XIV. Encuentro Franco-Hitler en Hendaya (23 de octubre de 1940) Razones de mi silencio · Germanofilia y germanófilos · En aquellos días, excepto el general Aranda, todos creíamos a pies juntillas en el triunfo del Eje · Franco y Hitler frente a frente · El retraso en llegar a Hendaya fue involuntario, motivo de irritación para Franco, y sólo de ocho minutos · Llegada a Hendaya · Saludos y cortesías entre Franco y Hitler · Tres cosas preocupaban al Führer: Gibraltar, Marruecos y Canarias · Habla Franco · Franco hizo cuanto pudo para mantener nuestro difícil equilibrio · Abrumadora insistencia de Franco en el tema de nuestras reivindicaciones africanas · Hitler se aburre. “Con estos tipos no hay nada que hacer” · Mi momento de inquietud. Un monumento al torpe intérprete alemán · Los ojos de Hitler brillaban impacientes cada vez que Franco daba su opinión sobre temas militares · Hitler nos invitó a cenar. Despedida oficial. Franco pudo matarse · “Hay que tener paciencia: hoy somos yunque, mañana seremos martillo”, me dijo Franco · Pacto tripartito · Carta de Franco a Hitler, siete días después del encuentro en Hendaya · Mi viaje al “Berghof” · Nuestro pueblo está hambriento En el año 1947, todavía encendidas las pasiones desatadas en la segunda Guerra Mundial, escribí un libro con el título Entre Hendaya y Gibraltar cuya principal finalidad era la justificación de la política exterior de España en los años de nuestra guerra civil y durante la Guerra Mundial. Me esforcé en situar la verdad de España allí donde estaba encasillada la leyenda, pero cuidando mucho de no elaborar otra leyenda; esto es, de no sustituir una leyenda adversa a España por otra leyenda favorable. A la mentira y a la tergiversación sólo es decente combatirlas honradamente con la verdad, tomando nuestra parte en la culpa y en el error que puedan correspondernos, sin tratar de esconder, como vulgares tramposos, lo que hicimos ni lo que dijimos, pues si no fue todo acertado sí lo fue en lo esencial, y, en todo caso, se hizo con el legítimo propósito de servir el interés de la patria, atendidas las circunstancias de entonces. En la total ausencia de objetividad, fuera y dentro de España, de aquellas horas turbias de pasión, mi tarea resultaba incómoda y arriesgada, pero yo debía intentarla porque a mi juicio era un deber hacerlo así. Mi libro ha sido leído con atención por cuantos historiadores y escritores extranjeros se han ocupado de nuestro drama interno (19361939), y hoy es una referencia clásica en todos los trabajos que sobre el tema se publican en el mundo. El libro fue recibido, aquí y fuera de aquí, con interés, aunque de muy diferente manera: con elogios (algunos inolvidables por su calidad, estimo entre todos el que me dedicó Eugenio d´Ors en su Glosario) y con severos ataque dirigidos más contra mí que contra él, pues de éste, aun los opositores y discrepantes, dijeron todos que era necesario leerlo. Un inteligente periodista francés concluía su análisis del mismo en el periódico Paris Press, con estas intencionadas palabras: “Ahora sería muy interesante que el autor de un libro que lleva por título Entre Hendaya y Gibraltar nos explicara por qué ha silenciado y pasado por alto la célebre entrevista de Hendaya que tuvo lugar entre Hitler y Franco. “Pues bien, ahora, después de tantos años, voy a explicar las razones por las que no he hablado antes de la entrevista Franco-Hitler y a contar cómo fue ésta. 1 Así, pues, este capítulo tendrá estas dos partes: razones de mi silencio, y narración de la entrevista. Razones de mi silencio Diré ante todo y con entera franqueza que en mi libro no mencioné la entrevista porque de ningún modo hubiera querido hacerlo mintiendo o deformando la verdad, y si decía la verdad había en ella un punto que podía entonces ser peligroso para la seguridad de mi país. Si lo hubiera hecho no habría tenido más remedio que hacer una revelación que ahora ya no lo es, puesto que la revelación de lo conocido ya no es revelación. Me refiero al “protocolo” que de allí surgió; un protocolo en el cual, aunque de un modo ciertamente dilatorio y absolutamente condicionado, que le quitaba toda eficacia como luego veremos, España adquiría por primera vez el compromiso formal, aunque sólo fuera en principio, de terminar con su situación de “no beligerancia” para pasar a ser beligerante a favor del Eje. Manteniéndolo secreto -hasta que la oportunidad de publicarlo llegara-, España se adhirió en Hendaya al “Pacto Tripartito” que era la alianza militar. Cuando yo publiqué mi libro de ninguna manera me constaba que el documento -el “Protocolo de Hendaya”- hubiera llegado a manos de los aliados, pues en ninguna parte había alusión concreta a él incluso cabía abrigar la esperanza de que se hubiera traspapelado o hubiera sido destruido en los archivos alemanes. En tal hipótesis hubiera sido temeraria imprudencia por mi parte, o imperdonable indiscreción, que yo descubriera entonces su existencia; lo que habría tenido consecuencias todavía más graves que el hallazgo del documento mismo por los aliados ya que, a texto perdido, no hubiera podido demostrar que en el mismo se contenían las reservas que de verdad tenía para privarle de todo valor ejecutivo. Si yo hubiera estado entonces oficiando de historiador, quizá la silenciación del documento habría sido incorrecta, pero yo no procedía en aquella ocasión como historiador sino como político; y debía tener especialmente en cuenta la hostilidad general al régimen político de España -nacido en la guerra y para la guerra-, régimen políticamente excepcional y heterogéneo en relación con las vigencias que se habían impuesto -después de la guerra- en el mundo de nuestra propia tradición y cultura. Esta circunstancia pesaba en la enemiga del mundo vencedor contra nosotros todavía más que nuestra política exterior durante la conflagración mundial; como lo prueba el hecho de que convertidas Italia y Alemania a la fe política democrática -al orden general impuesto en Europa- ya no se les pidieron más explicaciones por lo que antes hicieran. 1 . La publicación de este capítulo se adelantó en La Vanguardia de Barcelona, en ABC y la revista Historia y Vida. Las referencias a la anécdota y a la aventura del “Eje”, quedaron de esta forma canceladas para esos dos países. Alemania en cuanto quedó convertida a la fe democrática recibió de los Estados Unidos la ayuda de 4000 millones de dólares. Ya Alemania había dejado de ser “mala” para los vencedores; los “malos” eran sólo los “nazis”. Una cosa me urge ya decir: que si ahora considero legítimo y oportuno -obligadoexponer la verdad histórica en el punto a que se refiere este trabajo (como en otras ocasiones lo haré con motivo de otras omisiones o lagunas de aquel libro mío) nadie debe esperar un testimonio sensacional o apasionante, aunque sí rigurosamente verídico. En Hendaya -salvo el famoso “Protocolo”- no sucedió nada que no hubiera sucedido ya antes de las conversaciones que yo mismo había mantenido en Berlín; y mucho más dramáticamente (unos días después de la entrevista de Hendaya) en Berchtesgaden, adonde fui llamando “para puntualizarme”, como consecuencia del repetido Protocolo de Hendaya, la fecha en que, según el Estado Mayor alemán, convenía dar comienzo a las hostilidades, empezando con la operación sobre el Peñón; episodios de los que ya di amplia referencia en los capítulos X y XII de mi libro citado Entre Hendaya y Gibraltar publicado hace más de veinte años. Las diferencias de la entrevista de Hendaya con las otras por mí celebradas con Hitler, sus ministros y generales, radian solamente en estos puntos: en Hendaya hablaron cara a cara dos jefes de Estado, provistos ambos de poderes absolutos, mientras que en las anteriores y posteriores entrevistas hablaba yo -por la parte española- como un Ministro o representante sin poder resolutivo que no podía llegar a conclusiones comprometedoras. Y cuando se trataba de planteamientos o decisiones graves tenía yo la escapada dilatoria de decir que necesitaba consultar. En Hendaya, por el contrario -a diferencia de lo sucedido en mis encuentros a Berlín y en Berchtesgaden-, se enfrentaban dos jefes con facultades decisorias; por lo que se produjo como corolario aquel acuerdo donde tomábamos el citado compromiso, siquiera fuera con tales reservas y condicionamientos -repito- que desvirtuaban su eficacia. Otra diferencia esencial de nuestra postura en Hendaya con respecto a la adoptada en las conversaciones mantenidas por mí en mis encuentros con el Führer y el Gobierno alemán fue ésta: sin desdeñar los argumentos utilizados por mí en diferentes ocasiones, pasaron -con Franco- a primer plano las reivindicaciones españoles en Marruecos, cuya satisfacción consideraba como indispensable para poder justificar, ante nuestro pueblo, la intervención española en la guerra, asignándole así importantes objetivos nacionales. Este mayor relieve del aspecto reivindicatorio se explica especialmente teniendo en cuenta la personalidad y la biografía de Franco. Él era, o había sido, ante todo, el hombre de África. En Marruecos había hecho con brillantez indudable toda su carrera y a Marruecos parecía ligado a su destino. Él había sido allí uno de nuestros más calificados combatientes en las numerosas acciones de guerra que se produjeron con ocasión de nuestro Protectorado, y uno de lo más tenaces defensores de la necesidad de permanecer en aquel territorio y continuar nuestra acción protectora (que costó ríos de sangre y de oro), manifestando esa tenacidad, y esa decisión, de un modo enérgico y resuelto -con otros jefes y oficiales, prácticamente sublevados, en el campamento de Ben-Tieb-, frente a frente al general Primo de Rivera, cuando al asumir éste la Dictadura pretendió el repliegue para el abandono de aquella empresa. En esa empresa marroquí unía e identificaba Franco sus ideales y las necesidades