Tema III

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Tema III
IMPERIO BIZANTINO E IGLESIA
ORTODOXA
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Esquema
1.
2.
El cristianismo del imperio de Oriente:
1.1. El Oriente como imperio ortodoxo cristiano:
1.2. Primeras tensiones entre Oriente y Occidente
1.2.1. Iglesias nestorianas
1.2.2. Iglesias monofisitas
1.3. El ideal imperial de Justiniano:
1.3.1. La obra legislativa de Justiniano
1.3.2. Las iniciativas teológicas de Justiniano
La Iglesia oriental:
2.1. La institución del Patriarcado de Constantinopla
2.2. Formas de vida eclesiástica bizantina:
2.2.1. La tradición ortodoxa
2.2.2. La liturgia Bizantina
2.2.3. El monacato
El carácter indivisible de la comunión cristiana () era un antiguo principio eclesiológico, sancionado
ya por Nicea. El primer milenio de la historia de la Iglesia conoce varias divisiones de la µ o mundo habitado
por los cristianos. La separación más importante es la que se produce entre Oriente y Occidente en 1054, como
consecuencia de la discrepancia sobre el puesto, que Roma debe tener, en la concepción de esta comunión. No se
trata de corregir esa fecha, sino de conocer la vida de esa parte del cristianismo, que hasta esa fecha camina unida a
Roma, a pesar de notables diferencias.
Los términos Oriente y Occidente tienen habitualmente un significado geográfico. La palabra Oriens
comienza a usarse el 293, cuando Diocleciano reforma la administración imperial. La prefectura oriental comprendía
las diócesis (regiones o administraciones), que luego serán las base del imperio bizantino. Pero aquí interesa su
significado político. A raíz de la división del imperio a la muerte de Teodosio el Grande en 395 entre sus hijos, Honorio
occidente y Arcadio oriente, la división política entre las dos partes del único imperio romano es definitiva. Oriente
mantendrá la conciencia de ser el sucesor y el heredero del único imperio romano y cristiano. El imperio de Oriente,
que luego se denominará bizantino, supo defenderse de los godos. La última gran crisis exterior la provocan los
ostrogodos, que, a finales del siglo V, se establecen en Occidente por acuerdos diplomáticos con el emperador Zenón.
Así, mientras el imperio cristiano de Oriente va a perdurar por mil años, la parte occidental adquiere nueva
fisionomía al instalarse en él una serie de nuevos pueblos de origen germánico, que dará lugar a la cristiandad
medieval latina.El cristianismo tuvo en Oriente un desarrollo distinto que en Occidente, ya que allí el imperio crea el
patriarcado, mientras que aquí el papado dará origen al sacro imperio romano. Las capitales de estos mundos son
Roma y Constantinopla.
1. El cristianismo del imperio de Oriente:
En el imperio romano bajo Diocleciano se sentía la necesidad de una capital cercana a los límites del Danubio
y de Persia. La zona europea del Mar Negro, escenario de la guerra entre Licinio y Constantino, había estado a merced
de las incursiones de otros pueblos hasta que pasó a manos romanas. Aquí funda Constantino en 330 la nueva capital
imperial, cuya situación geográfica era estratégica. La inauguración de Constantino duró 40 días de festejos y
Constantinopla recibió toda serie de epítetos. Con ello, sacrificando el papel histórico de la ciudad eterna de la antigua
Roma, pretendía garantizar en el imperio un cierto equilibrio.
El emperador acostumbraba a llamarla la Segunda Roma (Deutéra Rome). En honor a su fundador será
llamada Constantinopla. En la Edad Media se denomina Bizancio y los turcos transforman ese nombre en la
denominación popular de Estambul (Islampól o ciudad del islam). La simbología, a diferencia de la victoria como
símbolo pagano del poder, la idealiza en la figura de la fortuna, que sostiene un cetro con el globo terráqueo, imagen
del mundo, coronado por la cruz. De este modo se configura como capital ideal del nuevo imperio: el Imperio Romano
y Cristiano. El símbolo monumental del nuevo rumbo del Imperio es la iglesia de santa Sofía.
Los bizantinos medievales, profundamente religiosos, creían que la elección de la ciudad había sido hecha
por inspiración divina de Constantino. Tenían en la memoria los escritos de Eusebio y recordaban la imagen del
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vestíbulo de santa Sofía, que mostraba a la Virgen entronizada a la que Constantino le ofrece la ciudad y Justiniano la
gran Iglesia. Constantinopla estaba bajo la protección de la Madre de Dios. Estaba destinada a ser una de las ciudades
más influyentes de la historia humana. Por eso, será pronto objeto de grandes profecías en las que se reflejaba su
destino. Comparte la capitalidad del imperio con Roma entre el 330 y el 395. A partir de esta fecha es capital de la
parte oriental del imperio romano hasta su caída bajo el poder de los turcos en 1453.
1.1. El Oriente como imperio ortodoxo cristiano:
En la tradición romana, tanto emperadores como obispos, consideraban la religión como un asunto público,
es decir, propio de la política. A finales del siglo IV el emperador era ya el santo emperador, que vivía en el palacio
sagrado rodeado de un ceremonial litúrgico cada vez más completo y era reverenciado como vicario de Dios. El
emperador destinaba energías y riquezas a la gloria y bienestar de la iglesia cristiana. El imperio bizantino va a ser
heredero directo de estas ideas.
Teodosio I y sus sucesores convirtieron el cristianismo en religión de Estado y procuraron dificultar la difusión
del arrianismo y de las doctrinas no cristianas. Con Teodosio II (408-450) los asuntos religiosos iban a ser verdaderas
contiendas políticas. El mundo cristiano asiste en el siglo quinto a un espectáculo poco edificante. La rivalidad entre las
diversas sedes metropolitanas agudiza los problemas doctrinales, de los que ya se habló en el tema precedente.
Un frente de estas contiendas lo constituye el nestorianismo. Razones de prudencia pastoral, quizás por no
alterar el ánimo de la fuerte colonia arriana, movieron a Nestorio, patriarca de Constantinopla, a evitar el tradicional
título de María como Madre de Dios (). Con ello parecía dividir a Cristo y ceder a las exigencias arrianas. Las
afirmaciones unitarias sobre Cristo eran algo consolidado en la tradición tanto oriental como occidental. Nestorio no
supo atajar la cuestión y permitió que se evitaran esas expresiones tradicionales en la predicación. Cirilo, patriarca de
Alejandría, intervino anatematizando a Nestorio. Este enfrentamiento hizo necesario el concilio Éfeso (431), que
reconoce el título de María como Madre de Dios.
El otro frente está constituido por los partidarios de la unión de tradición alejandrina. No cabe duda que la
doctrina de Cirilo era ortodoxa, pero la ambigüedad de su terminología y la prepotencia de sus métodos van a
desembocar en otra herejía. Autores cercanos a esta escuela, pero menos formados y más fanáticos, terminan en el
monofisismo, que sostiene que el Salvador es sólo de naturaleza divina. Es el caso del monje Eutiques y del obispo
alejandrino Dióscoro. La tormentosa reunión de este grupo en el denominado latrocinio de Éfeso de 449, donde
impusieron sus doctrinas al patriarca de Constantinopla, abrieron la herida de la división en el mundo cristiano.
