From the SelectedWorks of Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba Winter January, 2013 El valor del preámbulo de la Constitución Ciudadana Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba, Universidad de los Hemisferios Available at: http://works.bepress.com/juan_carlos_riofrio/42/ Columnista Invitado El Valor del Preámbulo de la Constitución Ciudadana Dr. Juan Carlos Riofrío Martínez-Villalba* uando se expide una nueva constitución la doctrina y la jurisprudencia suelen concentrarse en desentrañar el significado del articulado, tardando a veces muchos años en percatarse del valor jurídico del preámbulo. Una de las razones es que los temas se encuentran más desarrollados en el resto de la Carta, mientras sólo están de manera incoada en su encabezado. En nuestro caso ello sucede sólo parcialmente. C El presente estudio analizará primero en abstracto el valor jurídico del preámbulo, para luego adentrarse en varios aspectos sobresalientes del texto vigente. I. Naturaleza y eficacia del preámbulo. una extendida clasificación, las normas positivas pueden ser declarativas, operativas y programáticas. En breve, las normas declarativas simplemente reflejan una realidad o una aspiración del constituyente; las operativas mandan, prohíben o permiten cosas concretas para el hoy y ahora; y las programáticas fijan más una meta u objetivo que se conquistará en el futuro. La doctrina es unánime en considerar a los preámbulos como normas declarativas. Con todo, ha de observarse que las normas declarativas también pueden constar dentro del articulado constitucional. Significativos ejemplos son el art. 2, inc. c), de la Constitución iraní de 1979, que afirma que la República Islámica es una forma de gobierno que se fundamenta en «la resurrección y su trascendencia en el perfeccionamiento de los hombres en su camino hacia Dios»; el art. 1 de la Constitución de 1977 de la antigua Unión Soviética que proclamaba que dicha República «es un Estado socialista de todo el pueblo que expresa la voluntad y los intereses de los obreros, de los campesinos y de los intelectuales y de los trabajadores de todas las naciones y etnias del país»; y la hoy derogada Ley de Principios del Movimiento Nacional de España de 1958, entonces de rango constitucional, que decía que: «España es una unidad de destino en lo universal» (art. 1). Nuestra Constitución contiene algunas de estas declaraciones (véanse, por ejemplo, los arts. 1 y 401). Más discutida resulta la cuestión del valor jurídico del preámbulo. Este tipo de normas declarativas han sido frecuentemente consideradas carentes de contenido jurídico, porque parecen agotarse en una mera afirmación. Además, carecen de coacción posterior, al menos de forma expresa. Story, por ejemplo, ha negado que el preámbulo fuera fuente de poder para el Gobierno norteamericano1. En cambio, otros autores extranjeros dan al preámbulo de sus constituciones la misma fuerza que cualquier regla de derecho positivo2. No faltan aquí las tesis eclécticas que, admitiendo que el preámbulo no es una norma operativa, aceptan que se asemeja a una norma programática. En cualquier caso todos, hasta Story, aceptan la doctrina clásica que concede al preámbulo la función de ser fuente de interpretación del texto de la ley. En concreto, se acepta con largueza que los preámbulos constitucionales contienen los principios y fines de derecho positivo, y Según que sirven para interpretar todo el texto constitucional y todo el ordenamiento jurídico positivo. En abono a lo dicho, repárese que si los doctrinarios cuidan revisar los debates de la Asamblea constituyente, las cartas, discursos, pensamientos, escritos, etc. para desentrañar el sentido histórico de la constitución, mucho mayor realce deberán dar a aquellas palabras en las que los constituyentes expresamente se pusieron de acuerdo y sancionaron en el encabezado de la norma suprema. El preámbulo es algo más que una mera norma de interpretación histórica. Hablando del preámbulo, Sagúes afirmaba que «por lo menos, tales cláusulas sirven para invalidar una norma inferior que las contradiga (piénsese, teniendo en cuenta los ejemplos citados, en una ley iraní que estableciese la educación atea; en una regla soviética que hubiese admitido el sufragio calificado por la riqueza; una norma española que hubiere permitido la desmembración del país)»3. Consideramos que en el Ecuador también debe reconocérsele al preámbulo la eficacia directa sobre las normas infraconstitucionales y sobre cualquier acto que se le oponga directamente. Con todo, parece improbable que pueda declararse alguna inconstitucionalidad por omisión por no cumplir una norma declarativa tan amplia y abstracta como ésta. II. El sujeto soberano (§§1 y 12). Nuest preámbulo comienza hablando del «pueblo soberano del Ecuador». Éste sirve de sujeto a los demás incisos, sin el cual no se comprenderían. En ambos incisos se considera que la soberanía pertenece al pueblo. La doctrina extranjera discutía si en realidad el sujeto soberano era el pueblo, o si más bien no lo debería ser el Estado. Nuestra Constitución * Profesor de Derecho Constitucional y de Derecho de la información UNIVERSIDAD DE LOS HEMISFERIOS. Asociado del Estudio CORONEL & PÉREZ, ABOGADOS. 