Tema 6. La primera guerra mundial

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Tema 6. La primera guerra mundial
Lectura 13. Una “gran” guerra “total”
1. CaracterÃ−sticas y desarrollo del conflicto.
A. La Gran Guerra, una guerra “mundial”.
Para quienes se habÃ−an hecho adultos antes de 1914, el contraste era tan brutal que “paz” significaba “antes
de 1914” y nada de lo que vino después merecÃ−a ese nombre. Esa actitud era comprensible, ya que desde
hacÃ−a un siglo no se habÃ−a registrado una guerra importante, es decir, en la que hubieran participado todas
o la mayorÃ−a de las potencias. Los actores principales del escenario internacional eran en esa época las
seis “potencias” europeas (Gran Bretaña, Francia, Rusia, Austria-HungrÃ−a, Prusia -Alemania desde 1871y la Italia unificada) más EEUU y Japón.
Sólo en un conflicto participaron más de dos potencias: la guerra de Crimea (1854-56), que enfrentó a
Rusia con Gran Bretaña y Francia. Además, la mayorÃ−a de las guerras en que participó alguna potencia
fueron breves. El más largo no fue un conflicto internacional, sino la guerra civil de EEUU (1861-65),
siendo lo normal que durasen sólo meses o incluso semanas, como en la guerra entre Prusia y Austria en
1866. Entre 1871 y 1914 no hubo ningún conflicto en Europa en el que el ejército de una potencia
atravesara una frontera enemiga, si bien en el Extremo Oriente Japón venció a Rusia en la guerra de
1904-1905.
En el siglo XVIII Francia y Gran Bretaña se habÃ−an enfrentado varias veces en la India, Europa,
Norteamérica y en los océanos. Pero entre 1815 y 1914 ninguna potencia se enfrentó a otra fuera de su
región de influencia inmediata, aunque sÃ− hubo frecuentes expediciones imperia-listas contra enemigos
más débiles de ultramar. La mayorÃ−a fueron luchas desiguales, como las guerras de EEUU contra
México (1846-48) o España (1898) o las campañas de ampliación de los imperios coloniales
británico y francés, aunque en alguna ocasión no salieron bien librados (los italianos fueron vencidos en
EtiopÃ−a, 1896). Esos conflictos coloniales servÃ−an de argumento para las novelas de aventuras o los
reportajes de los corresponsales de guerra (profesión surgida a mediados del siglo XIX), pero apenas
repercutÃ−an en la población de la metrópoli.
Pues bien, todo eso cambió en 1914, al desencadenarse una auténtica guerra mundial. La 1ª G.M.
empezó como una guerra esencialmente europea entre la Triple Entente (Francia, Gran Bretaña y Rusia) y
las "potencias centrales" (Alemania y Austria-HungrÃ−a). Serbia y Bélgica se incorporaron
inmediatamente al conflicto a raÃ−z del ataque austriaco contra la primera (que fue, de hecho, lo que
desencadenó las hostilidades) y del ataque alemán contra la segunda (que era parte de la estrategia de
guerra alemana). TurquÃ−a y Bulgaria se alinearon poco después junto a las potencias centrales, mientras
que en el otro bando la Triple Entente se convirtió gradualmente en una gran coalición. Se compró la
participación de Italia y también tomaron parte en el conflicto Grecia, Rumania y, en menor medida,
Portugal. En Europa, sólo España, Suiza y los paÃ−ses escandinavos permanecieron neutrales.
Además, diversos paÃ−ses de ultramar enviaron tropas a combatir fuera de su región. AsÃ−, los
canadienses lucharon en Francia, los australianos y neozelandeses en GallÃ−poli (TurquÃ−a) y EEUU,
rompiendo su aislamiento, entró en guerra en 1917 y su intervención resultarÃ−a decisiva. Los indios
lucharon en Europa y el Próximo Oriente, batallones de trabajo chinos viajaron a Occidente y hubo africanos
que sirvieron al ejército francés. También la guerra naval adquirió una dimensión mundial: la
primera batalla se dirimió en 1914 cerca de las islas Malvinas y las campañas decisivas, que enfrentaron a
submarinos alemanes con convoyes aliados, se desarrollaron en el Atlántico septentrional y central. Japón
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intervino también para ocupar posiciones alemanas en el Extremo Oriente y el PacÃ−fico occidental.
B. El estancamiento armado (1914-1916).
Al principio, se esperaba una guerra corta. El estado mayor alemán tenÃ−a planes para luchar en dos frentes,
contra Francia y contra Rusia. La desventaja de luchar en dos frentes se compensaba con la posesión de
buenas vÃ−as férreas, que permitÃ−an el rápido movimiento de tropas de un frente al otro. El plan
alemán (el “Plan Schlieffen”) consistÃ−a en derrotar primero a Francia, mediante el rápido desplazamiento
de un formidable ejército a través de la neutral Bélgica y luego dirigirse al este para eliminar a Rusia
antes de que el imperio zarista pudiera organizar con eficacia todos sus ingentes efectivos militares (la gran
extensión de Rusia y el menor desarrollo de sus ferrocarriles obligaban a un despliegue más lento).
El 3 de agosto de 1914, los alemanes iniciaron su marcha hacia el oeste, avanzando irresistiblemente. El Plan
Schlieffen parecÃ−a funcionar a la perfección. No obstante, las tropas rusas, cumpliendo su alianza con
Francia, marchaban contra Alemania, penetrando en Prusia Oriental, y Moltke tuvo que retirar fuerzas de
Francia para usarlas en el este. Los alemanes avanzaban, pero sus lÃ−neas de comunicación eran muy
extensas y sus golpes se debilitaban. Aun asÃ−, el ejército alemán sólo pudo ser detenido a unos
kilómetros al este de ParÃ−s, en el rÃ−o Marne, a principios de septiembre, gracias al contraataque de
Joffre, que reagrupó las fuerzas francesas y contó con el apoyo de un contingente británico. Esta batalla
cambió el curso de la guerra. Los alemanes tuvieron que retirarse. La esperanza de derrumbar a Francia
rápidamente se desvaneció. Cada bando trataba ahora de flanquear al otro, hasta que las lÃ−neas del frente
llegaron al mar. Los alemanes no lograron el control de los puertos del canal de la Mancha; las
comunicaciones francesas e inglesas se mantenÃ−an intactas. Frente a estos reveses, las victorias alemanas en
el este, aunque de enormes proporciones (batallas de Tannenberg y de los Lagos Masurianos, en las que
225.000 rusos cayeron prisioneros), no eran más que un pequeño consuelo.
En el oeste, a la guerra de movimientos sucedió una guerra de posiciones. Ambos bandos (los franceses
apoyados por un ejército británico que adquirió grandes proporciones) improvisaron lÃ−neas paralelas
de trincheras y fortificaciones defensivas desde la costa de Flandes hasta la frontera suiza, dejando en manos
de los alemanes Bélgica y una amplia zona del nordeste francés. Las posiciones apenas se
modificarÃ−an durante tres años y medio.
Mientras el frente occidental caÃ−a en una parálisis sangrienta, la actividad proseguÃ−a en el frente
oriental. En 1915, las potencias centrales dedicaron su esfuerzo a intentar dejar fuera de combate a Rusia:
expulsaron de Polonia a las tropas rusas y penetraron profundamente en su territorio. Las pérdidas rusas
fueron enormes: 2 millones de muertos, heridos o prisioneros sólo en 1915. Pese a las ocasionales
contraofensivas rusas, las potencias centrales dominaban la situación. Frente al avance alemán Rusia se
limitaba a una acción defensiva en retaguardia.
La alianza con Austria-HungrÃ−a arrastró a Alemania a un tercer frente, el de los Balcanes, donde se
hallaban también sus otros aliados (TurquÃ−a y Bulgaria). En esa zona, la situación la controlaban las
potencias centrales, aunque el inestable imperio Habsburgo tuvo poco éxito. Serbia y Rumania fueron
quienes sufrieron un mayor porcentaje de bajas militares. En 1915, británicos y franceses, esperando
establecer contacto con Rusia, lanzaron un ataque naval contra TurquÃ−a. Desembarcaron a 450.000 hombres
en la penÃ−nsula de GallÃ−poli, de los que 145.000 resultaron muertos o heridos. Tras casi un año, la
empresa fue abandonada como un fracaso y, aunque ocuparon Grecia, no consiguieron un avance significativo
hasta el final de la guerra.
En 1916, ambos bandos se centraron de nuevo en el oeste, intentando romper el punto muerto. Los aliados
planearon una gran ofensiva en el rÃ−o Somme, mientras los alemanes prepara-ban la suya cerca de Verdún.
Los alemanes atacaron Verdún en febrero. Joffre designó al general Pétain para defenderla, pero sin
comprometer sus principales reservas, que querÃ−a guardar para la inminente ofensiva en el Somme. La
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batalla de Verdún duró seis meses, atrajo la aterrada admira-ción del mundo y adquirió un carácter
legendario de decidida resistencia ("no pasarán"), hasta que los alemanes abandonaron el ataque porque
tenÃ−an casi tantas bajas como los franceses (más de 330.000). La batalla habÃ−a enfrentado a dos
millones de soldados y causado un millón de bajas.
