El precio del voto y la democracia breve

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EL PRECIO DEL VOTO Y LA DEMOCRACIA*
Por Germán Becerra Roncancio**
Para nadie es un secreto que en varios países existe una práctica corrupta consistente
en comprar votos con dinero o prebendas1, a fin de asegurar resultados electorales que
favorezcan a determinados grupos o individuos. Esta práctica lleva a cuestionar la
existencia de la democracia, pero también afecta el desarrollo económico y social de los
pueblos, en la medida que los gobiernos diseñan la política y gestionan en función de
intereses particulares o grupales, que no necesariamente coinciden con los intereses
colectivos en términos de crecimiento y bienestar.
Hay quienes consideran que el voto secreto invalida la existencia o, por lo menos, la
efectividad de las prácticas clientelistas (Aidt, Toke S. y Jensen, Peter S., 2011), porque el
elector puede recibir el pago, pero el candidato, o sus intermediarios, no pueden verificar
que el votante efectivamente cumplió su parte del trato. No obstante, esta apreciación
pierde de vista que la respuesta del votante busca también asegurar el cumplimiento de la
promesa del candidato en términos del pago por su voto. Dado que no toda transacción en
el mercado negro del voto es “cash”, la prebenda (el empleo, la beca, el bono para la casa,
etc.) sólo se hará realidad si el candidato que la ofrece alcanza el poder; de ahí que el
votante también está interesado en cumplir su promesa de votar por el comprador de su
voto.
Se ha verificado, también, que el empleo ofrecido como contraprestación al voto, es
selectivo y reversible, manteniendo atada la utilidad del votante al éxito de un político en
particular, (Robinson y Verdier, 2013). Por esa razón, es cada vez más frecuente la
práctica de vincular personal a la administración pública mediante la modalidad de
contratos de prestación de servicios con períodos de ejecución claramente delimitados, de
manera tal, que se mantiene atado al elector con la posibilidad de no renovación del
contrato?2
*
Tomado del artículo académico del mismo nombre, escrito por el mismo autor. Ese artículo académico
cuenta con explicación más detallada acerca de aspectos que, por espacio, aquí sólo se enuncian. Dicho
artículo introduce una formalización matemática que demuestra la coherencia teórica del modelo
propuesto.
**
Economista, egresado de la Universidad Nacional de Colombia, con Maestría en Economía de la
Universidad de los Andes y Especialización de Cooperación Internacional y Gestión de Proyectos para el
Desarrollo de la Universidad Externado de ese mismo país.
1
PREBENDA: Ventaja o beneficio que recibe arbitrariamente una persona; trabajo o cargo lucrativo y poco
trabajoso
2
Esta práctica se da incluso en el marco de prohibiciones legales de orden constitucional, y su relevancia
para fines electorales, explica la resistencia institucional a proveer los empleos públicos mediante concurso
de méritos, tal como lo previene el ordenamiento jurídico en la mayoría de países, en el marco de lo que se
denomina “carrera administrativa”.
Reconociendo la existencia de esa práctica ilegal de compra y venta de votos, es
posible identificar, entonces, dos tipos de mercado para el voto: uno natural y otro “negro”
o paralelo. Al voto que opera en su mercado natural se denomina “voto de opinión”, porque
refleja una apreciación y valoración relativa de las propuestas de gobierno. El del mercado
negro, es el voto “comprado”, “amarrado” o “constreñido”.
Hecha la anterior diferenciación, vale la pena preguntarse ¿por qué el individuo
decide vender su voto a cambio de dinero, de una beca, un empleo, etc.? La respuesta a este
interrogante pasa por indagar ¿por qué ese mismo individuo decide no participar en el
mercado natural del voto?; esto es, ¿por qué decide no participar en la selección de la
propuesta de gobierno en contienda que considere más conveniente? Para responder, es
necesario identificar los determinantes de la oferta de votos en ese mercado natural.
Así como el salario compensa el ocio, el individuo acude a las urnas, porque espera
que los beneficios que se derivan del programa de gobierno por el que vota, compensen el
sacrificio de su descanso el día de las elecciones. No obstante, la racionalidad económica
no basta para explicar por qué el individuo acude a las urnas. En efecto, la escasa
probabilidad de incidir en los resultados de la votación (“…un voto más, un voto
menos…”), junto con el riesgo de equivocación ligado al incumplimiento de las promesas
de campaña, ciertamente, no permiten concluir que el individuo actúa racionalmente, desde
el punto de vista económico, al acudir a las urnas.
