La (anti)relatividad de Einstein

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La (anti)relatividad de Einstein
José Miguel Ledesma
Why the paradoxes of Einstein’s relativity? They are not paradoxes; they are
absurdities arising from the irrational assembly of two ideas that exclude each
other: the Lorentz’s aether and the Galileo relativity. The resulting chimera is the
spacetime, the "relativistic aether" of Einstein. Being viable for any laboratory the
experimental refutation of this nonsense: why is it still considered as valid? Is it a
giant error or is it a product of very busy disinformers?
¿Por qué las paradojas de la relatividad einsteiniana? No son paradojas, son
absurdeces que surgen del irracional ensamble de dos ideas que se excluyen una a
otra: el éter de Lorentz y la relatividad de Galileo. La quimera resultante es el
espaciotiempo, el "éter relativista" de Einstein. Siendo viable para cualquier
laboratorio la refutación experimental de esta tontería: ¿Por qué sigue vigente? ¿Es
una errata gigante o un producto de atareados desinformadores?
Jamás hubiéramos sabido de la (anti)relatividad einsteiniana si Newton,
sospechosamente, no hubiera interrumpido (cuarenta y tres años antes de morir), el
desarrollo de una mecánica basada en sus leyes. Y aunque pasaron más de tres siglos,
no se ve en el horizonte cuándo este desarrollo vaya a reanudarse: la aberrada creencia
general es que la "física clásica" dio todo lo que tenía, y con lo enquistado que está el
einsteinismo quién sabe hasta cuándo habrá que esperar para que la física se reinstale
sobre los rieles de la ciencia. La aparición del héroe relativista es un evento
extremadamente raro: entre Demócrito y Galileo pasaron veintiún siglos.
Los verdaderos e infrecuentes relativistas no solo coinciden, en lo esencial, con
el atomismo, sino que advierten la relatividad que implica este enfoque (la relatividad
tan bien explicada por Galileo en su 'Diálogo sobre los sistemas máximos'). No hay que
confundir a los relativistas verdaderos con otros detractores de Einstein, por ejemplo,
con los más de siete mil físicos e ingenieros que figuran en la lista de Jean de Climont
associates Ltd, que creen ser disidentes porque adhieren a la hipótesis del éter. Tal es su
confusión que no advierten que Einstein es de los suyos, un anti-relativista más con la
tara del "océano universal", sólo que Einstein introdujo una variante tan absurda de este
océano que ni los siete mil extraviados podrían dejar de notarlo.
Buscando alguna metáfora que ayude a explicar por qué el einsteinismo, siendo
un disparate, está tan instalado, digamos que la (anti)relatividad einsteiniana es un
conglomerado de contradicciones que solo pueden ser percibidas por los relativistas
natos, cuya intuición del espacio difiere del común. Una de las tantas contradicciones de
Einstein es que, habiendo (acertadamente), declarado innecesario el océano universal
llamado éter para la descripción de la "electrodinámica de los cuerpos en movimiento",
en sus teorías no encontramos vacío al espacio como sería de esperar, sino que
tropezamos con otro océano universal, un tal espaciotiempo, un absurdo ente elástico,
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agujereable y en expansión, cuya materialidad ha pasado desapercibida tras el mote
de "espacio no euclidiano" ¿Qué sería, entonces, un "agujero de gusano"? ¿Un espagueti
de espacio euclidiano dentro de un espacio no euclidiano?
¿Se reanudará, alguna vez, el despliegue de la mecánica de Newton? Nunca si
se desconoce el norte de la física: el principio de relatividad, que es, justamente, lo que
el propio Newton se propuso ocultar cuando introdujo su sensorio divino/espacio
absoluto (océano universal), y desde entonces el común de los físicos deambula en las
tinieblas.