de su país en aquella hora. (El tiempo que todo lo cambia hizo -ironía del destino- que, pocos años después, le tocara a Franco tener que ceder lo que Primo de Rivera no pudo abandonar porque ni el Ejército español ni los intereses de Francia lo permitían.) Esta reivindicación que en definitiva no pudimos lograr de Hitler en la segunda Guerra Mundial, demostró muy claramente un fallo en la perspicacia del Führer, a pesar de que pudo comprobar cuán decisiva era la perspectiva marroquí para el Jefe del Estado español en relación con el grave problema de nuestra participación en la guerra, que el Jefe alemán no supo aprovechar. La verdad es que para nosotros fue un gran regalo este fallo de Hitler, pues si a cambio de acceder a nuestras reivindicaciones de aquellas tierras africanas hubiéramos entrado en la guerra, además de la catástrofe que ésta significa siempre, habríamos perdido, en definitiva, aquellos territorios ambicionados, hoy soberanos. Al hacer estas previsiones, y otras que irán surgiendo, he de decir que no pienso ni por un momento cometer -a la inversa- la felonía que se quiso cometer conmigo, que en parte se cometió, y que se hubiera consumado, de no haber surgido testimonio irrecusables del propio Estado Mayor alemán contra los mendaces, que venían presentando al Generalísimo y a mí como “el bueno y el malo”; el firme y el entregado; repartiendo así, frente a los vencedores (y también frente a los españoles), cómodamente, los papeles en nuestras relaciones con la Alemania nacional-socialista. Las inexactitudes, las falsedades interesadas que sobre mi actitud en la Guerra Mundial se pusieron en circulación, han sido desmentidas del modo más categórico por el general Jodl, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y asesor militar de Hitler (el mismo que en presencia de éste, y por orden suya, nos explicó brillantemente en Berchtesgaden el plan muy elaborado para pasar por España y conquistar Gibraltar), quien dice secamente en su Diario: “La resistencia del Ministro español de Asuntos Exteriores, señor Serrano Suñer, ha desbaratado y anulado el plan de Alemania para hacer entrar a España en la guerra a su lado y apoderarnos de Gibraltar.” Estas palabras están publicadas en todos los periódicos del mundo y reunidas en los documentos de Nuremberg. Y este mismo General, importante figura del Ejército alemán, Jefe de Operaciones del Cuartel General, en su discurso a los gauleiters reunidos en Munich el 7 de septiembre de 1943, me atacó duramente, haciéndome responsable de la frustración de aquel plan para que entráramos en la guerra a su lado, motejándome de jesuítico Ministro de España y diciendo, además, que yo les había engañado. Naturalmente -con más propiedad diríamos que innoblemente-, aquí se hizo lo posible para silenciar aquel texto y otras manifestaciones análogas. Germanofilia y germanófilos Algunos, tras de haber sido germanófilos absolutos y serviles en el tiempo de las espectaculares victorias alemanas, tuvieron la desfachatez de manifestar (viéndose perdidos, cuando lo que llegó en lugar de la victoria fue la derrota) que su germanofilia había sido sólo un engaño. Yo, por el contrario, he de repetir lo que ya consigné en otro lugar hace años con motivo de las severas palabras del general Jodl, declarándome culpable de haber desbaratado sus planes, palabras que entonces pudieron favorecerme. Dije antes y repito ahora, que hablar así de mí era una injusticia, porque yo ni les engañé i fui desleal con ellos, fui su amigo sincero; pero lo fui más de mi patria y antepuse la defensa de los intereses de España a toda otra consideración y sentimiento particular, como es natural. En el libro del inglés Crozier, biógrafo de Franco, se dice “ciertamente los anfitriones nazis de Serrano Suñer debieron encontrar en él un huésped irritante, pues enfrentado con todo el poder y la grandeza del III Reich de Hitler y con las bravatas de Ribbentrop supo permanecer educado pero evasivo. El día 27 de septiembre -tras diez días en Alemania- asistió, como espectador, a la firma de la Triple Alianza que él -Serrano Suñer- rehusó firmar”. Efectivamente en esa fecha, durante mi estancia en Berlín, fui insistentemente requerido, y en alguna medida presionado por los alemanes, para que me adhiriera -y yo me negué; en ningún caso podía haberlo hecho pues no tenía poderes- al Pacto Tripartito (que era la alianza militar para la guerra) firmado por Alemania, Italia y Japón por diez años. Asistí simplemente como testigo a la aparatosa ceremonia que con tal motivo tuvo lugar, y Galeazzo Ciano ha contado en su Diario que nada más llegar a Roma de regreso a Berlín, el 1 de octubre de 1940, yo estaba harto de lo que allí había ocurrido. “Nada más llegar -escribe Ciano, refiriéndose a mí -explotó en expresivas invectivas contra los alemanes por su absoluta falta de tacto en su trato con España.” La verdad es que entre Franco y yo (que, con diferencias radicales de carácter y sensibilidad, con formaciones distintas, discutimos muchas veces sobres cuestiones generales, políticas y humanas, especialmente por motivos de política interna, cordialmente al principio y con acritud en los últimos meses de mi estancia en el Gobierno), hubo siempre una perfecta compenetración y una identidad de puntos de vista en las referencias a la política exterior (después se contaría lo que se quisiera o conviniera, pero yo conservo largas cartas autógrafas que Franco me dirigió que así lo prueban, y que publico en este libro), y ambos -con una carga demasiado pesada de responsabilidad sobre los hombros- creíamos que era necesario capear el temporal, dar tiempo al tiempo, satisfacer no sólo con buenas palabras sino también con actos de positiva amistad, que por otra parte era sinceros y debidos -contra todas las estupideces que, en busca de una absolución, luego se han dicho y escrito-, a quien era entonces el dueño de Europa, eludiendo así, en cuanto fuera posible y hasta el último momento, el peligro de adquirir cualquier compromiso que pudiera conducir a España a la beligerancia efectiva, y a nuestro pueblo a desangrarse de nuevo en una guerra cuando acababa de sufrir tanto; tan grave y tan dramáticamente en la guerra civil. Pero era preciso proceder de tal modo que nuestra legítima resistencia no se convirtiera en provocación, puesto que la invasión alemana -que con otra actitud se habría producido fulminantemente- también era la guerra, por mucha voluntad de resistencia (más voluntad que posibilidad) que tuviéramos; era la guerra, a su lado si cedíamos; y contra ella si nos poníamos enfrente; y con muy pocas posibilidades de ayuda al campo contrario. En aquellos días, excepto el general Aranda, todos creíamos a pies juntillas en el triunfo del Eje Añadiré que tanto Franco como yo creíamos entonces en la gran probabilidad -en la seguridad- de la victoria alemana, cuando menos en el Continente, donde suponíamos que el III Reich era invulnerable; aunque no se nos ocultaba -y ello reforzaba nuestra resistencia a intervenir en el conflicto- que la guerra sería larga. Mi creencia en punto a la seguridad de la victoria de las armas alemanas se apoyaba principalmente en las opiniones de Franco -que estaba seguro de aquella victoria- a quien yo consideraba como un oráculo infalible en las cuestiones militares. De añadidura los altos mandos militares españoles -los generales Aranda, 2 Muñoz Grandes, Yagüe, don Juan Vigón, Arsenio Martínez Campos, etcétera- opinaban de la misma manera y siguieron todos, con la excepción de Aranda, vaticinando la victoria alemana aun en épocas ya tardías, cuando en Stalingrado fue detenido su avance sobre Rusia. Si pensaban así todavía en vísperas de la débâcle puede el lector imaginar cuál sería su seguridad -y sobre la de ellos la mía- cuando se concertó la célebre entrevista en Hendaya el 23 de octubre de 1940. Creyendo, pues, ciegamente en la victoria alemana, tuvimos por fuerza, Franco y yo, que prever la necesaria acomodación de España al orden europeo que de esa victoria había de deducirse, y tratar de conseguir en él para nuestro país una situación más ventajosa que la que en el pasado inmediato nos había deparado la hegemonía anglofrancesa. Ahora bien, esa esperanza estaba sazonada de un cierto temor: el temor a un exceso de victoria alemana, y eso que entonces ignorábamos alguno de los aspectos horribles y negativos del régimen hitleriano. Lo ya entonces sabido y conocido nos bastaba para abrigar ese temor. Por eso yo buscaba -con la censura de muchos de los que entonces era aquí supergermanófilos- una especial aproximación a Italia y, a ser posible, a la Francia que pudiera salvarse a través de Vichy (Pétain, Laval, Pietri), pues ese triángulo latino -Italia, Francia, España-, suficientemente solidarizado, era la única esperanza de que pudiera templarse o moderarse aquel temido exceso de victoria alemana. Franco y Hitler frente a frente Después de mis conversaciones en Berlín, el careo de Franco con Hitler era más pronto o más tarde inevitable. Diré que yo no tenía ninguna prisa en que tal entrevista se celebrase y no por creer –lo que hubiera sido legítimo por su evidencia- en el desnivel de recursos dialécticos y de autoridad efectiva en que uno y otro pudieran encontrarse, sino porque teniendo Franco en nuestro sistema político todo el poder carecía, precisamente por ello, del recurso que yo (o en general sus enviados) tenía de acudir a una instancia superior eludiendo las decisiones sobre la marcha. La entrevista fue acelerada por el celo de nuestro Embajador en Berlín Espinosa de los Monteros. Apenas llegué al Ministerio de Asuntos Exteriores el Embajador me manifestó su disgusto porque pedía insistentemente audiencia al ministro Ribbentrop y éste no le recibía. Como esa situación era anómala e inconveniente, pues en momentos tan críticos -tan peligrosos- necesitábamos una comunicación frecuente con el Gobierno alemán, en mi primer viaje a Berlín traté este tema con aquel Ministro para que tomara contacto con nuestro Embajador, pero Ribbentrop me contestó con unas vaguedades -para ellos 2 . Aranda al principio de la guerra fue el mayor convencido del triunfo alemán, pero hombre inteligente y sereno fue también el primero en darse cuenta que las cosas cambiaban. fuera del nacional-socialismo no había nada- poco satisfactorias para el embajador, por lo que comprendimos que, pese a su elegante alemán, dada la actitud del Ministro, no iba a ser la persona adecuada para conducir allí unas negociaciones tan delicadas y complejas en la línea de "amistad y resistencia" a la vez, en la que teníamos que desarrollar nuestra relación con aquel Gobierno. No le oculté al interesado mi pensamiento y creyendo sin duda que se trataba de una idea personal mía, inició una doble operación ante los servicios del Estado alemán y en el ambiente de El Pardo. Para los alemanes no había más que reacuñar la leyenda elaborada en Salamanca -cuando estaba allí el Cuartel General del Generalísimo- por los elementos más exaltadamente germanófilos -¡"entonces"!