Una vida llena de agujeros

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Una vida llena de agujeros
Traducción de Javier Talayero
© NUMA EDICIONES 2000
Doctor Landete, 1,19 46006 VALENCIA
http://www.numa.es
Título de la edición original: A life full of holes
© Grove Press 1964
Traducción:
©Javier Talayero
Introducción:
© Paul Bowles
Portada:
Inaki Belver
Fotografía:
Jose Ramón Crespo
Fotografía contraportada:
Paul Bowles / ©Magnum Photo
© NUMA EDICIONES 2000
Doctor Landete, 1, 19
46006 VALENCIA
http://www.numa.es
ISBN: 84-931504-3-6
Depósito Legal: V-3772-2000
Impreso en españa
Gráficas Litolema, S.L.
ÍNDICE
Introducción
El huérfano
El viaje a Menarbiyaa
El pastor
El horno
Las putas
Malabata
En el café de Mustafa
El cable
El viaje a Tánger
Merkala
Zohra
Znagui
La casa de los nazarenos
Las hermanas de Farid
Omar
El amo de la casa
Mseud
Glosario
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INTRODUCCIÓN
Paul Bowles
La persona que inventó este libro y, junto con él, el
nombre de Driss ben Hamed Charhadi, es un musulmán
norteafricano de carácter reservado y apacible. Sus antepasados proceden de una lejana región montañosa en la que,
sin embargo, se habla más el árabe magrebí que la lengua
bereber. Es totalmente analfabeto. Su forma de hablar el
magrebí es correcta y clara. Como la de un campesino, está salpicada de proverbios y de locuciones propias de la vida en el campo. El hecho de que la traducción y compilación de esta novela no haya ofrecido excesivas dificultades,
se debe sobre todo a la seguridad que demuestra el autor
cuando cuenta una historia. Sabe de antemano lo que va a
decir, y lo dice de manera sucinta y convincente.
Este libro nació de una forma inesperada. Charhadi
solía hacer un alto en su camino para visitarme, normalmente por las tardes, cuando volvía a su casa del cine. Una
de esas tardes había ido a ver una película “histórica” egipcia. La gente en esta parte del mundo tiende a confundir
las películas con los noticiarios de actualidad. ¿Cómo era
posible, quería saber Charhadi, que la ciudad de El Cairo
hubiera sido totalmente destruida sin que él hubiese oído
la noticia en la radio?
Cuando le expliqué cómo se hacían las películas de
ficción y el propósito que éstas tenían, lo que le impresionó especialmente fue el hecho de que no estuviera prohibido “mentir”. Le dije que nadie consideraba el cine en
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esos términos. «¿Y los libros, como los que tú escribes?»,
prosiguió. «¿También son mentiras?»
–Son historias, igual que Las mil y una noches. Cuando tú te refieres a ellas no las llamas mentiras, ¿verdad?
–No, porque son verdad. Sucedieron hace mucho
tiempo, cuando el mundo era diferente de como es ahora,
eso es todo.
No quise entablar una discusión sobre ese asunto. En
lugar de eso, le pregunté: «¿Y qué me dices de las historias
que cuentan a veces los campesinos en la plaza del mercado? ¿También son verdad?»
–Ah, eso son sólo historias. Todo el mundo sabe que
son únicamente para divertir.
–Lo mismo que mis libros. Y lo mismo que las películas. Todo el mundo sabe que son sólo historias.
–Y no está prohibido –dijo, hablando a medias para
sí mismo–. ¡Pero entonces cualquiera tendría derecho a
hacer un libro! ¡Yo mismo, o mi madre! ¡Cualquiera!
–Exacto. Cualquiera puede hacerlo, si tiene una historia que contar y sabe cómo contarla.
–¿Y no tiene que enviarlo al Gobierno para que dé su
autorización?
–No en mi país –le dije.
Unos días más tarde me llamó por teléfono. «¿Puedo
verte esta noche? Se trata de algo importante.»
Acordamos la hora y vino a mi casa. Tardó en abordar el motivo de su visita. Por fin dijo: «He estado pensando. Quiero hacer un libro, con la ayuda de Alá. Tú lo
podrías traducir a tu lengua y dárselo a la fábrica de libros
en tu país. ¿Estaría eso permitido?
–Ya te dije que está todo permitido. Pero hacer un libro supone mucho trabajo. Llevaría mucho tiempo.
–Entiendo. Y tú no tienes tiempo.
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–Lo tendría, si el libro fuese realmente bueno. La
única forma de saberlo es que me cuentes alguna historia.