1 Cfr. Story, Comentario sobre la constitución federal de los Estados Unidos, 1.1, p. 345. 2 Cfr. Casiello, Derecho constitucional argentino, p. 146. 3 Néstor Pedro Sagúes, Teoría de la Constitución, Astrea, Buenos Aires 2004, p. 261. Columnista Invitado apoya ambas tesis: mientras el §1 y §12 bogan en favor del pueblo soberano, el Art. 1 habla del Estado soberano. Hoy se considera superado el dilema al advertir que el concepto de Estado es más largo, e incluye el de un pueblo que efectivamente es soberano (cfr. Crisafulli, Paladin, Basso, Nocilla). Pero en último término a quien ha de ponerse como sujeto del derecho es al pueblo. Además, la doctrina italiana señala que «la personalidad jurídica del pueblo coincide exactamente con la personalidad del Estado»4. En política se discute quién es la persona, grupo u órgano que en realidad toma las decisiones soberanas: algunos consideran queel"pueblo soberano"propiamente es el cuerpo electoral, que actúa como «un órgano del pueblo»(v. gr. Crisafulli, Nocilla), mientras otros entienden que el cuerpo electoral constituye sólo es «una de las formas a través de las cuales se expresa la voluntad popular» (Amato). Nuestra actual constitución parece avalar esta segunda postura, cuando abre diversos cauces de participación ciudadana en el tema político. Vale confrontar la soberanía popular con dos extremos: los diferentes niveles de gobierno local y los factores externos al ordenamiento estatal. Cuando se habla de los entes del régimen seccional, que gozan de una cierta autonomía, tal autonomía siempre ha de entenderse de un modo relativo y sujeto a la unidad de dirección estatal. Es decir, la autonomía regional está siempre supeditada a la soberanía estatal. Por otro lado, se ha observado que la normativa comunitaria e internacional suele limitar, de alguna manera, la esfera soberana. En realidad la restricción adoptada libremente no es de la soberanía, sino de su ejercicio; pero es una restricción que potencia la libertad, porque tiene por fin coordinar las acciones de diversos estados, permitiéndoles hacer lo que solos no podrían. de la Patria, y no lo ha hecho, sino que las ha mencionado expresamente, y los jueces y tribunales, las autoridades y los ciudadanos todos, tenemos que contar con aquella historia milenaria, para entender el ser actual del Ecuador y para aplicar sus leyes»5. Se consagra, pues, tácitamente la regla de interpretación histórica de la constitución vigente en todo aquello que secunde el principio de continuidad histórica (la regla aplica menos a las discontinuidades normativas), en lo que sea derechos adquiridos, en lo tocante al derecho natural o humano (por la fuerza de su evidencia) y, en general, en todo lo que durante siglos se haya asentado dentro de la profunda concepción jurídica del pueblo ecuatoriano. IV. El Ecuador del marco histórico mundial (§§5-7, 11). No somos un país aislado, ni vivimos en Venus. Nuestras raíces históricas se hunden en el marco de la historia mundial. No hemos sido los primeros en llegar, ni los que más hemos aportado a la historia de la humanidad; más bien, lo hemos recibido casi todo: «la sabiduría de todas las culturas que nos enriquecen como sociedad» (§5), somos «herederos de las luchas sociales de liberación frente a todas las formas de dominación y colonialismo» (§6; cfr. art. 416.9) y nos hallamos secularmente entroncados en la historia latinoamericana «sueño de Bolívar y Alfaro» y en la de «todos los pueblos de la tierra» (cfr. §11). Y es por todas estas cosas recibidas por lo que tenemos «un profundo compromiso con el presente y con el futuro» (§7) de preservar lo que hemos recibido de nuestros antepasados y de darlo en las mejores condiciones a los que nos sucedan; un compromiso de integración para con los países latinoamericanos y de «paz y solidaridad con todos los pueblos de la tierra» (§11). Lo dicho no es puro lirismo. Tiene muchas implicaciones para el Derecho constitucional. En concreto, se fijan