JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO LA PENITENCIA, HOY La crisis del sacramento de la penitencia es, propiamente, crisis de unos presupuestos ideológicos que acompañaban a la teología de la penitencia y que han sido erosionados por el cambio de nuestra cultura. Este análisis permite comprender que sólo sobre la base de los nuevos presupuestos culturales creados por el mundo actual, será posible remontar esa crisis del sacramento, dentro de la misma intención ortodoxa que buscara Trento. El sagrament de la penitència, avui, Qüestions de vida cristiana, 72 (1974)18-42 No hace mucho me confesaban: "Vemos claras tres cosas: el sentido del pecado en su dimensión personal y colectiva, la necesidad de conversión, y la realidad del perdón de Dios que se nos ofrece. Pero permanece oscura la forma cómo celebrar sacramentalmente este perdón de Dios". Sería, por tanto, conveniente, abordar el tema desde unos presupuestos que dieran razón, por un lado, del desuso del sacramento de la penitencia que se observa a todos niveles, pero también del deseo de recuperar válidamente la dimensión sacramental del perdón de Dios. Nuestra intención es excluir un planteamiento que sólo busque la forma de corregir abusos endémicos de rutina, superficialidad o abdicación de la personalidad en manos del confesor. Nuestra pretensión es más honda. Quisiéramos explicar por qué la confesión, con mayores o menores dificultades personales, tenía verdadero sentido para el común de los cristianos y por qué ahora ha dejado de tenerlo. Si acertamos, la perplejidad o la alarma que produce esta cuestión dejarán paso a una actitud lúcida y creyente que permita situarnos en una postura correcta y nos prepare, además, para tomar iniciativas sensatas. PRESUPUESTOS QUE HACIAN PLAUSIBLE LA CONFESIÓN Creemos que los presupuestos que fundamentaban el pleno sentido del acto de la confesión sacramental, de forma que no cuestionaban en absoluto su sentido y utilidad, aunque pudiese costar más o menos realizarlo, se inscribían dentro del siguiente cuadro ideológico: 1) Una moral muy clara y delimitada. Se vivía bajo el imperio de tres postulados indiscutibles: una moral objetiva, heterónoma y clara, en sus principios y sus conclusiones últimas. En todo ello se basaba el casuismo moral o aplicación de los principios a un "caso" determinado. 2) El mundo moral "preconciliar" -valga la expresión- identificaba la moral objetiva que hemos mencionado con la aplicación material y objetiva de las normas a la vida humana. Esto significa en la práctica que se atendía más a la acusación de las transgresiones a la ley, fácilmente identificables, que no al pecado en cuanto raíz y fuente de las mismas (es iluminador el contraste entre "pecado" y "transgresiones" en Ga 3,19). Cualquier sacerdote con mediana experiencia pastoral ha escuchado en el confesionario la simple enumeración de transgresiones de este tipo, especialmente contra preceptos JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO positivos -ayuno, abstinencia y precepto dominical baten los records- sin la menor referencia al estado real de pecado o buena voluntad de la conciencia del penitente. Esta aplicación material de la norma no atendía a la complejidad de las condiciones psicológicas y sociales que afectan al acto humano. Si a ello añadimos que esta concepción moral sabía que, de hecho, el Magisterio era la única fuente capaz de establecer el alcance y medida de las transgresiones, nos explicaremos la admiración y la incomodidad de muchos ante la atribución de la valoración moral de sus decisiones a las personas que viven en los campos específicos (cfr. Pacem in Terris, 154). 3) Esta moral tenía un sentido estrictamente individual, liberación personal del pecado. El combate contra el pecado del mundo no tenía en cuenta la relación de los pecados personales y los de estructuras que oprimen a los hombres. Muchos cristianos han ampliado hoy su campo de visión en este sentido. 