La metralla imborrable - Vallecas Todo Cultura

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La metralla imborrable
Uría Fernández
El objetivo de esta exposición es rescatar del olvido a las víctimas
civiles de los bombardeos en Vallecas durante la Guerra Civil. El
silencio impuesto por los vencedores sepultó bajo los escombros
el sufrimiento, el dolor y la existencia de todos aquellos que la cruel
metralla de los obuses franquistas hizo saltar en mil pedazos.
su colección «Crónicas de retaguardia» nos han llevado hasta uno de
los pocos escenarios vallecanos que ha sobrevivido a los bombardeos
de la Guerra Civil: la casa de la calle Peironcely, 10. Y no contentos
con eso, nos han desvelado que fue allí, en ese mismo lugar, donde
Robert Capa tomó una de sus más conocidas fotografías.
El antiguo municipio vallecano –como Carabanchel, como Tetuán,
como Villaverde, como todos esos pequeños pueblos que limitaban
con Madrid, hoy convertidos en barrios–, resistió el asalto de las
tropas rebeldes, hombro con hombro junto a la capital. Y por ello,
tuvo que pagar un alto precio. Sus humildes vecinos se convirtieron
en objetivo militar.
Por otra parte, en la medida de nuestras posibilidades, se ha
comprobado y completado la información adjunta –ubicación, fecha,
protagonistas, etc– que los fotógrafos dejaron sobre las imágenes
en sus archivos. Esto nos ha permitido corregir algunos importantes
errores como:
Franco, obsesionado con conquistar Madrid a costa de lo que fuera,
no dudó en masacrar los poblados de casas bajas de Tetuán y
Vallecas. Sin embargo, prohibió bombardear el barrio de Salamanca,
para salvaguardar las propiedades de los que habían apoyado la
sublevación.
La aviación alemana e italiana, enviadas por Hitler y Mussolini en
apoyo de la causa rebelde, vaciaron sus cargas de muerte sobre
los vallecanos en numerosas ocasiones. Pilotos que, sin ningún tipo
de escrúpulo, fueron capaces de asesinar a bombazos a mujeres y
niños –como nos relata Arturo Barea en su cuento «Proeza»– o de
perseguir y ametrallar desde sus cazas a los que trataban de huir
corriendo a campo abierto.
Los datos
Las estadísticas sobre las víctimas de los bombardeos son escasas y
poco fiables. Distintos autores facilitan varias cifras. Por ello hemos
acudido a las fuentes directas para buscar los datos. Sin embargo, no
hemos conseguido encontrar los documentos de todos los ataques
aéreos y artilleros sufridos por Vallecas.
Las informaciones encontradas se refieren a cinco ataques
efectuados entre el 2 de noviembre de 1936 y el 20 de julio de
1937. Bombardeos que causaron 77 víctimas, de las que 35 fueron
mortales y 42 heridos.
Sin embargo, sabemos que hubo muchos más. Existen partes de
guerra publicados que citan ataques sobre Vallecas de los que no
hemos hallado el correspondiente expediente judicial. Por no hablar
de la abundante información gráfica sobre los escenarios destruidos
por los bombardeos, de los que tampoco hemos encontrado la
oportuna documentación que nos ofrezca los datos sobre las
víctimas.
Las mil palabras de una fotografía
La fotografía analizada como soporte informativo, a veces, aporta
muchos más datos que un documento escrito. Ese es uno de los
aspectos centrales que hemos trabajado en esta exposición. El
tratamiento de la imagen, no como un elemento estético, sino como
soporte documental. Hemos ido a la búsqueda de cada una de las
mil palabras –y datos– que se esconden tras cada fotografía.
En este sentido queremos destacar la aportación de José Latova y
Alberto Martín Escudero, que siguiendo la pista de una fotografía de
–El reportaje sobre la llegada de Ramón González Peña a Tetuán de las
Victorias, que aparecía archivado como «Manifestación de simpatizantes
comunistas en Vallecas a favor del establecimiento de relaciones
diplomáticas con la URSS».
–Atribuir la identificación y localización exacta de las imágenes del
colegio de Santa Teresa, conocido hoy como Divina Pastora, en la
calle Emilio Ortuño nº 13, que aparecían archivadas como «disturbios
del 11 de marzo».
–Localizar con exactitud las fotografías del fondo Santos Yubero en
las que aparecen los almacenes Tarodo, el centro de recreo El Cortijo
y el Centro Obrero del Puente de Vallecas que también estaban
archivadas bajo un genérico «disturbios del 11 de marzo».
