Procedimiento probatorio. La trifásica de las pruebas: aportación, admisión y producción Por Ricardo S. Favarotto Hassemer sostuvo, con razón, que “nos hemos hecho a la idea de que las normas jurídicas que regulan la prueba en el proceso penal —así como también en nuestra vida cotidiana— se asientan en la ‘racionalidad de una metodología empírica’. Una cuestión de hecho relevante para el caso queda fijada en la convicción del Juez (queda ‘probada’) cuando éste la admite conforme a un criterio empírico”1; claro que antes de llegar a esa fase terminal, resulta menester recorrer un cierto trayecto procesal, de forma tal que, en la práctica probatoria, es de toda conveniencia distinguir con nitidez los tres distintos momentos que la integran: ofrecimiento, admisión y producción. Ahora bien; en procura de un desarrollo pormenorizado de tan crucial aspecto de la dinámica de las pruebas, vamos a examinar las principales prescripciones del Código Procesal Penal de la provincia de Buenos Aires sobre la materia, comparando la precisa regulación de cada uno de esos períodos del iter probatorio con la de otros ordenamientos de su especie. El saldo de ese cotejo normativo, cabe anticiparlo, resulta ampliamente favorable a la codificación bonaerense, acaso porque este haya sido, de los segmentos del ritual penal, el que menos expuesto quedara a la intensa acometida antirreformista, iniciada a poco de su entrada en vigencia. 1. Aportación probatoria En el sistema acusatorio de enjuiciamiento penal de la provincia de Buenos Aires (leyes nº 11.922, 12.059 y sus modificatorias), la aportación de la prueba para el debate oral queda reservada exclusiva y excluyentemente a las partes litigantes (art. 338, 1 Hassemer (1984: 179). 1 1er. párrafo), con la implícita veda de que los jueces suplan la inactividad de cualquiera de los interesados (en particular, del acusador). Esos postulados —lógicas derivaciones de los principios que consagran el nemo iudex sine actore; ne procedat iudex ex officio, el onus probandi incumbit actori y el iudex iudicare debet secundum allegata et probata partium— se relacionan con lo dispuesto, por ejemplo, en el art. 728 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal Española (LECE, en adelante), donde se consigna que no podrán practicarse otras diligencias de prueba, ni ser examinados otros testigos que los comprendidos en las listas presentadas por las partes; aunque, a continuación, se establecen excepciones que desmerecen esa regla general y afectan la funcionalidad del modelo acusatorio, como aquellas medidas no propuestas por las partes “que el Tribunal considere necesarias para la comprobación de cualquiera de los hechos” (art. 729 nº 2, LECE). Otro tanto sucede en el Código de Procedimientos Criminales italiano, de 1988, al exponer que “las pruebas se admiten a instancia de parte” (art. 190, nº 1), y, al propio tiempo, prevé la posibilidad de que “las pruebas podrán ser admitidas de oficio”, cuando la ley así lo autoriza (art. 190, nº 2). Peor aún, en el Cód. Proc. Penal de la Nación (ley nº 23.984), si nadie hubiese ofrecido pruebas, el Presidente del Tribunal queda autorizado a disponer la recepción de aquella pertinente y útil que se hubiere producido en la instrucción (art. 356, 2º párr.); mientras que en la legislación procesal tucumana (ley nº 6.203), si el M. Público no aportara pruebas, será remplazado por el Presidente del Tribunal, quien, ante una nueva omisión, dispondrá la recepción de aquella pertinente y útil de la investigación penal preparatoria (art. 367). Dos buenos ejemplos de atribuciones difícilmente compatibles con el molde acusatorio. En materia de incorporaciones por lectura al juicio penal, no obstante la categórica formulación inicial del art. 366 del CPPBA, en tanto prescribe que “Las actuaciones de la investigación penal preparatoria no podrán ser utilizadas para fundar la condena del imputado”, se regulan enseguida una serie de situaciones que ensombrecen la regla general. Esa prolífica posibilidad de introducir las diligencias instructorias en el juicio se encamina a opacarlo, tratándose de una reglamentación procesal que luce incompatible con el texto del Proyecto de Reglas Mínimas de las Naciones Unidas para la administración 2 de la justicia penal2, más conocido como Reglas de Mallorca, cuyo canon 29, nº 1 asegura que “Todas las pruebas habrán de ser practicadas ante el Tribunal juzgador”. A menos que existan graves y fundados motivos (por tal, los actos definitivos e irreproductibles, entendidos como anticipos probatorios extraordinarios, con adelanto de la contradicción, aunque con un alcance diferente del que surge de la redacción actual del art. 274), el acusatorio impone como máxima infranqueable que toda la prueba deba ser producida en la audiencia oral, pública y contradictoria, con activa injerencia de las partes, inmediación e identidad física del juzgador o, lo que es lo mismo, que las actuaciones practicadas durante la IPP no podrán ser utilizadas para fundar la condena del acusado, como exclama el encabezamiento del reformado art. 366. El asunto en análisis, al fin de cuentas, nos enfrenta a la antigua polémica acerca del valor o eficacia —no ya procesal, sino probatoria— que solía asignársele a las actuaciones de la fase inicial, en desmedro de los derechos al contradictorio y de la defensa en juicio. En la estructura del proceso mixto, “el buen inquisidor, aniquila al buen sentenciante”; máxime cuando el Código Jofré concentraba ambas funciones en la misma persona: el juez penal. En definitiva, la legislación regulatoria del ingreso por lectura o medios audiovisuales de los actos procesales de la etapa preparatoria (art. 366), no se condice con la matriz acusatoria que proclama desde su garantística exposición de motivos. Aun con luces y sombras, el CPPBA asegura, de modo más claro que otros ordenamientos de su especie, un rol protagónico para las partes, fiel al principio dispositivo, garantizando un papel completamente pasivo del órgano juzgador (uni o pluripersonal, según el caso), que carece de iniciativa probatoria al estarle impedido introducir, de oficio, cualquier medida de acreditación del objeto criminoso, o de otros hechos o circunstancias del proceso (por fundamentales que puedan ser, dada su significación o aptitud reconstructiva, a los fines de averiguar la verdad histórica), lo que podría definirse como adopción plena de la tesis negativista o de la inercia judicial.3 2 Redactadas por una comisión de expertos, reunida en Palma de Mallorca en cuatro Sesiones de Trabajo, que tuvieron lugar el 23, 24 y 25 de noviembre de 1990, el 3, 4 y 5 de mayo de 1991, el 5, 6, 7 y 8 de setiembre de 1991 y el 14, 15 y 16 de febrero de 1992. Entre los destacados especialistas estaban Ruiz Vadillo, Struense, Tiedemann, Bacigalupo y David. 3 Así denominada, y severamente censurada, por Olcese (1998: 352-61). 3 Dicho con otras palabras, aval al deber autónomo de esclarecimiento y averiguación de la verdad (por parte del tribunal juzgador) y defensa del principio de imparcialidad, resultan, a nuestro modo de ver, imposibles de compatibilizar. Con más razón aun, en un sistema acusatorio que se precie de tal, donde la ajenidad a la contienda del órgano jurisdiccional debería alcanzar su mayor esplendor. 2. Admisión probatoria Una vez formuladas las concretas proposiciones probatorias de las partes, empieza la fase de admisión que concluye a través de la declaración jurisdiccional de pertinencia o, por el contrario, de rechazo a la medida acreditativa de la que se trate; esto último, solo cuando se diera alguna de las causales previstas en la ley. Así, por ejemplo, las actuaciones que hubieran sido obtenidas con supresión de garantías constitucionales de las personas o afectación del sistema institucional (arts. 209 2º párr. y 211), y las prohibiciones de declarar (art. 234). De cualquier forma, los motivos fundantes del rechazo siempre deberán ser interpretados con criterio restrictivo, pues desestimar con ligereza los medios de prueba de los litigantes implica cercenarles el derecho probatorio y, en definitiva, el de defensa en juicio. Partiendo de esa base y acorde al tenor literal del rito, lo que aquí podrían hacer los jueces —a lo sumo— sería sugerir la prescindencia de las pruebas manifiestamente impertinentes, superabundantes o superfluas (art. 338, 8º párrafo). Sin embargo, una lectura sistemática permitiría conectar esta disposición con aquella otra de la parte general según la cual “se podrán limitar los medios de prueba cuando ellos resulten manifiestamente superabundantes” (art. 209, última oración). A favor de esta última posibilidad, concurre la esclarecedora doctrina de la Corte Suprema de Justicia de la Nación, en el sentido de que “un precepto no debe ser interpretado ‘ad litteram’ sin una formulación circunstancial previa conducente a su recta exégesis jurídica porque, de lo contrario, se corre el riesgo de arribar a una conclusión irrazonable.”4 4 CSJN, “Basigaluz Sáez, Laura Ema”, sent. del 30/9/1986 (Fallos, 308:1861). 