la teología oriental del icono

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SANTE BABOLIN
LA TEOLOGÍA ORIENTAL DEL ICONO
Aun corriendo el riesgo de caricaturizar, es indudable que la tendencia de la teología
occidental es conceptual y lógica. Pero ¿es ésta la manera más rica de. hacer teología?
¿No será una teología más completa aquélla que tenga en cuenta la vertiente
imaginativa del ser humano? Esta parece ser la línea desde siempre de los teólogos
orientales, línea que queda plasmada en su creación de iconos como lenguaje y
afirmaciones teológicas. En nuestro tiempo, en que tanta importancia tiene la imagen,
es importante recuperar, al menos, la teología oriental del icono.
La teologia orientale dell ICONA. Credere oggi, 6 (1986) n. 36, 65-78
Introducción
El icono es una imagen sacra. El tema del icono viene dado por la sagrada escritura,
interpretada y celebrada en la liturgia de la iglesia. El icono es arte litúrgico y entra en la
acción cultual de la iglesia. Todo icono expresa la fe de la asamblea, de la que el
iconógrafo es un ministro; éste no firma los iconos porque no le pertenecen.
En el primer milenio, el icono está presente en oriente y occidente. A partir de la
primera crisis iconoclasta, en oriente se afirma el valor del icono, su significado
teológico centrado en el misterio de Cristo, Verbo encarnado. Este valor cristológico del
icono fue proclamado solemnemente en el segundo concilio de Nicea (787).
Entre los autores que contribuyeron eficazmente a la construcción de la teología
¡cónica, en que Dios toma un rostro humano, se pueden señalar: S. Atanasio (295-373);
S. Gregorio Niseno (335-394); S. Cirilo (376-444); S. Máximo el Confesor (580-630);
S. Germano (635-733); S. Juan Damasceno (657-749); S. Nicéforo (758-829); S.
Teodoro Estudita (759-826),...
El icono no mira tanto la cuestión de belleza como la teológica. No se reserva para los
iniciados, ni exige un ojo experto para desvelar el misterio de la fe: la verdad que libera
al hombre se presenta con simplicidad, y es para los corazones sencillos. El icono habla
un lenguaje pobre, y sólo los pobres pueden captarlo. Su austera belleza no espanta sino
que atrae y aun los pequeños lo comprenden.
El icono hace visible la Palabra de Dios y asume una dimensión teológica al ser fiel al
dato revelado, porque todo rasgo surge de la acción sacramental de la iglesia y sirve
para evocar el misterio representado. Para penetrar en el misterio del icono es preciso
ver cómo ha nacido su contenido teológico.
I. Nacimiento del icono como imagen de culto
Aquí intervienen tres factores provenientes del judaísmo, helenismo y romanidad, que
hacen que progresivamente se pase de la imagen simbólica a la representativa; de un
arte religioso a una arte sacro.
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El judaísmo prohibía cualquier representación de Dios, pero no en el templo. El
evangelio nos da la razón: la única imagen de Dios es el hombre, creado a su imagen y
semejanza. Pero, al pecar, el hombre ha deformado la imagen y ha entrado en conflicto
con Dios y con toda la creación. Así pues, toda imagen hecha por el hombre quedaba
deformada. Y porque Dios no quiso que esto quedase así, recuperó su imagen dando a
su Hijo unigénito. Este hecho permite ver la belleza y profundidad del kontakion
contado por la liturgia bizantina en la fiesta de la Ortodoxia: "El Verbo de Dios Padre,
que no tiene límites, se ha circunscrito tomando carne en tu seno, oh Madre de Dios; ha
devuelto al primitivo estado nuestra imagen desfigurada por el pecado, y la ha elevado a
la divina belleza". En Jesucristo el hombre vuelve a tener la imagen del Adán celeste.
Sólo a través de Cristo, Hijo de Dios e Hijo de María, se puede salir de la iconoclastia
judía.