- que me presentaban como poco entusiasta o adicto a su causa y como el "ex diputado católico lleno de prejuicios y de reservas clericales y liberales, y como el amigo sólo de Italia". En una palabra yo no era, según ellos, "el hombre de Alemania". No era, pues, se les decía, ésta, la línea conveniente para llegar a un acuerdo que sólo se podría lograr en la comunicación directa del Führer con el Generalísimo. (Y la verdad es que yo no era el hombre de Alemania ni lo fui nunca en el sentido servil en que los poderes fuertes suelen exigir de sus amigos. En una ocasión hablando el Führer a su Embajador en Madrid Von Stohrer -cuando éste, noblemente, me defendía de los ataques y quejas que contra mí llegaban a Berlín desde España, y desde la misma Embajada española en la capital del Reich, y le aseguraba que yo era un verdadero amigo-, Hitler le replicó: "Bien, será amigo nuestro el ministro Serrano Suñer pero yo preferiría un Ministro menos amigo y en cambio mas dócil.") En los ambientes de El Pardo, concretamente a la familia, decía el Embajador que "yo quería monopolizar el poder y quitar al Generalísimo la 'gloria' de la amistad y la estimación del Führer". Así, de esta manera, perdía yo el carácter de cómodo colaborador que preparaba situaciones convenientes -o contribuía a soslayar dificultades o peligros- para convertirse en "el usurpador" que desplazaba al Jefe con daño para él y para nuestras relaciones con el país todopoderoso. Mas tarde comprobé que aquella siembra de recelos, que de momento no mereció mi atención, estaba destinada a dar sus frutos. El retraso en llegar a Hendaya fue involuntario, motivo de irritación para Franco, y sólo de ocho minutos Hechas estas necesarias referencias de ambiente, volvamos al encuentro de Hendaya que yo no había deseado entonces y que me inspiraba no pocas inquietudes, aunque ninguna, claro es, en relación con la actitud de Franco, seguro de nuestra identificación en el común deseo de no aventurar ningún compromiso que nos condujera a la guerra. Juntos los dos (como antes y después para las otras entrevistas mías) preparamos y ordenamos los datos y argumentos que se habían de esgrimir en ella. Fijada para su celebración la fecha del 23 de octubre de 1940 fuimos a la frontera con Francia en el break de Obras Públicas enganchado a un tren especial. Nos acompañaban el general Moscardó, Jefe de la Casa Militar, el jefe de Protocolo del Ministerio de Asuntos Exteriores barón de las Torres; Antonio Tovar, Enrique Giménez-Arnau, Vicente Gallego, algún periodista más y los ayudantes de servicio del Generalísimo. En el viaje no sucedió nada de particular salvo el normal repaso de datos y argumentos en el saloncito del break y... el pequeño retraso con que llegó nuestro tren a Hendaya -ocho o nueve minutos que determinó en Franco el natural disgusto. Un matiz de leyenda en que se transformó la realidad de la entrevista de Hendaya, para magnificarla, quiere ahora -que el tren llegó con un gran retraso -más de una hora- y que este retraso fue calculado y dispuesto por la astucia del Generalísimo. La cosa es enteramente contraria a la verdad y además grotesca y casi ofensiva. Ni a Franco ni a nadie que no estuviera loco se le hubiera ocurrido que, en aquellas circunstancias, fuera preparación adecuada para una entrevista tan delicada y de tanta responsabilidad cometer, adrede, una desatención tan tosca (que hubiera sido peligrosísima y gravemente imprudente) y poner así de mal humor o irritar a persona tan poderosa como la que nos esperaba. Sin duda, al cabo de los años, las gentes que están dispuestas a creer todo lo que les conviene, han olvidado ya el desastre que eran los tendidos de vía, el material rodante, y la organización de nuestro dispositivo ferroviario después de la guerra civil. Parecerá ahora inverosímil que un tren especial ocupado por el Jefe del Estado no pudiera alcanzar un funcionamiento regular para cumplir con toda exactitud, en tan corto trayecto -Pasajes a Hendaya-, el horario previsto; pero ésta era la verdad. Llegamos con un pequeño retraso a Hendaya porque aquel tren que arrancaba violentamente, dando grandes sacudidas, no estaba en forma deseable, como tampoco las vías ni los servicios del trayecto. Soy testigo de que aquello causó a Franco el disgusto que era la reacción de un hombre normal y responsable. Por lo demás es hora de insistir que nuestro retraso fue pequeño, pues llegamos a la estación de Hendaya a las tres y media de la tarde y el tren especial que conducía a Hitler había llegado sólo diez minutos antes, como puede leerse en la prensa española y extranjera del día siguiente. Al fin y al cabo era normal que Hitler, que era quien nos había convocado a una entrevista en territorio francés (que el ocupaba y podía considerarse su domicilio accidental) llegara antes que sus invitados y los esperase algunos minutos. Durante muchos años se han repetido y celebrado en la prensa estas inexactitudes y se han contado toda clase de disparates y fantasías. En un artículo publicado en un importante periódico de Madrid con la firma de Víctor Alexandrox se insiste en el gran retraso del tren, con la novedad de combinarlo con la noticia de que el tren donde nos reunimos en Hendaya estuvo a punto de ser volado por la acción de un grupo de dinamiteros y con otras manifestaciones igualmente falsas y absurdas, como que "la conversación entre Hitler y Franco duró diez horas", y que Franco prometió allí que "caso de conflicto con la URSS los más valientes hijos de Castilla y Aragón –¿por qué no catalanes, andaluces, gallegos, etcétera?- participarían junto a los alemanes en la santa cruzada contra el bolchevismo. Esta unidad llevaría el nombre de División Azul". Cuando la verdad es, como luego veremos, que no se habló para nada de este tema. Mentiras de tan grueso calibre han circulado con toda facilidad por el país. Para las personas serias, honradamente interesadas en conocer la verdad histórica, recordaré que cuando la entrevista Franco-Hitler tuvo lugar en Hendaya las relaciones germano-rusas eran buenas; veintitrés días más tarde Molotov, Presidente del Consejo de Comisarios del Pueblo y Ministro de Negocios Extranjeros, visitaba Berlín por invitación del Gobierno del Reich como consecuencia del "pacto de no agresión" concluido el año anterior; y en el comunicado de las conversaciones que se dio a la prensa se manifestaba haber llegado a un acuerdo mutuo en todas las cuestiones importantes que interesan a Alemania y a la URSS. Ni siquiera Molotov había planteado a Hitler la aspiración de Stalin de tener manos libres en la Europa oriental. Incluso meses más tarde Stalin consintió en desinteresarse de Grecia y fue entonces cuando manifestó su interés concreto por Yugoslavia. Llegada a Hendaya Pero sigamos con nuestro relato: la estación de Hendaya estaba engalanada con banderas de España y Alemania. En el andén formaba un batallón para rendir honores con bandera y música. Al detenerse nuestro tren Hitler, Ribbentrop y el mariscal Von Brauchitsch con su séquito llegaron hasta el pie del cache salón del que Franco descendió y los dos jefes de Estado, tranquilos y sonrientes, cambiaron un saluda muy expresivo y afectuoso. Una vez revistadas las fuerzas que rindieron honores Hitler nos invitó a subir al histórico salón de su tren especial -donde tantas otras conferencias habían tenido lugar- y allí, a las cuatro menos veinte, hora española, quedamos reunidos. Era el tren de Hitler harto más moderno y cuidado que nuestro desvencijado break. Tomamos asiento en el salón Hitler, Franco, Ribbentrop, yo y dos intérpretes. Por la parte alemana actuó como tal, una vez más, el intérprete oficial para español del Führer, llamado Gross que ya había intervenido, con este carácter, en mis numerosas conversaciones anteriores de Berlín y que parecía un buen hombre -de poca cultura- que había aprendido nuestro idioma durante su actividad de vendedor de mercancías alemanas en América. Este hombre nunca se enteraba más que a medias del sentido de lo que decíamos y traducía, con muy deficiente castellano, del modo más aproximativo y rudo, incapaz de trasladar correctamente ni un solo matiz de los diálogos. (En aquella ocasión el profesor Tovar, que en anteriores ocasiones actuó de intérprete, unas veces solo y otras junto con el barón de las Torres en mis conversaciones con Hitler y el ministro Ribbentrop, no estuvo presente; contrariamente a lo que se ha repetido algunas veces. Es cierto que Tovar fue con nosotros a Hendaya, pero no estuvo en la conferencia. Yo lo llevaba conmigo pensando poder contar con su valiosa colaboración. En algunas de mis anteriores entrevistas con los alemanes dispuse de dos intérpretes: el