4) La necesidad de consejo, consuelo y ánimo hacía también deseable la confesión. Todo ello venía respaldado por el inmenso prestigio social - impugnado, pero indiscutible, al menos en lo intraeclesial- de los ministros sagrados. A la desaparición de esta aureola clerical han contribuido muchas causas. Quizá las de mayor influjo hayan sido: la crisis de identidad del sacerdote que ha afectado a su papel de confesor y consejero en la penitencia; las secularizaciones que han dañado la imagen del sacerdote como guardador nato de secretos, debido a su condición de célibe y de separado; el deseo de los laicos de verificar la bondad de su propia experiencia y decisión, y también la voluntad decidida de los sacerdotes de recuperar su simple nivel humano. Pero lo que resulta claro es que el descenso de prestigio ha erosionado fuertemente el aspecto de consejo, que representaba parte importante, hasta ahora, en la penitencia. 5) Finalmente, es obligada la referencia al influjo decisivo de la doctrina de Trento en la configuración casi exclusivamente judicial que ha adoptado en la práctica el sacramento de la penitencia. Trento entiende el acto penitencial como la autoacusación de una transgresión ante un Tribunal (Dz 895, 899, 919), cuyo juez, el sacerdote, da sentencia absolutoria e impone una pena proporcionada a la falta. Esta concepción no es, por supuesto, falsa, puesto que lo que se celebra en la Iglesia es el juicio benévolo de Dios sobre el pecador que va a ser justificado por la "justicia" de Dios, que se convierte con justicia nuestra (Dz 799). Pero una aplicación excesivamente literal de la analogía judicial puede obscurecer el juicio benévolo de Dios en la Iglesia. Y creemos que lo hace, cuando: a) olvida que el juicio sacramental es símbolo eclesial del juicio de Dios, con descuido de que algo más grande que la misma conciencia del pecador (1Jn 3, 20) perdona el pecado en la visibilidad de la Iglesia. b) se concibe la confesión sacramental, marginado el simbolismo antes citado, como "la vista de una causa" en que el juez (ministro) debe conocer exactamente el delito, "en su especie y detalle", "con todas las circunstancias que cambian la especie" (Dz 899 y 917). JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO c) el principio de la confesión íntegra, "todos y cada uno de los pecados", deriva menos de la necesaria sinceridad ante Dios por parte del penitente, que de la necesidad de conocimiento de causa por parte del juez. d) cuando para conocer y definir el pecado se acude a los principios de la Metafísica aristotélica, que entiende que "se adquiere el conocimiento de un ser -en nuestro caso el pecado- cuando se adquiere el conocimiento de la especie a que pertenece" (Metafísica, III, 3) ya que "la diferencia de especie es la diferencia entre una cosa y otra dentro de un género común" (X, 8). e) el pecado así definido se convierte en una cosa, un "ser" desligado de la persona del pecador y de sus condicionamientos reales y psicosociales. De los supuestos citados nace el casuismo moral, de gran auge en los siglos XVII y XVIII, como culminación de una forma -pensamos que unilateral- de interpretar a Trento. Nosotros creemos posible otra interpretación, dentro de aquella ortodoxia que buscaba el Concilio al abordar el sacramento de la penitencia. Hasta aquí hemos enumerado los cinco presupuestos bajo los que la penitencia adquiría pleno sentido hasta aproximadamente el Vaticano II. Hemos buscado un planteamiento que se basara en datos aceptables para los católicos de todas las tendencias. Y hemos constatado que: a) la confesión se ha ido celebrando normalmente porque se daban estos presupuestos; y b) actualmente, entre los católicos practicantes, han entrado en crisis y han oscurecido el sentido de la confesión tradicional. Se ofrece, pues, una doble posibilidad: reconstruir aquellos presupuestos, eliminando los abusos, para que la confesión recobre su sentido. Otros, más radicales, prefieren analizar hasta qué punto tales presupuestos pertenecen a la fe de la Iglesia o derivan de la cultura de una época. Y ver, además, si se dan nuevos presupuestos ideológicos que permitan recuperar el sacramento de la reconciliación con Dios y con la Iglesia, aunque sea en forma distinta a los últimos cuatro siglos. Nosotros escogemos este camino y éstas serán las dos partes siguientes del trabajo. No es inútil, además, constatar que el Concilio Vaticano II anima esta actitud al decir: "Que se revisen el rito y las fórmulas de la penitencia, de forma que expresen más claramente la naturaleza y el efecto del sacramento" (SC, 72). En esta línea prospectiva y de futuro se mueve la intención de este artículo. RAZONES DE LA EROSION DE LOS ANTIGUOS PRESUPUESTOS 1) En el orden moral no todo es tan claro y distinto. Y no porque los penitentes o los sacerdotes hayan descubierto el relativismo, ni porque los problemas morales de hoy aborto, ilicitud de la guerra...