Mientras la terrible lucha continuaba aún en Verdún, los aliados lanzaron en julio su ofensiva en el Somme.
Emplearon cantidades nunca vistas de artillerÃ−a. La idea consistÃ−a en romper el frente alemán,
sencillamente mediante una presión muy intensa. A pesar de una semana de bombardeo, los británicos
perdieron 60.000 hombres en el primer dÃ−a del ataque. La batalla del Somme, que duró hasta noviembre,
costó a los alemanes 500.000 bajas, a los británicos 420.000 y a los franceses 200.000. No se ganó nada
que tuviese un cierto valor.
No sorprende que para británicos y franceses, que durante la mayor parte de la guerra lucharon en el frente
occidental, aquélla fuera la "gran guerra". Este frente se convirtió en la máquina más letal conocida
hasta entonces. La caballerÃ−a (que se enorgullecÃ−a de combatir noblemente) desapareció del campo de
batalla. Como la aviación estaba sólo empezando y el transporte motorizado era todavÃ−a nuevo (los
ejércitos tenÃ−an carros, pero no cañones autopropulsados), el soldado básico era la infanterÃ−a. Entre
las armas nuevas, la más mortÃ−fera era la ametralladora. Millones de hombres se enfrentaban desde los
parapetos de las trincheras formadas por sacos de arena, bajo los que vivÃ−an como ratas y piojos (y con
ellos). De vez en cuando, sus generales intentaban poner fin a esa parálisis. Durante dÃ−as o semanas, la
artillerÃ−a bombardeaba sin cesar para "ablandar" al enemigo y obligarle a refugiarse bajo tierra hasta que en
un momento dado oleadas de soldados saltaban por encima del parapeto, protegido por alambre de espino,
hacia la "tierra de nadie", un caos de cráteres encharcados producidos por los obuses, troncos de árboles
caÃ−dos, barro y cadáveres abandonados, para lanzarse hacia las ametralladoras que, como ya sabÃ−an,
iban a segar sus vidas.
C. Bloqueo, guerra submarina y maniobras diplomáticas.
Ambos bandos confiaban en la tecnologÃ−a. Los alemanes, que siempre habÃ−an destacado en la quÃ−mica,
utilizaron gas tóxico en el campo de batalla, donde demostró ser monstruoso e ineficaz (después de la
guerra, en la Convención de Ginebra de 1925, el mundo se comprometió a no utilizar la guerra quÃ−mica).
Los británicos fueron pioneros en el uso de vehÃ−culos articulados blindados, conocidos por su nombre en
clave de tanques, pero sus poco brillantes generales no habÃ−an descubierto aún como aprovecharlos.
Ambos bandos usaron los nuevos y frágiles aeroplanos y Alemania los curiosos zepelines para experimentar
el bombardeo aéreo, aunque afortunadamente sin mucho éxito. La única arma tecnológica importante
en el desarrollo de la lª G.M. fue el submarino, pues ambos bandos, al no poder derrotar al ejército
contrario, intentaron provocar el hambre entre la población enemiga.
Las leyes internacionales dividÃ−an en dos clases los artÃ−culos dirigidos a un paÃ−s en guerra. Una, el
“contrabando”, incluÃ−a municiones y ciertas materias primas especificadas, utilizables para fabricar material
militar. La otra, que incluÃ−a vÃ−veres y algodón, se definÃ−a como "no contrabando", pudiendo
importarse estos artÃ−culos incluso en tiempo de guerra. Esas normas se habÃ−an aprobado en 1909 en una
conferencia internacional celebrada en Londres. Su propósito era impedir que una potencia marÃ−tima (es
decir, Gran Bretaña) pudiera matar de hambre al enemigo o estorbar siquiera la producción civil normal. Si
se respetaba esa ley, el bloqueo a Alemania resultarÃ−a totalmente ineficaz, y los aliados no la respetaron.
Los aliados promulgaron una nueva ley en la que se abolÃ−a prácticamente la distinción entre contrabando
y no contrabando. La marina de guerra británica (ayudada por la francesa) procedió a interceptar los
artÃ−culos de todo tipo destinados a Alemania o a sus aliados. A los neutrales, entre quienes los más
perjudicados eran EEUU, PaÃ−ses Bajos y Escandinavia, no se les permitÃ−a, en absoluto, dirigirse a puertos
alemanes.
EEUU protestó enérgicamente contra esos métodos. DefendÃ−a el derecho de los neutrales, insistÃ−a
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en la diferencia ente contrabando y no contrabando, reivindicaba el derecho a comerciar con otros neutrales, y
defendÃ−a la "libertad de los mares". Aquello dio origen a muchas malas actitudes recÃ−procas entre los
gobiernos norteamericano e británico, en 1915 y 1916. Pero, cuando EEUU entró en la guerra, adoptó la
posición aliada, y su flota pasó a imponer exactamente los mismos métodos. Se incumplió, realmente,
la ley internacional.
Los alemanes replicaron intentando bloquear a Inglaterra. Unos pocos acorazados fueron capaces, durante
algún tiempo, de destruir barcos británicos en todos los océanos. Pero los alemanes confiaban sobre todo
en los submarinos. El submarino era una arma tosca: su comandante no siempre podÃ−a saber qué tipo de
barco estaba atacando, ni trasladar a los pasajeros, ni confiscar la carga, ni escoltar el barco, ni hacer muchas
cosas, excepto hundirlo. Citando como justificación los abusos británicos, Alemania declaró, en febrero
de 1915, que las aguas en torno a las islas británicas eran zona de guerra donde los barcos aliados serÃ−an
torpedeados y los neutrales correrÃ−an grave peligro. En mayo, el barco de lÃ−nea Lusitania fue hundido
cerca de Irlanda. Murieron 1.200 personas, de las que 118 eran norteamericanos El Lusitania era británico,
llevaba material de guerra fabricado en EEUU para los aliados, y los alemanes habÃ−an advertido en la
prensa de Nueva York que los norteamericanos no subiesen a él. Wilson afirmó que otro acto asÃ− lo
considerarÃ−a “deliberadamente inamistoso”. Los alemanes, para evitar conflictos, redujeron durante dos
años el uso de sus submarinos.
El acceso aliado al mar se vio reforzado por la única gran batalla naval de la guerra, la de Jutlandia (mayo de
1916). Los alemanes cayeron en una trampa en la que la flota británica les cogió por sorpresa. Tras horas
de duro combate, los alemanes lograron retirarse entre aguas minadas. HabÃ−an perdido menos tonelaje y
menos hombres que los británicos; demostrando su habilidad en el combate naval, pero no habÃ−an logrado
destruir el predominio británico.
Sin solución militar a la vista, ambas partes buscaban nuevos aliados y sólo quedaba Italia, miembro de la
Triple Alianza, pero de la que se habÃ−a apartado hacÃ−a tiempo. La población estaba dividi−da.
Socialistas y católicos querÃ−an segui−r neutrales, pero los nacionalistas radicales veÃ−an la oportunidad
de conseguir las tierras irredentas, es decir, las regiones en las que vivÃ−an italianos y que no se habÃ−an
incorporado cuando se unificó Italia. Al final, el gobierno ligó su suerte a los aliados en el tratado secreto
de Londres de 1915. Si ganaban la guerra, Italia recibirÃ−a de Austria el Trentino, el Tirol meridional, Istria y
la ciudad de Trieste, y algunas islas Dálmatas, y del imperio turco pequeñas zonas del Asia Menor. De las
colonias africanas de Alemania, Italia recibirÃ−a mejoras en Libia y Somalia. Pero el plan, diseñado por
Italia, de abrir un nuevo frente contra Austria-HungrÃ−a en los Alpes fracasó, principalmente porque
muchos soldados italianos no veÃ−an razón para luchar por el gobierno de un Estado que no consideraban
como suyo y cuya lengua pocos sabÃ−an hablar. Después de la importante derrota militar de Caporetto en
1917, los italianos tuvieron incluso que recibir contingentes de refuerzo de otros ejércitos aliados.
Cada bando se dirigió también a las minorÃ−as descontentas que vivÃ−an en el territorio del otro. Los
alemanes prometÃ−an una Polonia independiente para entorpecer a Rusia. Excitaban el nacionalismo en
Ucrania. Suscitaban un movimiento flamenco progermano en Bélgica. PersuadÃ−an, sin éxito, al sultán
otomano de que declarase una guerra santa en Ôfrica del Norte, con la esperanza de que los musulmanes
expulsaran a los británicos de Egipto y a los franceses de Argelia. Apoyaban el nacionalismo irlandés, y
contribuyeron a precipitar la “rebelión de Pascua” de 1916, que fue sofocada por los británicos.
