1 Tema III IMPERIO BIZANTINO E IGLESIA ORTODOXA Descarga del documento Esquema 1. 2. El cristianismo del imperio de Oriente: 1.1. El Oriente como imperio ortodoxo cristiano: 1.2. Primeras tensiones entre Oriente y Occidente 1.2.1. Iglesias nestorianas 1.2.2. Iglesias monofisitas 1.3. El ideal imperial de Justiniano: 1.3.1. La obra legislativa de Justiniano 1.3.2. Las iniciativas teológicas de Justiniano La Iglesia oriental: 2.1. La institución del Patriarcado de Constantinopla 2.2. Formas de vida eclesiástica bizantina: 2.2.1. La tradición ortodoxa 2.2.2. La liturgia Bizantina 2.2.3. El monacato El carácter indivisible de la comunión cristiana () era un antiguo principio eclesiológico, sancionado ya por Nicea. El primer milenio de la historia de la Iglesia conoce varias divisiones de la µ o mundo habitado por los cristianos. La separación más importante es la que se produce entre Oriente y Occidente en 1054, como consecuencia de la discrepancia sobre el puesto, que Roma debe tener, en la concepción de esta comunión. No se trata de corregir esa fecha, sino de conocer la vida de esa parte del cristianismo, que hasta esa fecha camina unida a Roma, a pesar de notables diferencias. Los términos Oriente y Occidente tienen habitualmente un significado geográfico. La palabra Oriens comienza a usarse el 293, cuando Diocleciano reforma la administración imperial. La prefectura oriental comprendía las diócesis (regiones o administraciones), que luego serán las base del imperio bizantino. Pero aquí interesa su significado político. A raíz de la división del imperio a la muerte de Teodosio el Grande en 395 entre sus hijos, Honorio occidente y Arcadio oriente, la división política entre las dos partes del único imperio romano es definitiva. Oriente mantendrá la conciencia de ser el sucesor y el heredero del único imperio romano y cristiano. El imperio de Oriente, que luego se denominará bizantino, supo defenderse de los godos. La última gran crisis exterior la provocan los ostrogodos, que, a finales del siglo V, se establecen en Occidente por acuerdos diplomáticos con el emperador Zenón. Así, mientras el imperio cristiano de Oriente va a perdurar por mil años, la parte occidental adquiere nueva fisionomía al instalarse en él una serie de nuevos pueblos de origen germánico, que dará lugar a la cristiandad medieval latina.El cristianismo tuvo en Oriente un desarrollo distinto que en Occidente, ya que allí el imperio crea el patriarcado, mientras que aquí el papado dará origen al sacro imperio romano. Las capitales de estos mundos son Roma y Constantinopla. 1. El cristianismo del imperio de Oriente: En el imperio romano bajo Diocleciano se sentía la necesidad de una capital cercana a los límites del Danubio y de Persia. La zona europea del Mar Negro, escenario de la guerra entre Licinio y Constantino, había estado a merced de las incursiones de otros pueblos hasta que pasó a manos romanas. Aquí funda Constantino en 330 la nueva capital imperial, cuya situación geográfica era estratégica. La inauguración de Constantino duró 40 días de festejos y Constantinopla recibió toda serie de epítetos. Con ello, sacrificando el papel histórico de la ciudad eterna de la antigua Roma, pretendía garantizar en el imperio un cierto equilibrio. El emperador acostumbraba a llamarla la Segunda Roma (Deutéra Rome). En honor a su fundador será llamada Constantinopla. En la Edad Media se denomina Bizancio y los turcos transforman ese nombre en la denominación popular de Estambul (Islampól o ciudad del islam). La simbología, a diferencia de la victoria como símbolo pagano del poder, la idealiza en la figura de la fortuna, que sostiene un cetro con el globo terráqueo, imagen del mundo, coronado por la cruz. De este modo se configura como capital ideal del nuevo imperio: el Imperio Romano y Cristiano. El símbolo monumental del nuevo rumbo del Imperio es la iglesia de santa Sofía. Los bizantinos medievales, profundamente religiosos, creían que la elección de la ciudad había sido hecha por inspiración divina de Constantino. Tenían en la memoria los escritos de Eusebio y recordaban la imagen del 2 vestíbulo de santa Sofía, que mostraba a la Virgen entronizada a la que Constantino le ofrece la ciudad y Justiniano la gran Iglesia. Constantinopla estaba bajo la protección de la Madre de Dios. Estaba destinada a ser una de las ciudades más influyentes de la historia humana. Por eso, será pronto objeto de grandes profecías en las que se reflejaba su destino. Comparte la capitalidad del imperio con Roma entre el 330 y el 395. A partir de esta fecha es capital de la parte oriental del imperio romano hasta su caída bajo el poder de los turcos en 1453. 1.1. El Oriente como imperio ortodoxo cristiano: En la tradición romana, tanto emperadores como obispos, consideraban la religión como un asunto público, es decir, propio de la política. A finales del siglo IV el emperador era ya el santo emperador, que vivía en el palacio sagrado rodeado de un ceremonial litúrgico cada vez más completo y era reverenciado como vicario de Dios. El emperador destinaba energías y riquezas a la gloria y bienestar de la iglesia cristiana. El imperio bizantino va a ser heredero directo de estas ideas. Teodosio I y sus sucesores convirtieron el cristianismo en religión de Estado y procuraron dificultar la difusión del arrianismo y de las doctrinas no cristianas. Con Teodosio II (408-450) los asuntos religiosos iban a ser verdaderas contiendas políticas. El mundo cristiano asiste en el siglo quinto a un espectáculo poco edificante. La rivalidad entre las diversas sedes metropolitanas agudiza los problemas doctrinales, de los que ya se habló en el tema precedente. Un frente de estas contiendas lo constituye el nestorianismo. Razones de prudencia pastoral, quizás por no alterar el ánimo de la fuerte colonia arriana, movieron a Nestorio, patriarca de Constantinopla, a evitar el tradicional título de María como Madre de Dios (). Con ello parecía dividir a Cristo y ceder a las exigencias arrianas. Las afirmaciones unitarias sobre Cristo eran algo consolidado en la tradición tanto oriental como occidental. Nestorio no supo atajar la cuestión y permitió que se evitaran esas expresiones tradicionales en la predicación. Cirilo, patriarca de Alejandría, intervino anatematizando a Nestorio. Este enfrentamiento hizo necesario el concilio Éfeso (431), que reconoce el título de María como Madre de Dios. El otro frente está constituido por los partidarios de la unión de tradición alejandrina. No cabe duda que la doctrina de Cirilo era ortodoxa, pero la ambigüedad de su terminología y la prepotencia de sus métodos van a desembocar en otra herejía. Autores cercanos a esta escuela, pero menos formados y más fanáticos, terminan en el monofisismo, que sostiene que el Salvador es sólo de naturaleza divina. Es el caso del monje Eutiques y del obispo alejandrino Dióscoro. La tormentosa reunión de este grupo en el denominado latrocinio de Éfeso de 449, donde impusieron sus doctrinas al patriarca de Constantinopla, abrieron la herida de la división en el mundo cristiano. Teodosio II, que vivió todo el período de las disputas nestorianas y monofisitas, no había resuelto la cuestión. A su muerte quedó libre el escenario para resolver los temas pendientes. Entonces se produce un hecho que tendrá importancia decisiva para el imperio bizantino. Marciano, asociado al imperio por Pulqueria, fue el primer emperador que se hizo coronar por el patriarca. De este modo la dignidad imperial recibe una consagración religiosa, que arraiga fuertemente en la corte bizantina. Estos cambios hicieron posible que, dos años después del triste espectáculo del "latrocinio", se reúna en Calcedonia (451) otro concilio. La carta dogmática de León Magno tuvo gran importancia en la solución del conflicto y se llega a un acuerdo ecuménico, pero las tensiones estaban latentes. El concilio condena en las dos direcciones opuestas: nestorianos y monofisitas. 