Teodosio II, que vivió todo el período de las disputas nestorianas y monofisitas, no había resuelto la
cuestión. A su muerte quedó libre el escenario para resolver los temas pendientes. Entonces se produce un hecho que
tendrá importancia decisiva para el imperio bizantino. Marciano, asociado al imperio por Pulqueria, fue el primer
emperador que se hizo coronar por el patriarca. De este modo la dignidad imperial recibe una consagración religiosa,
que arraiga fuertemente en la corte bizantina. Estos cambios hicieron posible que, dos años después del triste
espectáculo del "latrocinio", se reúna en Calcedonia (451) otro concilio. La carta dogmática de León Magno tuvo gran
importancia en la solución del conflicto y se llega a un acuerdo ecuménico, pero las tensiones estaban latentes. El
concilio condena en las dos direcciones opuestas: nestorianos y monofisitas.
1.2. Primeras tensiones entre Oriente y Occidente
Al terminar el concilio de Calcedonia los obispos de Oriente se encontraron con que sus sedes estaban
ocupadas por obispos monofisitas. Esto provocó la intervención del ejército para poder recuperarlas para los obispos
calcedonenses. El problema era la aceptación de Calcedonia, a la que se oponían los monofisitas, que eran muy
fuertes en Oriente. Pero solamente la protección del imperio podía salvar la doctrina del concilio. Por eso, el eje de la
política imperial va a tratar de reconciliar a los monofisitas y mantener al mismo tiempo Calcedonia.
Estos problemas convertían la sucesión imperial en un acontecimiento agitado. Desde 474 era emperador
Zenón, que apoyaba el partido calcedonense. Pero esta protección imperial se acabó, cuando el usurpador Basilisco
ocupó el trono en 475, que en su declaración de fe conocida como Encyclion, apoyó el monofisismo. El patriarca de
Constantinopla Acacio, consejero del depuesto Zenón, se resiste a estas medidas y no suscribe esta fórmula, porque
significaba olvidar hechos importantes para la tradición ortodoxa. El mandato de Basilisco fue efímero, pues en 476
fue de nuevo derrocado y repuesto Zenón. Pero estos conflictos fraguaron nuevas dificultades para la ortodoxia.
Estos problemas movieron al emperador Zenón a promulgar el 482 un edicto de unión conocido como
Henotikon, en el que prohibía hablar de dos naturalezas e invocar el concilio de Calcedonia. La intención de Acacio,
inspirador del documento, era reconciliar a los monofisitas, que en muchos casos estaban fuera de la ortodoxia por
cuestiones terminológicas. El medio propuesto era la aceptación, por ambas partes, de un nuevo formulario, que
exponía la fe sin referencia alguna a las candentes cuestiones de Calcedonia y León Magno. Así Acacio, héroe de la
resistencia contra Basilisco, se va a convertir ahora en promotor de tensiones entre Roma y Constantinopla, que
terminaron en abierto enfrentamiento.
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La cuestión era que se buscaba ser ortodoxo sin incluir al papa de Roma. La no mención del Latrocinio podía
ser una concesión a los monofisitas, aunque no se aprobaba expresamente su doctrina. La fórmula podía aparecer
hábil, pero dejaba sin aclarar una cuestión demasiado central: la ortodoxia de Calcedonia y de León. Sin embargo, la
fórmula tuvo éxito y encontró la adhesión de Alejandría, Jerusalén y Antioquía con un unanimismo siempre
sospechoso.
El mismo año de la promulgación de ese edicto el papa Félix III (483-492) excomulgó al patriarca Acacio,
inspirador del documento. Por eso se denomina cisma acaciano esta separación entre Roma y Constantinopla, que va
a durar 35 años, desde el 483 al 518. También Acacio excomulgó al papa. Así Oriente se encontró en una situación
dramática: la mitad eran monofisitas y la otra mitad eran cismáticos. Por eso, estas decisiones no las aceptaron los
monofisitas, pero disgustaron también a los ortodoxos. A la muerte de Acacio (489) y de Zenón (491) Constantinopla
era cismática, pero no monofisita.
Solamente con Justino I (518-527), que era latino y católico, fue posible el retorno a la comunión. El mismo
día que es aclamado emperador pide al patriarca que desde el púlpito reconozca la ortodoxia de Calcedonia y que
restablezca en los dípticos (oraciones litúrgicas por los obispos en comunión) los nombres del papa León y el de
Macedonio y Eufemio, resistentes antimonofisitas. Por eso, el primer acto de su política de unificación religiosa es un
edicto ordenando a los obispos que reconozcan Calcedonia y redactando una fórmula de fe, que deben aceptar bajo
pena de exilio o confiscación. Un segundo edicto impedía a los herejes toda función pública, excluyéndolos incluso del
ejército. Este edicto fue obedecido en Siria a medias y en Egipto ya no se pudo imponer. El tema de la pacificación de
la Iglesia, también pendiente, se llevó a cabo con un acuerdo con Roma. El cisma acaciano fue resuelto por Justino I y
por el papa Hormisdas (514-523). La fórmula de Hormisdas del 519 fue aceptada por ambas partes. Constantinopla
recupera la unidad con Roma y se mantiene ortodoxa.
Retorna así la comunión entre las dos sedes patriarcales más importantes, pero en otras regiones, como
Siria y Egipto, la situación se había deteriorado definitivamente. Estas contiendas religiosas terminaron debilitando las
fronteras del imperio bizantino. La separación de algunas zonas más periféricas se hizo ya imparable. Estas provincias,
además de los motivos doctrinales, tenían otros resentimientos contra el imperio, porque eran tratadas por
Constantinopla con sentido colonial. Por eso, estaban poco helenizadas y subsistían en ellas muchos elementos
autóctonos.
1.2.1. Iglesias nestorianas:
Desde el 410 la iglesia persa o caldea tenía su propia jerarquía al separarse de Antioquía. Esta iglesia, junto
con otras de Siria, constituyen bajo la jurisdicción del catholikós (obispo universal) de Seleucia-Ctesifonte, en
Mesopotamia, una jerarquía independiente. Además, estos grupos vivían en los territorios más periféricos del imperio
e incluso bajo poderes políticos no cristianos. Las discusiones dogmáticas sobre la persona de Cristo se abordaron en
el concilio de Éfeso (431), donde es condenado el nestorianismo. Las medidas disgustan a las cristiandades que tenían
su centro en Antioquía, sobre todo por los procedimientos autoritarios. Todo este conjunto de factores influye para que
en 486 se declaren a favor del nestorianismo. Surge así en las lejanas regiones de Persia una iglesia, que rechaza las
doctrinas de Éfeso y la sede imperial cristiana. Estas iglesias nestorianas, que todavía existen, se denominan caldeas.
1.2.2. Iglesias monofisitas:
El monofisismo, condenado en Calcedonia, se convirtió en la gran cuestión religiosa del imperio bizantino en
la segunda parte del siglo V. Algunas provincias alejadas del centro, como Egipto, Siria y Armenia, rechazan la
ortodoxia imperial, por lo demás muy alterada y confusa en los años siguientes al concilio de Calcedonia. A las
ambigüedades del documento de Zenón, se añade la política monofisita del mismo emperador Anastasio I (491-518),
que favoreció la implantación de esta corriente en esas regiones. Los edictos de Justino I impedían a los herejes toda
función pública, excluyéndolos incluso del ejército. Estas las medidas recuperaron a Constantinopla para la ortodoxia,
pero en Siria no fue ya obedecidas y menos todavía en Egipto.