En cuanto a EEUU, un curioso hecho similar fue el “telegrama Zimmermann”. En 1916, tropas de EEUU
habÃ−an cruzado la frontera de México persiguiendo a unos bandidos, lo que provocó la protesta del
gobierno mexicano. En enero de 1917, el ministro alemán de Asuntos Exteriores, Arthur Zimmermann,
envió un telegrama a su embajador en México pidiéndole que comunicase al Presidente mexicano que,
si EEUU entraba en guerra contra Alemania, ésta se aliarÃ−a con México, lo que le permitirÃ−a
recuperar sus "territo−rios perdidos", es decir, la zona conquistada por EEUU a México en 1848 (Texas,
Nuevo México y Arizona; California no fue mencionada por Zimmermann, el cual no tenÃ−a una idea muy
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precisa de la historia de aquellas tierras). El telegrama fue interceptado y descifrado por los británicos, que
lo pasaron a Washington. Publicado en la prensa, sacudió a la opinión pública de EEUU.
Los aliados tuvieron más éxito en sus llamadas al descontento nacionalista, dado que las minorÃ−as
nacionales más activas estaban en el territorio de sus enemigos. Prome−tieron la independencia a los polacos
(aunque con cierta dificultad mientras se mantuvo la monarquÃ−a zarista). Les resultó más fácil apoyar la
independencia de los checos, los eslovacos y los yugoslavos, porque una victoria aliada disolverÃ−a la
monarquÃ−a austro-húngara.
Los aliados planeaban también un reparto del imperio turco, que abarcaba desde Constan-tinopla hasta
Oriente Medio, Arabia e Irak. Gran Bretaña y Francia cedieron en su vieja oposición al control ruso de los
Estrechos: en un tratado secreto de 1915, acordaron que Rusia podrÃ−a anexionarse Constantinopla y los
Dardanelos. Los británicos despertaron también en los árabes la esperanza de la independencia. El
coronel Lawrence impulsó una insurrección en el Hejaz contra los turcos; y en 1916 el emir Hussein, con
apoyo británico, se proclamó rey de los árabes, desde el mar Rojo hasta el golfo Pérsico. Los sionistas
veÃ−an en el hundimiento turco la oportunidad de realizar su sueño de crear un Estado propio en Palestina.
Como Palestina era un paÃ−s árabe (y lo habÃ−a sido durante más de mil años), este sueño chocaba
con los planes británicos de proteger el nacionalismo árabe. De todos modos, en la nota Balfour de 1917, el
gobierno británico prometÃ−a apoyar una “patria (home) judÃ−a” en Palestina. En cuanto al resto del
imperio turco, otro acuerdo de 1916, adoptado en el mismo momento en que Hussein se convertÃ−a en rey de
Arabia, lo dividÃ−a en esferas de influencia: Mesopotamia corresponde−rÃ−a a Inglaterra, Siria y el sudeste
del Asia Menor a Francia, Armenia y Kurdistán a Rusia, y se reservaban pequeñas zonas para Italia.
Mientras tanto, británicos y franceses se hacÃ−an fácilmente con las colonias alemanas en Ôfrica. Y en
China la guerra alimentaba las viejas ansias imperialistas japonesas. Japón declaró la guerra a Alemania,
invadió sus concesiones en China y las islas alemanas en el PacÃ−fico, las Marshall y las Carolinas. En
enero de 1915, Japón presentó sus 21 Demandas sobre China, un ultimátum secreto que los chinos se
veÃ−an obligados a aceptar casi en su totalidad. Japón convertÃ−a asÃ− a Manchuria y China septentrional
en un protectorado.
D. La retirada de Rusia y la intervención de EEUU (1917-1918).
El primer gobierno vÃ−ctima de la guerra fue el del zar. AsÃ− como la guerra ruso-japonesa habÃ−a llevado
a la revolución de 1905, la Gran Guerra, más desastrosa, llevo a la revolución de 1917, mucho más
importante. La guerra fue una prueba que el gobierno zarista no pudo superar. Corrupto e incapaz de
suministrar el material bélico necesario, arrojando millones de campesinos al frente, a veces incluso sin
rifles, perdiendo cientos de miles de hombres, y sin presentar meta alguna que justificase el sacrificio, el
régimen zarista perdió la lealtad del pueblo. En marzo de 1917, las tropas de San Petersburgo se
amotinaron, mientras huelgas y disturbios dominaban la ciudad. La Duma, o parlamento ruso, aprovechó la
ocasión para exigir reformas. El 15 de marzo el zar abdicó y tomó el poder un gobierno provisional,
formado por nobles y burgueses liberales, con algún socialista. Estaban decididos a continuar la guerra,
fieles al compromiso contraÃ−do con los aliados. Pasados los momentos de entusiasmo, ni los campesinos ni
los obreros sentÃ−an lealtad a un gobierno formado por polÃ−ticos que no daban respuesta a sus necesidades
más perentorias.
La situación del gobierno provisional se hizo cada vez más insostenible, sin apoyos ni en la derecha ni en la
izquierda. En noviembre de 1917, Lenin y los bolcheviques se hicieron con el poder y en diciembre iniciaron
conversaciones de paz con los alemanes. Mientras tanto, los pueblos occidentales de la vieja Rusia (polacos,
ucranianos, estonios, letones, lituanos, finlandeses) proclamaron, con apoyo alemán, su independencia. Los
bolcheviques, como no querÃ−an o no podÃ−an luchar, se vieron obligados a firmar en marzo de 1918 el
tratado de Brest-Litovsk, por el que reconocÃ−an la pérdida de Polonia, Ucrania, Finlandia y las provincias
bálticas.
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Para los alemanes, Brest-Litovsk representaba su máximo éxito durante la 1ª G.M. No sólo habÃ−an
neutralizado a Rusia, sino que además dominaban Europa oriental mediante los sumisos jefes de los nuevos
Estados independientes. Atenuaron los efectos del bloqueo naval, cogiendo grandes cantidades de alimentos
de Ucrania, aunque menos de lo que esperaban. En el este quedaron algunas tropas alemanas, pero ya no
habÃ−a guerra en dos frentes. Grandes contingentes militares fueron trasladados del este al oeste. El alto
mando, bajo Hindenburg y Ludendorff desde agosto de 1916, se disponÃ−a a asestar un último golpe contra
Francia.
La retirada de Rusia fue un duro golpe para los aliados. 1918 se convirtió en una carrera por ver si la ayuda
de EEUU podÃ−a llegar a tiempo y en cantidad suficiente para compensar la ventaja obtenida por Alemania.
En marzo los alemanes, con ataques de gas y un bombardeo masivo, iniciaron una gran ofensiva ante la que
los franceses y los británicos retrocedieron. En mayo los alemanes estaban de nuevo en el Marne, a 60 km de
ParÃ−s.
El presidente Wilson se habÃ−a inclinado insistentemente por la neutralidad, mientras que la población
estaba dividida. Muchos habÃ−an nacido en Europa o eran hijos de europeos. Los de origen irlandés eran
antibritánicos; los de origen alemán solÃ−an ser proalemanes. La venta de material de guerra a los aliados
y la compra de bonos de los gobiernos aliados habÃ−an dado a ciertos cÃ−rculos influyentes un interés
material por la victoria aliada. Casi todos, excepto los aislacionistas, consideraban que una victoria aliada
beneficiarÃ−a la causa de la democracia, la libertad y el progreso, mucho más que si vencÃ−a el imperio
alemán. Por otra parte, Gran Bretaña y Francia eran sospechosas de tener motivos algo dudosos, y estaban
aliadas con la autocracia zarista reaccionaria y brutal. La caÃ−da del zarismo inclinó la balanza a favor de
Rusia, que parecÃ−a avanzar en la misma dirección emprendida por Inglaterra, Francia y EEUU en el siglo
XIX.
Estrangulados cada vez más por el bloqueo, e incapaces de alcanzar un triunfo decisivo en tierra, el gobierno
y el alto mando alemanes se mostraron dispuestos a escuchar a los expertos en guerra submarina, que
aseguraban poder obligar a Gran Bretaña a rendirse en seis meses. Los ministros civiles se opusieron
temiendo las consecuencias de una guerra con EEUU, pero no se atendieron sus razones. AsÃ−, la guerra
submarina ilimitada se reanudó el 1 de febrero de 1917. Aunque se preveÃ−a que EEUU responderÃ−a
declarando la guerra, el alto mando creÃ−a que esto no supondrÃ−a, de momento, ninguna diferencia.
Calculaba, correctamente, que, desde que EEUU entrase en guerra hasta que pudiera participar con su propio
ejército, transcurrirÃ−a casi un año, y que, mientras tanto, en unos seis meses, ellos podÃ−an obligar a
Gran Bretaña a aceptar la derrota.
