La (anti)relatividad de Einstein José Miguel Ledesma Why the paradoxes of Einstein’s relativity? They are not paradoxes; they are absurdities arising from the irrational assembly of two ideas that exclude each other: the Lorentz’s aether and the Galileo relativity. The resulting chimera is the spacetime, the "relativistic aether" of Einstein. Being viable for any laboratory the experimental refutation of this nonsense: why is it still considered as valid? Is it a giant error or is it a product of very busy disinformers? ¿Por qué las paradojas de la relatividad einsteiniana? No son paradojas, son absurdeces que surgen del irracional ensamble de dos ideas que se excluyen una a otra: el éter de Lorentz y la relatividad de Galileo. La quimera resultante es el espaciotiempo, el "éter relativista" de Einstein. Siendo viable para cualquier laboratorio la refutación experimental de esta tontería: ¿Por qué sigue vigente? ¿Es una errata gigante o un producto de atareados desinformadores? Jamás hubiéramos sabido de la (anti)relatividad einsteiniana si Newton, sospechosamente, no hubiera interrumpido (cuarenta y tres años antes de morir), el desarrollo de una mecánica basada en sus leyes. Y aunque pasaron más de tres siglos, no se ve en el horizonte cuándo este desarrollo vaya a reanudarse: la aberrada creencia general es que la "física clásica" dio todo lo que tenía, y con lo enquistado que está el einsteinismo quién sabe hasta cuándo habrá que esperar para que la física se reinstale sobre los rieles de la ciencia. La aparición del héroe relativista es un evento extremadamente raro: entre Demócrito y Galileo pasaron veintiún siglos. Los verdaderos e infrecuentes relativistas no solo coinciden, en lo esencial, con el atomismo, sino que advierten la relatividad que implica este enfoque (la relatividad tan bien explicada por Galileo en su 'Diálogo sobre los sistemas máximos'). No hay que confundir a los relativistas verdaderos con otros detractores de Einstein, por ejemplo, con los más de siete mil físicos e ingenieros que figuran en la lista de Jean de Climont associates Ltd, que creen ser disidentes porque adhieren a la hipótesis del éter. Tal es su confusión que no advierten que Einstein es de los suyos, un anti-relativista más con la tara del "océano universal", sólo que Einstein introdujo una variante tan absurda de este océano que ni los siete mil extraviados podrían dejar de notarlo. Buscando alguna metáfora que ayude a explicar por qué el einsteinismo, siendo un disparate, está tan instalado, digamos que la (anti)relatividad einsteiniana es un conglomerado de contradicciones que solo pueden ser percibidas por los relativistas natos, cuya intuición del espacio difiere del común. Una de las tantas contradicciones de Einstein es que, habiendo (acertadamente), declarado innecesario el océano universal llamado éter para la descripción de la "electrodinámica de los cuerpos en movimiento", en sus teorías no encontramos vacío al espacio como sería de esperar, sino que tropezamos con otro océano universal, un tal espaciotiempo, un absurdo ente elástico, 1 agujereable y en expansión, cuya materialidad ha pasado desapercibida tras el mote de "espacio no euclidiano" ¿Qué sería, entonces, un "agujero de gusano"? ¿Un espagueti de espacio euclidiano dentro de un espacio no euclidiano? ¿Se reanudará, alguna vez, el despliegue de la mecánica de Newton? Nunca si se desconoce el norte de la física: el principio de relatividad, que es, justamente, lo que el propio Newton se propuso ocultar cuando introdujo su sensorio divino/espacio absoluto (océano universal), y desde entonces el común de los físicos deambula en las tinieblas. Que las fuerzas de interacción no se transmitan instantáneamente, sino a la velocidad de la luz, no invalida en absoluto la física newtoniana y mucho menos significa que dicha velocidad tenga que ser "independiente del estado de movimiento de la fuente y/o del observador". Al contrario de la interpretación establecida, los mal comprendidos "efectos relativistas" se deben, justamente, a la relatividad de la velocidad de la luz, no a su constancia. Y no se trata de una peregrina ocurrencia, es lógico y manifiesto que así ocurre y así lo expresan, claramente, las propias y mal entendidas ecuaciones de Einstein. Para los pocos que no cargamos con la hipótesis congénita del "océano universal", el principio de constancia de la velocidad de la luz es tan falso que ya no es posible imaginar una pifia más vergonzosa. Y esto a pesar de lo mucho que hemos escuchado de