El gran experimento Por Alexander E. Braun, F.R.C. Revista El Rosacruz A.M.O.R.C. Desde la alborada de la historia del hombre (y más atrás aún de donde llega su memoria racial) siempre ha estado sin desafíos y seguro de su posición como la forma de vida dominante del zarandeado planeta tierra. Y, sin embargo, el hombre, a lo más, llena sólo un párrafo (y uno muy corto) del actual capítulo de la vida en este mundo. El hombre, como tal, no ha existido desde hace mucho tiempo. Los cálculos más confiables hasta ahora indican que apareció hace de esto de 850.000 a un poco más de 1.000.000 de años; y el hombre como lo conocemos actualmente tiene un poco más de 25.000 años de existencia. Pero estas cantidades, de tiempo, que pueden parecer impresionantes, se reducen a prácticamente nada cuando se considera que la Edad de los Terribles Lagartos duró más de 125.000.000 de años. La Naturaleza, la Gran Experimentadora, probó su mano para producir una exitosa y práctica forma de vida dominante en varias especies y a través de diferentes intentos. En puntos opuestos en la escala que se ha usado hasta ahora, los resultados son el hombre y los dinosaurios. En todo momento de existencia de vida en nuestro planeta, ha habido algún tipo de forma dominante. En el Principio, esa forma de vida fue probablemente representada por las más agresivas y fértiles de las células que flotaban a la deriva en los primitivos océanos. Pero esto no era satisfactorio, por lo que las células fueron mutadas a otras formas vivas y esas, a su vez, a otras, hasta que tuvo lugar el acontecimiento que algunos han denominado "La Gran Invasión", cuando ciertos animales acuáticos emigraron a la tierra. La batalla por la supremacía en la tierra, si algo fue, fue mucho más amarga de lo que había sido en el agua. Culminó en el espécimen más fabuloso de la naturaleza: el dinosaurio. Aquí, dentro de una sola especie compuesta por algunas criaturas que pasaban de los 18 metros de largo y alcanzaban un peso de varias toneladas, la Gran Experimentadora depositó todo el aspecto y la característica que hasta ese entonces habían resultado en supervivencia: tamaño tremendo, fuerza titánica, pareja con una ciega y viciosa ferocidad y un apetito insaciable. Esta formidable combinación fue colocada bajo la autoridad del instinto y de las acciones reflejas. No puede caber duda de que esta nueva forma fue exitosa. Fuera de ciertos tipos de insectos que se han mantenido prácticamente sin cambio desde sus orígenes, como ser las hormigas, ninguna otra especie ha sobrevivido en tan buena forma durante tanto tiempo. Aún tenemos con nosotros descendientes de la familia de los dinosaurios, que se han estabilizado como nuestros modernos reptiles. Verdaderamente, los dinosaurios fueron, sin duda alguna, lo mejor y lo último en vida dominante. Ajustaron bastante bien en sus parajes como regentes del planeta. Se adaptaron a sus diferentes alrededores en forma admirable y, excepto por algunas variaciones aplicadas al mismo diseño general, se mantuvieron casi completamente estables durante 125.000.000 de años. Su dominio era absoluto. Su raza estaba representada en los mares, en la tierra y hasta en el aire, en forma de reptiles alados, algunos de los cuales tenían casi tres metros de envergadura. La naturaleza, sin embargo, no sólo mejoró los seres vivientes de la Tierra sino que la mejoró a ella, en sí misma. Grandes cambios comenzaron a sacudir los continentes. El fondo del vasto mar que cubría la mayor parte del medio oeste de América, se levantó sobre el nivel de la tierra. Se formaron las montañas Rocallosas. En Asia, la cadena del Himalaya se alzó muy arriba de la meseta terrestre. Se teoriza que todos estos cambios en la tierra trajeron resultados en el clima. El promedio de la temperatura planetaria empezó a declinar, y las plantas que podían sobrevivir solamente en climas tropicales o semitropicales, no pudieron adaptarse y desaparecieron. Los animales que dependían de esas plantas para su alimentación tampoco lograron adaptarse y desaparecieron. Los animales que dependían de esos animales para su alimentación, al no poder adaptarse, también desaparecieron. Las temperaturas más frías y los cambios en las vecindades hicieron que fuese