IUSNATURALISMO CATÓLICO EN UNA EUROPA ILUSTRADA. A propósito de Principios del orden esencial de la naturaleza de Antonio Xavier Pérez y López. Alfonso Galindo Hervás Universidad de Murcia Si por ilustración debemos entender la “salida de una culpable minoría de edad”, el pensamiento filosófico de Antonio Xavier Pérez y López (1736-1792) no puede considerarse ni índice ni factor (al menos decisivo) de ilustración. Ninguno de los rasgos con los que es habitual delimitar la “actitud ilustrada”1 (pensamiento crítico, separación de las esferas terrenal y espiritual, conciencia histórica, contractualismo, subjetivismo, etc.) son abiertamente asumidos por el sevillano. Ciertamente, hay elementos, rasgos germinales. Como los hay en Jovellanos, Forner, Feijoo y tantos otros. Pero su obra evidencia la confusión conceptual y terminológica propia de nuestros ilustrados. Una confusión que, ella sí, es índice y factor de la tibieza (por usar una ambigua metáfora que permita esquivar el interminable e indecidible debate sobre la existencia, o no, de una ilustración española) con la que en España se acogieron (y practicaron) las ideas ilustradas en el siglo de Carlos III. No hay modernidad en Pérez. Pero precisamente ello justifica el interés del autor y de su obra en orden a elaborar una historia de los conceptos políticos hispánicos. Y es que, aún repleto de explícitas resistencias si se lo compara con coetáneos europeos, también puede considerarse que su pensamiento explicita el fieri o in festum de una Satteltzeit que nunca debe comprenderse como momento puntual o conquista acabada. Alejado de la fama de otras figuras del dieciocho español, sin embargo no fue la de Pérez una vida pública irrelevante. Diputado por la Universidad en la Corte, Alcalde 1 Debe verse E. Bello y A. Rivera (eds.), La actitud ilustrada, Biblioteca Valenciana, Valencia, 2002. Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Mayor de Motilla del Palancar y Académico de la Real Sevillana de Buenas Letras, escribió, entre otras, las obras Discurso sobre la honra y la deshonra legal (1781), decisiva en la preparación de la pragmática de Carlos III ennoblecedora del trabajo, Teatro de la legislación universal de España e Indias (1791) y Principios del orden esencial de la Naturaleza (1785). Se trata de uno de los autores más sólidos filosóficamente2, así como de más trascendencia de su época. De ello constituye una prueba la atención monográfica que han merecido tanto su plural obra como su persona3. Por diversos motivos, que intentaré exponer en este trabajo, la obra Principios del orden esencial de la naturaleza constituye un índice ejemplar de la aludida debilidad de nuestra ilustración. Que, en el caso concreto de Pérez, dicho carácter indiciario deba remitirse a su anclaje en la escolástica católica, no obsta para reconocerle su superioridad filosófica respecto de colegas españoles contemporáneos a él. Una superioridad que casi se reduce a su conocimiento de buena parte de la mejor filosofía de la época. Conocimiento que le sirve de base, exclusivamente, para denunciar cualquier elemento adscribible a la modernité. De ahí que sólo desde perspectivas generosísimas –o abiertamente cómplices, como las que adjetivan la obra de Mayans y análogas como representativas de una ilustración católica typical spanish— se pueda defender el carácter ilustrado de su pensamiento. 2 Así lo expresa Menéndez Pelayo: “(...) en esto como en todo, mostró talento filosófico muy superior al de Castro el sevillano don Antonio Xavier Pérez y López (...)”. M. Menéndez Pelayo, “El enciclopedismo en España durante el siglo XVIII”, en Historia de los heterodoxos españoles, Librería Católica de San José, Madrid, 1881. 