Adicionalmente, el reconocimiento de la actitud del free rider3, como
comportamiento racional, deja sin piso la explicación común y tradicional del beneficio
individual como determinante del voto hedonista (Downs, 1957). En la medida que el
esfuerzo es individual, pero el resultado es un bien público, obtiene el mismo beneficio
quien acude a las urnas, que el que no lo hace. En consecuencia, la racionalidad tradicional
económica no basta para explicar por qué el individuo acude a las urnas. Aun así, se sabe
por la experiencia, que hay un número importante de votantes en cada elección.
Entonces, existen otros satisfactores que motivan al individuo a votar. Estos son
satisfactores de tipo moral, filantrópico e ideológico, que hacen parte de otra dimensión de
realización humana. Entre otros factores, se ha identificado el interés en la preservación y
progreso de instituciones democráticas, la pertenencia a grupos ideológicos, políticos o de
opinión en temas específicos (el aborto, el racismo, la inclusión de opciones sexuales
diferentes, nacionalismo, etc.), el prestigio, el respeto, la amistad.
Ahora bien, es de aclarar que un comportamiento racional no excluye el altruismo.
Desde este punto de vista, se acepta que los satisfactores no son sólo de carácter
económico, sino también moral. En tal sentido, Olson (1985), siguiendo a Morgolis
3 Como el esfuerzo es individual y el resultado aplica a toda la sociedad, el comportamiento racional del individuo consiste en dejar que los demás hagan el esfuerzo,
garantizando así, el mayor beneficio con el menor gasto.
2
(1982), muestra dos tipos de altruismo racional; el primero, reconoce que existe cierta
satisfacción en obtener resultados visibles que benefician a “los demás”. No obstante, es
claro que el resultado del esfuerzo individual es exiguo en relación con el bien público
perseguido cuando el grupo social es grande. En tal caso, un solo votante no puede
tampoco ser determinante, haciendo poco probable que el resultado esperado en términos
del bien público, compense el sacrificio del ocio de este tipo de votante altruista.
Con el segundo tipo de altruismo, el individuo ya no obtiene satisfacción de los
resultados esperados que benefician a los demás, “…sino de los sacrificios que él realice en
beneficio de otros. En tal caso, cada dólar de consumo personal que se sacrifica puede
conllevar una significativa contrapartida en satisfacción moral, y pierde toda relevancia el
hecho de que los sacrificios personales considerables provoquen un cambio escaso o
incluso imperceptible en el nivel del bien público conseguido…”4 En el caso del votante,
este tipo de comportamiento se concreta en la satisfacción de cumplir con un deber, dada
cierta “conciencia política”.
De otra parte está el “incentivo selectivo negativo” (Olson, 1985), que consiste en el
castigo o sanción por no participar en el suministro del bien público. Este enfoque
reconoce que el fracaso en las urnas de una propuesta política que el votante considera
favorable a sus intereses, a los intereses colectivos, y es válida desde el punto de vista
moral y ético, le acarrearía en lo económico y en lo moral, una sanción en términos de
insatisfacción perceptible durante un período prolongado, que puede ir más allá de la
vigencia de la propuesta política ganadora inconveniente. En consecuencia, estos
resultados adversos generan insatisfacción moral al votante potencial que no contribuyó al
triunfo de la propuesta favorable…”cargas de conciencia”. Para evitar esta “desutilidad”
prolongada, el votante prefiere sacrificar su ocio y acudir a las urnas, aún a pesar de tener
plena conciencia de que su aporte no modificaría de manera perceptible el resultado final de
la votación.
Visto lo anterior, es claro que el precio del voto en su mercado natural involucra
satisfacciones y motivaciones de carácter moral, por lo que no es descabellado pensar que
su oferta depende, principalmente, del nivel de conciencia política5 de los individuos, que a
su vez, está determinada por el nivel de educación, por el entorno moral social y por la
experiencia política acumulada por la sociedad a lo largo de décadas. La actitud racional
del votante consiste en comparar estos satisfactores de tipo económico y moral, con el
sacrificio del ocio el día de las elecciones, de forma similar como lo hace el trabajador
potencial frente a la renta salarial.