fines, valores y compromisos constitucionales (v. gr. la integración, la paz, la solidaridad, la libertad, etc.) y, sobre III. Las raíces históricas (§2). Sin mucho rigor, todo, se acepta tácitamente la interpretación sociológica el preámbulo constitucional de 1998 aludía a la «historia milenaria» del pueblo ecuatoriano. Existe suficiente contextual, jerárquica y comparada de nuestra Constitución. Por ella debe interpretarse el artículo discutido más de evidencia histórica que prueba que la absoluta mayoría de acuerdo con el contexto histórico-cultural del Ecuador y ios hombres y mujeres que vivieron en la época colonial en de nuestros vecinos; y dentro estos dos contextos se ha nuestro territorio, y más aún en la época precolombina, no de preferir el ecuatoriano: las dudas hermenéuticas más se consideraban parte de un pueblo ecuatoriano, ni menos fácilmente podrán resolverse atendiendo a la doctrina un Estado, Patria o nación ecuatoriana. De hecho, la idea de y jurisprudencia constitucional ecuatoriana, andina, «nación» y de «Estado nación» que hoy tenemos recién se latinoamericana o española (generalmente en este orden), fraguó por los siglos XVII y XVIII. En la época colonial el pueblo se consideraba español, «éramos españoles de América y que la china, india, coreana o inglesa, que aun así, sirven de referencia. españoles de la Península», en palabras de Larrea Holguín. Y en la primerísima época independentista el pueblo, más V. El rol constitucional de la naturaleza (§3). El que ecuatoriano, se consideraba «no español». La actual §3 destaca que somos parte de la naturaleza. Aplican a la redacción del §2 es más realista y rescata la idea de fondo perfección las palabras de Larrea Holguín, que señalan que del antiguo texto constitucional, que se expresaba de una forma más literaria: en el fondo se resalta que nuestro país «si la naturaleza de los animales, las plantas y los mismos minerales debe ser respetada, con mucha mayor razón, se ha formado a través de los siglos con el aporte de muchos debe protegerse y respetarse la naturaleza del único ser pueblos. con inteligencia y voluntad, con alma inmortal y destino trascendente, el hombre»6. El mismo §3 parece ratificarlo La mención de la historia ecuatoriana en el mismo cuando añade la función instrumental de la naturaleza, que inicio de la Constitución tiene una importante incidencia en «es vital para nuestra existencia» (no se dice lo contrario: que la hermenéutica de la misma norma suprema. Según Larrea somos vitales para las plantas). Holguín, «el Legislador no puede cortar las raíces históricas 4 5 6 E. TOSATO, voz 'Stato' (dir. cost.), Enciclopedia del diritto, XLIII, Milano, 1985, p. 768. Juan Larrea Holguín, Constitución Política con comentarios, Temas constitucionales, CEP, Quito, 1998, p. 2. Juan Larrea Holguín, Derecho Constitucional, CEP, Quito 2000,1.1, p. 303. D ------- ------------------ actualidad «0 JURIDICA Columnista Invitado Dios de Felipe II, del Dios de los católicos, del Dios de los VI. La presencia de la divinidad (§4). Con acierto quiteños, que lo siguió siendo hasta fines del siglo XIX. En el §4 invoca a Dios y reconoce diversas religiones. Como la Constitución de 1812 se declaró el catolicismo como decía Larrea Holguín, ello deja más claro que este tipo de religión oficial, y así se siguió haciendo hasta la Constitución preámbulos «no implica adoptar una religión de Estado, de 1897, inclusive. Después se continuó la invocación a Dios, ni excluir ningún culto, ya que muchos hombres de muy aunque sin mencionar al catolicismo como religión oficial. diversas religiones coinciden en el concepto de Dios como Ser supremo»7. En la actual redacción es patente Con lo cual, esta costumbre viene desde la misma colonia (cfr. las numerosas cédulas reales que invocaban repetidas la mención a un Dios único (palabra escrita en singular), Ser superior (se escribe con mayúscula) y por ello distinto veces no solo el nombre, sino también su divina gracia, la Santísima Cruz, etc.) hasta la Constitución actual, con las al hombre, omnipotente (se invoca su protección), que únicas excepciones de las constituciones de 1906, 1929 y constituye una creencia común del pueblo ecuatoriano 1945, que son — en términos de Sagüés— constituciones (de otra forma no lo invocaría). Este Dios bueno, protector «ficticias», pues el pueblo ecuatoriano de aquel tiempo era del pueblo ecuatoriano, es un elemento más de cohesión absolutamente creyente de un Dios único y verdadero. nacional. Las características descritas no aluden a un Dios exclusivo de los cristianos, pues es la teodicea (la parte de VII. Los