4 En cambio, de persistirse por el carril gramatical, queda claro que sugerir no es ordenar, como acota Domínguez5, y no obstante que la ley solo habla de sugerencia, Hortel entiende que “si la prueba resulta manifiestamente impertinente, es obvio que el Tribunal debe rechazarla, porque su aceptación violenta principios fundamentales del proceso oral”6. De Elía, de lege ferenda, estima que “la disposición debió ser imperativa porque el Tribunal es soberano en cuanto a las cuestiones que hacen al debate y tiene amplios poderes sobre la prueba y la investigación del delito”7, consideraciones con las que, por lo que venimos exponiendo, estamos en completo desacuerdo. Si bien en el texto del anteproyecto del CPPBA se prescribía que “el Tribunal ordenará la recepción oportuna de las pruebas ofrecidas, pudiendo rechazar la que fuere evidentemente impertinente o superabundante” (art. 343, 2º párr.), esta última facultad fue suprimida por la Legislatura al sancionarse la ley nº 11.922; pero ha quedado enhiesta y vigente la redacción del actual art. 209 (ya transcripto), que permitiría prescindir de la producción de la prueba en caso de superabundancia, “ya sea porque el hecho es notorio, o carece de importancia (por motivos jurídicos o fácticos), o ya está probado, o porque una afirmación relevante que debe ser probada para descargo del acusado, puede ser tratada como si ella fuera verdadera (la llamada presunción de verdad).”8 De cualquier modo, en este punto la divergencia con el derogado Código Jofré es significativa. Antiguamente se disponía que “la Cámara examinará las pruebas propuestas por una y otra parte y declarará cuáles son las pertinentes. Respecto de las que fueren desechadas deberá fundarse la denegación” (CPPBA/1915, 268, renumerado 271), y contra esa disposición del tribunal solo procedía la “protesta” del afectado. Por su parte, el CPPN admite que el Presidente del tribunal rechace las medidas de prueba que considere impertinentes o superabundantes (art. 356). En los códigos procesales cordobés (ley nº 8.123; art. 364) y tucumano (también art. 364) el rechazo lo hará la Cámara (la concesión, el Presidente). La LECE dispone que el tribunal estudie las pruebas propuestas, acepte las que considere pertinentes y deniegue las demás (lo que podrá ser recurrido, según el art. 659). 5 Domínguez (1997: 267). Hortel (1998: 470). 7 De Elía (2003: 481). 8 Roxin (2006: 386). 6 5 Ninguna de las legislaciones procesales examinadas, entonces, consagra con tanta precisión el criterio de injerencia mínima del juzgador, como el sistema bonaerense. 3. Producción probatoria Igual que en las etapas anteriores, al momento de la ejecución o práctica de la prueba en las salas de los tribunales —o en los lugares que hagan las veces de tales: art. 352— la actitud de los jueces no puede ser sino expectante, quedando la formulación de los interrogatorios a testigos, peritos e informantes (eventualmente, también al o los imputados), solo a cargo de las partes, empezando por aquella que los propuso, tras lo cual podrán ser sometidos a las repreguntas de los demás litigantes (cross examination), tal como resulta de los párrafos 2º y 3º del art. 360 del CPPBA. En forma excepcional, los magistrados están autorizados a requerir aclaraciones —recién después de agotadas las preguntas y repreguntas de los interesados— acerca de lo depuesto por los comparecientes, con el único propósito de disipar dudas respecto de aquellas manifestaciones que pudieran parecerles confusas o contradictorias (art. 364 in fine). Por consiguiente, se impuso —una vez más— el principio de injerencia mínima del órgano sentenciante. En cambio, para quienes postulan criterios de nula injerencia jurisdiccional, como Granillo Fernández y Herbel, “en cuanto al segundo apartado de este artículo (364), cualquier interpretación que suponga la potestad de interrogar al tribunal lo tornaría inconstitucional porque vulnera la esencia del debido proceso en cuanto se exige la actuación