lo respaldado que está dicho principio por los innumerables experimentos, tanto que ya a estas alturas, dicen, no debería ser considerado una hipótesis sino un hecho indubitable. Debido a la mencionada hipótesis congénita, los resultados de dichos experimentos nunca fueron comprendidos. La verdadera interpretación —coherente con el principio de relatividad galileano, que erróneamente Einstein creyó haber reivindicado—, es que la luz no se propaga en un océano universal (por lo tanto: en ningún éter ni espaciotiempo ni campo de Higgs), sino que, aunque onda, participa de la inercia de los cristales y espejos en los que se retransmite. Los experimentos correctos, los que demostrarían este hecho sin más retorcidas interpretaciones, ¡no se hicieron nunca!, lo cual el paciente lector bien puede verificar buscando en la red mediante frases como: 'Experimentos que demuestran la constancia de la velocidad de la luz' u otras parecidas. Resumiendo: que las fuerzas de interacción no se transmitan instantáneamente no obliga a reemplazar la mecánica newtoniana por la quimera einsteiniana. Las leyes de Newton implican la relatividad, esto es: no hay un ente real como referente universal de movimiento: no hay sensorio divino ni éter ni espaciotiempo ni campo de Higgs. Por lo tanto, la realidad consiste de átomos, o agrupaciones de ellos, que se mueven unos en relación a otros en el vacío, como decía Demócrito de Abdera. Lo anterior no entraña, como veremos, el olvido de las ondas y los campos que existen entre los cuerpos. Las contradicciones ("paradojas") de la (anti)relatividad einsteiniana deberían inquietar mucho a los científicos —supuestamente, la herramienta inherente a su profesión es la lógica—, pero no. El einsteinismo los ha convencido de que tales absurdeces no denuncian un error de razonamiento, sino la miopía esencial del cerebro humano corriente comparado con el de Einstein, distinto en una cantidad inusitada de neuroglias. Hace más de un siglo que los físicos adhieren a esa superstición e ignoran las alarmas de la lógica: "No hay contradicciones en la teoría de Einstein", nos dicen, "solo nos parece que las hubiera. Son errores de interpretación de nuestros inadaptados cerebros clásicos, algo así como espejismos o efectos ópticos". 2 Para retomar el camino de la ciencia hay que volver bastante, hasta los tiempos del materialista Demócrito unos dos mil cuatrocientos años atrás, y esto por dos motivos: Primero, porque la desinformación y el monopolio de creencias está en la esencia de las élites, y los registros y evidencias más famosos del ocultamiento de la verdad nos vienen de la época de este filósofo, de cuando su enemigo, el teólogo y aristócrata Platón, decidió pasar a mayores intentando quemar sus libros. Y segundo, para ajustar la definición de átomo del filósofo materialista. La palabra átomo, que significa indivisible, no se corresponde con lo que hoy llamamos así, esto es, las unidades químicas de materia de la tabla periódica de Mendeleiev, que como ya sabemos, no son precisamente indivisibles. El atomismo de Demócrito tampoco permite dar cuenta de los llamados "campos", ya sean éstos gravitatorios, eléctricos, magnéticos, etc. Una nueva definición del átomo debería tener en cuenta lo siguiente: 1 - Si el movimiento de los átomos (o de los cuerpos tal que construcciones de ellos), es sólo relativo a otros átomos y cuerpos —y no existen los supuestos medios universales como el éter, el espaciotiempo y el campo de Higgs—, entonces el principio de relatividad galileano es inherente al atomismo de Demócrito. 2 - Habiendo campos alrededor de los cuerpos materiales y siendo universalmente válido el principio de relatividad —esto es: no siendo esos campos manifestaciones locales de un supuesto sistema universal—, entonces dichos campos y sus cuerpos asociados conforman unidades independientes. Los verdaderos átomos no serían, entonces, partículas mínimas. Lo que veríamos como tales —si pudieran verse— no sería otra cosa que centros de campos infinitos elementales. Los átomos no serían partículas indivisibles sino campos infinitos elementales. La tarea es descubrir las leyes que rigen la conjunción de dichos campos elementales en la configuración de las partículas conocidas y por conocer. Y si alguien no cree posible que lo elemental sea extenso y continuo, que vea si no es alguien que sin embargo cree en el continuo espaciotiempo. Las sombras que durante milenios encapotaron la ciencia de la física —que comenzaba a iluminarse gracias a Galileo—, volvieron