La elevada deuda pública es una de las principales restricciones de la economía nacional. Más allá de los problemas fiscales y externos asociados, la deuda fue el pivot para la instrumentación de un virtual “argentinicidio”. Las graves responsabilidades recaen sobre las autoridades políticas y económicas de los últimos 27 años, e indirectamente en la propia sociedad argentina, más allá de la corresponsabilidad de los Organismos Internacionales (OI). Entre 1977-82 y en la década de convertibilidad coexistieron una liberalización comercial y financiera a ultranza, que atraso cambiario mediante, provocó la destrucción del aparato productivo y una crisis fiscal y externa diferida mediante el endeudamiento, que generó corridas bancarias y maxidevaluaciones con un altísimo costo social. El ajuste recesivo, que ningún país sensato instrumentó ante una recesión seguida de depresión, sólo aceleró la implosión. Como saldo del horror, la deuda pública neta estimada alcanzaría a US$ 125 mil millones al 30.9.2002. El servicio de la deuda sobre exportaciones ronda el 85% y el débito de intereses representa casi un 30% del presupuesto nacional. Resulta evidente la imposibilidad de hacer frente a los pagos originales. La realidad plantea la inevitabilidad de su reestructuración y de una estrategia económica y de manejo de la deuda claramente diferenciada (Plan Fénix). Bases para una reestructuración sustentable Existen dos visiones extremas sobre las negociaciones externas, ambas implican la no negociación. Por un lado los que plantean un mero acatamiento a las políticas del FMI y una simple renegociación de plazos. Un claro ejemplo de los costos del acatamiento fue la aceptación de la libre flotación en febrero. Lo lógico era flotar meses después con un control de cambios eficiente y en un marco de mayor estabilidad. Esto se hizo parcialmente desde mayo pero a un nivel muy alto por la inflación febrero-abril. Por otro lado otros plantean el repudio de la deuda. Ambas visiones están unidas por la miopía y el ideologicismo y combinan voluntarismo e irrealidad. Desde una óptica democrática, progresista y popular es imprescindible elaborar una negociación racional que trascienda lo declarativo y las investigaciones que correspondan. Se requiere una estrategia integral ante la alta especificidad de los aspectos legales, financieros, contables y operativos de las distintas acreencias. Una negociación supone no solo objetivos claros, sino además recomposición institucional y económica, aval político, y consenso social. Esto genera acumulación de poder. Solo una mayor firmeza, forzó al FMI a negociar una reprogramación parcial, aunque es cierto que la Carta de Intención incluye algunas condicionalidades que son mas de lo mismo y otras muy discutibles como las vinculadas a la “reforma” de la banca pública. Resulta evidente los mayores grados de libertad de los que dispondría un nuevo gobierno con consenso, recuperación económica y en sintonía con Brasil. El Plan Fénix plantea un plan de crecimiento con equidad que subordine los pagos de la deuda al cumplimiento del mismo, lo que resulta clave para eliminar restricciones externas y fiscales. La estrategia incluye una reducción sustancial en el stock de la deuda, reprogramación de pagos, período de gracia y reducción de tasas de interés, necesarios para evitar concentración de vencimientos, exposición cambiaria y de tasa de interés. En primer lugar, se supone una postergación de los vencimientos impagos del 2002 y parte de 2.003 de los OI. Se requiere además una reprogramación parcial hasta 2005. Cabe señalar que los OI deben hacer un máximo esfuerzo ya que serían los únicos acreedores exentos de quita. Por otro lado, se negociaría un esquema similar con el Club de París, con quita del orden del 60% dados los precedentes internacionales. No se plantean quitas en los préstamos garantizados, y títulos pesificados ya que dichos instrumentos han sufrido una quita del orden del 45% y se les redujo la tasa de interés a menos del 4% p.a. Solo sería razonable una extensión de plazos. Tampoco pareciera lógico realizar una quita adicional a los ahorristas que aceptaron BODEN. Con respecto a los títulos en dólares bajo legislación externa, se negociaría una quita del 70%, y la refinanciación del remanente a 10 y 30 años con tasas del 45% p.a. y amortizaciones a partir del sexto y vigésimo año respectivamente. En el caso de los bonos en otras monedas se supone un trato equivalente. Bajo este esquema se registraría una importante caída en los intereses de la deuda en el quinquenio 2003-7. En el marco del Plan Fénix la Argentina habrá recuperado la solvencia con niveles de crecimiento, recaudación y superávit externos, compatibles con el nuevo sendero de compromisos. Estrategia económica y manejo de la deuda a futuro El endeudamiento argentino, si bien similar al de otros países en orígenes, fuentes y cuantía, se caracterizó por una baja contrapartida en inversión. La inversión de los ‘90, estuvo básicamente ligada a no transables, por lo que se generó insolvencia estructural. Endeudarse se justifica para financiar proyectos cuya rentabilidad supere la tasa de interés, lo que posibilita la generación intertemporal de recursos. Los países exitosos, previnieron las crisis por políticas macroeconómicas sanas, y por un manejo de la deuda prudente, previsible y transparente. En ese marco, debe preservarse el crédito público evitando la tentación recurrente de instrumentar supuestos ahorros fiscales que deriven en endeudamiento y en socialización de pérdidas (ej. pesificación asimétrica). Las crisis recientes se explican especialmente por el alto grado de exposición con inversores volátiles. A futuro, se debe priorizar el endeudamiento interno y en moneda local -sin convalidar tasas exorbitantes- y su gestión mediante licitaciones públicas periódicas. Es necesario incorporar mecanismos anticíclicos en el pago de la deuda. Históricamente una percepción de riesgo implicó endeudarse a mayores tasas, y por ende mayores compromisos fiscales. Generar mecanismos que impliquen menores tasas en las crisis, compensadas en los auges, implicaría poder atenuar los ciclos otorgando incentivos adecuados. La crisis financiera regional, requiere profundizar el MERCOSUR complementando los acuerdos comerciales con una mayor convergencia macro y una política financiera externa común. En dicho contexto, se debe negociar un vínculo entre las transferencias al exterior a acreedores oficiales, con una progresiva eliminación de restricciones y subsidios aplicados por los países desarrollados. Por otra parte se deben establecer acuerdos de intercambio de información tributaria con dichos países, lo que permitiría un mayor margen fiscal, que podría destinarse, en parte, al pago de la deuda. En síntesis: la reconstrucción del país requiere de una reprogramación integral de la deuda y su adecuada gestión futura, como así también de una política de desarrollo nacional. Las duras lecciones del pasado deben servirnos para generar un cambio. La fragmentación política de la dirigencia popular y progresista, es funcional al retorno del neoliberalismo y de los máximos responsables de la crisis. La dirigencia política está acumulando otra gran deuda que ojalá no deba pagar muy caro nuestra sociedad.