CALEIDOSCOPIO POR SUS RESTOS LOS CONOCERAS. NOTAS

Anuncio
CALEIDOSCOPIO
POR SUS RESTOS LOS CONOCERAS.
NOTAS SOBRE LA ARQUEOLOGÍA ACTUAL EN MÉXICO
Luis Alberto López Wario*
La arqueología presenta la imagen de ser una disciplina que a partir del registro y análisis de
vestigios/restos materiales, permite conocer el real funcionamiento de las sociedades que nos
"heredaron" dichos vestigios.
Para el especialista ésta fue (y en muchos casos aún lo es) una verdad inamovible. A partir de una
serie de propuestas epistemológicas −con un origen académico y de crítica social− esta
concepción sufrió radicales transformaciones que, aunque se presentó en diferentes momentos en
México con respecto al resto del mundo, se puede ubicar cronológicamente en la década de 19651975.
Por una parte, el objeto de estudio no se limita cronológicamente a la época prehistórica (aquella
que según la concepción clásica se caracteriza por las sociedades ágrafas), enfocando su interés
en el análisis de cualquier sociedad en el tiempo. Este nuevo enfoque presentó como alternativas,
definiciones que amplían nuestra capacidad de describir, interpretar y explicar a los grupos
humanos; éste sería el caso de las llamadas arqueología experimental, la etnoarqueología, la
arqueología industrial y la arqueología de la basura, que estudian restos materiales de sociedades
actuales confrontando sus conclusiones con datos sobre su comportamiento registrable en los
individuos vivos con documentos recientes (Reid, Schiffer y Rathje, 1975).
Por otra parte, la investigación arqueológica no se restringe al objeto especifico de análisis: los
vestigios materiales. Esta nueva perspectiva implica una ruptura conceptual básica con aquellas
tradiciones filosóficas que consideran que los hechos son objetivos en sí mismos. Ahora, se
entiende que la interpretación arqueológica depende de un análisis metodológico que enfatiza el
aspecto inferencia; esto es, extraer del dato lo que significa, lo que implica, fundamentalmente a
partir de definir la relación que existe entre los diferentes tipos de vestigios e indicadores (el
contexto) (Binford, 1988).
En un sentido complementario, las áreas y temas que tradicionalmente se habían priorizado
sufren severas criticas, y se enfocan los esfuerzos interpretativos a aspectos y espacios
alternativos. Desde la fundación del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) en 1939
hasta la década de los 70 predomina el estudio de las zonas monumentales (vgr. Teotihuacan,
Palenque, Chichén ltzá, Uxmal, entre muchos otros) y principalmente de las áreas culturales
denominadas altiplano −nahuatl− y maya. Esta visión se caracteriza por su centralismo y por
priorizar las llamadas altas culturas, y en éstas las áreas de mayor atractivo turístico: los
monumentos arquitectónicos que manifiestan la grandeza de nuestro pasado (Bernal, 1979).
En contrapartida, los sitios que ahora se analizan son tanto aquellos que presentan vestigios
habitacionales, áreas de trabajo (es decir, a nivel micro) y generalizando los trabajos
arqueológicos a toda la República Mexicana.
No quiere decir esto que en la primera etapa no se hayan realizado trabajos arqueológicos en
áreas habitacionales −por ejemplo− o que actualmente no se exploren sitios monumentales.
Estamos señalando las tendencias predominantes, que en mucho están marcadas por una
posición oficialista de la disciplina, durante la primera fase, y una posición académica y política
explicita en la segunda.
Otro aspecto relevante es que, a pesar de trabajos pioneros como los del Arqlgo. Manuel Gamio
(quien llegó a ser subsecretario de educación en los treinta) en Teotihuacan, el enfoque
globalizante se despreció, limitándose los arqueólogos al análisis de su objeto de estudio
particular. En la década de los setenta se refuerza la necesidad de una perspectiva
interdisciplinaria que permitiera ahondar en problemas que tienen un origen y posibles
resoluciones globales. Quizás por la indefinición de criterios sobre la obtención y análisis de los
datos, y por la no discusión de objetivos académicos, ni de los procedimientos para integrar los
resultados, el conocimiento permaneció parcializado y, en mucho, los informes de esos proyectos
interdisciplinarios eran una suma de datos desintegrados.
* Investigador de tiempo completo del INAH.
