Lecturas para el Módulo 2

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Guía de discusión para miembras de
la ANTH sobre The Age of Dignity ,
por Ai-jen Poo
LECTURAS PARA EL MÓDULO 2
Del capítulo tres, “Cuidadoras profesionales”, páginas 71-75:
Las cuidadoras de sus familiares claramente no pueden cubrir todas las necesidades de 80
millones de personas estadounidenses de setenta años de edad o más. Pero sí sabemos que
la gran mayoría de las personas estadounidenses de la tercera edad—casi un 90 porciento—
quiere quedarse en su casa la máxima cantidad de tiempo posible. Las personas con quienes
contamos para hacer esto posible son las cuidadoras profesionales, aquellas que están
haciendo lo que la Dra. Audrey Chun, directora de la reconocida clínica geriátrica en el Centro
Médico del Monte Sinaí, llama “el trabajo de mayor importancia para la salud y la calidad de
vida de nuestros padres y madres”. Este es el trabajo de cuidadoras profesionales como
Marlene Champion.
“Mucha gente nos mira por encima del hombro”, dice Marlene. “No piensan que esto es un
trabajo real: piensan sobre el trabajo del hogar como algo diferente. Inclusive algunas de tus
propias amistades y familiares. Una vez yo estaba en un trabajo y alguien me dijo, ‘¿Tú llamas
eso trabajo?’”.
Marlene Champion tenía diecisiete años de edad cuando aceptó su primer trabajo como
trabajadora del hogar, cuidando a tres niños en un hogar de gente adinerada en St. Michael,
Barbados, donde ella nació y se crió. “Era difícil”, ella admite, “porque yo misma todavía era
una niña y aquí me encontraba, teniendo que lavarle la ropa a otra gente y cocinar sus
comidas y cuidar a sus hijos. Fue difícil porque yo no tenía en realidad una madre o un padre
con quien hablar para aprender”.
Ella se ganaba entre $25 y $30 semanales, los cuales usaba para mantenerse a sí misma y a
su primer hijo. Cuando cumplió treinta años, Marlene agarró los ahorros que había guardado a
través de los años y se vino a Estados Unidos. Ella tenía la intención de quedarse por cinco
años, enviar a su casa algo de dinero y ahorrar, para después volver con sus propios hijos.
Al principio su experiencia en Estados Unidos fue difícil: meses sin trabajo, gastando hasta el
último centavo de sus ahorros. Finalmente, una amistad de la familia—un amigo de su
hermana de Barbados la empleó como trabajadora del hogar en Nueva York—conectó a
Marlene con una familia que necesitaba que alguien cuidara a su padre, un pediatra retirado
que se había recuperado recientemente de una cirugía en la cadera. Su nombre era el Dr.
Morris Steiner. Por algún tiempo, su cuidadora había sido una mujer de Bélgica que no
1 hablaba inglés y que lo alimentaba con cuchara, trayéndole los alimentos en bandeja. En
cama, mirando fuera de la ventana o viendo televisión, Steiner estaba empeorando, no
mejorando.
“Mi primer día, la familia me dijo qué estaba ocurriendo y le pregunté a él, ‘¿Usted puede
caminar?’. Cuando me dijo que sí, le dije que desde ese día en adelante tendría que tomar
sus comidas en el comedor. La asistente previa solía traerle todo en una bandeja y lo sentaba
a comer como si él no se pudiera alimentarse a sí mismo. Cuando tú haces eso, estás
manteniendo a la gente en una posición como si no pudiera hacer las cosas por sí misma. Le
hice el almuerzo y lo puse en la mesa, y desde ese día hice que viniera a la mesa. El hijo y la
nuera del Dr. Steiner se miraron entre sí, como si hubieran decidido en ese momento: ‘Okey,
ella es la que es’.
“Entonces empecé a trabajar con él para traerlo de vuelta. La casa tenía tres pisos y él había
estado quedándose en el segundo piso. No bajaba las escaleras porque tenía problemas de la
cadera. Le habían operado la cadera y había sufrido mucho dolor. Lo persuadí y lo persuadí y
lo persuadí hasta que logré que bajara las escaleras. Le pedí que me enseñara la oficina
donde solía trabajar.
“Entonces intenté convencerlo de que saliera de la casa conmigo pero él no quería. Él tenía
miedo. Había estado viendo televisión y viendo toda la violencia en las noticias. Después de
meses de persuasión, conseguí que saliera por la puerta. Entonces tuve que convencerlo de
nuevo para que llegara hasta la veranda. Me decía, ‘En dos minutos, volvemos adentro’.