Los griegos conocían tres clases de imágenes: agalmata (imágenes sacras); eidola
(imágenes sin profundidad); y eikones (imágenes de hechos realmente acaecidos). La
imagen sacra tenía siempre un carácter misterioso y mágico porque se refería a la
divinidad, y ésta podía conceder lo que se le pedía, según el culto que se le daba; los
iconos eran imágenes profanas, eran imágenes históricas, como el retrato, y expresaban
una realidad humana y vivida. Los agalmata eran apropiados para los dioses; los
eikones, para los hombres. La imaginería griega ejerció un gran influjo en los iconos
cristianos desde el punto de vista técnico.
Los romanos atribuían a las imágenes del emperador un poder de presencia como
consecuencia de su divinización. De ahí el culto de latría que les daban. Poner las llaves
de una ciudad delante de la estatua del emperador era reconocer su soberanía. Se
comprende la importancia del gesto de Constantino de cambiar el retrato del emperador
por el chrismon, y así el monograma de Cristo sustituía el significado atribuido al
emperador y se convertía en símbolo eficaz.
En los primeros siglos cristianos, éstos hacen un arte esencialmente simbólico. El
símbolo no representa; sólo hace pensar en aquello que no puede representarse. Los
lugares de culto se decoraban con símbolos tomados de la Escritura, y también del
paganismo, pero interpretados cristianamente. El icono como imagen del culto aparece
en los siglos IV y V desde Constantino a Justiniano-en paralelismo con la elaboración
teológica del misterio de la encarnación en los concilios de Nicea y Efeso.
II. El icono como teologia visual
El icono es una profecía visual y una revelación en color. Su contenido es teológico y lo
pone en relación con la sagrada escritura y la liturgia de la iglesia.
El icono nace de la fe y sólo se comprende en la fe. La encarnación del Verbo es el
centro de toda la teología ¡cónica. Al hacerse carne en el seno de María, a Dios se le
puede representar en forma sensible: el rostro de Dios es Cristo. Según Sendler, "el
icono es todo lo contrario de una pintura del Renacimiento; no es una ventana, a través
de la cual, el espíritu humano penetra en el mundo representado, sino el lugar para
acogerlo". El icono es activo y su acción es el don del Espíritu, alenado por Cristo.
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La expresión privilegiada del novum christianum es el anuncio oral y escrito del
evangelio de salvación. Una rápida confrontación con la palabra, puede ayudar a
clarificar el sentido dinámico del icono desde el punto de vista antropológico e
histórico.
Imagen y palabra son algo indisociable. El icono se presenta como el lenguaje no
sonoro sino visual, no conceptual sino simbólico: habla a quien lo contempla.
La crisis iconoclasta de los siglos VIII y IX fue la crisis entre la palabra y el icono. Se
superó cuando se cayó en la cuenta de que lo que dice la Escritura con la palabra, lo
dice el icono con el color. Oídos y ojos deben abrirse para acoger la revelación y don de
Dios. Esta tradición de la iglesia, encuentra una nueva confirmación en la santa sábana
de Turín.
Podemos señalar cuatro etapas en la clarificación del dogma iconológico-cristológico: el
concilio Trullano (692); el concilio de Ñicea (787); el sínodo de Constantinopla (843);
el concilio de Constantinopla (869-70).
1. El icono del Cristo
El concilio Trullano fija el canon iconográfico para determinar si una imagen es o no un
icono. También en la imagen se dará una regla para establecer la cualidad litúrgica de la
imagen. En el canon 82 se afirma: "Decidimos que de ahora en adelante, en lugar del
antiguo cordero, se pinte sobre el icono Aquel que ha quitado el pecado del mundo,
Cristo nuestro Dios, según su aspecto humano". Lo que ordena el concilio es sustituir el
símbolo por la representación directa. El motivo: el Verbo de Dios se ha hecho carne y
ha puesto su tienda en medio de nosotros.