El 31 de enero de 1917, los alemanes notificaban la reanudación de la guerra submarina ilimitada contra todo
barco mercante en torno a las islas británicas o en el Mediterráneo. Wilson rompió relaciones
diplomáticas y ordenó armar los buques de carga. Al mismo tiempo, el tele-grama Zimmermann
convenció a muchos de la agresividad alemana. Agentes alemanes habÃ−an actuado en EEUU, fomentando
huelgas y saboteando fábricas dedicadas a abastecer de material a los aliados. En febrero y marzo fueron
hundidos varios barcos norteamericanos. Wilson llegó a la conclusión de que Alemania era una amenaza y
obtuvo una entusiasta declaración de guerra del Congreso, el 6 de abril de 1917, “con el fin de salvar al
mundo para la democracia”.
Al principio, la campaña alemana superó incluso las predicciones de sus impulsores. En febrero los
alemanes hundieron 540.000 Tm de barcos, en marzo 578.000 y en abril 874.000. El gobierno de Londres
empezó a ser presa del pánico; la reserva de alimentos se redujo a sólo seis semanas. Poco a poco, fueron
poniéndose en práctica contramedidas: barreras de minas, hidrófonos, cargas de profundidad,
reconocimiento aéreo, y, sobre todo, convoyes. Varias decenas de buques juntos, aunque tuvieran que
navegar a la velocidad del más lento, podrÃ−an ser protegidos por una concentración de barcos de guerra
suficiente para mantener alejados a los submarinos. La marina de guerra de EEUU aportó a los aliados una
fuerza adicional suficiente para conseguir que los convoyes y otras medidas antisubmarinas resultasen muy
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efectivas. A finales de 1917, el submarino ya no era más que una molestia.
En el frente occidental, mientras EEUU se preparaba denodadamente para la guerra, franceses y británicos
seguÃ−an manteniendo sus lÃ−neas en 1917. Los franceses, al mando del general Nivelle, lanzaron en el
Chemin des Dames una ofensiva tan sangrienta y desafortunada que la rebelión se extendió por todo el
ejército francés. Pétain sustituyó a Nivelle y restableció la disciplina entre los exhaustos y
desilusionados soldados, pero no pensó en nuevos ataques. Los británicos asumieron entonces el peso
principal. Entre septiembre y noviembre libraron la terrible batalla de Passchendaele (Yprès), perdiendo
400.000 hombres. Y en diciembre sorprendieron a los alemanes penetrando profundamente con 380 tanques
en las lÃ−neas alemanas, pero se vieron forzados a retirarse, al no disponer de ninguna reserva de infanterÃ−a
fresca para explotar su éxito.
El efecto claro de las campañas de 1917, y del rechazo del submarino al mismo tiempo, fue el de subrayar
nuevamente el estancamiento de Europa, inclinar a los cansados aliados a esperar a los norteamericanos, y
darles a éstos lo que más necesitaban, tiempo. Y EEUU lo empleó bien. El ejército, cuyos
profesionales en 1916 eran sólo 130.000, realizó la gigantesca hazaña de convertir en soldados a 3,5
millones de civiles, más medio millón en la marina. A los préstamos privados concedidos antes, se
sumaban ahora unos 10.000 millones $ prestados por el gobierno. Con ese dinero los aliados compraban
alimentos y pertrechos en EEUU. Las granjas y las fábricas, que ya habÃ−an prosperado en los años de
neutralidad, superaban ahora todos los récords de producción. La industria civil se transformó: las
fábricas de pianos producÃ−an alas de avión y las de radiadores, cañones. Se incrementó al máximo la
construcción de barcos trasatlánticos para transportar los abastecimientos y las tropas. La capacidad de
carga disponible pasó de 1 a 10 millones de Tm. El consumo civil se redujo drásticamente. Se ahorraron
8.000 Tm de acero en la fa−bricación de corsés y 75.000 Tm de estaño en la de vagones de juguete.
Todas las semanas, la gente observaba el “martes sin carne” y se racionó el azúcar. Para ahorrar carbón, se
introdujo el horario de verano, ideado en Europa durante la guerra. EEUU formó asÃ− enormes stocks,
aunque para algunos productos, en especial aviones y munición de artillerÃ−a, el ejército de EEUU,
cuando llegó a Francia, dependió en gran medida de la fabricación inglesa y francesa.
E. El hundimiento de las potencias centrales (1918).
La superioridad alemana pudo ser decisiva de no contar los aliados con los recursos de EEUU. Victoriosos en
el este, los alemanes lanzaron una gran ofensiva en el oeste, en marzo de 1918, esperando forzar el final antes
de que EEUU inclinase la balanza. Para hacer frente a esa ofensiva, se unificó, por primera vez, el mando de
todas las fuerzas aliadas, incluidas las de EEUU (general Pershing), bajo el general francés Foch. En junio,
los alemanes lograron romper el frente y avanzar sobre ParÃ−s. Con esa posición favorable, el gobierno vio
oportuno hacer un último esfuerzo en pro de un compromiso de paz. Pero los militares (Hindenburg y
Ludendorff) lograron bloquearlo. Las tropas alemanas alcanzaron su máximo avance el 15 de julio en el
Marne: fue el último envite de una Alemania exhausta que se sabÃ−a al borde de la derrota. Cuando
empezó el contraataque aliado el 18 de julio, el fin de la guerra era cuestión de semanas.
La ofensiva final, iniciada en septiembre, fue superior a lo que los alemanes podÃ−an resistir. El alto mando
alemán notificó al gobierno que no podÃ−a ganar la guerra. El ministerio de AA.EE. hizo propuestas de
paz a Wilson. Se acordó un armisticio y el 11 de noviembre de 1918 cesaron las hostilidades en el frente
occidental. Por entonces habÃ−a 2 millones de soldados de EEUU en Europa, y otro millón estaba en
camino: de hecho, sólo habÃ−an luchado cuatro meses. En 1918, de cada cien disparos de la artillerÃ−a
aliada, Francia hizo 5l, Gran Bretaña 43 y EEUU 6.
La guerra fue funesta para el imperio Habsburgo. Varias nacionalidades eran reconocidas por los aliados y en
octubre declaraban su independencia. El último emperador, Carlos I, abdicó el 12 de noviembre, y, poco
después, Austria y HungrÃ−a se proclamaban repúblicas. Antes de reunirse ninguna conferencia de paz,
habÃ−an surgido, por iniciativa propia, los nuevos Estados de Checoslovaquia, Yugoslavia, una Rumania
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ampliada y unas minúsculas HungrÃ−a y Austria.
El imperio alemán se mantuvo firme hasta las últimas semanas. Liberales, demócratas y socialistas
habÃ−an empezado a presionar en favor de la democratización y de la paz. Pero fue el alto mando el que
precipitó el desastre. En septiembre de 1918, sólo Ludendorff (que habÃ−a concentrado desde 1916
máximos poderes) y sus cercanos colaboradores sabÃ−an que la causa alemana estaba perdida. El dÃ−a 29,
informaba al Káiser que se debÃ−a pedir la paz y consideraba urgente formar un gobierno que reflejase la
mayorÃ−a del Reichstag conforme a principios parlamentarios democráticos. Al pedir inmediatas
negociaciones de paz, lo hacÃ−a con dos propósitos. Por un lado, ganar tiempo para reagrupar sus
ejércitos y preparar una nueva ofensiva. Y, por otro, si el hundimiento se hacÃ−a inevitable, serÃ−an los
elementos civiles o democráticos los que pedirÃ−an la paz, quedando el prestigio del ejército a salvo.
Se formó un gobierno presidido por el prÃ−ncipe liberal Max y con participación socialista, que llevó a
cabo algunas reformas democráticas, convirtiéndose Alemania en una monarquÃ−a constitucional. Para
Ludendorff, los cambios no eran suficientemente rápidos. El ejército nunca deberÃ−a admitir la
rendición; eso era un asunto para hombres de negocios. El emperador, el alto mando, los oficiales y los
aristócratas lo dejaban a cargo de los civiles.
Wilson se prestó inconscientemente a su juego. InsistÃ−a en que el gobierno alemán debÃ−a ser más
democrático. QuerÃ−a que fuese la Alemania real la que aceptase las condiciones aliadas. En Alemania,
conforme se hacÃ−a evidente el desastre militar, muchos empezaban a considerar al Káiser un obstáculo
para la paz. Incluso los oficiales comenzaban a hablar de abdicación. El 3 de noviembre los marineros se
amotina−ron en Kiel y en diversas ciudades se formaron consejos de obreros y de soldados. Los socialistas
amenazaron con retirarse del gobierno, si Guillermo II no abdicaba. El 9 de noviembre se inició una huelga
general, liderada por algunos socialistas y sindicalistas. Guillermo II abdicó ese mismo dÃ−a y huyó a
Holanda (a pesar de la insistente petición de que se le tratase como a un “criminal de guerra”, vivió allÃ−
tranquilamente hasta su muerte en 1941). Ese mismo dÃ−a, se proclamó la república. Dos dÃ−as
después, la guerra terminaba.
