XIV. Encuentro Franco-Hitler en Hendaya (23 de octubre de 1940)

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XIV. Encuentro Franco-Hitler en
Hendaya
(23 de octubre de 1940)
Razones de mi silencio · Germanofilia y germanófilos · En aquellos
días, excepto el general Aranda, todos creíamos a pies juntillas en el
triunfo del Eje · Franco y Hitler frente a frente · El retraso en llegar
a Hendaya fue involuntario, motivo de irritación para Franco, y sólo
de ocho minutos · Llegada a Hendaya · Saludos y cortesías entre Franco
y Hitler · Tres cosas preocupaban al Führer: Gibraltar, Marruecos
y Canarias · Habla Franco · Franco hizo cuanto pudo para mantener
nuestro difícil equilibrio · Abrumadora insistencia de Franco en el tema
de nuestras reivindicaciones africanas · Hitler se aburre. “Con estos
tipos no hay nada que hacer” · Mi momento de inquietud. Un monumento
al torpe intérprete alemán · Los ojos de Hitler brillaban impacientes cada
vez que Franco daba su opinión sobre temas militares · Hitler nos invitó
a cenar. Despedida oficial. Franco pudo matarse · “Hay que tener paciencia:
hoy somos yunque, mañana seremos martillo”, me dijo Franco · Pacto
tripartito · Carta de Franco a Hitler, siete días después del encuentro
en Hendaya · Mi viaje al “Berghof” · Nuestro pueblo está hambriento
En el año 1947, todavía encendidas las pasiones desatadas en la segunda Guerra
Mundial, escribí un libro con el título Entre Hendaya y Gibraltar cuya principal
finalidad era la justificación de la política exterior de España en los años de nuestra
guerra civil y durante la Guerra Mundial.
Me esforcé en situar la verdad de España allí donde estaba encasillada la leyenda, pero
cuidando mucho de no elaborar otra leyenda; esto es, de no sustituir una leyenda
adversa a España por otra leyenda favorable. A la mentira y a la tergiversación sólo es
decente combatirlas honradamente con la verdad, tomando nuestra parte en la culpa y en
el error que puedan correspondernos, sin tratar de esconder, como vulgares tramposos,
lo que hicimos ni lo que dijimos, pues si no fue todo acertado sí lo fue en lo esencial, y,
en todo caso, se hizo con el legítimo propósito de servir el interés de la patria, atendidas
las circunstancias de entonces.
En la total ausencia de objetividad, fuera y dentro de España, de aquellas horas turbias
de pasión, mi tarea resultaba incómoda y arriesgada, pero yo debía intentarla porque a
mi juicio era un deber hacerlo así. Mi libro ha sido leído con atención por cuantos
historiadores y escritores extranjeros se han ocupado de nuestro drama interno (19361939), y hoy es una referencia clásica en todos los trabajos que sobre el tema se
publican en el mundo.
El libro fue recibido, aquí y fuera de aquí, con interés, aunque de muy diferente manera:
con elogios (algunos inolvidables por su calidad, estimo entre todos el que me dedicó
Eugenio d´Ors en su Glosario) y con severos ataque dirigidos más contra mí que contra
él, pues de éste, aun los opositores y discrepantes, dijeron todos que era necesario leerlo.
Un inteligente periodista francés concluía su análisis del mismo en el periódico Paris
Press, con estas intencionadas palabras: “Ahora sería muy interesante que el autor de un
libro que lleva por título Entre Hendaya y Gibraltar nos explicara por qué ha silenciado
y pasado por alto la célebre entrevista de Hendaya que tuvo lugar entre Hitler y Franco.
“Pues bien, ahora, después de tantos años, voy a explicar las razones por las que no he
hablado antes de la entrevista Franco-Hitler y a contar cómo fue ésta. 1
Así, pues, este capítulo tendrá estas dos partes: razones de mi silencio, y narración de la
entrevista.
Razones de mi silencio
Diré ante todo y con entera franqueza que en mi libro no mencioné la entrevista porque
de ningún modo hubiera querido hacerlo mintiendo o deformando la verdad, y si decía
la verdad había en ella un punto que podía entonces ser peligroso para la seguridad de
mi país. Si lo hubiera hecho no habría tenido más remedio que hacer una revelación que
ahora ya no lo es, puesto que la revelación de lo conocido ya no es revelación. Me
refiero al “protocolo” que de allí surgió; un protocolo en el cual, aunque de un modo
ciertamente dilatorio y absolutamente condicionado, que le quitaba toda eficacia como
luego veremos, España adquiría por primera vez el compromiso formal, aunque sólo
fuera en principio, de terminar con su situación de “no beligerancia” para pasar a ser
beligerante a favor del Eje. Manteniéndolo secreto -hasta que la oportunidad de
publicarlo llegara-, España se adhirió en Hendaya al “Pacto Tripartito” que era la
alianza militar.
Cuando yo publiqué mi libro de ninguna manera me constaba que el documento -el
“Protocolo de Hendaya”- hubiera llegado a manos de los aliados, pues en ninguna parte
había alusión concreta a él incluso cabía abrigar la esperanza de que se hubiera
traspapelado o hubiera sido destruido en los archivos alemanes. En tal hipótesis hubiera
sido temeraria imprudencia por mi parte, o imperdonable indiscreción, que yo
descubriera entonces su existencia; lo que habría tenido consecuencias todavía más
graves que el hallazgo del documento mismo por los aliados ya que, a texto perdido, no
hubiera podido demostrar que en el mismo se contenían las reservas que de verdad tenía
para privarle de todo valor ejecutivo.
Si yo hubiera estado entonces oficiando de historiador, quizá la silenciación del
documento habría sido incorrecta, pero yo no procedía en aquella ocasión como
historiador sino como político; y debía tener especialmente en cuenta la hostilidad
general al régimen político de España -nacido en la guerra y para la guerra-, régimen
políticamente excepcional y heterogéneo en relación con las vigencias que se habían
impuesto -después de la guerra- en el mundo de nuestra propia tradición y cultura.
Esta circunstancia pesaba en la enemiga del mundo vencedor contra nosotros todavía
más que nuestra política exterior durante la conflagración mundial; como lo prueba el
hecho de que convertidas Italia y Alemania a la fe política democrática -al orden general
impuesto en Europa- ya no se les pidieron más explicaciones por lo que antes hicieran.
1
. La publicación de este capítulo se adelantó en La Vanguardia de Barcelona, en ABC y la revista
Historia y Vida.
Las referencias a la anécdota y a la aventura del “Eje”, quedaron de esta forma
canceladas para esos dos países. Alemania en cuanto quedó convertida a la fe
democrática recibió de los Estados Unidos la ayuda de 4000 millones de dólares. Ya
Alemania había dejado de ser “mala” para los vencedores; los “malos” eran sólo los
“nazis”.
Una cosa me urge ya decir: que si ahora considero legítimo y oportuno -obligadoexponer la verdad histórica en el punto a que se refiere este trabajo (como en otras
ocasiones lo haré con motivo de otras omisiones o lagunas de aquel libro mío) nadie
debe esperar un testimonio sensacional o apasionante, aunque sí rigurosamente verídico.
En Hendaya -salvo el famoso “Protocolo”- no sucedió nada que no hubiera sucedido ya
antes de las conversaciones que yo mismo había mantenido en Berlín; y mucho más
dramáticamente (unos días después de la entrevista de Hendaya) en Berchtesgaden,
adonde fui llamando “para puntualizarme”, como consecuencia del repetido Protocolo
de Hendaya, la fecha en que, según el Estado Mayor alemán, convenía dar comienzo a
las hostilidades, empezando con la operación sobre el Peñón; episodios de los que ya di
amplia referencia en los capítulos X y XII de mi libro citado Entre Hendaya y Gibraltar
publicado hace más de veinte años.
Las diferencias de la entrevista de Hendaya con las otras por mí celebradas con Hitler,
sus ministros y generales, radian solamente en estos puntos: en Hendaya hablaron cara a
cara dos jefes de Estado, provistos ambos de poderes absolutos, mientras que en las
anteriores y posteriores entrevistas hablaba yo -por la parte española- como un Ministro
o representante sin poder resolutivo que no podía llegar a conclusiones
comprometedoras. Y cuando se trataba de planteamientos o decisiones graves tenía yo
la escapada dilatoria de decir que necesitaba consultar. En Hendaya, por el contrario -a
diferencia de lo sucedido en mis encuentros a Berlín y en Berchtesgaden-, se
enfrentaban dos jefes con facultades decisorias; por lo que se produjo como corolario
aquel acuerdo donde tomábamos el citado compromiso, siquiera fuera con tales reservas
y condicionamientos -repito- que desvirtuaban su eficacia.
Otra diferencia esencial de nuestra postura en Hendaya con respecto a la adoptada en las
conversaciones mantenidas por mí en mis encuentros con el Führer y el Gobierno
alemán fue ésta: sin desdeñar los argumentos utilizados por mí en diferentes ocasiones,
pasaron -con Franco- a primer plano las reivindicaciones españoles en Marruecos, cuya
satisfacción consideraba como indispensable para poder justificar, ante nuestro pueblo,
la intervención española en la guerra, asignándole así importantes objetivos nacionales.
Este mayor relieve del aspecto reivindicatorio se explica especialmente teniendo en
cuenta la personalidad y la biografía de Franco. Él era, o había sido, ante todo, el
hombre de África. En Marruecos había hecho con brillantez indudable toda su carrera y
a Marruecos parecía ligado a su destino. Él había sido allí uno de nuestros más
calificados combatientes en las numerosas acciones de guerra que se produjeron con
ocasión de nuestro Protectorado, y uno de lo más tenaces defensores de la necesidad de
permanecer en aquel territorio y continuar nuestra acción protectora (que costó ríos de
sangre y de oro), manifestando esa tenacidad, y esa decisión, de un modo enérgico y
resuelto -con otros jefes y oficiales, prácticamente sublevados, en el campamento de
Ben-Tieb-, frente a frente al general Primo de Rivera, cuando al asumir éste la
Dictadura pretendió el repliegue para el abandono de aquella empresa.