1.2. Primeras tensiones entre Oriente y Occidente Al terminar el concilio de Calcedonia los obispos de Oriente se encontraron con que sus sedes estaban ocupadas por obispos monofisitas. Esto provocó la intervención del ejército para poder recuperarlas para los obispos calcedonenses. El problema era la aceptación de Calcedonia, a la que se oponían los monofisitas, que eran muy fuertes en Oriente. Pero solamente la protección del imperio podía salvar la doctrina del concilio. Por eso, el eje de la política imperial va a tratar de reconciliar a los monofisitas y mantener al mismo tiempo Calcedonia. Estos problemas convertían la sucesión imperial en un acontecimiento agitado. Desde 474 era emperador Zenón, que apoyaba el partido calcedonense. Pero esta protección imperial se acabó, cuando el usurpador Basilisco ocupó el trono en 475, que en su declaración de fe conocida como Encyclion, apoyó el monofisismo. El patriarca de Constantinopla Acacio, consejero del depuesto Zenón, se resiste a estas medidas y no suscribe esta fórmula, porque significaba olvidar hechos importantes para la tradición ortodoxa. El mandato de Basilisco fue efímero, pues en 476 fue de nuevo derrocado y repuesto Zenón. Pero estos conflictos fraguaron nuevas dificultades para la ortodoxia. Estos problemas movieron al emperador Zenón a promulgar el 482 un edicto de unión conocido como Henotikon, en el que prohibía hablar de dos naturalezas e invocar el concilio de Calcedonia. La intención de Acacio, inspirador del documento, era reconciliar a los monofisitas, que en muchos casos estaban fuera de la ortodoxia por cuestiones terminológicas. El medio propuesto era la aceptación, por ambas partes, de un nuevo formulario, que exponía la fe sin referencia alguna a las candentes cuestiones de Calcedonia y León Magno. Así Acacio, héroe de la resistencia contra Basilisco, se va a convertir ahora en promotor de tensiones entre Roma y Constantinopla, que terminaron en abierto enfrentamiento. 3 La cuestión era que se buscaba ser ortodoxo sin incluir al papa de Roma. La no mención del Latrocinio podía ser una concesión a los monofisitas, aunque no se aprobaba expresamente su doctrina. La fórmula podía aparecer hábil, pero dejaba sin aclarar una cuestión demasiado central: la ortodoxia de Calcedonia y de León. Sin embargo, la fórmula tuvo éxito y encontró la adhesión de Alejandría, Jerusalén y Antioquía con un unanimismo siempre sospechoso. El mismo año de la promulgación de ese edicto el papa Félix III (483-492) excomulgó al patriarca Acacio, inspirador del documento. Por eso se denomina cisma acaciano esta separación entre Roma y Constantinopla, que va a durar 35 años, desde el 483 al 518. También Acacio excomulgó al papa. Así Oriente se encontró en una situación dramática: la mitad eran monofisitas y la otra mitad eran cismáticos. Por eso, estas decisiones no las aceptaron los monofisitas, pero disgustaron también a los ortodoxos. A la muerte de Acacio (489) y de Zenón (491) Constantinopla era cismática, pero no monofisita. Solamente con Justino I (518-527), que era latino y católico, fue posible el retorno a la comunión. El mismo día que es aclamado emperador pide al patriarca que desde el púlpito reconozca la ortodoxia de Calcedonia y que restablezca en los dípticos (oraciones litúrgicas por los obispos en comunión) los nombres del papa León y el de Macedonio y Eufemio, resistentes antimonofisitas. Por eso, el primer acto de su política de unificación religiosa es un edicto ordenando a los obispos que reconozcan Calcedonia y redactando una fórmula de fe, que deben aceptar bajo pena de exilio o confiscación. Un segundo edicto impedía a los herejes toda función pública, excluyéndolos incluso del ejército. Este edicto fue obedecido en Siria a medias y en Egipto ya no se pudo imponer. El tema de la pacificación de la Iglesia, también pendiente, se llevó a cabo con un acuerdo con Roma. El cisma acaciano fue resuelto por Justino I y por el papa Hormisdas (514-523). La fórmula de Hormisdas del 519 fue aceptada por ambas partes. Constantinopla recupera la unidad con Roma y se mantiene ortodoxa. Retorna así la comunión entre las dos sedes patriarcales más importantes, pero en otras regiones, como Siria y Egipto, la situación se había deteriorado definitivamente. Estas contiendas religiosas terminaron debilitando las fronteras del imperio bizantino. La separación de algunas zonas más periféricas se hizo ya imparable. Estas provincias, además de los motivos doctrinales, tenían otros resentimientos contra el imperio, porque eran tratadas por Constantinopla con sentido colonial. Por eso, estaban poco helenizadas y subsistían en ellas muchos elementos autóctonos. 1.2.1. Iglesias nestorianas: Desde el 410 la iglesia persa o caldea tenía su propia jerarquía al separarse de Antioquía. Esta iglesia, junto con otras de Siria, constituyen bajo la jurisdicción del catholikós (obispo universal) de Seleucia-Ctesifonte, en Mesopotamia, una jerarquía independiente. Además, estos grupos vivían en los territorios más periféricos del imperio e incluso bajo poderes políticos no cristianos. Las discusiones dogmáticas sobre la persona de Cristo se abordaron en el concilio de Éfeso (431), donde es condenado el nestorianismo. Las medidas disgustan a las cristiandades que tenían su centro en Antioquía, sobre todo por los procedimientos autoritarios. Todo este conjunto de factores influye para que en 486 se declaren a favor del nestorianismo. Surge así en las lejanas regiones de Persia una iglesia, que rechaza las doctrinas de Éfeso y la sede imperial cristiana. Estas iglesias nestorianas, que todavía existen, se denominan caldeas. 1.2.2. Iglesias monofisitas: El monofisismo, condenado en Calcedonia, se convirtió en la gran cuestión religiosa del imperio bizantino en la segunda parte del siglo V. Algunas provincias alejadas del centro, como Egipto, Siria y Armenia, rechazan la ortodoxia imperial, por lo demás muy alterada y confusa en los años siguientes al concilio de Calcedonia. A las ambigüedades del documento de Zenón, se añade la política monofisita del mismo emperador Anastasio I (491-518), que favoreció la implantación de esta corriente en esas regiones. Los edictos de Justino I impedían a los herejes toda función pública, excluyéndolos incluso del ejército. Estas las medidas recuperaron a Constantinopla para la ortodoxia, pero en Siria no fue ya obedecidas y menos todavía en Egipto. En Antioquía se impone definitivamente el monofisismo por obra del monje sirio Severo (+ 509/511), que durante 30 años será el alma de esta corriente. La base de su doctrina será el Henotikon, documento que de hecho sirvió para la difusión del monofisismo. Por influjo de Severo se llegó deponer incluso al patriarca antimonofisita de Constantinopla. En Antioquía depuso al patriarca y se proclamó él como obispo. También se depuso al de Jerusalén. En Siria los monofisitas también se conocen con el nombre de jacobitas, porque esa doctrina fue propagada por Jacob Baradii (+ 578). Armenia también se inclina por el monofisismo en 491. En Egipto fue imposible mantener la ortodoxia de Calcedonia, que había condenado a su patriarca. Entre sus sucesores el más activo propagandista del monofisismo fue el patriarca de Alejandría Timoteo Eluro (457-477). Así esta región, cristiana desde antiguo y foco de la teología, se separa definitivamente del centro del imperio cristiano ortodoxo. Esta iglesia se denomina copta, porque enseguida substituyó la lengua griega por la autónoma (copta o egipcia). 