Las utopías de crisis: populismos y revoluciones (extracto) Jean-Marie Lemogodeuc, Rubén Bareiro Saguier, François Delprat, Jean Franco, Néstor Ponce. 2002 En los siglos XIX y XX las grandes corrientes de pensamiento generaron una aspiración a la modernidad que toma cuerpo en sistemas como el liberalismo, el socialismo y el marxismo. Sin embargo, estas doctrinas suscitaban ideales difíciles de satisfacer, y las frustraciones así engendradas buscaban una respuesta que estuviera a la altura de la esperanza inicialmente liberada. Esta respuesta tenía como objeto trascender lo racional, hacer posible lo imposible mediante la invención de nuevas estructuras sociopolíticas. Populismos y revoluciones eran utopías de crisis nacidas durante el siglo XX en América Latina, como verdaderos derivativos vividos con pasión por toda una colectividad convertida en actor de su propio destino, por primera vez en el continente. Las raíces de la crisis solían hallarse en el profundo desequilibrio que afectaba a la población rural. Víctimas de un latifundismo generador de desórdenes e injusticias y que, paradójicamente, se veía reforzado después de las independencias, los pequeños campesinos estaban disponibles para participar en cualquier iniciativa restauradora de sus derechos más elementales. Así, la inmensa mayoría de las revoluciones populares y de los movimientos nacionalistas latinoamericanos se asentaron en esas bases rurales, mientras que las ciudades nunca jugaban el papel motor que han tenido en otras partes del mundo. En México, Cuba, Perú, Nicaragua, fue el agrarismo lo que alimentó las hogueras de la revuelta y de la mitología revolucionaria. Esas utopías de crisis que son los populismos racionalistas y los movimientos revolucionarios, respondían a la necesidad de frenar la desintegración progresiva de una sociedad tradicional que constituía la urdimbre del tejido nacional. En ellas subyace a menudo un discurso milenarista1 correspondiente a la respuesta de un pueblo que trata de resistir a su situación de dependencia mediante la preservación de sus intereses y su identidad. El mesianismo, producto del mestizaje interreligioso entre las creencias prehispánicas y cristianas, es una forma particular del movimiento milenarista. Lo que asegura la unidad del grupo es la fe colectiva, la esperanza de un retorno a la paz y prosperidad, y también la perspectiva de la victoria contra la opresión. No obstante, necesita un jefe carismático que sintetice las tendencias virtuales del colectivo, un "mesías" capaz de canalizar la fuerza potencial del pueblo, y de pasar a la acción anunciando el fin de todas las alienaciones padecidas. En la historia del subcontinente americano, esto fue sobre todo el caso de Pancho Villa, Emiliano Zapata, Lázaro Cárdenas, Ernesto "Che" Guevara, Fidel Castro, Juan Perón, Juan Velasco Alvarado, Hugo Blanco, Hugo Neira, Camilo Torres, Abimael Guzmán, y muchos otros dirigentes no tan conocidos. Sin embargo, las ideologías vehiculadas por estas personalidades carismáticas son sumamente diversas y abarcan un campo muy grande que va del maoísmo y el trotskismo (Guzmán) al movimiento "justicialista" (Perón). Las utopías propuestas por los movimientos populistas y revolucionarios subyacentes tienen por finalidad responder a una situación y una historia nacional específicas, y suelen reforzar las estructuras de la unidad nacional amenazadas por el imperialismo norteamericano, el resquebrajamiento del Estado y la desintegración social. 1 Movimiento o sistema de pensamiento que, en espera de una redención colectiva, pone en tela de juicio el orden social y político existente, considerado como decadente y pervertido. 1 Fue poco después de la Conquista cuando empezó a darse la necesidad de una defensa entre la población indígena de tradición campesina. Esta defensa provocó una serie de respuestas que en aquella época, al no poder ser políticas y organizadas, fueron míticas. Estas respuestas2 tuvieron como efecto el mantener a los vencidos en el seno de la Historia de la que se les quería excluir y desembocaron entonces en la invención de otra visión de la Historia, que incluía a los mestizos. Así pues, antes de ser militar o política, la resistencia primero fue cultural. El mesianismo y el milenarismo dan cuenta de este largo proceso de defensa, emprendido por la población indígena al día siguiente de la Conquista y que, según la utopía que desarrollan, sólo se acabará después de una conmoción que restablecerá la "normalidad". Sin embargo, y ésa es la meta de los movimientos indigenistas que se han desarrollado