En esa empresa marroquí unía e identificaba Franco sus ideales y las necesidades de su
país en aquella hora. (El tiempo que todo lo cambia hizo -ironía del destino- que, pocos
años después, le tocara a Franco tener que ceder lo que Primo de Rivera no pudo
abandonar porque ni el Ejército español ni los intereses de Francia lo permitían.) Esta
reivindicación que en definitiva no pudimos lograr de Hitler en la segunda Guerra
Mundial, demostró muy claramente un fallo en la perspicacia del Führer, a pesar de que
pudo comprobar cuán decisiva era la perspectiva marroquí para el Jefe del Estado
español en relación con el grave problema de nuestra participación en la guerra, que el
Jefe alemán no supo aprovechar.
La verdad es que para nosotros fue un gran regalo este fallo de Hitler, pues si a cambio
de acceder a nuestras reivindicaciones de aquellas tierras africanas hubiéramos entrado
en la guerra, además de la catástrofe que ésta significa siempre, habríamos perdido, en
definitiva, aquellos territorios ambicionados, hoy soberanos.
Al hacer estas previsiones, y otras que irán surgiendo, he de decir que no pienso ni por
un momento cometer -a la inversa- la felonía que se quiso cometer conmigo, que en
parte se cometió, y que se hubiera consumado, de no haber surgido testimonio
irrecusables del propio Estado Mayor alemán contra los mendaces, que venían
presentando al Generalísimo y a mí como “el bueno y el malo”; el firme y el entregado;
repartiendo así, frente a los vencedores (y también frente a los españoles), cómodamente,
los papeles en nuestras relaciones con la Alemania nacional-socialista.
Las inexactitudes, las falsedades interesadas que sobre mi actitud en la Guerra Mundial
se pusieron en circulación, han sido desmentidas del modo más categórico por el
general Jodl, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Alemania y asesor
militar de Hitler (el mismo que en presencia de éste, y por orden suya, nos explicó
brillantemente en Berchtesgaden el plan muy elaborado para pasar por España y
conquistar Gibraltar), quien dice secamente en su Diario: “La resistencia del Ministro
español de Asuntos Exteriores, señor Serrano Suñer, ha desbaratado y anulado el plan
de Alemania para hacer entrar a España en la guerra a su lado y apoderarnos de
Gibraltar.” Estas palabras están publicadas en todos los periódicos del mundo y reunidas
en los documentos de Nuremberg. Y este mismo General, importante figura del Ejército
alemán, Jefe de Operaciones del Cuartel General, en su discurso a los gauleiters
reunidos en Munich el 7 de septiembre de 1943, me atacó duramente, haciéndome
responsable de la frustración de aquel plan para que entráramos en la guerra a su lado,
motejándome de jesuítico Ministro de España y diciendo, además, que yo les había
engañado. Naturalmente -con más propiedad diríamos que innoblemente-, aquí se hizo
lo posible para silenciar aquel texto y otras manifestaciones análogas.
Germanofilia y germanófilos
Algunos, tras de haber sido germanófilos absolutos y serviles en el tiempo de las
espectaculares victorias alemanas, tuvieron la desfachatez de manifestar (viéndose
perdidos, cuando lo que llegó en lugar de la victoria fue la derrota) que su germanofilia
había sido sólo un engaño. Yo, por el contrario, he de repetir lo que ya consigné en otro
lugar hace años con motivo de las severas palabras del general Jodl, declarándome
culpable de haber desbaratado sus planes, palabras que entonces pudieron favorecerme.
Dije antes y repito ahora, que hablar así de mí era una injusticia, porque yo ni les
engañé i fui desleal con ellos, fui su amigo sincero; pero lo fui más de mi patria y
antepuse la defensa de los intereses de España a toda otra consideración y sentimiento
particular, como es natural.
En el libro del inglés Crozier, biógrafo de Franco, se dice “ciertamente los anfitriones
nazis de Serrano Suñer debieron encontrar en él un huésped irritante, pues enfrentado
con todo el poder y la grandeza del III Reich de Hitler y con las bravatas de Ribbentrop
supo permanecer educado pero evasivo. El día 27 de septiembre -tras diez días en
Alemania- asistió, como espectador, a la firma de la Triple Alianza que él -Serrano
Suñer- rehusó firmar”. Efectivamente en esa fecha, durante mi estancia en Berlín, fui
insistentemente requerido, y en alguna medida presionado por los alemanes, para que
me adhiriera -y yo me negué; en ningún caso podía haberlo hecho pues no tenía
poderes- al Pacto Tripartito (que era la alianza militar para la guerra) firmado por
Alemania, Italia y Japón por diez años. Asistí simplemente como testigo a la aparatosa
ceremonia que con tal motivo tuvo lugar, y Galeazzo Ciano ha contado en su Diario que
nada más llegar a Roma de regreso a Berlín, el 1 de octubre de 1940, yo estaba harto de
lo que allí había ocurrido. “Nada más llegar -escribe Ciano, refiriéndose a mí -explotó
en expresivas invectivas contra los alemanes por su absoluta falta de tacto en su trato
con España.”
La verdad es que entre Franco y yo (que, con diferencias radicales de carácter y
sensibilidad, con formaciones distintas, discutimos muchas veces sobres cuestiones
generales, políticas y humanas, especialmente por motivos de política interna,
cordialmente al principio y con acritud en los últimos meses de mi estancia en el
Gobierno), hubo siempre una perfecta compenetración y una identidad de puntos de
vista en las referencias a la política exterior (después se contaría lo que se quisiera o
conviniera, pero yo conservo largas cartas autógrafas que Franco me dirigió que así lo
prueban, y que publico en este libro), y ambos -con una carga demasiado pesada de
responsabilidad sobre los hombros- creíamos que era necesario capear el temporal, dar
tiempo al tiempo, satisfacer no sólo con buenas palabras sino también con actos de
positiva amistad, que por otra parte era sinceros y debidos -contra todas las estupideces
que, en busca de una absolución, luego se han dicho y escrito-, a quien era entonces el
dueño de Europa, eludiendo así, en cuanto fuera posible y hasta el último momento, el
peligro de adquirir cualquier compromiso que pudiera conducir a España a la
beligerancia efectiva, y a nuestro pueblo a desangrarse de nuevo en una guerra cuando
acababa de sufrir tanto; tan grave y tan dramáticamente en la guerra civil. Pero era
preciso proceder de tal modo que nuestra legítima resistencia no se convirtiera en
provocación, puesto que la invasión alemana -que con otra actitud se habría producido
fulminantemente- también era la guerra, por mucha voluntad de resistencia (más
voluntad que posibilidad) que tuviéramos; era la guerra, a su lado si cedíamos; y contra
ella si nos poníamos enfrente; y con muy pocas posibilidades de ayuda al campo
contrario.
En aquellos días, excepto el general Aranda, todos creíamos a pies juntillas en el
triunfo del Eje
Añadiré que tanto Franco como yo creíamos entonces en la gran probabilidad -en la
seguridad- de la victoria alemana, cuando menos en el Continente, donde suponíamos
que el III Reich era invulnerable; aunque no se nos ocultaba -y ello reforzaba nuestra
resistencia a intervenir en el conflicto- que la guerra sería larga. Mi creencia en punto a
la seguridad de la victoria de las armas alemanas se apoyaba principalmente en las
opiniones de Franco -que estaba seguro de aquella victoria- a quien yo consideraba
como un oráculo infalible en las cuestiones militares. De añadidura los altos mandos
militares españoles -los generales Aranda, 2 Muñoz Grandes, Yagüe, don Juan Vigón,
Arsenio Martínez Campos, etcétera- opinaban de la misma manera y siguieron todos,
con la excepción de Aranda, vaticinando la victoria alemana aun en épocas ya tardías,
cuando en Stalingrado fue detenido su avance sobre Rusia. Si pensaban así todavía en
vísperas de la débâcle puede el lector imaginar cuál sería su seguridad -y sobre la de
ellos la mía- cuando se concertó la célebre entrevista en Hendaya el 23 de octubre de
1940.
Creyendo, pues, ciegamente en la victoria alemana, tuvimos por fuerza, Franco y yo,
que prever la necesaria acomodación de España al orden europeo que de esa victoria
había de deducirse, y tratar de conseguir en él para nuestro país una situación más
ventajosa que la que en el pasado inmediato nos había deparado la hegemonía anglofrancesa.
Ahora bien, esa esperanza estaba sazonada de un cierto temor: el temor a un exceso de
victoria alemana, y eso que entonces ignorábamos alguno de los aspectos horribles y
negativos del régimen hitleriano. Lo ya entonces sabido y conocido nos bastaba para
abrigar ese temor. Por eso yo buscaba -con la censura de muchos de los que entonces
era aquí supergermanófilos- una especial aproximación a Italia y, a ser posible, a la
Francia que pudiera salvarse a través de Vichy (Pétain, Laval, Pietri), pues ese triángulo
latino -Italia, Francia, España-, suficientemente solidarizado, era la única esperanza de
que pudiera templarse o moderarse aquel temido exceso de victoria alemana.
Franco y Hitler frente a frente
Después de mis conversaciones en Berlín, el careo de Franco con Hitler era más pronto
o más tarde inevitable. Diré que yo no tenía ninguna prisa en que tal entrevista se
celebrase y no por creer –lo que hubiera sido legítimo por su evidencia- en el desnivel
de recursos dialécticos y de autoridad efectiva en que uno y otro pudieran encontrarse,
sino porque teniendo Franco en nuestro sistema político todo el poder carecía,
precisamente por ello, del recurso que yo (o en general sus enviados) tenía de acudir a
una instancia superior eludiendo las decisiones sobre la marcha. La entrevista fue
acelerada por el celo de nuestro Embajador en Berlín Espinosa de los Monteros.
