LA MUERTE DEL MARISCAL D. PEDRO DE NAVARRA

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LA MUERTE DEL MARISCAL D. PEDRO DE NAVARRA
La segunda tentativa que los Reyes legítimos de Navarra llevaron á
cabopara recobrar su corona, inicuamente usurpada por el amoral Juan
Grippon (apodo que en la correspondencia diplomática secreta de la época,
sustituía al nombre de D. Fernando V, llamado el Católico: del francés
gripper=echar la zarpa; se dice de todos los animales provistos de
uñas como los gatos), acabó de una manera desastrosa en los riscos del
Roncal el 23 de Marzo de 1516. El Mariscal D. Pedro, segundo de este
nombre, miembro desdichadísimo de un linaje desdichado, capitán de la
expedición, cayó prisionero. Le llevaron á la fortaleza de Atienza, de donde le sacaron para meterle en más rigurosa prisión, dentro del castillo de
Simancas donde murió.
Influyó sobre él la sanguinaria estrella que hizo morir á su padre, el
Mariscal D. Pedro, á manos de los beaumonteses en la puerta de la Traición, de Pamplona (año 1471), y á su hermano el Mariscal D. Felipe á
manos del Condede Lerín en los campos de Mélida (año 1480); puesto que
todos los historiadores aseveran la muerte violenta de este nuestro mariscal, pero se contradicen tocante á la clase de ella, achacándola unos á
asesinato y otros á suicidio.
Los propaladores del suicidio son los que miran con buenos ojos el
entronizamiento de la dinastía en Navarra, alcanzado con los fraudes de la
traición y de malos súbditos y la falsificación de bulas y documentos diplomáticos. Obra tan inicua en sus comienzos no promete buena fe en su
término ó acabamiento, del que fué importante episodio la muerte del Mariscal. Duéleme sobre manera ver en el número de aquéllos, siendo acaso
el primero que, no sin cautelosa precaución, dió curso á la especie, al guipuzcoano Garibay, cuyas son estas palabras: «Más que ninguno estaba
firme en este propósito (en el de seguir á sus reyes pasados) el Marichal
D. Pedro que en la fortaleza de Simancas se hallaba preso, no queriendo
prestar el juramento y obediencia al Emperador por Rey de Navarra; y
pareciéndole que injustamente estaba detenido y no bien tratado, cayó en
tanto mal, que es pública fama (cierta ó incierta) que se mató á sí mismo,
hiriéndose con un cuchillo pequeño en la garganta, de que en este año falleció (Pasaje cit. por el P. Aleson—Anales del Reino de Navarra, t. 5.º,
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lib. 36, col. 1.ª, pág. 353). Garibay, buen rebuscador de archivos y bibliotecas, no conoció otro documento acerca de la muerte del Mariscal, que la
pública fama, amenudo falaz, y en el caso del Mariscal, interesada. Tomemos nota de ello.
El analista rebate con las siguientes palabras propias y ajenas, el aserto de Garibay: «El autor de las memorias manuscritas, que muchas veces
citamos, refuta con razón á Garibay, quien entre otras dudas maliciosas
(como él dice) de cierta ó incierta, hizo pública esta fama ó infamia, que
después se esparció demasiado. De dicho autor debemos decir que en todo
lo que escribe, es muy afecto á las cosas de Castilla, y más beaumontés
que agramontés. Con que se debe creer que sólo el amor de la verdad le
obligó a escribir lo que sigue: Aunque Garibay dice que el Mariscal murió en Simancas en el año de 1523, degollándose él mismo por la garganta con un cuchillo, y que de ello hubo fama pública, dícelo como
hombre ganoso de morder á todos. Porque el Mariscal fué grande cristiano y murió como tal, recibidos todos los sacramentos de la Iglesia,
según lo oí contar á un Eclesiástico de mucha virtud que á su muerte
se halló. (Id., íd, íd.)
Lo del suicidio parece impostura inventada por el astuto designio de
infamarle su memoria al insigne caballero que entre los más leales á la
causa legítima de «los tan buenos como infelices reyes D. Juan de Labrit
y D ª Catalina» resplandece, impidiendo que los navarros llegaran a profesarle reverencia y amor a título de héroe sacrificado, espejo, modelo y
aliento de intransigencia nacional. Los inventores de la patraña (si invención hubo), siguieron el camino abierto por el falsario, cuando desvió á la
eximia religiosidad navarra, del cauce de la lealtad; y así como D. Fernando colgó el sambenito de herejes á los Monarcas, los imitadores de él privaron de sepultura eclesiástica al Marichal, para que su nombre quedase
perpetuamente infamado. Con razón dice el analista que la rabia contra él
«pasó más allá de la muerte».
Pero el denigrativo rumor no pasó nunca en autoridad de cosa juzgada.
