CUADROS DE LA HOSTERÍA El "búho" y su yerno Zeus, T. 68, D

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CUADROS DE LA HOSTERÍA
El "búho" y su yerno
Zeus, T. 68, D-51
(diario Nº 5187, 6 junio 1995)
La tozudez del "búho" se reflejó desde los primeros días,
y culminó en un episodio al que aludí en otro de estos cuadros.
Era una tarde de sol y los huéspedes de la hostería
rodeábamos la pileta, o chapoteábamos de a ratos en el agua...
Marcelita nadaba en la parte menos profunda; Azucena y la
pareja de "neumáticos Fate" tomaba el sol; yo, a la sombra de unos
cipreses, resolvía crucigramas. De repente oímos unos gemidos
inarticulados, que se reiteraban, y al girar la cabeza hacia la
pileta vimos al "búho" en la parte más profunda, a poco menos de un
metro de distancia de la orilla, que manoteaba desesperadamente,
mientras trataba de forma casi inaudible de pedir auxilio, sin
conseguir avanzar hacia el borde.
El joven de "neumáticos" se puso inmediatamente de pie; con
un salto impecable se arrojó a la pileta y luego de un par de
brazadas alcanzó al búho y lo remolcó hasta la escalerilla, donde la
mujer se quedó tomándose del borde, totalmente extenuada y jadeante.
Le tendieron entonces las manos para ayudarla a salir y se arrojó
sobre su colchoneta, boca abajo, a despedir el agua que había tragado
y recuperarse del susto.
Cuando le preguntamos qué le había sucedido, explicó que se
trataba de un calambre, en una de las piernas, que según ella se
había golpeado hace algún tiempo.
Personalmente le dije que si tenía problemas con una
pierna, lo más prudente era que sus ejercicios de natación no los
efectuase en la parte honda, sino en los lugares de profundidad
media, donde no corría ningún riesgo y, en caso de necesidad, podía
hacer pie. ¿Creerán que aprendió algo? Media hora después, cuando se
sintió recuperada, andaba de nuevo nadando por la parte profunda,
lejos de las orillas... y no contenta con ello, le decía a Marcela:
-Tú sabes nadar, ¿por qué no vienes a lo hondo?
-Porque mis padres no quieren que corra riesgos inútiles, y me
lo han prohibido.
Cuando el marido apareció, rato más tarde, comentamos el
episodio, insistiendo en que debía recomendarle prudencia, porque en
otra oportunidad podía no haber nadie con habilidad suficiente como
para salvarla. Él respondió, resignadamente -fue el primer síntoma
de las "relaciones de jerarquía interna" del matrimonio- que ya en
una oportunidad, en el mar, la había salvado un bañero, pero que ella
no hacía caso a ninguna recomendación.
Todos estos episodios perfilaron rápidamente el carácter
del búho, y contribuyeron a que nos alejásemos de su trato, para no
tener choques, limitándonos a los saludos cuando nos cruzábamos, o a
la hora de comer.
Ya en los últimos días de su veraneo aparecieron por la
Hostería la hija, con el yerno y un par de nietecitos; no era
necesario ser muy perspicaz para advertir que, bajo una capa de
cortesía formal, el yerno no le tenía ninguna simpatía, ni deseaba
permanecer cerca de ella.
Un pequeño episodio, del que me enteré casualmente, es
bastante demostrativo. A poco de llegar había conversado con los
dueños de la Hostería, anticipándose a cualquier solicitud del
"búho", para que respondiesen que tenían todas las habitaciones
ocupadas, en caso de que ella solicitase una pieza para hacerlos
quedar a la noche, acotando:
-Ya es bastante favor el que le hice al sacarle el "clavo" de la
hija...
La previsión fue acertada, pues rato después el "búho"
había preguntado si tenían alojamiento para que pasasen la noche sus
hijos.
Por supuesto que la anécdota, sobre todo por las acotaciones marginales, tampoco le hacía mucho favor al yerno, antiguo alumno
de nuestra Facultad de Derecho, a quien yo tenía perfectamente
"catalogado" pues en 1971 ó 1972 integró el grupo de una de las
promociones de Civil II (Obligaciones).