La caÃ−da del imperio alemán y la instauración de la república, no surgió de un descontento general o
una profunda acción revolucionaria. Fue un episodio de la guerra. La llamada república de Weimar nació
porque el enemigo victorioso lo exigÃ−a, el pueblo alemán anhelaba la paz, querÃ−an evitar una
revolución violenta, y la vieja clase militar, para salvar su prestigio y su fuerza con vistas al futuro, querÃ−a
verse marginada, al menos temporalmen−te. Cuando terminó la guerra, el ejército alemán aún estaba en
Francia y su disciplina y organización se mantenÃ−an bastante intactas. Ni un solo tiro se habÃ−a hecho en
suelo alemán. Después, algunos dijeron que el ejército no habÃ−a sido derrotado, sino “apuñalado
por la espalda”. Esto no era verdad; fue Ludendorff, presa del pánico, el primero que clamó por la
“democracia”. Pero las circunstancias en que se originó la república alemana enturbiaron profundamente su
historia posterior y la de Europa.
2 Una guerra “total”.
Se da por sentado que la guerra moderna involucra a todos los ciudadanos (y moviliza, además, a la
mayorÃ−a de ellos), utiliza en cantidades ingentes un armamento que exige una transformación del conjunto
de la economÃ−a para producirlo, causa un altÃ−simo nivel de destrucción, y domina y modifica por
completo la vida de los paÃ−ses participantes. Ahora bien, todo eso se da sólo en las guerras del siglo XX.
Antes habÃ−a habido guerras muy destructivas e incluso conflictos civiles como la revolución francesa, que
anticiparon lo que luego serÃ−a la guerra total, pero hasta el siglo XX las guerras en las que participaba toda
la sociedad eran excepcionales. A partir de 1914 todos los conflictos fueron guerras masivas.
A. Una movilización masiva de la población.
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En la lª G.M. Gran Bretaña movilizó al 12,5% de la población masculina, Alemania el 15,4 y Francia
casi el 17%. Una movilización tan masiva durante varios años sólo se puede mantener con una
economÃ−a industrializada moderna de elevada productividad o con una economÃ−a sustentada por la
población no beligerante. Las economÃ−as agrarias tradicionales no pueden movilizar un porcentaje tan
elevado de mano de obra excepto estacionalmente. Pero incluso en las sociedades industriales, tal
movilización conlleva unas enormes necesidades de mano de obra, razón por la cual las guerras modernas
masivas reforzaron el poder de las organizaciones obreras y produjeron una revolución (si bien sólo
temporal en el caso de la lª G.M.) en cuanto a la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar,
El reclutamiento militar fue el primer paso para la asignación de la mano de obra. Las juntas de
reclutamiento mandaban a unos al ejército, y eximÃ−an a otros para trabajar en las industrias de guerra.
Dado el elevado número de bajas en el frente, eso significaba que el Estado tenÃ−a un gran poder de
decisión sobre la vida individual. Con la insaciable necesidad de tropas, que obligaba al reclutamiento de
hombres inicial−mente exentos o rechazados como inútiles, en fábricas y en oficinas se colocaron muchas
mujeres y, en Inglaterra, también en los cuerpos femeninos, recientemente organizados, de las fuerzas
armadas. Las mujeres se encargaron de muchos trabajos, de los que se pensaba que solo podÃ−an hacer los
hombres. Durante la guerra, los gobier−nos no obligaban directamente a los hombres o a las mujeres a dejar
un trabajo y a tomar otro. No hubo un reclutamiento forzoso de fuerza de trabajo, excepto en Alemania. Pero,
al influir en las escalas salariales, al conceder exenciones de reclutamiento, al obligar a unas industrias a
ampliarse y a otras a contraerse o a permanecer iguales, y al propagar la idea de que el trabajo en una fábrica
de armas era patriótico, el Estado desplazaba a grandes contingentes de obreros hacia la producción de
guerra. El trabajo forzado o “esclavo” no se utilizó en la 1ª G.M. ni se obligó a los prisioneros de guerra a
prestar servicio de trabajo, aunque hubo algunos abusos de estas normas del derecho internacional por parte
de los alemanes, que posiblemente fueron los menos escrupulosos, y, desde luego, los más apremiados por la
necesidad.
La 1ª G.M. provocó una cierta revolución en el papel de la mujer en la sociedad. Las mujeres,
normalmente “invisibles” en la historia polÃ−tica y económica de Europa en tiempo de paz, progresaron en
el terreno polÃ−tico, económico y social durante la guerra y, sobre todo, a su término, aunque cabe
objetar que buena parte de ese progreso fue más aparente que real. Para algunas mujeres de clase media y
alta la guerra representó una excelente oportunidad para escapar de la vaciedad asfixiante de tener que
dedicarse a hacer punto, a la caridad o a mantener una conversación educada en la que habÃ−an estado
encalladas durante gran parte del siglo XIX.
El cuidado de los heridos fue la aportación más inmediata que hicieron las mujeres en la guerra. En Gran
Bretaña, el Servicio Imperial de Enfermeras de la reina Alejandra, por ejemplo, pasó de 163 enfermeras en
1914 a 7.710 enfermeras tituladas y 5.407 voluntarias con nula o poca formación al final de la guerra. En la
brutalidad de los campos de batalla, era una profesión que exigÃ−a un valor considerable. Antes de que se
inventaran las pomadas antisépticas, habÃ−a que cambiar varias veces al dÃ−a los vendajes de las heridas
graves en la cabeza, por ejemplo, pero ni siquiera las carnicerÃ−as a toda velocidad de los quirófanos
bastaban para eliminar la compasión y las atenciones de estas enfermeras, de formación a menudo
deficiente, hacia sus pacientes.
La guerra elevó el nivel de vida y de salud de las mujeres trabajadoras, que vieron que podÃ−an obtener
empleos estables y salarios nunca antes soñados. Las mujeres trabajaban en las fábricas de municiones (las
munitionettes inglesas); en Francia representaban el 25% del personal de las fábricas de material de guerra.
En Alemania, la proporción era aún mayor: las fábricas de armamento Krupp, que empleaban a unas
2.500 mujeres antes de la guerra, contaban con 28.000 en 1918. Otras se hicieron revisoras de autobús o
accedieron a oficios a los que hasta entonces no habÃ−an tenido opción. Pero muy pocas ocupaciones
resultaron feminizadas. Durante la guerra y sobre todo a su término, las mujeres siguieron trabajando sobre
9
todo de enfermeras, secretarias y maestras. En 1921 sólo habÃ−a 17 abogadas, 49 arquitectas y 41 ingenieras
civiles en Inglaterra y Gales. En la Alemania de la posguerra, muchas de las mujeres trabajadoras se
concentraban en trabajos no especializados industriales, agrÃ−colas y domésticos, que exigÃ−an un gran
esfuerzo, eran peor vistos y recibÃ−an peores sueldos que nunca. Durante 30 años estas caracterÃ−sticas
del empleo femenino se mantuvieron sin cambios. Los salarios de las mujeres siguieron siendo inferiores a los
de los hombres por el mismo trabajo. No se promovÃ−a su formación laboral, y cuando los hombres
regresaban de la guerra se suponÃ−a que las mujeres volvÃ−an a ponerse tras los fogones.
La propaganda representaba a las mujeres animando a sus maridos/novios a ingresar en el ejército,
despidiéndose de ellos y pariendo los hijos de los héroes muertos. También surgió la
“preocupación” pública por el hecho de que las mujeres con salario alterasen la autoridad tradicional dentro
de la familia en la que el padre era quien ganaba el dinero y la madre reforzaba la autoridad paterna. Las hijas
también se hicieron ahora más importantes: debÃ−an hacer largas colas para conseguir patatas, margarina
y carne de caballo. Pero muchas mujeres no esperaban que los hombres reconociesen su aportación al
esfuerzo de guerra.
Quizá lo más visible que consiguieron las mujeres después de la guerra fue el voto, pera incluso aquÃ−
resulta difÃ−cil determinar hasta qué punto contribuyó a ello la aportación femenina al esfuerzo de
guerra. En Inglaterra y en Alemania las mujeres consiguieron el voto en 1918, logro que en algunos paÃ−ses
como Dinamarca y Holanda se obtuvo durante la propia guerra. En la mayorÃ−a de los paÃ−ses
democráticos europeos se generaliza antes de 1923. Sin embargo, en Francia las mujeres tendrán que
esperar hasta 1944 para poder votar.
Las mujeres obtienen, pues, el voto en la mayor parte de Europa, pero, a cambio, al final de la guerra se les
pide que regresen a sus casas y a sus tradicionales oficios femeninos. Con o sin resistencia por parte de las
mujeres, se produce en todas partes la desmovilización rápida y brutal, siendo las obreras de guerra las
primeras en ser despedidas. Se pretende con ello restablecer la familia tradicional y un mercado de trabajo
sexualmente diferenciado.
