Las Relaciones entre la Revolución de Mayo y la Iglesia Católica

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Las Relaciones entre la Revolución de Mayo
y la Iglesia Católica
Un enfoque Histórico - crítico y una aproximación a la Argentina del Bicentenario
El presente trabajo de investigación se propone analizar, desde una perspectiva histórica y
crítica, las consecuencias en las relaciones Iglesia - Estado a partir de la Revolución de Mayo de
1810, comenzando con un estudio de los antecedentes e ideologías que prepararon el ambiente
revolucionario hasta llegar al establecimiento de los nuevos y radicales cambios en dichas
relaciones.
Creemos que este aporte es necesario para encarar, desde una perspectiva histórica seria, una
nueva propuesta de país frente al bicentenario de estos sucesos que forjaron nuestra Patria. Sólo
conociendo el verdadero sentir de aquellos criollos podremos aspirar a constituir un nuevo orden
nacional que genere una «nueva revolución» cuyo eje central sea la reconstrucción del tejido
social y moral de la Nación, priorizando el Bien Común ante cualquier interés mezquino e
individualista.
Si analizamos los estudios desarrollados con respecto al tema, podremos destacar el del Dr.
Rómulo Carbia, eximio historiador argentino que publicó La Revolución de Mayo y la Iglesia
Católica en la Revista «Anales de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales» de la Universidad
Nacional de La Plata (Tomo V) en el año 1915 y que servirá como base para nuestro estudio con
el fin de realizar una relectura del mismo y lograr una necesaria actualización.
La Iglesia Católica y el Estado Español en América no fueron dos instituciones aisladas y
distanciadas entre sí. Durante más de tres siglos actuaron ambas con dependencia mutua, casi
como una sola institución con dualidad de medios y fines.
Las grandes Bulas de Alejandro VI y Julio II, a fines del Siglo XVI y principios del XVII, habían
convertido al monarca español en un verdadero lugarteniente del Pontífice de Roma para todos
los asuntos eclesiásticos. La expansión de la fe cristiana en el nuevo mundo se presentó desde
entonces como un problema sobre la real conciencia de los monarcas.
Así nació la doble institución que debía regular las relaciones entre la Iglesia y el Estado: el Real
Patronato y el Vicariato Regio. Privilegio legítimo otorgado por el Papa, no a la «soberanía»,
sino a la «persona» de los Reyes, quienes en virtud de ese privilegio cargaban con la enorme
responsabilidad de conquistar a América para la fe de Cristo. Este punto será luego de vital
importancia para la justificación de la revolución americana.
De este modo, su acción se concretó en la designación de los obispos para las diócesis creadas
en el nuevo mundo y en la selección y envío de los misioneros. La organización eclesiástica de
los países descubiertos y conquistados venía a depender así del monarca hispano, y sólo por
medio de él y del Consejo de Indias de Roma.
Esta cuestión del patronato será, durante el período revolucionario, uno de los puntos más
controvertidos a resolver por los eclesiásticos criollos. Al respecto citaremos a Pedro Leturia
cuando dice:
La revolución y emancipación políticas indujeron automáticamente en aquel amplio
mecanismo eclesiástico un desquiciamiento cercano a la catástrofe: obispados,
cabildos, curatos, órdenes religiosas, centros de enseñanza, hospitales y misiones de
infieles (ruedas todas del Real Patronato que tenían en el Rey, tanto o más que en el
Sumo Pontífice, el centro secular de su gravitación dinámica), saltaron entonces
hechos pedazos o se confundieron en trepidaciones inconexas, hasta quedar de todo
parados. 1
Esto demuestra lo anteriormente planteado. La Revolución de Mayo, al declarar la caducidad de
las autoridades civiles y eclesiásticas de la metrópoli, cortaba automáticamente el único vínculo
que unía a América con la Sede Suprema del catolicismo romano.
Gran problema de orden espiritual y eclesiástico no menos que político plantea la revolución ya
que sus dirigentes se daban cuenta de que se encontraban ante un pueblo formado en la educación
cristiana y católica, y al que no era posible mantener alejado y separado de Roma.
