De lugares para morir a casas para aprender a vivir

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SOCIEDAD
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De lugares para morir a casas para aprender
a vivir
Los centros de acogida se han adaptado a lo largo de los años a las
cambiantes necesidades de los enfermos con VIH
ISABEL LÓPEZ/BILBAO
Los centros de acogida para enfermos de sida
nacieron en España a finales de los 80.
Ofrecían a quienes no tenían casa ni familia en
la que apoyarse un hogar para vivir sus
últimos meses, un refugio donde poder morir
dignamente, rodeado de cariño y de cuidados.
Casi veinte años después, cuando el sida ya no
es sinónimo de muerte, los centros de acogida
siguen abiertos, pero su principal objetivo
REFUGIO. Rosario Pascual, junto a dos
residentes del hogar de acogida de
ahora no es acompañar al moribundo, sino
ofrecer al enfermo un techo mientras aprende Bilbao . / IGNACIO PEREZ
a cuidarse, a vivir con el sida, para después,
en los casos en que sea posible, volver a la
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sociedad. «En cierta medida, podría decirse
que somos un garaje de reparaciones, en el
que intentamos poner a punto a personas que
llegan enfermas y ayudarles a su integración
social», afirma Miguel Ángel Ruiz, presidente
de la Comisión Ciudadana Antisida de Álava,
que gestiona Besakarda Etxea (La Casa del
Abrazo), que abrió sus puertas en Vitoria en
1990 con catorce plazas.
Ese centro de acogida no fue el primero, ya
que el pionero en Euskadi y en el resto de
España fue Bietxeak (Dos Casas), que acogió a
su primer inquilino en 1988. Las hermanas de
la Caridad de San Vicente de Paúl se hicieron
cargo desde el principio del primer hogar para
enfermos de sida, en el barrio bilbaíno de
Uribarri, que cuenta con capacidad para diez personas.
Terapia y formación
Los primeros años fueron dramáticos por el elevado número de fallecimientos. «Los
enfermos llegaban muy mal, y no había tratamientos efectivos; ahora,
afortunadamente, hay terapias y las muertes han bajado muchísimo», explica la
religiosa Rosario Pascual. El último fallecimiento en Bietxeak se produjo el pasado
30 de abril; era un hombre de 51 años.
La mayoría de quienes acuden en la actualidad a estas casas ronda la treintena, y
ya no son sólo hombres, ni usuarios de heroína ni personas del entorno cercano
que sufren el rechazo familiar. Ahora, hay también mujeres, predominan los
politoxicómanos, que mezclan todo tipo de drogas y hay muchos inmigrantes. En
Vitoria, además, tres de las plazas son para reclusos procedentes de Nanclares, que
han podido abandonar la prisión por tener sida.
«Ahora, llegan con pocas defensas y con la carga viral alta, porque, normalmente,
al vivir en la calle no siguen los tratamientos», explica Rosario Pascual. El cuidado y
la supervisión terapéutica rinden sus frutos, y en un par de meses el cambio físico
de los enfermos es espectacular.
Tanto que algunos deciden retornar a la calle pronto, aunque la mayoría prefiere
disfrutar de ese hogar temporal, donde además se les facilitan cursos formativos
para que aprendan un oficio. Otros no pueden abandonar los centros porque el sida
les causa graves incapacidades que muchas familias tienen problemas para
afrontar. «En cualquier caso, intentamos que todos vivan en un ambiente familiar,
y creo que lo logramos, porque este centro no es una comunidad terapéutica, sino
que para todos es su casa», concluye Ruiz.
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