4 Tomado de Olson, M., Auge y Decadencia de las Naciones, Ariel, Barcelona, 1985, pp. 34-35.
5 CONCIENCIA POLÍTICA: Es el resultado del procesamiento de información de segundo orden (o sea, que resume y sintetiza información de primer orden) para armar una visión de
conjunto de la situación global, para su análisis y toma de decisiones. Un sistema que carece de esa conciencia política no tiene control completo de sus actos, su margen de
incertidumbre es alto y por consiguiente es elevada la posibilidad de cometer errores. (Tomado de http://www.eumed.net/diccionario/definicion.php?dic=3&def=215)
3
Complementariamente, el nivel de ingreso per-cápita y la distribución de la renta
operan en el sentido de determinar la importancia de los factores económicos en la decisión
de votar. Céteris páribus, estos factores aportan condiciones que inciden en la
preponderancia de los argumentos morales en el precio del voto, en relación con las
motivaciones de subsistencia o satisfacción de necesidades vitales o apremiantes.
Vistas las motivaciones que llaman al individuo a las urnas, es claro que la falta de
tales condiciones no genera la atracción suficiente al votante y, por ende, constituye un
caldo de cultivo para el surgimiento e impulso de un mercado paralelo. Escaso nivel de
educación promedio de la sociedad, escaso nivel promedio de moralidad, un cúmulo de
experiencias frustrantes por promesas electorales incumplidas, bajo nivel de ingreso per
cápita y distribución inequitativa de la renta, son factores determinantes para alejar al
individuo de su deber y derecho de opinión, en relación con los destinos del conglomerado
al que pertenece.
Ahora bien, ¿por qué existen individuos que deciden ser candidatos y demandar
votos; es decir, reclamar el apoyo y la opinión favorable de la sociedad? La demanda de
votos en el mercado político natural está determinada también de manera racional, sin que
ello excluya objetivos filantrópicos. El candidato y su grupo representado, sopesan el
rendimiento económico esperado en la implementación de la propuesta; pero también es
probable que opere una motivación hedonista de protagonismo histórico, y la valoración
del “rendimiento moral” por la implementación del programa de gobierno; esto es, la
satisfacción de “procurar el bien común”. La motivación moral tiene connotaciones
filantrópicas, como en el caso del oferente de votos. Así las cosas, aquí se rescata la
dimensión filantrópica del ser humano como fuente de satisfacción; enfoque proscrito por
siglos de la literatura económica.
El candidato sopesa las diferentes perspectivas de satisfacción frente al costo de
convencer al votante e implementar las promesas de campaña. La preeminencia de cierto
tipo de satisfactores, determina la naturaleza del candidato y la intención de su propuesta
política. El mayor peso de motivaciones morales o filantrópicas, en términos generales,
aleja al candidato de las prácticas clientelistas y de la corrupción en el ejercicio de la
política.
Adicionalmente, es claro que la demanda agregada de votos está conformada por la
suma de demandas de los candidatos individuales, por lo que el número de candidatos en
disputa es determinante; pero también lo es el presupuesto asignado para las campañas de
convencimiento al elector.
4
Nótese que el mercado político natural involucra bienes públicos, desde el punto de
vista de lo que ofrece el candidato y persigue el elector; pero el voto es ciertamente, un bien
privado6
Es claro entonces, que quien vende su voto en el mercado negro, inicialmente
decidió no ofrecerlo en su mercado natural; decidió no opinar. Entonces, la oferta de votos
en el mercado negro está determinada, en parte, por la abstención del mercado natural.
Pero no todo el que se abstiene de votar por las motivaciones del mercado natural, es
automáticamente un oferente de votos en el mercado negro; existe también la abstención
como rechazo a las opciones en contienda, a la institución electoral, o incluso, al sistema
político imperante, principalmente en aquellos casos de repetidas frustraciones por
promesas electorales incumplidas.
Ahora bien, no se puede negar tampoco que la combinación específica de
circunstancias determina los obstáculos a la compra y venta de votos en el mercado negro.