En Antioquía se impone definitivamente el monofisismo por obra del monje sirio Severo (+ 509/511), que
durante 30 años será el alma de esta corriente. La base de su doctrina será el Henotikon, documento que de hecho
sirvió para la difusión del monofisismo. Por influjo de Severo se llegó deponer incluso al patriarca antimonofisita de
Constantinopla. En Antioquía depuso al patriarca y se proclamó él como obispo. También se depuso al de Jerusalén.
En Siria los monofisitas también se conocen con el nombre de jacobitas, porque esa doctrina fue propagada por Jacob
Baradii (+ 578). Armenia también se inclina por el monofisismo en 491.
En Egipto fue imposible mantener la ortodoxia de Calcedonia, que había condenado a su patriarca. Entre sus
sucesores el más activo propagandista del monofisismo fue el patriarca de Alejandría Timoteo Eluro (457-477). Así
esta región, cristiana desde antiguo y foco de la teología, se separa definitivamente del centro del imperio cristiano
ortodoxo. Esta iglesia se denomina copta, porque enseguida substituyó la lengua griega por la autónoma (copta o
egipcia).
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1.3. El ideal imperial de Justiniano:
Justiniano (527-565), sobrino de Justino, era entonces el único emperador cristiano, pues los demás señores
eran patricios o reyes. Este emperador tenía un sentido ecuménico, pues se consideraba el único señor de la
µ o territorio habitado por los cristianos. Los emperadores bizantinos se consideran herederos directos de las
ideas imperiales de Roma. En esta conciencia confluyen tres importantes filones. Primero, la idea de origen romano
según la cual el imperio era universal, de modo que todas las naciones debían obediencia a Bizancio. Segundo, la idea
helenista según la cual los bárbaros estaban destinados a formar parte de esta cultura superior. Y, por fin, la idea
judeo-cristiana de que los consagrados al servicio de Dios habían sido destinados por Constantino a evangelizar a
todos los pueblos.
Justiniano se dotó de una burocracia manejable formada en Constantinopla y Beirut y un ejército eficiente
con grandes generales. A ello se añade la formulación de un credo y de un código uniformes. Las reformas habían
marginado a los monofisitas y el poder autocrático central dejaba fuera al elemento popular, que se agrupaba en
torno a los bandos, que habían trabajado en la construcción de las murallas de la ciudad. Los costes de las reformas
llevaron a una sublevación popular. Paganos y monofisitas recelaban de estas medidas. Al grito de "Muchos años de
vida a los verdes y azules" se sublevaron en el circo. A la voz de  (¡victoria!) la multitud reunida en el hipódromo
asaltó el palacio. Un vasto incendio destruyó el circo, las termas y santa Sofía. Justiniano huyó, pero su mujer Teodora
lo anima a luchar. Justiniano doma la revuelta en 532 con un baño de sangre de 50.000 muertos, que restituyó al
emperador poderes omnímodos.
Superado el peligro de las revueltas internas y de las invasiones de los godos, Justiniano I pudo restaurar la
unidad imperial, pero ya no consiguió atraerse las provincias monofisitas. Alargó los límites del imperio hacia
Occidente, pero el exterminio de ostrogodos en Italia, por obra de los generales Belisario y Narsés, tuvo la
consecuencia negativa de dejar esa parte de la cristiandad en manos de los longobardos. En política religiosa, aunque
fortaleció el imperio ortodoxo, sin embargo en 553 volverán las tensiones con Roma.
Convencido de que su misión era de origen divino, pone las nuevas bases del imperio cristiano. Imaginaba
un imperio mediterráneo, donde Rávena sería una subcapital sujeta a Constantinopla y Roma el centro espiritual, que
equilibraría al Patriarca constantinopolitano. La teoría de la pentarquía, es decir la unión de los cinco antiguos
patriarcados (Roma, Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla) corona su concepción eclesiástica.
1.3.1. La obra legislativa de Justiniano:
Justiniano estaba dispuesto a hacer reinar el "orden teocrático" mediante la fuerza de las leyes. La obra
legislativa de Justiniano es una de las bases de la misma civilización occidental, que la incorpora a su ordenamiento
jurídico a partir de la Edad Media. Con ello trataba de fortalecer el poder central, reformar la administración y
recuperar la unidad eclesiástica en torno a la ortodoxia. Esta reforma se concreta en el Corpus Juris Civilis, que es una
colección de normas y sentencias jurídicas, penales y civiles dividida en tres partes, que conciernen tanto asuntos
religiosos como sociales.
Este Corpus se elaboró entre los años 528 y 533 bajo la dirección de Triboniano y Teófilo. Se acentúa el
absolutismo imperial y se advierte también el influjo de concepciones cristianas en el sistema jurídico. Como reto a
una legislación, cada vez más severa y fiel a la idea de la Iglesia una y única, estaba la permanente persistencia del
paganismo, la implantación del judaísmo y los diversos grupos heréticos cristianos.
Todos ellos son objeto de medidas concretas encaminadas a controlarlos y reprimirlos. Cualquier clase de
herejía, que hubiera en el imperio, fue excluida de todos los cargos y dignidades, así como de la actividad docente o
de la abogacía. Pero esta legislación no se aplicaba a todos por igual. Los monofisitas estaban más protegidos que los
montanistas. Peor trato recibieron los samaritanos, pues los consideró paganos.
1.3.2. Las iniciativas teológicas de Justiniano:
Justiniano tenía la conciencia de estar inspirado por Dios. Por eso se preocupó, sobre todo, de la Iglesia, a la
que protegía y de la que debía servirse. Incluso llega a asumir la tarea del teólogo. Seguro de su saber teológico y de
su autoridad omnímoda, incluso en el campo eclesiástico, el emperador regenta la Iglesia, destituye a los papas, dirige
las controversias y propone edictos dogmáticos. Pero todo esto no significaba, para el mundo oriental que el
emperador asumiera funciones sacerdotales.
En consecuencia, enroló a los obispos en toda una serie de tareas en beneficio del gobierno, aunque el
emperador no los haga funcionarios del Estado. Con la misma solicitud se cuida el derecho sinodal, determinando
fechas y reglamentado el modo de proceder en estas asambleas eclesiales. El derecho de convocatoria se reserva,
según la tradición, al emperador y los cánones conciliares vienen equiparados a leyes del Estado.
Dos cuestiones teológicas merecen su atención. En primer lugar la cuestión origenista, que era objeto de
controversias en el mundo cristiano. Las luchas entre los monjes dieron lugar a que Justiniano interviniera escribiendo
un tratado contra Orígenes, que acabó el 543. En tono violento emparejaba los errores de Orígenes con los paganos y
arrianos. En segundo lugar, procede a la condena de algunos autores del campo nestoriano, que se consideraban
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como el único obstáculo para la unión de los monofisitas. Los autores en cuestión eran Teodoro de Mopsuestia (+
428), Teodoreto de Ciro (+ 458) e Ibas de Edesa (+ 457), que Calcedonia había absuelto. Por eso, la cuestión se
conoce con el nombre de los tres capítulos.
Para todo esto necesitaba el apoyo del papado. Por eso, la destitución del papa Silverio y la elección del
diácono Vigilio (537-555), antiguo apocrisario o embajador de Roma en Constantinopla, fue sin duda un acto político,
porque quería un papa más acomodaticio. Con ello causó un grave daño a la iglesia romana. Las moratorias de Vigilio,
presionado por los obispos occidentales y africanos, sobre las firmas de los edictos terminaron por convencer a
Justiniano y su mujer de que era preciso forzarlo a viajar a Constantinopla.