barón de las Torres y el profesor Tovar. Pero en Hendaya se nos dijo que como el Führer tenía un solo intérprete, de ninguna manera podíamos nosotros tener dos; por lo que hubo que prescindir de Tovar -quedando en la estación con las otras personas que componían nuestro séquito- aunque nos acompañó en el tren en los viajes de ida y vuelta.) No estuvieron tampoco presentes en las conversaciones los embajadores Von Stohrer ni Espinosa de los Monteros. No lo estuvieron nunca tampoco en las conversaciones que tuve con Hitler. Saludos y cortesías entre Franco y Hitler Para empezar, el Generalísimo Franco manifestó la satisfacción que le producía encontrarse por primera vez con el Führer a quien de nuevo quería expresar su gratitud por la ayuda que Alemania prestó a España durante la guerra, y Hitler contestó que también para él era muy grato encontrarse con el Caudillo y ensalzó la gesta del pueblo español que a sus ordenes había sabido enfrentarse con el comunismo. Y en este su preámbulo terminó diciendo que era muy importante la reunión de los dos jefes en aquel momento de la guerra en Europa en que Francia acababa de ser derrotada. Esto dicho, Hitler expuso con amplitud, con precisión y algún efectismo, la situación de los acontecimientos, militares, y sus planes sobre la integración europea en un nuevo orden político en el que España no podía dejar de ocupar un puesto relevante. En este punto reiteró ideas y consideraciones muy conocidas a través de sus discursos y de sus escritos que cualquier lector medianamente informado conocerá, y no voy a repetir ahora. Diré simplemente que lo hizo de una manera demasiado propagandística y lisonjera. De aquí derivó al objeto de la entrevista en términos bastante concisos. Era preciso, dijo en síntesis, que España participase en el esfuerzo común y contribuyese activamente a la victoria del Eje, presupuesto del nuevo orden político en el que se nos ofrecía un lugar destacado. Alemania necesitaba saber -dijo- hasta que punto y en qué condiciones podía contar con la participación activa de las armas españolas y con las ventajas estratégicas de su territorio y de los objetivos que ya habían considerado sus Estados Mayores. Habló, muy cautelosamente, de la necesidad de salvaguardar la costa africana para la que España era paso obligado. Hizo una exposición minuciosa de cuantos acontecimientos importantes habían ocurrido en los meses anteriores que dieron origen a la guerra mundial, afirmando que él no había querido la guerra pero que se había visto obligado a aceptarla con todas sus consecuencias. Dijo Hitler, prepotente: "Yo soy el dueño de Europa y como tengo a mi disposición doscientas divisiones no hay más que obedecer." (Se refirió al gran triunfo de las armas alemanas y textualmente, el barón de las Torres, en función –repito- de intérprete español tomó literalmente la frase.) Tres cosas preocupaban al Führer: Gibraltar, Marruecos y Canarias Aseguró que el aniquilamiento de Inglaterra era cuestión de muy poco tiempo y que le interesaba tener sujetos los puntos neurálgicos que el enemigo pudiera intentar utilizar y por ello había querido celebrar esta conversación con el Caudillo, pues en varios de aquellos puntos España estaba llamada a desempeñar un papel muy importante, y que suponía querría desempeñar, ya que si dejaba pasar esta oportunidad no se le volverá a presentar nunca más. Y con este motivo manifestó que tres cosas le preocupaban: Gibraltar, Marruecos y Canarias. Al pasar a tratar de Gibraltar dijo que era cuestión de honor para el pueblo español reintegrar a la patria ese pedazo de suelo que está todavía en manos extranjeras, y que por su situación privilegiada en el Estrecho era el punto de apoyo más importante que para la navegación por el Mediterráneo tienen los aliados y que, por tanto, hay que ir tomando en consideración la necesidad de que se cierre el Estrecho, ya que entre Ceuta y Gibraltar en manos españolas, sería imposible la navegación. Atacó el segundo punto referente a Marruecos, diciendo que España, por su historia y por otros muchos antecedentes, es la llamada a quedar en posesión de todo el Marruecos francés y de Orán, y que, desde luego, si España entraba en la guerra al lado del Eje, en su día se le daría satisfacción, pero Hitler -"muy escrupuloso"- le dijo que para ofrecer esas cosas que Franco le pedía era preciso tenerlas en la mano y como no las tenía no podía disponer de ellas. Por lo que se refiere a las Islas Canarias manifestó que aunque estaba convencido de que los Estados Unidos no habían de entrar en la guerra, "pues no tienen intereses de gran envergadura en ello", no así los ingleses, "que aunque sufren de una situación precaria actualmente, en cualquier golpe de mano podrían hacerse con ellas y sería, desde luego, un golpe muy fuerte contra la campaña submarina que con toda eficacia se está llevando a cabo". Terminó insistiendo en que había llegado la hora de que España participara en la guerra para tomar luego su puesto en el nuevo orden europeo. Hitler le recordó que durante la guerra civil española había estado siempre espiritual y materialmente a su lado, se había enfrentado con las mismas dificultades con que él se encuentra para el triunfo del nacional-sindicalismo, y que los mismos enemigos que Franco había tenido y tiene son los suyos también. Habla Franco Bajo esa coacción moral tomó Franco la palabra para decir que España estaba unida a Alemania con amistad enteramente franca y leal. En nuestra guerra, añadió, "los soldados españoles lucharon junto con alemanes e italianos y de ahí nació entre nosotros la más estrecha alianza, que seguirá en el futuro porque nadie podrá romperla y con gusto estaríamos luchando ya al lado de Alemania si no fuera por las dificultades económicas, militares y políticas que el Führer conoce". Hemos empezado -continuó diciendo- con grandes dificultades a prepararnos. Es un hecho que nuestra aproximación al Eje es cada vez mayor como lo demuestra el haber pasado de nuestra actitud anterior a la de "no beligerancia", favorable a las potencias del Eje; exactamente igual a lo que hizo Italia el pasado año antes de entrar en la guerra. Protegiéndose como escudo con estas palabras, entró Franco en el fondo de los problemas, haciendo una exposición extensa y prolija, envolviendo su exposición en anécdotas, digresiones y repeticiones. Manifestó su conformidad con los puntos de vista que Hitler acababa de exponer en relación con el alcance político y económico de la lucha en que Alemania estaba empleada con tanto heroísmo, y repitió que únicamente nuestro aislamiento y la carencia de los medios más indispensables para la vida nacional habían imposibilitado nuestra acción. Igualmente estuvo de acuerdo con que la expulsión de los ingleses del Mediterráneo mejoraría la situación de nuestros transportes, aunque no podría solucionar todos los problemas del abastecimiento de España porque muchos productos y primeras materias de los que carecíamos no se encontraban tampoco en el área mediterránea. Se refirió luego a las reflexiones que Hitler había hecho con respecto a la operación sobre Gibraltar y agradeció muy expresivamente los elementos modernos que le ofrecía y que consideraba necesarios y de gran eficacia, explicándole por su parte los trabajos que discretamente se iban realizando. Mostró de la misma manera su conformidad a la tesis hitleriana de que la caída de Gibraltar aseguraría el Mediterráneo occidental, alejando todo peligro, salvo los que transitoriamente pudieran derivarse de un éxito de De Gaulle en sus propósitos de insurrección en Argelia y Túnez; "una concentración de las tropas españolas en Marruecos, dijo, obligará a los franceses a mantener allí unos efectivos importantes inactivos que no pueden así acudir a otros sectores". Participó, asimismo, de sus puntos de vista en relación con la eficacia de los aviones en picado en la defensa de costas, así como la imposibilidad de intentar el artillado permanente con material pesado. (Llegado a este punto hubo una aclaración entre los dos, sobre el calibre del material móvil que se necesitaba, con referencia a cartas que anteriormente se habían cruzado, y que yo no entendí del todo bien.) Franco continuó luego y se refirió a la que entonces se llamaba Batalla de Inglaterra que consideraba fundamental, e inquirió las causas de la escasa actividad alemana por aquellos días y Hitler le interrumpió diciendo unas cuantas vaguedades -nada convincentes- y asegurando que a su debido tiempo se daría victoriosamente esa batalla. Franco hizo cuanto pudo para mantener nuestro difícil equilibrio Franco hizo en la Conferencia de Hendaya todo cuanto pudo para mantener nuestro difícil equilibrio frente las presiones de Hitler y repitió los datos y argumentos que, de acuerdo con él, había yo anticipado en Berlín, en varias conversaciones con el Führer y Ribbentrop. Cierto que las mismas cosas dichas por él tenían mayor valor, porque era el dueño de las decisiones, pero la verdad es que siguió en todo la misma línea argumental que en común teníamos ya anteriormente establecida y expuso con prolijidad los datos por ambos preparados, y, muy ampliados por él, en lo referente a problemas militares; estos exclusivamente suyos, como materia de su especial competencia. Fue algo más sumario de lo que yo había sido en mis anteriores conversaciones con los alemanes en lo que se refiere a la descripción de las dificultades psico1ógicas derivadas del cansancio y del destrozo moral que la guerra civil causa en nuestro pueblo, pero mucho más extenso e insistente en relación con el programa de nuestras reivindicaciones africanas. 