Prestaríanle asenso más ó menos sincero, los beaumonteses y los políticos
españoles atentos á afianzar la conquista. Con el tiempo las pasiones banderizas se fueron apagando y la generalidad de las gentes que en años
posteriores conservasen ó buscasen noticias de los sucesos pretéritos —las
cuales no serían muchas si hemos de juzgar por lo que ahora vemos—
cederían al natural amor de las cosas de la patria para atribuir á interesadas miras lo del suicidio del Mariscal Significa mucho que el P Alesón
resueltamente contradijese á Garibay, aunque escudándose con opiniones
ajenas y de autor manuscrito, pues el buen padre, en este peligroso negocio de la historia de la conquista, caminó cautamente según él mismo lo
advierte en su dedicatoria á los Tres Estados del Reino de Navarra: «y
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bien puedo asegurar—dice—que al usar de ellas (de las noticias acopiadas), procuró hacer sencillamente el oficio de Relator, dexando el de Juez
al lector desapasionado y de sana vista, á quien la luz alumbre y no ofenda.» Precaución puesta de bulto por los censores del libro, amantes de su
Reino patrio, pero unido á España según de las expresiones de ellos se
colige. Oigámosles: Dice el Dr. D. Matías de Izkue, vicario de San Nicolás de Pamplona: «Porque habiendo determinado el Soberano Arbitro de
la Tierra, conducir este Reino por medio de una furiosa borrasca, al seguro puerto en que ha gozado por dos siglos aquella serenidad constante que
tanto han envidiado las demás Provincias de Europa, trata con tan suave
delicadeza su prudente mano nuestras más sensibles heridas, que apenas
podemos percibir el dolor de ellas. Ni la lisonja maltrata con sus mordaces
tiros al vencido; ni la emulación obscurece con sus tristes sombras la gloria del vencedor; y así descubre con prodigiosa sinceridad, con docta pluma, los instrumentos de que se valió la Divina Providencia para la feliz
unión de estos Reinos cuando determinó fundar la Monarquía española en
la persona de nuestro nunca bastante celebrado Héroe D. Fernando el
Católico. »
Del Dr. D. Baltasar Lezaun y Andía, Provisor y Vicario General que
fué del Obispado de Calahorra y la Calzada, son las siguientes palabras:
«Lo mas apreciable de esta obra es la erudición profunda, juiciosa y prudente con que discurre el R. P. Alesón sobre el despojo que el Señor Rey
Católico D Fernando hizo en el año 1512 á los tan buenos como infelices
Reyes D. Juan de Labrit y D.ª Catalina, punto crítico en que tanto han
batallado los autores españoles y franceses, aprobando aquéllos lo que
tanto reprueban éstos; y sin querer hacerse Juez en esta causa, reserva á
los discretos lectores la sentencia; pero vindicando á nuestros Reyes de la
fea nota con que algunos autores han ofendido su memoria. Como si no
les bastase su desgracia da haber perdido el Reino de sus mayores, sin
añadir ese obscuro borrón á los Reyes mas beneméritos de la sede Apostólica ..... No faltan motivos legítimos de la ocupación y retención de Navarra por los señores Reyes de Castilla, sin recurrir á los que, tienen más
de disputa que de realidad.»
Ora el P. Alesón sintiese mús de lo que aparentaba, ora compartiese
el común criterio de entonces, navarro y españolista á un tiempo, no podía
hacer otra cosa sino escribir con suma precaución sobre ciertas materias
muy quebradizas. Dejadas aparte la severidad de las leyes y la suspicacia
de los gobiernos antiguos, no hemos de dar al olvido que Alesón era religioso, obligado á dar gusto á los superiores, no sólo en materias de dogma
y moral, sino en otras lícitamente opinables, pero que forman a modo
de un cierto ambiente de las comunidades, al cual han de amoldarse
con docilidad los religiosos, so pena de padecer molestias, a veces gra-
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ves, dentro de su orden. Y de ello tenemos ejemplos harto dolorosos y
recientes.
La precaución del analista aumenta el valor de su repulsa del suicidio,
cuya noticia otro historiador de Navarra, Favyn, contradijo, oponiéndole
un nuevo relato, eco de tradiciones trasplantadas á Paris por la Corte de
los Soberanos legítimos: «Cosa de dos meses antes, el fuerte Castillo de
Maya fué recuperado de los franceses por el Conde de Lerín, Condestable
D. Luis de Beaumont y el Conde de Miranda, Virrey de Navarra. Era gobernador de él D. Jaime Vélaz de Medrano, valiente y honrado caballero
navarro, con los del bando agramontés. El dicho señor Medrano y su hijo
fueron llevados prisioneros á Pamplona, donde el Virrey les hizo degollar,
por tanto que no quisieron entrar en servicio del Rey de Castilla. Por el
motivo mismo hicieron otro tanto á D. Pedro de Navarra, prisionero en
Simancas de Castilla.» (Hist. de Nav. páginas 720 y 721.—París, año
1612). Rotunda es la aseveración del historiador francés, pero no menos
expuesta á dudas, porque acerca de la muerte de D. Jaime Vélaz de Medrano y de su hijo D. Luis, afirma el P. Alesón que á los catorce días de
estar encerrados, murieron ambos, «no sin sospecha de veneno». (Anales
de Nav. V, lib. XXXVI, pág. 396). Y no es temeraria la sospecha: porque
la muerte de dos personajes de cuenta, en tan breve espacio de tiempo, no
tiene visos de natural.