Allí se asiste a un penoso espectáculo de presiones, de modo que Vigilio en 548 confirma su sentencia en un
Judicatum, donde condena a los maestros de los tres capítulos, tratando de dejar intacta la autoridad de Calcedonia.
Las reacciones negativas del episcopado occidental y las declaraciones del papa al emperador de que podía tener
cautiva su persona, pero no la del apóstol Pedro, culminaron en la petición de la retirada de ese documento y en la
convocatoria de un nuevo concilio, que sería el quinto ecuménico.
El segundo concilio de Constantinopla (553 ), estuvo dominado por los temas dogmáticos, que había
introducido Justiniano. Antes del concilio el emperador publicó en forma de edicto una Profesión de fe. En ella
declaraba que el emperador, el patriarca y el papa eran los guardianes de la ortodoxia; recordaba las decisiones de los
cuatro concilios anteriores; formulaba trece anatematismos, de los cuales los tres últimos concernían los tres
capítulos. Al final Justiniano pudo obtener la firma de los obispos presentes sobre los anatematismos y, al año
siguiente, Vigilio aprobó este concilio convirtiéndolo en ecuménico.
La obra de Justiniano es compleja y hay que encuadrarla en las concepciones orientales del poder. La
distinción de poderes no significaba enfrentamiento, sino colaboración o "symphonia". Su legislación y el
fortalecimiento del imperio son datos reales. En política religiosa no consiguió atraer a los monofisitas, a pesar de sus
concesiones. Su obra teológica se inspira en la autosuficiencia de los formularios más que en las aclaraciones de los
malentendidos. Su conciencia del poder absoluto lo llevó a arrogarse el derecho a decidir sobre la sede romana.
Justiniano muere a los 82 años, dejando abierta la herida del cisma.
2. La Iglesia oriental:
El nombre más usado para denominar esta Iglesia es el de ortodoxa (= recta y = doctrina), porque
en ella se mantiene la regla de la fe aceptada en los primeros siete concilios ecuménicos. La Iglesia del imperio
bizantino se denomina griega, por la lengua que usa, pero admite las autóctonas en la evangelización de los nuevos
pueblos. También se denomina bizantina por su liturgia, que abrazan y siguen diversas iglesias por su grandiosidad y
belleza más que por imposiciones propiamente jurídicas. En ambientes árabes se acuñó la palabra melkita para
referirse a la iglesia bizantina fiel a Calcedonia, por pertenecer al melek (emperador, en legua siria). Actualmente este
término se usa sólo para las comunidades de esos ambientes, que se encuentran unidas a Roma. Sea cual sea el
nombre usado, lo cierto es que se trata de una realidad cristiana importante por su historia y por la evangelización de
los eslavos.
Esta iglesia siempre ha estado íntimamente relacionada con la suerte del imperio bizantino, que sufrió
incesantes acosos desde antiguo por el flanco oriental. Los persas recortan el territorio imperial en su flanco oriental,
cuando se adueñan de las grandes metrópolis: Antioquía (612), Jerusalén (614) y Alejandría (618), aunque poco
después Heraclio los derrota definitivamente (622-628). Pero las luchas entre bizantinos y persas había dejado
exhausta la zona oriental. Los árabes conquistan el imperio persa a mediados del siglo VII y serán desde entonces los
señores de Oriente. La rapidez de sus conquistas se vieron favorecidas por las divisiones religiosas del imperio: los
monofisitas de Egipto, Siria y Palestina aceptaron de buen grado a los musulmanes más tolerantes. Entre 634 y 642
los árabes arrebataron al imperio las provincias de África y Asia Menor y pusieron sitio a Constantinopla bajo
Constantino IV (668-685). En 670, superadas guerras intestinas, los árabes miran a Constantinopla y en 673 su flota
aparece ante la capital bizantina, pero tuvieron que retirarse en 677 con una terrible derrota. Era el primer frenazo de
los árabes y se llegó a la paz entre el imperio y el califato.
Los problemas políticos de la defensa ante los invasores árabes terminan por configurar un universo
cristiano, sin duda, pero cada vez más alejado del cristianismo occidental.Además, las inmigraciones de eslavos y
búlgaros, en la península de los Balcanes, y de armenios y sirios, en todo el imperio, crearon un mundo bizantino
cerrado a los influjos de su civilización romana.
Esta historia explica que en el mundo cristiano oriental las iglesias, tanto nestoriana como monofisita y
bizantina, se convirtieron en refugio de la conciencia nacional durante las diversas invasiones: persas, árabes y
tártaros o mongoles. Así la mayoría de las Iglesias cristianas de Oriente terminarán viviendo bajo el régimen
musulmán, compañero de viaje, no deseado, pero necesario. Por otra parte, los temores a los occidentales eran
fundados y paulatinamente se hicieron insuperables, de suerte que aparecerán como peores enemigos que los
musulmanes. La separación y la desconfianza se afianzaron, porque cada parte de la cristiandad se encastilló en su
propia tradición, juzgando a la parte contraria desde el propio punto de vista y con el convencimiento de su particular
tradición se identificaba con la Tradición con mayúscula. En consecuencia el mundo oriental se repliega sobre sí mismo
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y se hace más bizantino, con sus propias instituciones y valores religiosos. Se mencionan algunos aspectos de su vida
e historia.
2.1. La institución del Patriarcado de Constantinopla:
Los inicios de la historia cristiana de Constantinopla no son conocidos. Entre los años 211 y 217 se guarda ya
memoria de un obispo llamado Filadelfo, pero sólo a partir de Metrófanes (306-307) comienza la serie ininterrumpida
de su jerarquía. Un relato, no anterior al siglo VI, atribuye la fundación al apóstol Andrés ("el primer llamado": Jn 1,
40-42). Esta leyenda pone de relieve la preocupación por hacer de la Nueva Roma una fundación apostólica. Andrés
es hermano de Pedro y en consecuencia sus iglesias serán hermanas, pero no superior la una a la otra.
En Oriente no existía un único centro dominante ni en lo civil ni en lo cultural, por lo que aparecieron desde
el principio diversos centros eclesiásticos. Nicea legisla sobre iglesias locales, pero se hacen excepciones en favor de
Roma, Alejandría, Antioquía. Sólo más tarde se añadió a éstas la nueva ciudad de los emperadores, Constantinopla.
Su patriarcado fue consecuencia de la capitalidad política otorgada por Constantino. El concilio de Constantinopla del
381 se hace eco jurídico de esta situación y situó a la Nueva Roma por encima de Antioquía y Alejandría. El canon 3 le
concede una primacía de honor, que Roma la antigua ya tenía: "El obispo de Constantinopla tendrá el primado de
honor después del obispo de Roma, porque tal ciudad es la Nueva Roma". Luego en 451 será reconocido el
patriarcado de Jerusalén. A partir de Calcedonia hay cinco patriarcados.
Oriente tiene algunos centros de primacía y de unidad, no por derecho divino, sino eclesial. Por eso, los
patriarcados son una organización de tipo reverencial y detentan el título las sedes más importantes de la antigüedad.
El patriarca es un primero entre iguales elegido por su zona patriarcal y necesitado de los demás obispos para poder
decidir y actuar. El cristianismo de Oriente conserva la estructura patriarcal. Tanto Roma como Constantinopla
pretendieron en sus territorios la primacía de honor y de poder. Esta pretensión enfrentó Constantinopla con Roma,
que reivindican su derecho al título de “patriarca ecuménico”.