3 Abrumadora insistencia de Franco en el tema de nuestras reivindicaciones africanas Al abordar este tema comenzó Franco agradeciendo a Hitler las palabras que éste, cínicamente, había pronunciado de tratar en el futuro sus aspiraciones en el Marruecos francés y el Oranesado. La verdad es que esto, y sus opiniones sobre las operaciones y cuestiones militares, fueron las aportaciones nuevas que Franco hizo en Hendaya a nuestros planteamientos dilatorios, que Hitler ya conocía. Yo había insistido en anteriores conferencias en la necesidad de dar –llegado el caso- un verdadero objetivo nacional -expansionista- al 3 . En aquel tiempo se leía con mucho interés el libro Reivindicaciones de España del que eran autores José María de Areilza y Fernando María Castiella Maíz. sacrificio que se nos pedía; Franco se extendió mucho más en la reivindicación de la zona francesa de Marruecos y el Oranesado, poniendo -pese al entrecortamiento de su oratoria-, toda la pasión acumulada que el tema suscitaba en un militar de su brillante historia; en un militar específicamente africano y colonialista. Franco expuso el problema en todas sus dimensiones y en todos sus antecedentes: la suma de sacrificios que a España había costado Marruecos para que luego el mayor beneficio cayera sobre Francia. Razonó que con sus aspiraciones en el norte de África España no hacía más que reivindicar lo que por la misma naturaleza de las cosas le correspondía, pues España era el país europeo más próximo, con mayores afinidades geográficas y con mayores razones históricas, todo lo cual hacía legitimo, a su juicio, en nosotros, lo que en el caso de Francia no fue sino una intromisión favorecida por el ambiente mundial democrático y plutocrático contra el cual -añadía- "no habían reaccionado adecuadamente los torpes Gobiernos españoles de la época liberal y masónica, durante la Monarquía, siempre sometidos a las indicaciones de Paris y de Londres quienes llegaron a la entente cordiale también en relación con nuestros intereses y derechos en Marruecos a la vez que forjaban una arma contra Alemania". Y explicó a Hitler que, parte de lo que España reivindicaba, ya había sido antes reconocido a nuestro país por Tratados internacionales, pero que aquellos Gobiernos débiles de la Monarquía –Gobiernos liberales- cedían siempre ante las exigencias francesas. (Más tarde, días después de la conferencia, volviendo Franco sobre el tema, le escribió una carta diciéndole que "bien" estaba que el nuevo orden que Hitler quería implantar estuviera presidido por la justicia pero no quisiéramos que la justicia que se hiciera a Francia -país siempre enemigo de Alemaniase hiciera a expensas de nuestro derecho.) Después, de manera minuciosa y detallista, pasó revista, Franco, al estado de nuestra industria, nuestros transportes, nuestra situación agrícola, nuestro sistema de racionamiento y nuestras dificultades con el comercio y los transportes internacionales. El resumen de todo aquello, que de propósito habíamos calculado en cifras exageradas, resultó abrumador. Se demostraba así que para poner a España en situación de combatir era necesario dotarla de todo, y hacernos desde Alemania una transferencia de recursos que de ningún modo podía esperarse como no fuese a plazo larguísimo. No hay duda de que habíamos acertado -otra vez- en presentar la intervención española como una empresa cara. No se habló en la entrevista de la utilización del territorio español como tierra de mero pasaje ni de la cesión de bases en Canarias, pues tales hipótesis habían sido enérgicamente descartadas por mí en las anteriores conversaciones de Berlín donde, al escuchar yo estas peticiones, me puse en pie -como ya es sabidopara regresar a España cortando las conversaciones que solo continuaron al retirar expresamente el Ministro alemán aquella petición que un español, por amigo que fuera, no podía oír; con lo que la cuestión había quedado tácitamente resuelta. (Público en este libro la carta autógrafa de Franco felicitándome por mi actitud.) En lo que se refiere a las Islas Canarias y del posible peligro de un ataque por parte de los aliados, Franco, en su contestación, dijo que no creía en eso pero, desde luego, reconoció que aun cuando existían en las Islas elementos para su defensa no estaban a la altura de las circunstancias porque el armamento que allí había no era eficiente. Hitler le interrumpió diciendo que Alemania enviaría las baterías de costa de gran calibre que fueran necesarias y los técnicos encargados de montarlas y enseñar su manejo. Cuando Franco trató con abrumadora amplitud el tema de las reivindicaciones españolas en Marruecos, pidiendo sobre esto un compromiso formal y previo para participar inmediatamente en la guerra, Hitler puso muchas objeciones, y no se comprometió a nada porque ello hubiera destruido su política de aproximación con la Francia de Vichy y deja, como ya antes manifestara, el tema abierto para... después de la victoria, pues tenía concertada para el día siguiente una entrevista con el mariscal Pétain en Montoire. En relación con Gibraltar y con el cierre del Estrecho, al ocuparlo nosotros, Franco manifestó que consideraba que también tenía importancia el cierre por el canal de Suez que traería aparejada la inutilidad para los aliados del estrecho de Gibraltar, y con ello el Mediterráneo quedaría convertido en un mar muerto. (Este argumento de Franco lo utilicé yo –de acuerdo con él- dos semanas más tarde en Berchtesgaden al oponerme a la operación "Félix".) Hitler se aburre. "Con estos tipos no hay nada que hacer" Hitler había escuchado la exposición de Franco, al principio con atención. Pero después, especialmente en la parte detallista sobre la pésima situación de nuestra economía a que acabo de referirme, estuvo distraído y como cansado, bostezando con desenfado algunas veces. Se perdían las esperanzas de un resultado positivo en su entrevista con Franco que alguien, presentándole a él como "el bueno" y a mí como "el malo", le había hecho concebir. Por fortuna fuimos "malos" los dos; Franco también. No obstante, Hitler ordenó a Ribbentrop que nos entregara el documento que llevaban preparado para la firma, con objeto de que lo estudiáramos y propusiéramos enmiendas. Al llegar a este punto Hitler, dando por terminada la primera parte de la conferencia, se puso en pie y cuando ya salíamos del saloncillo de su tren para trasladarnos al nuestro, el barón de las Torres, que salía el último, oyó que Hitler, dirigiéndose a Ribbentrop, nos dedicaba palabras despectivas, algo así como "con estos tipos no hay nada que hacer", "Mit diesen Kerlen kann man nichtsmachen". (Luego posiblemente vendría lo de preferir arrancarse las muelas, etcétera, todo eso que Schmidt cuenta en su libro, pero mientras estuvimos reunidos no se produjo nunca con destemplanza.) 4 Mi momento de inquietud. Un monumento al torpe intérprete alemán Al terminar la entrevista, durante unos segundos, tuve un momento de inquietud cuyo motivo voy a explicar: conocida es la costumbre española de proferir en las despedidas o en los encuentros frases formularias, convencionales, que ni para el que las pronuncia ni para el que las oye tienen valor de verdad; "le llamaré por teléfono", "tenemos que reunirnos", "venga un día a comer", "disponga de mí para lo que guste", "ésta es su casa", etcétera. Pues bien, como la entrevista había resultado un poco pesada y se había forcejeado en ella, Franco deseaba poner un colofón de la mayor cordialidad a la misma y, ya en pie, cogió con las dos suyas la mano grande que Hitler le tendía, y sonriendo, y, en la línea de aquella costumbre convencional española de inoperante cortesía a que me he referido, le dijo: "A pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania de verdad me necesitara me tendría incondicionalmente a su lado, y sin ninguna exigencia." Yo tuve el temor de que el intérprete alemán tradujera estas palabras, y de que aquella fórmula, vaga y convencional, fuera oída y tomada al pie de la letra por 4 . Schmidt, hombre listo superviviente de la guerra ha contado a su manera las cosas. Desde luego, como digo en otro lugar, no estuvo en la conferencia aunque sí en el tren, y no sabía español. Hitler que no estaba al tanto de estos cumplimientos españoles. Por ventura el intérprete Gross o estaba distraído o, dándose cuenta de que se trataba de una fórmula cualquiera de cortesía, no tomó en consideración estas palabras de Franco y no las tradujo. Por mi parte creo que esta feliz inhibición del intérprete impidió que Hitler, que era un buen actor, estrujase en sus brazos a Franco y, contestándole que comprobaba emocionado que era un verdadero amigo, se apresurase a decirle que el momento había llegado ya. Es probable que en ese caso Franco hubiera explicado el alcance de sus palabras y resistido de nuevo; pero también lo es que la irritación de su interlocutor hubiera hecho más difíciles las cosas. Por ello cuando muchos años después nos hemos referido a este episodio hablando con diplomáticos de la República Federal -que también lo conocían- durante un almuerzo que en Bad Godesberg -en el hotel "Peters Berg" - me ofreció mi amigo Hansi Welczeck, segundo Jefe de Protocolo de la República Federal, éstos comentaron sonrientes -con humor alemán- que "debíamos, en justicia, conmemorarlo con un monumento al intérprete Gross". Los ojos de Hitler brillaban impacientes cada vez que Franco daba su opinión sobre temas militares Así, pues, allí y entonces, Hitler no dio ninguna de las muestras de irritación y destemplanza a que Schmidt -que ni sabia español ni estuvo en esta conferencia- se ha referido, aunque tengo por cierto que luego -cuando nosotros ya nos habíamos retiradose produjeron. Durante la entrevista, en los ojos de Hitler sólo brilló la impaciencia en los momentos en que Franco, tal vez sin darse cuenta, al dar su opinión -no solicitadasobre las campañas militares alemanas, tanto sobre las ya concluidas como sobre las que estaban en curso y sobre sus avatares futuros, lo convertía en doctrino de su ciencia de estratega profesional. Yo imagino que en esos momentos