3 Es el caso de los trabajos del almeriense Federico de Castro Fernández en la sevillana Revista de Filosofía, Literatura y Ciencias, así como su Nueva biografía del Doctor Don Antonio Xavier Pérez y López (1736-1792) con un breve estudio sobre su sistema filosófico, 1873-74. Pero también la atención prestada a su Teatro de la legislación universal de España e Indias en diversas publicaciones contemporáneas. Sirva como ejemplo de su importancia (especialmente para el derecho de gentes) la siguiente selección de textos donde se lo cita elogiosamente: O. Cruz Barney, “Para una historia de la jurisdicción mercantil en México: el decreto de organización de las juntas de fomento y tribunales mercantiles de 1841”, Revista Jurídica, Anuario Mexicano de Historia del Derecho, vol. XV; “La Ordenanza de correos del 8 de junio de 1794 en el México independiente”, en L. E. González (coord.), Actas y Estudios, Academia Puertorriqueña de la Historia, vol. 2, 2003; “El corso marítimo en el mundo hispano-indiano”, en Diario de campo, nº. 31, 2005; V. Kluger, “Consideraciones sobre las Relaciones Paterno-Filiales en el Río de La Plata. Del Ámbito Doméstico a los Estrados Judiciales (1785-1812)”, en XI Congreso del Instituto Internacional de Historia del Derecho Indiano: Buenos Aires, 4 al 9 de septiembre de 1995: actas y estudios, Instituto de Investigaciones de Historia del Derecho, 1997; F. López-Lázaro, “‘No Deceit Safe in Its Hiding Place’: The Criminal Trial in Eighteenth-Century Spain”, en Law and History Review, 20, 2002; F. Martínez, “Sátira contra la predilección del Derecho Romano: una crítica decimonónica a un orden jurídico todavía no fenecido”, en Cuadernos de Historia del Derecho, nº. 12, 2005; M. F. Rojas, “Entre la legitimidad y la criminalidad: el caso del “aparaguayamiento” en la Provincia de Concepción (Chile) durante la primera mitad del XIX”, en Contracorriente, vol. 4, nº. 3, 2007; etc. 2 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico Siguiendo la estela de Menéndez Pelayo4, el liberal Méndez Bejarano lo ubicó en un grupo de eclécticos ilustrados interesado por conciliar la filosofía escolástica oficial y la europea, especialmente cartesiana y wolfiana. En dicho colectivo incluye, entre otros, a los médicos Martín Martínez y Andrés Piquer y Arrufat, a caballo entre el sensualismo y la escolástica y del que destaca su aristotélica Lógica moderna o arte de hablar la verdad y perfeccionar la razón (1757), su Discurso sobre el mecanismo (1757), en el que critica a Locke, y la Filosofía moral para la juventud española (1755), con un interesante y habitual en la época (recuérdense las obras de Smith, Ferguson o el propio Ramón Campos) tratado de las pasiones. Junto a ellos, merecen atención el poeta Forner, Miguel García Ostos y Algarate, autor de un Discurso sobre la ley natural, Juan Bautista Muñoz, de cuyas obras detacan De recto Plilosophiae recentis in theologiae usu (1767) y De bonis et malis Peripateticis (1769), y el jesuita barcelonés Antonio de Codorniu, cuyo Índice de la filosofía moral cristiano-política (1753) busca conciliar cristianismo, senequismo y aristotelismo5. Hay que reconocer que en el terreno estrictamente filosófico y filosóficopolítico, Pérez y López evidencia el rasgo de eclecticismo aludido, si bien hay que insistir en su íntima lejanía de la mejor filosofía europea de la época. Quiere ello decir que si bien es evidente su conocimiento de la mayoría de los grandes pensadores contemporáneos, no puede afirmarse de él (contra lo que sostuvo el citado Méndez Bejarano) una superación de la escolástica ni, mucho menos, la asunción del pensamiento contractualista e historicista (esto es, moderno) de la época. De ahí la ya aludida utilidad de sus ideas en orden a la elaboración de una historia conceptual hispana, pues su obra es un índice (a la par que un factor destacado, dada su relevancia) tanto del poderoso peso limitante de la tradición y las circunstancias sociales, como de los tímidos esfuerzos de algunos por trascender ambos y dejarse enriquecer con los avances de la ciencia y el pensamiento europeos. Esfuerzos que, sin embargo, sólo si 4 Ubica a Pérez y López en un grupo formado por eclécticos, anti-enciclopedistas, sensualistas y espiritualistas cartesianos, y constituido por el doctor Martínez, Piquer, el padre Ceballos, Valcárcel, el cisterciense Antonio Rodríguez, Forner, Juan Francisco de Castro, Arteaga y Hervás. Cf. M. Menéndez Pelayo, La ciencia española. I. Indicaciones sobre la actividad intelectual de España en los últimos tres siglos, 3ª edición, Colección de Escritores Castellanos, t. I., Madrid, 1887. Del mismo autor, cf. “Monografías expositivo-críticas”, en Revista Europea, nº. 134, 1876. 