Sobre Fernando Santiván / Por Hugo Montes y

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HUGO MONTES - JULIO ORLANDI1
HISTORIA Y ANTOLOGÍA DE LA LITERATURA CHILENA
FERNANDO SANTIVÁN.Entre los escritores que convivieron con D’Halmar en la “colonia tolstoyana”, grupo
de admiradores del novelista y pensador ruso que quisieron vivir las ideas del maestro, figura
el periodista, cuentista y novelista FERNANDO SANTIVÁN2 (1886), distinguido en 19523
con el Premio Nacional.
Es amigo de la sinceridad y la observación directa, como Durand, pero rehúye del
detallismo descriptivo que suele empañar el valor humano de las producciones de ese
novelista. No presenta tampoco aquella atmósfera cálida y semipoética que suaviza las
asperezas del tema de Durand. Sus pinturas son rápidas: anota los elementos estrictamente
necesarios para dar la impresión de la realidad ambiental, como Federico Gana frente al
paisaje.
No obstante su inclinación por la literatura documental al estilo naturalista, su
carácter, alejado del eje de la balanza, y su vida rica en experiencias desagradables y penosas
comunican cierto tono subjetivo a sus creaciones, en que la ecuación personal pesa más que
el objetivismo escueto. Gusta de las obras que tengan intención política o contenido social,
como El mulato Riquelme (1951), donde hay severas críticas a la aristocracia criolla
peninsular: “Transcurre apacible la vida en los claustros del colegio. No son extraordinarios
los estudios, ni los alumnos sobresalen por aprender, ya que la totalidad está compuesta por
jovenzuelos aristocráticos, regalones, acostumbrados a una vida sin grandes trabajos.
Algunos pocos pasarán de allí a la Universidad de San Marcos, célebre en el continente
americano, y acaso estudiarán latín, leyes y ciencias teológicas; pero la mayor parte preferirá
ingresar a la vida cortesana, en donde los esperan prebendas y diversiones”.
“El mundo está mal organizado. Y hay que procurar arreglarlo. Por ese ideal lucharé
toda mi vida. Quiero principiar por nuestra patria. Tenemos que destruir muchos prejuicios,
principiando por los de las castas sociales …”
Bécquer sufre al observar esas “desigualdades” (sociales) que espantan; Rubén Darío
apostrofa a los “tocinos privilegiados”; Santiván, con un tono realista mitigado por arranques
románticos y modernistas, aplicados a sucesos corrientes de la vida, filosofa en torno a sus
tesis. La literatura social es indispensable en un país como el nuestro, en que estos problemas
ocupan permanentemente el primer plano de la actualidad. “El arte -decía D’Halmar- es la
vida misma; por eso, al hablar del pueblo y de sus anhelos, hablamos de nosotros mismos.”
Apartado del academicismo aristocrático, revive a través de evocaciones la vida de la
ciudad y del campo. Este realismo, que bien podríamos denominar subjetivo, nos da la visión
del mundo que se desprende de los recuerdos, no necesariamente idénticos a la realidad en
que se originaron.
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Hugo Montes. De la Academia Chilena de la Lengua. Doctor en Filología Románica por la Universidad de
Friburgo, Alemania. Abogado y Profesor de Estado. Profesor en la Universidad Católica de Santiago y
Valparaíso. Julio Orlandi. Profesor de Castellano, Filosofía y Lenguas Clásicas en los Institutos Pedagógicos de
las Universidades de Chile y Católica de Santiago, Escuela de Aviación, Liceo Alemán y Saint George’s
College.
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Sus apellidos auténticos con Santibáñez Puga.
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Ese mismo año ingresó en la Academia Chilena de la Lengua.
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En Ansia4, novela ciudadana, en un deseo de encontrar lejos del paisaje una nueva
ruta estética, ahonda en los problemas humanos. Del mismo modo, en El crisol (1913),
continuada por Robles, Blume y Cía. (1923), intenta estudiar, al igual que Blest Gana en
Martín Rivas y Luís Orrego Luco en Un idilio nuevo, las alteraciones sociales o sicológicas
que el individuo de la clase media provoca en las castas aristocráticas. Son novelas
comprometidas.
En cambio, en Palpitaciones de vida (1909) y En la montaña (1917) el interés se
reparte entre el ambiente y sus hombres. Ciudad, campo y montaña; ciudadanos, campesinos
y montañeses.