Ven mañana por la noche y probaremos.
Cuando llegó Charhadi a la noche siguiente, dijo:
«Estuve pensando ayer por la noche antes de dormir, y ya
sé todo lo que quiero contar.»
Se sentó en la m'tarrba* junto a la chimenea. Coloqué el micrófono delante de él y conecté un magnetofón.
Al cabo de un buen rato, empezó a hablar.
Me di cuenta enseguida de que fuera cual fuera el resultado de la historia, su forma de contarla no dejaba nada
que desear. Era como si hubiese memorizado todo el texto
y hubiera pasado semanas ensayando; no había ningún indicio de que lo estuviera improvisando. Aproximadamente
una hora después, ya teníamos grabado “El Cable” en su
totalidad.
–Esa historia no es el principio –dijo–. Pensé que te
la contaría en primer lugar, para ver si te gustaba.
–¿Y a ti qué te parece? –repliqué.
–Creo que es una buena historia, pero a lo mejor no
hay nadie más que lo crea.
–Suena muy bien en magrebí –dije–. Pero no puedo
decirte nada más hasta que la traduzca al inglés.
Cuando hube traducido la primera media docena de
páginas, le dije que en mi opinión debíamos continuar.
–Hamdoul'lah –dijo Charhadi–. Gracias a Dios.
Unos dos meses más tarde había acabado de traducir
al inglés “El Cable”. Desde el principio supe que mi traducción debía ser literal, para preservar el estilo cuanto
fuera posible. No era necesario añadir, suprimir ni cambiar nada.
*La novela está salpicada de palabras árabes que Paul Bowles decidió no traducir,
limitándose a traducirlas fonéticamente. Hemos creído oportuno aclarar el significado de las más relevantes en un glosario incluido al final del libro. (N. del T.)
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Durante ese tiempo, mientras revisábamos el texto
oral palabra por palabra, Charhadi venía a verme varias
veces por semana. El material apócrifo que descubrimos
mediante esas revisiones tenía en sí mismo un notable interés etnográfico y filológico, y habría bastado para llenar
todo un libro.
Un día, cuando faltaba poco para que completáramos
la traducción de “El cable”, Charhadi me pidió que volviera a ponerle la grabación desde el principio. Cuando
iba por la mitad, me gritó: «¡Por favor, para la máquina!
Quiero decir algo más aquí, si te parece bien.» Lo que insertó no era un incidente suplementario: era una secuencia
que otorgaba al relato una sensación de paso del tiempo.
Con la certeza intuitiva de un consumado narrador, la colocó precisamente en el lugar en que produciría el efecto
deseado. A lo largo del tiempo en que dictó el libro, no
insertó en el texto original más de media docena de fragmentos de este tipo.
Uno de ellos fue el breve episodio de “El Pastor”, en
el que el protagonista insiste en pasar la noche en la tumba de Sidi Bou Hajja, para ver si aparece el “toro con
cuernos”. Después de añadirlo y tras haberlo escuchado en
el magnetofón, decidió que no era interesante y que debía
ser eliminado. Fue la única ocasión en la que discutimos.
Yo quería incluirlo porque, aun siendo un pasaje incidental, era una clara ilustración de la persistencia de una
creencia preislámica: la aparición de un antiguo dios en
un lugar cuyo carácter sagrado ha sido establecido por la
fe usurpadora. (En algunas celebraciones campestres, todavía decoran el toro con flores, cintas y medallas y lo llevan
por las calles al lugar del sacrificio.) Le expliqué el motivo
por el que creía que debíamos incluir el pasaje, sabiendo
de antemano que desaprobaría cualquier insinuación de
que sus antepasados pudieran haber tenido otras creencias
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antes de abrazar el Islam. Por fin, aunque sin excesivo entusiasmo, me permitió incorporar el episodio y ya no volvimos a discutir sobre el tema.
Un buen narrador es capaz de mantener la tensión
casi por igual en cada una de las partes de su relato. Esto
lo conseguía Charhadi aparentemente sin esfuerzo. No dudaba nunca; tampoco variaba nunca la intensidad de su
elocuencia. Cuando en más de una ocasión le pedí obstinadamente que me diera su opinión personal sobre el
comportamiento de alguno de los protagonistas, se mostró
reacio a ello. Es posible que al haber creado a sus personajes a partir de gente que conocía en la realidad, se resistiera a emitir un juicio moral sobre ellos. De vez en cuando,
repetía algún pasaje antes de que lo grabáramos. Puede
que en esos momentos mis reacciones influyeran en su decisión de incluir o eliminar ciertos detalles, pero yo no hice ninguna sugerencia en un sentido o en otro. Aparte de
las excepciones mencionadas y de los escasos pasajes cuya
inteligibilidad dependía de una mínima elaboración, el
procedimiento que seguí en mi trabajo fue el de considerar que una vez grabado el material en la cinta, éste sería
definitivo e inalterable.