5 M. Méndez Bejarano, Historia de la filosofía en España hasta el siglo XX, Renacimiento, Madrid, 1927. 3 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico son considerados muy abstractamente permiten justificar su identificación con una “consideración profana y racional del universo”6. Donde quizá se explicite paradigmáticamente esta compleja posición del sevillano sea en la obra que edita la B. S. F., cuyo título completo es Principios del orden esencial de la naturaleza, establecidos por fundamento de la moral y política, y por prueba de la religión. Nuevo sistema filosófico (Imprenta Real, Madrid, 1785). En sus veintinueve capítulos conviven las alusiones críticas a diversos pensadores modernos con la defensa de una concepción del pensamiento que asume una estrategia iusnaturalista católica, a saber: la posibilidad de deducir y explicar los diversos órdenes humanos (especialmente moral, político y religioso) a partir de una idea de orden natural finalmente remisible al Dios católico. Para ello, postula un principio de razón evidente del derecho natural y político que, de paso, indique la religión verdadera. Principio que remite al propio orden de la naturaleza, que hace índice de la esencia y atributos de Dios, así como de los mismos fines del hombre, retomando la tesis escolástica sobre la armonía de órdenes y tipos de conocimiento. “(...) el Orbe es el gran Código de la ley natural, donde están gravados los fines de Dios y de las cosas criadas” (p. XIV). Todo está atravesado por un orden que “se encuentra esencialmente en Dios, siendo su propia perfección infinita, y también se halla en las criaturas, tanto en sí mismas, como entre sí, en la linea metafisica, fisica, y moral” (p. 1). Vivir conforme al orden es la clave de la felicidad (p. 4). La ley y orden naturales se eleva a criterio de bondad de la acción tanto como, específicamente, del derecho positivo (pp. XIXss., XXVIIIss., XXXIV). La legitimidad de éste y del poder público se infiere igualmente de su utilidad para elevar a perfección las obligaciones y derechos imperfectos o secundarios (p. XXIII). El orden natural es así mismo fundamento de la justicia (p. XXIV). Un orden al que alude, en un rasgo de modernidad, recurriendo a la metáfora mecanicista (pp. 4, 12s., 27s., 52-59, 127). Todo ello justifica el que las reiteradas referencias a la filosofía de su época sean siempre para criticar su antropocentrismo y su subjetivismo racional, que implican subestimar la prioridad de la existencia de Dios y/o del orden natural. Así, por ejemplo, denuncia la perversión del espíritu filosófico, dominada por el principio de “razón evidente” (p. VII), aludiendo explícitamente a Descartes, cuyo método, aplicado a las 6 Para una tal identificación, cf. J. L. Abellán y L. Martínez Gómez, El pensamiento español de Séneca a Zubiri, Aula Abierta, Madrid, 1977. 4 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico verdades divinas, ha servido para el error y la impiedad por su acentuado subjetivismo (pp. VIIIs.). Menciona igualmente el ateísmo, el materialismo y el deísmo, citando a Voltaire. Se detiene en el contractualismo, que ejemplifica en Hobbes y Rousseau, criticando su rechazo del derecho natural y, sobre todo, su asunción del conflicto entre naturaleza, religión y política (pp. Xs.). En suma, contra el antropocentrismo, que adscribe a Wolf, sostiene un abierto teocentrismo, desde el que examina las tres clases de orden y sostiene su armonía (pp. XXXIIs.). Frente al subjetivismo moderno ejemplificado en el método cartesiano, Pérez y López propone una modificación de la fórmula que implica recuperar el eje de las pruebas tomistas sobre la existencia de Dios: “yo soy, luego siempre ha habido un sér” (p. 8). La existencia de Dios es alcanzada como verdad necesaria a partir de la evidencia del orden universal. De este modo, orden y divinidad son mutuamente referidos: “Solo hay un orden necesario, eterno é inmutable, que enseña la Metafisica, evidencia la Fisica, muestra la Moral y canoniza nuestra Santa Religión. Este