Pero Constantinopla siguió siendo frecuente escenario de contiendas religiosas, a pesar de lo decretado en
los concilios. Fue bastión del arrianismo entre 339 y 379 por voluntad de los emperadores Constancio y Valente. Bajo
Arcadio interviene Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, contra los godos arrianos. Esta actitud provocó la
intervención del patriarca de Alejandría Teófilo, que consigue deponerlo en el sínodo de la Encina (404). El papa
Inocencio I lo rehabilitó, pero el nuevo patriarca Atico retiró el nombre del papa de los dípticos durante diez años
(405-415).
Bajo Teodosio II reaparecen las disputas teológicas del nestorianismo y del monofisismo, que dieron lugar a
la celebración de dos concilios en el espacio de veinte años. Calcedonia, desde el punto de vista eclesiástico, afianzó la
autoridad del papado, pero también la de Constantinopla, que tenía bajo su autoridad varias diócesis. Los cánones 9 y
17 daban a Constantinopla el derecho de recibir la última instancia de los conflictos de clérigos con sus superiores.
León Magno proclamó la primacía de la sede de Roma coincidiendo con el canon 28 de Calcedonia, pero rechazando
que situara a Oriente cristiano bajo la autoridad del patriarca de Constantinopla. León insistía en la violación de los
derechos de Alejandría y Antioquía, pero los obispos de Constantinopla comenzaron a actuar con este principio: tienen
la preeminencia y no sólo honorífica sobre todo el Oriente.
La humillación de la iglesia romana por parte de Justiniano lleva a los obispos de Roma a reivindicar su
supremacía. Por eso, la rivalidad entre Roma y Constantinopla reaparece a propósito de la disputa sobre el título de
"patriarca ecuménico". El título, que los occidentales traducían por universal, parecía conferir una autoridad sobre toda
la Iglesia. Aplicado a un obispo no era nuevo, pero el significado era impreciso. El obispo de Constantinopla lo usaba
desde tiempos de Acacio y Justiniano en su legislación le da regularmente este título. Pero Gregorio I (590-604) lo
consideró ofensivo para la supremacía romana. En 597 el papa vuelve a afirmar que era una usurpación grave y que
él veía al que lo usaba como un precursor del Anticristo. El conflicto llevado con tanta insistencia es prueba de que
Gregorio consideraba que estaba en juego el prestigio y la autoridad misma de la sede romana. Roma se encargará de
recordar la historia herética de Constantinopla.
El emperador Focas, en carta al papa Bonifacio III el 607, afirma que "la sede apostólica de san Pedro sería
la cabeza de todas las iglesias" y prohíbe el título de ecuménico al patriarca. Pero este reconocimiento apenas si tiene
ya valor histórico. Una columna dedicada a Focas en Roma, como recuerdo de su respeto hacia esta sede, será el
último monumento que los romanos dediquen a un emperador bizantino. A partir del 610 los obispos de
Constantinopla toman de nuevo el título de patriarca ecuménico, que conservan todavía. La situación jurídica del
patriarcado, como la sede superior de Oriente, la corroborará el famoso concilio, no ecuménico sino regional, de Trulo
II del 692.
2.2. Formas de vida eclesiástica bizantina:
La historia enseña que la "práctica" concreta de las Iglesias, antes de las grandes rupturas de Oriente y de
Occidente, no fueron nunca idénticas por doquier. Esta diversidad se basa en el hecho de que varias iglesias orientales
son de origen apostólico, mientras que en Occidente sólo existe una sede apostólica, Roma. La historia de la teología
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cristiana demuestra abundantemente que siempre han existido diferencias notables en las fórmulas de profesión de la
fe y también en las manifestaciones litúrgicas. Éstas son suficientemente conocidas, como por ejemplo, las diferencias
doctrinales sobre la procesión del Espíritu Santo; el pan eucarístico; el purgatorio; diversas formas de iniciación, entre
un bautismo de adultos y otro de masas y sociedad; actitudes diversas sobre el divorcio en el matrimonio; confesiones
de fe cristológicas (unidad y dualidad). Muchas de estas diferencias existieron antes del “cisma”, lo cual quiere decir
que contienen aspectos propios de la “luz de Oriente”.
Por eso, hay que reconocer el valor de estas instituciones y sus formas de acceder a la vida divina, que han
permitido la pervivencia de la Ortodoxia, a pesar de su historia. Tanto Oriente como Occidente tienen una idea de la
Iglesia como Cuerpo de Cristo, que comunica la fe mediante los sacramentos y luego de la gracia santificante. Esta
identidad se extiende también a la estructura jerárquica sacramental de la Iglesia, a la posición respectiva del
sacerdocio y del pueblo fiel. La Iglesia es, sin duda, jerárquica, no por desarrollo natural de la comunidad, sino por
designación del Señor, que hizo de los apóstoles las columnas de la Iglesia. Los sucesores de los apóstoles son los
obispos, que presiden la Iglesia local en todas sus dimensiones: eucarística, didáctica y pastoral.
La tradición oriental no admite, a no ser a título de honor y privilegio, como en el caso de los patriarcas, un
jefe superior a las mismas iglesias ni tampoco a la misma Iglesia. De ahí que el verdadero poder lo detente el sínodo,
compuesto por miembros eclesiásticos, al que puede asesorar un consejo mixto compuesto por laicos, del que tiene la
presidencia ejecutiva el patriarca o el arzobispo. En la Iglesia ortodoxa la conciliaridad y la colegialidad episcopal
expresan visiblemente la unión invisible de las Iglesias locales. Esta comunión se manifiesta a través de concilios
locales y universales, que deben ser recibidos por los fieles y que tiene mucha importancia en el gobierno de la Iglesia.
2.2.1. La tradición ortodoxa:
El mundo romano ya había unido su suerte al cristianismo, como religión de Estado, cuando se constituye el
imperio bizantino. Por eso, la parte oriental del imperio se va a convertir en salvaguardia de la cristiandad y en
detentora de la civilización antigua. En estos territorios el cristianismo penetró muy pronto y se produjo una fecunda
osmosis entre cultura griega y fe cristiana. Ello da lugar a la formulación de los dogmas fundamentales del
cristianismo: Trinidad y Encarnación.
Conforme a la sinfonía entre las cosas divinas y los asuntos humanos la Iglesia se encierra en lo místico y
deja la imperio lo jurídico. Por eso, durante varios siglos los sucesores de Constantino se esforzaron por defender al
cristianismo de las herejías. La palabra "ortodoxia" se convierte de uso común después de Eusebio (+ 339). Antes que
los concilios de Efeso y Calcedonia hablaran de ortodoxia, el término connotaba no simplemente la recta doctrina, sino
la doctrina tradicional y universal de la Iglesia, tal como se ha transmitido en una línea ininterrumpida desde Jesús y
los apóstoles. Luego, este calificativo fue usado más en la Iglesia oriental que en Occidente. Parece que los papas
evitaron la palabra.
La conciencia de la defensa de este patrimonio doctrinal termina convirtiendo las cuestiones religiosas en
verdaderas contiendas políticas. Las controversias teológicas en Oriente adquieren muy pronto connotaciones
sociales. La popularidad de estas disputas terminaba por manifestarse en el mismo circo, que era el principal lugar de
la vida ciudadana. Pronto se formarán dos facciones: los Verdes, que eran partidarios del credo monofisita, y los
Azules, que apoyaban el credo ortodoxo. Bajo Justiniano la tensión entre el poder autocrático y los grupos populares
agrupados en torno a los partidos explotó el 532, dando lugar a la revuelta más sangrienta de la historia de Bizancio.