- sean más complejos, puesto que no son éstos los temas que repercuten ordinariamente en la confesión, sino porque experimentalmente los cristianos han descubierto que el pecado no puede separarse en absoluto de la persona que lo realiza. El lenguaje vulgar lo expresa al distinguir entre actitudes y actos. Así y en un ejemplo de amplio alcance: ante la Humanae Vitae, las interpretaciones de los obispos iban a salvar los contenidos reales de la conciencia de los fieles, en el JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO sentido de subrayar que quizá, en la realidad vivida, no fuera objetivamente grave para ellos lo que, en abstracto y prescindiendo de la persona y el entorno de la conciencia, debería calificarse de legalmente grave. O en otro ejemplo reciente: cuando algún documento episcopal llama la atención sobre la calificación grave de la masturbación, al colocarse a nivel de norma abstracta, no puede ni quiere decir que estos pecados en su realidad más objetiva (y la realidad personal es la cosa más objetiva) sean todos graves. 2) La moral preconciliar conocía a priori todas las situaciones del cristiano: fiesta, diversiones, bailes, moral familiar, justicia conmutativa... Aplicar la ley era concluir un silogismo. Pero hoy se valoran más los puntos reales de partida -las leyes intrínsecas que presiden el desarrollo de personas y cosas- y, sobre todo, se observa que en la vida inciden valores no siempre fácilmente conciliables. Y entonces la aplicación de la ley se hace problemática. La eliminación de alguno de los valores haría las cosas sencillas, pero no más verdaderas. La Humanae Vitae, p. e., representa un esfuerzo por conciliar dos imperativos de peso considerable: la paternidad responsable y la exigencia de no negar artificialmente la abertura a la procreación en cada acto sexual completo. Poco a poco, dentro del campo católico se ha ido descubriendo la complejidad de la vida y de la conciencia, de los valores y personas implicados. Más aún, la vida no es la pura claridad, sino que se trata de un entramado de relaciones en las que el pecado está ya incrustado. ¿Cómo pensar que es suficiente una ética de pura aplicación a casos como el de la respuesta violenta de un grupo político contra una represión institucionalizada y permanente?, ¿o cómo aplicar la acción de un alto funcionario bancario que pretende orientarse entre las prácticas corrientes que rigen en la institución donde trabaja? Este tipo de situaciones no son tan excepcionales. Y es por tanto explicable que el penitente, que ha sentido en carne viva esta complejidad, experimente un serio temor de ser juzgado por una persona formada en lo que hemos llamado "moral de aplicación", de una forma elemental y simplista. Y sin duda es ésta una razón muy seria para explicar el desuso de la penitencia. Otras razones han sido ya expuestas en la parte primera, y el aspecto excesivamente jurídico de la penitencia se deja para la tercera parte. NUEVOS PRESUPUESTOS QUE PERMITEN RECUPERAR EL SACRAMENTO DE LA PENITENCIA Después de la exposición, creemos que suficientemente convincente, de los presupuestos en que se basaba la confesión sacramental tal como la hemos conocido, y las razones de la erosión de los mismos, quisiéramos ahora mostrar que existen nuevos presupuestos que hacen plausible una realización del sacramento del perdón, más adecuada a las condiciones presentes -sociales y personales- en que nos movemos. Expondremos primero, cuales son estos nuevos presupuestos y luego qué imagen concreta puede adoptar la acción sacramental del perdón. JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO 1) Intelección de que el mismo Espíritu Santo es el perdón de los pecados La tradición de la Iglesia respecto a la penitencia no se agota en el momento jurídico forense de Trento. "El mismo Espíritu Santo es el perdón de los pecados", decía la postcommunio del martes de la antigua octava de Pentecostés. En la Iglesia hay perdón de los pecados porque existe el Espíritu Santo y vive en la Iglesia y en los hombres, y no sólo porque hay "delegación de poderes" de