consiste en que todo el Universo y cada una de sus partes se ha criado y hecho esencialmente para la gloria accidental de Dios” (p. 11). El orden del universo exhibe como un espejo la esencia divina. Más aún: los órdenes natural, religioso, moral, político y jurídico tienen como finalidad la gloria de dios. Lejos de todo antropocentrismo, sostiene “contra Wolfio y sus secuaces que nuestra propia perfeccion no puede ser la regla de la bondad ó malicia intrinseca de nuestras acciones. El hombre no es el centro del Universo, ni tampoco el último fin de lo criado; y por lo tanto no debe referir sus actos solamente hácia sí mismo” (p. 56). Los fines particulares deben conformarse con el fin universal y último que es la gloria divina. El carácter teocéntrico y católico del pensamiento de Pérez es evidente y se encuentra diseminado en cada una de las páginas de la obra editada. Sirva como ejemplo este párrafo de inicio del libro: “Los tres asuntos mas importantes y necesarios a la felicidad humana en todas lineas son el conocimiento del Derecho natural, la profesion de la Religion verdadera, y la sana Política; mas por desgracia todos los hombres y Pueblos que se han separado de la revelacion en estos tres puntos, ó se han sepultado en la ignorancia, ó han caido en errores y contradicciones” (p. I). La religión verdadera emerge como plataforma educativa del hombre, al que enseña sus fines esenciales, las verdades superiores y la moral verdadera. Es el estado de naturaleza corrompida lo que torna necesaria la revelación religiosa: “es necesaria una Religión 5 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico revelada, esto es, una luz sobrenatural, que ilumine y fortalezca al hombre en el conocimiento de las verdades necesarias y utiles, y en la práctica de las virtudes” (p. 137). Pérez se demora ofreciendo pruebas de la religión verdadera, criticando a Voltaire, Rousseau y otros su racionalismo ateo (pp. 140ss.). Ni el humanismo de un Mayans o de un Forner, ni la crítica a las inmunidades y derechos eclesiásticos de los Jovellanos, Olavide o Rubín de Celis (por citar algunos), se dan cita en la obra de Pérez y López. Muy al contrario, no sería forzado detectar en Principios del orden esencial de la naturaleza la actitud, típica de los jesuitas, de defensa de un conocimiento natural del orden divino y sus consecuencias (derecho natural y derecho de gentes), así como la remisión a Dios de la legitimidad de un soberano orientado al freno del desorden –tesis presente en teólogos pro-absolutistas y antiilustrados de la época, como Fernando Cevallos. Si analizamos sus ideas relativas a las esferas jurídica y política, si bien las posiciones de Pérez son, por lo general, abiertamente afines a las del iusnaturalismo católico par excellence, diversas afirmaciones permitirían, si no dudar de ello, sí al menos corroborar las ambigüedades de nuestros ilustrados, tanto de los apologistas como de los “europeístas”. Como he señalado, el iusnaturalismo católico es evidente en numerosísimos párrafos en los que el autor defiende, frente a Hobbes, que el fundamento del derecho no es la fuerza, sino el orden, que muestra la necesidad del derecho natural (p. 60). Tal derecho eterno se alza como límite y criterio de todo derecho positivo, demorándose el autor en el análisis de las plurales formas de relacionarse y respetar el derecho natural por parte del positivo: “En el supuesto que el derecho natural es esencial al hombre: ó lo que es lo mismo, le corresponde porque tiene esta esencia, y es tambien necesario, eterno é inviolable, se sigue, que las Naciones y las Potestades han de observarlo religiosamente. Es cierto que hacen y deben establecer muchas leyes civiles acomodadas á su respectivo carácter, clima, tiempo, costumbres y constitución; pero siempre, como conoció el Jurisconsulto Pablo, no son otra cosa que unas modificaciones del derecho natural” (p. 184). Si el derecho natural y los “derechos esenciales al hombre” constituyen el límite de las prerrogativas del soberano (p. XXXIII) es porque éste comparte la igualdad radical habida entre los hombres, la inexistencia de jerarquías naturales entre ellos: “Todos los hombres tenemos una misma substancia, esencia, naturaleza, atributos, fin y 6 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico principio, y una admirable correspondencia de afectos y pasiones (…). Fundándose las leyes naturales en la esencia humana, que es comun á todos sus individuos, se conoce que lo es juntamente el derecho natural, y que cada uno no tiene mas ni menos leyes, obligaciones y derechos de esta clase que el otro: y vease aquí como en realidad todos los hombres son iguales en la linea y conceptos explicados” (pp. 100, 102). Una posición como ésta parecería afín a la de los jesuitas, que se oponían al derecho divino de los reyes porque implicaba la heterogeneidad del monarca con respecto al cuerpo político. Se trata de una concepción del poder finalmente sostenedora del statu quo, en la medida en que constituyó un factor decisivo en el fracaso de las reformas borbónicas. Y es que, si bien son conocidos los esfuerzos de los ministros de Carlos III por modificar la estructura administrativa de manera afín a la centralización propia del naciente Estado moderno (básicamente sustitución de los sistemas polisinodiales o de Consejos, netamente jurídicos, por el de secretarías, de carácter político), su fracaso también se debió a la pervivencia de ese iusnaturalismo católico que servía al mantenimiento del orden reinante (influencia de la Iglesia en los asuntos de Estado, confusión de moral y política, mantenimiento de tradiciones y privilegios seculares, etc.) en la misma medida en que impedía la patrimonialización regia, esto es, un verdadero absolutismo “moderno”7. En el caso del diputado sevillano, sus reiteradas remisiones del poder político a un origen divino no mediado por la Iglesia (“no hay potestas que no venga de Dios”; p. V), que justificarían incluso la necesidad de obedecer al príncipe injusto –salvo que contradiga la ley natural (pp. Vs.)—, pues la obediencia es mandato divino, permitirían ubicarlo cuanto menos próximo a la teoría del derecho divino de los reyes8. Es cierto que los derechos de la soberanía no son decidibles arbitrariamente por los hombres, pues se fundan en el orden (pp. 181s.). Pero el orden procede de Dios y a su gloria remite, de ahí que “el Rey, el estado y los vasallos deben ser Cristianos Católicos” (p. 198). No obstante, también debe repararse en que, mientras que el Estado absolutista moderno localiza la soberanía en el rey, que concibe como separado del reino y cuyo 7 Sobre este tema, cf. A. Rivera, “Cambio dinástico en España: Ilustración, absolutismo y reforma administrativa”; en E. Bello y A. Rivera (eds.), o. c., pp. 215ss. 8 Se señala que Pérez y López funda la soberanía en el derecho divino en S. Scandellari, “Il ‘costituzionalismo storico’ di León de Arroyal: una possibile lettura delle Cartas económico-política”, en Historia constitucional, nº. 5, 2004. 7 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico poder no depende de un pacto con el pueblo que la limite (recordemos que el Leviatán hobbesiano es convocado por el pacto entre los súbditos, pero no se compromete a él), según Pérez el fundamento de la legitimidad del soberano reside en un pacto entre él y la nación (p. 181). Además, no sólo el derecho natural, sino los “derechos esenciales al hombre” se alzan como freno a la soberanía (p. XXXIII) Desde estas premisas, quizá fuese posible ubicar al académico sevillano en el grupo de apologistas que, armados con la filosofía y la teología escolásticas tradicionales, defendían las posturas oficialistas de Floridablanca que finalmente apuntalaron la estructura del Ancien Régime en España. Lo interesante desde el punto de vista histórico-conceptual es que el abierto iusnaturalismo católico, finalmente tan anti-absolutista como anti-moderno, coexiste con el uso de categorías propias del pensamiento político moderno, originándose la mixtura desde la que puede delimitarse la ilustración española. Para exponer los rasgos modernos presentes en el pensamiento de Pérez y López es preciso atender al campo semántico delimitado por los conceptos de “contrato” o “contractualismo”, que indefectiblemente remiten al de “estado de