalidad del hombre es llegar a ser feliz y se llega a ser feliz haciendo lo que a uno le
gusta.
MÓDULO 6
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