Asimismo, la tendencia arqueológica de obtener sus materiales e informes a través de la técnica
de excavación ha predominado en gran parte de la historia de la arqueología mundial (Wheeler,
1977). Esto creó una polarización entre la capacidad explicativa de la arqueología denominada de
superficie (que obtiene información de datos relevantes para la arqueología, sin remover
sedimentos) y la arqueología de excavación (SMA, 1987). Consideramos que esta discusión, en
lugar de promover el desarrollo disciplinario sirve de freno, pues las características técnicas de
ambos enfoques son más con carácter de complemento que de sustituto (Gándara, 1981). Por la
misma razón, rechazamos la visión de una disciplina que se caracteriza por su trabajo técnico (la
arqueología es excavar, o es obtener datos, es componer un rompecabezas), sostenemos que la
principal característica de nuestra actividad se centra en la interpretación y explicación de
formaciones sociales a partir del análisis de su cultura material.
Por otra parte, y corno resultado de las transformaciones sociales, los especialistas en
arqueología (y de la antropología y la historia en general) se preocuparon por definir el sentido
social de su actividad. Así, preguntas que antes se respondían implícitamente (pues se asumía la
justificación de la disciplina), son planteadas ahora en forma expresa. Estos planteamientos llevan
a la discusión de la congruencia entre los objetivos académicos y su aplicación, el uso del
conocimiento generado. El para quién, el para qué se desarrolla una actividad, son
cuestionamientos centrales que se formulan en la década de los ochenta (o fines de la anterior)
(Nalda y Panameño, 1989; Matos, 1976; Florescano, 1981; Pereyra, 1981; Zermeño, 1988).
Con esta panorámica se entiende el que se precise una mayor vinculación entre la investigación y
la docencia, para que la experiencia concreta se transmita de los especialistas a los alumnos. Lo
anterior implica la necesidad de definir qué tipo de arqueólogo se requiere, con qué recursos
materiales se precisa contar para producir esos arqueólogos, y poder proponer lo que sería el
trabajo arqueológico en este fin de siglo y en décadas posteriores.
La problemática de la protección del patrimonio pasa por la de “¿para quién se hace?”, “¿cómo se
hace?” y concebir un equilibrio entre la preservación física de los materiales y su conservación a
partir de un adecuado registro arqueológico.
Lleva, asimismo, a la definición de las fronteras disciplinarias, concibiendo la necesidad de hacer
esta delimitación considerando a la arqueología como ciencia histórica en la doble acepción del
concepto: cambiante en el tiempo y generador de discursos históricos, en función de la
multiplicidad de rasgos culturales de nuestro objeto de estudio, las sociedades humanas. En estos
términos, nos distanciamos de conmemoraciones disciplinarias (“200 años de arqueología
mexicana”) que confunden objeto con objetivo, método con ciencia y que expresan que la
arqueología se formalizó antes que su disciplina “madre”: la antropología (Binford, op. cit.; Schiffer,
1972).
Es a partir de los trabajos de Lewis H. Morgan y sus seguidores que podemos distinguir lo que es
ciencia antropológica de la etapa anterior. Y es hasta este siglo, con los trabajos en México de
Franz Boas y su Escuela lnteramericana de Arqueología y Etnografía, que podemos hablar de
arqueología en nuestro país. Con mucho, estas definiciones de las etapas históricas del desarrollo
de la arqueología se establecen a partir de una concepción no oficialista de nuestra disciplina.
Con esta perspectiva, intentaremos caracterizar, en breves palabras, algunas de las tendencias
disciplinarias de la arqueología de México. Cabe señalar, que no compartimos la subdivisión
disciplinaria, toda vez que enfatiza los rasgos de diferenciación sobre los elementos que tenderían
a una mayor integración de la arqueología. Por otra parte, estas subdivisiones se realizan
partiendo de diferentes criterios, pues se proponen la parcialización o superespecialización con
base en elementos cronológicos, legales, teóricos, técnicos o geográficos, por mencionar algunos.
Tenemos así, a la arqueología histórica [que se diferencia de una modalidad con el mismo nombre
propuesta por Alfonso Caso en los 40, 91 cual proponía la verificación arqueológica de los códices
y documentos históricos en general (Bernal, 1979)], que se centra en la exploración arqueológica
de monumentos de la época colonial, buscando definir, principalmente, las características
arquitectónicas.
La arqueología de salvamento, por su parte, se realiza en zonas en las que se han localizado o
existe la posibilidad de registrar evidencias de actividades humanas. Se participa siguiendo un
fundamento legal, toda vez que una de las funciones básicas del INAH es la salvaguarda del
patrimonio. Desde nuestra perspectiva, objetivos, objeto, técnicas y estrategias para investigar son
comunes al resto de modalidades arqueológicas. Caracterizándose únicamente porque su labor
se efectúa en áreas no seleccionadas por el investigador, sino que están impuestas las zonas,
porque una obra (presa, gaseoducto, línea del metro, fraccionamiento, edificio, entre otros) las
afectará, provocando la destrucción parcial o total de los vestigios arqueológicos.