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Incluso una vida llena de agujeros, una
vida en la que no hay nada
salvo la espera, es mejor que ninguna vida.
Comentario de Charhadi a un proverbio magrebí
E L H U É R FA N O
Cuando tenía ocho años, mi madre se casó con un
soldado.
Vivíamos en Tetuán. Un día el marido de mi madre
llegó a casa y le dijo: Nos tenemos que ir a Tánger. Van a
trasladar el cuartel allí, así que nosotros nos mudamos
también.
De acuerdo, dijo mi madre. Si tenemos que ir a Tánger, vayamos.
Tenlo todo preparado. Cuando llegue el camión a casa, lo cargamos todo y nos vamos.
Uaja, dijo ella. Lo embaló todo, la ropa, los colchones y los cojines, y a las nueve llegó un camión. Cargaron
las cosas. Luego subimos nosotros al camión y se nos llevaron. Fuimos a Tánger y cogimos una casa en Dradeb.
Llevábamos viviendo allí tres o cuatro meses. Un día
salí a la calle yo solo. No conocía las casas ni a la gente del
barrio. Salí y eché a andar tranquilamente, y seguí andando y andando hasta que me encontré en el bulevar, muy
lejos de casa. Y entonces cayó la noche y me puse a llorar.
Un hombre me dijo: ¿Qué te pasa?
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
No sé dónde está mi madre, ni sé dónde está mi casa.
Ven conmigo, dijo. Yo te llevaré. Y me condujo a la comisaría*. En la entrada había un policía sentado en una silla. Me preguntó: ¿Dónde vives?
Le dije: En Tetuán.
Pobre niño. Ven conmigo. Me dio una estera y me dijo: Siéntate aquí. ¿Tienes hambre?
Sí, contesté. Enseguida trajo un poco de comida y un
pedazo de pan.
¿Has acabado? Dame el tazón. Se lo di y él lo retiró.
Entonces dijo: Ven aquí. Quítate esos viejos pantalones.
Quítatelos, no tengas miedo. Así que me los quité. Ven
aquí. Siéntate en mis rodillas, lo dijo desabrochándose los
pantalones. No tengas miedo, insistió. Al poco, me pareció
que sujetaba una serpiente en su mano y de un salto bajé de
sus rodillas y salí corriendo de la habitación. Él corrió tras
de mí, pero me cogió otro hombre:
¿Qué sucede? ¿Dónde está tu ropa?
En la habitación, contesté.
El primer policía llegó corriendo.
¡Cógelo! Se ha perdido. Entrégamelo.
Me metió en otra habitación y me trajo los pantalones.
Póntelos. Deja de llorar. No te hice nada, ¿verdad?
No.
Y no digas una palabra a nadie.
No diré nada.
Cerró la puerta y me dejó allí. Me dormí. Por la mañana llegó un español. El policía le dijo: Alguien trajo aquí a
este niño la noche pasada. Es de Tetuán. Se ha perdido.
¿Dónde vives?, me preguntó.
En Tetuán, le dije.
Ven conmigo, dijo él. Y me llevó a Tetuán.
*En castellano en el original. Dado que en el texto hay un buen número de palabras
en nuestro idioma, en adelante omitiremos la nota al pie, dejándolas simplemente en
cursiva. (N. del T.)
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
En Tetuán la policía buscó por todas partes a mi madre
y no pudo encontrarla. Y entonces dijeron: Este niño no tiene familia. Lo meteremos en el Fonduq en-Nedjar.
Me metieron en el Fonduq en-Nedjar, adonde envían a
los niños y también a las mujeres que no tienen familia. En
el Fonduq me dijeron: Niño, ¿dónde vives? Yo les dije:
Aquí, en Tetuán. Y también ellos buscaron y buscaron mi
casa, y no encontraron nada de nada.
Y allí me quedé. Me dieron ropa y zapatos y todo lo
que necesitaba. Comíamos todos los días y teníamos mantas
para dormir. Yo era todavía pequeño y estaba sin circuncidar. Se dieron cuenta y dijeron: Habrá que circuncidarte.
Me asusté y les grité: ¡No! Sólo cuando encuentre a mi madre.