naturaleza”. Vaya de entrada la afirmación de que no hay atisbo alguno de genuino (moderno) contractualismo en la obra del diputado sevillano. La artificialidad del recurso contractualista es incompatible con el iusnaturalismo. Pero aquí no termina todo; cabe conceder una oportunidad a la modernidad de Pérez. El argumento nos lo proporciona el detener nuestra mirada en el pensamiento ilustrado escocés que, si bien en modo alguno puede ser considerado iusnaturalista, no es menos cierto que tampoco es contractualista. En efecto, los escoceses consideraron erróneas las teorías contractualistas. Esto explica el que Ferguson remita los orígenes y fundamentos de la organización política a la propia naturaleza humana, permitiendo calificar su conocido ensayo como una historia natural de la sociedad civil. “Natural” por cuanto la sociedad civil y el progreso que implica se deben a la propia naturaleza humana, y no a artificio contractual alguno. Para Ferguson y Smith, como para nuestro Ramón Campos, la sociabilidad es natural e innata, siendo superfluo cualquier recurso a un contrato que la procure. Koselleck ha explicado tal naturalismo afirmando que el recurso de los escoceses a una “historia natural de la sociedad civil burguesa” fue a la par la tesis y el método desde los que explicaron el cambio estructural (a largo plazo) que era observable en el tránsito de la Inglaterra comercial al industrialismo. El objetivo 8 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico era derivar a partir de un mínimo de constantes naturales un máximo de cambio evidente9. En el caso de Pérez y López, el naturalismo se hace compatible con un contractualismo que no es introducido y defendido en su forma moderna radical. La sociedad civil, que comprende (como la mayoría de los pensadores ilustrados) en su sentido indiferenciado de “sociedad política”, se funda en la sociabilidad natural del hombre (“el hombre fue criado para vivir en sociedad natural”; p. 46), que es perfeccionada en ella, y tiene por finalidad servir a la felicidad de los ciudadanos, la cual estriba en la posesión de sus bienes o, lo que es lo mismo, en la consecución de sus fines esenciales: “infiero: que los derechos de la Soberanía ó potestad pública deben contribuir á los fines, que tiene el hombre por su naturaleza, ó de otro modo, que la política verdadera y util ha de ser conforme á esta regla” (p. XXVIII). En línea con la mejor tradición aristotélica, el origen de la comunidad política es el propio orden natural. La necesidad del recurso al artificio político derivado del contrato no radica entonces en que éste posea carácter constituyente o legitimante, ya que “no hay potestad que no venga de Dios” (p. 147; igualmente, pp. 178s.), sino a la necesidad de contar con un poder público –inexistente en el estado de naturaleza— para mejor administrar nuestras necesidades (pp. 63-67). A la naturalidad de la comunidad humana se une la necesidad de la ayuda mutua –en una situación de naturaleza caída (aunque redimida): “Se hallan todos los mortales tan enlazados entre sí, que ninguno es capaz de conseguir el menor bien sin el auxilio y socorro de otros en cualquiera edad y estado que se le considere (...) En la situación en que nos hallamos es absolutamente necesaria la potestad pública, y el imperio para dirigir, y contener las acciones humanas: de suerte que sin ella nadie podria conservar la vida por mucho tiempo, (…). Es, pues, su propio estado actual el fundamento de la potestad pública, cuya constitución y derechos no son arbitrarios, sino prescriptos por el orden presente de las cosas” (pp. 100, 103). Al igual que en el caso de los ilustrados escoceses, si la sociedad no precisa ser legitimada contractualmente, todo se reduce a rastrear las motivaciones de los individuos para unirse entre sí. En cualquier caso, las razones que legitiman la existencia de la comunidad política son las mismas que fundan la necesidad de un poder que explícitamente adjetiva como “soberano”: “la propia obligación que nos sujeta á 9 R. Koselleck, “Cambio de experiencia y cambio de método”, en Los estratos del tiempo: estudios sobre la historia, trad. D. Innerarity, Paidós, Barcelona, 