Después de examinar el canon 82 de dicho concilio, podemos decir que allí se define
con claridad lo que es el icono. Este debe mostrar el rostro del Dios encarnado,
Jesucristo; mostrar los rasgos históricos de Cristo que vivió un tiempo en la tierra, pero
al mismo tiempo mostrar su gloria divina. De ahí que el icono de Cristo sea el único
posible, y todos los otros lo son por la participación de los rasgos -del Cristo
glorificado, en la madre de Jesús y en sus discípulos como don del Espíritu. Estos
rasgos de semejanza hacen posible los iconos de la Virgen y de los santos y forman el
"iconostasio", símbolo cósmico de la encarnación del Hijo de Dios.
2. El culto de los iconos
El segundo concilio de Nicea pone fin a la controversia sobre los iconos desde el punto
de vista teológico. He aquí algunas de sus afirmaciones: "es lícito representar en imagen
a Cristo, la Virgen María, los ángeles y los santos, ya que la vista estimula a recordar y
a imitar los modelos representados"; "el culto rendido a las imágenes va dirigido al
modelo, al prototipo representado en ellas, y hay que distinguirlo bien de la adoración,
solamente debida a Dios".
Según el concilio se debe venerar los iconos como se veneran la cruz y el evangelio. De
ahí se sigue que se deben venerar del mismo modo la imagen visual y la imagen verbal,
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la imagen luminosa y la imagen sonora, la imagen-icono y la palabra oral y/o escrita.
Esto significa que ya en el siglo VIII la iglesia reconocía que el icono no es
simplemente un arte que sirve para ilustrar la sagrada escritura, " la biblia de los
analfabetos", sino un lenguaje análogo al de la palabra que anuncia y celebra el
evangelio de la salvación. De donde, el icono y la palabra de Dios tienen el mismo
origen y papel en la iglesia: litúrgico, dogmático y pragmático.
El icono es arte sacro, arte litúrgico, pero no en el sentido que entra como ornamento de
la acción litúrgica; es un verdadero culto que pone al ser en conocimiento y
comunicación con Dios.
Los iconos son objeto de una veneración relativa, ya que propiamente la veneración va
al original y es diversa la veneración a Cristo, la Virgen o los santos. Sto. Tomás de
Aquino sintetiza con la claridad que le es propia esta norma del concilio: el arrebato de
devoción hacia la imagen, en cuanto imagen, y aquello que se refiere a lo imaginado son
de la misma naturaleza, porque es único el honor que se debe a la imagen y a aquél que
es objeto de la imagen. Por consiguiente, puesto que Cristo es adorado con culto de
latría, también su imagen es adorada con culto de latría.
3. El icono de la Santa Faz
El sínodo de Constantinopla establece que el icono de la Santa Faz sea como el icono
madre desde el punto de vista teológico.
Al final del evangelio de Juan se lee: "Hay además muchas cosas que Jesús hizo. Si se
escribieran todas, creo que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se
escribieran" (21,25). Por esto la tradición nos da a conocer hechos o dichos que no están
en los evangelios. Eusebio de Cesarea nos habla que ha visto retratos de Cristo, de
Pedro y Pablo, y descubre una estatua de Jesús, hecha construir por la hemorroisa
curada.
El icono de la Santa Faz es una de estas imágenes inspiradas en una escena de la vida
del Señor. Los hechos, según nos cuentan, son los siguientes: Abgar V príncipe de
Eucaria, enfermo de lepra, mandó a su secretario a Jesús para que viniese a curarlo.
Jesús no accedió y el secretario intentó pintar el rostro de Jesús. Este se lavó la cara y, al
secarse con el lienzo del secretario, le dejó impreso el rostro. Este lienzo fue custodiado
en Edesa, y en 944 fue llevado a Constantinopla. El testimonio más antiguo de la
existencia de tal lienzo es del siglo VI. El concilio de Nicea de 787 se hace eco de esto
como de una antigua tradición. Se pierde la noticia del lienzo en 1204. Se sabe que la
sábana de Turín fue llevada por los cruzados de Constantinopla en 1204. Hoy en día,
casi todos los peritos, están por la identificación de la sábana de Turín con el mandílion
de Edesa. El icono de la Santa Faz que aparece en el siglo VI, estaría inspirado en el
rostro del hombre de la Santa sábana. Se comprende, entonces, por qué los iconos de la
Santa Faz, son considerados akeropite, es decir, "no pintados por mano humana".