Consideramos que la arqueología denominada subacuática, o la de alta montaña, son
modalidades impuestas por los sitios específicos de ubicación de los restos materiales, pero que
en cuanto a lo que se definiría como disciplina (métodos, marcos conceptuales, técnicas, etcétera)
no presenta diferencias con el resto de la arqueología. Es obvio que se tienen que desarrollar
estrategias específicas para la obtención y preservación física del material de estudio, pero son
variaciones de la arqueología en general.
En cuanto estas supuestas subdisciplinas, que se definen a partir de una posición teórica
(arqueología ambientalista, del comportamiento, procesual, particularista, materialista histórica,
entre muchas otras) consideramos que presentan los elementos que hacen específica a la
disciplina, y todas ellas son propuestas que se construyen, formalizando rasgos que se
jerarquizan de acuerdo a perspectivas diferentes, pero inmersos en un objeto de estudio común:
los procesos de transformación en la organización social. Anteriormente ya mencionamos a la
arqueología de superficie en contraposición a la arqueología de excavación, por lo que nos
limitamos a señalar que la única diferencia que tienen con el resto de la arqueología es su énfasis
en el aspecto técnico, pero la arqueología recurre a ambas para poder contar con un panorama
general de la formación del depósito arqueológico.
No caracterizándola como subdisciplina, sino como una estrategia que se ha venido impulsando
en años recientes, es la necesidad de contar con la información de cómo se formó ese depósito
arqueológico (conjunto de elementos asociados que presentan evidencias de actividad humana y
que son resultado tanto de procesos naturales como sociales). Para ello, se caracterizan los
agentes naturales (erosión por gravedad, eólica, pluvial, fluvial, acción de microorganismos,
consumo de vegetación: por fuego o forraje de animales silvestres) y los agentes sociales o
culturales (usos del suelo en general: industrial, habitacional, agrícola, pastoreo, basurero, entre
otros), en la perspectiva de su actuación conjunta y con la finalidad de controlar las alteraciones
del registro arqueológico (Wildesen, 1982; Schiffer, op. cit.).
Este panorama general de la arqueología mexicana actual, no pretende ser exhaustiva ni
concluyente, sino exponer algunas de las tendencias presentes de nuestra disciplina.
Para concluir, debemos señalar que el análisis histórico de lo que ha sido la disciplina
arqueológica en México, permite definir algunos de sus principales problemas, proponer
alternativas para su desarrollo y promover la integración del discurso arqueológico a las
comunidades vivas, que en mucho se explican a partir de esa reconstrucción de posibles historias,
con base en los vestigios materiales, siendo esas comunidades las que proporcionan los recursos
que hacen posible nuestra actividad.
Bibliografía
Bernal, Ignacio, Historia de la arqueología de México, Ed. Porrúa, México, 1979.
Binford, Lewis R., En busca del pasado, Ed. Crítica-Grijalbo, Barcelona, 1988.
Florescano, Enrique, “De la memoria del poder a la historia como explicación”, en: Pereyra, Carlos
y otros, Historia ¿para qué?, Ed. Siglo XXI, México, 1981, pp. 91−128.
Gándara, Manuel, “Algunas observaciones sobre los estudios de superficie en arqueología”, en:
Revista Cuicuilco, No. 4, ENAH, México, 1981.
Matos, Eduardo, “Hacia una arqueología comprometida”, en Nueva Antropología, No. 5, México,
1976, pp. 105-108.
Nalda, Enrique y Rebeca Panameño, “Arqueología ¿para quién?”, en Nueva Antropología, No. 12,
México, 1979, pp. 111−124.
Pereyra, Carlos, “Historia ¿para qué?”, en Pereyra, Carlos y otros, Historia ¿para qué?, Ed. Siglo
XXI, México, 1981, pp. 9−32.
Reid, Jefferson, Michael B. Schiffer y William Rathje, “Behavorial Archaeology: Four Strategies”,
en American Anthropologist V, 77, No. 4, 1975, pp. 864-69.
Schiffer, Michael B., “Archaeological Context and Systemic Context”, en American Antiquity, V, 37,
No. 1, 1972, pp. 156−64.
Sociedad Mexicana de Antropología, Memorias de la Mesa Redonda sobre arqueología de
superficie, Veracruz, 1983, SMA, México, 1983.
Wheeler, Mortimer, Arqueología de Campo, FCE, México, 1977.
Wildesen, Leslie E., “The Study of Impacts of Archaeological Sites”, en Schiffer, Michael B.,
Advances in Archaeological Method and Theory, Academic Press, Nueva York, 1982, V. 5, pp.
51- 96.
Zermeño, Guillermo, “La historia ¿una ciencia en crisis? Teoría e historia en México, 1968−1988:
una primera aproximación” (ms.), Universidad Iberoamericana, 1988.
Descargar