Que las fuerzas de interacción no se transmitan instantáneamente, sino a la
velocidad de la luz, no invalida en absoluto la física newtoniana y mucho menos
significa que dicha velocidad tenga que ser "independiente del estado de movimiento de
la fuente y/o del observador". Al contrario de la interpretación establecida, los mal
comprendidos "efectos relativistas" se deben, justamente, a la relatividad de la
velocidad de la luz, no a su constancia. Y no se trata de una peregrina ocurrencia, es
lógico y manifiesto que así ocurre y así lo expresan, claramente, las propias y mal
entendidas ecuaciones de Einstein.
Para los pocos que no cargamos con la hipótesis congénita del "océano
universal", el principio de constancia de la velocidad de la luz es tan falso que ya no es
posible imaginar una pifia más vergonzosa. Y esto a pesar de lo mucho que hemos
escuchado de lo respaldado que está dicho principio por los innumerables experimentos,
tanto que ya a estas alturas, dicen, no debería ser considerado una hipótesis sino un
hecho indubitable.
Debido a la mencionada hipótesis congénita, los resultados de dichos
experimentos nunca fueron comprendidos. La verdadera interpretación —coherente con
el principio de relatividad galileano, que erróneamente Einstein creyó haber
reivindicado—, es que la luz no se propaga en un océano universal (por lo tanto: en
ningún éter ni espaciotiempo ni campo de Higgs), sino que, aunque onda, participa de la
inercia de los cristales y espejos en los que se retransmite. Los experimentos correctos,
los que demostrarían este hecho sin más retorcidas interpretaciones, ¡no se hicieron
nunca!, lo cual el paciente lector bien puede verificar buscando en la red mediante
frases como: 'Experimentos que demuestran la constancia de la velocidad de la luz' u
otras parecidas.
Resumiendo: que las fuerzas de interacción no se transmitan instantáneamente
no obliga a reemplazar la mecánica newtoniana por la quimera einsteiniana.
Las leyes de Newton implican la relatividad, esto es: no hay un ente real como
referente universal de movimiento: no hay sensorio divino ni éter ni espaciotiempo ni
campo de Higgs. Por lo tanto, la realidad consiste de átomos, o agrupaciones de ellos,
que se mueven unos en relación a otros en el vacío, como decía Demócrito de Abdera.
Lo anterior no entraña, como veremos, el olvido de las ondas y los campos que existen
entre los cuerpos.
Las contradicciones ("paradojas") de la (anti)relatividad einsteiniana deberían
inquietar mucho a los científicos —supuestamente, la herramienta inherente a su
profesión es la lógica—, pero no. El einsteinismo los ha convencido de que tales
absurdeces no denuncian un error de razonamiento, sino la miopía esencial del cerebro
humano corriente comparado con el de Einstein, distinto en una cantidad inusitada de
neuroglias. Hace más de un siglo que los físicos adhieren a esa superstición e ignoran
las alarmas de la lógica: "No hay contradicciones en la teoría de Einstein", nos dicen,
"solo nos parece que las hubiera. Son errores de interpretación de nuestros inadaptados
cerebros clásicos, algo así como espejismos o efectos ópticos".
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Para retomar el camino de la ciencia hay que volver bastante, hasta los tiempos
del materialista Demócrito unos dos mil cuatrocientos años atrás, y esto por dos
motivos: Primero, porque la desinformación y el monopolio de creencias está en la
esencia de las élites, y los registros y evidencias más famosos del ocultamiento de la
verdad nos vienen de la época de este filósofo, de cuando su enemigo, el teólogo y
aristócrata Platón, decidió pasar a mayores intentando quemar sus libros. Y segundo,
para ajustar la definición de átomo del filósofo materialista.
La palabra átomo, que significa indivisible, no se corresponde con lo que hoy
llamamos así, esto es, las unidades químicas de materia de la tabla periódica de
Mendeleiev, que como ya sabemos, no son precisamente indivisibles. El atomismo de
Demócrito tampoco permite dar cuenta de los llamados "campos", ya sean éstos
gravitatorios, eléctricos, magnéticos, etc.