En este espacio imperial y cristiano se crea la mística de la Ortodoxia, forjada en cinco siglos de luchas
contra las herejías: arrianismo, nestorianismo, monofisismo, monotelismo e iconoclasmo. La popularidad de estos
conflictos llegó a que en Constantinopla, después de los conflictos sobre las imágenes, los orientales fijaran una fiesta
solemne y anual dedicada a la ortodoxia. En defensa de la ortodoxia se aplicaba un rasgo muy característico del
imperio bizantino. Son notorios la crueldad de los suplicios, las refinadas torturas, la mutilación, la ablación de la nariz,
de las orejas, de la lengua misma, sacar o quemar los ojos. Estos horrores se aplican tanto a criminales como a
enemigos políticos y a eclesiásticos: el papa Martín (+ 653) y Máximo el Confesor (+ 662), culpables de no compartir
las posturas heréticas del emperador, son un ejemplo.
El mundo ortodoxo ha acudido para resolver las permanentes cuestiones dogmáticas a los concilios. El
concilio permanente funcionó siempre en Constantinopla como una instancia decisiva. Las frecuentes teorías
teológicas eran sometidas a este riguroso tribunal, que hacía un pormenorizado análisis. Además de los problemas ya
tratados, conviene fijarse todavía en algunos otros. La ortodoxia reconoce los siete primeros concilios ecuménicos. Por
eso, se exponen aquí las doctrinas de los concilios sexto y séptimo.
A principio del siglo VII surgió el monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad o principio de
operación, a saber, la divina. Es el sucesor del monofisismo. Sergio I (610-638), patriarca de Constantinopla, propone
esta doctrina apoyado por el gran emperador Heraclio. El emperador promulgó el 638 la Ékthesis, exposición de la fe
compuesta por Sergio, que imponía estas doctrinas. Con ello buscaba la unión de los numerosos monofisitas, para
oponerse a las amenazas de persas y árabes. Sergio dirigió una astuta carta para ganar a la causa al papa Honorio I
(625-638), que cometió la imprudencia de aceptar la propuesta. Honorio no estaba versado en bizantinismos.
Máximo el Confesor (+ 662) expió su oposición a estas doctrinas con la amputación de las manos y de la
lengua. Los romanos las condenaron en un concilio de Letrán bajo Martín I en 649. Para zanjar el tema se convocó un
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concilio, que tuvo lugar en la gran sala imperial de troullos (cúpula). Por eso el tercer concilio de Constantinopla y VI
ecuménico (680-681) se denomina Trulo I. En él se condena a Sergio y a los monotelitas "y con ellos a Honorio, que
fue papa de la antigua Roma, porque hemos encontrado en sus cartas a Sergio, que ha seguido en todo la opinión de
éste y que ha sancionado sus enseñanzas impías" (Dz 552).
La tradición ortodoxa considera muy importante el II concilio de Trulo (691-692), que dio lugar a nuevas
tensiones con Roma. Este concilio, denominado "quinisexto", porque quiere completar al quinto y al sexto, pretendió
dictar leyes a la misma iglesia romana. El concilio tuvo gran relieve para la unificación de la legislación ortodoxa. Se
arrogó el carácter ecuménico, pero en realidad lo único que hizo en este sentido fue dejar en blanco un lugar de las
actas para la firma del papa. Al final reconocía las decisiones de los concilios II y IV, dictaminando que la sede de
Constantinopla gozaría de los mismos privilegios que la antigua Roma, que sería considerada su igual en los asuntos
de la Iglesia y que vendría por orden jerárquico la segunda después de la de Roma (canon 36). Atribuye
definitivamente al patriarca de Constantinopla el título de ecuménico. El carácter bizantino queda así fuertemente
marcado por un sentimiento antirromano. Los occidentales denominarán a este concilio con el calificativo de ‘errático’,
porque nunca lo reconocieron.
A estas contiendas teológicas, suceden muy pronto nuevas controversias sobre el culto de las imágenes.
Estas luchas se van a desarrollar en dos oleadas: 731-787 y 815-843. Esta vez el enfrentamiento era entre el
emperador y los monjes y dio lugar a otro conflicto muy popular. En el aspecto religioso algunos emperadores,
apoyados por el clero secular y gran parte de las provincias centrales de Asia Menor, desarrollaron una sistemática
campaña de destrucción de imágenes, con el fin de purificar la religión. En efecto, el culto de los iconos había dado
lugar a manifestaciones supersticiosas y era una fuente de ingresos para los monjes. Además, el culto que se les daba
ya no tenía ningún valor simbólico, sino que se cultivaban por sí mismas. En el aspecto político el movimiento
iconoclasta (enemigos de las imágenes) fue la lucha del poder político contra el poder religioso: los monjes defensores
de las imágenes habían adquirido tal poder que eran una república dentro del Estado.
Entonces se enfrentaron, aunque no sólo por motivos religiosos, los iconoclastas y los que las veneraban
(llamados por sus adversarios iconódulos). Los primeros negaban que se pudiera representar de modo adecuado la
humanidad glorificada de Cristo y por ello, sostenidos por algunos obispos y por el emperador León III el Isáurico
(717-741), se opusieron enérgicamente al culto de las imágenes y destruyeron muchas. La razón la encuentran en
que "eran ídolos reprobados por la Biblia". La doctrina ortodoxa se fija en el segundo concilio de Nicea en 787,
séptimo ecuménico: sanciona el culto de las imágenes reconociéndolas como objeto digno de veneración relativa
(proskynesis), referida siempre a su modelo o prototipo) y no de adoración (latreia), reservada solamente a Dios. Esta
distinción sigue siendo todavía fundamental para entender el verdadero sentido de los iconos en la ortodoxia. En
efecto, con demasiada frecuencia se habla de un “culto” y de una “adoración” de las santas imágenes, cuando en
realidad estos términos no se pueden utilizar aquí más que en la medida que no coinciden con el griego latreia,
formalmente excluida por la decisión de Nicea. Pese a ello el concilio atribuye valor dogmático positivo a la veneración
de los iconos.
En Constantinopla, después de nuevos conflictos sobre las imágenes bajo León IV el Armenio (813-843), se
proclamó definitivamente el triunfo del culto a las imágenes. En consecuencia se estableció la fiesta de la ortodoxia,
que se celebra el primer domingo de cuaresma, porque el 11 de marzo del 843, los graptoi (señalados por la
persecución), que tenían horribles huellas de mutilación, fueron reconocidos como auténticos héroes de la resistencia
ortodoxa en favor del culto a las imágenes. Es decisivo para comprender el icono bizantino es el gravísimo conflicto de
los siglos VIII y IX.
El icono es una de las manifestaciones concretas de la dimensión sacramental y litúrgica de la Iglesia de
Oriente. Por ello las imágenes están unidas íntimamente con el culto, de modo que se convierten en parte integrante
de la liturgia. Siendo esencialmente la vida litúrgica un culto comunitario, todo cuanto la rodea -edificios,
ornamentación, símbolos- adquiere naturalmente importancia particular. El arte bizantino tiene arquitectura,
escultura, mosaico, tejidos y orfebrería, pero entre ellas sobresale la pintura de iconos. En este sentido Oriente ha
creado un arte, que en el decurso de su desarrollo ha sido un éxito notable en la expresión pictórica de los dogmas
cristianos y en la respuesta que se da a los problemas del sentimiento religioso. De ahí proviene la importancia del
iconostasio elemento importante de las iglesias orientales, que separa la nave del altar y que está profusamente
decorado.