Hitler -el vencedor de la gran batalla de Franciaestaba pensando que Franco, lo mismo que algunos de los mariscales, no olvidaba que él era sólo un dilettante, un cabo, un novicio en las artes militares, convertido en "Comandante general del Ejército" a quien convendría dejarse guiar por la suficiencia de los expertos. Que esto sublevaba a Hitler de un modo especial lo sabemos por muchos testimonios; por lo que no es de extrañar que la entrevista resultase para él tan fastidiosa como, al parecer, manifestó en alguna ocasión. De una y de otra parte todo esto eran palabras; lo grave fue que Hitler y Ribbentrop nos presentaron el protocolo que traían redactado en el que se pretendía en términos claros e inequívocos que España se comprometía ya a entrar en la guerra cuando Alemania lo considerase oportuno. Argüimos, por nuestra parte, que no habiendo sido ésas exactamente las consecuencias de la entrevista, el texto resultaba inadecuado y el acto mismo del protocolo prematuro. En conclusión, no aceptamos. Entonces Hitler propuso que nos retirásemos a nuestro tren para reflexionar y que luego hablase yo con el ministro Ribbentrop. Eran las seis y media de la tarde cuando abandonamos el tren de Hitler y volvimos al nuestro para hablar nosotros separadamente. Fue allí donde Franco se mostró con toda razón indignado ante aquel documento que los alemanes traían preparado con la pretensión de empujarnos a la guerra sin darnos ninguna compensación. "Es intolerable esta gente -me decía-; quieren que entremos en la guerra a cambio de nada; no nos podemos fiar de ellos si no contraen, en lo que firmemos, el compromiso formal, terminante, de cedernos desde ahora los territorios que como les he explicado son nuestro derecho; de otra manera ahora no entraremos en la guerra. Este nuevo sacrificio nuestro -decía Franco- sólo tendría justificación con la contrapartida de lo que ha de ser la base de nuestro Imperio. Después de la victoria, contra lo que dicen, si ahora no se comprometen formalmente no nos darían nada." Media hora más tarde volví yo al tren alemán para hablar con Ribbentrop, para repetirle que no podíamos aceptar el protocolo; y para redactar un vago comunicado oficial de la entrevista que luego fue entregado a la prensa. Hitler nos invitó a cenar. Despedida oficial. Franco pudo matarse Más tarde Hitler nos invitó a cenar en el restaurante de su tren. Había recobrado la cordialidad, y la cena –presidida por él y por Franco-: discurrió de manera apacible, hablando de cosas generales y de episodios de la Guerra Mundial de una manera intrascendente. Terminada la cena, alrededor de las diez de la noche, se reanudó la conversación y tanto Hitler como Franco insistieron en sus puntos de vista y reiteraron sus argumentos: España, dijo Franco, sintiéndolo mucho, no podía, por el momento, en esas condiciones intervenir, y bastante había hecho adueñándose de Tánger y evitando que lo hiciera el enemigo. Hitler dijo que reconocía la utilidad de aquella acción pero que no era bastante, que no era lo que Alemania necesitaba. Pasada ya la medianoche tuvo lugar en el andén, con la cordialidad que las fotografías publicadas en todos los periódicos demuestran, la despedida oficial; Hitler, Ribbentrop y el sequito nos acompañaron a nuestro viejo tren y después de esa despedida en el anden, Franco, en lugar de penetrar en el vagón y saludar desde la ventanilla, prefirió quedar de pie en la plataforma del mismo, cuadrado en posición militar, con la portezuela abierta, saludando al Führer. Nuestro tren, otra vez, al arrancar, dio un tirón brusquísimo que zarandeó a Franco de forma peligrosa y que sin la reacción que su agilidad física, y la ayuda de Moscardó permitieron, le hubiera, arrojado de bruces sobre el andén. (Entonces, y luego, muchas veces más, me pregunté y comenté con mis colaboradores qué hubiera ocurrido si el accidente se hubiera producido en la forma más grave. Yagüe, Aranda -todavía-, Muñoz Grandes y tantos otros ya es sabido lo que pensaban, decían y querían. Creo que de allí mismo hubiera salido la guerra y yo seguramente habría sido juzgado como "obstáculo para la gloriosa empresa".) Contrariamente a lo que han dicho, algunos comentadores extranjeros, de esta entrevista, no es cierto que Franco saliera de Hendaya satisfecho y aliviado, sino por el contrario disgustado y preocupado; sentado junto a la pequeña mesa del break conmigo, llamó al barón de las Torres y le preguntó qué le había parecido aquello: "Pues que son unos perturbados y unos mal educados", contestó. Con él, y con el profesor Tovar, fuimos hablando del tema y, absorbidos por la inquietud que nos producía, llegamos a Pasajes sin darnos cuenta de que el viaje había terminado, y fue preciso que nos lo advirtiera así uno de los ayudantes. Ya entrada la madrugada, cerca de las dos, llegamos a Ayete, la residencia de Franco en San Sebastián. Llevábamos con nosotros el proyecto de protocolo redactado por los alemanes en el que, en términos claros, se establecía el compromiso, para España, de entrar en la guerra en el momento en que Alemania así lo considerase necesario; y aunque, como ya he dicho, lo habíamos rechazado por inadecuado a nuestras circunstancias y aspiraciones, pareciéndonos improbable, sin embargo, que los alemanes se conformaran con que de la entrevista no resultara absolutamente nada, y en previsión de una nueva exhortación apremiante, nos pusimos aquella misma noche al trabajo para formular un proyecto de protocolo menos rígido que recogiera nuestras condiciones dilatorias y nuestras reivindicaciones concretas. (El Director de Prensa que me acompañaba, entonces Enrique Giménez-Arnau, actuó de mecanógrafo; no sin que previamente me preguntara Franco si era persona de mi confianza. Contesté afirmativamente y pusimos manos a la obra.) Eran más de las tres de la madrugada cuando el documento quedó listo y nos retiramos a descansar. "Hay que tener paciencia: hoy somos yunque, mañana seremos martillo", me dijo Franco Apenas clareaba el día cuando unos nudillos golpearon insistentemente en la puerta de mi dormitorio; era el comandante Peral, ayudante de Franco, quien venia a anunciarme que el embajador Espinosa de los Monteros (que se había quedado en Hendaya con los alemanes) tenia urgentísima necesidad de hablar conmigo. Refunfuñé como hacía al caso, pero ante la insistencia de aquél salí de la habitación para verle. El Embajador venia muy nervioso, apremiando con la urgente necesidad para la firma sin dilaciones del protocolo preparado por Hitler y Ribbentrop, que nos habían entregado en Hendaya y que nosotros habíamos rechazado. "Tiene que aceptarse", decía el Embajador, porque los alemanes, después de haber abandonado nosotros -Franco y yo- la estación de Hendaya le habían mostrado a él -quien había permanecido con ellos allí- gran irritación por lo ocurrido. Traté de aplazar la conversación, pero él insistió tenazmente y, cuadrándose militarmente -como General y como Embajador, me habló así: "Usted no puede enajenar a nuestro Generalísimo la gloria de la amistad con Hitler y con el pueblo alemán. Por todo ello, por nuestro Generalísimo y por España, vengo a pedir y a recoger una conformidad. De otra manera puede ocurrir cualquier cosa." Pese a lo temprano de la hora tuve que despertar a Franco entrando en la habitación donde dormía. Mi indignación era muy grande en aquel momento y le dije a Franco todo lo que yo pensaba sobre aquella escena, a mi juicio inadmisible y peligrosa, cualesquiera que fueran los móviles que la determinasen. "Es absurdo -añadí- que lo que tú te has negado a aceptar en presencia de Hitler y Ribbentrop lo hagamos ahora, aquí, para que cualquiera se apunte un tanto con ellos. Esperemos siquiera a que llegue el día y, si no tenemos más remedio, seremos nosotros quienes entreguemos personalmente a los alemanes -Embajador o Ministro- el proyecto, o contraproyecto, que de madrugada redactamos." Franco coincidía con mi malhumor por lo que estaba ocurriendo, ésta es la verdad, pero, después de un cuarto de hora de protestas, me dijo: "Mira, en estas circunstancias no es prudente hacer esperar más a los alemanes y lo mejor será entregar el proyecto que hicimos anoche, dándoles, sólo en base de éste, nuestra conformidad." Y, con enfado y disgusto por el método seguido, añadió textualmente: "Hay que tener paciencia: hoy somos yunque, mañana seremos martillo." (Debía de ser ésta una expresión de uso familiar corriente, pues Ramón Franco, al evadirse de Prisiones Militares en 26 de noviembre de 1930, la emplea en carta dirigida al general Berenguer, Jefe entonces del Gobierno, diciéndole: "Hoy soy yunque y. usted martillo; día vendrá en que usted sea yunque y yo martillo pilón." Puede leerse en su libro Madrid bajo las bombas. Editorial Zeus.) Pacto Tripartito Nuestras enmiendas desvirtuaban el grave texto propuesto por los alemanes en Hendaya, y en nuestro texto quedó establecido: 1.°, la adhesión de España al "Pacto Tripartito"; pacto de alianza militar, pero manteniendo secreta esta adhesión hasta que se considerase oportuno hacerla pública. 2.