Llamaron al bajá. Llegó y dijo: A este niño hay que circuncidarlo enseguida. Me sujetaron entre dos hombres y me
condujeron ante las mujeres que vivían en el Fonduq. Las
mujeres mataron dos carneros y enseguida me circuncidaron. Me quedé con ellas hasta que me encontré bien. Algunas me daban dulces y otras dinero, pero yo no sabía lo que
era el dinero. Cuando me sentí bien volví a vivir donde antes, con los demás. Estaba aprendiendo a leer. Cada día que
pasaba sabía un poco más.
Un día llegó el jalifa al Fonduq en-Nedjar para ver al
bajá. Deberás dar ropa nueva a todos los niños y mujeres, le
dijo, pues voy a dar un banquete para celebrar mi boda. Los
llevaré a todos a mi huerto y así serán felices. No tienen a
nadie que se ocupe de ellos.
El bajá nos llamó a mediodía. Escuchad, nos dijo: Id y
comed ahora, y cuando hayáis terminado regresad aquí. Os
daré a todos ropa nueva.
¿Por qué?, le preguntamos.
Porque iréis al huerto del jalifa. Va a celebrar su boda.
Fuimos a comer y estuvimos hablando entre nosotros.
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Alá, amigo mío, ¡el jalifa va a casarse! Ahora iremos a
su huerto y todo será maravilloso. Un huerto grande. Hasta
nos podremos esconder en él. Sí, nos decíamos unos a otros.
Después de la comida fuimos al almacén, y a cada uno
de nosotros nos dieron una camisa, unos pantalones, una
chaqueta y un par de sandalias. A todos los niños. Enseguida llegaron las mujeres y también a ellas les dieron ropa. Subimos hasta la mezquita y estudiamos durante toda la tarde.
Al ponerse el sol nos llamaron. Bajad ahora y comed, dijeron. Cuando hayáis terminado, el camión de los soldados os
llevará al huerto del jalifa.
Bajamos a comer. Cuando terminamos nos dijeron:
Ahora no subiréis a dormir. Quedaos ahí.
Nos quedamos allí sentados. Al cabo de un rato, dijeron: Id fuera.
Salimos todos a la calle y atravesamos la medina hasta
la plaza Feddane. En la plaza, bajo la palmera, vimos el camión de los soldados. Nos subimos a él. Y fuimos avanzando y avanzando, de noche, hasta que llegamos al huerto del
jalifa al pie de las montañas. Nos dormimos nada más llegar.
Al día siguiente vimos que había árboles por todas partes. Y muchos de ellos tenían fruta. Manzanas, peras, melocotones. Y cuando cogimos la fruta, nos dejaron comerla. Y
allí nos quedamos jugando todo el día. Fue un día en el que
todos nos sentimos felices. Y yo dije: ¡Alá, déjame vivir aquí
siempre! Es un buen lugar para mí.
Al día siguiente, a mediodía, nos ofrecieron un banquete. Arroz con canela y azúcar. Nunca había comido una
cosa tan buena.
Comed, dijeron, y si no tenéis bastante os daremos más.
Me volví hacia el niño que había a mi lado y le dije:
¿Te das cuenta, amigo? Sería mejor que nos dejaran aquí para siempre. Este es el mejor lugar en que podemos estar. Sí,
dijo él, ¡Al Alá!
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Así que comimos todo lo que quisimos y aún quedó
comida. Nadie se quedó con hambre. Enseguida se llevaron
los platos y los tazones. Había allí muchos músicos y tocaron música andaluza. Vivimos así durante una semana, y
luego nos devolvieron a Tetuán.
Un día, el marido de mi madre averiguó que me encontraba en el Fonduq en-Nedjar y vino a verme. Ese día yo
estaba enfermo, tumbado en el suelo.
Así que estás aquí. ¿Quieres ir a casa?, me preguntó.
Quiero quedarme aquí. Aquí se está mejor. Es un buen
lugar.
No. Deberías venir a casa. Tu madre quiere verte.
Pero yo quiero quedarme aquí.
Está bien. Le diré que venga a visitarte.
El marido de mi madre regresó a Tánger. Le dijo a mi
madre: Tu hijo está en Tetuán, en el Fonduq en-Nedjar. Y
está enfermo. Le pregunté si quería venir a casa y me dijo
que no. Quiere quedarse allí. Tendrás que ir a recogerlo para
que vuelva.
Sí, dijo ella. Tengo que ir. Él debería estar conmigo.
Le dio algo de dinero a mi madre y le dijo: Ve y recoge
a tu hijo. Haz que vuelva aquí.