Cristo a los Apóstoles. La consecuencia es clara: en la Iglesia todo es sacramental, porque es expresión visible del Espíritu que la anima. El cristiano halla el perdón de los pecados en muchas acciones, gestos y palabras - lo que técnicamente se llaman "sacramentales"-, que no son propiamente "sacramento de la penitenc ia". El cristiano ha descubierto:a) Que el Espíritu del perdón está presente de muchas formas en la comunidad: acto penitencial de la misa, caridad auténtica, meditación evangélica... y quiere utilizar estos medios además de la confesión sacramental. b) Que el sacramento de la penitencia es la gran fiesta del Espíritu del Señor en su Iglesia, es la celebración de que en la Iglesia hay un principio de verdad y de amor que -a partir de la Pascua- la convierte, renueva y orienta de forma eficaz. El ideal, no es pues, la frecuencia de los actos sacramentales, sino la fidelidad al Espíritu. 2) Una mayor percepción del simbolismo de las acciones eclesiales Los sacramentos son símbolo tanto de las acciones de Jesús como de la comunidad celeste. En la penitencia, el juicio humano adquiere valor salvador porque es símbolo eficaz del juicio benevolente de Dios y del Espíritu de perdón que nos constituye justos. Trento se fijó menos en este simbolismo y quiso afirmar, sobre todo, el principio de la confesión íntegra (canon 917). Pero este principio se deriva no solo -como hace Trentode la necesidad de que el juez humano, en paridad judicial, conozca la "causa", sino de la necesidad de que el hombre se presente "sincero ante Dios" (Cfr. Am 4, 12) y ante la comunidad, y diciendo: He pecado contra Dios (2S 12, 13). Se salva la integridad de la confesión cuando se insiste en el momento de conciencia lúcida, sincera y humilde, en que se percibe tanto el propio ser pecador como la santidad de Dios. Es Cristo quien provoca esta humilde lucidez en el hombre, que se consigue en el NT no a través de une introspección atormentada e individual, sino en el diálogo salvador de Jesús con el paralítico de Mc 2, con Zaqueo, y con todo hombre que se acerque a Jesús con buena voluntad, aunque este acercamiento tenga un momento literalmente dialéctico, o de retroceso, al encontrarse el hombre como pecador y ante la santidad de Dios. Este momento está magistralmente expresado en las palabras de Pedro cuando dice: "Señor, apártate de mí que soy un pecador" (Lc 5, 8). Creemos que queda claro que nos trasladamos del campo de la moral casuística al plano religioso de la salvación ofrecida por Dios al hombre. El buen confesor no será, pues, tanto el conocedor de los manuales de moral, sino el hombre de Dios capaz de decir una palabra que llegue a aquel punto de la persona en que el pecado propio se implanta en el pecado del mundo y es esclavizado por él, a fin de situarle en la palabra de verdad que libera. Este es el carisma que a los penitentes les gustaría encontrar en los ministros del JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO perdón: que sitúen al hombre, ante la santidad de Dios, para que pueda decir -como David- "he pecado", con aquel realismo y aquella autenticidad "íntegra" que le permita convertirse y arrojar el pecado del mundo en cuanto que es "su" propio pecado. 3) La percepción del aspecto colectivo en la fiesta del perdón La Iglesia encuentra dificultades para proporcionar un giro colectivo al sacramento del perdón. Es el tributo a una larga tradición de individualismo. Existe el deseo de manifestar la conexión entre confesión privada y crecimiento de la comunidad a la que pertenece el penitente. La conversión de un pecador no es un asunto privado, si significa un compromiso serio de combatir desde sí mismo el pecado que oprime a los hombres y que según la teología de Juan y Pablo, forma como una inmensa unidad de la que participa todo pecado. Por ello la conversión de un hombre constituye una fiesta para toda la familia reunida y el perdón debería celebrarlo toda la comunidad. Deberíamos tener clara la idea de que el pecado del mundo se unifica en torno a dos polos: homicidio e idolatría. Es decir: intento de supresión de la vida del otro, puesto que éste es el denominador común que alienta en todo pecado: negación del amor, de la verdad, de lo necesario para vivir como personas, etc; y negación del Señorío del Otro, es decir, de Dios, erigiendo