con el propio Newton cuando éste renegó de la relatividad que él mismo formulara. El influyente místico inglés cubrió la nada del ateo Demócrito —la nada es inherente al principio de relatividad—, con un supuesto ente real y universal al que llamó "sensorio divino" y también "espacio absoluto". Tal es así que Hawking —suscrito a la corriente anti vacío con Newton, Einstein y el 99,99% de los científicos—, en su 'Breve Historia del Tiempo' nos dice que la física de Newton se desprende de un sistema absoluto, lo cual no es cierto y él no puede no saberlo: la dinámica de Newton es relativista y no hay modo de inferir de ella la existencia de un sistema absoluto. Tal es así, que la (anti)relatividad einsteiniana surge, oficialmente, como solución al gran problema del siglo XIX, esto es, la supuesta incompatibilidad entre la relativista mecánica de Newton y el absolutista electromagnetismo de Maxwell, porque según éste todas las ondas y los campos electromagnéticos del Universo son sucesos locales en un medio absoluto llamado éter. Por lo tanto, no existiendo el éter, no habiendo un relleno universal para el vacío —tal cual fue la conclusión de Michelson después de tanto experimento— tampoco hay incompatibilidad entre la mecánica de Newton y el electromagnetismo de Maxwell. Los fenómenos electromagnéticos, al igual que los mecánicos, son relativistas, es decir: si los campos y las ondas que ellos difunden no existen en un medio universal, 3 entonces dichos campos son intrínsecos a sus fuentes, a sus cuerpos tal que sus núcleos, conformando ambos (cuerpos y campos), unidades independientes. Por lo tanto Einstein no solucionó nada porque no había nada que solucionar, salvo que su verdadero objetivo no haya sido explicar cómo funciona la realidad, sino, al igual que los teólogos Platón y Newton, proponer un modo solapado de resguardar el océano de Dios como creencia colectiva —llámese sensorio divino, éter o espaciotiempo—, el que, como vemos, fue admitido y exitosamente patrocinado por los curadores académicos. Para que el improbable lector se haga una idea de lo lejos que estamos de reiniciar el desarrollo de la mecánica relativista basada en las leyes de Newton, en el 2012 el CERN anunció el "hallazgo" (sideralmente caro) del bosón de Higgs, que vendría a ser la molécula de las que estaría constituido el océano de Dios, la "prueba" de su existencia. En este caso, al océano de Dios no lo llaman éter, ni espaciotiempo, sino campo de Higgs. Pero, funcionalmente son la misma cosa, ninguno de los tres existe, son entes universales ficticios, por lo tanto son argucias anti-relativistas, ideas de plenitud infiltradas en nuestras mentes para desplazar a la de vacío. Y encima el CERN se aseguró que le regalen fortunas hasta el año 2020, hasta los pobres argentinos les mandan plata. Newton era consciente de que paraba en seco el desarrollo de su propia física —la que hoy debería regir en lugar de esta surrealista "física moderna"— y no faltaron contemporáneos que le hicieran notar la contradicción entre relatividad y "sensorio divino". El místico inglés arrumbó la física con su vacío materialista y relativista, y se aferró al "sensorio divino" (en discordancia con los grandes aportes a la ciencia que se le atribuyen), porque siendo teólogo, astrólogo y alquimista, su actitud no era tan científica como supersticiosa y de no renegar de la infinita nada compartiría bancada e iría al infierno con el impío Demócrito y demás materialistas ateos, no sin antes ser evacuado de la élite inglesa. Sabemos que Newton vivió ochenta y cuatro años y que desde los cuarenta y uno no hizo nada por desarrollar su mecánica. En vez de eso, el resto de su larga vida lo dedicó a la magia, a borrar de la historia algunos de sus contemporáneos científicos y a recibir los máximos reconocimientos y honores... ya no sabemos si por sus grandes contribuciones a la física o por haber dejado de contribuir a ella. Hoy a nadie le dice nada que Newton, dedicado la mayor parte de su vida a la magia, resulte el mayor científico de todos los tiempos, y haya tenido una vida y una muerte de reyes, mientras que el relativista Galileo, un clásico ejemplo de responsabilidad científica, haya vivido sus últimos años preso y humillado, a pesar de haber sido un mimado de poderosos y gran amigo del papa. Se ha pretendido dar razón de las distintas suertes de Galileo y Newton apelando a sus distintas circunstancias. Si vamos a analizar tales diferencias, no nos olvidemos de la diferente actitud de ambos frente a la nada