Cuando mi madre vino a verme le dije: No. No me iré.
Esto es mejor. Aquí puedo estudiar y todo, y los viernes vamos a la mezquita con el jalifa y luego vamos a la playa en
Río Martil. Duermo bien y como bien, y me gusta estudiar.
Este es el lugar que más me gusta.
No, aulidi, dijo ella. Deberías venir conmigo. Quiero
que estés conmigo. Ven a Tánger y podrás estudiar allí.
No, madre. Déjame aquí. Esto es mejor.
Tú sabrás, dijo ella. Y se fue sin mí. Cuando llegó a casa le dijo a su marido: De alguna forma habrá que hacer que
vuelva. Tienes que ir a Tetuán y ver al bajá, y decirle que la
madre del niño quiere que esté con ella.
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Él dijo: Uaja. Iré. Así que volvió a Tetuán y le dijo al
bajá: Su madre no puede vivir sin él. Tan pronto como sea
posible debe volver a casa.
El bajá dijo: Le preguntaremos al niño. Si quiere irse,
no se lo impediremos.
Vinieron a verme. ¿Qué prefieres?, me preguntó el bajá, ¿quedarte aquí o ir a vivir con tu madre?
Le dije: Preferiría quedarme aquí. Además, ya conozco
a los otros niños. Sería mejor que me quedara aquí.
¿Lo oyes?, dijo el bajá. Escucha lo que dice.
Quiero que venga conmigo y se acabó.
Aquí te lo entrego, dijo el bajá. No tengo nada más
que decir.
Así que me fui con mi padrastro a Tánger. Y allí no
ocurrió nada. No me enviaron a la escuela. Nada.
Y pasó el tiempo. Un día mi madre le dijo a su marido:
El niño debería ir al colegio. Ya sabe un poco y puede
aprender más. Todavía es joven. Ahora no hace nada.
De acuerdo, dijo él. Lo llevaré al colegio. Me llevó al
colegio y estuve aprendiendo el Corán durante un año. Luego, mi madre dio a luz. Un niño. Cuando su marido vio al
bebé, dejé de gustarle. Empezó a decirle a mi madre: Ese hijo
tuyo no está aprendiendo nada. Todo lo que hace está mal.
Después de eso ya no podía decir nada bueno sobre mí.
No recibirá más de mi comida, le dijo a mi madre.
Como quieras, dijo ella. Pero si te parece, deja por favor que siga en el colegio. No es más que un huérfano, lo
sé. Pero estaría bien que lo dejarás ir al colegio. El niño no
tiene a nadie en el mundo.
No, dijo él. No puedo permitir que estudie más, ni
puedo darle más de mi comida. Ese niño ya puede trabajar.
Aunque salga a buscar trabajo, dijo mi madre, no va a
saber dónde encontrarlo.
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Eso no es asunto mío. Es algo entre tú y él. No me importa lo que haga, pero no puede quedarse aquí sin trabajar.
Fui a trabajar a la playa, ayudaba a un pescador a recoger sus redes. Y en casa, mi madre y aquel hombre se peleaban siempre por mi causa.
Solía irme por la mañana y jalaba de las redes hasta
que caía la tarde. Me daban dos riales. Si atrapaban mucho
pescado me daban tres, pero eso no sucedía muy a menudo.
Continué así día tras día, durante mucho tiempo. Al cabo
de dos años ganaba cuatro riales al día.
Cuando tenía unos trece años ya era un hombre, y
pensé: Si me hubiera quedado en el Fonduq en-Nedjar, habría sabido algo al salir de allí.
Estuve pensando en eso mucho tiempo. Un día me decidí a hablar con mi madre.
Madre.
¿Sí?
¿Sabes qué, madre? Mañana me voy a Tetuán.
¿Qué vas a hacer allí, aulidi?
Quiero buscar el Fonduq en-Nedjar. Si lo encuentro y
me aceptan de nuevo, quiero quedarme allí.
Ha pasado mucho tiempo desde que estuviste. Ahora
has crecido. No creo que te admitan. Tú no conoces Tetuán.
No sabes dónde ir. Allí no conoces a nadie, ¡y a pesar de todo te quieres ir! Pero si te vas, no puedo negarme.
Le dije: Madre, tengo que ir, y eso es todo. Tu marido
te grita todo el día, y es por mi causa. Me iré y aceptaré la
vida que me dé Alá. Estoy cansado de buscar un trabajo mejor. Pero si no consigo encontrar el Fonduq en-Nedjar, volveré.
Ella dijo: Sí, aulidi. Si quieres irte, debes hacerlo.