4 1.3. El ideal imperial de Justiniano: Justiniano (527-565), sobrino de Justino, era entonces el único emperador cristiano, pues los demás señores eran patricios o reyes. Este emperador tenía un sentido ecuménico, pues se consideraba el único señor de la µ o territorio habitado por los cristianos. Los emperadores bizantinos se consideran herederos directos de las ideas imperiales de Roma. En esta conciencia confluyen tres importantes filones. Primero, la idea de origen romano según la cual el imperio era universal, de modo que todas las naciones debían obediencia a Bizancio. Segundo, la idea helenista según la cual los bárbaros estaban destinados a formar parte de esta cultura superior. Y, por fin, la idea judeo-cristiana de que los consagrados al servicio de Dios habían sido destinados por Constantino a evangelizar a todos los pueblos. Justiniano se dotó de una burocracia manejable formada en Constantinopla y Beirut y un ejército eficiente con grandes generales. A ello se añade la formulación de un credo y de un código uniformes. Las reformas habían marginado a los monofisitas y el poder autocrático central dejaba fuera al elemento popular, que se agrupaba en torno a los bandos, que habían trabajado en la construcción de las murallas de la ciudad. Los costes de las reformas llevaron a una sublevación popular. Paganos y monofisitas recelaban de estas medidas. Al grito de "Muchos años de vida a los verdes y azules" se sublevaron en el circo. A la voz de (¡victoria!) la multitud reunida en el hipódromo asaltó el palacio. Un vasto incendio destruyó el circo, las termas y santa Sofía. Justiniano huyó, pero su mujer Teodora lo anima a luchar. Justiniano doma la revuelta en 532 con un baño de sangre de 50.000 muertos, que restituyó al emperador poderes omnímodos. Superado el peligro de las revueltas internas y de las invasiones de los godos, Justiniano I pudo restaurar la unidad imperial, pero ya no consiguió atraerse las provincias monofisitas. Alargó los límites del imperio hacia Occidente, pero el exterminio de ostrogodos en Italia, por obra de los generales Belisario y Narsés, tuvo la consecuencia negativa de dejar esa parte de la cristiandad en manos de los longobardos. En política religiosa, aunque fortaleció el imperio ortodoxo, sin embargo en 553 volverán las tensiones con Roma. Convencido de que su misión era de origen divino, pone las nuevas bases del imperio cristiano. Imaginaba un imperio mediterráneo, donde Rávena sería una subcapital sujeta a Constantinopla y Roma el centro espiritual, que equilibraría al Patriarca constantinopolitano. La teoría de la pentarquía, es decir la unión de los cinco antiguos patriarcados (Roma, Alejandría, Antioquía, Jerusalén y Constantinopla) corona su concepción eclesiástica. 1.3.1. La obra legislativa de Justiniano: Justiniano estaba dispuesto a hacer reinar el "orden teocrático" mediante la fuerza de las leyes. La obra legislativa de Justiniano es una de las bases de la misma civilización occidental, que la incorpora a su ordenamiento jurídico a partir de la Edad Media. Con ello trataba de fortalecer el poder central, reformar la administración y recuperar la unidad eclesiástica en torno a la ortodoxia. Esta reforma se concreta en el Corpus Juris Civilis, que es una colección de normas y sentencias jurídicas, penales y civiles dividida en tres partes, que conciernen tanto asuntos religiosos como sociales. Este Corpus se elaboró entre los años 528 y 533 bajo la dirección de Triboniano y Teófilo. Se acentúa el absolutismo imperial y se advierte también el influjo de concepciones cristianas en el sistema jurídico. Como reto a una legislación, cada vez más severa y fiel a la idea de la Iglesia una y única, estaba la permanente persistencia del paganismo, la implantación del judaísmo y los diversos grupos heréticos cristianos. Todos ellos son objeto de medidas concretas encaminadas a controlarlos y reprimirlos. Cualquier clase de herejía, que hubiera en el imperio, fue excluida de todos los cargos y dignidades, así como de la actividad docente o de la abogacía. Pero esta legislación no se aplicaba a todos por igual. Los monofisitas estaban más protegidos que los montanistas. Peor trato recibieron los samaritanos, pues los consideró paganos. 1.3.2. Las iniciativas teológicas de Justiniano: Justiniano tenía la conciencia de estar inspirado por Dios. Por eso se preocupó, sobre todo, de la Iglesia, a la que protegía y de la que debía servirse. Incluso llega a asumir la tarea del teólogo. Seguro de su saber teológico y de su autoridad omnímoda, incluso en el campo eclesiástico, el emperador regenta la Iglesia, destituye a los papas, dirige las controversias y propone edictos dogmáticos. Pero todo esto no significaba, para el mundo oriental que el emperador asumiera funciones sacerdotales. En consecuencia, enroló a los obispos en toda una serie de tareas en beneficio del gobierno, aunque el emperador no los haga funcionarios del Estado. Con la misma solicitud se cuida el derecho sinodal, determinando fechas y reglamentado el modo de proceder en estas asambleas eclesiales. El derecho de convocatoria se reserva, según la tradición, al emperador y los cánones conciliares vienen equiparados a leyes del Estado. Dos cuestiones teológicas merecen su atención. En primer lugar la cuestión origenista, que era objeto de controversias en el mundo cristiano. Las luchas entre los monjes dieron lugar a que Justiniano interviniera escribiendo un tratado contra Orígenes, que acabó el 543. En tono violento emparejaba los errores de Orígenes con los paganos y arrianos. En segundo lugar, procede a la condena de algunos autores del campo nestoriano, que se consideraban 5 como el único obstáculo para la unión de los monofisitas. Los autores en cuestión eran Teodoro de Mopsuestia (+ 428), Teodoreto de Ciro (+ 458) e Ibas de Edesa (+ 457), que Calcedonia había absuelto. Por eso, la cuestión se conoce con el nombre de los tres capítulos. Para todo esto necesitaba el apoyo del papado. Por eso, la destitución del papa Silverio y la elección del diácono Vigilio (537-555), antiguo apocrisario o embajador de Roma en Constantinopla, fue sin duda un acto político, porque quería un papa más acomodaticio. Con ello causó un grave daño a la iglesia romana. Las moratorias de Vigilio, presionado por los obispos occidentales y africanos, sobre las firmas de los edictos terminaron por convencer a Justiniano y su mujer de que era preciso forzarlo a viajar a Constantinopla. Allí se asiste a un penoso espectáculo de presiones, de modo que Vigilio en 548 confirma su sentencia en un Judicatum, donde