2001, pp. 88s. 9 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico vivir en una República obliga á que haya en todas una potestad pública soberana, esto es, una persona moral, bien sea una ó muchas fisicas, en cuya mano esté el conjunto de derechos y medios indispensables y oportunos al fin de la sociedad, pues sin esa soberania es un imposible absoluto hasta la subsistencia de una compañía de quatro individuos. Vease aquí la razon porque los hombres no son libres en establecer un Soberano, ó vivir sin potestad pública” (pp. 175s.). Hacer posible la subsistencia es la finalidad de la sociedad civil. Tal fin adquiere matices liberales cuando, al igual que Locke y demás escoceses, Pérez remite la necesidad de vivir en sociedad política a los imperativos de mantener el orden y garantizar el derecho de propiedad privada: “es preciso y sagrado el derecho de propiedad; (…) En fuerza, pues, de una necesidad absoluta debe ser sagrado é inviolable el dominio y la propiedad” (p. 155). También justifica uno de los derechos del poder soberano sirviéndose de un argumento liberal: “No pudiendo subsitir el genero humano sin la celebración y execucion de innumerables contratos, era juntamente preciso que por el pacto social se contragese: que la potestad pública los llevase á efecto, y contuviese las injurias contra los bienes adquiridos, castigandolas en caso necesario para el escarmiento público” (pp. 182s.). Tales rasgos liberales (con todos los matices que se deben añadir) se refuerza en sus tímidas, pero evidentes, alusiones a tópicos habituales en la mejor filosofía escocesa de la época. Así, Pérez y López comenta la necesidad de la división del trabajo, examinando brevemente algunos de sus tipos (pp. 171ss.). Coincide con Jovellanos, que se opuso a la institución del mayorazgo como recurso para una desamortización civil que minara la fuerza de la nobleza, en la crítica al monopolio de los mayorazgos y herencias. En general, denuncia los monopolios y elogia la circulación de los bienes como factor de legítimo progreso del Estado (pp. XXIX, 212), haciendo de ello excusa para alabar la política de Carlos III: “tambien ha renacido el comercio en el actual reynado por la libertad de su giro” (p. 210). Pero, con ser decisiva, la funcionalidad de garante del derecho de propiedad y, en general, de la seguridad jurídica, no agota la legitimidad de la sociedad civil y del poder público soberano. Hay en ello un elemento que evidencia a la par el eco del pensamiento político moderno (pues asume la aparición de un novum debido a la unión política) y un rasgo premoderno (la confusión de lo político con lo moral). En el siguiente párrafo es posible comprobarlo: “los hombres son los primeros elementos de 10 Alfonso Galindo Hervás, Iusnaturalismo católico en una Europa ilustrada. Biblioteca SAAVEDRA FAJARDO de Pensamiento Político Hispánico la sociedad civil. (…) al modo que en lo fisico de la union de los primeros principios resultan unos entes que no habia antes: asi en lo político y moral las juntas de los hombres forman unos seres políticos que antes no existían, llamados personas morales, que en efecto son unos sujetos racionales y libres, constituidos en las mismas obligaciones, y revestidos de los propios derechos que una persona fisica” (p. 180). Ello, unido a su defensa de la publicidad de la ley para evitar la arbitrariedad y absolutismo del monarca; a su asunción de la división entre los ámbitos espiritual y temporal (“manifiesto un carácter distintivo entre los límites de la jurisdicción espiritual y temporal, el qual consiste en que la primera se ciñe á todas las cosas espirituales y sobrenaturales: y la segunda á las naturales con recíproco auxilio de entrambas para la permanencia del orden”; p. XXVII), por citar tan sólo dos ejemplos más, nos dan noticia de un pensamiento que, si bien reduce su aportación a una historia de los conceptos políticos hispanos a la que vehiculan conceptos fundamentales como “orden” o “ley natural”, no es menos cierto que permite rastrear en él el eco de numerosos descriptores y categorías que remiten a la filosofía más determinante de la época. 11