Pero dame algo para comer en el camino, le pedí.
Uaja, dijo ella. Por la mañana.
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Me fui a la cama. Me levanté a las siete y le dije a mi
madre: Debería irme ahora para llegar allí temprano. Dame
la comida.
Me dio una barra de pan y dijo: Toma, aulidi, y vete.
Yo no quiero que te vayas, pero si quieres irte no tengo nada
que decir.
Caminé por una carretera a través de Souani y Beni
Makada, y entré en Mogoga. Luego, llegué a la carretera nacional. Caminé y caminé hasta llegar a la frontera donde estaba la aduana española. Intenté pasar por detrás de los edificios, pero me vio un soldado y me llamó.
¡Ven aquí, chaval! ¿Qué tienes ahí?
Nada.
Me dijo: Esa manta, ¿de dónde la has sacado?
La he traído de casa, contesté, y voy a Tetuán a ver a
mi tío. No dije nada acerca del Fonduq en-Nedjar.
¿Tienes pasaporte?
No, le dije, no tengo.
¿Cuántos años tienes?
Trece. Pero no tengo pasaporte.
Déjame mirar en tu hatillo, dijo.
Tome. Se lo abrí yo mismo. Es una manta con un pan
dentro.
Sigue tu camino, me dijo.
Seguí andando y andando hasta que llegué a un río. El
día era caluroso y el sol brillaba, y me dije: Este río lleva
agua limpia y buena. Me sentaré aquí, descansaré un poco y
lavaré mi camisa, y luego seguiré.
Me senté y descansé, y comí un poco de pan. Luego,
lavé mi camisa, la extendí desde lo alto de mi cabeza para
que se secara y eché a andar otra vez por la carretera, andando y andando hasta que llegué a un lugar llamado Fnidaq.
Por entonces ya estaba cansado y no podía seguir. No muy
lejos distinguí una fábrica de fibra de palma y pensé: Iré a
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
echar una ojeada a esa fábrica. Si hay algún trabajo allí, me
quedaré y trabajaré. Fui hasta la fábrica y vi a un hombre de
pie ante la entrada. Mohammed, escucha, dije, quiero hablar contigo. Cuando se acercó, le dije: ¿Contratáis trabajadores?
No sé, dijo, pero pregúntale a aquel nazareno. A aquel
español de allí. Pregúntale.
Fui a hablar con el español. Por favor, quiero hablar
contigo. Si necesitas a alguien que trabaje para ti, me quedaré aquí y trabajaré.
¿Sabes hacer algo? ¿Tienes algún tipo de oficio?, me
preguntó. Yo le dije: No.
¿Nunca has trabajado con hierro?
No.
¿Ves esas piezas de hierro que hay allí? Harás cien piezas por día. Hay que seguir metiendo nuevos dientes en la
máquina.
De acuerdo, dije. Lo intentaré.
Ven aquí, dijo. Cogió un martillo y me enseñó a utilizarlo sobre la pieza de hierro. Luego me dio el martillo. Trabajé casi una hora, y para entonces no había hecho ni una
pieza. El español dijo: No lo lograrás. No sabes cómo se hace este trabajo. La gente de las montañas puede hacer diez
piezas en una hora, y tú ni siquiera puedes hacer una. No.
No puedes trabajar con nosotros.
Tú eres el que manda, le dije.
Salí. Caminé hasta el cuartel de la colina donde viven los
soldados, y vi un camión del ejército que llegaba por la carretera. Se paró allí y bajaron algunos soldados. Yo me encontraba muy cansado y no podía seguir andando, así que cuando el
camión se puso en marcha hacia Tetuán lo alcancé por detrás y
trepé a él. Viajé en la parte de atrás hasta un lugar cercano a
Tetuán. Entonces unos policías en moto pararon el camión.
Uno de ellos miró en la parte trasera y me vio allí dentro.
25
UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
¿De dónde vienes?, me preguntó.
Le dije que venía de Tánger y que había conseguido
llegar hasta Fnidaq, y que ya no podía andar más y me había subido al camión.
Venga, me dijo. Baja ahora mismo.
Me asusté. Pensé: Éste va a hacer algo.
Baja y lárgate de aquí.
Un buen hombre después de todo, me dije. Y seguí andando hasta llegar a la ciudad. Entré en Tetuán. Primero fui
a la plaza Feddane, donde se encuentra el palacio del jalifa,
y estuve paseando por allí. Llevaba la manta bajo el brazo y
tenía hambre, pero no conocía a nadie en la ciudad. ¿Con
quién puedo hablar ahora?, pensé. No puedo ponerme a pedir un duro. Nadie me daría nada. No conozco a nadie.