condena a los maestros de los tres capítulos, tratando de dejar intacta la autoridad de Calcedonia. Las reacciones negativas del episcopado occidental y las declaraciones del papa al emperador de que podía tener cautiva su persona, pero no la del apóstol Pedro, culminaron en la petición de la retirada de ese documento y en la convocatoria de un nuevo concilio, que sería el quinto ecuménico. El segundo concilio de Constantinopla (553 ), estuvo dominado por los temas dogmáticos, que había introducido Justiniano. Antes del concilio el emperador publicó en forma de edicto una Profesión de fe. En ella declaraba que el emperador, el patriarca y el papa eran los guardianes de la ortodoxia; recordaba las decisiones de los cuatro concilios anteriores; formulaba trece anatematismos, de los cuales los tres últimos concernían los tres capítulos. Al final Justiniano pudo obtener la firma de los obispos presentes sobre los anatematismos y, al año siguiente, Vigilio aprobó este concilio convirtiéndolo en ecuménico. La obra de Justiniano es compleja y hay que encuadrarla en las concepciones orientales del poder. La distinción de poderes no significaba enfrentamiento, sino colaboración o "symphonia". Su legislación y el fortalecimiento del imperio son datos reales. En política religiosa no consiguió atraer a los monofisitas, a pesar de sus concesiones. Su obra teológica se inspira en la autosuficiencia de los formularios más que en las aclaraciones de los malentendidos. Su conciencia del poder absoluto lo llevó a arrogarse el derecho a decidir sobre la sede romana. Justiniano muere a los 82 años, dejando abierta la herida del cisma. 2. La Iglesia oriental: El nombre más usado para denominar esta Iglesia es el de ortodoxa (= recta y = doctrina), porque en ella se mantiene la regla de la fe aceptada en los primeros siete concilios ecuménicos. La Iglesia del imperio bizantino se denomina griega, por la lengua que usa, pero admite las autóctonas en la evangelización de los nuevos pueblos. También se denomina bizantina por su liturgia, que abrazan y siguen diversas iglesias por su grandiosidad y belleza más que por imposiciones propiamente jurídicas. En ambientes árabes se acuñó la palabra melkita para referirse a la iglesia bizantina fiel a Calcedonia, por pertenecer al melek (emperador, en legua siria). Actualmente este término se usa sólo para las comunidades de esos ambientes, que se encuentran unidas a Roma. Sea cual sea el nombre usado, lo cierto es que se trata de una realidad cristiana importante por su historia y por la evangelización de los eslavos. Esta iglesia siempre ha estado íntimamente relacionada con la suerte del imperio bizantino, que sufrió incesantes acosos desde antiguo por el flanco oriental. Los persas recortan el territorio imperial en su flanco oriental, cuando se adueñan de las grandes metrópolis: Antioquía (612), Jerusalén (614) y Alejandría (618), aunque poco después Heraclio los derrota definitivamente (622-628). Pero las luchas entre bizantinos y persas había dejado exhausta la zona oriental. Los árabes conquistan el imperio persa a mediados del siglo VII y serán desde entonces los señores de Oriente. La rapidez de sus conquistas se vieron favorecidas por las divisiones religiosas del imperio: los monofisitas de Egipto, Siria y Palestina aceptaron de buen grado a los musulmanes más tolerantes. Entre 634 y 642 los árabes arrebataron al imperio las provincias de África y Asia Menor y pusieron sitio a Constantinopla bajo Constantino IV (668-685). En 670, superadas guerras intestinas, los árabes miran a Constantinopla y en 673 su flota aparece ante la capital bizantina, pero tuvieron que retirarse en 677 con una terrible derrota. Era el primer frenazo de los árabes y se llegó a la paz entre el imperio y el califato. Los problemas políticos de la defensa ante los invasores árabes terminan por configurar un universo cristiano, sin duda, pero cada vez más alejado del cristianismo occidental.Además, las inmigraciones de eslavos y búlgaros, en la península de los Balcanes, y de armenios y sirios, en todo el imperio, crearon un mundo bizantino cerrado a los influjos de su civilización romana. Esta historia explica que en el mundo cristiano oriental las iglesias, tanto nestoriana como monofisita y bizantina, se convirtieron en refugio de la conciencia nacional durante las diversas invasiones: persas, árabes y tártaros o mongoles. Así la mayoría de las Iglesias cristianas de Oriente terminarán viviendo bajo el régimen musulmán, compañero de viaje, no deseado, pero necesario. Por otra parte, los temores a los occidentales eran fundados y paulatinamente se hicieron insuperables, de suerte que aparecerán como peores enemigos que los musulmanes. La separación y la desconfianza se afianzaron, porque cada parte de la cristiandad se encastilló en su propia tradición, juzgando a la parte contraria desde el propio punto de vista y con el convencimiento de su particular tradición se identificaba con la Tradición con mayúscula. En consecuencia el mundo oriental se repliega sobre sí mismo 6 y se hace más bizantino, con sus propias instituciones y valores religiosos. Se mencionan algunos aspectos de su vida e historia. 2.1. La institución del Patriarcado de Constantinopla: Los inicios de la historia cristiana de Constantinopla no son conocidos. Entre los años 211 y 217 se guarda ya memoria de un obispo llamado Filadelfo, pero sólo a partir de Metrófanes (306-307) comienza la serie ininterrumpida de su jerarquía. Un relato, no anterior al siglo VI, atribuye la fundación al apóstol Andrés ("el primer llamado": Jn 1, 40-42). Esta leyenda pone de relieve la preocupación por hacer de la Nueva Roma una fundación apostólica. Andrés es hermano de Pedro y en consecuencia sus iglesias serán hermanas, pero no superior la una a la otra. En Oriente no existía un único centro dominante ni en lo civil ni en lo cultural, por lo que aparecieron desde el principio diversos centros eclesiásticos. Nicea legisla sobre iglesias locales, pero se hacen excepciones en favor de Roma, Alejandría, Antioquía. Sólo más tarde se añadió a éstas la nueva ciudad de los emperadores, Constantinopla. Su patriarcado fue consecuencia de la capitalidad política otorgada por Constantino. El concilio de Constantinopla del 381 se hace eco jurídico de esta situación y situó a la Nueva Roma por encima de Antioquía y Alejandría. El canon 3 le concede una primacía de honor, que Roma la antigua ya tenía: "El obispo de Constantinopla tendrá el primado de honor después del obispo de Roma, porque tal ciudad es la Nueva Roma". Luego en 451 será reconocido el patriarcado de Jerusalén. A partir de Calcedonia hay cinco patriarcados. Oriente tiene algunos centros de primacía y de unidad, no por derecho divino, sino eclesial. Por eso, los patriarcados son una organización de tipo reverencial y detentan el título las sedes más importantes de la antigüedad. El patriarca es un primero entre iguales elegido por su zona patriarcal y necesitado de los demás obispos para poder decidir y actuar. El cristianismo de Oriente conserva la estructura patriarcal. Tanto Roma como Constantinopla pretendieron en sus territorios la primacía de honor y de poder. Esta pretensión enfrentó Constantinopla con Roma, que reivindican su derecho al título de “patriarca ecuménico”. Pero Constantinopla siguió siendo frecuente