Así por ejemplo, el bajo promedio del nivel de educación, no necesariamente conduce a la
venta del voto en el mercado negro, si se presenta en entornos culturales que implican
valores éticos fuertes, o en condiciones de distribución equitativa de la renta. De la misma
forma, buen nivel de ingreso per cápita, tampoco es garantía de que los individuos no
acudan a la venta de su voto en el mercado negro, si esta condición está acompañada de una
inequitativa distribución del ingreso y un entorno cultural permeable a las prácticas
corruptas. Es claro, entonces, que la combinación de condiciones que alejan al votante del
mercado natural del voto, es la que determina qué proporción de la abstención en ese
mercado natural se convertirá en oferta en el mercado negro del voto; pero definitivamente,
cuanto mayor abstención, mayor será la oferta de votos por prebendas o por dinero.
Otro determinante de la oferta de votos en el mercado negro es el riesgo a ser
atrapado en esa práctica ilegal, que se traduce en una prima que se cobra sobre el precio en
dicho mercado. Cuanta mayor probabilidad de ser atrapado exista, mayor será el precio
exigido y menor será la oferta de votos en ese mercado paralelo.
Por su parte, la demanda de votos en el mercado negro, además de las motivaciones
corrientes observadas en los candidatos ya referidas antes, está también determinada por la
relación entre el riesgo a perder las elecciones y el riesgo a ser atrapado comprando votos
en ese mercado ilegal. Una tendencia previsible es que aquellos candidatos con menores
argumentos y capacidades de gobierno, sean los que encuentren necesario acudir al
mercado ilegal del voto. Como caso excepcional, no puede descontarse la situación en la
6 BIEN PÚBLICO: Desde el punto de vista jurídico, alude a los bienes pertenecientes al Estado y cuyo uso corresponde a todos los habitantes. Desde el punto de vista
económico, es un bien o servicio que todas las personas consumen de manera simultánea, aun cuando no paguen por él; es un bien que está disponible a todos (bien
no exclusivo) y del cual el uso por una persona no substrae del uso por otros (bien no rival). (Parkin, 2010). Aquí se interpreta que tanto el programa de gobierno, las
instituciones y todo lo que ofrece el candidato es para todos los ciudadanos y su disponibilidad no se agota por el consumo que alguien haga de esos bienes y servicios.
El voto se considera un “bien común”, porque aun cuando cualquiera que desee lanzarse como candidato puede hacerlo y acceder al voto, una vez alguno lo logra, ese
voto ya no está disponible para los demás.
5
que un candidato con capacidad y programa de gobierno adecuado, que encuentre
satisfacción en procurar el bien colectivo, decida acudir al mercado negro, argumentando
que “el fin justifica los medios”.
Los sistemas políticos sostenidos por el mercado negro del voto, generan su propia
dinámica de permanencia, mediante el mecanismos de “roscas”, o círculos cerrados, que
convierten a las relaciones clientelistas en costumbres, o “instituciones informales”
(Auyero y Benzecry, 2015).
Ahora bien, de manera estructural, se genera el “círculo perverso” de mutua
determinación entre prácticas corruptas de campaña, resultados electorales adversos y
pésima gestión de gobierno. Las malas alternativas políticas que logran el poder por la
compra de votos en el mercado negro, hacen que el elector experimente las peores
frustraciones políticas, reduzca su confianza en el sistema electoral y en las promesas de los
candidatos, y se aleje del mercado político natural. A medida que el elector es alejado de
las urnas para ejercer su derecho a opinar, mayor es la proporción de votantes en el
mercado negro del voto y más probable será que ese tipo de votantes decida acerca de los
destinos de todos. La frustración del elector, abarata el voto en el mercado negro. La
proporción de votos comprados es la que determina, finalmente, la posibilidad de señalar
un sistema político como democrático, o sólo como “aparentemente democrático”.
De igual forma, esos sistemas políticos basados en el dinero y las prebendas, de
manera consciente o por sus características esenciales, tienden a evitar el acceso
generalizado a la educación, enseñan experiencias de corrupción e inmoralidad exitosas
(impunidad), propenden por la concentración del producto social, y procuran que la
mayoría de la población tenga ingresos inestables. Todo esto nutre el mercado negro del
voto y facilita la derrota reiterada de los que persisten en ofrecer programas que signifiquen
estabilidad y calidad institucional, lo mismo que mayor equidad y bienestar social.
