dijo el señor Wormwood

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Matilda EL SR. WORMWOOD
[...]
¿Quién es? -preguntó la mujer, sin mirar.
-Una profesora de la escuela -dijo el señor Wormwood-. Dice
que tiene que hablar con nosotros de Matilda-. Se acercó al
televisor y quitó el sonido, dejando la imagen.
-¡No hagas eso, Harry! -gritó la señora Wormwood-. ¡Willard
está a punto de declararse a Angélica!
-Puedes seguir mirando mientras hablamos -dijo el señor
Wormwood-. Esta es la profesora de Matilda. Dice que tiene
que contarnos una serie de cosas.
-Me llamo Jennifer Honey -dijo la señorita Honey-. ¿Cómo
está usted, señora Wormwood?
La señora Wormwood la mirá con cara de pocos amigos y
dijo:
-¿Qué es lo que pasa?
Nadie invitó a la señorita Honey a sentarse, por lo que eligió
una silla y se sentó.
-Hoy -dijo- ha sido el primer día de clase de su hija.
-Ya lo sabemos -dijo la señora Wormwood, enfadada por
tener que perderse el programa-. ¿Es eso todo lo que ha
venido a decirnos?
La señorita Honey miró severamente los ojos grises de la otra
mujer, hasta que la señora Wormwood se sintió incómoda.
-¿Me permiten que les explique para qué he venido? preguntó.
-Adelante -dijo la señora Wormwood.
-Ustedes deben saber -comenzó la señorita Honey- que los
niños del curso inferior de la escuela no suelen saber leer, ni
deletrear ni hacer malabarismos con los números cuando
llegan a ella. Los niños de cinco años no pueden hacerlo. Pero
Matilda hace todo eso. Y si he de creer lo que dice...
-Yo no creería -dijo la señora Wormwood, aún furiosa por no
tener sonido en el televisor.
-¿Mentía entonces -preguntó la señorita Honey- cuando me
dijo que nadie le había enseñado a multiplicar y a leer?
¿Alguno de ustedes le ha enseñado?
-¿Enseñado a qué? -preguntó el señor Wormwood.
-A leer. A leer libros -dijo la señorita Honey-. Puede que le
hayan enseñado ustedes y que haya mentido ella. Quizá
tengan ustedes estanterías llenas de libros por toda la casa.
Yo no podía saberlo. Puede que sean ustedes grandes
lectores.
-Claro que leemos -dijo el señor Wormwood-. No diga
tonterías. Yo leo todas las semanas el "Autocar" y el "Motor"
de cabo a rabo.
-Esa niña ha leído ya un número asombroso de libros -dijo la
señorita Honey-. Unicamente quería saber si provenía de una
familia amante de la buena literatura.
-Nosotros no somos muy aficionados a leer libros -replicó el
señor Wormwood-. Uno no puede labrarse un futuro sentado
sobre el trasero y leyendo libros de cuentos. No tenemos
libros en casa.
-Ya veo -dijo la señorita Honey-. Bien, todo lo que quería
decirle es que Matilda tiene un talento extraordinario, pero
supongo que ya lo sabrán ustedes.
-Claro que sabíamos que leía -dijo la madre-. Se pasa la vida
en su cuarto enfrascada en algún libro absurdo.
-Pero, ¿no les llama la atención -preguntó la señorita Honeyque una niña de cinco años lea extensas novelas para adultos,
de Dickens y Hemingway? ¿No les impresiona eso?
-No especialmente -dijo la madre-. No me gustan las chicas
marisabillas. Una chica debe preocuparse por ser atractiva
para poder conseguir luego un buen marido. La belleza es
más importante que los libros, señorita Hunky...
-Me llamo Honey -corrigió la señorita Honey.
-Míreme a mí -dijo la señora Wormwood- y luego mírese
usted. Usted prefirió los libros. Y yo, la belleza.
La señorita Honey miró a la vulgar y regordeta persona con
cara de torta y pagada de sí misma que estaba sentada al
otro lado de la habitación.
-¿Qué ha dicho usted?
-He dicho que usted eligió los libros y yo la belleza -dijo la
señora Wormwood-. ¿Y a quién le ha ido mejor? A mí, por
supuesto. Yo vivo cómodamente en una casa preciosa con un
próspero hombre de negocios y usted trabaja como una
negra, enseñándole el abecedario a un montón de niños
horribles.
-Muy cierto, ricura -dijo el señor Wormwood, lanzando a su
mujer una mirada tan conmovedoramente tierna que hubiera
hecho vomitar a un gato. [...]
Roald Dahl,
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