escenario de contiendas religiosas, a pesar de lo decretado en los concilios. Fue bastión del arrianismo entre 339 y 379 por voluntad de los emperadores Constancio y Valente. Bajo Arcadio interviene Juan Crisóstomo, patriarca de Constantinopla, contra los godos arrianos. Esta actitud provocó la intervención del patriarca de Alejandría Teófilo, que consigue deponerlo en el sínodo de la Encina (404). El papa Inocencio I lo rehabilitó, pero el nuevo patriarca Atico retiró el nombre del papa de los dípticos durante diez años (405-415). Bajo Teodosio II reaparecen las disputas teológicas del nestorianismo y del monofisismo, que dieron lugar a la celebración de dos concilios en el espacio de veinte años. Calcedonia, desde el punto de vista eclesiástico, afianzó la autoridad del papado, pero también la de Constantinopla, que tenía bajo su autoridad varias diócesis. Los cánones 9 y 17 daban a Constantinopla el derecho de recibir la última instancia de los conflictos de clérigos con sus superiores. León Magno proclamó la primacía de la sede de Roma coincidiendo con el canon 28 de Calcedonia, pero rechazando que situara a Oriente cristiano bajo la autoridad del patriarca de Constantinopla. León insistía en la violación de los derechos de Alejandría y Antioquía, pero los obispos de Constantinopla comenzaron a actuar con este principio: tienen la preeminencia y no sólo honorífica sobre todo el Oriente. La humillación de la iglesia romana por parte de Justiniano lleva a los obispos de Roma a reivindicar su supremacía. Por eso, la rivalidad entre Roma y Constantinopla reaparece a propósito de la disputa sobre el título de "patriarca ecuménico". El título, que los occidentales traducían por universal, parecía conferir una autoridad sobre toda la Iglesia. Aplicado a un obispo no era nuevo, pero el significado era impreciso. El obispo de Constantinopla lo usaba desde tiempos de Acacio y Justiniano en su legislación le da regularmente este título. Pero Gregorio I (590-604) lo consideró ofensivo para la supremacía romana. En 597 el papa vuelve a afirmar que era una usurpación grave y que él veía al que lo usaba como un precursor del Anticristo. El conflicto llevado con tanta insistencia es prueba de que Gregorio consideraba que estaba en juego el prestigio y la autoridad misma de la sede romana. Roma se encargará de recordar la historia herética de Constantinopla. El emperador Focas, en carta al papa Bonifacio III el 607, afirma que "la sede apostólica de san Pedro sería la cabeza de todas las iglesias" y prohíbe el título de ecuménico al patriarca. Pero este reconocimiento apenas si tiene ya valor histórico. Una columna dedicada a Focas en Roma, como recuerdo de su respeto hacia esta sede, será el último monumento que los romanos dediquen a un emperador bizantino. A partir del 610 los obispos de Constantinopla toman de nuevo el título de patriarca ecuménico, que conservan todavía. La situación jurídica del patriarcado, como la sede superior de Oriente, la corroborará el famoso concilio, no ecuménico sino regional, de Trulo II del 692. 2.2. Formas de vida eclesiástica bizantina: La historia enseña que la "práctica" concreta de las Iglesias, antes de las grandes rupturas de Oriente y de Occidente, no fueron nunca idénticas por doquier. Esta diversidad se basa en el hecho de que varias iglesias orientales son de origen apostólico, mientras que en Occidente sólo existe una sede apostólica, Roma. La historia de la teología 7 cristiana demuestra abundantemente que siempre han existido diferencias notables en las fórmulas de profesión de la fe y también en las manifestaciones litúrgicas. Éstas son suficientemente conocidas, como por ejemplo, las diferencias doctrinales sobre la procesión del Espíritu Santo; el pan eucarístico; el purgatorio; diversas formas de iniciación, entre un bautismo de adultos y otro de masas y sociedad; actitudes diversas sobre el divorcio en el matrimonio; confesiones de fe cristológicas (unidad y dualidad). Muchas de estas diferencias existieron antes del “cisma”, lo cual quiere decir que contienen aspectos propios de la “luz de Oriente”. Por eso, hay que reconocer el valor de estas instituciones y sus formas de acceder a la vida divina, que han permitido la pervivencia de la Ortodoxia, a pesar de su historia. Tanto Oriente como Occidente tienen una idea de la Iglesia como Cuerpo de Cristo, que comunica la fe mediante los sacramentos y luego de la gracia santificante. Esta identidad se extiende también a la estructura jerárquica sacramental de la Iglesia, a la posición respectiva del sacerdocio y del pueblo fiel. La Iglesia es, sin duda, jerárquica, no por desarrollo natural de la comunidad, sino por designación del Señor, que hizo de los apóstoles las columnas de la Iglesia. Los sucesores de los apóstoles son los obispos, que presiden la Iglesia local en todas sus dimensiones: eucarística, didáctica y pastoral. La tradición oriental no admite, a no ser a título de honor y privilegio, como en el caso de los patriarcas, un jefe superior a las mismas iglesias ni tampoco a la misma Iglesia. De ahí que el verdadero poder lo detente el sínodo, compuesto por miembros eclesiásticos, al que puede asesorar un consejo mixto compuesto por laicos, del que tiene la presidencia ejecutiva el patriarca o el arzobispo. En la Iglesia ortodoxa la conciliaridad y la colegialidad episcopal expresan visiblemente la unión invisible de las Iglesias locales. Esta comunión se manifiesta a través de concilios locales y universales, que deben ser recibidos por los fieles y que tiene mucha importancia en el gobierno de la Iglesia. 2.2.1. La tradición ortodoxa: El mundo romano ya había unido su suerte al cristianismo, como religión de Estado, cuando se constituye el imperio bizantino. Por eso, la parte oriental del imperio se va a convertir en salvaguardia de la cristiandad y en detentora de la civilización antigua. En estos territorios el cristianismo penetró muy pronto y se produjo una fecunda osmosis entre cultura griega y fe cristiana. Ello da lugar a la formulación de los dogmas fundamentales del cristianismo: Trinidad y Encarnación. Conforme a la sinfonía entre las cosas divinas y los asuntos humanos la Iglesia se encierra en lo místico y deja la imperio lo jurídico. Por eso, durante varios siglos los sucesores de Constantino se esforzaron por defender al cristianismo de las herejías. La palabra "ortodoxia" se convierte de uso común después de Eusebio (+ 339). Antes que los concilios de Efeso y Calcedonia hablaran de ortodoxia, el término connotaba no simplemente la recta doctrina, sino la doctrina tradicional y universal de la Iglesia, tal como se ha transmitido en una línea ininterrumpida desde Jesús y los apóstoles. Luego, este calificativo fue usado más en la Iglesia oriental que en Occidente. Parece que los papas evitaron la palabra. La conciencia de la defensa de este patrimonio doctrinal termina convirtiendo las cuestiones religiosas en verdaderas contiendas políticas. Las controversias teológicas en Oriente adquieren muy pronto connotaciones sociales. La popularidad de estas disputas terminaba por manifestarse en el mismo circo, que era el principal lugar de la vida ciudadana. Pronto se formarán dos facciones: los Verdes, que eran partidarios del credo monofisita, y los Azules, que apoyaban el credo ortodoxo. Bajo Justiniano la tensión entre el