Apenas llegué al Ministerio de Asuntos Exteriores el Embajador me manifestó su
disgusto porque pedía insistentemente audiencia al ministro Ribbentrop y éste no le
recibía. Como esa situación era anómala e inconveniente, pues en momentos tan críticos
-tan peligrosos- necesitábamos una comunicación frecuente con el Gobierno alemán, en
mi primer viaje a Berlín traté este tema con aquel Ministro para que tomara contacto
con nuestro Embajador, pero Ribbentrop me contestó con unas vaguedades -para ellos
2
. Aranda al principio de la guerra fue el mayor convencido del triunfo alemán, pero hombre inteligente y
sereno fue también el primero en darse cuenta que las cosas cambiaban.
fuera del nacional-socialismo no había nada- poco satisfactorias para el embajador, por
lo que comprendimos que, pese a su elegante alemán, dada la actitud del Ministro, no
iba a ser la persona adecuada para conducir allí unas negociaciones tan delicadas y
complejas en la línea de "amistad y resistencia" a la vez, en la que teníamos que
desarrollar nuestra relación con aquel Gobierno.
No le oculté al interesado mi pensamiento y creyendo sin duda que se trataba de una
idea personal mía, inició una doble operación ante los servicios del Estado alemán y en
el ambiente de El Pardo. Para los alemanes no había más que reacuñar la leyenda
elaborada en Salamanca -cuando estaba allí el Cuartel General del Generalísimo- por los
elementos más exaltadamente germanófilos -¡"entonces"!- que me presentaban como
poco entusiasta o adicto a su causa y como el "ex diputado católico lleno de prejuicios y
de reservas clericales y liberales, y como el amigo sólo de Italia". En una palabra yo no
era, según ellos, "el hombre de Alemania". No era, pues, se les decía, ésta, la línea
conveniente para llegar a un acuerdo que sólo se podría lograr en la comunicación
directa del Führer con el Generalísimo.
(Y la verdad es que yo no era el hombre de Alemania ni lo fui nunca en el sentido servil
en que los poderes fuertes suelen exigir de sus amigos. En una ocasión hablando el
Führer a su Embajador en Madrid Von Stohrer -cuando éste, noblemente, me defendía
de los ataques y quejas que contra mí llegaban a Berlín desde España, y desde la misma
Embajada española en la capital del Reich, y le aseguraba que yo era un verdadero
amigo-, Hitler le replicó: "Bien, será amigo nuestro el ministro Serrano Suñer pero yo
preferiría un Ministro menos amigo y en cambio mas dócil.")
En los ambientes de El Pardo, concretamente a la familia, decía el Embajador que "yo
quería monopolizar el poder y quitar al Generalísimo la 'gloria' de la amistad y la
estimación del Führer". Así, de esta manera, perdía yo el carácter de cómodo
colaborador que preparaba situaciones convenientes -o contribuía a soslayar dificultades
o peligros- para convertirse en "el usurpador" que desplazaba al Jefe con daño para él y
para nuestras relaciones con el país todopoderoso. Mas tarde comprobé que aquella
siembra de recelos, que de momento no mereció mi atención, estaba destinada a dar sus
frutos.
El retraso en llegar a Hendaya fue involuntario, motivo de irritación para Franco,
y sólo de ocho minutos
Hechas estas necesarias referencias de ambiente, volvamos al encuentro de Hendaya
que yo no había deseado entonces y que me inspiraba no pocas inquietudes, aunque
ninguna, claro es, en relación con la actitud de Franco, seguro de nuestra identificación
en el común deseo de no aventurar ningún compromiso que nos condujera a la guerra.
Juntos los dos (como antes y después para las otras entrevistas mías) preparamos y
ordenamos los datos y argumentos que se habían de esgrimir en ella. Fijada para su
celebración la fecha del 23 de octubre de 1940 fuimos a la frontera con Francia en el
break de Obras Públicas enganchado a un tren especial. Nos acompañaban el general
Moscardó, Jefe de la Casa Militar, el jefe de Protocolo del Ministerio de Asuntos
Exteriores barón de las Torres; Antonio Tovar, Enrique Giménez-Arnau, Vicente
Gallego, algún periodista más y los ayudantes de servicio del Generalísimo. En el viaje
no sucedió nada de particular salvo el normal repaso de datos y argumentos en el
saloncito del break y... el pequeño retraso con que llegó nuestro tren a Hendaya -ocho o
nueve minutos que determinó en Franco el natural disgusto.
Un matiz de leyenda en que se transformó la realidad de la entrevista de Hendaya, para
magnificarla, quiere ahora -que el tren llegó con un gran retraso -más de una hora- y que
este retraso fue calculado y dispuesto por la astucia del Generalísimo. La cosa es
enteramente contraria a la verdad y además grotesca y casi ofensiva.
Ni a Franco ni a nadie que no estuviera loco se le hubiera ocurrido que, en aquellas
circunstancias, fuera preparación adecuada para una entrevista tan delicada y de tanta
responsabilidad cometer, adrede, una desatención tan tosca (que hubiera sido
peligrosísima y gravemente imprudente) y poner así de mal humor o irritar a persona tan
poderosa como la que nos esperaba.
Sin duda, al cabo de los años, las gentes que están dispuestas a creer todo lo que les
conviene, han olvidado ya el desastre que eran los tendidos de vía, el material rodante, y
la organización de nuestro dispositivo ferroviario después de la guerra civil. Parecerá
ahora inverosímil que un tren especial ocupado por el Jefe del Estado no pudiera
alcanzar un funcionamiento regular para cumplir con toda exactitud, en tan corto
trayecto -Pasajes a Hendaya-, el horario previsto; pero ésta era la verdad.
Llegamos con un pequeño retraso a Hendaya porque aquel tren que arrancaba
violentamente, dando grandes sacudidas, no estaba en forma deseable, como tampoco
las vías ni los servicios del trayecto. Soy testigo de que aquello causó a Franco el
disgusto que era la reacción de un hombre normal y responsable. Por lo demás es hora
de insistir que nuestro retraso fue pequeño, pues llegamos a la estación de Hendaya a las
tres y media de la tarde y el tren especial que conducía a Hitler había llegado sólo diez
minutos antes, como puede leerse en la prensa española y extranjera del día siguiente.
Al fin y al cabo era normal que Hitler, que era quien nos había convocado a una
entrevista en territorio francés (que el ocupaba y podía considerarse su domicilio
accidental) llegara antes que sus invitados y los esperase algunos minutos. Durante
muchos años se han repetido y celebrado en la prensa estas inexactitudes y se han
contado toda clase de disparates y fantasías. En un artículo publicado en un importante
periódico de Madrid con la firma de Víctor Alexandrox se insiste en el gran retraso del
tren, con la novedad de combinarlo con la noticia de que el tren donde nos reunimos en
Hendaya estuvo a punto de ser volado por la acción de un grupo de dinamiteros y con
otras manifestaciones igualmente falsas y absurdas, como que "la conversación entre
Hitler y Franco duró diez horas", y que Franco prometió allí que "caso de conflicto con
la URSS los más valientes hijos de Castilla y Aragón –¿por qué no catalanes, andaluces,
gallegos, etcétera?- participarían junto a los alemanes en la santa cruzada contra el
bolchevismo. Esta unidad llevaría el nombre de División Azul". Cuando la verdad es,
como luego veremos, que no se habló para nada de este tema.
Mentiras de tan grueso calibre han circulado con toda facilidad por el país. Para las
personas serias, honradamente interesadas en conocer la verdad histórica, recordaré que
cuando la entrevista Franco-Hitler tuvo lugar en Hendaya las relaciones germano-rusas
eran buenas; veintitrés días más tarde Molotov, Presidente del Consejo de Comisarios
del Pueblo y Ministro de Negocios Extranjeros, visitaba Berlín por invitación del
Gobierno del Reich como consecuencia del "pacto de no agresión" concluido el año
anterior; y en el comunicado de las conversaciones que se dio a la prensa se manifestaba
haber llegado a un acuerdo mutuo en todas las cuestiones importantes que interesan a
Alemania y a la URSS. Ni siquiera Molotov había planteado a Hitler la aspiración de
Stalin de tener manos libres en la Europa oriental. Incluso meses más tarde Stalin
consintió en desinteresarse de Grecia y fue entonces cuando manifestó su interés
concreto por Yugoslavia.
Llegada a Hendaya
Pero sigamos con nuestro relato: la estación de Hendaya estaba engalanada con
banderas de España y Alemania. En el andén formaba un batallón para rendir honores
con bandera y música. Al detenerse nuestro tren Hitler, Ribbentrop y el mariscal Von
Brauchitsch con su séquito llegaron hasta el pie del cache salón del que Franco
descendió y los dos jefes de Estado, tranquilos y sonrientes, cambiaron un saluda muy
expresivo y afectuoso. Una vez revistadas las fuerzas que rindieron honores Hitler nos
invitó a subir al histórico salón de su tren especial -donde tantas otras conferencias
habían tenido lugar- y allí, a las cuatro menos veinte, hora española, quedamos
reunidos.
Era el tren de Hitler harto más moderno y cuidado que nuestro desvencijado break.
Tomamos asiento en el salón Hitler, Franco, Ribbentrop, yo y dos intérpretes. Por la
parte alemana actuó como tal, una vez más, el intérprete oficial para español del Führer,
llamado Gross que ya había intervenido, con este carácter, en mis numerosas
conversaciones anteriores de Berlín y que parecía un buen hombre -de poca cultura- que
había aprendido nuestro idioma durante su actividad de vendedor de mercancías
alemanas en América. Este hombre nunca se enteraba más que a medias del sentido de
lo que decíamos y traducía, con muy deficiente castellano, del modo más aproximativo
y rudo, incapaz de trasladar correctamente ni un solo matiz de los diálogos. (En aquella
ocasión el profesor Tovar, que en anteriores ocasiones actuó de intérprete, unas veces
solo y otras junto con el barón de las Torres en mis conversaciones con Hitler y el
ministro Ribbentrop, no estuvo presente; contrariamente a lo que se ha repetido algunas
veces.