de un tribunal imparcial, es decir, ajeno a la contienda.”9 De cualquier manera, hubo aquí una transformación cardinal con relación al modelo de juicio oral instaurado por el Código Jofré, donde era práctica habitual que los cuestionarios a los declarantes los iniciaba y conducía —casi íntegramente y sin excepción— la Presidencia de la Cámara10, tras lo cual interrogaban a discreción los dos 9 Granillo Fernández y Herbel (2005: 743), aunque el paréntesis nos pertenece. Cavallero (1991: 20-1) tuvo esa misma impresión, al señalar que “Durante la primera audiencia pública del juicio oral para el juzgamiento de Carlos Monzón, éste fue interrogado largamente por la presidencia del tribunal. Esta circunstancia resultó asombrosa para algunos medios extranjeros que se preguntaron cómo podía juzgar imparcialmente al procesado, decidiendo sobre su culpabilidad o inocencia, quien previamente lo había sometido a declaración indagatoria. La objeción es correcta en el marco de la moderna doctrina 10 6 vocales, quedando un magro espacio, secundario y residual para las preguntas del Fiscal y la Defensa cuando el deponente tenía poco o nada original que agregar.11 Maier en el mensaje que dirigiera a la Legislatura de la provincia del Chubut (el 9 de diciembre de 1999), con motivo del tratamiento de su Proyecto de Código Procesal Penal (luego, convertido en ley nº 4.566 —aunque jamás llegó a entrar en vigencia—), sostuvo que “los interrogatorios ya no se realizan —como en el Código de Córdoba— por los jueces —y, eventualmente, si queda algo, por el fiscal o el defensor—, sino que la regla se ha invertido; es el oferente del medio de prueba que se está realizando el que tiene la primera palabra para que ese medio de prueba trasunte aquello que él desea como información en el juicio y, posteriormente, interrogará la contraparte. No se trata de un ‘process examination’ a la manera del derecho anglosajón; se trata solamente de que el tribunal no adopte posición alguna durante el procedimiento, si no hace falta. Los jueces del tribunal están autorizados a preguntar, pero en último término y, en última instancia, su Presidente.”12 Si bien en el juicio bonaerense se admiten las pruebas nuevas, ello es a condición de que las partes las soliciten en el curso del debate (art. 363), lo que se inscribe en términos semejantes al código cordobés (“a requerimiento de...”, dice el art. 400), a la vez que marca una brecha sustancial con otras legislaciones donde se faculta al tribunal de juicio a hacerlo, aun de oficio (así: CPPN, art. 388; CPPTuc., art. 400; CPP paraguayo, art. 394). D`Albora, comentando el CPPN, sostuvo que el art. 388 es otro ejemplo “de las facultades autónomas de investigación otorgadas al tribunal de juicio”13; poderes de los que carece en la provincia de Buenos Aires, guardando una fidelidad superior a las máximas que informan al acusatorio. procesal que ve en el juicio penal un proceso de partes, y por cierto que la contradicción apuntada no es achacable al tribunal sino al Código de Procedimientos bonaerense, lo que constituye prueba adicional de la completa caducidad cultural de nuestro sistema de enjuiciamiento criminal”. En sentido semejante se expresa, aunque refiriéndose a otro proceso, Sancinetti (2001). 11 Y más allá de las precisas estipulaciones del CPPBA, es decir, acorde a criterios principistas, se sostiene que “ya no es aceptable el juez del inquisitivo que rigió en el sistema del código anterior […] y no habrá de concederse excepción alguna en contra de la garantía del debido proceso, negando toda posibilidad al tribunal de hacerlo con el aparente justificativo de ‘formular preguntas aclaratorias’, pues el tribunal nada tiene que interrogar por sí mismo, sino que debe juzgar el drama que le presentan y desarrollan las partes del proceso” (Granillo Fernández y Herbel, 2005: 743). 12 Cfr. www.juschubut.gov.ar/normativa/codigos/ proyecto_penal /expomaier.htm 13 D`Albora (1997: 554). 