Una nueva definición del átomo debería tener en cuenta lo siguiente:
1 - Si el movimiento de los átomos (o de los cuerpos tal que construcciones de
ellos), es sólo relativo a otros átomos y cuerpos —y no existen los supuestos medios
universales como el éter, el espaciotiempo y el campo de Higgs—, entonces el principio
de relatividad galileano es inherente al atomismo de Demócrito.
2 - Habiendo campos alrededor de los cuerpos materiales y siendo
universalmente válido el principio de relatividad —esto es: no siendo esos campos
manifestaciones locales de un supuesto sistema universal—, entonces dichos campos y
sus cuerpos asociados conforman unidades independientes.
Los verdaderos átomos no serían, entonces, partículas mínimas. Lo que
veríamos como tales —si pudieran verse— no sería otra cosa que centros de campos
infinitos elementales. Los átomos no serían partículas indivisibles sino campos infinitos
elementales. La tarea es descubrir las leyes que rigen la conjunción de dichos campos
elementales en la configuración de las partículas conocidas y por conocer. Y si alguien
no cree posible que lo elemental sea extenso y continuo, que vea si no es alguien que sin
embargo cree en el continuo espaciotiempo.
Las sombras que durante milenios encapotaron la ciencia de la física —que
comenzaba a iluminarse gracias a Galileo—, volvieron con el propio Newton cuando
éste renegó de la relatividad que él mismo formulara. El influyente místico inglés cubrió
la nada del ateo Demócrito —la nada es inherente al principio de relatividad—, con un
supuesto ente real y universal al que llamó "sensorio divino" y también "espacio
absoluto". Tal es así que Hawking —suscrito a la corriente anti vacío con Newton,
Einstein y el 99,99% de los científicos—, en su 'Breve Historia del Tiempo' nos dice
que la física de Newton se desprende de un sistema absoluto, lo cual no es cierto y él no
puede no saberlo: la dinámica de Newton es relativista y no hay modo de inferir de ella
la existencia de un sistema absoluto. Tal es así, que la (anti)relatividad einsteiniana
surge, oficialmente, como solución al gran problema del siglo XIX, esto es, la supuesta
incompatibilidad entre la relativista mecánica de Newton y el absolutista
electromagnetismo de Maxwell, porque según éste todas las ondas y los campos
electromagnéticos del Universo son sucesos locales en un medio absoluto llamado
éter. Por lo tanto, no existiendo el éter, no habiendo un relleno universal para el
vacío —tal cual fue la conclusión de Michelson después de tanto experimento—
tampoco hay incompatibilidad entre la mecánica de Newton y el electromagnetismo de
Maxwell.
Los fenómenos electromagnéticos, al igual que los mecánicos, son relativistas,
es decir: si los campos y las ondas que ellos difunden no existen en un medio universal,
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entonces dichos campos son intrínsecos a sus fuentes, a sus cuerpos tal que sus núcleos,
conformando ambos (cuerpos y campos), unidades independientes. Por lo tanto Einstein
no solucionó nada porque no había nada que solucionar, salvo que su verdadero objetivo
no haya sido explicar cómo funciona la realidad, sino, al igual que los teólogos Platón y
Newton, proponer un modo solapado de resguardar el océano de Dios como creencia
colectiva —llámese sensorio divino, éter o espaciotiempo—, el que, como vemos, fue
admitido y exitosamente patrocinado por los curadores académicos.
Para que el improbable lector se haga una idea de lo lejos que estamos de
reiniciar el desarrollo de la mecánica relativista basada en las leyes de Newton, en el
2012 el CERN anunció el "hallazgo" (sideralmente caro) del bosón de Higgs, que
vendría a ser la molécula de las que estaría constituido el océano de Dios, la "prueba" de
su existencia. En este caso, al océano de Dios no lo llaman éter, ni espaciotiempo, sino
campo de Higgs. Pero, funcionalmente son la misma cosa, ninguno de los tres existe,
son entes universales ficticios, por lo tanto son argucias anti-relativistas, ideas de
plenitud infiltradas en nuestras mentes para desplazar a la de vacío. Y encima el CERN
se aseguró que le regalen fortunas hasta el año 2020, hasta los pobres argentinos les
mandan plata.