Pedir el reconocimiento de la Santa Sede de las nuevas autoridades revolucionarias y enfrentarse
por tanto a España, era esperar demasiado. Por esto se prefirió solucionar el problema a través
de una salida lateral. Previa consulta a los canónigos cordobeses, el Deán Gregorio Funes y el
Dr. Aguirre, el gobierno estableció que el derecho de Patronato no había sido otorgado por los
papas a la «persona» de los reyes, sino a la «soberanía», y que, residiendo ésta ahora en los
nuevos gobernantes, se heredaba también con ella el derecho de Patronato. Esta tesis jurídica e
histórica no fue aceptada en su totalidad y llevó a profundos debates hasta hoy, pero en aquella
oportunidad sirvió para justificar el accionar revolucionario y encontrar una salida a un problema
que, tal vez, de otra manera no hubiera sido hallada.
Planteado de este modo uno de los principales conflictos que se generaron en la relación IglesiaRevolución, es necesario partir del proceso ideológico e histórico que desembocó en la
conformación del primer gobierno patrio y establecer cuál fue la participación del clero criollo
en el mismo.
Las desigualdades que se produjeron en las colonias españolas entre españoles peninsulares y
criollos americanos en el orden político, económico y comercial, también se percibió en el orden
religioso. Es sabido que desde principios del siglo XIX, estas desigualdades propiciaron un
ambiente revolucionario en el clero americano y un profundo anhelo de libertad.
Los obispos españoles del Río de la Plata, con algunas excepciones, fueron resistidos por el clero
colonial ya que no le agradaba demasiado que sus superiores fueran traídos de fuera sin apreciar
el mérito y la capacidad de los locales. Esta oposición a España se manifestó en la complacencia
del clero ante la dominación inglesa durante las invasiones. Todos los prelados religiosos
enviaron a Beresford una nota laudatoria que el prior dominico, Fray Ignacio Grela, remató,
luego, abogando en la cátedra sagrada por la solidificación del triunfo inglés; incluso el Obispo
Lué predicó en su favor y rindió el homenaje de acatamiento. Es de destacar que, ante la
reconquista, el clero guardó un rotundo silencio.
Pero sin duda, el origen y la actitud revolucionaria tuvo como base el pensamiento intelectual.
Si bien en las colonias el estudio de ciertos saberes ―como el Derecho, por ejemplo― no se
conocía y el ingreso de libros estaba restringido, no se pudo evitar la llegada de bibliografía que
ilustrara estos aspectos científicos. Muchos pensadores se preocuparon por el abandono de la
instrucción académica y sostuvieron ante la corona que era contraproducente mantener a los
americanos del virreinato en la ignorancia.
Esto fue tan significativo que se convirtió en una de las razones que justificó la revolución ya
que “toda educación pública era prohibida y se castigaba a los que hubiesen leído obras
filosóficas”. De este modo comprobamos cómo, una represión de la cultura y de la educación,
más allá de generar sometimiento, despierta el anhelo del saber y de la libertad de pensamiento.
Claro está con estos antecedentes que no resulta difícil detectar el porqué del desarrollo del ideal
revolucionario en el clero. Además, las doctrinas predominantes en Europa después de la
1
Pedro Leturia, S.J., La acción diplomática de Bolívar ante Pío VII (1820-1823), pp.1-10.Madrid, 1925.
Revolución Francesa, fueron llegando lentamente a Buenos Aires con aquellos jóvenes que,
como Belgrano, se encontraban en España, y que regresaron al país a fines del siglo XVIII.
Por lo dicho observamos que la adhesión del clero a la revolución no fue una actitud improvisada
sino que se gestó a partir de un proceso cimentado en las desigualdades sufridas y el desarrollo
de nuevas ideas científicas y filosóficas que la justificaron. Para esto basten las palabras de un
representante del joven clero. Domingo Victorio de Achega:
El nuevo gobierno (...) se ha fundado en toda razón y justicia y él en nada se opone
a los principios de la religión y de la sana moral (...). 2
El Deán Funes por su parte sostuvo en 1813 que:
(...) la revolución que libertara al nuevo mundo del poder de la tiranía era el
acontecimiento más digno de memoria de los hombres. 3
Finalmente creemos conveniente mencionar una cita que incorpora el Dr. Carbia en el estudio
señalado anteriormente y que pertenece al franciscano Fray Pantaleón García:
Es necesario tranquilizar la piedad alucinada. La autoridad emana de los pueblos
sostenida por la Providencia, que deja nuestras acciones a la voluntad libre. La
Omnipotencia no toma interés en que el gobierno sea monárquico, autocrático o
democrático; que la religión ni sus ministros pueden condenar los esfuerzos que hace
una nación para ser independiente en el orden político, dependiendo de Dios y sus
vicarios en el orden religioso. 4
Y finaliza el autor diciendo que esto “evidencia el concepto que el clérigo revolucionario de
mayo tenía de la emancipación, a la que, si se plegó desde la primera hora, no fue ni por espíritu
de veleidad ni por intuición de lo que vendría, sino simplemente porque esa actitud era el
resultado lógico del proceso (...) en el que colaboró la doctrina jesuítica, bastante en boga
entonces, acerca del origen del poder”.