°, el compromiso que España contraía de entrar en la guerra junto a las potencias del Eje se llevaría a efecto sólo cuando la situación general lo exigiese, la de España lo permitiera, y se diera cumplimiento a las exigencias puestas por nosotros para dar aquel paso. En una palabra, como se verá, nada positivo, ya que el cumplimiento del compromiso quedaba al arbitrio de una de las partes. No fue poco salir así del paso en una situación tan difícil, tan peligrosa, tan grave como aquella que fue el punto de mayor compromiso y de mayor proximidad de España al temido momento. Carta de Franco a Hitler, siete días después del encuentro en Hendaya Pero Franco no estaba satisfecho con la vaguedad de lo acordado en cuanto a compensaciones para España, caso de entrar en el conflicto; y siete días después de la entrevista de -Hendaya, firme en sus reivindicaciones, insistió en el tema mediante "Carta dirigida al Führer del pueblo alemán" fechada en El Pardo el Día 30 de octubre de 1940: Al Führer del Pueblo alemán Querido Führer: Después de nuestra entrevista de Hendaya, donde tuvimos ocasión de conocernos y de plantear de modo directo cuestiones de vital interés para nuestros dos países, quiero, refiriéndome a lo convenido en la propia entrevista y expresándome con abierta franqueza y claridad, dar una prueba de lealtad a una política iniciada justamente el día en que alemanes e italianos se pusieron en relación, en momentos bien difíciles, conmigo y con el movimiento que buscaba asegurar una rectificación en la política internacional de España que la garantizase su libertad de acción y la apartase ya de la tutela e intromisión de las democracias occidentales. Ante la necesidad por Vos expresada de acelerar la guerra, incluso llegando a una inteligencia con Francia, que eliminase los peligros resultantes de la dudosa fidelidad del ejército francés de África al Mariscal Pétain, fidelidad que con toda certeza desaparecería si de cualquier modo fuera conocido que existía un compromiso o promesa de cesión de aquellos territorios, me pareció admisible vuestra propuesta de que en nuestro pacta no figurase concretamente lo que es nuestra aspiración territorial. Ahora bien, con arreglo a la convenido, por esta carta os reitero las legítimas y naturales aspiraciones de España en orden a su sucesión en África del Norte sobre territorios que fueron hasta ahora de Francia. Con esto España no hace sino reivindicar lo que le corresponde por un derecho natural suyo, ya que España es el país europeo más próximo, con mayores afinidades geográficas y con mayores razones históricas, que convierten en derecho legítimo lo que en el caso de Francia no fue sino una intromisión favorecida por un ambiente mundial democrático y plutocrático, contra el cual no supieron reaccionar los gobiernos españoles de los tiempos de la intromisión de Francia en Marruecos, gobiernos liberales sometidos a las indicaciones e insinuaciones de Paris y de Londres, que precisamente llegaron a la Entente Cordiale sacrificando nuestros intereses y derechos en Marruecos a la vez que forjaban un arma contra Alemania. Vos como todo el pueblo alemán no ignoráis que gran parte de lo que ahora reivindicamos le llegó a estar reconocido a España por los Tratados internacionales, en los que la torpeza y la vacilación de los gobiernos liberales españoles retrocedió siempre a cada nueva exigencia francesa. Vos, que habéis sabido levantar la ira y el orgullo del pueblo alemán contra los que le acorralaban y negaban el derecho a vivir, comprenderéis bien nuestro afán de librarnos de las renuncias liberales y de negar toda solidaridad con lo que por parte de España fue una sumisión, que yo no toleraré se prolongue, a las imposiciones de una época de injusticias, que regaló el mundo entero a la codicia de dos o tres potencias más afortunadas y negó a España, como a Alemania y a Italia, toda posibilidad de expansión. Sólo por este despotismo de los más fuertes, que negaron la más elemental justicia a los pueblos más pobres y más ricos en hijos, España se vio privada de lo que ahora espera reivindicar. No es tierra francesa la que queremos, ni pretendemos aprovecharnos de sangre francesa: queremos solamente lo que una hábil diplomacia liberal, que colocaba en los propios mandos del viejo Estado español dóciles instrumentos suyos, nos arrebató con plena injusticia. Bien está desde luego que el establecimiento de un orden nuevo esté presidido por una idea de justicia que incluso no deje ajena a las beneficios de esta justicia a Francia misma, pero no quisiéramos que la justicia que se hiciera a Francia, país enemigo de siempre para Alemania como para España, fuese a expensas del derecho de España. Reitero, pues, la aspiración de España al Oranesado y a la parte de Marruecos que está en manos de Francia y que enlaza nuestra zona del Norte con las posesiones españolas Ifni y Sahara. Cumplo con esta declaración un deber de lealtad y de claridad y me complazco en hacerla presente con la confianza que nuestra amistad me permite y aun exige. Vuestro El Pardo, 30 de octubre de 1940 En esta carta, y en relación con el secreto con que se acordó mantener el protocolo, Franco le dice: "Ante la necesidad por Vos expresada de acelerar la guerra, incluso llegando a una inteligencia con Francia que eliminase los peligros resultantes de la dudosa fidelidad del ejercito francés de África al Mariscal Pétain, fidelidad que con toda certeza desaparecería si de cualquier modo fuera conocido que existía un compromiso o promesa de cesión de aquellos territorios, me pareció admisible Vuestra propuesta de que en nuestro pacto no figurase concretamente lo que es nuestra aspiración territorial. Ahora bien, con arreglo a lo convenido, por esta carta os reitero las legitimas y naturales aspiraciones de España en orden a su sucesión en África del Norte sobre territorios que fueron hasta ahora de Francia." Franco como se verá en la carta, pide el Oranesado y la parte de Marruecos que estaba en manos de Francia, y argumenta con fuerza para justificar los motivos y razones en que España funda sus aspiraciones. España, dice, no hace sino "reivindicar que le corresponde por un derecho natural. Es un derecho legítimo suyo que en el caso de Francia -le repite una vez más- no fue sino una intromisión favorecida por un ambiente mundial democrático y plutocrático, contra el que no supieron reaccionar los gobiernos españoles; gobiernos liberales sometidos a las indicaciones o insinuaciones de Paris y de Londres que precisamente llegaron a la Entente Cordiale sacrificando nuestros intereses y derechos de Marruecos a la vez que forjaban un arma contra Alemania". "Vos -dice Franco a Hitler- que habéis sabido levantar la ira y el orgullo del pueblo alemán contra los que le acorralaron y negaban el derecho a vivir, comprenderéis bien nuestro afán de librarnos de las renuncias liberales y de negar toda solidaridad con lo que por parte de España fue una sumisión que yo no toleraré que se prolongue." "Bien está desde luego –termina diciendo Franco a Hitler- que el establecimiento de un orden nuevo esté presidido por una idea de justicia que incluso no deje ajena a los beneficios de esta justicia a Francia misma; pero no quisiéramos que la justicia que se hiciera a Francia, país enemigo de siempre para Alemania como para España, fuese a expensas del derecho de España." Creíamos haber capeado el temporal, pero nuestro respiro fue corto; tan cerca quedamos del temido momento que apenas transcurridos veinte días desde el acuerdo de Hendaya, el Embajador alemán, Von Stohrer, venia a traerme al Ministerio un telegrama de Von Ribbentrop en el que, por encargo del Führer, me rogaba que me trasladara a Berchtesgaden -refugio de Hitler en los Alpes bavaros-, con urgencia para hablar de cosas importantes, a ser posible el lunes -esta visita de Stohrer tenia lugar el viernes-, y al preguntarme si podía contestar en el acto, dando mi conformidad, repliqué que no podía hacerlo en ese momento, pero que le contestaría en seguida. Mi viaje al “Berghof” Me trasladé sin pérdida de tiempo a El Pardo para hablar con Franco y en el primer momento pensamos los dos si no seria mejor dar algún pretexto para no ir: aunque pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenían decidido algún proyecto -con toda probabilidad el de la conquista de Gibraltar- no dejarían de realizarlo por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si acudíamos a su llamada podríamos, cuando menos intentar, que desistieran por el momento. Después de esta reflexión –en su consecuencia- Franco decidió que yo saliera inmediatamente para Berchtesgaden y tratara por el momento -una vez más- de conjurar el peligro. Pero yo, cansado de ir y venir y de que otros hablaran, opinaran o murmuraran, sin tomar su parte de responsabilidad en lo que se hiciere o se acordase en circunstancias tan graves y peligrosas, puse como condición para hacer el viaje la inmediata reunión con los ministro militares. Reunión que horas después tuvo lugar bajo la presidencia de Franco y a la que asistimos los generales don Juan Vigón, Varela, el almirante Moreno y yo. En esta reunión (que es distinta y nada tiene que ver con otra a la que se han referido aproximativos y "sabelotodo" distantes, que al no saber nada lo confunden todo, voluntariamente, intencionadamente unos, y otros arrastrados) opinamos que durante las pocas semanas transcurridas desde que tuvo lugar el encuentro de Hendaya las cosas no habían cambiado y seguíamos con los mismos problemas de todo orden que no permitían, todavía, participar a España en la guerra. Pero se consideró necesario que yo acudiera al "Berghof', donde Hitler, con sus Estados Mayores, militar y político, me esperaba, ya que todos consideraron muy grave la situación y había que prevenir el peligro de una violenta reacción alemana; yo quedaba, pues, encargado -otra vez, sin el agradecimiento de quienes me lo debían- de capear como pudiera aquel temporal. Salí inmediatamente para Paris y el día 18 de noviembre -martes-, al atardecer, llegué a la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop, con su sequito y dos generales me esperaban con los intérpretes. Reunido luego con Hitler manifestó que me había convocado para que, de acuerdo con lo convenido en Hendaya, fijáramos la fecha más próxima de nuestra participación en la guerra porque ya "era absolutamente necesario atacar Gibraltar; lo tengo decidido". No voy a repetir aquí lo que en mi viejo libro tantas veces citado expuse; aunque ahora, cuando ya todo es sólo historia, superado el peligro de revelar lo que entonces, por las razones que cualquiera comprende, el