R95. 038-39. ReflexiŠn

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¿Qué virtudes son especialmente necesarias para dirigir una empresa familiar?
Los ocho valores
del buen líder
Si en todas las empresas es necesaria la actuación ética de sus directivos, la responsabilidad de los
gestores de una empresa familiar es mayor, porque de sus acciones y decisiones dependerá la
supervivencia de la empresa.
Hace algunas semanas pronuncié una conferencia ante un
grupo de empresarios y directivos. Les hablé de las virtudes
necesarias para liderar una empresa familiar. Destaqué ocho
valores que pienso debería cultivar todo directivo, pero que se
me antoja que en la empresa familiar son más fundamentales,
por dos motivos: primero, porque en la empresa familiar los
lazos de sangre diluyen muchas fronteras entre el poder-la familia-el trabajo… en segundo lugar, por experiencia: de su ejercicio
depende la supervivencia.
La humildad. ¡Qué difícil es evitar la tentación de aceptar la alabanza y la autocomplacencia que tienden a generar sordera, autismo y mesianismo en quienes ostentan el poder! Las formas en que
la exaltación del yo se manifiesta son muchas. El paternalismo que
busca reconocimiento y general dependencia; el narcisismo o complacencia, incluso jactancia de las propias cualidades; la vanidad,
exaltación infundada o al menos desmesurada del yo, que busca el
halago; o la megalomanía, delirios de grandeza que buscan el éxito
por encima de todo.
Los clásicos definían las virtudes como los hábitos o disposiciones estables del carácter que disponen al bien y denotan plenitud humana. La virtud se encuentra en el punto medio entre dos
extremos: excesivo, uno, y deficitario, el otro. Dice Aristóteles en
su “Ética a Nicómaco”: «La virtud está en el medio». La valentía,
por ejemplo, es la virtud contraria a la temeridad (exceso) y a la
cobardía (defecto). ¿Qué virtudes son especialmente necesarias
en la dirección de una empresa familiar?
La humildad es la moderación en el autojuicio, la llana aceptación
de las propias cualidades y también de los defectos. Sus opuestos,
o vicios, son semilla de destrucción de la unidad y la armonía de las
relaciones humanas, lo que es doblemente importante en la
empresa familiar. Por otra parte, ser dueño genera, en este mundo,
admiración y envidia. Todos hemos visto el trato que puede recibir
“el hijo de” por algo tan casual como la filiación. Si no cuidamos
muy especialmente este extremo, en las empresas familiares corremos el riesgo de generar “monstruitos”, soberbios, que no aprecien y menos aún respeten al que no tiene.
La prudencia es el hábito de juzgar rectamente. Algunos se
refieren a ella como la sabiduría práctica. Consiste en la deliberación pausada para entender la situación, anticipando consecuencias, la elección pronta y firme, quizá contrastada por el
consejo de tercero competente e independiente, y la ejecución
oportuna en tiempo y forma. Por la especial complejidad que
añaden las relaciones familiares a una empresa, se debe saber
de los temas y, seguramente, conviene disponer de terceros
expertos y cualificados con capacidad de juzgar sabiamente al
respecto.
Son muchas las ocasiones en que actuamos imprudentemente
en la empresa familiar, porque son muchas las veces en que las
decisiones vienen mediatizadas por el vínculo de sangre. Ser prudente en la empresa familiar es difícil, porque requiere una especie de “prudencia al cubo”: como empresario, accionista,
consejero o empleado y como familiar.
En muchas ocasiones, la prudencia se debe vivir junto a otra virtud:
la discreción. No todos los temas de la empresa se pueden llevar a
casa. No es cuestión de falta de confianza, sino de sensatez. Del
mismo modo, en muchas ocasiones conviene que sea un tercero,
cualificado e independiente, el que juzgue o incluso presente una
idea. Del mismo modo ocurre en la familia, donde alguna observación o consejo paterno a un hijo resulta más eficaz si proviene del
amigo del padre que del propio padre.
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La fortaleza. La tercera virtud de particular importancia podría ser
la fortaleza, moderación entre pusilanimidad y agresividad. La fortaleza, generalmente presente en los fundadores, en forma de
espíritu emprendedor, coraje, paciencia, constancia, perseverancia,
dedicación, esfuerzo, que son sus hermanos menores, tiene algunas manifestaciones, como la magnanimidad, la mansedumbre y el
buen carácter, de difícil transmisión generacional. Sin ella, el deterioro de la empresa familiar es cosa sabida. ¡Cuántas caídas de
empresas familiares se deben a la pasividad! Ser empresario exige
fortaleza. Educar, como padre o como jefe, también lo exige. Y es
difícil hoy ser fuerte en un mundo en el que se confunde tener personalidad con ser radical y ser permisivo con ser capaz de convivir.
Educar en la fortaleza es educar en el esfuerzo y la renuncia a lo
fácil y cómodo. Yo no conozco apenas casos de personas exigentes y rectas que hayan sido denostadas. Y sí he escuchado
lamentos críticos con la pusilanimidad. “Si nos hubiera obligado...”, recriminan.
