I. I.a composición del expediente

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I. I.a composición del expediente
El expediente de Ley Agraria concentró en sus páginas el
deseo de reformar el sector primario, sentido por amplias y numerosas capas sociales no pertenecientes a las clases dominantes.
Fué, ciertamente, resultado evidente de la política reformista del despotismo ilustrado español -que se encargó de
materializarlo-; pero no es menos cierto, también, que ministros y consejeros del rey se iban a mostrar especialmente sensibles a su recopilación, como consecuencia de la presión del
campesinado ante el Consejo de Castilla, urgiendo a modificar el obsoleto marco de las relaciones agrarias peninsulares.
Si bien es cierto que sería excesivo mostrar la existencia
en el expediente de un auténtico movimiento campesino -que
llevaría a plantearnos si el móvil de la protesta tendía a modificar en profundidad la estructura de la propiedad y explotación de la tierra o, como sucedió, a encauzar, simplemente,
el descontento campesino ante la inflación de los precios de las
rentas y. productos agrarios-; tampoco lo es menos que los
trabajadores de la tierra, sin proponer soluciones revoluciónarias, aunaron esfuerzos en un precario, pero existente, movimiento social que, a la par que denunció los abusos y"ñepotismos de la clase dirigente, propuso unas alternativas tendentes
a mejorar el marco de las relaciones laborales. A falta de
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líderes (1), difíciles de surgir en una sociedad tan incomunicada y autárquica como la peninsular, los sexmeros, procuradores síndicos personeros y diputados del común fueron, a menudo, los intermediarios de la protesta campesina ante el Consejo de Castilla. El memorial de los sexmeros de Salamanca,
Zamora y Toro, de 1771, se insertaba dentro de esa filosofía
reformista -tari alejada del movimiento revolucionario cuyo
modelo ha propuesto Hobsbawm (2)- y que fué la habitual
forma de encauzar el descontento campesino de la segunda mitad del siglo XVIII español.
El expediente fué consecuencia, por tanto, del malestar que
la escasa productividad agraria desencadenó tanto en los trabajadores agrícolas, como en la élite ilustrada: Ya desde 1752 (3)
se comenzaron a recibir en la sala de gobierno del Consejo de
C astilla las priméras peticiones campesinas que instaban a modificar, por la vía legislativa, el conjunto de la organización
agraria de la Corona de Castilla. Pero no era nada nuevo para
(1) La existencia de un líder fué difícil en las sociedades preindustriales,
con un grado de dispersión geográfica difícilmente salvable. Era mucho más
corriente la existencia, a nivel local, de una persona que hacía de portavoz
de sus compañeros y que, con frecuencia, -como en el'caso de Terrones
(Salamanca)- era el cura del lugar. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.841. Año
1769. También señala esta dificultad, aunque no la considera indispensable, Landsberger: Rebelión campesina y cambio socia[. Disturbios campesinos: temas y oariaciones. Barcelona, 1978.
(2) A.H.N. Consejos; leg.: 1.840. Año 1771. Memorial donde se denunciaban los abusos de los terratenientes y las soluciones que ellos veían imprescindibles. Hobsbawm: Rebeldes p^imitiaos. Barcelona, 1983. Diferencia
lo que denomina movimiento social reformista -como el de los trabajadores rurales- de los movimientos revolucionarios, que poseyendo ideología
y liderazgo, se proponen subvertir el orden de las relaciones económicas y
laborales. En parecidos términos se pronuncia Kossok: Los moaimienlos populares ers el ciclo de la reaolución burguesa. En Las reaoluciones burguesas. Barcelona,
1983.
(3) Son memoriales de campesinos zamoranos que mostraban la indefensión de los trabajadores ante el alza espectacular de las rentas de la tierra. En A.H.N. Consejos; leg.: 1.842.
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el equipo gubernamental la realidad funcional del campo peninsular que mostraban esos memoriales. Los trabajos empíricos y las abundantes encuestas que se habían efectuado durante el reinado de Fernando VI -además del valiosísimo Catastro del marqués de la Ensenada- y los propios informes
de los intendentes y síndicos provinciales, señalaban cómo no
era infundada, ni carente de urgencia, la protesta campesina.