Newton era consciente de que paraba en seco el desarrollo de su propia
física —la que hoy debería regir en lugar de esta surrealista "física moderna"—
y no faltaron contemporáneos que le hicieran notar la contradicción entre relatividad y
"sensorio divino". El místico inglés arrumbó la física con su vacío materialista y
relativista, y se aferró al "sensorio divino" (en discordancia con los grandes aportes a la
ciencia que se le atribuyen), porque siendo teólogo, astrólogo y alquimista, su actitud no
era tan científica como supersticiosa y de no renegar de la infinita nada compartiría
bancada e iría al infierno con el impío Demócrito y demás materialistas ateos, no sin
antes ser evacuado de la élite inglesa.
Sabemos que Newton vivió ochenta y cuatro años y que desde los cuarenta y
uno no hizo nada por desarrollar su mecánica. En vez de eso, el resto de su larga vida lo
dedicó a la magia, a borrar de la historia algunos de sus contemporáneos científicos y a
recibir los máximos reconocimientos y honores... ya no sabemos si por sus grandes
contribuciones a la física o por haber dejado de contribuir a ella. Hoy a nadie le dice
nada que Newton, dedicado la mayor parte de su vida a la magia, resulte el mayor
científico de todos los tiempos, y haya tenido una vida y una muerte de reyes, mientras
que el relativista Galileo, un clásico ejemplo de responsabilidad científica, haya vivido
sus últimos años preso y humillado, a pesar de haber sido un mimado de poderosos y
gran amigo del papa.
Se ha pretendido dar razón de las distintas suertes de Galileo y Newton
apelando a sus distintas circunstancias. Si vamos a analizar tales diferencias, no nos
olvidemos de la diferente actitud de ambos frente a la nada y la relatividad: Galileo la
descubrió y Newton la escondió, lo que inició toda una industria de artilugios para
cubrir la nada, como éteres y espaciotiempos, de los cuales hay miles de versiones (ver
Jean de Climont, associates Ltd) y en la cual se dilapidan siderales cantidades de dinero
para respaldar sus supuestas existencias.
Aunque creemos que es cosa del pasado, todo sucede como si intereses
perversos —de los que obligaron a Galileo a decir públicamente que el universo gira en
un eje que atraviesa la Tierra—, no hubieran dejado nunca de manipular el
conocimiento, de aturdir a la humanidad con incongruencias ataviadas de verdad
científica, en instaurar a inconscientes o conscientes desinformadores como nuestros
genios de la física.
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Hoy, por estar la cultura enterrada hasta las cejas en el pantano einsteinista,
hasta parece inocuo, inocente, sin importancia para el progreso de la ciencia, el que un
científico participe también de las creencias enemigas de la misma. Así estamos, con
científicos creyendo, entre tantas otras absurdeces, en mundos de ultratumba, en
santones hindúes y tibetanos, en gente que vive "actualmente en el futuro" o en otras
dimensiones (y que nos visitan) y en que viajamos frecuentemente, desdoblados, al
futuro (avalado por el American Institute of Physics, de Nueva York).
Nadie debería reírse de las creencias del pasado porque las de hoy son mucho
más desquiciadas y ridículas: ¿Es el hombre intrínsecamente irracional o lo es por obra
de las infames pirámides sociales, rampas idóneas para el ascenso e instauración de
inescrupulosos, manipuladores y psicópatas en las cúspides?