B. Una movilización masiva de recursos: la intervención del Estado.
Las guerras del siglo XX han sido masivas también en el sentido de que han utilizado y destruido
cantidades hasta entonces inconcebibles de productos. De ahÃ− el término alemán de "guerra de
materiales" para describir las batallas del frente occidental en 1914-18. Antes de la 1914 Francia habÃ−a
planificado una producción de 10.000 proyectiles diarios, pero al final su industria tuvo que producir
200.000. Incluso la Rusia zarista producÃ−a 150.000 proyectiles diarios. No es extraño, por tanto, que se
revolucionaran los procesos de ingenierÃ−a mecánica de las fábricas. Y no sólo en la producción de
armas y municiones, sino también en la de pertrechos como la ropa militar. La guerra masiva exigÃ−a una
producción masiva.
La guerra total era la empresa de mayor amplitud conocida hasta entonces y debÃ−a organizarse y gestionarse
con todo cuidado. Ello planteaba también problemas nuevos. En el siglo XIX los ejércitos y la guerra no
tardaron en convertirse en "industrias" o complejos de actividad militar mucho más grandes que las
empresas privadas. Además, en casi todos los paÃ−ses el Estado participaba en las empresas de armamento
y material de guerra, estableciéndose a finales del siglo una simbiosis entre gobierno y empresas privadas,
sobre todo en sectores de alta tecnologÃ−a como la artillerÃ−a y la marina. Sin embargo, el principio básico
vigente era que en tiempo de guerra la economÃ−a tenÃ−a que seguir funcionando, en la medida de lo
posible, como en tiempos de paz ("business as usual"), aunque algunas industrias como, por ejemplo, la de
prendas de vestir, que debÃ−a producir prendas militares a una escala inconcebible en tiempos de paz.
10
Para el viejo capitalismo (liberalismo económico y libre empresa privada), era esencial la idea de que el
Estado debÃ−a dejar libertad a las empresas o, como mucho, regular ciertas condicio-nes generales de la
actuación de los empresarios. Antes ya de 1914 los gobiernos intervenÃ−an cada vez más en la
economÃ−a: fijando tarifas aduaneras, protegiendo industrias, buscando mercados o materias primas
mediante la expansión imperialista, o aprobando leyes sociales en beneficio de los obreros. Pero durante la
guerra, los gobiernos controlaron el sistema económico mucho más a fondo. En realidad, la idea de
“economÃ−a planifica−da”, como un intento estatal de dirigir todos los recursos y las mentes de la sociedad
hacia un solo fin, se aplicó por primera vez en la 1ª G.M.
Como no se esperaba una guerra larga, nadie habÃ−a previsto una movilización de la industria. Todo tuvo
que improvisarse. En 1916 los gobiernos habÃ−an creado ya un sistema de juntas, oficinas y comisiones para
coordinar su esfuerzo de guerra. El objetivo era comprobar que la mano de obra se utilizaba eficazmente y que
se obtenÃ−a el máximo rendimiento de los recursos del paÃ−s y de los que pudieran importarse. En la
tensión bélica, la libre competencia parecÃ−a ruinosa, y la empresa privada de libre dirección,
demasiado insegura y lenta. La búsqueda de la ganancia cayó en cierto descrédito. Los que se
aprovechaban de la escasez para enriquecerse eran mal vistos como “acaparadores”. La producción para uso
civil, o para lujo, se redujo al mÃ−nimo. No se permitÃ−a a los empresarios abrir o cerrar fábricas a
voluntad. Todo nuevo negocio requerÃ−a autorización gubernamental; la emisión de acciones y bonos
estaba controlada, y las materias primas se suministraban según normas del gobierno. Si una empresa de
producción de guerra era poco eficiente o no generaba beneficios, el gobierno podÃ−a mantenerla abierta y
hacerse cargo de las pérdidas. La nueva meta era la coordinación o “racionali−zación” de la producción
al servicio del paÃ−s en conjunto. Se disuadió a los trabajadores de protestar por horarios o salarios, y los
grandes sindicatos aceptaron, por lo general, no convocar huelgas. En cuanto a las clases alta y media, les
resultaba embarazoso mostrar demasiado públicamente su riqueza. Era patrióti−co comer poco y llevar
trajes viejos. La guerra dio un nuevo impulso a la idea de la igualdad económica, aunque sólo fuese porque
reunÃ−a a ricos y pobres al servicio de una causa común.
Los gobiernos controlaban también el comercio exterior. No se podÃ−a tolerar que los particulares sacasen
libremente los recursos del paÃ−s ni que utilizaran el cambio exterior para importar artÃ−culos innecesarios o
elevar el precio de los artÃ−culos de primera necesidad. El comercio exterior se convirtió en un monopolio
estatal, en el que las empresas privadas actuaban según licencias y cuotas rigurosas. El mayor exportador fue
EEUU, cuyas exportaciones anuales se elevaron de 2.000 millones $ a 6.000 entre 1914 y 1918.
En cuanto a los aliados europeos, que antes de 1914 importaban más que exportaban, y que ahora
exportaban lo menos posible, sólo podÃ−an comprar en EEUU, gracias a los préstamos del gobierno
norteamericano y a los dólares obtenidos por las ventas masivas de acciones y bonos norteamericanos que
poseÃ−an los británicos y los franceses, y que éstos, presionados por sus respectivos gobiernos, vendieron
a los propios norteamericanos. De este modo, EEUU dejó de ser un paÃ−s deudor (que debÃ−a unos 4.000
millones $ a los europeos en 1914), y se convirtió en el paÃ−s acreedor más importante del mundo al que
los europeos debÃ−an, en 1919, unos 10.000 millones $.
Los aliados controlaban el mar, pero no tenÃ−an barcos suficientes para la creciente demanda, sobre todo con
los submarinos alemanes cobrando un duro peaje, aunque fluctuante. Los gobiernos crearon Juntas de Marina,
para impulsar la construcción naval y asignar el espacio de embarque disponible a los objetivos más
urgentes: movimiento de tropas, importación de caucho, artÃ−culos alimenticios, etc. Este control acabó
siendo internacional bajo el Interallied Shipping Council, del que EEUU fue miembro, una vez que entró en
la guerra. En Gran Bretaña y Francia, donde las manufacturas dependÃ−an de la importación, el control
estatal de la marina, y, por tanto, de las importaciones, bastaba para proporcionar el control de toda la
economÃ−a.
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Alemania, al negársele el acceso al mar (como Rusia y otros paÃ−ses europeos), se vio obligada a adoptar
medidas autárquicas sin precedentes. El petróleo de Rumania y el trigo de Ucrania, de los que pudo
disponer al final de la guerra, eran pobres sustitutos del comercio mundial del que Alemania habÃ−a
dependido anteriormente. Los alemanes contaban con menos alimentos que sus adversarios. Sus controles
estatales eran bastante completos. Lo llamaron “socialismo de guerra”, del que fue responsable Walter
Rathenau, un industrial judÃ−o, hijo del dueño del trust eléctrico alemán. Pronto previó que la guerra
iba a ser larga, asÃ− que lanzó un programa para disponer de materias primas. Ante la falta de nitrógeno
para explosivos, requisó todos los recursos naturales concebibles, incluso el estiércol animal, hasta que los
quÃ−micos lograron extraer nitrógeno del aire. La industria alemana desarrolló otros productos
sustitutivos, como el caucho sintético. La producción se organizó en “compañÃ−as de guerra”, una
para cada rama industrial, con empresas privadas que trabajaban bajo la estrecha supervisión del gobierno.
Los otros gobiernos beligerantes también sustituyeron la competencia entre las distintas empresas con la
coordinación. Los “consorcios” industriales en Francia asignaban las materias primas y los pedidos del
gobierno a cada industria. La Junta de Industrias de Guerra hizo lo mismo en EEUU. En Inglaterra,
métodos similares llegaron a ser tan eficaces, que en 1918, por ejemplo, el paÃ−s producÃ−a, cada dos
semanas, tantas bombas como en todo el primer año de la guerra, y una cantidad seten−ta veces mayor de
artillerÃ−a pesada.
En la práctica las economÃ−as de guerra planificadas de las democracias occidentales fueron muy
superiores a la de Alemania, pese a su tradición y sus teorÃ−as relativas a la administración burocrática
racional. La economÃ−a de guerra alemana fue menos sistemática y eficaz a la hora de movilizar recursos y
no se ocupó con tanta atención de la población civil. Los británicos y los franceses que lograron salir
ilesos de la lª G.M. gozaban probablemente de mejor salud que antes de la guerra, incluso aun siendo más
pobres, y los ingresos reales de los trabajadores habÃ−an subido. Por su parte, los alemanes se alimentaban
peor y sus salarios reales habÃ−an bajado.
C. Repercusiones económicas.
Para el Estado el principal problema era el cómo financiar la guerra: ¿con créditos o con impuestos
directos? y ¿en qué condiciones? Al ministro de Hacienda le correspondÃ−a, pues, dirigir la economÃ−a
de guerra. Pero durante la lª G.M., que se prolongó más tiempo del previsto por los gobiernos y en la que
se utilizaron muchos más efectivos y armamento del imaginado, la economÃ−a siguió funcionando como
en tiempos de paz, lo que imposibilitó el control por parte de los ministerios de Hacienda, aunque sus
funcionarios (como el joven Keynes en Gran Bretaña) no veÃ−an con buenos ojos la tendencia de los
polÃ−ticos a preocuparse de conseguir el triunfo sin tener en cuenta los costos financieros. Estaban en lo
cierto. Gran Bretaña utilizó muchos más recursos de los que disponÃ−a, lo que tuvo consecuencias
negativas duraderas para su economÃ−a.