La equidad consiste en dar a cada uno lo que le corresponde,
reconociendo el derecho del otro, sin uso injusto de la capacidad
de influencia que llamamos poder. El poder de las estirpes de una
familia empresaria es grande. Y, por tanto, el riesgo de un uso abusivo debe ser objeto de continua vigilancia. La justicia, conviene
IESE OCTUBRE - DICIEMBRE 2004 / Revista de Antiguos Alumnos
Los empresarios familiares deberían prestar
especial atención a conocer todo lo posible
esos fenómenos del alma humana que nos
confunden, cuando los lazos de sangre
andan por medio, en lo referente a las
relaciones entre propiedad-poder-trabajo,
ostentación-moderación, etc.
a fondo / reflexión
recordarlo, no es dar a todos lo mismo, sino a cada uno lo que le
corresponde. Y lo que le corresponde a cada uno debe ser función
de lo que cada uno se merece y necesita. No sería justo, por ejemplo, que todos los herederos reciban la misma educación, que no
es lo mismo que dispongan de las mismas oportunidades. También
cabe preguntarse si todos han de recibir la misma cuota patrimonial y tener los mismos derechos y obligaciones. No hay evidencia
de que ésta sea una regla de equidad, por el contrario, puede ser
injusta.
La amistad, como virtud opuesta al egoísmo. La amistad es el
sacrificio del propio interés legítimo por el bien del amigo. Amistad
es tolerancia, comprensión, capacidad de perdón... Egoísmo es
anteponer el propio bien no necesario a la mejor conveniencia del
otro. Y también el egoísmo tiene múltiples manifestaciones: en la
envidia, el juicio temerario, la acusación infundada, la crítica negativa... que desembocan en aversión, rencor e incluso odio y cólera,
o deseo de venganza en forma de riñas, rivalidades y contiendas.
Es el final de la convivencia. Rota la unidad, nada se puede hacer.
El desprendimiento. El consumismo suele ser otra trampa para
las empresas. El afán de lucro es un motor natural para emprender.
Pero ha de ser mesurado para que no desemboque en codicia, que
es desorden en el deseo de riqueza, siempre fuente de graves conflictos. El desprendimiento es la virtud que despega a uno de los
bienes materiales y facilita la austeridad, que es moderación en el
gasto y que no es tacañería o falta de generosidad en lo necesario.
El consumismo lleva al despilfarro o gasto en cosas inútiles, la
ostentación para hacerse ver, la prodigalidad o gasto innecesario y
tantas otras fuertes desgracias familiares a las que invita la riqueza
material. No vamos a ponernos tragicómicos con la “desgracia” de
ser más o menos afortunados. Sería una falsedad hipócrita. Hay
que dar gracias a Dios o a quien uno quiera agradecer la fortuna.
Pero las mejores formas de dar gracias y reconocer lo inmerecido
son la austeridad y el desprendimiento. No es cuestión de renunciar a los bienes materiales, sino de renunciar a lo innecesario...
¿Cómo van a reaccionar descendientes y empleados si nosotros
mismos no somos templados?
En una empresa familiar sana debería estar perseguida la murmuración, que no la crítica abierta y sana. En una empresa familiar
deberían desterrarse el juicio temerario y la acusación infundada.
Una empresa familiar no puede llenarse de envidias, rencores...
Para conseguirlo, no hay más receta que el ejemplo personal, que
es exigente en cortar valientemente la maledicencia, aunque a
veces sea divertida... Es un auténtico ejercicio de generosidad y
amistad.
La diligencia. Laboriosidad y diligencia, frente a la pereza, son virtudes esenciales en la empresa familiar. Existen múltiples manifestaciones de pereza. Pereza es la falta de intensidad y atención en el
trabajo, la superficialidad, el desinterés en la formación, la despreocupación, la impuntualidad, el incumplimiento de plazos, el descuido en el acabado... y la pereza, ya lo decían nuestros mayores, es
la “madre de todos los vicios”. Una forma de decir. Pero no demasiado disparatada... La dejadez, la permisividad en la búsqueda de
la perfección se encuentra en la raíz de muchos fracasos educativos, y la empresa familiar es una gran escuela de formación de personalidades recias y con carácter. Pero aquí cabe hacer la
observación de que no es ser diligente el no darse el necesario
descanso, en la forma conveniente. A veces, seguir trabajando y
dejar de atender las otras obligaciones que uno tiene para con
los demás y para consigo mismo es pura dejadez, desidia,
pereza...
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La veracidad es la comunicación leal. Responsabilidad ante la
palabra dada y el compromiso adquirido. Ser veraz no es decir
todo a cualquier persona, sin motivo suficiente. Esto es insensatez.
Verdad es decir lo debido en función de la persona y las circunstancias. Y mentir es falsear la verdad, velar la información a la que el
otro tiene derecho, con objeto de obtener una ventaja no merecida. La mentira tiene muchos grados y tipos, como la indebida ocultación, el indebido disimulo, incluso la ironía y la adulación. Sin
verdad es imposible convivir, siendo la convivencia algo esencial a
la naturaleza humana, que es social.
Todos tenemos muchos defectos, y algunos particularmente
arduos de erradicar. Como suma de personas, las empresas son,
por tanto, comunidades de defectos y virtudes que debidamente liderados producen un gran efecto social. En las empresas
familiares, la necesidad de unidad y armonía se traduce en un
gran nivel de exigencia ética y moral, una exigencia superior
porque, en algún sentido, el privilegio de pertenecer a una
empresa familiar también lo es.
Juan Carlos Vázquez-Dodero
Profesor Ordinario, IESE
Contabilidad y Control y Ética Empresarial
[email protected]
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