Conseguí que sentara allí afuera. Entonces conseguí que llegara a darle la vuelta a la cuadra
en su silla de ruedas. Él comenzó a asistir a bodas y bar mitzvahs y otras reuniones familiares
siempre que lo acompañara yo. Había estado encerrado en la casa por seis o siete años”.
Mucha de la extraordinaria destreza de Marlene como cuidadora está en cómo se comunica.
“¿Usted necesita ayuda?” es como ella aborda las situaciones, dándole a la gente la opción
de ayudarse a sí misma primero, para que haga las cosas en sus propios términos. “No me
quiten mi independencia”, Steiner siempre le dijo a ella, y Marlene estuvo feliz de escucharle
decir eso. A menudo, Marlene dice, la gente habla con adultos mayores y adultos con
discapacidades—y con niños—como si dudara de su capacidad. Marlene trata a todo el
mundo, sin importar edad o capacidad, como si cada persona fuera un todo, igual y a la vez
única. La forma en que se conecta con otras personas rápidamente desarrolla confianza.
“Después de un tiempo, era como si yo fuera parte de él y él parte de mí. A veces yo me
sentaba allí como a eso de las ocho en punto y me levantaba para preparar una taza de té y
se la traía. Él me preguntaba, ‘¿Cómo sabías que quería eso?’. Y yo le decía, ‘Solo lo sé’. Y el
decía, ‘Telepatía mental’.
Marlene encajaba particularmente bien con el Dr. Steiner y su familia. Las relaciones del
cuidado pueden presentar retos. Personas de la tercera edad, como todas y todos nosotros,
pueden ser difíciles, exigentes o malhumoradas. Su frustración y tristeza sobre el
envejecimiento y la muerte, así como también sus miedos a enfermarse o depender de otras
personas, a menudo se expresan con rabia, irritabilidad o ansiedad, lo cual es entendible.
Marlene dice, “Tú podrías tener a alguien con demencia. Algunas personas con demencia
2 mienten—acusándote de cosas con sus familias. Algunas familias les creen y piensan lo peor
de nosotras; algunas no. Requiere de mucha paciencia. Tanto la persona a quien estás
cuidando como la familia son parte de todo esto, porque si a ti te tratan con respeto, no hay
nada que no harías o que no intentarías hacer para que esa persona se sintiera cómoda. Es
una vía de dos sentidos”.
Marlene se quedó con el Dr. Steiner hasta el final: “Él no quería morir con nadie a su
alrededor más que yo. No quería estar en esa posición con nadie más. Nos habíamos vuelto
tan cercanos y él me amaba. Puse todo mi empeño es esto. Cuidé de ese hombre con mi
vida”.
Después de la muerte del Dr. Steiner, Marlene comenzó a proveer cuidado de niños en el alto
de Manhattan y conoció a otras niñeras que estaban involucradas con la Alianza Nacional de
Trabajadoras del Hogar. Ella se convirtió en alguien instrumental en nuestras campañas por
los derechos de las trabajadoras del hogar. En 2011, más de veinticinco años después de
haber llegado a Estados Unidos, finalmente tuvo dinero suficiente para poder visitar a su
familia en Barbados, donde viven sus cuatro hijos, nueve nietos y una bisnieta.
Páginas 90-92:
Cuidado no correspondido
Las cuidadoras profesionales trabajan dentro de nuestros hogares; el sitio de nuestras más
íntimas experiencias es su lugar de trabajo. Ellas pasan semanas, meses y a menudo años en
esta esfera privada, cuidando de nuestras necesidades físicas y emocionales más personales.
Nada está fuera de la vista de ellas. Sin embargo, la íntima naturaleza del trabajo puede
convertirse en un verdadero reto cuando las cuidadoras buscan negociar justa compensación.
La situación es particularmente confusa para los empleadores, quienes a veces se sienten
abrumados por la pregunta: si se hace por dinero, ¿es auténtico el afecto? Si de veras tú
amas a mi familia, ¿no harás lo que sea por nosotros? Para la trabajadora, ser tratada como
“parte de la familia” idealmente se manifiesta en respeto, bonos y beneficios. Para el
empleador, “ser parte de la familia” a menudo significa favores extra y una relación sin
límites—la cuidadora tiene que estar disponible todo el tiempo. Con una trágica frecuencia, las
trabajadoras se sienten decepcionadas o frustradas porque los empleadores—y la sociedad
en general—no reconocen automáticamente el tremendo valor de su trabajo.
