CAPÍTULO 3 Cara Mason. La mujer más atractiva, sensual y deseada de toda la ciudad. Y la más envidiada también. Su mirada enigmática era capaz de mantener en vilo los corazones y pensamientos de muchos hombres y mujeres de Arahad. No era indiferente a nadie. Su sonrisa ocultaba en la mayor parte de las ocasiones segundas intenciones, solo entendidas por los privilegiados que podían decir que la conocían. Aún así, solo había una persona que supiera la verdad de Cara. Dahlia. A esta mujer era a la única que era capaz de abrir su corazón. No confiaba en nadie más. Solo en Dahlia. Se conocían desde que eran niñas. Siempre habían estado juntas y ahora Dahlia era la primera guardaespaldas de Cara, la jefa de su escolta personal. Un puesto de gran responsabilidad que solo era concedido a ciertas personas de confianza. Y para Cara, confiar en alguien, era una tarea muy complicada. El salto que Cara había dado en la escala social de la ciudad había sido exponencial. Proveniente de una familia humilis había conseguido ser la cabeza de los excelsus, controlando los grandes negocios de la ciudad y siendo la mujer más popular y rica de todo Arahad. El modo en que lo había conseguido pocos lo conocían. Las dos mujeres, que en la actualidad contaban con veintitrés años, habían vivido y sufrido más de lo que muchos se atreverían a contar. Un sufrimiento padecido juntas, motivo por el cual Cara se había convertido en un muro de cara a la galería, donde sus sentimientos y verdaderas intenciones estaban protegidos de cualquiera. El hecho de haber compartido tanto dolor en compañía de Dahlia era el nexo de unión que las mantenía tan unidas. Sentada en los sillones de cuero granate en la sala VIP del Morth Sith, Cara observaba la actividad que bullía en el interior, un piso por debajo de donde se encontraban, donde hombres y mujeres disfrutaban de la noche, aparentemente, de una discoteca. Al fondo, en el piso inferior, había una mujer vestida de cuero desde el cuello hasta los tobillos y calzada con botas que protegía la puerta de acceso a otra sala a la que solo unos pocos tenían acceso. Una de las mujeres de su escolta se acercó hasta el sillón con una copa de Martini con una aceituna en su interior y se lo ofreció a Cara. Esta cogió la aceituna y se la ofreció a la mujer, que abrió la boca de manera sensual. Cuando sus labios se cerraron apresando el fruto, Cara acarició el labio inferior con su dedo pulgar, provocando un 8 estremecimiento en la mujer. Mason sonrió satisfecha y a continuación le indicó que se marchara mientras clavaba su mirada en Dahlia, cuya expresión estaba constreñida, posiblemente por los celos. Cara disfrutaba provocándola de aquella manera. De algún modo retorcido, aunque era la persona que más apreciaba en el mundo, disfrutaba haciéndola sufrir. Bebió un sorbo de la copa y la dejó con cuidado sobre la mesa de hierro forjado negro que había a su lado. Observó cómo uno de los clientes del local se acercaba hasta la mujer que hacía guardia en la puerta al fondo de la sala. Esta se apartó dejándolo pasar. Sin quitar la vista de la escena, Cara preguntó a las mujeres que formaban su séquito. - ¿Ha pagado para poder entrar en la Sala? - Sí, ama. – Respondió apremiante la joven que le había entregado la copa de Martini, aún alterada por el roce de la piel de la yema de los dedos de Cara sobre sus labios. Obligaba a todas las personas que la servían a llamarla ama, y en alguna que otra ocasión había conseguido arrancar esas palabras incluso de las bocas de algunos excelsus. - ¿Quién es? - Es el dueño del local Serena, ama. - Uhm. ¿Y qué hace aquí? Cara desconfiaba de aquel hombre. Sabía de primera mano que envidiaba la fama de todos los locales que poseía Cara, y en especial envidiaba el Morth Sith. A su lado, el Serena era un simple bar de barrio, donde acudían los puestos más bajos de los excelsus y algunos faber, entre ellos miembros de la policía de la ciudad que no podían permitirse el lujo de entrar en los locales de Cara. En las fiestas en las que se había cruzado con él, habían podido charlar brevemente, pero en cada uno de los encuentros pudo percibir la ironía y el recelo en sus palabras. Había dos posibles respuestas a su pregunta: o estaba allí para intentar copiar ideas para emplear en su local de poca monta o en realidad deseaba entrar en la Sala. Cualquiera de las dos era factible. - Vigilad sus pasos y decidme qué ha hecho en la Sala. - Sí, ama.- Respondió la joven, que salió de allí para cumplir las órdenes de Cara. Mason volvió a mirar hacia la sala inferior y vio lo atestada de gente que estaba. Todos los días se llenaba hasta rebosar, y no era de extrañar. Lo que ofrecían allí, no lo proporcionaban en ningún otro sitio. Al menos no del mismo modo que ella. Sonrió al recordar el modo en que la gente se apartaba a su paso al entrar en el local y, donde 9 segundos antes parecía no entrar una mosca, se creaba un pasillo exclusivo para ella. Eso era el poder. Y lo tenía ella. Sintió un escalofrío y la excitación creció en su interior. Miró a Dahlia y en cuanto sus ojos se cruzaron con los de ella, la escolta supo lo que significaba. Cara estaba a punto de levantarse para irse con ella a un lugar privado donde poder liberar la excitación que sentía cuando llegó un hombre corriendo a la sala VIP. - Ama, una confesora ha abortado la operación de esclavos. – Dijo agotado, intentando recuperar el aire que le faltaba. - ¿Qué? ¡No puede ser! – Enojada, golpeó con el dorso de la mano el rostro del hombre que cayó al suelo perdiendo el equilibrio. ¡Malditas confesoras! Cara odiaba a las mujeres pertenecientes al clan Confesoras, ya que eran el principal y único impedimento en sus negocios y actividades. Había conseguido tener a la policía de su lado mediante sobornos y algunas amenazas, pero las confesoras eran impasibles. No les importaba que ya hubiera acabado con varios de sus miembros ni que hubiera torturado a otros para conseguir información sobre su paradero, su escondite. Seguían al pie del cañón. Las odiaba a todas, pero sobre todo a una en especial. Kahlan Amnell, su líder. 10