Es cierto que Tovar fue con nosotros a Hendaya, pero no estuvo en la conferencia. Yo lo
llevaba conmigo pensando poder contar con su valiosa colaboración. En algunas de mis
anteriores entrevistas con los alemanes dispuse de dos intérpretes: el barón de las Torres
y el profesor Tovar. Pero en Hendaya se nos dijo que como el Führer tenía un solo
intérprete, de ninguna manera podíamos nosotros tener dos; por lo que hubo que
prescindir de Tovar -quedando en la estación con las otras personas que componían
nuestro séquito- aunque nos acompañó en el tren en los viajes de ida y vuelta.) No
estuvieron tampoco presentes en las conversaciones los embajadores Von Stohrer ni
Espinosa de los Monteros. No lo estuvieron nunca tampoco en las conversaciones que
tuve con Hitler.
Saludos y cortesías entre Franco y Hitler
Para empezar, el Generalísimo Franco manifestó la satisfacción que le producía
encontrarse por primera vez con el Führer a quien de nuevo quería expresar su gratitud
por la ayuda que Alemania prestó a España durante la guerra, y Hitler contestó que
también para él era muy grato encontrarse con el Caudillo y ensalzó la gesta del pueblo
español que a sus ordenes había sabido enfrentarse con el comunismo. Y en este su
preámbulo terminó diciendo que era muy importante la reunión de los dos jefes en aquel
momento de la guerra en Europa en que Francia acababa de ser derrotada.
Esto dicho, Hitler expuso con amplitud, con precisión y algún efectismo, la situación de
los acontecimientos, militares, y sus planes sobre la integración europea en un nuevo
orden político en el que España no podía dejar de ocupar un puesto relevante. En este
punto reiteró ideas y consideraciones muy conocidas a través de sus discursos y de sus
escritos que cualquier lector medianamente informado conocerá, y no voy a repetir
ahora. Diré simplemente que lo hizo de una manera demasiado propagandística y
lisonjera. De aquí derivó al objeto de la entrevista en términos bastante concisos. Era
preciso, dijo en síntesis, que España participase en el esfuerzo común y contribuyese
activamente a la victoria del Eje, presupuesto del nuevo orden político en el que se nos
ofrecía un lugar destacado. Alemania necesitaba saber -dijo- hasta que punto y en qué
condiciones podía contar con la participación activa de las armas españolas y con las
ventajas estratégicas de su territorio y de los objetivos que ya habían considerado sus
Estados Mayores. Habló, muy cautelosamente, de la necesidad de salvaguardar la costa
africana para la que España era paso obligado. Hizo una exposición minuciosa de
cuantos acontecimientos importantes habían ocurrido en los meses anteriores que dieron
origen a la guerra mundial, afirmando que él no había querido la guerra pero que se
había visto obligado a aceptarla con todas sus consecuencias.
Dijo Hitler, prepotente: "Yo soy el dueño de Europa y como tengo a mi disposición
doscientas divisiones no hay más que obedecer." (Se refirió al gran triunfo de las armas
alemanas y textualmente, el barón de las Torres, en función –repito- de intérprete
español tomó literalmente la frase.)
Tres cosas preocupaban al Führer: Gibraltar, Marruecos y Canarias
Aseguró que el aniquilamiento de Inglaterra era cuestión de muy poco tiempo y que le
interesaba tener sujetos los puntos neurálgicos que el enemigo pudiera intentar utilizar y
por ello había querido celebrar esta conversación con el Caudillo, pues en varios de
aquellos puntos España estaba llamada a desempeñar un papel muy importante, y que
suponía querría desempeñar, ya que si dejaba pasar esta oportunidad no se le volverá a
presentar nunca más. Y con este motivo manifestó que tres cosas le preocupaban:
Gibraltar, Marruecos y Canarias.
Al pasar a tratar de Gibraltar dijo que era cuestión de honor para el pueblo español
reintegrar a la patria ese pedazo de suelo que está todavía en manos extranjeras, y que
por su situación privilegiada en el Estrecho era el punto de apoyo más importante que
para la navegación por el Mediterráneo tienen los aliados y que, por tanto, hay que ir
tomando en consideración la necesidad de que se cierre el Estrecho, ya que entre Ceuta
y Gibraltar en manos españolas, sería imposible la navegación.
Atacó el segundo punto referente a Marruecos, diciendo que España, por su historia y
por otros muchos antecedentes, es la llamada a quedar en posesión de todo el Marruecos
francés y de Orán, y que, desde luego, si España entraba en la guerra al lado del Eje, en
su día se le daría satisfacción, pero Hitler -"muy escrupuloso"- le dijo que para ofrecer
esas cosas que Franco le pedía era preciso tenerlas en la mano y como no las tenía no
podía disponer de ellas.
Por lo que se refiere a las Islas Canarias manifestó que aunque estaba convencido de
que los Estados Unidos no habían de entrar en la guerra, "pues no tienen intereses de
gran envergadura en ello", no así los ingleses, "que aunque sufren de una situación
precaria actualmente, en cualquier golpe de mano podrían hacerse con ellas y sería,
desde luego, un golpe muy fuerte contra la campaña submarina que con toda eficacia se
está llevando a cabo".
Terminó insistiendo en que había llegado la hora de que España participara en la guerra
para tomar luego su puesto en el nuevo orden europeo. Hitler le recordó que durante la
guerra civil española había estado siempre espiritual y materialmente a su lado, se había
enfrentado con las mismas dificultades con que él se encuentra para el triunfo del
nacional-sindicalismo, y que los mismos enemigos que Franco había tenido y tiene son
los suyos también.
Habla Franco
Bajo esa coacción moral tomó Franco la palabra para decir que España estaba unida a
Alemania con amistad enteramente franca y leal. En nuestra guerra, añadió, "los
soldados españoles lucharon junto con alemanes e italianos y de ahí nació entre nosotros
la más estrecha alianza, que seguirá en el futuro porque nadie podrá romperla y con
gusto estaríamos luchando ya al lado de Alemania si no fuera por las dificultades
económicas, militares y políticas que el Führer conoce". Hemos empezado -continuó
diciendo- con grandes dificultades a prepararnos. Es un hecho que nuestra aproximación
al Eje es cada vez mayor como lo demuestra el haber pasado de nuestra actitud anterior
a la de "no beligerancia", favorable a las potencias del Eje; exactamente igual a lo que
hizo Italia el pasado año antes de entrar en la guerra.
Protegiéndose como escudo con estas palabras, entró Franco en el fondo de los
problemas, haciendo una exposición extensa y prolija, envolviendo su exposición en
anécdotas, digresiones y repeticiones. Manifestó su conformidad con los puntos de vista
que Hitler acababa de exponer en relación con el alcance político y económico de la
lucha en que Alemania estaba empleada con tanto heroísmo, y repitió que únicamente
nuestro aislamiento y la carencia de los medios más indispensables para la vida nacional
habían imposibilitado nuestra acción. Igualmente estuvo de acuerdo con que la
expulsión de los ingleses del Mediterráneo mejoraría la situación de nuestros
transportes, aunque no podría solucionar todos los problemas del abastecimiento de
España porque muchos productos y primeras materias de los que carecíamos no se
encontraban tampoco en el área mediterránea. Se refirió luego a las reflexiones que
Hitler había hecho con respecto a la operación sobre Gibraltar y agradeció muy
expresivamente los elementos modernos que le ofrecía y que consideraba necesarios y
de gran eficacia, explicándole por su parte los trabajos que discretamente se iban
realizando.
Mostró de la misma manera su conformidad a la tesis hitleriana de que la caída de
Gibraltar aseguraría el Mediterráneo occidental, alejando todo peligro, salvo los que
transitoriamente pudieran derivarse de un éxito de De Gaulle en sus propósitos de
insurrección en Argelia y Túnez; "una concentración de las tropas españolas en
Marruecos, dijo, obligará a los franceses a mantener allí unos efectivos importantes
inactivos que no pueden así acudir a otros sectores". Participó, asimismo, de sus puntos
de vista en relación con la eficacia de los aviones en picado en la defensa de costas, así
como la imposibilidad de intentar el artillado permanente con material pesado. (Llegado
a este punto hubo una aclaración entre los dos, sobre el calibre del material móvil que se
necesitaba, con referencia a cartas que anteriormente se habían cruzado, y que yo no
entendí del todo bien.)
Franco continuó luego y se refirió a la que entonces se llamaba Batalla de Inglaterra que
consideraba fundamental, e inquirió las causas de la escasa actividad alemana por
aquellos días y Hitler le interrumpió diciendo unas cuantas vaguedades -nada
convincentes- y asegurando que a su debido tiempo se daría victoriosamente esa batalla.
Franco hizo cuanto pudo para mantener nuestro difícil equilibrio
Franco hizo en la Conferencia de Hendaya todo cuanto pudo para mantener nuestro
difícil equilibrio frente las presiones de Hitler y repitió los datos y argumentos que, de
acuerdo con él, había yo anticipado en Berlín, en varias conversaciones con el Führer y
Ribbentrop. Cierto que las mismas cosas dichas por él tenían mayor valor, porque era el
dueño de las decisiones, pero la verdad es que siguió en todo la misma línea argumental
que en común teníamos ya anteriormente establecida y expuso con prolijidad los datos
por ambos preparados, y, muy ampliados por él, en lo referente a problemas militares;
estos exclusivamente suyos, como materia de su especial competencia.
Fue algo más sumario de lo que yo había sido en mis anteriores conversaciones con los
alemanes en lo que se refiere a la descripción de las dificultades psico1ógicas derivadas
del cansancio y del destrozo moral que la guerra civil causa en nuestro pueblo, pero
mucho más extenso e insistente en relación con el programa de nuestras
reivindicaciones africanas. 3
Abrumadora insistencia de Franco en el tema de nuestras reivindicaciones
africanas
Al abordar este tema comenzó Franco agradeciendo a Hitler las palabras que éste,
cínicamente, había pronunciado de tratar en el futuro sus aspiraciones en el Marruecos
francés y el Oranesado.