imposible la adaptación para los organismos de gran tamaño y de sangre fría, que no pudieron mantener sus procesos vitales. Con el fin de la Edad de los Dinosaurios, iniciaron su camino los mamíferos. Su sangre caliente les permitió sobrevivir en ese mundo más frío. Además, su régimen alimenticio era mucho más variado. La naturaleza siguió experimentando, solo que entonces se concentró en estas nuevas y más resistentes criaturas. Ya para ese tiempo, la Gran Experimentadora había adquirido un poco más de experiencia y no lo dejó todo a cargo de los músculos y de la ferocidad. La Naturaleza estaba interesada en calidad y no en cantidad, y se ocupó de los pequeños mamíferos, especialmente de aquellos que vivían en los árboles. Hacia el año 1.000.000 A.C., ya vivía una criatura semejante al mono, que había desarrollado una posición semi-erguida y caminaba en dos piernas. Esta criatura poseía la nueva forma para dominar sus alrededores: una herramienta con la cual la naturaleza había estado jugando durante miles de años: manos. Sólo que estas manos tenían el refinamiento de pulgares oponibles. Esto se unió a un cambio nuevo, radical y muy poco probado: la nueva criatura ya no tenía que depender, para contraatacar a lo que le rodeaba, del instinto y la acción refleja. Estaba consciente de sí y de su relación con las cosas existentes a su alrededor. ¡Era consciente! No sólo aprendía sino que aplicaba lo que había aprendido. Para su supervivencia, esta especie ya no estaba más subordinada únicamente a sus alrededores. Esta nueva criatura empezó, tozudamente, a rehusar a adaptarse al mundo, y, desde sus comienzos, empezó a tratar que el mundo se adaptara a ella. Por primera vez desde que la vida había aparecido en la tierra hubo una nueva y verdaderamente revolucionaria agregación a los componentes de una especie: la de la inteligencia, la de la habilidad de ser conscientes. Este fue el comienzo del Gran Experimento, un experimento que, aún hoy día, está en proceso. Desde el momento en que el hombre trajo, por primera vez, el fuego a su morada, empezó a conquistar sus alrededores. El hombre es ahora capaz, cuando lo desea, de llenar cualquier espacio ecológico. Puede correr más rápidamente que cualquier criatura, nadar a mayor velocidad que cualquier pez y volar más alto que cualquier pájaro. Hasta está empezando a hallar inadecuado a su mundo de nacimiento, y está fisgoneando al universo con mirada ansiosa. Por supuesto, como ocurre con todas las cosas, cada nueva variación que introduce la naturaleza tiene dos lados: el dinosaurio se hizo tan poderoso y tan indiscutiblemente el amo de todo, que nunca tuvo que aprender cómo pensar, y descuidó el adaptarse; el hombre, el actual cobayo de la naturaleza, es ahora considerablemente más poderoso que lo que haya sido el dinosaurio, pero la característica que lo hace así, su habilidad para pensar, razonar, aplicar y aprender, tiene sus desventajas. Su inteligencia a veces se le escapa y se desequilibra. Es un factor muy poco predecible que puede producir inesperados y muchas veces desastrosos resultados. Casi todas las aplicaciones dadas a esta nueva y poco probada herramienta para la supervivencia, han culminado en violenta destrucción. La pólvora fue primeramente usada para abatir a la humanidad, y después se aplicó a la construcción de caminos. La energía atómica se usó primero en la guerra y después para luchar contra el cáncer. Hay, sin embargo, un factor que establece toda la diferencia en el mundo: la consciencia del hombre. El reconoce el mal del bien. Puede muchas veces estar confundido y esta confusión puede también llevar al desastre; pero es consciente de lo que es bueno y de lo que no lo es. El hombre tiene el poder de exterminar completamente su especie y las otras que existen con él; pero es consciente de que ese mismo poder puede llevarlo a un arsenal infinito de conocimientos y a una frontera interminable donde, quizás, encontrará su lugar en la eternidad. El hombre se da cuenta de todo esto porque es la primera criatura, en toda la historia de la tierra, que alguna vez haya mirada hacia arriba, en busca de algo grande del que siente que es una parte. Ha sido el primero en comprender que las luces en el cielo son estrellas.