poder autocrático y los grupos populares agrupados en torno a los partidos explotó el 532, dando lugar a la revuelta más sangrienta de la historia de Bizancio. En este espacio imperial y cristiano se crea la mística de la Ortodoxia, forjada en cinco siglos de luchas contra las herejías: arrianismo, nestorianismo, monofisismo, monotelismo e iconoclasmo. La popularidad de estos conflictos llegó a que en Constantinopla, después de los conflictos sobre las imágenes, los orientales fijaran una fiesta solemne y anual dedicada a la ortodoxia. En defensa de la ortodoxia se aplicaba un rasgo muy característico del imperio bizantino. Son notorios la crueldad de los suplicios, las refinadas torturas, la mutilación, la ablación de la nariz, de las orejas, de la lengua misma, sacar o quemar los ojos. Estos horrores se aplican tanto a criminales como a enemigos políticos y a eclesiásticos: el papa Martín (+ 653) y Máximo el Confesor (+ 662), culpables de no compartir las posturas heréticas del emperador, son un ejemplo. El mundo ortodoxo ha acudido para resolver las permanentes cuestiones dogmáticas a los concilios. El concilio permanente funcionó siempre en Constantinopla como una instancia decisiva. Las frecuentes teorías teológicas eran sometidas a este riguroso tribunal, que hacía un pormenorizado análisis. Además de los problemas ya tratados, conviene fijarse todavía en algunos otros. La ortodoxia reconoce los siete primeros concilios ecuménicos. Por eso, se exponen aquí las doctrinas de los concilios sexto y séptimo. A principio del siglo VII surgió el monotelismo, que admitía en Cristo una sola voluntad o principio de operación, a saber, la divina. Es el sucesor del monofisismo. Sergio I (610-638), patriarca de Constantinopla, propone esta doctrina apoyado por el gran emperador Heraclio. El emperador promulgó el 638 la Ékthesis, exposición de la fe compuesta por Sergio, que imponía estas doctrinas. Con ello buscaba la unión de los numerosos monofisitas, para oponerse a las amenazas de persas y árabes. Sergio dirigió una astuta carta para ganar a la causa al papa Honorio I (625-638), que cometió la imprudencia de aceptar la propuesta. Honorio no estaba versado en bizantinismos. Máximo el Confesor (+ 662) expió su oposición a estas doctrinas con la amputación de las manos y de la lengua. Los romanos las condenaron en un concilio de Letrán bajo Martín I en 649. Para zanjar el tema se convocó un 8 concilio, que tuvo lugar en la gran sala imperial de troullos (cúpula). Por eso el tercer concilio de Constantinopla y VI ecuménico (680-681) se denomina Trulo I. En él se condena a Sergio y a los monotelitas "y con ellos a Honorio, que fue papa de la antigua Roma, porque hemos encontrado en sus cartas a Sergio, que ha seguido en todo la opinión de éste y que ha sancionado sus enseñanzas impías" (Dz 552). La tradición ortodoxa considera muy importante el II concilio de Trulo (691-692), que dio lugar a nuevas tensiones con Roma. Este concilio, denominado "quinisexto", porque quiere completar al quinto y al sexto, pretendió dictar leyes a la misma iglesia romana. El concilio tuvo gran relieve para la unificación de la legislación ortodoxa. Se arrogó el carácter ecuménico, pero en realidad lo único que hizo en este sentido fue dejar en blanco un lugar de las actas para la firma del papa. Al final reconocía las decisiones de los concilios II y IV, dictaminando que la sede de Constantinopla gozaría de los mismos privilegios que la antigua Roma, que sería considerada su igual en los asuntos de la Iglesia y que vendría por orden jerárquico la segunda después de la de Roma (canon 36). Atribuye definitivamente al patriarca de Constantinopla el título de ecuménico. El carácter bizantino queda así fuertemente marcado por un sentimiento antirromano. Los occidentales denominarán a este concilio con el calificativo de ‘errático’, porque nunca lo reconocieron. A estas contiendas teológicas, suceden muy pronto nuevas controversias sobre el culto de las imágenes. Estas luchas se van a desarrollar en dos oleadas: 731-787 y 815-843. Esta vez el enfrentamiento era entre el emperador y los monjes y dio lugar a otro conflicto muy popular. En el aspecto religioso algunos emperadores, apoyados por el clero secular y gran parte de las provincias centrales de Asia Menor, desarrollaron una sistemática campaña de destrucción de imágenes, con el fin de purificar la religión. En efecto, el culto de los iconos había dado lugar a manifestaciones supersticiosas y era una fuente de ingresos para los monjes. Además, el culto que se les daba ya no tenía ningún valor simbólico, sino que se cultivaban por sí mismas. En el aspecto político el movimiento iconoclasta (enemigos de las imágenes) fue la lucha del poder político contra el poder religioso: los monjes defensores de las imágenes habían adquirido tal poder que eran una república dentro del Estado. Entonces se enfrentaron, aunque no sólo por motivos religiosos, los iconoclastas y los que las veneraban (llamados por sus adversarios iconódulos). Los primeros negaban que se pudiera representar de modo adecuado la humanidad glorificada de Cristo y por ello, sostenidos por algunos obispos y por el emperador León III el Isáurico (717-741), se opusieron enérgicamente al culto de las imágenes y destruyeron muchas. La razón la encuentran en que "eran ídolos reprobados por la Biblia". La doctrina ortodoxa se fija en el segundo concilio de Nicea en 787, séptimo ecuménico: sanciona el culto de las imágenes reconociéndolas como objeto digno de veneración relativa (proskynesis), referida siempre a su modelo o prototipo) y no de adoración (latreia), reservada solamente a Dios. Esta distinción sigue siendo todavía fundamental para entender el verdadero sentido de los iconos en la ortodoxia. En efecto, con demasiada frecuencia se habla de un “culto” y de una “adoración” de las santas imágenes, cuando en realidad estos términos no se pueden utilizar aquí más que en la medida que no coinciden con el griego latreia, formalmente excluida por la decisión de Nicea. Pese a ello el concilio atribuye valor dogmático positivo a la veneración de los iconos. En Constantinopla, después de nuevos conflictos sobre las imágenes bajo León IV el Armenio (813-843), se proclamó definitivamente el triunfo del culto a las imágenes. En consecuencia se estableció la fiesta de la ortodoxia, que se celebra el primer domingo de cuaresma, porque el 11 de marzo del 843, los graptoi (señalados por la persecución), que tenían horribles huellas de mutilación, fueron reconocidos como auténticos héroes de la resistencia ortodoxa en favor del culto a las imágenes. Es decisivo para comprender el icono bizantino es el gravísimo conflicto de los siglos VIII y IX. El icono es una de las manifestaciones concretas de la dimensión sacramental y litúrgica de la Iglesia de Oriente. Por ello las imágenes están unidas íntimamente con el culto, de modo que se convierten en parte integrante de la liturgia. Siendo esencialmente la vida litúrgica un culto comunitario, todo cuanto la rodea -edificios, ornamentación, símbolos- adquiere naturalmente importancia particular. El arte bizantino tiene arquitectura, escultura, mosaico, tejidos y orfebrería, pero entre ellas sobresale la pintura de iconos. En este sentido Oriente ha creado un arte, que en el decurso de su desarrollo ha sido un éxito notable