La verdad es que esto, y sus opiniones sobre las operaciones y cuestiones militares,
fueron las aportaciones nuevas que Franco hizo en Hendaya a nuestros planteamientos
dilatorios, que Hitler ya conocía. Yo había insistido en anteriores conferencias en la
necesidad de dar –llegado el caso- un verdadero objetivo nacional -expansionista- al
3
. En aquel tiempo se leía con mucho interés el libro Reivindicaciones de España del que eran autores
José María de Areilza y Fernando María Castiella Maíz.
sacrificio que se nos pedía; Franco se extendió mucho más en la reivindicación de la
zona francesa de Marruecos y el Oranesado, poniendo -pese al entrecortamiento de su
oratoria-, toda la pasión acumulada que el tema suscitaba en un militar de su brillante
historia; en un militar específicamente africano y colonialista. Franco expuso el
problema en todas sus dimensiones y en todos sus antecedentes: la suma de sacrificios
que a España había costado Marruecos para que luego el mayor beneficio cayera sobre
Francia. Razonó que con sus aspiraciones en el norte de África España no hacía más que
reivindicar lo que por la misma naturaleza de las cosas le correspondía, pues España era
el país europeo más próximo, con mayores afinidades geográficas y con mayores
razones históricas, todo lo cual hacía legitimo, a su juicio, en nosotros, lo que en el caso
de Francia no fue sino una intromisión favorecida por el ambiente mundial democrático
y plutocrático contra el cual -añadía- "no habían reaccionado adecuadamente los torpes
Gobiernos españoles de la época liberal y masónica, durante la Monarquía, siempre
sometidos a las indicaciones de Paris y de Londres quienes llegaron a la entente
cordiale también en relación con nuestros intereses y derechos en Marruecos a la vez
que forjaban una arma contra Alemania". Y explicó a Hitler que, parte de lo que España
reivindicaba, ya había sido antes reconocido a nuestro país por Tratados internacionales,
pero que aquellos Gobiernos débiles de la Monarquía –Gobiernos liberales- cedían
siempre ante las exigencias francesas. (Más tarde, días después de la conferencia,
volviendo Franco sobre el tema, le escribió una carta diciéndole que "bien" estaba que
el nuevo orden que Hitler quería implantar estuviera presidido por la justicia pero no
quisiéramos que la justicia que se hiciera a Francia -país siempre enemigo de Alemaniase hiciera a expensas de nuestro derecho.)
Después, de manera minuciosa y detallista, pasó revista, Franco, al estado de nuestra
industria, nuestros transportes, nuestra situación agrícola, nuestro sistema de
racionamiento y nuestras dificultades con el comercio y los transportes internacionales.
El resumen de todo aquello, que de propósito habíamos calculado en cifras exageradas,
resultó abrumador. Se demostraba así que para poner a España en situación de combatir
era necesario dotarla de todo, y hacernos desde Alemania una transferencia de recursos
que de ningún modo podía esperarse como no fuese a plazo larguísimo.
No hay duda de que habíamos acertado -otra vez- en presentar la intervención española
como una empresa cara. No se habló en la entrevista de la utilización del territorio
español como tierra de mero pasaje ni de la cesión de bases en Canarias, pues tales
hipótesis habían sido enérgicamente descartadas por mí en las anteriores conversaciones
de Berlín donde, al escuchar yo estas peticiones, me puse en pie -como ya es sabidopara regresar a España cortando las conversaciones que solo continuaron al retirar
expresamente el Ministro alemán aquella petición que un español, por amigo que fuera,
no podía oír; con lo que la cuestión había quedado tácitamente resuelta. (Público en este
libro la carta autógrafa de Franco felicitándome por mi actitud.) En lo que se refiere a
las Islas Canarias y del posible peligro de un ataque por parte de los aliados, Franco, en
su contestación, dijo que no creía en eso pero, desde luego, reconoció que aun cuando
existían en las Islas elementos para su defensa no estaban a la altura de las
circunstancias porque el armamento que allí había no era eficiente. Hitler le interrumpió
diciendo que Alemania enviaría las baterías de costa de gran calibre que fueran
necesarias y los técnicos encargados de montarlas y enseñar su manejo.
Cuando Franco trató con abrumadora amplitud el tema de las reivindicaciones españolas
en Marruecos, pidiendo sobre esto un compromiso formal y previo para participar
inmediatamente en la guerra, Hitler puso muchas objeciones, y no se comprometió a
nada porque ello hubiera destruido su política de aproximación con la Francia de Vichy
y deja, como ya antes manifestara, el tema abierto para... después de la victoria, pues
tenía concertada para el día siguiente una entrevista con el mariscal Pétain en Montoire.
En relación con Gibraltar y con el cierre del Estrecho, al ocuparlo nosotros, Franco
manifestó que consideraba que también tenía importancia el cierre por el canal de Suez
que traería aparejada la inutilidad para los aliados del estrecho de Gibraltar, y con ello el
Mediterráneo quedaría convertido en un mar muerto. (Este argumento de Franco lo
utilicé yo –de acuerdo con él- dos semanas más tarde en Berchtesgaden al oponerme a
la operación "Félix".)
Hitler se aburre. "Con estos tipos no hay nada que hacer"
Hitler había escuchado la exposición de Franco, al principio con atención. Pero después,
especialmente en la parte detallista sobre la pésima situación de nuestra economía a que
acabo de referirme, estuvo distraído y como cansado, bostezando con desenfado algunas
veces. Se perdían las esperanzas de un resultado positivo en su entrevista con Franco
que alguien, presentándole a él como "el bueno" y a mí como "el malo", le había hecho
concebir. Por fortuna fuimos "malos" los dos; Franco también.
No obstante, Hitler ordenó a Ribbentrop que nos entregara el documento que llevaban
preparado para la firma, con objeto de que lo estudiáramos y propusiéramos enmiendas.
Al llegar a este punto Hitler, dando por terminada la primera parte de la conferencia, se
puso en pie y cuando ya salíamos del saloncillo de su tren para trasladarnos al nuestro,
el barón de las Torres, que salía el último, oyó que Hitler, dirigiéndose a Ribbentrop,
nos dedicaba palabras despectivas, algo así como "con estos tipos no hay nada que
hacer", "Mit diesen Kerlen kann man nichtsmachen". (Luego posiblemente vendría lo de
preferir arrancarse las muelas, etcétera, todo eso que Schmidt cuenta en su libro, pero
mientras estuvimos reunidos no se produjo nunca con destemplanza.) 4
Mi momento de inquietud. Un monumento al torpe intérprete alemán
Al terminar la entrevista, durante unos segundos, tuve un momento de inquietud cuyo
motivo voy a explicar: conocida es la costumbre española de proferir en las despedidas
o en los encuentros frases formularias, convencionales, que ni para el que las pronuncia
ni para el que las oye tienen valor de verdad; "le llamaré por teléfono", "tenemos que
reunirnos", "venga un día a comer", "disponga de mí para lo que guste", "ésta es su
casa", etcétera. Pues bien, como la entrevista había resultado un poco pesada y se había
forcejeado en ella, Franco deseaba poner un colofón de la mayor cordialidad a la misma
y, ya en pie, cogió con las dos suyas la mano grande que Hitler le tendía, y sonriendo, y,
en la línea de aquella costumbre convencional española de inoperante cortesía a que me
he referido, le dijo: "A pesar de cuanto he dicho, si llegara un día en que Alemania de
verdad me necesitara me tendría incondicionalmente a su lado, y sin ninguna
exigencia." Yo tuve el temor de que el intérprete alemán tradujera estas palabras, y de
que aquella fórmula, vaga y convencional, fuera oída y tomada al pie de la letra por
4
. Schmidt, hombre listo superviviente de la guerra ha contado a su manera las cosas. Desde luego, como
digo en otro lugar, no estuvo en la conferencia aunque sí en el tren, y no sabía español.
Hitler que no estaba al tanto de estos cumplimientos españoles. Por ventura el intérprete
Gross o estaba distraído o, dándose cuenta de que se trataba de una fórmula cualquiera
de cortesía, no tomó en consideración estas palabras de Franco y no las tradujo.
Por mi parte creo que esta feliz inhibición del intérprete impidió que Hitler, que era un
buen actor, estrujase en sus brazos a Franco y, contestándole que comprobaba
emocionado que era un verdadero amigo, se apresurase a decirle que el momento había
llegado ya. Es probable que en ese caso Franco hubiera explicado el alcance de sus
palabras y resistido de nuevo; pero también lo es que la irritación de su interlocutor
hubiera hecho más difíciles las cosas.
Por ello cuando muchos años después nos hemos referido a este episodio hablando con
diplomáticos de la República Federal -que también lo conocían- durante un almuerzo
que en Bad Godesberg -en el hotel "Peters Berg" - me ofreció mi amigo Hansi
Welczeck, segundo Jefe de Protocolo de la República Federal, éstos comentaron
sonrientes -con humor alemán- que "debíamos, en justicia, conmemorarlo con un
monumento al intérprete Gross".
Los ojos de Hitler brillaban impacientes cada vez que Franco daba su opinión
sobre temas militares
Así, pues, allí y entonces, Hitler no dio ninguna de las muestras de irritación y
destemplanza a que Schmidt -que ni sabia español ni estuvo en esta conferencia- se ha
referido, aunque tengo por cierto que luego -cuando nosotros ya nos habíamos retiradose produjeron. Durante la entrevista, en los ojos de Hitler sólo brilló la impaciencia en
los momentos en que Franco, tal vez sin darse cuenta, al dar su opinión -no solicitadasobre las campañas militares alemanas, tanto sobre las ya concluidas como sobre las que
estaban en curso y sobre sus avatares futuros, lo convertía en doctrino de su ciencia de
estratega profesional.