y la relatividad: Galileo la descubrió y Newton la escondió, lo que inició toda una industria de artilugios para cubrir la nada, como éteres y espaciotiempos, de los cuales hay miles de versiones (ver Jean de Climont, associates Ltd) y en la cual se dilapidan siderales cantidades de dinero para respaldar sus supuestas existencias. Aunque creemos que es cosa del pasado, todo sucede como si intereses perversos —de los que obligaron a Galileo a decir públicamente que el universo gira en un eje que atraviesa la Tierra—, no hubieran dejado nunca de manipular el conocimiento, de aturdir a la humanidad con incongruencias ataviadas de verdad científica, en instaurar a inconscientes o conscientes desinformadores como nuestros genios de la física. 4 Hoy, por estar la cultura enterrada hasta las cejas en el pantano einsteinista, hasta parece inocuo, inocente, sin importancia para el progreso de la ciencia, el que un científico participe también de las creencias enemigas de la misma. Así estamos, con científicos creyendo, entre tantas otras absurdeces, en mundos de ultratumba, en santones hindúes y tibetanos, en gente que vive "actualmente en el futuro" o en otras dimensiones (y que nos visitan) y en que viajamos frecuentemente, desdoblados, al futuro (avalado por el American Institute of Physics, de Nueva York). Nadie debería reírse de las creencias del pasado porque las de hoy son mucho más desquiciadas y ridículas: ¿Es el hombre intrínsecamente irracional o lo es por obra de las infames pirámides sociales, rampas idóneas para el ascenso e instauración de inescrupulosos, manipuladores y psicópatas en las cúspides? El "horror al vacío" de Newton es el mismo que el de Platón, Aristóteles y los teólogos escolásticos, cuya horrorosa consecuencia para la ciencia fue la casi completa destrucción de la enorme obra del atomista Demócrito. El porqué de esa actitud antivacío (anti-materialista) es consistente con que no se establezca que la realidad consta sólo de átomos y nada, y que no hay un dónde para un trasmundo pleno de vida ultra terrena, acondicionado para una esplendorosa (u horripilante) estancia eterna de miles de millones de almas. Es por eso, quizás, que los milenarios átomos no fueron aceptados hasta el año mil novecientos seis y que el vacío quién sabe cuándo, no mientras desinformadores en las cúspides maniobren con sus recursos inmensos para embotar a los que vivimos abajo. El vacío en serio, del que nada sale y en el que nada desaparece, ha sido siempre ardorosamente combatido: no hay más que ver los siderales costos disipados por el LHC (La Máquina de Dios), para que siga establecido que el vacío relativista es imposible, que el Universo es un lleno, un lleno anti-relativista de bosones de Higgs, según el CERN; un lleno anti-relativista de espacio consistente, según Platón, Aristóteles y la Escolástica; un lleno anti-relativista de sensorio divino, según Newton; un lleno anti-relativista de éter luminífero, según Huygens y Fresnel; y un lleno antirelativista de continuo espaciotiempo, según Einstein. Por eso es que, a pesar de la polémica entre Newton y Huygens sobre si la naturaleza de la luz era corpuscular u ondulatoria, el espacio absoluto del primero y el éter luminífero del segundo, y más tarde el espaciotiempo de Einstein y el campo de Higgs, tienen el mismo propósito: ocultar la transparente nada porque en ella es imposible la compensación post mortem de las carencias impuestas. Miles de millones incordiarían exigiendo a las élites, esencialmente egoístas, justicia en vida, es decir, un mundo totalmente distinto. Según estas cuatro hipótesis, todos los cuerpos del Universo se encuentran inmersos en tales entes, luego, son cuatro artimañas contra la nada, contra el vacío en serio, contra la relatividad; cuatro obstáculos para la intelección del mundo. Las cuatro son funcionales a la magia y al creacionismo porque de la verdadera 'nada' nada sale, no como la nada de la Biblia y de la física moderna de la que aparecen universos enteros. Para más confusión, cuando a principios del siglo 19 se confirmó la naturaleza ondulatoria de la luz, se interpretó que Huygens estaba en lo cierto al postular al sistema universal llamado éter como medio de propagación de las ondas luminosas, y como la existencia del espacio absoluto también se daba por sentada —si bien para Newton la luz era de naturaleza corpuscular—, por qué no suponer que el de propagar la luz fuera una de sus virtudes. Con el advenimiento del electromagnetismo, Maxwell —nacido y conformado dentro