En la actualidad tiene algunos kilos de más y pelos de
menos, pero su capacidad de juicio no ha mejorado gran cosa, y sigue
siendo una de esas personas superficiales, que pretenden obtener
ventajas de todo, con el menor esfuerzo.
Tiene ya tres niños, entre los cinco años y algunos meses
pero, para visitar a su suegra habían dejado a la bebita con la madre
de él, para que no les fastidiase demasiado durante el paseo...
Permanecieron todo el día en la Hostería, aprovechando la
pileta, comiendo por cuenta de la suegra y... dejaron a la hijita
mayor con la abuela, sin detenerse a pensar que la niñita se iba a
aburrir tremendamente con la pareja de viejos, pues -salvo Marcelaen ese momento no había otros niños en la Hostería. Item más: ¡recién
volvieron a buscarla tres días después!
Me imagino que estos comentarios provocarán una sonrisa en
muchos lectores, pues pensarán que son propios de "padrazos" que
tienen el defecto opuesto: ser demasiado apegados a sus hijos. Quizá
tengan razón, ya que ambos extremos son dañosos; a los hijos hay que
darles desde pequeños cierta "autonomía", ¡pero jamás se debe llegar
al "abandono"!
Señalaba que ya desde las épocas en que fue alumno había
podido apreciar lo poco afecto que era a realizar un esfuerzo serio;
para corroborar mi recuerdo reproduciré parte de la conversación que
sostuvimos en la Hostería cuando, después de almorzar, salió a
buscarme para decirme que no me había saludado antes porque no me
había reconocido, y solamente supo quien era a raíz de una conversación con su suegra.
Cuando le conté este comentario a mi esposa encontró motivo
para burlarse de mí, preguntándome irónicamente en qué quedaban mis
jactanciosas afirmaciones sobre el aspecto juvenil que conservo, pese
al transcurso del tiempo. La ironía de Azucena no me afectó, pues en
mi fuero íntimo estoy convencido de que yo he cambiado menos que el
yerno del búho en estos últimos diez años.
Rememoró a continuación sus épocas de estudiante, y "lo
mucho que yo les exigía" (lo que sin duda era cierto); pero, a
diferencia de lo que sucede con la mayor parte de los ex-alumnos,
continuaba pensando que se trataba de un esfuerzo excesivo, al punto
de afirmar:
-Yo aconsejo a todos que no cursen con Ud., porque hay que
estudiar demasiado. Cuando alguien me dice que desea inscribirse en
sus grupos, o que Ud. le ha tocado como profesor, le recomiendo que
se cambie, ¡salvo que sea un suicida!
Después de estas expresiones no le he preguntado a qué se
dedica: ¿ejerce la abogacía, o es un simple "cobra pesos"?
¡Qué desilusión! ¡Yo pensaba que casi todos mis ex-alumnos,
después de aprobar la asignatura quedaban agradecidos por los frutos
que obtenían del esfuerzo realizado, pero las palabras de este
"joven" me han permitido comprobar el error en que me encontraba!
Ahora advierto que hay quiénes jamás sabrán apreciar la
diferencia que existe entre "aprobar" una materia y "aprenderla", y
durante toda su vida continuarán el camino teniendo como meta
exclusiva el "pedazo de papel" que recibe el nombre de diploma, sin
preocuparse para nada por el "conocimiento".
Dirán ustedes que puede tratarse de una excepción y que las
excepciones confirman la regla...; pero aunque la excepción sea una
sola, y muy aislada, resulta dolorosa para el maestro. La única
suerte es que a mi edad ya me siento suficientemente "viejo" como
para decepcionarme.
Las vacaciones del búho tocaban a su fin, y días antes de
que nosotros regresáramos, cargaron su automóvil y abandonaron la
Hostería. Esa mañana, después del desayuno, ella se acercó para
despedirse; él, en cambio, continuaba hosco y distante, desde el día
en que impedí que derrotara a su mujer en aquella partida de ajedrez,
actitud de resentimiento que dejaba traslucir la tremenda frustración
que le había provocado. En ese momento le tuve lástima y sentí
remordimientos.
CRITICÓN
(L.M.E.)
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