Yo imagino que en esos momentos Hitler -el vencedor de la gran batalla de Franciaestaba pensando que Franco, lo mismo que algunos de los mariscales, no olvidaba que
él era sólo un dilettante, un cabo, un novicio en las artes militares, convertido en
"Comandante general del Ejército" a quien convendría dejarse guiar por la suficiencia
de los expertos. Que esto sublevaba a Hitler de un modo especial lo sabemos por
muchos testimonios; por lo que no es de extrañar que la entrevista resultase para él tan
fastidiosa como, al parecer, manifestó en alguna ocasión.
De una y de otra parte todo esto eran palabras; lo grave fue que Hitler y Ribbentrop nos
presentaron el protocolo que traían redactado en el que se pretendía en términos claros
e inequívocos que España se comprometía ya a entrar en la guerra cuando Alemania lo
considerase oportuno. Argüimos, por nuestra parte, que no habiendo sido ésas
exactamente las consecuencias de la entrevista, el texto resultaba inadecuado y el acto
mismo del protocolo prematuro. En conclusión, no aceptamos. Entonces Hitler propuso
que nos retirásemos a nuestro tren para reflexionar y que luego hablase yo con el
ministro Ribbentrop.
Eran las seis y media de la tarde cuando abandonamos el tren de Hitler y volvimos al
nuestro para hablar nosotros separadamente. Fue allí donde Franco se mostró con toda
razón indignado ante aquel documento que los alemanes traían preparado con la
pretensión de empujarnos a la guerra sin darnos ninguna compensación. "Es intolerable
esta gente -me decía-; quieren que entremos en la guerra a cambio de nada; no nos
podemos fiar de ellos si no contraen, en lo que firmemos, el compromiso formal,
terminante, de cedernos desde ahora los territorios que como les he explicado son
nuestro derecho; de otra manera ahora no entraremos en la guerra. Este nuevo sacrificio
nuestro -decía Franco- sólo tendría justificación con la contrapartida de lo que ha de ser
la base de nuestro Imperio. Después de la victoria, contra lo que dicen, si ahora no se
comprometen formalmente no nos darían nada."
Media hora más tarde volví yo al tren alemán para hablar con Ribbentrop, para repetirle
que no podíamos aceptar el protocolo; y para redactar un vago comunicado oficial de la
entrevista que luego fue entregado a la prensa.
Hitler nos invitó a cenar. Despedida oficial. Franco pudo matarse
Más tarde Hitler nos invitó a cenar en el restaurante de su tren. Había recobrado la
cordialidad, y la cena –presidida por él y por Franco-: discurrió de manera apacible,
hablando de cosas generales y de episodios de la Guerra Mundial de una manera
intrascendente. Terminada la cena, alrededor de las diez de la noche, se reanudó la
conversación y tanto Hitler como Franco insistieron en sus puntos de vista y reiteraron
sus argumentos: España, dijo Franco, sintiéndolo mucho, no podía, por el momento, en
esas condiciones intervenir, y bastante había hecho adueñándose de Tánger y evitando
que lo hiciera el enemigo. Hitler dijo que reconocía la utilidad de aquella acción pero
que no era bastante, que no era lo que Alemania necesitaba.
Pasada ya la medianoche tuvo lugar en el andén, con la cordialidad que las fotografías
publicadas en todos los periódicos demuestran, la despedida oficial; Hitler, Ribbentrop
y el sequito nos acompañaron a nuestro viejo tren y después de esa despedida en el
anden, Franco, en lugar de penetrar en el vagón y saludar desde la ventanilla, prefirió
quedar de pie en la plataforma del mismo, cuadrado en posición militar, con la
portezuela abierta, saludando al Führer. Nuestro tren, otra vez, al arrancar, dio un tirón
brusquísimo que zarandeó a Franco de forma peligrosa y que sin la reacción que su
agilidad física, y la ayuda de Moscardó permitieron, le hubiera, arrojado de bruces sobre
el andén.
(Entonces, y luego, muchas veces más, me pregunté y comenté con mis colaboradores
qué hubiera ocurrido si el accidente se hubiera producido en la forma más grave. Yagüe,
Aranda -todavía-, Muñoz Grandes y tantos otros ya es sabido lo que pensaban, decían y
querían. Creo que de allí mismo hubiera salido la guerra y yo seguramente habría sido
juzgado como "obstáculo para la gloriosa empresa".)
Contrariamente a lo que han dicho, algunos comentadores extranjeros, de esta
entrevista, no es cierto que Franco saliera de Hendaya satisfecho y aliviado, sino por el
contrario disgustado y preocupado; sentado junto a la pequeña mesa del break conmigo,
llamó al barón de las Torres y le preguntó qué le había parecido aquello: "Pues que son
unos perturbados y unos mal educados", contestó. Con él, y con el profesor Tovar,
fuimos hablando del tema y, absorbidos por la inquietud que nos producía, llegamos a
Pasajes sin darnos cuenta de que el viaje había terminado, y fue preciso que nos lo
advirtiera así uno de los ayudantes.
Ya entrada la madrugada, cerca de las dos, llegamos a Ayete, la residencia de Franco en
San Sebastián. Llevábamos con nosotros el proyecto de protocolo redactado por los
alemanes en el que, en términos claros, se establecía el compromiso, para España, de
entrar en la guerra en el momento en que Alemania así lo considerase necesario; y
aunque, como ya he dicho, lo habíamos rechazado por inadecuado a nuestras
circunstancias y aspiraciones, pareciéndonos improbable, sin embargo, que los alemanes
se conformaran con que de la entrevista no resultara absolutamente nada, y en previsión
de una nueva exhortación apremiante, nos pusimos aquella misma noche al trabajo para
formular un proyecto de protocolo menos rígido que recogiera nuestras condiciones
dilatorias y nuestras reivindicaciones concretas. (El Director de Prensa que me
acompañaba, entonces Enrique Giménez-Arnau, actuó de mecanógrafo; no sin que
previamente me preguntara Franco si era persona de mi confianza. Contesté
afirmativamente y pusimos manos a la obra.)
Eran más de las tres de la madrugada cuando el documento quedó listo y nos retiramos
a descansar.
"Hay que tener paciencia: hoy somos yunque, mañana seremos martillo", me dijo
Franco
Apenas clareaba el día cuando unos nudillos golpearon insistentemente en la puerta de
mi dormitorio; era el comandante Peral, ayudante de Franco, quien venia a anunciarme
que el embajador Espinosa de los Monteros (que se había quedado en Hendaya con los
alemanes) tenia urgentísima necesidad de hablar conmigo. Refunfuñé como hacía al
caso, pero ante la insistencia de aquél salí de la habitación para verle. El Embajador
venia muy nervioso, apremiando con la urgente necesidad para la firma sin dilaciones
del protocolo preparado por Hitler y Ribbentrop, que nos habían entregado en Hendaya
y que nosotros habíamos rechazado. "Tiene que aceptarse", decía el Embajador, porque
los alemanes, después de haber abandonado nosotros -Franco y yo- la estación de
Hendaya le habían mostrado a él -quien había permanecido con ellos allí- gran irritación
por lo ocurrido. Traté de aplazar la conversación, pero él insistió tenazmente y,
cuadrándose militarmente -como General y como Embajador, me habló así: "Usted no
puede enajenar a nuestro Generalísimo la gloria de la amistad con Hitler y con el pueblo
alemán. Por todo ello, por nuestro Generalísimo y por España, vengo a pedir y a recoger
una conformidad. De otra manera puede ocurrir cualquier cosa." Pese a lo temprano de
la hora tuve que despertar a Franco entrando en la habitación donde dormía. Mi
indignación era muy grande en aquel momento y le dije a Franco todo lo que yo
pensaba sobre aquella escena, a mi juicio inadmisible y peligrosa, cualesquiera que
fueran los móviles que la determinasen. "Es absurdo -añadí- que lo que tú te has negado
a aceptar en presencia de Hitler y Ribbentrop lo hagamos ahora, aquí, para que
cualquiera se apunte un tanto con ellos. Esperemos siquiera a que llegue el día y, si no
tenemos más remedio, seremos nosotros quienes entreguemos personalmente a los
alemanes -Embajador o Ministro- el proyecto, o contraproyecto, que de madrugada
redactamos." Franco coincidía con mi malhumor por lo que estaba ocurriendo, ésta es la
verdad, pero, después de un cuarto de hora de protestas, me dijo: "Mira, en estas
circunstancias no es prudente hacer esperar más a los alemanes y lo mejor será entregar
el proyecto que hicimos anoche, dándoles, sólo en base de éste, nuestra conformidad."
Y, con enfado y disgusto por el método seguido, añadió textualmente: "Hay que tener
paciencia: hoy somos yunque, mañana seremos martillo." (Debía de ser ésta una
expresión de uso familiar corriente, pues Ramón Franco, al evadirse de Prisiones
Militares en 26 de noviembre de 1930, la emplea en carta dirigida al general Berenguer,
Jefe entonces del Gobierno, diciéndole: "Hoy soy yunque y. usted martillo; día vendrá
en que usted sea yunque y yo martillo pilón." Puede leerse en su libro Madrid bajo las
bombas. Editorial Zeus.)
Pacto Tripartito
Nuestras enmiendas desvirtuaban el grave texto propuesto por los alemanes en
Hendaya, y en nuestro texto quedó establecido: 1.°, la adhesión de España al "Pacto
Tripartito"; pacto de alianza militar, pero manteniendo secreta esta adhesión hasta que
se considerase oportuno hacerla pública. 2.°, el compromiso que España contraía de
entrar en la guerra junto a las potencias del Eje se llevaría a efecto sólo cuando la
situación general lo exigiese, la de España lo permitiera, y se diera cumplimiento a las
exigencias puestas por nosotros para dar aquel paso.
En una palabra, como se verá, nada positivo, ya que el cumplimiento del compromiso
quedaba al arbitrio de una de las partes. No fue poco salir así del paso en una situación
tan difícil, tan peligrosa, tan grave como aquella que fue el punto de mayor compromiso
y de mayor proximidad de España al temido momento.