patriotismo obligaba a silenciar, puede ser tratado ya sin inconveniente. Cualquier persona con alguna imaginación, con sensibilidad humana y con responsabilidad, podrá pensar en la emoción que aquellas palabras nos causaron a mí y a los dos españoles que me acompañaban (el barón de las Torres y el profesor Tovar), porque esas palabras tenían el acento de una "notificación". "Se trata ahora de fijar la fecha." Dominado por aquella emoción, antes que otra cosa, con palabras y tono muy moderados, hube de decirle que lo convenido en Hendaya no había sido que España entrara en la guerra cuando ellos –los alemanes- decidieran, sino cuando nosotros estuviéramos en condiciones de hacerlo. Hitler replicó que "en cualquier caso la operación mixta sobre Gibraltar era necesaria, y la consiguiente iniciación de hostilidades por nuestra parte contra los aliados. Era la hora de que España, como él ya había dicho en Hendaya, tomara su parte". Llegado a ese punto yo tuve que repetirle, una vez más, los argumentos de siempre: A) económicos, el hambre del pueblo, mi lucha con el Embajador ingles para lograr los navicerts que permitieran llegar a nuestros puertos los cargamentos de trigo del Canadá, Argentina, etcétera, y le hice ver que aun no conociendo los aliados el protocolo de Hendaya, por el solo hecho de que en el comunicado que se dio a la prensa después de aquella conferencia en el que se decía "que la solidaridad de España con las potencias del Eje se había fortalecido", nos bloquearon el envío de 300.000 toneladas procedentes de Estados Unidos, que con desesperante urgencia necesitábamos. Nuestro pueblo está hambriento Hitler manifestó su escepticismo sobre todo eso y me preguntó si yo creía que esa situación tan grave de la economía española podría arreglarse sólo por el hecho de que España no participara en la guerra, a lo que le contesté que, al menos, era la única forma de ir viviendo y, aparte de ser ésta la mía, le informé de que era una opinión muy generalizada en nuestro país; que la propaganda inglesa fomentaba por todos los medios, asegurando que si España no entraba en la guerra el suministro de trigo canadiense y argentino facilitaría enormemente con la protección de los navíos británicos. El Führer contestó que de ninguna manera podía estar de acuerdo con mi punto de vista, pues Inglaterra y América, según él, no garantizarían en modo alguno el abastecimiento, sino que, al contrario, nos presionarían cada vez más y cada vez serían más exigentes para crear al actual Régimen español dificultades mayores hasta precipitarlo en su derrumbamiento. Yo le añadí que tenía que manifestarle que Franco, con razón, se quejaba de que Alemania no enviaba a España ni víveres ni material de guerra como ocurría con un material para la fábrica de aviones "Heinkel", de Sevilla, que estaba contratado y pagadas las facturas y nunca se había recibido, a lo que Hitler me contestó que España no era un país en guerra y que Alemania necesitaba para ella todo el material militar, pero que si España entraba en la guerra le proporcionaría todo el material que necesitara, "como ya había hecho –dijo- durante la guerra civil". B) Militares: con sólo tomar Gibraltar, repetí yo, no quedaba cerrado el Mediterráneo, puesto que seguía todavía abierta la puerta de Suez; también alegué nuestra insuficiente preparación, etcétera. C) Y finalmente argumentos psicológicos y políticos: el pueblo español, le dije, que estaba cansado de guerras. Sin duda Hitler y Ribbentrop se habían repartido los papeles para esta nueva conferencia conmigo, pues mientras el tono del ministro Ribbentrop fue apremiante (y en la reunión de la mañana, conminatorio), el de Hitler fue mas bien propositivo; y después de repetirle yo todos aquellos argumentos en justificación y defensa de nuestra imposibilidad de tener una participación activa en lo que llamaba operación mixta sobre Gibraltar, entonces me insinuó la posibilidad de que diéramos paso a las tropas alemanas por nuestro territorio, y yo, después de hacer protestas de nuestra amistad, patéticamente, hube de atreverme a decirle que como amigo verdadero que era estaba obligado a manifestarle con toda la sinceridad -que es el lenguaje propio de los amigosque no podíamos dar conformidad a esa pretensión. Y llegada a este punto, cuando yo esperaba como probable su reacción peor, es curioso que no insistió; inclinó la cabeza en actitud que a mi me pareció comprensiva, ¿entendería él lo que nuestra dignidad de pueblo no permitía?, y, como resignado, se limitó a pedirme que pasáramos a una gran habitación próxima en la que había un gran tablero central, muchos planos sobre él y colgados en las paredes con banderitas que indicaban la posición de sus ejércitos. Y fue allí donde el general Jodl -el antes citado Jefe de Operaciones del Cuartel General de Hitler- nos explicó minuciosamente su gran proyecto para apoderarse del Peñón que seria recuperado para España. Terminada su brillante exposición, yo -representante desvalido de un país agradecido e inerme- ante Hitler y Ribbentrop, rodeados de sus Estados Mayores, de sus cuadros políticos, de sus aliados -el conde Ciano esperaba en la antesala- y de su propio pueblo, hube de decirles allí en el "Berghof”, personalmente, frente a frente, que aun siendo como era absolutamente profano en el orden militar, me hacía cargo de la perfección con la que sin duda estaban elaborados aquellos proyectos, ya que ellos eran maestros en el arte de la guerra, pero que nosotros no estábamos todavía en condiciones para nuestra intervención activa en la misma, ni podíamos aceptar el paso por nuestro territorio. Franco había resistido en Hendaya y yo –de acuerdo con él- tuve que afrontar en Berchtesgaden –y rechazar- aquel requerimiento apremiante, para que España entrara en la guerra; en la más concreta y dramática de nuestras negativas. (Aquella noche, los tres, el barón de las Torres, Tovar y yo, fuimos obligados a quedarnos a dormir en Berchtesgaden. Quien tenga un poco de imaginación y memoria sobre algunas reacciones alemanas ante resistencias y dificultades tal vez piense que pudimos estar expuestos a lo peor. Soy ya viejo y de nadie competidor, por consiguiente con libertad e independencia, al recordar aquella situación me pregunto: ¿todos habrían procedido ante el poderoso de igual manera?) Pero la verdad es que ni en Hendaya ni en Berchtesgaden quedó conjurado el gran peligro de invasión y de guerra que corrimos. Ni mucho menos. Todo seguía pendiente. El 18 de diciembre de 1942 continuaban en el Cuartel General del Führer las conversaciones con Muñoz Grandes sobre preparativos militares. Fue el giro de los acontecimientos, la complicación creciente que para Alemania significó pronto la guerra con Rusia, los compromisos con Vichy, el cambio de suerte en la trayectoria de la guerra, la ofensiva general de Zhukov contra el Ejercito alemán, lo que alejó a España, definitivamente, del conflicto, ya entrado el año 1943. Laus Deo. (Aunque algunos siguieron con su fe en la victoria de las armas alemanas –y en la brujería- hasta la ofensiva del mariscal Von Rundstedt en las Ardenas, ¡en diciembre de 1944!) Ya quedan las cosas puestas en su sitio. Ya lo que no fue prudente hacer en la hora que hubiera traído aparejado algún peligro para España, queda contado. Pasado aquel tiempo inconveniente, reconozco que, no sin razón, se me ha podido reprochar por mi morosidad; aunque tal vez lo que por su propia objetividad pareciera fácil no lo hubiera sido tanto, por motivos subjetivos, como algunos han podido creer. Pocas veces en asuntos de esta índole se habrá podido acreditar de manera tan cabal y cumplida, con pruebas de indubitable valor -fehacientes- cómo tuvo lugar el acontecer histórico; cual fue la política del Gobierno español en relación con la segunda Guerra Mundial, durante el tiempo en que yo desempeñé la cartera de Asuntos Exteriores. A pesar de ello, en torno a este acontecer se forjó la falsa leyenda que; empujada por turbios intereses y mantenida por pereza mental -por falta de espíritu crítico-, intentó suplantar la verdad. Una vez más, en el tráfico político se observó la ley, que Gresham formulara para el campo económico, según la cual la moneda mala desplaza del mercado a la buena. Así, aquí durante algún tiempo, la versión cierta de los hechos probada- era desplazada –o suplantada- por la falsa. En los sistemas de absoluta concentración del poder no es infrecuente que, en relación con los aciertos de los "imperantes" no baste el reconocimiento honrado que de sus meritos se haga, sino que han de ser envueltos en limbos gloriosos, con la magnificación y el incienso de un culto laico. Y todavía, a la sublimada narración que de los hechos se haga, se añadirá un tono excluyente de cualquier colaboración que hubiera tenido lugar –especialmente si fue con lealtad critica-, y que tal vez pudo haber comportado para el colaborador serios peligros. Finalmente, si contra la iniciación brillante y presuntamente acertada de una política, surgieron dificultades o evoluciones adversas, se dará un paso más con el exterminio -al menos moral-, cargando sobre los antes excluidos todas las actividades y responsabilidades, para así -con ese pesado fardo- ser despeñados como chivos expiatorios. Contra esta vieja costumbre de "saber declinar a otros males" en Quevedo, y, más concretamente, en el Oráculo Manual y Arte de Prudencia, de Gracián, se encontraran muchas sentencias. En determinadas circunstancias el patriotismo puede obligar a callar y a mucho más si el interés del país lo exige, a pechar con una postura política bien distinta a la que de verdad se tuvo, pero mantener la falsa versión de los hechos cuando el peligro que la aconsejara sea pasado, y seguir imponiéndola por vanidad o por unos juegos (¿) políticos no es correcto. Ni imponer silencio con desprecio de la verdad y del hombre.