Como un tributo al esteticismo puro, escribe La hechizada (1916). Liberado
momentáneamente de sus acostumbradas preocupaciones, la expresión se hace más elegante
sin afectar la sobriedad que es características en él; hay ternura y gracia. Las figuras de Saúl
Araneda y de Humilde se prestan para una caracterización más honda; dentro de los
contornos difusos de estos dos personajes esbozados por Santiván, se adivina una fuerza
pasional arrolladora y sugerente. La naturaleza que describe, no obstante las apariencias
criollistas, no tiene una correspondencia verdadera o permanente con nuestro campo. Este
carácter de mayor universalidad es producto tal vez de su temor al detallismo5.
Se ha sostenido que “en América la naturaleza se impone al elemento hombre con
una potencia avasalladora y decisiva”. Este juicio, aceptable en la novela campesina, ha de
guiar las revisiones críticas de ese tipo de literatura. Ha de tenerse presente incluso en
aquellos casos en que el hombre aparezca, engañosamente, en primer plano. Ese hombre no
es el hombre a las maneras de las novelas europeas de Proust o de Thomas Mann, es decir,
de concepción sicológica, hombre en el sentido espiritual, sino en un personaje pensando
como un elemento más de la gran naturaleza, intrascendente como un árbol o una piedra,
sometidos como ellos a idénticas leyes.
Pero tal procedimiento no es felizmente único en la novela campesina: muchos
autores han comprendido que más interesante que la proyección casi deshumanizada de los
individuos a la literatura, es vigorizar los caracteres hasta que se impongan a las fuerzas
naturales.
En 1955, siguiendo Santiván una costumbre casi tradicional de nuestros escritores,
publicó una serie de sucesos de su vida y de su época, titulada Memorias de un tolstoyano.
Es una obra bien escrita, a ratos emotiva, siempre sincera. El libro está precedido de una
valioso prólogo de Mariano Latorre, interesante por los datos que aporta al conocimiento de
Santiván y su producción. Fue premiada por la Universidad de Concepción como la mejor
obra literaria de ese año.
De mayo mérito por la trascendencia de las informaciones y juicios aportados resultó
Confesiones de Santiván (1958). El libro consta de dos parte. La primera corresponde a una
producción anterior titulada Confesiones de Enrique Samaniego, recopilación de crónicas
publicadas entre los años 1928 y 1944 en El Sur, de Concepción; El Correo, de Valdivia;
La Prensa, de Osorno; El Diario Austral, de Temuco, y La Patria, de Concepción.
Subtitulada Recuerdos Literarios, había sido publicada en 1933 por primera vez. Luego
será ampliada. La segunda parte estaba inédita y en ella “aparece el autor -escribe el propio
Santiván- en su época inicial, impregnado de espíritu religioso; más adelante la vida lo
transforma en indiferente a toda ideología; pasado el tiempo llegará a convertirse en
escéptico y anticlerical; para retornar, más tarde, a las ideas de su primera etapa de vida, esta
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Presentada en 1910 al Concurso del Centenario, obtuvo el primer premio. El segundo lo ganó Mirando el
océano, de Guillermo Labarca. Ansia aparece como volumen público sólo en 1934.
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La hechizada fue traducida al alemán en 1917 con el título de Behext.
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vez, por la experiencia y la meditación”.
Desde su juventud participa en actividades periodísticas y en labores afines a la
carrera literaria. En 1912 dirige Pluma y Lápiz, semanario de arte. En 1914, como
secretario de la Sociedad de Escritores, organizó los Juegos Florales en que Gabriel Mistral
obtuvo el premio con los Sonetos de la muerte. En 1915 figura como director literario de la
revista Sucesos. En 1918, luego de haber dirigido el año anterior La Prensa, de Antofagasta,
funda la Revista de Artes y Letras, continuadora de la célebre revista de Los Diez (1916 1917). En 1919 se encuentra al frente de El Correo, de Valdivia. En 1935 colabora en la
dirección de la Revista del Pacífico. Como periodista ha sido un digno representante de su
generación. Ha trabajad casi en todos los diarios y revistas del país. Expresión clara,
vocabulario sencillo, construcciones correctas y amenidad constituyen los distintivos de sus
artículos6.
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Otras obras de Santiván: Bárbara (escrita en 1922, sólo ve la luz pública en 1963), novela; Don Eliodoro
Yáñez. El hombre y la obra (1924), biografía; Braceando en la vida (1927), novela corta; Escuelas rurales
para colonos montañeses y pequeños propietarios (1933), ensayo pedagógico; Charca en la selva (1934),
novela; La camará (1945), novela corta; El bosque emprende su marcha (1946), cuentos.
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