del clima anti-relativista—, dio por descontado que el asiento de los campos 5 eléctricos y magnéticos y el medio de propagación de la luz era un sistema universal, llámese éter o espacio absoluto con los atributos que hagan falta. Éste es el motivo por el cual, alrededor del año 1870, la física estaba separada en dos teorías adversas: la mecánica —relativista según su formulación— y el electromagnetismo —no relativista debido al enfoque sesgado de Maxwell. Tal separación no era real, sino generada por la suposición de que los hechos eléctricos y magnéticos acontecen en un ente universal y no en el sistema de la fuente como lo dicta el principio de relatividad. Unir el éter y la relatividad significa inventar una teoría en base al éter y sin él a la vez. Tal cosa no es posible y ningún súper genio puede hacer nada al respecto, pero se le concedió a Einstein reconocimiento por este logro inexistente. Hemos leído que —gracias, según dicen, a la inaudita cantidad de neuroglias en su cerebro y a un cráneo tan abultado atrás que preocupaba a su madre—, Einstein inventó la teoría que a pesar de prescindir del éter se basa en el éter. Para satisfacer la primera condición tiene que cumplir con el primer principio, el de relatividad: el éter universal no existe. Y para satisfacer la segunda condición tiene que obedecer al segundo principio de su teoría: una única velocidad en el vacío para la luz... entonces para Einstein el éter —o como se quiera llamar: espacio absoluto o espaciotiempo— sí que existe porque una única velocidad para la luz es la condición de su existencia, ya que como medio ondulatorio único no admite ondas viajando entre los cuerpos a cualquier velocidad; proponer una única velocidad para la luz y admitir la existencia de un medio universal para su propagación es lo mismo. Vemos que para Einstein y para los físicos actuales, igual que para Parménides, Zenón de Elea, Platón, Aristóteles, Newton, Huygens, Young, Fresnel, Maxwell, Hawking, etc. la nada es imposible. Einstein en su artículo 'Sobre la electrodinámica de los cuerpos en movimiento' nos advierte de la contradicción entre ambos principios, pero enmarañado por sus prejuicios la supone aparente y sobre tan absurdo fundamento construye su "teoría". En realidad construye un derrumbe que no explica nada, pero nos lo impusieron como si explicara mucho. La ciencia cuyo valor supremo es la verdad y la lógica su instrumento fue desmantelada. Sin la lógica como faro no hay qué exponga al engendro de Einstein, y los ámbitos reservados a los científicos se han llenado de místicos, extáticos «por la síntesis entre religión y ciencia». No había nada misterioso en la conciliación de la mecánica de Newton y el electromagnetismo de Maxwell como se creía en el siglo diecinueve, no hacía falta la (anti)relatividad einsteiniana: pasaba que el éter les nublaba el entendimiento. De acuerdo con el principio de relatividad, el asiento de los campos — eléctricos, magnéticos, gravitatorios, etc. —, no puede ser el sistema universal al que se apegan los físicos, por lo tanto debe ser propio de cada sistema. La calamidad que representa la teoría de Einstein es consecuencia de no haber advertido este detalle: Los campos pertenecen al sistema inercial del cuerpo que es su centro, su núcleo, lo cual no puede ser de otro modo: Suponga un campo magnético que tiene como fuente un imán de hierro. El campo y el hierro constituyen un mismo sistema desde el hierro hasta el infinito; campo y hierro están en reposo el uno respecto del otro; cualquiera fuera su velocidad respecto de un observador, el hierro y el campo van juntos a la misma velocidad; la forma del campo no será distorsionada por causa de ninguna velocidad relativa entre el hierro y un supuesto medio universal. Si el hierro como fuente produjera variaciones en la intensidad del campo, tales modificaciones se propagarían desde el hierro hacia el infinito de modo isotrópico a la 6 velocidad calculada por Maxwell. Por lo tanto no sería posible, por medio de un experimento —electromagnético en este caso—, medir la velocidad absoluta del hierro estando en el sistema del mismo: la relatividad sería corroborada. Pero Maxwell había sido formado, dijimos, en un clima anti relativista. El creía que el hierro y su campo existen en diferentes sistemas. El campo existiría en el éter (o en el espacio con propiedades manifiestas), lo cual contradice la relatividad, ya que la forma del campo sería una función de la velocidad del hierro. Si el hierro generara variaciones en la