Carta de Franco a Hitler, siete días después del encuentro en Hendaya
Pero Franco no estaba satisfecho con la vaguedad de lo acordado en cuanto a
compensaciones para España, caso de entrar en el conflicto; y siete días después de la
entrevista de -Hendaya, firme en sus reivindicaciones, insistió en el tema mediante
"Carta dirigida al Führer del pueblo alemán" fechada en El Pardo el
Día 30 de octubre de 1940:
Al Führer del Pueblo alemán
Querido Führer:
Después de nuestra entrevista de Hendaya, donde tuvimos ocasión de conocernos y de
plantear de modo directo cuestiones de vital interés para nuestros dos países, quiero,
refiriéndome a lo convenido en la propia entrevista y expresándome con abierta
franqueza y claridad, dar una prueba de lealtad a una política iniciada justamente el
día en que alemanes e italianos se pusieron en relación, en momentos bien difíciles,
conmigo y con el movimiento que buscaba asegurar una rectificación en la política
internacional de España que la garantizase su libertad de acción y la apartase ya de la
tutela e intromisión de las democracias occidentales.
Ante la necesidad por Vos expresada de acelerar la guerra, incluso llegando a una
inteligencia con Francia, que eliminase los peligros resultantes de la dudosa fidelidad
del ejército francés de África al Mariscal Pétain, fidelidad que con toda certeza
desaparecería si de cualquier modo fuera conocido que existía un compromiso o
promesa de cesión de aquellos territorios, me pareció admisible vuestra propuesta de
que en nuestro pacta no figurase concretamente lo que es nuestra aspiración territorial.
Ahora bien, con arreglo a la convenido, por esta carta os reitero las legítimas y
naturales aspiraciones de España en orden a su sucesión en África del Norte sobre
territorios que fueron hasta ahora de Francia. Con esto España no hace sino
reivindicar lo que le corresponde por un derecho natural suyo, ya que España es el país
europeo más próximo, con mayores afinidades geográficas y con mayores razones
históricas, que convierten en derecho legítimo lo que en el caso de Francia no fue sino
una intromisión favorecida por un ambiente mundial democrático y plutocrático, contra
el cual no supieron reaccionar los gobiernos españoles de los tiempos de la intromisión
de Francia en Marruecos, gobiernos liberales sometidos a las indicaciones e
insinuaciones de Paris y de Londres, que precisamente llegaron a la Entente Cordiale
sacrificando nuestros intereses y derechos en Marruecos a la vez que forjaban un arma
contra Alemania.
Vos como todo el pueblo alemán no ignoráis que gran parte de lo que ahora
reivindicamos le llegó a estar reconocido a España por los Tratados internacionales,
en los que la torpeza y la vacilación de los gobiernos liberales españoles retrocedió
siempre a cada nueva exigencia francesa. Vos, que habéis sabido levantar la ira y el
orgullo del pueblo alemán contra los que le acorralaban y negaban el derecho a vivir,
comprenderéis bien nuestro afán de librarnos de las renuncias liberales y de negar toda
solidaridad con lo que por parte de España fue una sumisión, que yo no toleraré se
prolongue, a las imposiciones de una época de injusticias, que regaló el mundo entero
a la codicia de dos o tres potencias más afortunadas y negó a España, como a
Alemania y a Italia, toda posibilidad de expansión. Sólo por este despotismo de los más
fuertes, que negaron la más elemental justicia a los pueblos más pobres y más ricos en
hijos, España se vio privada de lo que ahora espera reivindicar. No es tierra francesa
la que queremos, ni pretendemos aprovecharnos de sangre francesa: queremos
solamente lo que una hábil diplomacia liberal, que colocaba en los propios mandos del
viejo Estado español dóciles instrumentos suyos, nos arrebató con plena injusticia.
Bien está desde luego que el establecimiento de un orden nuevo esté presidido por una
idea de justicia que incluso no deje ajena a las beneficios de esta justicia a Francia
misma, pero no quisiéramos que la justicia que se hiciera a Francia, país enemigo de
siempre para Alemania como para España, fuese a expensas del derecho de España.
Reitero, pues, la aspiración de España al Oranesado y a la parte de Marruecos que
está en manos de Francia y que enlaza nuestra zona del Norte con las posesiones
españolas Ifni y Sahara.
Cumplo con esta declaración un deber de lealtad y de claridad y me complazco en
hacerla presente con la confianza que nuestra amistad me permite y aun exige.
Vuestro
El Pardo, 30 de octubre de 1940
En esta carta, y en relación con el secreto con que se acordó mantener el protocolo,
Franco le dice: "Ante la necesidad por Vos expresada de acelerar la guerra, incluso
llegando a una inteligencia con Francia que eliminase los peligros resultantes de la
dudosa fidelidad del ejercito francés de África al Mariscal Pétain, fidelidad que con toda
certeza desaparecería si de cualquier modo fuera conocido que existía un compromiso o
promesa de cesión de aquellos territorios, me pareció admisible Vuestra propuesta de
que en nuestro pacto no figurase concretamente lo que es nuestra aspiración territorial.
Ahora bien, con arreglo a lo convenido, por esta carta os reitero las legitimas y naturales
aspiraciones de España en orden a su sucesión en África del Norte sobre territorios que
fueron hasta ahora de Francia."
Franco como se verá en la carta, pide el Oranesado y la parte de Marruecos que estaba
en manos de Francia, y argumenta con fuerza para justificar los motivos y razones en
que España funda sus aspiraciones. España, dice, no hace sino "reivindicar que le
corresponde por un derecho natural. Es un derecho legítimo suyo que en el caso de
Francia -le repite una vez más- no fue sino una intromisión favorecida por un ambiente
mundial democrático y plutocrático, contra el que no supieron reaccionar los gobiernos
españoles; gobiernos liberales sometidos a las indicaciones o insinuaciones de Paris y
de Londres que precisamente llegaron a la Entente Cordiale sacrificando nuestros
intereses y derechos de Marruecos a la vez que forjaban un arma contra Alemania".
"Vos -dice Franco a Hitler- que habéis sabido levantar la ira y el orgullo del pueblo
alemán contra los que le acorralaron y negaban el derecho a vivir, comprenderéis bien
nuestro afán de librarnos de las renuncias liberales y de negar toda solidaridad con lo
que por parte de España fue una sumisión que yo no toleraré que se prolongue."
"Bien está desde luego –termina diciendo Franco a Hitler- que el establecimiento de un
orden nuevo esté presidido por una idea de justicia que incluso no deje ajena a los
beneficios de esta justicia a Francia misma; pero no quisiéramos que la justicia que se
hiciera a Francia, país enemigo de siempre para Alemania como para España, fuese a
expensas del derecho de España."
Creíamos haber capeado el temporal, pero nuestro respiro fue corto; tan cerca
quedamos del temido momento que apenas transcurridos veinte días desde el acuerdo de
Hendaya, el Embajador alemán, Von Stohrer, venia a traerme al Ministerio un
telegrama de Von Ribbentrop en el que, por encargo del Führer, me rogaba que me
trasladara a Berchtesgaden -refugio de Hitler en los Alpes bavaros-, con urgencia para
hablar de cosas importantes, a ser posible el lunes -esta visita de Stohrer tenia lugar el
viernes-, y al preguntarme si podía contestar en el acto, dando mi conformidad, repliqué
que no podía hacerlo en ese momento, pero que le contestaría en seguida.
Mi viaje al “Berghof”
Me trasladé sin pérdida de tiempo a El Pardo para hablar con Franco y en el primer
momento pensamos los dos si no seria mejor dar algún pretexto para no ir: aunque
pronto rectificamos pensando que si Hitler y su Estado Mayor tenían decidido algún
proyecto -con toda probabilidad el de la conquista de Gibraltar- no dejarían de realizarlo
por razón de nuestra ausencia y que, en cambio, si acudíamos a su llamada podríamos,
cuando menos intentar, que desistieran por el momento. Después de esta reflexión –en
su consecuencia- Franco decidió que yo saliera inmediatamente para Berchtesgaden y
tratara por el momento -una vez más- de conjurar el peligro. Pero yo, cansado de ir y
venir y de que otros hablaran, opinaran o murmuraran, sin tomar su parte de
responsabilidad en lo que se hiciere o se acordase en circunstancias tan graves y
peligrosas, puse como condición para hacer el viaje la inmediata reunión con los
ministro militares. Reunión que horas después tuvo lugar bajo la presidencia de Franco
y a la que asistimos los generales don Juan Vigón, Varela, el almirante Moreno y yo. En
esta reunión (que es distinta y nada tiene que ver con otra a la que se han referido
aproximativos y "sabelotodo" distantes, que al no saber nada lo confunden todo,
voluntariamente, intencionadamente unos, y otros arrastrados) opinamos que durante las
pocas semanas transcurridas desde que tuvo lugar el encuentro de Hendaya las cosas no
habían cambiado y seguíamos con los mismos problemas de todo orden que no
permitían, todavía, participar a España en la guerra. Pero se consideró necesario que yo
acudiera al "Berghof', donde Hitler, con sus Estados Mayores, militar y político, me
esperaba, ya que todos consideraron muy grave la situación y había que prevenir el
peligro de una violenta reacción alemana; yo quedaba, pues, encargado -otra vez, sin el
agradecimiento de quienes me lo debían- de capear como pudiera aquel temporal.
Salí inmediatamente para Paris y el día 18 de noviembre -martes-, al atardecer, llegué a
la estación de Berchtesgaden, donde Ribbentrop, con su sequito y dos generales me
esperaban con los intérpretes.
Reunido luego con Hitler manifestó que me había convocado para que, de acuerdo con
lo convenido en Hendaya, fijáramos la fecha más próxima de nuestra participación en la
guerra porque ya "era absolutamente necesario atacar Gibraltar; lo tengo decidido".