Asimismo, se han incluido todas las imágenes encontradas de
cada uno de los hechos sucedidos en Vallecas durante la Guerra
Civil. Muchas de ellas reiteran alguna información, pero nos hemos
resistido a hacer una selección de las mismas pues queremos que
sea el propio espectador el que haga la suya.
Es nuestra intención situar al público en el lugar del fotógrafo, que
se sienta presente en el momento que sucedieron los hechos y
que observe todos los ángulos y puntos de vista que él vio. Porque
aunque dos imágenes se parezcan mucho, siempre hay matices
diferentes que aportan nueva información: desde personajes que
pasan de forma inadvertida por la escena hasta la propia iluminación
que, por ejemplo, nos revela la hora del día en que fue tomada la
fotografía.
En total, presentamos al espectador cerca de dos centenares de
imágenes, documentos y testimonios en torno a la Guerra Civil y
sus prolegómenos, procedentes de una decena de archivos públicos,
privados y personales.
Los testigos
La narración visual ofrecida por las fotografías, que nos trasladan
directamente al lugar de los hechos a través de su poder evocador,
la hemos completado con los testimonios de quienes estuvieron
presentes. Voces destacadas que denunciaron sin ambagages las
atrocidades cometidas por la aviación franquista.
Nos referimos al periodista Enrique Fajardo –Fabián Vidal–, al escritor
Arturo Barea o al periodista y diputado Antonio de la Villa, que
como los fotógrafos, captaron la instantánea de lo que vieron, pero
utilizando la palabra como soporte de su instantánea.
La familia Malanda García
En 1938, el escritor Arturo Barea publicó el cuento «Proeza» en el libro
titulado Valor y miedo. En aquel relato, recreaba el bombardeo de
Vallecas del 20 de enero de 1937. La historia estaba protagonizada
por una familia a la que un junker alemán destrozó la vida. Mató a
la madre, a su bebé de dos meses y a otras dos hijas –de 10 y 15
años–. Además, la metralla mutiló un pie a otro vástago –de 6 años–
y llenó el cuerpo de heridas
metálicas a otra pequeña –de tres años–. Junto a ellos, murieron
19 personas más. Barea, en su relato, sólo identificó a los padres:
Raimundo Malanda Ruiz y Librada García del Pozo. Para narrar aquel
horror, no necesitaba más.
El cruce de los apellidos de los padres han bastado para localizar hoy
a María Malanda García, la hija pequeña de tres años cuyo cuerpecito
fue desgarrado por la metralla, y cuyas cicatrices no se han borrado, a
pesar de los años transcurridos. Ella misma nos cuenta cómo, en una
reciente intervención médica, los cirujanos se extrañaron al encontrar
pequeñas esquirlas de metal en su cabeza.
María es la única testigo de aquel brutal crimen de la aviación
franquista que hoy vive. Su hermano Ciriaco, que resultó mutilado
por la metralla, murió hace apenas dos meses. Llegamos tarde.
El testimonio de la pequeña de los Malanda ha aportado datos
desconocidos hasta ahora como los nombres de todos sus hermanos
y la edad exacta de cada uno de ellos en el momento del bombardeo.
Datos que el autor del cuento sacrificó en favor de la forma y la
calidad literaria.
Después de publicar «Proeza», Barea se exilió en Gran Bretaña, donde
pasaría el resto de su vida. El franquismo se encargó de prohibir
sus obras en el país. Sin embargo, éstas continuaron editándose
en Buenos Aires –Argentina– y se tradujeron al inglés. El episodio
sufrido por los Malanda ampliaba su difusión en el extranjero.
Mientras, en el nº 21 de la calle Carlos Aurioles, Raimundo Malanda
reconstruía, ladrillo a ladrillo, la casa, que junto con su vida, había sido
destruida por las bombas alemanas. Era una casa baja, de una sola
planta, con un patio central en la que Raimundo guardaba el carro
con el que repartía pescado por Vallecas.
María Malanda no recuerda nada del bombardeo, tan sólo la historia
que le contaron las vecinas. En la familia, nunca hablaron de aquello.
Su padre se sumió en un mutismo que ya no le abandonaría hasta la
muerte. Y, entre los hermanos, jamás comentaron nada. El dolor y un
gobierno culpable del mismo impusieron la ley del silencio.
La vida de los Malanda permaneció ajena a su propia historia. Una
historia convertida en relato. Un relato prohibido en su país, pero
contado en el resto del mundo. Nunca tuvieron noticia de la existencia
del cuento titulado «Proeza». Tan sólo algunos rumores de que en un
libro se hablaba de ellos.