El equipo de gobierno que Carlos III supo reunir, iba a encontrar en ellos, desde 1759, un notable eleménto de apoyo
de sus planteamientos reformistas.
El protagonismo de la cuestión agraria en la sociedad española del setecientos fué, por tanto, resultado de la confluencia y connivencia de los sectores gubernamentales y de los trabajadores del campo. Nunca se hubiese alcanzado tal popularidad sin la existencia de alguno de esos sumandos. A1 subrayar esta importante participación campesina en la composición
del expediente, nó hago sino constatar lo que el análisis documental muesta y que, quizás, no habíamos valorado los historiadores en su justa medida, fácilmente conducidos por la incansable dinámica reformista de nuestros ilustrados. Mas no
es mi intención infravalorar el espléndido esfuerzo que se iba
a poner en funcionamiento desde la Secretaría de Estado y de
Despacho de la Real Hacienda. Efectivamente, según una real
orden de 7 de abril de 1766 (4), se puso en marcha la elaboración de un expediente general que mostrase los problemas del
campo, a la par que se vertiesen allí las alternativas más interesantes para reformar la organización agraria. Los primeros
interpelados fueron los intendentes, a los que se les envió una
detallada encuesta que habían de devolver con rapidez al Consejo de Castilla. A pesar de que la convocatoria se hizo cori
carácter nacional para todos los intendentes del reino, no hay
información alguna sobre el estado de la agricultura del este
(4) Anes, G.: Economía t Ilustsatión en la España del siglo XVIII. Barcelona, 1969. Pág. 104.
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del país. La antigua Corona de Aragón permaneció al margen
de estos planteamientos. Ni un informe de sus intendentes y
síndicos personeros, ninguna demanda de sus abundantes y conflictivas comunidades campesinas (5). El alejamiento o zquizás, el rechazo?, hacia la política borbónica que les había privado de «sus libertades tradicionales» y que les confería tacaño protagonismo dentro del estado, parecía seguir siendo evidente.
Desde ese mismo año de 1766, el Consejo encargó a uno
de sus miembros, el Procurador General del Reino, la selección y recopilación de la variada información agraria que continuaba llegando a s>ls manos. Este jurista recopiló, según la
práctica tradicional, acumulativa y escasamente analítica vigente (6), una antología ilustrativa de las cuestiones a solucionar con mayor urgencia, así como diversas fórmulas que se proponían -desde la base trabajadora y desde los despachos
provinciales- para salir de ese estancamiento.
El procurador Saenz de Pedroso reunió, pacientemente, una
importante masa documental que reflejaba los problemas de
producción =considerado el más importante, a los ojos de los
tecnócratas gubernamentales-, explotación -en los que hacían el máximo hincapié los campesinos- y distribución de
la tierra, que habían de servir de soporte para formular la futura Ley Agraria. El expediente de Ley Agraria fué la consecuencia de ese trabajo. No tuvo, por tanto, nada de insólito
(5) Sólo a título de ejemplo, ver Palop: Hambrey lucha antifeudal. Las cr^is
de subs^tencia en Valencia en el siglo XVIII. Madrid, 1977. Y Ortega, M.: El
abastecimiento de una villa aragonesa de señorío entre 1686 y 1793: la baronía de Pedrola. En Miscelánea Conmemorativa. Madrid, U.A.M. 1982.
(6) Clavero, B.: La idea de código en la ilustración jurídica. En Historia, Instituciones, Documentos. Sevilla, 1979. Las recopilaciones se continuaron realizando a lo largo de toda la Ilustración, pese a la conveniencia teórica de
realizar códigos o formulaciones positivas defendidas por mentes más críticas como Jovellanos. Ver también Tomás y Valiente: Manual de Historia
de[ Derecho español. Madrid, 1981.
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ni de extraordinario, pese a que en muchas ocasiones así se
ha mostrado. Procesalmente, fué un expediente más de los muchos acometidos por la monarquía borbónica, mostrando como aquéllos- un ponderado criterio de selección y de prioridades valorativas del conjunto de los problemas de la agricultura del país.