Nótese, sin embargo, que el mercado está cimentado en la “libertad” del votante
para ofrecer su voto. Quien valora más su ocio que ir a votar, hace que el tamaño relativo
de votos requeridos por candidato, se reduzca. Al requerir menos votos para vencer a los
contrincantes con las mejores propuestas, menor erogación hará el candidato mediocre para
comprar los votos necesarios para vencer a las ideas. El programa mediocre y el sistema de
prebendas no son partidarios del voto obligatorio.
Dicho de otra forma, la obligación de votar y la eventual sanción por su
incumplimiento, elevan la retribución al elector en la forma adicional de evitar la
desutilidad de la sanción. En consecuencia, habrá menos individuos que prefieran el ocio
y, por consiguiente, más votos para las mejores propuestas. De esta forma, caería la
abstención que nutre el mercado negro, elevando el precio paralelo del voto. La mayor
afluencia de votantes hacia ofertas programáticas interesantes, hará que sea necesario
6
comprar más votos para poder vencerlas. El voto obligatorio puede, incluso, elevar a tal
punto el precio paralelo, que haga económicamente inviable su compra por dinero o
prebendas. Es por lo anterior, que un sistema político basado y sostenido por el dinero o la
prebenda, jamás querrá (salvo por equivocación) que se establezca la obligación de votar.
En tales condiciones, las alternativas de ruptura del círculo vicioso del sistema de
prebendas y mercado negro del voto, consisten en un choque externo, tal como el
surgimiento de amplios movimientos que conduzcan a las mayorías a cambiar escalas de
valores, o una fisura del sistema mediante la construcción de liderazgos en individuos que
puedan tomar decisiones que desestimulen la permanencia del mercado paralelo del voto.
Identificados los elementos que sostienen el sistema de prebendas, es claro que uno
de sus peores enemigos es el desarrollo económico y el mejoramiento efectivo de las
condiciones de vida de la mayoría de la población. Con esto no se pretende afirmar que el
clientelismo no existe en países desarrollados; sin embargo, es poco probable que, en
condiciones de equidad distributiva del ingreso, las prácticas clientelistas determinen el
resultado electoral en esos países.
En los países en desarrollo, el círculo perverso de prácticas clientelistas, malos
gobiernos, mayor pobreza y bajos niveles de educación, genera condiciones de retraso en el
ritmo de desarrollo, postergando el alcance de las condiciones que hacen inviable o inocuo
el sistema de prebendas. No obstante, de lo anterior no se concluye que dicho sistema sea
estable en el largo plazo; el círculo perverso que lleva a la miseria crónica conduce, en
ciertos casos, a estallidos sociales. Ejemplos hay.
BIBLIOGRAFÍA
AIDT, Toke S. y Jensen, Peter S. 2011. From Open to Secret Ballot: Vote Buying and
Modernization. University of Cambridge [en línea]. http://www.econ.cam.ac.uk/dae/repec/cam/pdf/cwpe1221.pdf, [citado en 29 de julio de 2015].
AUYERO y Benzecry. The Practical Logic of Clientelist Domination [en línea].
https://www.academia.edu/13103974/, [citado en 29 de julio de 2015].
DOWNS, Anthony. An Economic Theory of Democracy. Journal of Political
Economy. Vol. 65, No. 2 (Apr., 1957), pp. 135-150. Boston. The University of
Chicago Press [en línea] http://www.jstor.org/stable/1827369?seq=1#page_scan_tab_contents, [citado en 29 de julio de 2015].
MORGOLIS, Howard. Selfishness, Altruism and Rationality. Cambridge: At the
University Press (1982). Citado por Olson, Mancur. La Lógica de la Acción
Colectiva: bienes públicos y la teoría de grupos. Limusa – Noriega Ed., 1985, pp.
32-55
OLSON, Mancur. La Lógica de la Acción Colectiva: bienes públicos y la teoría de grupos.
Limusa – Noriega Ed., 1985, pp. 32-55
ROBINSON, James A. y Verdier, Thierry. The Political Economy of Clientelism. Scand. J.
of Economics 115(2), 260–291, 2013. DOI: 10.1111/j.1467-9442.2013.12010.
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