En el marco de esta investigación, aquella niña herida por el bombardeo
ha escuchado, de voz de su hija, el relato que Barea escribió 72 años
antes sobre la desgracia protagonizada por su familia, por ella. Se ha
cerrado un círculo roto por la propia Guerra Civil y los consiguientes 40
años de dictadura. Un ejemplo más de cómo tras más de tres décadas
de democracia la condena al olvido y el silencio que Franco impuso a
las víctimas sigue todavía presente.
Imágenes recuperadas
La familia Malanda custodia entre sus álbumes familiares un conjunto
de fotografías de indudable valor histórico y documental. Son cinco
imágenes tomadas días después del bombardeo y que retratan a sus
protagonistas y el lugar donde ocurrió la horrible masacre.
Las fotografías, en su reverso, llevan el sello de F. del Río, con la
dirección de su estudio, en la calle Silva nº17. Se trata de Fernando
del Río Ruiz, fotógrafo de prensa que trabajó para El Día y La Voz.
Estaba considerado como uno de los grandes reporteros gráficos de
entonces, pues su nombre se citaba junto a Alfonso, Vidal, Videa, etc.
en un reportaje homenaje a los fotógrafos de prensa, publicado en
el diario Crónica, en 1930.
Apenas se tienen más datos de él, pues como muchos otros
compañeros suyos de profesión –Francisco Segovia, Félix Albero,
Benítez Alcoba, Díaz Casariego, etc.– sufrió la depuración franquista
que le condenó a abandonar la profesión y al más absoluto de los
olvidos.
Las cinco fotografías, que salen a la luz pública por primera vez
–ver páginas 129-132– , retratan a María Malanda, en el Hospital
Niño Jesús; a Ciriaco Malanda, en el Hospital Provincial; a Gregorio
Malanda sentado sobre un muro de la casa familiar bombardeada;
a Gregorio Malanda junto a su padre, Raimundo Malanda, delante
de la citada vivienda; y a una hermana de la madre, Felisa García del
Pozo, también junto a la casa y delante del socavón dejado por la
explosión.
Para tomar todas estas fotografías, Fernando del Río tuvo que recorrer
los citados escenarios –Hospital Niño Jesús, Hospital Provincial y
calle Carlos Auríoles, en Vallecas–, con la consiguiente inversión de
tiempo, que para un fotógrafo profesional supone dejar de ganar
dinero. Ello nos induce a pensar que el reportaje se trataba de un
encargo realizado por un cliente.
El hecho de que Del Río retratara en solitario a Gregorio Malanda,
que según cuenta Barea salvó a su hermana María, es una muestra
de que el fotógrafo sabía el papel heroico que el niño tuvo en la
tragedia familiar ¿Y quién, si no Barea, sabía todos estos detalles? Por
tanto, estimamos que el cliente que encargó el reportaje a Del Río es
el propio autor del relato.
Nuestra hipótesis se vería reforzada por el hecho de que, en la
primera edición de Valor y miedo, del año 1938, cada uno de los
cuentos va acompañado de una fotografía. El autor de las mismas no
figura en los créditos. Sin embargo, «Proeza» no fue ilustrado con una
imagen de las tomadas por Del Río, sino por una en la que aparece
una niña sentada sobre los escombros de un edificio de Madrid. Si
toda la argumentación anterior es cierta, entonces ¿Por qué Barea no
escogió las fotografías de Del Río? Esa es la única pregunta que no
hemos podido responder.
La memoria perdida
Tras el fin de Guerra Civil, el miedo a la represión franquista obligó a
muchos fotógrafos a deshacerse de sus ricos archivos. Temían que
pudieran ser utilizados como prueba de su filiación republicana o de
la de otros, en los procesos políticos iniciados por los vencedores de
la contienda. Otros optaron por esconderlos tras un falso muro de
una casa –como Luis Ramón Marín– o en una recóndita dependencia
y cosiguieron salvarlos. Puede que otros continúen allí, en su oscuro
refugio, olvidados.
Un ejemplo de esos fondos fotográficos perdidos es el del autor de
las imágenes que ilustran esta introducción, que firmaba sus trabajos
como «Yusti». Su desaparición nos ha obligado a recurrir a un modo
rudimentario de reproducción –a partir de fotocopias– para poder
presentar aquí su reportaje sobre la vida en Villa de Vallecas durante
la guerra.
Otras muchas imágenes como estas descansarán arrincondas en
los albumes familiares de algún vallecano. Otras permanecerán
mal identificadas en los archivos. La investigación y esta exposición,
por tanto, no se cierran aquí. Sabemos que seguirán apareciendo
nuevas fotografías. Por ello, Vallecas Todo Cultura mantendrá abierta
permanentemente una exposición digital que irá creciendo con las
aportaciones de los vecinos y nuevos hallazgos que encontremos en
la dirección www.vallecasbombardeada.org
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