en la expresión pictórica de los dogmas cristianos y en la respuesta que se da a los problemas del sentimiento religioso. De ahí proviene la importancia del iconostasio elemento importante de las iglesias orientales, que separa la nave del altar y que está profusamente decorado. La formación de la pintura cristiana, que desemboca en el estilo bizantino, se conoce mal. En realidad los primeros cristianos no fueron muy partidarios de las imágenes, porque les recordaba la exuberancia viril y femenina de los templos paganos. Pero al perder fuerza el paganismo se introducen en el mundo cristiano tanto por necesidad de belleza como para favorecer la catequesis de los divinos misterios. Los más antiguos iconos se remontan a los siglos VI y VII y provienen generalmente del monte Sinaí: pinturas portátiles en tabla realizadas con la técnica del encausto, pintura al fuego. Si los datos históricos no son muchos, en cambio el origen legendario de algunos iconos es constante. Son famosos los llamados "ajeiropoietai", es decir, "no pintadas por manos humanas". El icono de la Madre de Dios, conocida en Rusia como Vladimirskaja, habría sido pintada por San Lucas. De estas luchas la Iglesia oriental salió robustecida, los monjes conservaron sus privilegios, pero se ahondaron más las diferencias entre Oriente y Occidente. Sin embargo, hasta este momento la unión ideal entre estas dos partes del mundo cristiano no se había roto jurídicamente, aunque cada vez es más claro que el papado orienta 9 sus miras hacia la ayuda más segura que le pueden prestar los nuevos pueblos de occidente. Otras instituciones características de Oriente, que se afianzaron en estos concilios, fueron la liturgia y el monacato. 2.2.2. La divina bizantina: La liturgia de las iglesias orientales refleja una concepción eclesial muy profunda, porque en ella reconocen y experimentan su pertenencia al cuerpo de Cristo. La liturgia, como misterio, es la función esencial de una Iglesia -tal vez la esencial-, y su culmen es la eucaristía. En las Iglesias orientales la divina liturgia predomina sobre otros aspectos de la vida eclesial. Es el aspecto fundamental de la Iglesia oriental, de modo que la Iglesia se identifica con su rito. El rito no es sólo el aparato externo de rúbricas y ceremonias, sino que es mucho más que la ejecución fiel de los mismos en la celebración. En los primeros tiempos en Oriente, como también en Occidente, hubo multiplicidad de liturgias. Los ritos no son formas abstractas constituidas perfectamente como punto de partida, sino que su formación fue lenta y progresiva. En Oriente continuó esta creatividad, incluso después de la unificación bizantina, dado su fundamento pneumático. Por eso una característica de Oriente es la variedad de liturgias. Deriva esta riqueza de la pluralidad eclesial y cultural existentes. Los ritos orientales toman su origen de las grandes metrópolis antiguas: Antioquía y Alejandría. A ellos se añadió el rito bizantino, que deriva del antioqueno y es el más importante de los ritos orientales. Es seguido por la inmensa mayoría de los ortodoxos y los católicos unidos. Aunque prevalece la denominación de bizantino, también se llama griego por la lengua. Los orígenes se remontan a Antioquía pasando por Capadocia, donde Basilio el Grande influyó en su transformación. Otros nombres ilustres que contribuyeron a formarlo son Juan Damasceno, Andrés de Creta y Cosmas el Melodioso, dando a sus ceremonias una admirable belleza y majestad. En su formación intervienen el antiguo cristianismo, el influjo de la corte imperial y, particularmente, los influjos monásticos. El rito bizantino es el más importante de los ritos orientales, porque es seguido por la inmensa mayoría de los ortodoxos y los católicos unidos. La misma dinámica de los hechos hizo que tanto en el campo político como religioso el rito de la capital se extendiera a todas las provincias del imperio, aunque las iglesias sirias y egipcias mantuvieron sus antiguos ritos y los modificaron según sus doctrinas. Las polémicas teológicas del siglo V llevaron a introducir el credo, inicialmente un acto del bautismo, en la liturgia de la misa. Era una forma de propaganda teológica. Normalmente se considera a Pedro Fulón (Batanero), erigido en patriarca de Antioquía, como al promotor de esta iniciativa, con el fin de hacer propaganda monofisita. La fidelidad al rito, ha significado la supervivencia de estas iglesias. Para las iglesias de Oriente constituyó un modo de afirmar su personalidad y sus características específicas. No cabe duda que, dada su situación en muchos lugares, donde la sociedad no es culturalmente cristiana, esto ha permitido su vigencia. La fe de los cristianos de Oriente, sometidos al yugo turco y mongol, han encontrado en la vigencia e importancia del culto el medio de permanecer fieles a la ortodoxia. La Iglesia sólo disponía en esas situaciones de la liturgia como medio para comunicar las verdades de la fe a los fieles. Esto contribuyó a que la celebración de la liturgia preservase la identidad y la continuidad de esta iglesia, a pesar de los reveses históricos. Al principio solamente se usaba la lengua griega. Pero ya en el siglo VI los georgianos la sustituyeron por su lengua nacional. A partir del siglo IX algunos misioneros bizantinos, que evangelizaron a los eslavos, introdujeron el vétero-eslavo. En tiempos más modernos se tradujo también al rumano. Las regiones sirias, fieles al emperador, comenzaron a sentir la necesidad de introducir lenguas autóctonas, porque el griego no se entendía: desde el siglo XI al XVII prevaleció el siríaco, desde el XVII en adelante el árabe. Los misioneros bizantinos celebraban la liturgia en la lengua de las naciones evangelizadas: así surgió, además del ruso, el estoniano, el letón, el alemán en las provincias bálticas, el chino y el japonés, y el inglés en territorio americano. Los albaneses también sustituyeron el griego por la lengua nacional. Las liturgias celebradas hoy entre los bizantinos son tres: la de san Juan Crisóstomo, que es la forma ordinaria de la misa; la de san Basilio, que se celebra en algunas ocasiones; la de los Dones presantificados, que se llama también de san Gregorio, que es para los días de cuaresma, cuando no se celebra misa. 2.2.3. El monacato: En el momento del paso del paganismo al cristianismo, desaparece el martirio y la Iglesia va a ser reconocida por el Estado. Entonces, ante peligro de conformismos mundanos, el monacato significa una ruptura violenta con el mundo del pecado y relajación, una crítica profética de la instalación eclesial y la búsqueda de un maximalismo escatológico. Algunos cristianos preferían retirarse al desierto para atestiguar así que el reino de Dios es un reino futuro y que la Iglesia no tiene morada permanente en este mundo. Esta forma de vida hunde sus raíces en el mismo cristianismo y en sus ideales ascéticos. La permanencia del monacato en la historia de Bizancio demuestra que el sentido escatológico no ha menguado en el curso de los tiempos. El monacato hunde sus raíces en los antiguos padres del desierto y en la regla de san Basilio (+ 379), que siempre ha sido su norma fundamental. Oriente cristiano ha conocido también el tipo de vida monástica, que se hizo 10 clásico: la gran comunidad disciplinada y litúrgica. Este tipo de vida se difunde por lugares de antigua