La formación de la pintura cristiana, que desemboca en el estilo bizantino, se conoce mal. En realidad los
primeros cristianos no fueron muy partidarios de las imágenes, porque les recordaba la exuberancia viril y femenina
de los templos paganos. Pero al perder fuerza el paganismo se introducen en el mundo cristiano tanto por necesidad
de belleza como para favorecer la catequesis de los divinos misterios. Los más antiguos iconos se remontan a los
siglos VI y VII y provienen generalmente del monte Sinaí: pinturas portátiles en tabla realizadas con la técnica del
encausto, pintura al fuego. Si los datos históricos no son muchos, en cambio el origen legendario de algunos iconos es
constante. Son famosos los llamados "ajeiropoietai", es decir, "no pintadas por manos humanas". El icono de la Madre
de Dios, conocida en Rusia como Vladimirskaja, habría sido pintada por San Lucas.
De estas luchas la Iglesia oriental salió robustecida, los monjes conservaron sus privilegios, pero se
ahondaron más las diferencias entre Oriente y Occidente. Sin embargo, hasta este momento la unión ideal entre estas
dos partes del mundo cristiano no se había roto jurídicamente, aunque cada vez es más claro que el papado orienta
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sus miras hacia la ayuda más segura que le pueden prestar los nuevos pueblos de occidente. Otras instituciones
características de Oriente, que se afianzaron en estos concilios, fueron la liturgia y el monacato.
2.2.2. La divina bizantina:
La liturgia de las iglesias orientales refleja una concepción eclesial muy profunda, porque en ella reconocen y
experimentan su pertenencia al cuerpo de Cristo. La liturgia, como misterio, es la función esencial de una Iglesia -tal
vez la esencial-, y su culmen es la eucaristía. En las Iglesias orientales la divina liturgia predomina sobre otros
aspectos de la vida eclesial. Es el aspecto fundamental de la Iglesia oriental, de modo que la Iglesia se identifica con
su rito. El rito no es sólo el aparato externo de rúbricas y ceremonias, sino que es mucho más que la ejecución fiel de
los mismos en la celebración.
En los primeros tiempos en Oriente, como también en Occidente, hubo multiplicidad de liturgias. Los ritos no
son formas abstractas constituidas perfectamente como punto de partida, sino que su formación fue lenta y
progresiva. En Oriente continuó esta creatividad, incluso después de la unificación bizantina, dado su fundamento
pneumático. Por eso una característica de Oriente es la variedad de liturgias. Deriva esta riqueza de la pluralidad
eclesial y cultural existentes. Los ritos orientales toman su origen de las grandes metrópolis antiguas: Antioquía y
Alejandría.
A ellos se añadió el rito bizantino, que deriva del antioqueno y es el más importante de los ritos orientales.
Es seguido por la inmensa mayoría de los ortodoxos y los católicos unidos. Aunque prevalece la denominación de
bizantino, también se llama griego por la lengua. Los orígenes se remontan a Antioquía pasando por Capadocia, donde
Basilio el Grande influyó en su transformación. Otros nombres ilustres que contribuyeron a formarlo son Juan
Damasceno, Andrés de Creta y Cosmas el Melodioso, dando a sus ceremonias una admirable belleza y majestad. En
su formación intervienen el antiguo cristianismo, el influjo de la corte imperial y, particularmente, los influjos
monásticos.
El rito bizantino es el más importante de los ritos orientales, porque es seguido por la inmensa mayoría de
los ortodoxos y los católicos unidos. La misma dinámica de los hechos hizo que tanto en el campo político como
religioso el rito de la capital se extendiera a todas las provincias del imperio, aunque las iglesias sirias y egipcias
mantuvieron sus antiguos ritos y los modificaron según sus doctrinas. Las polémicas teológicas del siglo V llevaron a
introducir el credo, inicialmente un acto del bautismo, en la liturgia de la misa. Era una forma de propaganda
teológica. Normalmente se considera a Pedro Fulón (Batanero), erigido en patriarca de Antioquía, como al promotor
de esta iniciativa, con el fin de hacer propaganda monofisita.
La fidelidad al rito, ha significado la supervivencia de estas iglesias. Para las iglesias de Oriente constituyó un
modo de afirmar su personalidad y sus características específicas. No cabe duda que, dada su situación en muchos
lugares, donde la sociedad no es culturalmente cristiana, esto ha permitido su vigencia. La fe de los cristianos de
Oriente, sometidos al yugo turco y mongol, han encontrado en la vigencia e importancia del culto el medio de
permanecer fieles a la ortodoxia. La Iglesia sólo disponía en esas situaciones de la liturgia como medio para comunicar
las verdades de la fe a los fieles. Esto contribuyó a que la celebración de la liturgia preservase la identidad y la
continuidad de esta iglesia, a pesar de los reveses históricos.
Al principio solamente se usaba la lengua griega. Pero ya en el siglo VI los georgianos la sustituyeron por su
lengua nacional. A partir del siglo IX algunos misioneros bizantinos, que evangelizaron a los eslavos, introdujeron el
vétero-eslavo. En tiempos más modernos se tradujo también al rumano. Las regiones sirias, fieles al emperador,
comenzaron a sentir la necesidad de introducir lenguas autóctonas, porque el griego no se entendía: desde el siglo XI
al XVII prevaleció el siríaco, desde el XVII en adelante el árabe. Los misioneros bizantinos celebraban la liturgia en la
lengua de las naciones evangelizadas: así surgió, además del ruso, el estoniano, el letón, el alemán en las provincias
bálticas, el chino y el japonés, y el inglés en territorio americano. Los albaneses también sustituyeron el griego por la
lengua nacional.
Las liturgias celebradas hoy entre los bizantinos son tres: la de san Juan Crisóstomo, que es la forma
ordinaria de la misa; la de san Basilio, que se celebra en algunas ocasiones; la de los Dones presantificados, que se
llama también de san Gregorio, que es para los días de cuaresma, cuando no se celebra misa.
2.2.3. El monacato:
En el momento del paso del paganismo al cristianismo, desaparece el martirio y la Iglesia va a ser
reconocida por el Estado. Entonces, ante peligro de conformismos mundanos, el monacato significa una ruptura
violenta con el mundo del pecado y relajación, una crítica profética de la instalación eclesial y la búsqueda de un
maximalismo escatológico. Algunos cristianos preferían retirarse al desierto para atestiguar así que el reino de Dios es
un reino futuro y que la Iglesia no tiene morada permanente en este mundo. Esta forma de vida hunde sus raíces en
el mismo cristianismo y en sus ideales ascéticos. La permanencia del monacato en la historia de Bizancio demuestra
que el sentido escatológico no ha menguado en el curso de los tiempos.
El monacato hunde sus raíces en los antiguos padres del desierto y en la regla de san Basilio (+ 379), que
siempre ha sido su norma fundamental. Oriente cristiano ha conocido también el tipo de vida monástica, que se hizo
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clásico: la gran comunidad disciplinada y litúrgica. Este tipo de vida se difunde por lugares de antigua raigambre
cristiana: Egipto, Etiopía, Palestina, Siria, Asia Menor. Lo habían difundido los padres del desierto: Antonio (+ 356),
que favorece un tipo de vida intermedio entre el eremita y el cenobita, y Pacomio (+ 346), que les dio ya una regla.
