CAMINANDO Caminando por las calles de San Joaquín he vuelto a descubrir el rostro de personas que rodearon mi niñez, son otros y son los mismos. Rostros que en cada línea esculpida expresan con sencillez las infinitas ganas de vivir, las ansiosas ganas de construir, las ganas apasionadas de amar. Rostros que, en cada pliegue, expresan con sencillez el fracaso de un sueño ya olvidado, la alegría de un saludo afectuoso, las ganas de ponerse de pie y continuar. Expresan con sencillez un tono de voz ya olvidado por los nuevos sonidos de la ciudad. Caminando por las calles de San Joaquín he vuelto a vivir, sintiendo el latido de la sangre cuando acaricio el sol, con los mismos latidos que mis recuerdos guardan desde la niñez, que mi memoria aun se permite recordar. He vuelto a recorrer calles surcadas por murallas de ladrillos, veredas zigzagueantes de caminar lento, ferias, las muchas ferias que tenemos, las nuevas avenidas, las viejas calles, la comuna gris, la comuna multicolor, la presencia de aromas revestidos, la presencia del amargo olor, el ruido fuerte de sus latidos, el ruido apagado de un viejo dolor. Caminando por las calles de San Joaquín he vuelto a soñar despierto, con sueños ya olvidados por el cansancio. A creer que se puede vivir en comunidad, a crear organizaciones con los demás, a entrelazar mis manos con los otros, a convivir en la construcción de una vida un poco mejor o, a lo menos, simplemente a aspirar a la mantención de una vida sin un dictador. Caminando por las calles de San Joaquín he corrido jadeando la inmovilidad de otros para alcanzar lo que quiero, he descansado bajo el árbol de la histeria ajena para disfrutar lo vivido. Caminando por las calles de San Joaquín reconozco la mirada del dirigente social dispuesto a ayudar y seguir ayudando a pesar de recorrer un camino solitario; reconozco al joven participativo en la capilla, en el templo, en la parroquia, en la emergente agrupación juvenil, plasmando nuevos sueños, escuchando melodías que nos cuestan tolerar; reconozco al dirigente deportivo presente en cada cancha de la comuna, en cada reunión, en cada apoyo a sus jugadores; reconozco al adulto mayor encerrado en las frías paredes de su hogar cargando con una vida de pesadillas o respirando en su nuevo club, tratando de forjar nuevos destinos, estirando sus dedos con mayor vitalidad; reconozco al artista y al artesano creando cultura desde la muralla, con colores de tierra que hablan del ayer, desde el centro cultural, desde la tocata, desde sí mismo, construyendo libros con sus propias manos; finalmente, reconozco a la mujer trabajadora, la mujer estudiante, la mujer luchadora. Caminando por las calles de San Joaquín vuelvo a rencontrar la compleja y maravillosa naturaleza humana, las virtudes de un pueblo consciente como, así mismo, cada uno de sus defectos; la fraternidad junto con el quiebre de la organización; la solidaridad acompañada de la indiferencia; el bendito amor al prójimo con la eterna odiosidad en el reclamar. Encuentro el hogar cálido y seguro frente a la calle arrebatada; encuentro la plaza con nuevos juegos y con los mismos ángeles jugando frente a la casa oscura y golpeadora. Me encuentro en cada esquina con Dios y su desfigurado rostro humano, me encuentro con las huestes del demonio entregando la pasta base en la mano del nuevo matón del sector. Entre sus casas recorro Las Leguas – pues son tres -, la MadecoMademsa, El Pinar, el sector de La Castrina, la Villa Cervantes, la Germán Riesco y tantos barrios, poblaciones y lugares que todavía guardan trozos de mí. Duermo, para seguir soñando, me despierto para no desconectarme de la realidad, vuelvo a soñar - ya sonámbulo - para continuar con el ciclo de la vida y continuar mí camino trazado por las calles de San Joaquín. Leonel Sánchez Jorquera