Por el contrario, con demasiada frecuencia, “Yo creo que algunas personas todavía piensan
que la esclavitud está bien”, Marlene Champion declara con cansancio. A cambio de los
amplios servicios para sostener la vida que proveen las cuidadoras, ellas ganan, en promedio,
menos de $10 por hora. Pocas reciben vacaciones pagas o días por enfermedad, a pesar de
la alta tasa de lesiones y agotamiento asociada con el trabajo del cuidado. La mayoría de las
trabajadoras están sujetas a despidos sin notificación previa y sin ningún tipo de
compensación.
En 2012, la Universidad de Illinois en Chicago y la Alianza Nacional de Trabajadoras del
3 Hogar publicó Home Economics (Economía doméstica), la primera encuesta nacional de
trabajadoras del hogar—niñeras y trabajadoras de la limpieza así como también cuidadoras.
Con respuestas de más de dos mil mujeres en catorce ciudades a lo largo de Estados Unidos,
el estudio encontró que casi un cuarto de las trabajadoras del hogar recibe paga por debajo
del salario mínimo, que ellas pocas veces reciben beneficios laborales y que muchas sufren
abusos y faltas de respeto en el trabajo. Más del 90 porciento de las que se encuentran con
problemas en sus trabajos con respecto a sus condiciones laborales no le presentan el asunto
a sus empleadores porque tienen miedo a ser despedidas. De hecho, casi un cuarto de las
trabajadoras del hogar encuestadas han sido despedidas de algún trabajo después de
haberse quejado por condiciones laborales inseguras. Las participantes de la encuesta
también describieron muchos casos de robo de salarios, cuando a las trabajadoras les
pagaron menos de lo acordado o no les habían pagado nada en lo absoluto.
A mí no me sorprendieron estos hallazgos porque estaban en línea con lo que escuchaba
todos los días. Yo había escuchado cientos de historias que—junto con evidencia de
anécdotas del campo—indican que las cuidadoras profesionales se enfrentan a altas tasas de
depresión a causa del aislamiento, la separación de sus familias, el estrés y la fatiga. Su
trabajo es a menudo difícil e inestable. Como resultado, las tasas de agotamiento y rotación
de personal son alarmantemente altas. Aunque no existen datos abarcadores a nivel nacional,
las historias que escucho reflejan lo que un reporte de 2007 encontró después de analizar una
serie de estudios estatales:
La encuesta de AHCA sobre hogares para personas de la tercera edad
encontró tasas de rotación laboral entre enfermeras auxiliares de más de un
76 porciento y tasas de vacancia de casi un 12 porciento. . . . Un reporte de
la Asociación Estadounidense de Personas Retiradas (AARP, por sus siglas
en inglés) cita numerosos estudios de alta vacancia y tasas de rotación de
personal entre personal paraprofesional de cuidado directo. . . . Un estudio
nacional de vivienda asistida reportó tasas anuales de rotación de personal
de cerca de un 40 porciento entre cuidadoras personales y enfermeras
auxiliares. Un estudio de Winsconsin de 2002 encontró tasas de rotación de
personal entre paraprofesionales de cuidado directo de entre un 77 porciento
y un 164 porciento en vivienda asistida, desde un 99 porciento a un 127
porciento en hogares para personas de la tercera edad y de un 25 porciento
a un 50 porciento en agencias de salud a domicilio. Un estudio de Carolina
del Norte de 2002 encontró tasas de rotación de personal para auxiliares de
un 95 porciento en hogares para personas de la tercera edad y un 37
porciento para agencias de cuidado a domicilio.
Dependiendo del estudio, hasta un cuarto de las trabajadoras que se fueron
de un trabajo de cuidado a domicilio no tomó otro trabajo en el campo del
cuidado a domicilio sino que abandonó la industria. Las trabajadoras dieron
como razones para hacerlo insatisfacción con la paga, las horas de trabajo y
los beneficios, cantidades excesivas de trabajo y falta de apoyo.
Esto me hace pensar en Diki, una cuidadora de Nepal. Diki trabajó interna para un empleador
4 que a menudo la despertaba a las dos de la mañana para exigir que le hiciera una taza de té;
quien le dio a Diki solo una alfombra en el piso de la sala para que durmiera; y quien, para
colmo, le quitó a Diki su pasaporte y lo guardó. Como trabajadora inmigrante sin estatus legal,
Diki no tenía muchas opciones en cuanto a derechos o alternativas y muy pocas posibilidades
para mejorar su situación. Si tan solo la historia de Diki fuera inusual o excepcional. Pero no lo
es.
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