Ahora analizaremos cómo se desarrollaron específicamente las relaciones entre el nuevo
gobierno y la Iglesia, dejando de lado un estudio detallado de los sucesos históricos ocurridos
entre el 22 y el 25 de mayo de 1810 por todos conocidos.
Dentro de la misma Iglesia las relaciones se tensionaron al encontrar un clero defensor de una
postura contraria a la del Obispo diocesano quien, en el cabildo abierto del 22 sostuvo que aun
caducada la Suprema Junta Central, no se justificaba la deposición del virrey y la constitución
de un nuevo gobierno, pues habiendo España conquistado, poblado y civilizado la América,
correspondía el mando, antes que a las poblaciones de aquí, a cualquier ciudad peninsular,
libre de franceses.
A pesar de esto, al recibir la comunicación oficial de la junta informándole su instalación y
solicitándole su acatamiento, respondió:
(...) Obedeceré a V.E., le cumplimentaré y felicitaré en cuanto me corresponde,
prestándome a sus disposiciones como autoridad superior del virreinato, hasta la
congregación de junta general en la forma que lo previene el bando publicado (...)
con lo que conceptúo tener cumplidos mis deberes (...) 5
De estas palabras podemos deducir claramente su posición ante el gobierno revolucionario. Por
un lado acata su autoridad pero por otro le recuerda su carácter provisional y transitorio. Además,
2
3
4
5
Museo Histórico Nacional, El Clero Argentino, tomo I, p. 46.
Ibídem, p. 65.
Ibídem. pp. 89 y ss.
Nota enviada el 26 de mayo de 1810.
y en líneas no transcriptas en la cita anterior, solicita a la Junta autorización para no asistir a la
sala capitular, hecho que vela su reserva y cautela frente a los hechos ocurridos.
Esto generó un largo conflicto que se extendió hasta la repentina muerte del prelado en 1812 y
que llevó a la Junta provisional a privarlo de presidir los oficios públicos en la Catedral,
coartando seriamente su acción pastoral. Así fue, en palabras de Carbia, “el que más de cerca
sufrió las consecuencias naturales del cambio, precisamente porque, por lo espiritual de su
misión, se vio obligado a continuar en el desempeño de su cargo entre gente que le era adversa
y hostil.” 6
En lo que respecta al clero, tanto regular como secular, casi la totalidad se plegó de inmediato a
la revolución, resultando, tanto la Junta Provisional como los demás gobiernos que la sucedieron,
la vía para avalar disputas internas originadas desde la época colonial.
Esta situación se agravó a partir de las regalías e intervenciones que comenzó a tener el gobierno
haciendo uso del derecho de Patronato que el mismo clero se encargó de justificar y otorgar. Se
produjo un relajamiento en la disciplina eclesiástica y cualquier conflicto interno era resuelto
con la intervención gubernativa además de generarse una persecución de los miembros españoles
del clero quienes, por el solo hecho de serlo eran mal vistos.
Así la Junta intervino en los capítulos provinciales de las órdenes para lograr el nombramiento
de americanos, retiró el ministerio de la confesión a todos aquellos sacerdotes que ponían en
duda su patriotismo, ordenó el adoctrinamiento sobre los principios revolucionarios en los
templos, etc. Esta intervención que tuvo el gobierno en la vida interna de la Iglesia, lo llevó a
tener injerencia en todos los asuntos eclesiásticos y llegar hasta la reforma de la vida monástica;
hechos que sirvieron de antesala a la reforma rivadaviana.
La forma en que comenzó el nuevo gobierno a ejecutar las regalías, autorizó a muchos clérigos
a hacer aquí lo que antes gestionaban en España, no siempre con éxito. Su objetivo fue tener al
clero de su lado ya que comprendió la gran influencia que ejercía sobre la población.