No voy a repetir aquí lo que en mi viejo libro tantas veces citado expuse; aunque ahora,
cuando ya todo es sólo historia, superado el peligro de revelar lo que entonces, por las
razones que cualquiera comprende, el patriotismo obligaba a silenciar, puede ser tratado
ya sin inconveniente. Cualquier persona con alguna imaginación, con sensibilidad
humana y con responsabilidad, podrá pensar en la emoción que aquellas palabras nos
causaron a mí y a los dos españoles que me acompañaban (el barón de las Torres y el
profesor Tovar), porque esas palabras tenían el acento de una "notificación". "Se trata
ahora de fijar la fecha." Dominado por aquella emoción, antes que otra cosa, con
palabras y tono muy moderados, hube de decirle que lo convenido en Hendaya no había
sido que España entrara en la guerra cuando ellos –los alemanes- decidieran, sino
cuando nosotros estuviéramos en condiciones de hacerlo. Hitler replicó que "en
cualquier caso la operación mixta sobre Gibraltar era necesaria, y la consiguiente
iniciación de hostilidades por nuestra parte contra los aliados. Era la hora de que España,
como él ya había dicho en Hendaya, tomara su parte".
Llegado a ese punto yo tuve que repetirle, una vez más, los argumentos de siempre: A)
económicos, el hambre del pueblo, mi lucha con el Embajador ingles para lograr los
navicerts que permitieran llegar a nuestros puertos los cargamentos de trigo del Canadá,
Argentina, etcétera, y le hice ver que aun no conociendo los aliados el protocolo de
Hendaya, por el solo hecho de que en el comunicado que se dio a la prensa después de
aquella conferencia en el que se decía "que la solidaridad de España con las potencias
del Eje se había fortalecido", nos bloquearon el envío de 300.000 toneladas procedentes
de Estados Unidos, que con desesperante urgencia necesitábamos.
Nuestro pueblo está hambriento
Hitler manifestó su escepticismo sobre todo eso y me preguntó si yo creía que esa
situación tan grave de la economía española podría arreglarse sólo por el hecho de que
España no participara en la guerra, a lo que le contesté que, al menos, era la única forma
de ir viviendo y, aparte de ser ésta la mía, le informé de que era una opinión muy
generalizada en nuestro país; que la propaganda inglesa fomentaba por todos los medios,
asegurando que si España no entraba en la guerra el suministro de trigo canadiense y
argentino facilitaría enormemente con la protección de los navíos británicos.
El Führer contestó que de ninguna manera podía estar de acuerdo con mi punto de vista,
pues Inglaterra y América, según él, no garantizarían en modo alguno el abastecimiento,
sino que, al contrario, nos presionarían cada vez más y cada vez serían más exigentes
para crear al actual Régimen español dificultades mayores hasta precipitarlo en su
derrumbamiento. Yo le añadí que tenía que manifestarle que Franco, con razón, se
quejaba de que Alemania no enviaba a España ni víveres ni material de guerra como
ocurría con un material para la fábrica de aviones "Heinkel", de Sevilla, que estaba
contratado y pagadas las facturas y nunca se había recibido, a lo que Hitler me contestó
que España no era un país en guerra y que Alemania necesitaba para ella todo el
material militar, pero que si España entraba en la guerra le proporcionaría todo el
material que necesitara, "como ya había hecho –dijo- durante la guerra civil".
B) Militares: con sólo tomar Gibraltar, repetí yo, no quedaba cerrado el Mediterráneo,
puesto que seguía todavía abierta la puerta de Suez; también alegué nuestra insuficiente
preparación, etcétera.
C) Y finalmente argumentos psicológicos y políticos: el pueblo español, le dije, que
estaba cansado de guerras.
Sin duda Hitler y Ribbentrop se habían repartido los papeles para esta nueva
conferencia conmigo, pues mientras el tono del ministro Ribbentrop fue apremiante (y
en la reunión de la mañana, conminatorio), el de Hitler fue mas bien propositivo; y
después de repetirle yo todos aquellos argumentos en justificación y defensa de nuestra
imposibilidad de tener una participación activa en lo que llamaba operación mixta sobre
Gibraltar, entonces me insinuó la posibilidad de que diéramos paso a las tropas
alemanas por nuestro territorio, y yo, después de hacer protestas de nuestra amistad,
patéticamente, hube de atreverme a decirle que como amigo verdadero que era estaba
obligado a manifestarle con toda la sinceridad -que es el lenguaje propio de los amigosque no podíamos dar conformidad a esa pretensión. Y llegada a este punto, cuando yo
esperaba como probable su reacción peor, es curioso que no insistió; inclinó la cabeza
en actitud que a mi me pareció comprensiva, ¿entendería él lo que nuestra dignidad de
pueblo no permitía?, y, como resignado, se limitó a pedirme que pasáramos a una gran
habitación próxima en la que había un gran tablero central, muchos planos sobre él y
colgados en las paredes con banderitas que indicaban la posición de sus ejércitos. Y fue
allí donde el general Jodl -el antes citado Jefe de Operaciones del Cuartel General de
Hitler- nos explicó minuciosamente su gran proyecto para apoderarse del Peñón que
seria recuperado para España.
Terminada su brillante exposición, yo -representante desvalido de un país agradecido e
inerme- ante Hitler y Ribbentrop, rodeados de sus Estados Mayores, de sus cuadros
políticos, de sus aliados -el conde Ciano esperaba en la antesala- y de su propio pueblo,
hube de decirles allí en el "Berghof”, personalmente, frente a frente, que aun siendo
como era absolutamente profano en el orden militar, me hacía cargo de la perfección
con la que sin duda estaban elaborados aquellos proyectos, ya que ellos eran maestros
en el arte de la guerra, pero que nosotros no estábamos todavía en condiciones para
nuestra intervención activa en la misma, ni podíamos aceptar el paso por nuestro
territorio.
Franco había resistido en Hendaya y yo –de acuerdo con él- tuve que afrontar en
Berchtesgaden –y rechazar- aquel requerimiento apremiante, para que España entrara en
la guerra; en la más concreta y dramática de nuestras negativas. (Aquella noche, los tres,
el barón de las Torres, Tovar y yo, fuimos obligados a quedarnos a dormir en
Berchtesgaden. Quien tenga un poco de imaginación y memoria sobre algunas
reacciones alemanas ante resistencias y dificultades tal vez piense que pudimos estar
expuestos a lo peor. Soy ya viejo y de nadie competidor, por consiguiente con libertad e
independencia, al recordar aquella situación me pregunto: ¿todos habrían procedido ante
el poderoso de igual manera?)
Pero la verdad es que ni en Hendaya ni en Berchtesgaden quedó conjurado el gran
peligro de invasión y de guerra que corrimos. Ni mucho menos. Todo seguía pendiente.
El 18 de diciembre de 1942 continuaban en el Cuartel General del Führer las
conversaciones con Muñoz Grandes sobre preparativos militares.
Fue el giro de los acontecimientos, la complicación creciente que para Alemania
significó pronto la guerra con Rusia, los compromisos con Vichy, el cambio de suerte
en la trayectoria de la guerra, la ofensiva general de Zhukov contra el Ejercito alemán,
lo que alejó a España, definitivamente, del conflicto, ya entrado el año 1943. Laus Deo.
(Aunque algunos siguieron con su fe en la victoria de las armas alemanas –y en la
brujería- hasta la ofensiva del mariscal Von Rundstedt en las Ardenas, ¡en diciembre de
1944!)
Ya quedan las cosas puestas en su sitio. Ya lo que no fue prudente hacer en la hora que
hubiera traído aparejado algún peligro para España, queda contado. Pasado aquel
tiempo inconveniente, reconozco que, no sin razón, se me ha podido reprochar por mi
morosidad; aunque tal vez lo que por su propia objetividad pareciera fácil no lo hubiera
sido tanto, por motivos subjetivos, como algunos han podido creer.
Pocas veces en asuntos de esta índole se habrá podido acreditar de manera tan cabal y
cumplida, con pruebas de indubitable valor -fehacientes- cómo tuvo lugar el acontecer
histórico; cual fue la política del Gobierno español en relación con la segunda Guerra
Mundial, durante el tiempo en que yo desempeñé la cartera de Asuntos Exteriores. A
pesar de ello, en torno a este acontecer se forjó la falsa leyenda que; empujada por
turbios intereses y mantenida por pereza mental -por falta de espíritu crítico-, intentó
suplantar la verdad. Una vez más, en el tráfico político se observó la ley, que Gresham
formulara para el campo económico, según la cual la moneda mala desplaza del
mercado a la buena. Así, aquí durante algún tiempo, la versión cierta de los hechos probada- era desplazada –o suplantada- por la falsa.
En los sistemas de absoluta concentración del poder no es infrecuente que, en relación
con los aciertos de los "imperantes" no baste el reconocimiento honrado que de sus
meritos se haga, sino que han de ser envueltos en limbos gloriosos, con la
magnificación y el incienso de un culto laico. Y todavía, a la sublimada narración que
de los hechos se haga, se añadirá un tono excluyente de cualquier colaboración que
hubiera tenido lugar –especialmente si fue con lealtad critica-, y que tal vez pudo haber
comportado para el colaborador serios peligros. Finalmente, si contra la iniciación
brillante y presuntamente acertada de una política, surgieron dificultades o evoluciones
adversas, se dará un paso más con el exterminio -al menos moral-, cargando sobre los
antes excluidos todas las actividades y responsabilidades, para así -con ese pesado
fardo- ser despeñados como chivos expiatorios.
Contra esta vieja costumbre de "saber declinar a otros males" en Quevedo, y, más
concretamente, en el Oráculo Manual y Arte de Prudencia, de Gracián, se encontraran
muchas sentencias.
En determinadas circunstancias el patriotismo puede obligar a callar y a mucho más si el
interés del país lo exige, a pechar con una postura política bien distinta a la que de
verdad se tuvo, pero mantener la falsa versión de los hechos cuando el peligro que la
aconsejara sea pasado, y seguir imponiéndola por vanidad o por unos juegos (¿)
políticos no es correcto. Ni imponer silencio con desprecio de la verdad y del hombre.
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