al ídolo en falso Señor. Igualmente debe quedar clara otra unidad, la solidaridad en el pecado, puesto que en cada hombre gravita el peso del pecado del mundo. Esta unidad que hemos descrito justifica la celebración colectiva de la penitencia, porque la culpa personal es siempre una participación en la realidad del pecado y un sumando que aumenta su poder. Y con esta celebración colectiva se tomaría mayor conciencia del pecado y se adheriría uno a la actitud del Hijo del Hombre que vino a arrojar el pecado del mundo, comprometiéndose hasta la muerte. Y así es posible "rehacer una fiel alianza", según expresión de Nehemías 9-10, porque el pueblo comprende las dos caras de la conversión: a) la propia rebelión y sus efectos destructores de la fraternidad entre los hombres (Ne 9, 19. 26. 28. 29. 3335) ; b) la santidad de Yahvé, "un Dios que perdona, compasivo y benigno, lento a la cólera y rico en misericordia" (Ne 9, 17). Celebrar la penitencia es, pues, adquirir conciencia de la santidad de Yahvé en contraste con la situación de pecado, que esclaviza y que es rebelión contra Yahvé. La "Torá", la Ley de Moisés, busca perpetuar el estado de libertad conseguido por Yahvé. Rebelarse contra ella es hacer caer sobre el pueblo de Israel la esclavitud homicida, en alguna de sus formas. Arrepentirse consistirá en detectar donde está el mal que amenaza esclavizar a la comunidad y, en volver al espíritu de libertad de la "Torá", formulado en propósitos muy concretos, adaptados a la situación histórica y muy eficaces: "no dar nuestras hijas a los pueblos de aquellas tierras, ni tomar sus hijas (extranjeras) para nuestros hijos..., liberar la tierra el séptimo año y perdonar toda deuda" (Ne 10, 31-32). JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO Esto es lo que la teología puede decir de la gran reunión penitencial colectiva del AT. Se habría también podido analizar la corriente colectiva del NT (Hch 2,17. 31-40; 3, 19; 4, 31; 8, 7; 13, 38) o los textos de la Didaché, de Clemente Romano, de Cirilo de Alejandría o de Teodoro de Mopsuestia y se vería que está de acuerdo con los presupuestos indicados, desde el descubrimiento del pecado colectivo implantado en el hombre y que esclaviza a la comunidad, hasta el descubrimiento de la tarea ininterrumpida de liberación del Espíritu de Dios, iniciada en la creación, y seguida y culminada en el Exodo y la Pascua de Cristo, perdonando lo más íntimo y oscuro de nuestro pecado. Esperamos que desde el nivel de Pastores supremos, ayudados por los ensayos que se intentan desde la base, se modelen las concreciones litúrgicas pertinentes. Se trata de superar una disciplina anterior y aplicar las directrices del Vaticano II (SC, 72) ; y ello sin negar esta anterior disciplina, porque la confesión "privada" es también una purificación del mundo y de la comunidad eclesial, pudiendo ser algo normal en la vida cristiana del presente. Esta intervención no la esperamos por dimensión de la responsabilidad de los teólogos, sino porque los principios no agotan todas las posibilidades prácticas factibles. 4) El principio de la eficacia Se trata de otro de los nuevos presupuestos que modelan el tipo de confesión sacramental del futuro. Decimos de los sacramentos que son símbolos eficaces. Sin caer en un pragmatismo cuantificable y burdo, parece que no se puede dar un fruto real del Espíritu sin que se note en absoluto, sin que cambie algo en el sujeto - individual o plural- que realiza el acto de la penitencia. Buscar esta eficacia significa recuperar lo que Trento dice sobre la contrición como: "odio y rechazo del pecado cometido, con propósito de no cometerlo de nuevo", pero elevando este sentimiento del nivel psicológico al de la acción eficaz. Así, como reacción a la rutina en el sacramento, se conseguiría una cierta repercusión en el estado del mundo porque el comportamiento se situaría en un amor real y no teórico: en un amor en el que se renueva la Alianza con Dios. ¿Qué condiciones se requieren para que el sacramento de la penitenc ia no solo haga atrayentes sus símbolos, sino que consiga este grado de seriedad, realismo y eficacia? Creemos que Nehemías 9-10 proporciona una pista válida de renovación. El símbolo del juicio benévolo de Dios, visibilizado en el juicio eclesial en que el pueblo se declara trasgresor de la Alianza