Sin embargo, y dejando de lado intereses personales y políticos, no podemos negar que gran
parte de ese clero estuvo al lado del nuevo régimen prestándole apoyo por un verdadero ideal
patriótico. Muchos, inclusive, sosteniendo con sus propios recursos los emprendimientos de la
Junta. Participó desde el Cabildo Abierto del 22, pasando por la conformación de la Junta
provisional Gubernativa y las sucesivas asambleas, hasta el Congreso de Tucumán en el que
podemos destacar la actuación de Fray Justo Santa María de Oro. De este modo fue como
colaboró en la tarea de formar al país.
Resumiendo intentaremos extraer algunas conclusiones a partir de esta exposición que, de
ninguna manera pretendió agotar el tema, sino ser el disparador para un análisis reflexivo y
crítico:
1 - Es imposible negar la trascendental y activa participación del clero americano en el proceso
revolucionario aportando, no sólo el material ideológico y teórico que lo justificaría, sino
también la acción política concreta.
2 - La Revolución fue consecuencia directa de un proceso que se fue gestando como
consecuencia de la absolutista y monopólica política de España.
3 - La censura y la falta de libertad en el ámbito académico e intelectual originó mayores deseos
de conocimiento lo que posibilitó el ingreso al virreinato de las nuevas corrientes ideológicas
surgidas en Europa a partir de la Revolución Francesa.
6
Rómulo Carbia, La Revolución de Mayo y la Iglesia, p.39. Buenos Aires 1945.
4 - Se produjo una división del clero en dos bandos desestabilizando la vida eclesial del Plata y
ocasionando un relajamiento en la disciplina y la rotura de relaciones con Roma.
5 - La participación del clero en cuestiones políticas despojadas de toda visión sobrenatural y
la intervención del Estado en cuestiones netamente eclesiales, nunca pueden dar frutos
positivos si se fundan en la superposición de funciones y en la desviación de objetivos
nobles.
6 - A pesar de algunas acciones equivocadas expuestas, la Iglesia no pudo ni quiso aislarse de
los acontecimientos que vivía la Patria y, gracias a su intervención, ésta se pudo construir
sobre la base de los principios cristianos.
Para finalizar realizaremos una aproximación a la situación contextual actual de la República
para lograr una proyección de estos sucesos de 1810 en miras al bicentenario.
Sin duda, ante la complejidad de la realidad social, política, cultural y económica de nuestra
Patria, la Iglesia ha asumido un compromiso que no se limita sólo a la denuncia de la injusticia
social y de la exclusión de muchos hermanos que están imposibilitados de alcanzar lo mínimo
para una existencia digna, sino que apela continuamente, a través de los abundantes documentos
de los últimos años, a la superación de la crisis moral que nos agobia y de la que derivan los
males del país. Como acción concreta organizó e impulsó el Diálogo Argentino, un espacio de
encuentro y comunión que, al extenderse por todo el país generó acciones que redundan en
beneficio del Bien Común por la activa participación de los ciudadanos en los diferentes ámbitos
de la sociedad.
Tanto hoy como ayer, la Iglesia no está al margen de los acontecimientos socio-culturales de la
Nación. Los contextos e intereses han cambiado pero, a pesar de la debilidad que muchas veces
puede mostrar por su carácter humano, no quiere evadirse ni estar ausente de los hechos que son
parte de la vida y conformación de la Argentina.
Hoy también estamos llamados a transformar la historia siguiendo los pasos del Señor de la
Historia, creando estructuras de caridad capaces de vencer estructuras de pecado; y sirviendo
también a la propia estructura eclesial, participando con madurez en la vida de la Iglesia y de la
sociedad.
Bibliografía
•
Carbia, Rómulo, 1945, La Revolución de Mayo y la Iglesia, Buenos Aires, Ed. Huarpes S.A.
•
Floria, C. y García Belsunce, C., 1975, Historia de los Argentinos- Tomo I. Buenos Aires, Ed.
Kapelusz.
•
Romero, José L., 1997, Las Ideas Políticas Argentinas, Buenos Aires, Fondo de Cultura económica.
•
Suárez, Matías, 1973, Historia de las Instituciones políticas Argentinas (1810 - 1943), Buenos Aires,
Ed. Plus Ultra.
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