La labor que a sí mismo se marcó el Consejo de Castilla
fué únicamente la materialización del expediente; pero no se
avanzó mucho más. Ni siquiera se llegó a emitir un dictamen
fiscal; pues en los presupuestos teóricos del equipo ilustrado
se condicionaba toda acción legislativa posterior al juicio que
habían de pronunciar los miembros de la clase de agricultura
de la Sociedad Económica Matritense, a los que se había solicitado su asesoramiento. Pero, además, habían de soslayar la
crítica -cada vez más exacerbada- que los terratenientes y
las oligarquías urbanas estaban desplegando para torpedear la
reforma.
El conflicto permanente en el que se desenvolvía el campo
español en la segunda mitad del siglo XVIII, aparece profusamente reflejado en las páginas del expediente en sus variadas
motivaciones. Los conflictos entre grandes y pequeños arrendatarios, propietarios y arrendatarios, mesteños y campesinos,
mesteños y labradores... eran suficientemente explicativos del
estancamiento e inmovilidad en la que había permanecido la
sociedad española preindustrial y a la que la presión demográfica del setecientos y la nueva filosofía de «las luces» pretendían ir sacando de su letargo.
Tampoco hay que buscar uniformidad en la documentación del expediente de Ley Agraria, pese a que más de las dos
terceras partes de él son demandas directas de campesinos al
Consejo. Desde los informes de fiscales, síndicos, intendentes,
corregidores... a los memoriales de campesinos, sexmeros, concejos y ayuntamientos; desde pleitos entre arrendatarios y propietarios a solicitudes y concesiones de leyes especiales para un
determinado territorio; desde los abusos en los repartimientos
de la tierra de Propios a los modelos «racionales» efectuados
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en alguna empresa agraria.. Nunca se cerraron las páginas del
expediente a nuevos y generalizados problemas que impidieran la productividad del agro español. Los casi 20 años empleados en su recopilación selectiva y la variedad cronológica (7)
de su masa documental, fué un buen ejemplo del amplio muestreo que se pretendía alcanzar y que, indudablemente, se logró.
Pero las vicisitudes que hubo de atravesar el expediente de
Ley Agraria no fueron pocas. En 1777, el Consejo de Castilla
envió a la Sociedad Económica matritense 67 piezas documentales- que era lo que entonces comprendía el expedientepara que fuesen estudiados, en su clase de agricultura, los problemas agrarios allí expuestos, e informaran con posterioridad
sobre los planteamientos esenciales a desarrollar en una Ley
Agraria. Es ésta la masa documental más abundante del expediente, y está íntimamente relacionada con los problemas que
acarreó la crisis de 1766 (8) y que dió origen a su recopilación.
Estos problemas, sobre todo de Andalucía y Castilla la Vieja,
se reunieron profusamente y suponen más del 75% de la información allí recogida.
Pero, en el transcurso de los años 1777-1784, siguieron enviándose muchos más memoriales de campesinos y de labradores al Consejo. En este caso, el protagonismo de los arrendatarios de la tierra de Segovia fué notable. Criticaban la obstrucción que había supuesto para esa zona la ley de 20 de ma-
(7) Aunque la abundancia documental señala el período 1768-1771 como el más conflictivo; fue también importante el volumen documental de
los años 80; sobre todo en Catilla la Vieja y Extremadura. Los últimos documentos son de 1784, excepción hecha de un cuadernillo fechado en 1833.
(8) Y los subsiguientes motines que se desencadenaron por toda España. Ver Vilar: Hidalgos, amotinadosyguerrilleros. Barcelona, 1982. Rodríguez,
L.: E[ motín de Madrid de 1766. Revista de Occidente, 1973. Y Los motines
en prooincias; Revista de Occidente, 1973. Anes: Antecedentes próximos de[ motín
contra Esquilache. Moneda y Crédito, 1974. Ruiz, P.: Los motines de 1766 y
los inicios de la crisis del Antiguo Régimen. En Estudios sobre la reoo[ución en España. Madrid, 1979.