raigambre cristiana: Egipto, Etiopía, Palestina, Siria, Asia Menor. Lo habían difundido los padres del desierto: Antonio (+ 356), que favorece un tipo de vida intermedio entre el eremita y el cenobita, y Pacomio (+ 346), que les dio ya una regla. Atanasio divulgó el movimiento escribiendo la vida de Antonio. Los grandes organizadores del monacato oriental Eutimio (+ 473), Teodosio el Cenobiarca (+ 529) y Sabas (+ 532) continúan esta tradición. San Teodoro, abad del gran monasterio constantinopolitano de Stoudios, y defensor de la ortodoxia contra los iconoclastas en el siglo IX, fue el más importante codificador de esta regla en la época bizantina. Estos monjes tenían su jornada estructurada entre oración, reposos y trabajo. En estos monasterios la liturgia y la himnografía lograron sus mejores esplendores. La forma de vida más frecuente se denomina laura (calleja, corredor), que hace referencia a una vivienda enclaustrada en lugares inaccesibles. Esta forma de vida fue muy activa en Palestina. También son conocidos los monasterios dobles o mixtos, que los prohíbe Nicena II en el canon 20. La autoridad la tenía el "igoúmenos" y los monjes residían en diversas mansiones. Otra forma de vida monástica es el eremitismo, también conocido con el nombre de “hesicasmo”, que significa tranquilidad, reposo espiritual. Esta forma monástica se funda en la práctica continua, por parte del monje, de una oración constante y “monológica” o repetitiva. En el siglo VII san Juan Clímaco en su Escala del paraíso propone a los monjes que el nombre de Jesús se pegue a su respiración. Así el monje busca el reino de Dios “en el interior de sí mismo”. En Occidente se tacha al hesicasmo de falsa mística. Pero en el siglo XIV san Gregorio Palamás, arzobispo de Tesalónica, encontrará en este movimiento la defensa de la ortodoxia contra los estragos de una filosofía que negaba la posibilidad de lograr la comunión real con Dios en este mundo. Ambas tendencias han existido en la Iglesia ortodoxa hasta hoy y en ocasiones han convivido juntos. El monacato era una institución floreciente en los siglos del apogeo bizantino. Hasta el siglo IX sus centros principales estaban en Constantinopla y en Olimpo de Bitinia. En los mejores tiempos de su desarrollo había en Constantinopla 175 monasterios. Algunos eran una especie de fortalezas que disponían de todo lo necesario para sus habitantes y para la beneficencia: una república dentro de la república. Perseguido por los emperadores iconoclastas, se propagó en el siglo VIII hasta Sicilia y el sur de Italia. La victoria en la cuestión iconoclasta le dio nueva fuerza y surgen dos nuevos centros en el siglo X: el Monte Athos, que se convirtió en la Santa Montaña, y el monte Latros, antiguo Latmos, cerca de Mileto en Asia Menor. Las confederaciones monásticas de Monte Athos, Monte Olimpo y Monte san Ausencia, que constituían una forma original de vida monástica, toleraban la existencia entre ellas de grandes comunidades de ermitaños hesicastas. La única que ha sobrevivido es la del Monte Athos. A partir del siglo V los monasterios fueron muy activos en la vida eclesial y política. Los monjes dirigían hospitales (xenodochi), regían hospicios para viejos (gerocomi) y para niños (brefotrofi) y presidían locales donde se daba alimento gratuito a los pobres. Calcedonia interviene en la vida monacal legislando sobre la obligación a la residencia fija. Justiniano trató de reducir los monasterios. La abundante y variada legislación del II concilio de Trulo (691-692) sobre los monjes confirma la importancia de este estamento en la vida de la Iglesia. Los monasterios eran viveros de teólogos y obispos. Algunos se dedicaban a la cultura, pues de los monasterios salían los maestros de la "Academia de los doce religiosos", que es la más alta institución cultural constantinopolitana junto con la universidad. Muchos teólogos están ligados a este mundo: Romano el Melodioso, Juan Damasceno, Teodoro Estudita etc. Su observante espiritualidad es muy respetada y admirada. La Iglesia ortodoxa siempre se ha negado a aprobar las tendencias que aislaban a los monjes de la Iglesia y que les atribuían una misión esencialmente distinta y superior a la de los demás cristianos. A nivel institucional, los monasterios ortodoxos están siempre sometidos a la autoridad del obispo del territorio en que se encuentran, quedando así integrados en la vida de la iglesia local. No hay como en Occidente vida religiosa u órdenes religiosas “exentas” de sumisión canónica a los obispos diocesanos. Es, por tanto, en la Iglesia y por la Iglesia como el monacato está llamado a cumplir su misión particular. Lo cierto es que Oriente no conoce la vida religiosa como Occidente, sino que tiene el monacato como la gran utopía de vida cristiana, valor límite del cristianismo. El monacato es la prueba de que el bautismo y la eucaristía confieren a todo cristiano el privilegio de vivir en Cristo y de poseer en su corazón el Espíritu Santo. El monacato siempre ha ejercido un gran influjo en la Iglesia oriental. En efecto, se acudía a los monasterios en busca de candidatos para el episcopado; fue en los monasterios donde se plasmó la ley de la liturgia en su forma definitiva; fueron los monjes los que ganaron una sonada victoria sobre los iconoclastas e iniciaron así el retorno del poder imperial a la ortodoxia. Hay que reconocer que el monacato ha tenido un gran valor de guía para los orientales, de resistencia ante las prepotencias de los emperadores, de cultivo de una forma original cristiana. Los monjes dirigieron la resistencia iconoclasta y resistieron mejor que los obispos a la prepotencia del Estado. Por eso, fueron para los fieles el mejor apoyo de la Iglesia contra las arbitrariedades de los emperadores e impidió que se convirtiera en una Iglesia del imperio. Su influjo en el pueblo y en el clero era religioso, pero también lo fue político. Los obispos, protagonistas de la ortodoxia contra las herejías imperiales y de la defensa de la supremacía romana, eran elegidos de entre los monjes. De ahí las iras de Focio, que los desprecia por romanófilos. Pero estas voces fueron acalladas y, consumado el cisma de Cerulario, los monjes se convierten en los adversarios más obstinados de la unión con Roma. Bibliografía L. BREHIER, El mundo bizantino. Las instituciones del Imperio bizantino, Barcelona 1974. 11 P. Th. CAMELOT, Éfeso y Calcedonia: en "Historia de los concilios Ecuménicos" V, Vitoria 1971. V. CODINA, Los caminos del Oriente cristiano, Santander 1998. Y. CONGAR, Cristianos ortodoxos, Madrid 1963. G. DE VRIES, Ortodoxia y catolicismo, Barcelona 1967. F. DVORNIK, Bizancio y el primado romano, Bilbao 1968. A. S. HERNÁNDEZ, Iglesias de Oriente. Repertorio bibliográfico, Santander 1965. J. MEYENDORFF, La Iglesia ortodoxa ayer y hoy, Bilbao 1969. A. VASSILIEV, Historia del Imperio bizantino, Barcelona 1946. Sugerencias para la reflexión y estudio personal del Tema III a) Origen y significado de la nueva capital del mundo cristiano. b) Configuración del imperio de Oriente como ortodoxo. c) Consecuencias de las iniciativas teológicas de Justiniano. d) Los “iconos” en la vida de la iglesia ortodoxa. e) Difusión e importancia del monacato en Oriente. f) Prof. Gregorio Celada Luengo Nota: © Orden de Predicadores – PP. Dominicos Se permite la reproducción citando autor y procedencia g) h)