El Obispo de Pamplona Fr. Prudencio de Sandoval reprodujo en su
Historia del Emperador Carlos V la noticia de Garibay con palabras más
afirmativas, quitando aquello de «pública fama, cierta ó incierta.» y corroborando el aserto con la cláusula: «que así lo dicen memorias de aquellos
tiempos» (lib. II, página 79), sin expresar cuales. Otros cronistas ó historiadores hablaron diversamente del asunto, pero de la comparación y cotejo de sus dichos, ninguna luz brota que disipe las sombras. Argaiz y
Antillón (Hist. ms. de los christianisimos Reyes de Navarra), dice que
por la resistencia del Mariscal á jurar fidelidad en Barcelona al Rey Don
Carlos «fue mandado volver á Castilla, estando presso hasta su muerte
en la fortaleza de Simancas» pág. 1.010). Avalos de la Piscina, en su Crónica de los Reyes de Navarra, manuscrita también, no se manifestó más
explícito que Argaiz: «fué tornado en Castilla, en la fortaleza de Simancas,
donde murió». Bartolomé Leonardo de Argensola, continuador del gran
Zurita, puso muy de bulto, con notoria afición, la entereza del Mariscal;
pero la cita del pasaje que estoy leyendo, nada dice sobre las circunstancias de la muerte, sino de una manera indirecta, con estas palabras: «sin
que el Marischal viese al Rey lo volvieron á Castilla». Pusiéronle en la
fortaleza de Simancas á donde perseveró en su constancia (ó en su obstinación). Ansí lo refiere el cronista Esteban de Garibay en su Historia de
Navarra». (Primera parte de los Anales de Aragón que prosigue los del
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Secretario Jerónimo Zurita &. pág. 563). El historiador Alvaro Gómez
presta oídos al rumor del suicidio: «... fué trasladado el Mariscal, que era
el principal de todos, á la fortaleza de Simancas, donde cansado de su
cautiverio, y desesperado de su situación, cayendo en una grandísima tristeza, dicen que se quitó la vida el año de 1523.» (De rebus Hispaniæ gestis in Hispania illustrata, t. I, pág. 1.087, n. I). Este Gómez cometió
el yerro de hacer á Diego Vélez—Jaime Vélaz de Medrano?—hermano del
Mariscal, según leo en el texto latino, no en la traducción castellana.) El
Dominico P. Medrano, continuador de Mariana, con menos caridad que
venenosa saña española, se cebó con hambre de hiena, en el cadáver del
infeliz caballero: «El Mariscal fué traído a Castilla y preso en el castillo
de Simancas, donde estuvo hasta el año 1523, último de su vida y de su
fama, pues con indigno y bárbaro despecho se dió la muerte con un pequeño cuchillo; desacreditando el antiguo valor, porque sólo un corazón
cobarde busca en la muerte el finde las desgracias que no puede sufrir la
pusilanimidad.» (Contin. de la Hist. gral. de Esp., t. 1.º, pág. 10). El
Calendario de Leyre copiado por el P. Moret, en la hoja del principio de
Marzo, anota: «Este mismo Mariscal, á los siete años de encarcelado, fué
encontrado á las ocho de la mañana, estrangulado en el lecho, el día de la
vigilia de Santa Catalina, en el Castillo de Simancas.» (Manusc. del P.
Moret, t. 2.º) Arnaldo Oihenart sólo quiso mentar el fallecimiento; dudaría
acaso y prefirió callarse, pues no le embargaban motivos de respeto á la
usurpación española: «murió en la cárcel de Simancas» (Notitia utriusque
Vasconie, pág. 364); y lo mismo el moderno Yanguas y Miranda. Véase
el interesante y copioso núm. IV: «La muerte del Mariscal», del cap. 2.º
en la importante y erudita obra del Dr. Arigita y Lasa, denominada El
Ilmo. y Rmo. Sr. D. Francisco de Navarra.—Pamplona MDCCCXCIX,
páginas 128 y siguientes. No así Mr. P. de Boisonnade, autor de una
muy amable, completa y documentada Histoire de la reunion de la Navarre á la Castille, que no abrigó la más leve sospecha acerca del suicidio: «El Mariscal preso en el castillo de Simancas, desesperado por su
largo cautiverio, pero indomable siempre, se degolló de una cuchillada,
dos años después» (pág. 539).
ARTURO CAMPIÓN
(Continuará.)
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