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yo de 1770, que terminaba con,su amplia tradición de los arrendamientos herenciales, y daba libertad al propietario para imponer arrendamientos cortos (9), como consecuencia del liberalismo económico que desde 1765 venía desarrollando el gobierno, y que poco o nada favorecía al campesinado. Pese a
todo, el procurador Saenz de Pedroso continuó recopilando los
memoriales más representativos que se seguían recibiendo. En
sucesivos envíos, hasta 1784, fueron remitiéndose a la Sociedad Económica Matritense el resto de las piezas documentales
seleccionadas.
.
Las previsiones iniciales se vieron desbordadas ante la amplitud del volumen documental recopilado, por lo que Campomanes sugirió se imprimiese un resumen del expediente para su más fácil análisis en la Matritense. Este resumen fué el
Memorial Ajustado para una Ley Agraria, impreso en Madrid en 1784 (10). Con él, los miembros de la clase de agricultura pasaron largos años estudiando y discutiendo las bases de
la Ley Agraria que con tanta ansiedad esperaban tanto los campesinos como las élites ilustradas. Trabajadores rurales de muchos puntos de Castilla la Vieja (11) urgían, con 'impaciencia,
a las autoridades del Consejo su inmediata promulgación.
(9) La crítica de Segovia fué muy fuerte, sus campesinos se veían privados de una estabilidad laboral que disfrutaban desde hacía siglos. En A.H.N.
Consejos; leg.: 1.843. Piezas G. y H. Artola: Antiguo Rígimen y r^volución [iberal. Barcelona, 1983. Muestra cómo el liberalismo económico de los ilustrados modifica radicalmente las prácticas mercantilistas de los arrendamientos largos, la tasa de granos..., favoreciendo claramente los intereses de los
labradores. Pág. 135.
(10) E[Mtmosial Ajustado sobre el establetimicnto de una Ley Agraria. Madrid,
1784. No obstante, predominó aquí la información de los burócratas ilustrados sobre la de los campesinos; a la ínversa de lo que realmente sucedía
en el expediente de Ley Agraria.
(11) De Zamora, Toro, y sobre todo Salamanca. Muchos otros lugares
insistían al Consejo de Castilla sobre la urgencia en promulgar esa ley y se
lamentaban de la extraordinaria lentitud con que era tratada. En A.H.N.
Consejos; legs.: 1.841 y 1.534.
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Pero muchos problemas hubieron de solventarse hasta que,
al fin, el informe de la Sociedad Económica de Madrid fuera
publicado en 1795. El informe para una Ley Agraria, realizado por Jovellanos (12) llegó cuando ya los campesinos habían
perdido la esperanza de que su déseada Ley Agraria se promulgase algún día y cuaiido la coyuntura política distaba mucho de ser la adecuada para planteamientos innovadores. Si
en 1766 aún parecía posible la formulación reformista que se
pretendía para «modernizar» el país, no era ya el caso de 1795.
Muerto el rey Carlos III y desencadenada la revolución francesa, se habían abandonado, hacía tiempo, los planteamientos anteriores. El miedo a una inminente revolución contuvo
toda capacidad de reforma en las esferas gubernamentales.
1. Las demandas de los campesinos y concejos
Las demandas de campesinos y sexmeros al Consejo, constituyen la documentación más numerosa del expediente, además de ser la más rica en situaciones dispares, fruto de la frescura e inmediatez que los propios trabajadores solían conferir. Es esta masa documental -que comprende más de las dos
terceras partes del total- la que da una mayor personalidad
y vivacidad al cúmulo de problemas que allí se reflejan. La que,
a la postre, interesa más especialmente al historiador social,
empeñado en desentrañar quiénes eran los componentes predominantes de esta protesta, cómo enfocaban los problemas,
y cuáles eran sus soluciones o sus deseos. Así ha sido posible
dilucidar el variado grupo humano que bajo el término excesivamente genérico de campesinado, hacía frente -como podía- al incremento ascendente de la renta de la tierra, y para
el que la ambición de los propietarios y labradores, amparados en la liberalidad gubernamental, parecía no tener fin.
De este modo sabemos los problemas reales que los pelentrines andaluces soportaban; conocemos sus nombres, sus eda-
(12) En Obras de fovellanos. Volumen II. Madrid, B.A.E. 1956.
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