Los gobiernos no podÃ−an, ni con impuestos elevados, recaudar todo el dinero necesario, por lo que
recurrieron a imprimir papel moneda, lanzar grandes emisiones de bonos, o forzar a los bancos a concederles
créditos. El resultado fue una fuerte inflación. Los precios (como los sala-rios) se regularon, pero nunca
volvieron a un nivel tan bajo como antes de 1914. Ello perjudicó, sobre todo, a quienes vivÃ−an de rentas
fijas o percibÃ−an sueldos anuales, asÃ− como a los profesio-nales y los funciona−rios, grupos que antes de
la guerra habÃ−an ejercido en Europa una influencia estabilizadora. La guerra amenazó su situación, su
prestigio y su nivel de vida. Una deuda nacional elevada significaba mayores impuestos para los próximos
años. Durante la guerra, Francia e Italia pidieron prestado a Gran Bretaña, y todos ellos a EEUU. Para
pagar la deuda, se verÃ−an obligados durante años a exportar más de lo que importaban, esto es, a
producir más de lo que consumÃ−an. Antes de 1914, el nivel de vida de los paÃ−ses europeos dependÃ−a
sobre todo de que solÃ−an importar más de lo que exportaban, pero la guerra amenazaba cambiar esta
12
tendencia.
Sin duda, la guerra total revolucionó el sistema de gestión. También hizo que progresara el desarrollo
tecnológico, pues el conflicto no enfrentaba sólo a los ejércitos, sino también a las tecnologÃ−as para
conseguir las armas más eficaces y otros servicios esenciales. De hecho, la guerra ha sido un factor
fundamental para acelerar el progreso técnico, al soportar el costo del desarrollo de innovaciones
tecnológicas que probablemente nadie habrÃ−a intentado en tiempos de paz o que en todo caso se habrÃ−an
conseguido con mucha mayor lentitud y dificultad. No obstante, la economÃ−a industrial moderna se
sustentaba en una innovación tecnológica constante, que sin duda se habrÃ−a producido, incluso a un ritmo
acelerado, aunque no hubiera habido guerras. La lª G.M. (y más aún la 2ª) contribuyó a difundir los
conocimientos técnicos y tuvo notables repercusiones en la organización industrial y en los métodos de
producción en masa, pero sirvió más para acelerar el cambio que para lograr una verdadera
transformación.
¿Impulsó la guerra el crecimiento económico? En un aspecto, al menos, hay que contestar que no: la
pérdida de recursos productivos fue enorme, asÃ− como la disminución de la población activa. En
cambio, la guerra repercutió favorablemente en la economÃ−a de EEUU, que alcanzó un alto Ã−ndice de
crecimiento. Ese paÃ−s se benefició de su lejanÃ−a del escenario de la lucha, de su condición de principal
arsenal de los aliados y de su capacidad para organizar más eficazmente que nadie la expansión de la
producción. Quizá el efecto económico más duradero de la lª G.M. (y de la 2ª) fue que dio a la
economÃ−a de EEUU una situación de predominio mundial. En 1914 era ya la principal economÃ−a
industrial, pero no era aún la economÃ−a dominante. Las guerras mundiales alteraron esa situación al
fortalecer su economÃ−a y debilitar la de sus competidores.
Además, con una Europa desgarrada por la guerra, el resto del mundo aceleró su industrialización. Los
japoneses empezaron a vender en China, India y Sudamérica los tejidos de algodón y otros artÃ−culos que
esos paÃ−ses no podÃ−an obtener entonces de Europa. Argentina y Brasil, al no poder conseguir locomotoras
o maquinaria minera en Inglaterra, empezaron a fabricarlas ellos mismos. En la India, los Tata, una rica
familia que controlaba un gran capital nativo, crearon numerosas empresas, una de las cuales llegó a ser la
mayor fábrica siderúrgica del imperio británico. Con Alemania fuera del mercado mundial, Gran
Bretaña y Francia produciendo para sÃ− mismas, y la marina mercante dedicada a usos bélicos, la
posición de Europa como taller del mundo estaba siendo minada. Después de la guerra, los pilares
económicos del siglo XIX se habÃ−an desplazado. La supremacÃ−a europea tocaba a su fin.
D. La movilización de los espÃ−ritus: la propaganda.
Para vencer al enemigo, los gobiernos, además de apelar a la fuerza militar y económica, procedieron
también a la movilización de los espÃ−ritus. Intentaron controlar las ideas, como controlaron la
producción económica. La libertad de pensamiento, respetada en toda Europa durante medio siglo, fue
desechada. La propaganda y la censura fueron mucho más activas de lo que ningún gobierno, por
despótico que fuese, habrÃ−a nunca imaginado. Nadie podÃ−a mostrar ni una duda. Las técnicas de
propaganda se pusieron al servicio de tres ideas principales: la causa defendida era justa, la derrota traerÃ−a
el triunfo del Mal y la victoria era indudable (este punto también se utilizaba para desalentar al enemigo).
Cada bando acusaba al otro de haber iniciado la guerra por mala voluntad. En Alemania, el peligro de
invasión rusa era razón suficiente para continuar la lucha, lo mismo que para los franceses la necesidad de
liberar su territorio nacional. La prensa británica señalaba que la ocupa-ción de Bélgica era una
amenaza para el porvenir de Gran Bretaña. La “unión sagrada” agrupó a casi todos los partidos
polÃ−ticos. La exuberancia, el misticismo y el frenesÃ− patriótico iban acompañados de una apelación al
juicio de la Historia y de Dios: “Dios está con nosotros”, se decÃ−a en todos los idiomas. El contagio
13
alcanzó a los espÃ−ritus más elevados. El filósofo Bergson escribÃ−a en 1914: “El conflicto actual nos
muestra dos fuerzas enfrentadas. La que se desgasta [la alemana] porque no se apoya sobre un ideal superior y
la que no se desgasta [la francesa] porque se apoya en un ideal de justicia y libertad”. En Alemania los
intelectuales juzgaban que su paÃ−s luchaba para defender la Kultur contra unos pueblos tan frÃ−volos como
los franceses y tan estériles como los británicos. El economista Sombart escribÃ−a: “El mundo se reparte
en dos campos: el de los mercaderes (los ingleses) y el de los héroes (los alemanes). Los alemanes tienen
que ver necesariamente el triunfo de su causa, porque es el triunfo de la civilización”.
La victoria del enemigo sólo podÃ−a ser el triunfo del Mal. En los paÃ−ses aliados, el Káiser era retratado
como un demonio, con ojos brillantes y tiesos mostachos, entregado al infame pro-yecto de conquistar el
mundo. En Alemania, se enseñaba a la gente a temer el dÃ−a en que cosacos o senegaleses raptasen a las
mujeres, y a odiar a Gran Bretaña como al enemigo que mataba de hambre a los niños con su inhumano
bloqueo. El prolongado desgaste, la lucha estéril, las lÃ−neas inalterables de los frentes, las aterradoras
bajas eran una prueba muy dura para la moral. Los civiles, privados de sus habituales libertades, trabajando
penosamente, comien−do alimentos pobres y sin vislumbrar la victoria, tenÃ−an que mantener una moral
elevada. Para excitar el ardor combativo de la nación era necesario suscitar su indignación y persuadir a los
combatientes de que luchaban por el derecho y la justicia. Los servicios oficiales denunciaban los crÃ−menes
del enemigo. Su detalle atestiguaba la barbarie de un enemigo implacable, y algunos relatos, como la
ejecución por los alemanes de la enfermera Edith Lavell, alcanzaron una gran popularidad.
El último eje de la propaganda consistÃ−a en crear la ilusión de la victoria y ensalzar la superioridad de los
jefes, de sus armas y de su fuerza. La serena calma del tÃ−o Joffre, la fuerza tranquilizadora de Hindenburg,
el “salvador de la patria”, la infalibilidad de Kitchener, el “organizador de la victoria”, fueron imágenes y
mitos que la propaganda inventó y difundió gracias a unos medios de acción desconocidos en las guerras
anteriores: una prensa de masas poderosa, las actualidades cinematográficas, los discos. Al mismo tiempo,
los bulos y las falsas noticias circulaban por cada paÃ−s, manteniendo un clima de optimismo obligatorio.
Gracias al control establecido sobre las agencias de noticias, los servicios de censura no comunicaban a la
prensa las “malas noticias”. La verdad oficial tenÃ−a por objeto “dar ánimos a la retaguardia y al soldado”.