Dormiré aquí sobre estos escalones, ya que esa es la voluntad de Alá. Por la mañana buscaré el Fonduq en-Nedjar. Si
no lo encuentro, buscaré trabajo.
Cogí la manta, la doblé en dos, y me eché a dormir
con una mitad debajo de mí y la otra mitad por encima. A
una hora muy temprana de la mañana aparecieron los barrenderos, limpiando los escalones. Venga, dijeron. Levántate. Ya es de día. Y salí de debajo de la manta, me la puse bajo el brazo y eché a andar.
Caminé y caminé en busca del Fonduq en-Nedjar. Y
no pude encontrarlo. En el centro de la medina había un
pequeño restaurante que vendía un pudín de judías blancas.
Entré y le dije al propietario: ¿Puedo trabajar contigo?
Sí, me dijo. Ven. Me dio algo de pudín y un poco de
pan, y comí. Luego lavé los platos para él durante todo el
día. A última hora de la tarde entraron muchos hombres a
comer, y entonces me dio más pudín de judías y más pan.
Al anochecer dejaron de llegar hombres. Me dijo el propietario: Recoge todos los platos y lávalos. Voy a cerrar ya.
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Cogí platos, vasos y tazones y los lavé. Él contaba su
dinero. Separó una peseta y me la dio.
Toma, coge esto, me dijo. Ve a dormir a los baños y regresa por la mañana.
Uaja, dije. Cogí la peseta y pensé: Iré al hamman y volveré por la mañana.
Fui al hamman, saqué la manta, la doblé por la mitad y
dormí en ella. Cuando me desperté por la mañana empecé a
pensar: Ahora iré al restaurante y trabajaré de nuevo todo el
día, y él me dará de comer. Y cuando llegue la noche me dará una peseta y me dirá que vaya otra vez a los baños. Y jamás encontraré el Fonduq en-Nedjar. Debería haberme quedado en Tánger. Más me habría valido.
Decidí salir a la carretera nacional y regresar a Tánger.
Me marcharé de Tetuán ahora mismo, me dije. Me puse la
manta bajo el brazo y eché a andar por la calle. Y salí andando de la ciudad. Andando, andando, andando.
Y pensé: Ahora dejaré la carretera y cogeré un atajo por
la montaña. Regresaré a la carretera más tarde. La gente
siempre habla de un atajo que hay por aquí.
Yo pensaba volver a la carretera en Et Tnine. Y no estaba siguiendo ningún camino, andaba simplemente por la falda de la montaña. Al poco, llegué a una zona boscosa. Miré
a mi alrededor y no había nadie, ni una sola señal de que alguna persona hubiera estado allí antes. Pensé que si seguía
andando me perdería, así que di la vuelta y me alejé del bosque. Miré hacia abajo, hacia la carretera, y vi a varios pastores y a algunos hombres arando. Una de mis sandalias iba algo suelta y mientras corría montaña abajo se rompió la
correa. Me la saqué y la llevé en la mano. Enseguida la otra
se rompió también y llevé las dos en la mano. Seguí caminando. Había espinas por todas partes y me costaba trabajo
poner los pies en el suelo. Por fin llegué a un campo labrado.
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
Me vieron cuatro pastores y me llamaron: ¡Yah, Si Mohammed!
¿Qué ocurre?
¡Ven aquí! ¡Ven aquí!, gritaban.
Me dirigí hacia ellos. Quizá tengan un poco de pan,
pensé. Cuando llegué, uno de los pastores me dijo: ¿Qué
tienes en ese hatillo?
Todos eran un poco más mayores que yo.
No tengo nada, dije. Un par de sandalias rotas y una
manta.
¿Qué hacías arriba en la montaña? ¿Adónde vas caminando? Te vamos a entregar a los soldados.
Les dije: Así que me queréis entregar a los soldados,
¿verdad?
Uno de ellos se volvió hacia los otros y dijo: ¡Vamos a
agarrarlo entre todos y se lo hacemos! Uno detrás de otro.
Cuando vi lo que me querían hacer eché a correr.
Todos corrían tras de mí. Yo corría y gritaba. No muy
lejos, enfrente de nosotros, un campesino araba la tierra.
Corrí hacia él.
¿Pero no os da vergüenza, pastores?, dijo. ¿Es esto lo
que hacéis a los forasteros? ¿Los perseguís para tiraros encima de ellos? Ahora os llevaré a todos a los soldados.
