Poesia de posguerra1

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Tema 10
La poesía de 1939 a finales del siglo XX.
Tendencias, autores y obras principales.
1. INTRODUCCIÓN
Al término de la guerra civil española (1939), la entrada de la dictadura falangista
supuso la implantación de un nuevo entramado político e ideológico, donde se revisó
la labor del artista y la censura se convirtió en norma estética. A este hecho que ya de
por sí cohibió la libertad de los artistas, se unió el exilio forzado de numerosos
escritores que apoyaron la República (Ramón Pérez de Ayala, Francisco Ayala, Ramón
J. Sénder), y la muerte de escritores que habían sido un verdadero referente literario,
como Unamuno, Valle-Inclán o Federico García Lorca.
Por eso, la desorientación cultural de los primeros años de la posguerra fue muy
acusada en todos los géneros literarios, y explica que la lírica de los poetas que se
mostraron en desacuerdo con el nuevo régimen se caracterizara por la búsqueda, por
el enfoque existencialista de la vida cotidiana, basado en la tristeza y en la
frustración, la soledad, la inadaptación y la muerte. Pero a la altura de años 50, se
percibe un cambio de actitud en los autores, fundamentado en el compromiso y en la
denuncia de la sociedad en que se vive: la poesía realista y social. Tendencia esta que
en los 60 se pretenderá abandonar para buscar una lírica más intimista, personal y
reflexiva: la poesía de la experiencia. Ya en los 70, se ahondará en la renovación
formal tanto en la estructura como en el lenguaje, para recoger el legado de las
vanguardias que quedó truncado en los años 20, que vino representado en la poesía
de los novísimos y que generará una dispersión estética y una pluralidad de
tendencias en la poesía de los últimos años, acorde con la voz personal de cada
autor. Bajo estas coordenadas, vamos a abordar las tendencias más relevantes con sus
autores y obras más significativas desde los 40 hasta la actualidad.
2. La poesía de los 40: poesía arraigada y poesía desarraigada.
En la inmediata posguerra se distinguieron dos tendencias líricas claramente
contrapuestas:
a) La poesía arraigada: cultivada por aquellos poetas acorde con el nuevo régimen,
que se caracterizó por el cultivo de estrofas clásicas, como el soneto, para construir y
dar la sensación de estar en un mundo ordenado y armónico; por el tratamiento de
temas evasivos y universales: el amor, el patriotismo, la religión. Su máximos
representantes fueron Dionisio Ridruejo, Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, etc.,
autores que difundieron los poemas de la nueva bandera social española en revistas
literarias como Escorial y Garcilaso.
b) La poesía desarraigada o existencialista: esta tendencia tuvo su punto de partida
con el poemario de Dámaso Alonso Hijos de la ira, de 1944, y se caracterizó por el
cultivo del verso libre y prosaico, para ofrecer una imagen de mundo caótico; por tratar
temas como la angustia y el dolor de vivir en un mundo injusto e imperfecto. En esta
línea se situaron Eugenio de Nora, Victoriano Crémer, además de Dámaso Alonso, y
tuvieron en la revista literaria Espadaña su principal cauce de comunicación.
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3. La poesía social de los 50.
Como ocurrió en la novela, en los 50 surge un movimiento que empieza a
preocuparse por las circunstancias que rodean al hombre y con un claro tono de
denuncia: la llamada poesía social. Se caracterizó por el uso de un lenguaje sencillo y
llano para poder acercarse al pueblo, y aunque esta línea estética ya se podía vislumbrar
en autores de años anteriores como Miguel Hernández, sus máximos exponentes se
encontrarán en esta década con las figuras de Blas de Otero y Gabriel Celaya.
Autores estos que emplearon el verso libre y expondrán a menudo su convicción de
considerar su oficio como un instrumento más útil que bello para conseguir la libertad
y el bienestar propio y colectivo, tal y como delataron los poemarios Pido la paz y la
palabra, de Blas de Otero, y Cantos iberos, de Celaya.
4. La lírica de los 60: la poesía de la experiencia
La lírica de esta década empezará paulatinamente a desvincularse del tono social y de
denuncia de la década anterior para dirigir su mirada hacia otros temas más
intimistas como el recuerdo de la guerra, la infancia, la adolescencia o la
reflexión personal: es lo que ha venido en denominarse como la poesía de la
experiencia. El punto de partida fue la publicación del ensayo de Carlos Bousoño,
Teoría de la expresión poética, a partir del cual los poetas empiezan a concebir e interpretar
la poesía no tanto como medio de comunicación, sino ante todo como vía de
conocimiento.
No quiere decir por ello que los poetas de esta época abandonaran por completo el
componente social, pero sí desmantelarlo como el único foco exponencial de la poesía.