Al impedir publicar cualquier información que pudiese hacer dudar de la legitimidad de la causa defendida,
de la competencia y buena fe de los dirigentes, la censura no tuvo lÃ−mites en su arbitrariedad y, en nombre
del patriotismo, cayó sobre los enemigos tradicionales del poder, en especial, anarquistas y librepensadores.
Pero el arma se volvió pronto contra sÃ− misma, pues la multiplicación de “espacios en blanco” en los
periódicos testimoniaban que Francia no era ya “el paÃ−s de la libertad”. Los excesos de la autocensura
hicieron que el público empezase a dudar de la información oficial y de la información en general, que ya
habÃ−a llegado a hacerse sospechosa. La prensa faltó desde entonces a su misión esencial, la de informar y
criticar.
La opinión pública, asÃ− drogada por los periódicos, los carteles, los libros, el cine y las canciones
patrióticas, perdió dÃ−a a dÃ−a su facultad de ejercer un papel cÃ−vico. Las ceremonias oficiales, la
conmemoración de las victorias, el culto de los muertos, la batahola de las trompetas y los tambores, y el
tintineo de las medallas hicieron del ciudadano del siglo XX un soldado nacional, persuadido de que toda
crÃ−tica era indisciplina o traición, pues el servicio del paÃ−s exigÃ−a la fe en los dirigentes y en la certeza
de la victoria. “Te seguiremos con el corazón lleno de fe”, recitarÃ−a bien pronto la masa hitleriana. La
renovación mÃ−stica encarnada por esas masas habÃ−a nacido quince años antes por toda Europa.
E. Costos humanos y sociales.
Queda por evaluar el impacto de la guerra en costos humanos. Los franceses perdieron casi el 20% de sus
hombres en edad militar y, si se incluye a prisioneros de guerra, heridos e inválidos permanentes y
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desfigurados, sólo algo más de un tercio de los soldados franceses salieron indemnes del conflicto. Esa
misma proporción puede aplicarse a los cinco millones de soldados británicos. Gran Bretaña perdió una
generación entera: medio millón de hombres que no habÃ−an cumplido los 30 años, incluÃ−das las
clases altas, cuyos jóvenes, obligados a dar ejemplo como oficiales, avanzaban al frente de sus soldados y
eran los primeros en caer. En las filas alemanas el número de muertos fue mayor aún que en el ejército
francés, aunque fue inferior la proporción de bajas (13%) entre la población en edad militar, mucho
más numerosa. Incluso las pérdidas aparentemente modestas de EEUU (116.000 frente a 1.600.000
franceses, casi 800.000 británicos y 1.800.000 alemanes) ponen de relieve el carácter sanguinario del frente
occidental, el único en que luchó (y sólo durante año y medio).
Este enorme número de bajas constituye sólo una parte de esos costos. Es posible, quizá, que los 10
millones de muertos de la lª G.M. impresionaran mucho más brutalmente a quienes nunca habÃ−an
pensado en soportar ese sacrificio que los 54 millones de muertos de la 2ª G.M. a quienes ya habÃ−an
experimentado en una ocasión la masacre de la guerra.
Sin duda, tanto el carácter total de la guerra como la determinación de ambos bandos de seguir la lucha
hasta el final sin importar el precio dejaron su impronta. El aumento de la brutalidad no se debió sólo a la
liberación del potencial de crueldad y violencia latente en el ser humano que la guerra legitima. Otra razón
fue la extraña “democratización” de la guerra. à sta se convirtió en “guerra del pueblo”, tanto porque la
población y la vida civil pasaron a ser el blanco lógico y, a veces, principal, de la estrategia como porque en
las guerras, como en la polÃ−tica, democráticas, se demoniza al adversario para hacer de él un ser odioso
o despreciable. Las guerras conducidas por profesionales o especialistas, sobre todo si ocupan una posición
social similar, no excluyen el respeto mutuo y la aceptación de normas o incluso el comportamiento
caballeresco. La violencia tiene sus reglas. Esto era evidente todavÃ−a entre los pilotos aéreos (ver la
pelÃ−cula de Jean Renoir sobre la lª G.M., La gran ilusión). Los polÃ−ticos y los diplomáticos
profesionales, si no les apremian ni los votos ni la prensa, pueden declarar la guerra o negociar la paz sin
experimentar sentimientos de odio hacia el enemigo. Pero las guerras totales de nuestro siglo no se atienen en
absoluto a ese modelo. Una guerra en la que se movilizan los sentimientos nacionales de las masas no puede
ser limitada.
Otra razón era la nueva “impersonalidad” de la guerra, que hacÃ−a de la mutilación y la muerte la
consecuencia remota de disparar un arma. La tecnologÃ−a hacÃ−a invisibles a sus vÃ−ctimas, algo imposible
cuando las bayonetas reventaban las vÃ−sceras de los soldados o éstos debÃ−an ser encarados en el punto
de mira de los fusiles. Frente a las ametralladoras no habÃ−a hombres, sino estadÃ−sticas. Las mayores
crueldades de nuestro siglo (los bombardeos de Londres o Dresde, las bombas atómicas sobre Japón, el
holocausto judÃ−o) han sido crueldades impersona-les fruto de decisiones remotas, el sistema y la rutina,
justificadas como deplorables necesidades operativas.
El mundo se acostumbró al destierro obligatorio y a las matanzas a escala astronómica, fenómenos tan
frecuentes que fue necesario inventar nuevas palabras para designarlos: “apátrida” y “genocidio”. Durante la
lª G.M. TurquÃ−a mató a un número de armenios que puede rondar el millón y medio, en una
operación que puede considerarse como el primer intento moderno de eliminar a todo un pueblo. La lª
G.M. y la revolución rusa supusieron el desplazamiento de millones de personas como refugiados o mediante
el sistema de “intercambios” forzosos de poblaciones entre Estados. Un total de 1.300.000 griegos fueron
repatriados a Grecia (sobre todo desde TurquÃ−a); 400.000 turcos fueron conducidos a TurquÃ−a, estado que
los reclamaba; unos 200.000 búlgaros se dirigieron hacia el mermado territorio en que se habÃ−a convertido
Bulgaria; 320.000 armenios huyeron del genocidio y 1,5 ó 2 millones de rusos, que escapaban de la
revolución o que habÃ−an luchado en el bando perdedor durante la guerra civil, quedaron sin hogar.
Aproximadamente el perÃ−odo 1914-1922 generó un número de refugiados que oscila entre 4 y 5
millones. Esa primera oleada de desterrados no fue nada, sin embargo, en comparación con la que se
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producirÃ−a en la 2ª G.M. y en los años posteriores a raÃ−z de nuevas guerras y revoluciones.
La experiencia contribuyó a brutalizar la polÃ−tica, pues si en la guerra no importaban la pérdida de vidas
humanas, ¿por qué debÃ−an importar en la polÃ−tica?. Al terminar la lª G.M. la mayorÃ−a de los
participantes odiaban sinceramente la guerra. Los europeos ya no confiaban en la idea de “progreso” que
habÃ−a dominado el siglo XIX. Para quienes volvÃ−an del frente, el proceso de readaptación a la paz y a la
vida familiar hacÃ−a aún más patentes los sutiles cambios sociales que se habÃ−an producido en su
ausencia. Cuando la guerra acabó, los inválidos tuvieron que sobrevivir con unas escasas pensiones de
invalidez, y algunos de los matrimonios hechos a toda prisa en el fragor de la guerra se rompieron. Padres que
veÃ−an que su autoridad familiar habÃ−a disminuido en su ausencia luchaban, a veces de forma brutal, por
reafirmarla sobre sus hijos y mujeres. Un número sin precedentes de veteranos, muchos mutilados, volvió a
casa dejando pueblos y ciudades de toda Europa marcados por la huella tremenda de la guerra.
Sin embargo, algunos excombatientes que habÃ−an vivido la experiencia de la muerte y el valor sin rebelarse
contra la guerra desarrollaron un sentimiento de superioridad, en especial respecto a las mujeres y a los que no
habÃ−an luchado, que definirÃ−a la actitud de los grupos de extrema derecha de la posguerra. Adolf Hitler
fue uno de esos hombres para los que la experiencia de haber sido un “soldado del frente” fue decisiva. La
reacción opuesta, el pacifismo, también tuvo consecuencias negativas. Al terminar la guerra, los
polÃ−ticos, al menos en los paÃ−ses democráticos, vieron claramente que los votantes no tolerarÃ−an un
baño de sangre como el de 1914-18. Esto determinarÃ−a la estrategia de Gran Bretaña y Francia
después de 1918. A corto plazo, contribuyó a que en 1940 los alemanes triunfaran en la 2ª G.M. en el
frente occidental, ante una Francia encogida tras sus vulnerables fortificaciones e incapaz de luchar una vez
que fueron derribadas, y ante una Gran Bretaña deseosa de evitar una guerra terrestre masiva como la que
habÃ−a diezmado su población en 1914-18.
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Hª Contemporánea Universal (hasta 1945) - Lectura 13
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