en estos últimos años, es indispensable dominar la cultura mítica, que debe ser continuamente reactivada y confrontada con la Historia. Si no se proyecta en la Historia, el mito puede hacerse retrógrado y reaccionario. Esta misión de confrontación del pasado con el presente es la que cumplen los dirigentes intelectuales o no- provenientes más bien de la ciudad y la cultura urbana. La búsqueda utopista que llevan a cabo, ya sea mediante la violencia revolucionaria, ya sea mediante concesiones populistas, aspira a acelerar y asegurar el proceso de transformaciones para restablecer la justicia social. En el siglo XX, en Latinoamérica las utopías de crisis se han manifestado en formas y grados diversos, pues no todas revisten un carácter sistemático y colectivo. Así, ciertas crisis políticas nacionales sólo atañen a un grupo limitado de militares o de políticos que, por lo demás, pueden representar tal o cual tendencia, tal o cual sector de la vida del país. Se trata de los tradicionales golpes de Estado, en los que no siempre pueden controlarse las consecuencias ulteriores y su concatenación. Un segundo ejemplo de respuesta a la crisis es la sublevación popular, sectorial y localizada, que en las zonas rurales a menudo toma la forma de una poblada, pero que también puede darse en el medio obrero urbano, y -cada vez más- en la clase media que ha emergido rápidamente desde la segunda guerra mundial. Por último, muchas veces la revolución resulta ser el desenlace de las crisis larvadas, repetitivas y endémicas que hipotecan el equilibrio político y el desarrollo económico, y empujan a las masas populares hacia la exasperación. En América Latina las revoluciones se centraron esencialmente en el presente, pues tenían como meta esencial reconstruir la nación y ampliar el campo de la participación política y social. Analizando los fundamentos, el tenor y los proyectos de los movimientos revolucionarios que desembocaron en la toma del poder, se verá que suelen conjugar el compromiso de una vanguardia revolucionaria, formada por representantes de una élite intelectual portadora de una ideología si no igualitaria al menos de justicia social, y una fuerte reivindicación popular, latente o manifiesta. No obstante, en un país subdesarrollado, la acción de clase sólo puede ser débil y la conciencia política de los pueblos en su mayor parte analfabetas, muy restringida. En consecuencia, los dirigentes revolucionarios fueron los que tuvieron que capitalizar las fuerzas virtuales de la subversión. Posteriormente, la caída de las dictaduras del Cono Sur y la sorprendente eclosión de una sociedad civil condujeron hacia una democratización prácticamente generalizada en los países latinoamericanos. Este fenómeno, combinado con el Por ejemplo, puede citarse el mito sincrético posthispánico de lnkarri, descubierto en 1957 en los Andes peruanos, según el cual el cuerpo del inca Atahualpa, decapitado por los españoles, está reconstituyéndose bajo tierra. Pronto reaparecerá para liberar a su pueblo de la dominación. En este mito, el paso progresivo del no ser al ser queda entonces representado por la reconstitución del cuerpo del inca bajo tierra. Es una característica fundamental de todo héroe mesiánico que sólo puede encarnar a la dinámica de un pueblo y de una historia en devenir. 2 2 mantenimiento de los problemas fundamentales del continente: demografía galopante, inadecuación de las estructuras agrarias, marginalidad y desigualdad sociales, aculturación, deuda externa, planteaba ahora más que nunca la cuestión del cambio y la alternancia política. Esta evolución del contexto histórico volvió a poner en el tapete, de modo paradójico, unos partidos de izquierda ahora totalmente inoperantes y obsoletos desde la Revolución cubana y el surgimiento de la teoría foquista, de inspiración guevarista. En lo ideológico, estos partidos todavía seguían, inspirándose en las experiencias populistas o de centro-izquierda surgidas tras la crisis internacional de 1929: los ejemplos de Cárdenas en México, Getulio Vargas en Brasil, Perón en Argentina, Salvador Allende en Chile, Haya de la Torre en el Perú, constituyen un precedente histórico indiscutible. Paradójicamente, pese a una presencia casi permanente en el escenario político durante el siglo XX, la izquierda latinoamericana casi nunca accedió al poder y, en el mejor de los casos, no ha sabido conservarlo. Aunque haya jugado el papel de despertador de conciencias y de escudo contra las dictaduras de todo tipo, fracasó en sus diversos intentos de cambiar a la sociedad en profundidad. (...) 3