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4. El icono lugar de la presencia del Señor
Según un decreto del cuarto concilio Constantinopolitano, "el icono hace presente, con
el color, aquello que anuncia, aquello que se dice con las palabras del libro de los santos
evangelios".
Una presencia del Verbo se da en toda realidad creada, por razón de la creación (cfr. Jn
l,3); pero una presencia especial es la que promete Cristo a los discípulos que se
adherirán a él (Mt 28,20). Además, por razón de la encarnación, la presencia del Verbo
es la presencia de Dios-Hombre. Esta presencia se actualiza en la palabra oída en
asamblea, en el prójimo, en la invocación de su nombre, en el icono de su Faz, en la
reunión de los fieles, en el don de la eucaristía. La finalidad de su presencia es varia,
pero siempre es presencia personal: Jesucristo, el Hombre-Dios, para llevar a término la
transformación en él, su icono en nosotros. Entre las diversas finalidades de la presencia
personal del Señor, se da el pleno cumplimiento en la presencia eucarística.
III. El arte iconografico
El hombre de hoy, al ponerse en contacto con los iconos, queda perplejo, porque, aun
reconociendo ciertos valores (diseño, delicadeza,colores, etc.), no acaba de captar el
significado profundo perseguido en "la noble profesión de fe" (1 Tm. 6,12). Para
obtener este significado es necesario captar en profundidad el realismo simbólico del
arte iconográfico, su expresividad y su lenguaje.
Dos características fundamentales del icono son: a) es siempre una imagen sin fondo, y
b) en dos dimensiones.
El fondo es normalmente de oro, y esto no es color sino luz. Por eso la imagen sale de
una apertura de la "tiniebla luminosa", de la trascendencia de Dios para tomar un rostro
envuelto en la luz divina. A veces el cometido del oro es desarrollado por el amarillo,
rojo o verde, según la escuela, y los materiales de que se disponga. El significado del
fondo de oro, en la acción litúrgica, resalta en el iconostasio, mural de los iconos que se
encuentra donde antiguamente estaba el balaustre en las iglesias de rito latino.
Para pintar un icono hace falta saber qué lugar va a ocupar en el iconostasio. El mismo
icono es un pequeño iconostasio. A través de él se hace presente el que se muestra. El
icono hace la exégesis del misterio que muestra.
Así se aclara la bidimensionalidad, la otra característica del icono. La función del icono
es dirigir la mirada del que lo contempla a Aquel que muestra y sirve. De ahí que la
bidimensional¡dad expresa el servicio litúrgico del icono, su función de mediación.
El realismo simbólico del icono que refleja la gloria divina de Cristo, condiciona la
forma de confeccionarlo. Hay todo un rito. Desde la preparación de la tabla a la
disposición de los ojos en el rostro. Es imposible comprender un icono sin descifrar el
espesor simbólico que lo envuelve como un secreto.
El descubrimiento de este secreto puede ayudar a abrir nuevos horizontes a la fe. El
estudio del icono puede favorecer a la evangelización.
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La importancia teológica del icono brota de un presupuesto antropológico y ontológico:
las líneas antropológicas son la lógica, la moral y la estética; a éstas se añade la síntesis
de los trascendentales del ser: verdad, bondad y belleza (sin la belleza falta algo
ontológicamente). De ahí que un tratado teológico completo no puede prescindir de la
teología ¡cónica, como teología de la belleza. La presencia del icono, transforma la
dogmática en oración, la moral en amor, la liturgia en rito vivo de conversión de toda la
persona mediante la celebración de los divinos misterios.
En la civilización de la imagen, tal vez el icono, con su simplicidad, pueda decir algo
válido al hombre de hoy. Es bonito pensar que el Señor quiera ofrecer, este tesoro de la
tradición de la iglesia, como un camino no violento de salvación.
Tradujo y condensó: JAIME ANGLES
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