con un Dios que perdona es un símbolo dinámico y eficaz: el pueblo de dura cerviz es introducido en el amor de Dios. Creemos con ello situarnos en la óptica y las aspiraciones del Vaticano II que pide la revisión del rito y fórmulas de la penitencia para que "expresen más claramente la naturaleza y el efecto del sacramento" (SC, 72). JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO En la práctica, creemos que hay que evitar las listas insustanciales de pecados o las actitudes vagas. En cambio, nos acercaremos decididamente al realismo como vía de la acción eficaz del Espíritu en el mundo, si examinamos una situación real vivida por gran número de personas (p. e., relaciones familiares, injusticias y opresiones de los marginados de un barrio o de una sociedad, pecados colectivos de una profesión), si hallamos la conexión entre nuestra culpa personal y este estado de pecado colectivo, y si, a la vez, percibimos la santidad de Dios que nos llama a la conversión e imitación de la justicia de Jesús. La imagen de confesión sacramental que brota de estos nuevos presupuestos 1) Creemos que el rito penitencial debe manifestar claramente el juicio justificador de Dios. Y por ello la constatación del pecado y la percepción simultánea de la santidad acogedora de Dios son los elementos básicos. El aspecto mediador de los ministros del sacramento y la santidad de Dios que nos perdona se expresan mejor con una fórmula deprecatoria, que con el "yo te absuelvo" habitual. Esta solución no ofrece contraindicación dogmática y el mismo Pontifical (Pont. Rom., París, 1878, pp 281 y 386) ofrece ejemplos interesantes. 2) El carácter colectivo de la penitencia debería adquirir carta de normalidad, porque es la fiesta de la santidad y la reconciliación de Dios entre los hombres. Podría servir de inspiración la reconciliación de los penitentes del Pontifical Romano, el día de Jueves Santo. Pero esto no significa la abolición de la penitencia privada, que en ciertos momentos de la vida puede ayudar a conseguir aquella pureza de corazón propia de los que quieren vivir las Bienaventuranzas. Tocará a los pastores de la Iglesia concretar las posibilidades. Nosotros, en todo caso, nos inclinamos por una cierta pluriformidad práctica. 3) Habría que evitar la vaguedad en las actitudes de pecado sugeridas por los lectores o ministros y las acusaciones de los penitentes, para que una atmósfera de piadoso disimulo no impidiera la eficacia que hemos postulado, ni cerrara el paso a los caminos nuevos de justicia que se deben descubrir. Así, a) detectaríamos cómo el pecado del mundo se implanta en las actitudes de pecado personal. A modo de ejemplo, sería un tópico arrepentirse de los pecados de la sociedad de consumo, si no se concretan los mismos o las consecuencias que una actitud consumista provoca en un barrio, una ciudad o una sociedad; b) esta celebración colectiva, concreta y responsable, sería suficientemente íntegra por acusación explícita de las actitudes normales de pecado para permitir la absolución colectiva fructuosa y con respeto a la enseñanza tridentina sobre la integridad. Siempre cabrá para los peccata maiora denunciados por los Padres, la penitencia privada, que es ya misericordia y ahorra al penitente la "vergüenza pública". Síntesis Trento puso de relieve la dimensión intraeclesial de la penitencia. El pecado rompe la comunidad (koinonia), y la penitencia como primer efecto (res et sacramentum) la JOSEP M.ª ROVIRA BELLOSO reconstruye. Nosotros, sin olvidar esto, hemos querido subrayar una visión del pecado como ruptura de la unidad de la familia humana y del plan de justicia de Dios en el mundo, por la opresión y la muerte. Y hemos insistido en la penitencia como exorcismo y liberación para el mundo. Nos situábamos, pues, en la perspectiva de Am 3, 7-13 y Jr 34, 13-16. Cuando la justicia ha sido vulnerada, la penitencia celebra el restablecimiento de la misma ante Dios, o la decisión lúcida y seria de restablecerla con todas las consecuencias. Esta decisión sería la versión "mundana" del "propósito de enmienda". La santidad de Dios, como amor y perdón, nos revela la realidad de injusticia, opresión y odio, en definitiva de muerte, que hay en el mundo de la interrelaci6n humana, para reconstruirlo en la fuerza del Espíritu. Tradujo y condensó: JOSE M.ª ROCAFIGUERA