7 Por lo demás, se dispone que terminada la recepción de las pruebas y la discusión final, y conferida la última palabra al acusado, el Presidente declara formalmente cerrado el debate (art. 368, 7º párr.), sin que, en principio, sea admisible la posibilidad de retrogradar el trámite una vez iniciada la deliberación que precede al dictado del veredicto anticipado o de la sentencia (arts. 371, 374 y 375); salvo que durante la deliberación el tribunal advierta que el hecho en juzgamiento difiere del contenido en la acusación, en cuyo caso se procederá del modo reglado en el art. 374, 3er. párrafo. En los Códigos de Córdoba y Tucumán, por su parte, se autoriza al tribunal a que “durante la deliberación”, si considera “absolutamente necesario ampliar las pruebas, podrá disponer a ese fin la reapertura del debate”, quedando limitada la discusión “al examen de los nuevos elementos” (art. 407, en los dos casos). A propósito de tan peculiar potestad jurisdiccional, Huici Estrebou y Castillo de Ayusa señalan que “las pruebas diversas de las recibidas con anterioridad deben aparecer manifiestamente relevantes para el descubrimiento de la verdad, por aplicación del art. 400 que autoriza introducir nuevas pruebas durante el desarrollo del debate”14, con lo cual la orientación del artículo —contrario a los principios que informan al acusatorio— ha quedado, claramente, puesta de manifiesto. Finalmente, el CPPBA establece que las principales secuencias del juicio penal quedarán documentadas en un acta que va redactando el fedatario del juez o tribunal, a medida que se avanza en el desarrollo de la audiencia oral (art. 369). Estas constancias en el acta constituyen un imperativo para la presidencia (más que una prerrogativa, habida cuenta que la norma dispone que el acta “contendrá...”), y a la par es un derecho de los interesados, por cuanto se deberá hacer constar en el acta “las menciones... que solicitaren las partes” (art. 369 nº 6); aunque resulta a todas luces conveniente hacer un ejercicio racional —entiéndase, no abusivo— de esa facultad de los litigantes para evitar que se desnaturalice la esencia oral del procedimiento, desde que la reiteración de asientos documentales podrían plagar de interrupciones lo que deben ser relatos continuos de los comparecientes. Ello, claro está, sin desmedro de la posibilidad de hacer uso de los medios registrales instituidos en el art. 370 (o sea, resumen, grabación y versión taquigráfica).15 14 15 Huici Estrebou y Castillo de Ayusa (1997: 623-4). Sobre este tema hay ampliatorias e interesantes reflexiones en el trabajo de Adler y Bruna (2000). 8 Bibliografía Adler, D. E. — Bruna, C. D. (2000), Constancias probatorias, juicio oral y casación. Buenos Aires: La Ley. Bertolino, P. J. (2005), Código Procesal Penal de la provincia de Buenos Aires. Comentado y anotado con jurisprudencia provincial, 8ª edición. Buenos Aires: Depalma. Cavallero, R. J. (1991), Justicia Criminal. Debates en la Corte Suprema. Buenos Aires: Universidad. D`Albora, F. J. (1997), Código Procesal Penal de la Nación. Ley 23.984, 3ª edición. Buenos Aires: Abeledo-Perrot. De Elía, C. M. (2003), Código Procesal Penal de la Pcia. Bs. As., 4ª edición, Librería El Foro S.A., Buenos Aires. Domínguez, F. G. J. y otros (1997), Código Procesal Penal de la Pcia. de Bs. As. Comentado, AA.VV. Santa Fe: Rubinzal-Culzoni. Falcone, R. A. — Madina, M. A. (2000), El nuevo proceso penal en la provincia de Buenos Aires. Buenos Aires: Ad-Hoc. — (2013), El proceso penal en la provincia de Buenos Aires, 3ª edición actualizada y ampliada. Buenos Aires: Ad-Hoc. Granillo Fernández, H. M. — Herbel, G. A. (2005), Código de Procedimiento Penal de la provincia de Buenos Aires. Comentado y anotado. Buenos Aires: La Ley. Hassemer, W. (1984), Fundamentos del Derecho Penal. Barcelona: Bosch. Hortel, E. C. (1998), Nuevo Código Procesal Penal de la Pcia. Bs. As. Ley 11.922, 9ª edición. Buenos Aires: Universidad. Huici Estrebou, J. L. — Castillo de Ayusa, A. L. (1997), Código Procesal Penal de la Pcia. de Tucumán. Ley 6.203. Avellaneda: Ábaco. Maier, J. B. J. (1999), Mensaje a la Legislatura de la provincia del Chubut a raíz del del Código Procesal Penal, en www.juschubut.gov.ar/normativa/codigos/proyecto_penal /expomaier.htm. 9 Olcese, J. M. (1998), Las facultades de investigación del Tribunal de Juicio en el sistema penal acusatorio. Buenos Aires: Jurisprudencia Argentina. Roxin, C. (2006), Derecho procesal penal. Buenos Aires: Editores del Puerto. Sancinetti, M. A. (2001), La violación a la garantía de la imparcialidad del tribunal. La doctrina del Tribunal Europeo de Derechos Humanos y de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos y su aplicación al caso Cabezas. Buenos Aires: Ad-Hoc. 10