El "horror al vacío" de Newton es el mismo que el de Platón, Aristóteles y los
teólogos escolásticos, cuya horrorosa consecuencia para la ciencia fue la casi completa
destrucción de la enorme obra del atomista Demócrito. El porqué de esa actitud antivacío (anti-materialista) es consistente con que no se establezca que la realidad consta
sólo de átomos y nada, y que no hay un dónde para un trasmundo pleno de vida ultra
terrena, acondicionado para una esplendorosa (u horripilante) estancia eterna de miles
de millones de almas. Es por eso, quizás, que los milenarios átomos no fueron aceptados
hasta el año mil novecientos seis y que el vacío quién sabe cuándo, no mientras
desinformadores en las cúspides maniobren con sus recursos inmensos para embotar a
los que vivimos abajo.
El vacío en serio, del que nada sale y en el que nada desaparece, ha sido
siempre ardorosamente combatido: no hay más que ver los siderales costos disipados
por el LHC (La Máquina de Dios), para que siga establecido que el vacío relativista es
imposible, que el Universo es un lleno, un lleno anti-relativista de bosones de Higgs,
según el CERN; un lleno anti-relativista de espacio consistente, según Platón,
Aristóteles y la Escolástica; un lleno anti-relativista de sensorio divino, según Newton;
un lleno anti-relativista de éter luminífero, según Huygens y Fresnel; y un lleno antirelativista de continuo espaciotiempo, según Einstein.
Por eso es que, a pesar de la polémica entre Newton y Huygens sobre si la
naturaleza de la luz era corpuscular u ondulatoria, el espacio absoluto del primero y el
éter luminífero del segundo, y más tarde el espaciotiempo de Einstein y el campo de
Higgs, tienen el mismo propósito: ocultar la transparente nada porque en ella es
imposible la compensación post mortem de las carencias impuestas. Miles de millones
incordiarían exigiendo a las élites, esencialmente egoístas, justicia en vida, es decir, un
mundo totalmente distinto.
Según estas cuatro hipótesis, todos los cuerpos del Universo se encuentran
inmersos en tales entes, luego, son cuatro artimañas contra la nada, contra el vacío en
serio, contra la relatividad; cuatro obstáculos para la intelección del mundo. Las cuatro
son funcionales a la magia y al creacionismo porque de la verdadera 'nada' nada sale, no
como la nada de la Biblia y de la física moderna de la que aparecen universos enteros.
Para más confusión, cuando a principios del siglo 19 se confirmó la naturaleza
ondulatoria de la luz, se interpretó que Huygens estaba en lo cierto al postular al sistema
universal llamado éter como medio de propagación de las ondas luminosas, y como la
existencia del espacio absoluto también se daba por sentada —si bien para Newton la
luz era de naturaleza corpuscular—, por qué no suponer que el de propagar la luz fuera
una de sus virtudes.
Con el advenimiento del electromagnetismo, Maxwell —nacido y conformado
dentro del clima anti-relativista—, dio por descontado que el asiento de los campos
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eléctricos y magnéticos y el medio de propagación de la luz era un sistema universal,
llámese éter o espacio absoluto con los atributos que hagan falta. Éste es el motivo por
el cual, alrededor del año 1870, la física estaba separada en dos teorías adversas: la
mecánica —relativista según su formulación— y el electromagnetismo —no relativista
debido al enfoque sesgado de Maxwell. Tal separación no era real, sino generada por la
suposición de que los hechos eléctricos y magnéticos acontecen en un ente universal y
no en el sistema de la fuente como lo dicta el principio de relatividad.
Unir el éter y la relatividad significa inventar una teoría en base al éter y sin él
a la vez. Tal cosa no es posible y ningún súper genio puede hacer nada al respecto, pero
se le concedió a Einstein reconocimiento por este logro inexistente.
Hemos leído que —gracias, según dicen, a la inaudita cantidad de neuroglias en
su cerebro y a un cráneo tan abultado atrás que preocupaba a su madre—, Einstein
inventó la teoría que a pesar de prescindir del éter se basa en el éter.