En esta línea se situaron autores como Ángel González, Jaime Gil de Biedma, José
Ángel Valente, etc., y se caracterizaron por ofrecer en sus poemarios un tono
intimista, a veces confesional, buscando un estilo de sencillez expresiva y la
libertad tanto en la medida de los versos como en la puntuación.
5. La lírica de los 70: los novísimos
Los hondos cambios sociales que se produjeron en España durante la década de los
60 —sobre todo con la apertura al exterior, potenciando el turismo, para ofrecer otra
imagen al mundo—, se intensificaron durante los 70, y trajo consigo un inusitado
interés por la cultura popular del cine, la música, el rock, las novelas policíacas y las
revista de moda. Estas circunstancias permitieron que los poetas de esta época
desarrollaran nuevas actitudes ya claramente opuestas a las premisas realistas. Este
impacto se certificó con la aparición de la antología editada por José María
Castellet, Nueve novísimos poetas españoles (1970), donde incluía a poetas
consagrados con otros que daban a la luz su primer poema, como Pere Gimferrer,
Guillermo Carnero, Leopoldo Panero, etc.
Estos nuevos poetas, aunque nunca formaron grupo, sí coincidieron en la
necesidad de transcender la expresión directa y el uso del lenguaje coloquial
para reorientar la poesía hacia la novedad, la creatividad y el arte. De ahí que se
caracterizaran por la recuperación del carácter vanguardista para reivindicar una
actitud contrapuesta a los movimientos de posguerra y el exhibicionismo cultural, en
el sentido de que llenan sus poesías de hechos culturales incluso en los títulos y en los
nombres propios.
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6. La lírica actual.
Llegada la transición, parecía que el género lírico conocería un florecimiento y una
libertad hasta entonces desconocida, sin embargo lo único que trajo consigo fue la
desorientación de los propios escritores, como ocurrió en la novela con los narradores
experimentales, y en el teatro cuando el público empezó a desertar de las salas para
asistir a la gran espectáculo que ofrecía el cine.
Por su parte, los novísimos intentan desligarse del compromiso formalista que ofrecían
sus poemas para no llevar la etiqueta de «escuela». Esto generó una diáspora estética y
una pluralidad de tendencias que será lo que caracterice la poesía de los últimos años.
Dispersas tendencias, entre las cuales cabe destacar las siguientes:
—La poesía neosurrealista: aunque cultivada ya por los novísimos —pero de manera
tangencial—, irrumpe en 1980, gracias a Blanca Andreu con De una niña de provincias que
se vino a vivir en un Chagall, un nuevo fervor por la expresión lírica surrealista, que supuso
un retorno al yo poético —tras largo tiempo desatendido—, el resurgimiento de un
sentimiento neorromántico, el cultivo de un verso largo, lleno de imágenes chocantes,
metáforas sorprendentes e irracionales, y una clara subversión de lenguaje por las
fuertes rupturas sintácticas y cargadas de neologismos. A la estela de Blanca Andreu, se
sumaron Fernando Bertrán con Aquelarre en Madrid (1983), una onírica visión de la gran
ciudad, o Concha García con una poesía erótica en versículo libre cargada de imágenes
muy cercanas al surrealismo.
—La poesía del silencio o minimalista: esta tendencia conoce su apogeo entre 19801985 y parte de la idea de que la experiencia poética es, como la mística, inefable, y la
palabra un torpe instrumento que sólo señala indicios de la experiencia. Es una poesía
abstracta, intelectual, de expresión concisa, y tiene como máximos representantes y
seguidores a Jaime Siles (Música de agua, 1983); Andrés Sánchez Robayna (La roca 19801983); Ada Salas (Arte y memoria del inocente, 1988).
—Poesía de la experiencia: con una clara continuación de los poetas de los 60, esta
tendencia exalta las experiencias vividas y las emociones que de ellas se suscitan como
algo transcendente, y se caracteriza por el uso de un lenguaje lírico cotidiano para que el
lector empatice con sus sentimientos; por el cultivo de un diáfano tono narrativo para
entender su vida como un relato histórico llena de intimidad, y por el uso de una voz
poética distinta a la del poeta para crearse una máscara de sí mismo que expresa su
historia, su visión, sus temores. Entre sus máximos representantes se encuentran Luis
García Montero, Carlos Marzal, Felipe Benítez Reyes o Benjamín Prado.
—Poesía neoclásica y helénica: Bajo esta tendencia se agrupan una serie de poetas
que regresan o aluden a espacios, mitos o temas clásicos para proyectar un placer
hedonista de la experiencia presente. No hay en estas alusiones a lo cásico un
ornamento superfluo ni exhibicionismo cultural como en los novísimos, sino una manera
original —posmoderna— de renovar los mitos para hablar de placer intenso del yo, de lo
íntimo y lo confesional, como María Sanz en Aves del paso (1991) o Ana Rosseti en
Indicios vehementes (1985), aunque en muchas ocasiones el epicentro de lo mítico es el
mundo presente y la vida postmoderna.
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