Y yo le dije al campesino: No les daba nada de vergüenza.
Él me dijo: Sigue tu camino, hijo. Vete rápido.
Me fui enseguida por la carretera nacional, caminando
y caminando hasta llegar a un zoco en mitad del campo que
se llamaba El Arba. Cuando llegué allí no podía más. Me
sentía hambriento y cansado, me dolían los pies por haber
andado descalzo, y el sol me había quemado durante todo el
día. Me desmayé sobre el suelo del mercado, y allí me quedé.
Después de un rato, empezó a salir gente de una fábrica de fibra de palma que había junto a la carretera. Alguien
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
dijo: ¿Qué pasa con ese chico que está tumbado ahí? Escuché las palabras pero no pude moverme. Un hombre se agachó y me tocó la cabeza. Este chico o tiene hambre o tiene
sed, les dijo. No sé cuál de las dos cosas.
Espera, dijo una mujer. Si lo que tiene es sed le traeré
un tazón con suero de leche. Y me lo trajo. Bebí el suero y
me incorporé. ¿Quieres comer?, me dijo ella.
Sí, contesté.
Me trajo pan de pueblo, hecho con maíz y avena. Y comí. Al principio el pan sabía dulce, más dulce que cualquier
otro pan de los que había probado. Pero cuando estaba acabando de comerlo, parecía un pan de pueblo corriente. Me
dije: ¿Ves lo que el hambre puede hacer? Cuando estaba
hambriento, el pan sabía como la miel, y ahora que mi barriga está llena, me siento fuerte y sé que el pan no es nada
dulce. Cogí todos los trozos de pan que habían quedado y
los envolví en la manta y me puse en marcha otra vez. Gracias a Alá, pensé. Ahora tengo fuerza dentro de mí y podré
llegar hasta Tánger.
Seguí andando y andando, y llegó el final del día cuando me encontraba en Ain Michlaoua. Allí hay una vieja gasolinera. Pensé: Ahora está anocheciendo. Caminaré como
mucho hasta el vertedero. Anteayer vi un montón de periódicos cuando pasé por allí. Cogeré algunos, extenderé la
manta encima del montón y dormiré hasta mañana. Después iré a la ciudad.
Y seguí andando hasta que llegué al vertedero. Trepé en
la oscuridad y empecé a recoger periódicos. Luego los extendí sobre el suelo y me dormí.
Cuando me levanté por la mañana, miré los periódicos y
pensé: Esto se puede vender. Voy a volver a la ciudad sin un
franco. He de hacer algo para conseguir un poco de dinero.
Recogí más de veinte kilos de periódicos, hice unos fardos atándolos con alambres y cargué con ellos. Había cinco
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UNA VIDA LLENA DE AGUJEROS
kilómetros hasta la playa, pero logré llevarlos allí, a un viejo
francés que siempre había vivido en Tánger y compraba periódicos viejos. Y se los vendí a él. Cuando terminamos el
trato pensé: ¡Gracias a Ala! Y fui a ver a mi madre.
Bien, hijo mío, ¿encontraste el Fonduq en-Nedjar?
No, dije, no pude encontrarlo. Pero hacía mucho tiempo que pensaba en ir a buscarlo a Tetuán, confiando en que
lo encontraría. Quería verlo de nuevo con el mismo aspecto
que tenía la primera vez. Por eso fui. Ha sido bastante duro,
pero le agradezco a Alá el haber ido. En mi cabeza y en mi
corazón, yo estaba siempre en el Fonduq en-Nedjar. Es un
orfanato y soy un huérfano. Y siempre le decía a tu marido:
¡Déjame ir! ¡Déjame ir! Pero tampoco tú dejaste que me
quedara allí. Viniste a verme y tú misma me dijiste: Ven.
Ven conmigo. Yo te dije: No, madre. Déjame aquí, esto es
mejor.
Y ahora mira cuánto tiempo ha pasado y todavía te digo lo mismo. Durante cinco años he estado diciéndote que
mi lugar estaba en el Fonduq en-Nedjar. Si me hubiera quedado allí, habría aprendido a leer. Habría aprendido algún
oficio, o al menos a cuidar de mí mismo. Ahora no puedo
hacer nada. Alá te juzgará, a ti y a tu marido.
No, hijo mío. No es mi culpa, dijo ella. No puedo hacer nada por ti. Es sólo una idea que se te ha metido en la
cabeza.
Le dije: No. Tú lo hiciste. Tú enviaste a tu marido a
por mí. Ahora no sé leer, ni tengo un oficio. Y no tengo a
nadie a quien seguir.
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