Atanasio divulgó el movimiento escribiendo la vida de Antonio.
Los grandes organizadores del monacato oriental Eutimio (+ 473), Teodosio el Cenobiarca (+ 529) y Sabas
(+ 532) continúan esta tradición. San Teodoro, abad del gran monasterio constantinopolitano de Stoudios, y defensor
de la ortodoxia contra los iconoclastas en el siglo IX, fue el más importante codificador de esta regla en la época
bizantina. Estos monjes tenían su jornada estructurada entre oración, reposos y trabajo. En estos monasterios la
liturgia y la himnografía lograron sus mejores esplendores. La forma de vida más frecuente se denomina laura
(calleja, corredor), que hace referencia a una vivienda enclaustrada en lugares inaccesibles. Esta forma de vida fue
muy activa en Palestina. También son conocidos los monasterios dobles o mixtos, que los prohíbe Nicena II en el
canon 20. La autoridad la tenía el "igoúmenos" y los monjes residían en diversas mansiones.
Otra forma de vida monástica es el eremitismo, también conocido con el nombre de “hesicasmo”, que
significa tranquilidad, reposo espiritual. Esta forma monástica se funda en la práctica continua, por parte del monje, de
una oración constante y “monológica” o repetitiva. En el siglo VII san Juan Clímaco en su Escala del paraíso propone a
los monjes que el nombre de Jesús se pegue a su respiración. Así el monje busca el reino de Dios “en el interior de sí
mismo”. En Occidente se tacha al hesicasmo de falsa mística. Pero en el siglo XIV san Gregorio Palamás, arzobispo de
Tesalónica, encontrará en este movimiento la defensa de la ortodoxia contra los estragos de una filosofía que negaba
la posibilidad de lograr la comunión real con Dios en este mundo. Ambas tendencias han existido en la Iglesia
ortodoxa hasta hoy y en ocasiones han convivido juntos.
El monacato era una institución floreciente en los siglos del apogeo bizantino. Hasta el siglo IX sus centros
principales estaban en Constantinopla y en Olimpo de Bitinia. En los mejores tiempos de su desarrollo había en
Constantinopla 175 monasterios. Algunos eran una especie de fortalezas que disponían de todo lo necesario para sus
habitantes y para la beneficencia: una república dentro de la república. Perseguido por los emperadores iconoclastas,
se propagó en el siglo VIII hasta Sicilia y el sur de Italia. La victoria en la cuestión iconoclasta le dio nueva fuerza y
surgen dos nuevos centros en el siglo X: el Monte Athos, que se convirtió en la Santa Montaña, y el monte Latros,
antiguo Latmos, cerca de Mileto en Asia Menor. Las confederaciones monásticas de Monte Athos, Monte Olimpo y
Monte san Ausencia, que constituían una forma original de vida monástica, toleraban la existencia entre ellas de
grandes comunidades de ermitaños hesicastas. La única que ha sobrevivido es la del Monte Athos.
A partir del siglo V los monasterios fueron muy activos en la vida eclesial y política. Los monjes dirigían
hospitales (xenodochi), regían hospicios para viejos (gerocomi) y para niños (brefotrofi) y presidían locales donde se
daba alimento gratuito a los pobres. Calcedonia interviene en la vida monacal legislando sobre la obligación a la
residencia fija. Justiniano trató de reducir los monasterios. La abundante y variada legislación del II concilio de Trulo
(691-692) sobre los monjes confirma la importancia de este estamento en la vida de la Iglesia. Los monasterios eran
viveros de teólogos y obispos. Algunos se dedicaban a la cultura, pues de los monasterios salían los maestros de la
"Academia de los doce religiosos", que es la más alta institución cultural constantinopolitana junto con la universidad.
Muchos teólogos están ligados a este mundo: Romano el Melodioso, Juan Damasceno, Teodoro Estudita etc.
Su observante espiritualidad es muy respetada y admirada. La Iglesia ortodoxa siempre se ha negado a
aprobar las tendencias que aislaban a los monjes de la Iglesia y que les atribuían una misión esencialmente distinta y
superior a la de los demás cristianos. A nivel institucional, los monasterios ortodoxos están siempre sometidos a la
autoridad del obispo del territorio en que se encuentran, quedando así integrados en la vida de la iglesia local. No hay
como en Occidente vida religiosa u órdenes religiosas “exentas” de sumisión canónica a los obispos diocesanos. Es,
por tanto, en la Iglesia y por la Iglesia como el monacato está llamado a cumplir su misión particular. Lo cierto es que
Oriente no conoce la vida religiosa como Occidente, sino que tiene el monacato como la gran utopía de vida cristiana,
valor límite del cristianismo. El monacato es la prueba de que el bautismo y la eucaristía confieren a todo cristiano el
privilegio de vivir en Cristo y de poseer en su corazón el Espíritu Santo.
El monacato siempre ha ejercido un gran influjo en la Iglesia oriental. En efecto, se acudía a los monasterios
en busca de candidatos para el episcopado; fue en los monasterios donde se plasmó la ley de la liturgia en su forma
definitiva; fueron los monjes los que ganaron una sonada victoria sobre los iconoclastas e iniciaron así el retorno del
poder imperial a la ortodoxia. Hay que reconocer que el monacato ha tenido un gran valor de guía para los orientales,
de resistencia ante las prepotencias de los emperadores, de cultivo de una forma original cristiana. Los monjes
dirigieron la resistencia iconoclasta y resistieron mejor que los obispos a la prepotencia del Estado. Por eso, fueron
para los fieles el mejor apoyo de la Iglesia contra las arbitrariedades de los emperadores e impidió que se convirtiera
en una Iglesia del imperio. Su influjo en el pueblo y en el clero era religioso, pero también lo fue político. Los obispos,
protagonistas de la ortodoxia contra las herejías imperiales y de la defensa de la supremacía romana, eran elegidos de
entre los monjes. De ahí las iras de Focio, que los desprecia por romanófilos. Pero estas voces fueron acalladas y,
consumado el cisma de Cerulario, los monjes se convierten en los adversarios más obstinados de la unión con Roma.
Bibliografía
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L. BREHIER, El mundo bizantino. Las instituciones del Imperio bizantino, Barcelona 1974.
11
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P. Th. CAMELOT, Éfeso y Calcedonia: en "Historia de los concilios Ecuménicos" V, Vitoria 1971.

V. CODINA, Los caminos del Oriente cristiano, Santander 1998.

Y. CONGAR, Cristianos ortodoxos, Madrid 1963.
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G. DE VRIES, Ortodoxia y catolicismo, Barcelona 1967.

F. DVORNIK, Bizancio y el primado romano, Bilbao 1968.
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A. S. HERNÁNDEZ, Iglesias de Oriente. Repertorio bibliográfico, Santander 1965.

J. MEYENDORFF, La Iglesia ortodoxa ayer y hoy, Bilbao 1969.

A. VASSILIEV, Historia del Imperio bizantino, Barcelona 1946.
Sugerencias para la reflexión y estudio personal del Tema
III
a)
Origen y significado de la nueva capital del mundo cristiano.
b)
Configuración del imperio de Oriente como ortodoxo.
c)
Consecuencias de las iniciativas teológicas de Justiniano.
d)
Los “iconos” en la vida de la iglesia ortodoxa.
e)
Difusión e importancia del monacato en Oriente.
f)
Prof. Gregorio Celada Luengo
Nota:
© Orden de Predicadores – PP. Dominicos
Se permite la reproducción citando autor y procedencia
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