intensidad del campo, tales cambios se propagarían como ondas desde el hierro hacia el infinito. Si el hierro estuviera inmóvil en el éter (velocidad absoluta nula), tales ondas se alejarían de su fuente de modo isotrópico, pero si el hierro tuviera velocidad (absoluta en este caso), las ondas ya no se alejarían del mismo en modo isotrópico, lo cual sería más evidente cuanto mayor fuera la velocidad del hierro, lo que, contrariamente a la relatividad, permitiría medir la velocidad absoluta del mismo viajando con él y con el instrumento adecuado (que era lo que Michelson y Morley pretendían hacer con su interferómetro). Los fenómenos electromagnéticos son creados en el sistema de su fuente y no en uno universal. La luz se propaga en el sistema de su origen de trayectoria y como cualquier ente real participa de la inercia de éste como bien lo explicara Galileo en la segunda jornada de su 'Diálogo sobre los sistemas máximos'. En el siglo diecinueve los físicos tenían que escoger entre si el campo pertenece al sistema de su fuente o a uno universal. La segunda opción es anti-relativista pero fue la elegida ¿A qué se debió semejante pifia? Si no a la pérfida desinformación, debe ser que a un atavismo, a una “condición a priori de la intuición” como decía Kant, o a una desventurada analogía con la atmósfera ya que en ella estamos inmersos y ella transmite ondas, de sonido, a velocidad única respecto de su medio. Tal analogía no es adecuada para la luz en el vacío ya que, en el caso del sonido, la fuente y el medio de propagación pertenecen a diferentes sistemas. Pero la creencia subyacente es que las estrellas, planetas y todo lo que flota por el cosmos están inmersos en una especie de atmósfera universal, la cual debería propagar las ondas electromagnéticas a velocidad única a su respecto. En semejante universo no hay relatividad y tal concepción errónea explica todos los intentos de medir la velocidad de la Tierra en la "atmósfera universal". La idea de luces viajando por el vacío con diferentes velocidades no cabe en el cráneo del que cree en el éter. Quien piense que la luz no puede viajar a diferentes velocidades en el vacío es un creyente del éter porque esta es la condición del mismo: no puede haber más de una velocidad de onda en un mismo medio de propagación. Según la relatividad bien entendida, la luz se propaga a una única velocidad pero en su propio medio de propagación, en su propio sistema de referencia donde fue originada su trayectoria. Entonces, la luz no tiene por qué viajar a velocidad constante respecto de otros sistemas. La velocidad de la luz es inevitablemente dependiente del estado de movimiento de la fuente y el observador. Como es de esperar, la composición newtoniana de velocidades es aplicable también para la velocidad de la luz, ¿por qué no se han detectado, entonces, diferentes velocidades de luz? Porque no se han utilizado, ni pergeñado aún —debido a una enredadera de prejuicios—, los instrumentos adecuados. Demostrar la relatividad de la velocidad de la luz no genera más dificultades que los experimentos de Fizeau de hace ya un siglo y medio. Sólo hay que evitar que la luz procedente de una fuente móvil se retransmita en espejos y cristales inmóviles en el recorrido de la luz a observar. 7 La idea de diferentes velocidades de luz en el vacío es aceptada una vez que se entiende la razón, pero la constancia de la velocidad de luz sólo por confianza irreflexiva en el principio de autoridad. Si tal concepto fuera verdadero, dos rayos de luz provenientes de dos fuentes en diferentes estados de movimiento deberían recorrer en el vacío, sin ningún tipo de interferencia en su trayectoria, una misma distancia en un mismo tiempo. O, de modo más lapidario, un mismo rayo de luz debería recorrer en el mismo tiempo la misma distancia en dos sistemas de referencia distintos. Imposible, sin embargo eso es lo que dice el principio de constancia de la velocidad de la luz. Ninguno de los experimentos que se mencionan como evidencia de la validez del segundo postulado cumple con esta necesaria condición. Contra todo criterio razonable esta simple prueba nunca se hizo y su resultado no daría lugar a aberradas interpretaciones como con todos los experimentos anteriores. Lo que siempre han demostrado tales experimentos es que la luz participa de la inercia de su origen de trayectoria. Claro que esa no es la interpretación oficial, pero como el lector bien puede verificar, las luces observadas en dichos experimentos nunca partieron de fuentes en movimiento. 8