fines constitucionales decididos. la filosofía que estudia al Ser Supremo desde la pura razón, §8 y ss. recogen una decisión, a la luz de la cual se ha de sin partir de la fe, del dato revelado) quien arroja todas esas interpretar todo el resto del texto fundamental: «decidimos conclusiones; de hecho, todo pueblo que ha desarrollado medianamente el pensamiento sobre Dios, lo entiende bajo construir...», dice. La amplitud de los 444 artículos de la estos parámetros. Sin embargo, sí podemos decir que este Constitución vigente puede hacer que el lector se pierda Dios no es el mismo de los filósofos panteístas, o de otras fácilmente en determinar cuáles fueron los fines más importantes, últimos o primordiales para el constituyente religiones o sectas que tienen una axiología muy distinta de Montecristi, problema que se soluciona fácilmente en la a la que el constituyente refleja en esta línea. Desde una escueta redacción del preámbulo. Los fines constitucionales perspectiva sociológica e histórica es claro que los valores aquí adoptados son principalmente los cristianos. En la aquí fijados son de dos órdenes: internos y externos. En primer lugar se mencionan los fines internos: se decide vida ecuatoriana moderna y contemporánea es un hecho construir una sociedad donde exista «una nueva forma innegable la generalizadísima creencia del pueblo en el Dios de los cristianos, incluidos los grupos de indígenas, de convivencia ciudadana, en diversidad y armonía con la naturaleza, para alcanzar el buen vivir, el sumakkawsay»(§9), pues el pueblo ha sido y aún es eminentemente cristiano, donde se respete «en todas sus dimensiones, la dignidad de aunque hoy sea levemente menos católico. las personas y las colectividades» (§10), dentro del marco de «un país democrático» (§11). Como hemos expuesto en Esta creencia se ha asentado históricamente y configura hoy parte del alma nacional ecuatoriana. Desde otro lugar, el sumak kawsay es el fin último y principal de la Constitución, al cual están supeditados el resto de fines los primeros intentos independentistas, los patriotas declararon que su movimiento independentista se dirigía, políticos y normativos9. ante todo, a conservar la religión que profesaban, que creían En segundo lugar, mirando hacia afuera de las amenazada por la invasión napoleónica a España. Para estos proceres ver al hermano de Napoleón gobernando sus fronteras, el pueblo se compromete a buscar «la integración latinoamericana» y «la paz y la solidaridad con todos los tierras representaba un grave peligro para uno de sus bienes más insignes, la religión Católica8. La fe se consideraba pueblos de la tierra» (§11). Repárese que de una lectura integral del preámbulo el compromiso con los pueblos entonces, como aún hoy muchos lo consideramos, que era vecinos tiene razones históricas. Por el compromiso un bien superior a la vida misma. constitucional (§7 y §11), por sus «raíces milenarias» y por su provenir «de distintos pueblos» (§2), nuestro pueblo La invocación a Dios es una costumbre fuertemente arraigada en nuestro pueblo, que data de muy antiguo. tiene una fuerte vocación americana. Una vez formó parte de un Reino que se extendía por todo el continente, de una Recordamos que la Real Audiencia de Quito fue fundada unidad política de la cual se desmembró en la misma época por Felipe II y por Dios mediante Cédula Real de 29-VIIIen que se desmembraron los demás pueblos americanos. 1563, en donde se lee: «Don Felipe por la gracia de Dios Además, las naciones americanas comparten las mismas Rey de Castilla, de León...: Por cuanto Nos para la buena raíces milenarias, raíces que son un potente elemento gobernación de la provincia del Quito y otras tierras que de uso irán declaradas, habernos acordado de mandar de unión y que generan un compromiso. Aquí y en otros lugares (cfr. art. 416.11) la Constitución recoge la vocación fundar una nuestra Audiencia...». El plural utilizado en toda la cédula (nos, habernos, nuestra...) da buena cuenta de histórica de nuestro país, llamada a afianzar la integración quiénes fundaron la Audiencia: el Rey y Dios. Se trata del latinoamericana. 7 8 9 Ibíd., p. 43. Diríamos hoy que consideraron cumplidos los requisitos para organizar una revolución justa: a) había un atentado grave al bien común; b) no habían más medios para remediar tal situación; c) la independencia era factible; y, d) el bien esperado (tener asegurada la religión Católica) era superior al bien de las vidas que podía cobrarse en la revolución. Cfr. mi artículo, *El Fin Último de la Constitución", en Novedades Jurídicas, IX 73 (2012), pp. 22-27.