Por mis hijos... “Yo sólo pude estudiar hasta tercer grado porque teníamos la escuela muy lejos y teníamos que ayudar a mi papá y mi mamá”. En 1980, mientras el país estaba en plena guerra, María Francisca, (Ver fotografía) se marchó de su cantón de San Vicente rumbo a la ciudad, con la maleta cargada de sueños. Quería que sus 10 hijas e hijos tuviesen una vida mejor y en gran medida lo consiguió gracias a su esfuerzo diario por sacarlos adelante. Panchimalco, El Salvador, 9 de marzo de 2012. El Cantón los Palmones , reúne varias características tanto de la ciudad como del campo. Se encuentra a tan solo 10 minutos en carro de San Salvador, por lo que muchos de sus habitantes viajan diariamente a la capital para trabajar o estudiar. Una vez en el interior del Cantón, las calles están sin asfaltar y la mayoría de los lotes están situados en la parte más baja, a unos 15 minutos caminando entre senderos. Allí, en medio de la naturaleza, se encuentra la vivienda de María Francisca Arévalo. Aunque padece de artritis, la mujer camina diariamente como 20 minutos cuesta arriba para poder agarrar el microbús que le lleva a la ciudad. En total, se pasa alrededor de tres horas en ruta (hora y media de ida, hora y media de vuelta). Trabaja como empleada de hogar en una casa de la colonia Escalón desde hace muchos años y gracias a su esfuerzo, sus hijas e hijos han tenido acceso a la educación. Francisca cuenta a UNICEF que los comienzos fueron duros: “Cuando llegué, cobraba como 80 colones (unos $9) al mes. La habitación que alquilábamos costaba 30 colones, por lo que el resto del dinero era para la comida de mi mamá y mis niñas y niños”. Por aquel entonces, en la casa donde trabajaba le daban alojamiento y comida, pero apenas estaba con sus pequeños. “Yo sé que lo pasaron muy mal al comienzo, entre otras cosas por el clima” asegura, “porque aquí es más fresco que donde estábamos y tenían frío. Pero esas cosas me las contaba mi mamá, yo me perdía casi todo porque casi nunca les veía”. En los comienzos, no tenían ni agua ni luz y se arreglaban con la recogida en pozos y el alumbramiento de candiles. Tampoco tenían letrinas, construyeron una fosa y allí hacían sus necesidades. La situación en El Salvador ha cambiado notablemente desde entonces. Las cifras globales demuestran un incremento en el acceso a servicios básicos. En el 2010, cuatro de cada cinco hogares tenía acceso a agua por cañería (EHPM). En cuanto a la electricidad, el 91,6 % de la población tenía acceso a tendido eléctrico. Eso sí, continúan siendo marcadas las diferencias entre la zona rural (81,6%) y urbana (97%). Tiempo después de llegar a Panchimalco, la mamá de Francisca murió y su hermano regresó para San Vicente. Francisca comenzó una relación con su actual pareja y padre de sus otras siete hijas e hijos y juntos compraron y construyeron el terreno de la lotificación donde ahora residen. Ella nunca ha regresado a su pueblo natal, ni le gustaría regresar. Estando cerca de la ciudad, sus 10 hijas e hijos han tenido acceso a la educación: “yo sólo pude estudiar hasta tercer grado porque teníamos la escuela muy lejos y teníamos que ayudar a mi papá y mi mamá”. En el año 2009, el Ministerio de Educación estimó que más de 173,000 NNA entre las edades de 5 a 14 años nunca habían asistido a la escuela. Con gran esfuerzo, Francisca ha logrado que todas sus hijas e hijos finalicen noveno grado y varios han realizado el bachillerato. En este punto se presenta otro problema: “Con gran pena, pero no puedo pagarles la universidad. Yo les digo que se la paguen ellos mientras trabajan, pero la cuestión del laboral está bien difícil y ninguno lo ha logrado”. Mientras nos enseña la lotificación donde reside actualmente, sorprendemos a una de sus hijas preparando tortillas y a otros frijoles. Esta última se llama Gabriela Martínez Arévalo, tiene 18 años y estudia tercer grado de bachillerato. Es una muchacha tímida y amable que nos abre las puertas de su casa y nos confiesa que le encantaría ser tecnóloga: “pero creo que el año que viene voy a tener que dejar de estudiar, por falta de recursos. Buscaré algo en qué trabajar”. A Gabriela le gustaría conocer el pueblo donde nació y creció su mamá porque le encanta la tranquilidad y sueña con tener un terreno donde poder trabajar su cosecha. Aun así, no cambia por nada su Panchimalco natal: “tampoco me iría a San Salvador, allí hay una gran bulla y es más peligroso, esto es bien tranquilo y estoy en la naturaleza”.