Para los que son de aquí y se creen de allá Escrito por Kyara Ortega Vea, primero, esto no es cuestión de recalentado nacionalismo, orgullo colombiano olvidado o falso amor patrio. Esto se trata de una pequeña reflexión a modo de canción, rima o extensión que, sin ser prosa o poesía, tratará de convencerlo del potencial subestimado de lo qué somos, de lo qué fuimos y de lo qué posiblemente conseguiremos seguir siendo. Está bien que se desviva por el rock, que vibre con el groove del reggae o simplemente disfrute en un fiesta con alguito de reggaetón. ¡Ah! Claro está que no importa su grado de “cultura musical”, pues no es de mi incumbencia que usted se contagie con una bella bossa-nova, o que su pasión se incline por el jazz contemporáneo o que usted termine siendo todo un erudito criollo de música clásica. Lo importante es que no se olvide de esa cadencial cumbia que muy probablemente, cuando pequeño, lo pusieron a bailar en la sala, alardeando de amor por lo nuestro con amigos, familiares o vecinos. Discúlpeme, si es que con usted me equivoco, pero, ¿a quién no le tocó bailar ese agitado mapalé? ¿o ese apasionado joropo? ¿Será que se olvida del traje que su mamá, con esmero, a media noche terminó o de su tímido e infantil compañero o compañera de baile? De aquellos tiempos que, por obligación, pusieron nuestros oídos a escuchar atentos y a nuestros labios, aunque un poco avergonzados, a tararear “campesina santanderiana eres mi flor de romero…”. Saber que ahora lo que bailan esos pequeños traviesos es el “mambo number 5” o la nueva y pegachentisima “danza kuduru”; está bien hay que “Internacionalizarse”; pero su esencia, su identidad, lo que su tierra sin recelo le entregó, ¿dónde está?, ¿en dónde lo deja? No me diga que en el disco que compró en navidad, de la Orquesta Sinfónica Nacional y que no ha abierto, porque le parece lo más mamerto de este mundo, o en los clásicos de antaño (pura música colombiana), que la única persona que escucha es su abuela, que sin miedo o temor, sin excusa o pretexto se atreve a decir con orgullo, que es lo mejor que sus experimentados oídos en su vida han podido escuchar. Y es que vea, no es cuestión de que deje de escuchar a Saratoga o Stravaganza, de que elimine toda la carpeta de trash, góspel americano o soka que tiene en su memoria y ponga solo guabinas, porros, currulaos y bambucos, sino de que le dé espacio a eso que, quizá, por años se ha negado a escuchar, ver, sentir, bailar o degustar con agrado, por miedo al qué dirán, por temor a la exclusión, por vergüenza de ser “buen colombiano”: un bobo ensimismado que no se atreve a ver para fuera. Y vea, que esto es nuevo para mí, que eso de moverme a son de guitarra, cuatro y tiple se me dificulta, que mis caderas de rola tronca no dan para moverme a ritmo de champeta sanandresana, y que mis pies no son tan hábiles como para soportar la dinámica de un joropo regio y… en fin, si le siguiera diciendo, no podría soportar tanta pena que se me aglomeraría al decir, correcto, sí, efectivamente, soy colombiana. Y aunque usted no me lo vaya a creer, es nuestra naturaleza vibrar con lo que es nuestro. Esto no es algo primitivo o nacido del instinto, dejémosle ese cuento a los que se lo comen. Para mí que es cuestión de lógica, los europeos vibrarán con la música celta los gringos con el rock and roll, los argentinos con el tango y los boricuas con el reggaetón; pero nosotros, ojalá y en poco tiempo, digamos, sin rodeos, que vibramos con un sentido y profundo vallenato de esos de Alejo Durán o del maestro Escalona, o ¿por qué no? con esas canciones que con pasión y virtuosismo Toto la Momposina canta sin reproche. No hay que olvidar a los artistas criollos que le han dado luces a nuestro país: Juanes, Shakira, Jorge Celedón, Kraken, Choc Quib Town, Bomba Stereo, Carlos Vives, por nombrar a unos pocos. Lo que le propongo no es algo del otro mundo, no le va a quitar una oreja ni lo va volver soso. En su lugar, lo va a ayudar entender por qué ha nacido en un país con esta hermosura tan inmensa que ni siquiera sus propios habitantes son capaces de dimensionar. Siéntase orgulloso de lo que es, no abandone a las leyendas de la música, The Beatles, U2, Michael Jackson, a las revoluciones contemporáneas Lady Gaga, Alicia Keys, y a las princesitas de Disney (si son de su agrado) o a los íconos, Celia Cruz, Richie Rey y Bobby Cruz, y a los que quiera poner en su lista. Pero, eso sí, que no le dé pena escuchar, cantar o bailar una canción colombiana, pues en ella encontrará su esencia. Al comienzo le será difícil, si es que a ella no ha estado acostumbrado, pero luego se apoderará de su cuerpo y de su alma, pues sabe que usted le pertenece, pues usted es colombiano. ¡Atrévase! El amor por lo nuestro, es insignia de alguien conciente de sus raíces, de sus ancestros, de su tierra. Verá que, en poco tiempo, mirará el paisaje colombiano de otra manera, pues no sólo lo percibirá con la vista, sino que el sonido de esa alegre tambora, de ese seductor acordeón o de esa armoniosa arpa lo acompañará, armonizando claramente con un nuevo haz de luz, lo que antes era invisible.Paez!