Para satisfacer la primera condición tiene que cumplir con el primer principio,
el de relatividad: el éter universal no existe. Y para satisfacer la segunda condición tiene
que obedecer al segundo principio de su teoría: una única velocidad en el vacío para la
luz... entonces para Einstein el éter —o como se quiera llamar: espacio absoluto o
espaciotiempo— sí que existe porque una única velocidad para la luz es la condición de
su existencia, ya que como medio ondulatorio único no admite ondas viajando entre los
cuerpos a cualquier velocidad; proponer una única velocidad para la luz y admitir la
existencia de un medio universal para su propagación es lo mismo.
Vemos que para Einstein y para los físicos actuales, igual que para Parménides,
Zenón de Elea, Platón, Aristóteles, Newton, Huygens, Young, Fresnel, Maxwell,
Hawking, etc. la nada es imposible.
Einstein en su artículo 'Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento'
nos advierte de la contradicción entre ambos principios, pero enmarañado por sus
prejuicios la supone aparente y sobre tan absurdo fundamento construye su "teoría". En
realidad construye un derrumbe que no explica nada, pero nos lo impusieron como si
explicara mucho. La ciencia cuyo valor supremo es la verdad y la lógica su instrumento
fue desmantelada. Sin la lógica como faro no hay qué exponga al engendro de Einstein,
y los ámbitos reservados a los científicos se han llenado de místicos, extáticos «por la
síntesis entre religión y ciencia».
No había nada misterioso en la conciliación de la mecánica de Newton y el
electromagnetismo de Maxwell como se creía en el siglo diecinueve, no hacía falta la
(anti)relatividad einsteiniana: pasaba que el éter les nublaba el entendimiento.
De acuerdo con el principio de relatividad, el asiento de los campos —
eléctricos, magnéticos, gravitatorios, etc. —, no puede ser el sistema universal al que se
apegan los físicos, por lo tanto debe ser propio de cada sistema.
La calamidad que representa la teoría de Einstein es consecuencia de no haber
advertido este detalle: Los campos pertenecen al sistema inercial del cuerpo que es su
centro, su núcleo, lo cual no puede ser de otro modo:
Suponga un campo magnético que tiene como fuente un imán de hierro. El
campo y el hierro constituyen un mismo sistema desde el hierro hasta el infinito; campo
y hierro están en reposo el uno respecto del otro; cualquiera fuera su velocidad respecto
de un observador, el hierro y el campo van juntos a la misma velocidad; la forma del
campo no será distorsionada por causa de ninguna velocidad relativa entre el hierro y un
supuesto medio universal.
Si el hierro como fuente produjera variaciones en la intensidad del campo, tales
modificaciones se propagarían desde el hierro hacia el infinito de modo isotrópico a la
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velocidad calculada por Maxwell. Por lo tanto no sería posible, por medio de un
experimento —electromagnético en este caso—, medir la velocidad absoluta del hierro
estando en el sistema del mismo: la relatividad sería corroborada.
Pero Maxwell había sido formado, dijimos, en un clima anti relativista. El creía
que el hierro y su campo existen en diferentes sistemas. El campo existiría en el éter (o
en el espacio con propiedades manifiestas), lo cual contradice la relatividad, ya que la
forma del campo sería una función de la velocidad del hierro. Si el hierro generara
variaciones en la intensidad del campo, tales cambios se propagarían como ondas desde
el hierro hacia el infinito. Si el hierro estuviera inmóvil en el éter (velocidad absoluta
nula), tales ondas se alejarían de su fuente de modo isotrópico, pero si el hierro tuviera
velocidad (absoluta en este caso), las ondas ya no se alejarían del mismo en modo
isotrópico, lo cual sería más evidente cuanto mayor fuera la velocidad del hierro, lo que,
contrariamente a la relatividad, permitiría medir la velocidad absoluta del mismo
viajando con él y con el instrumento adecuado (que era lo que Michelson y Morley
pretendían hacer con su interferómetro).
Los fenómenos electromagnéticos son creados en el sistema de su fuente y no
en uno universal. La luz se propaga en el sistema de su origen de trayectoria y como
cualquier ente real participa de la inercia de éste como bien lo explicara Galileo en la
segunda jornada de su 'Diálogo sobre los sistemas máximos'.
En el siglo diecinueve los físicos tenían que escoger entre si el campo pertenece
al sistema de su fuente o a uno universal. La segunda opción es anti-relativista pero fue
la elegida ¿A qué se debió semejante pifia? Si no a la pérfida desinformación, debe ser
que a un atavismo, a una “condición a priori de la intuición” como decía Kant, o a una
desventurada analogía con la atmósfera ya que en ella estamos inmersos y ella transmite
ondas, de sonido, a velocidad única respecto de su medio. Tal analogía no es adecuada
para la luz en el vacío ya que, en el caso del sonido, la fuente y el medio de propagación
pertenecen a diferentes sistemas. Pero la creencia subyacente es que las estrellas,
planetas y todo lo que flota por el cosmos están inmersos en una especie de atmósfera
universal, la cual debería propagar las ondas electromagnéticas a velocidad única a su
respecto. En semejante universo no hay relatividad y tal concepción errónea explica
todos los intentos de medir la velocidad de la Tierra en la "atmósfera universal".
La idea de luces viajando por el vacío con diferentes velocidades no cabe en el
cráneo del que cree en el éter. Quien piense que la luz no puede viajar a diferentes
velocidades en el vacío es un creyente del éter porque esta es la condición del mismo:
no puede haber más de una velocidad de onda en un mismo medio de propagación.
Según la relatividad bien entendida, la luz se propaga a una única velocidad
pero en su propio medio de propagación, en su propio sistema de referencia donde fue
originada su trayectoria. Entonces, la luz no tiene por qué viajar a velocidad constante
respecto de otros sistemas.
La velocidad de la luz es inevitablemente dependiente del estado de
movimiento de la fuente y el observador. Como es de esperar, la composición
newtoniana de velocidades es aplicable también para la velocidad de la luz, ¿por qué no
se han detectado, entonces, diferentes velocidades de luz? Porque no se han utilizado, ni
pergeñado aún —debido a una enredadera de prejuicios—, los instrumentos adecuados.
Demostrar la relatividad de la velocidad de la luz no genera más dificultades que los
experimentos de Fizeau de hace ya un siglo y medio. Sólo hay que evitar que la luz
procedente de una fuente móvil se retransmita en espejos y cristales inmóviles en el
recorrido de la luz a observar.
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La idea de diferentes velocidades de luz en el vacío es aceptada una vez que se
entiende la razón, pero la constancia de la velocidad de luz sólo por confianza
irreflexiva en el principio de autoridad. Si tal concepto fuera verdadero, dos rayos de luz
provenientes de dos fuentes en diferentes estados de movimiento deberían recorrer en el
vacío, sin ningún tipo de interferencia en su trayectoria, una misma distancia en un
mismo tiempo. O, de modo más lapidario, un mismo rayo de luz debería recorrer en el
mismo tiempo la misma distancia en dos sistemas de referencia distintos. Imposible, sin
embargo eso es lo que dice el principio de constancia de la velocidad de la luz. Ninguno
de los experimentos que se mencionan como evidencia de la validez del segundo
postulado cumple con esta necesaria condición. Contra todo criterio razonable esta
simple prueba nunca se hizo y su resultado no daría lugar a aberradas interpretaciones
como con todos los experimentos anteriores. Lo que siempre han demostrado tales
experimentos es que la luz participa de la inercia de su origen de trayectoria. Claro que
esa no es la interpretación oficial, pero como el lector bien puede verificar, las luces
observadas en dichos experimentos nunca partieron de fuentes en movimiento.
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