www.elcaminodelelder.org Teoría del estatus basado en Ridgeway, Cecilia L. (2003), Expectation States Theory, en Handbook of Social Psychology, Kluwer Academic/Plenum Publishers Introducción Las mujeres se quejan de que cuando están en un grupo de trabajo con hombres, sus ideas son muchas veces ignoradas o son los hombres del grupo quienes se las apropian y reciben reconocimiento por ello. Los afroamericanos en Estados Unidos se quejan de que tienen que rendir el doble que los blancos para que se les de el mismo nivel de reconocimiento. Una persona con facilidad de palabra y convicción suele conseguir que sus ideas sean más escuchadas y mejor valoradas que las ideas de personas que hablan poco o con dificultades para expresarse. Las personas con trabajos más prestigiosos tienen más probabilidades de ser elegidos líderes en otros grupos en los que la actividad principal nada tiene que ver con su trabajo. Las mujeres en puestos de liderazgo tienen más dificultad que los hombres para ser legitimadas como tales, y suelen ser cuestionadas, o incluso criticadas cuando tratan de ejercer su liderazgo de una manera más directiva. A las personas que tienen un aspecto físico atractivo les resulta más fácil conseguir que sus ideas salgan adelante... Todos estos casos tienen en común el que algunos miembros de un grupo parecen tener ventajas o privilegios negados para otros. En concreto, tienen más oportunidades para intervenir, sus ideas se toman más en serio o se valoran mejor, y tienen más posibilidades de influir en otros miembros para llegar a decisiones que les favorecen. Las diferencias en participación, valoración e influencia que se dan en (casi) todo grupo son la base de una estructura emergente que se conoce tradicionalmente como la “estructura de poder y prestigio”, o más comúnmente, estructura de estatus. Para explicar los procesos que generan y mantienen tales estructuras se viene desarrollando desde hace varios años una teoría psicosocial, conocida como Teoría de los estados de expectativas (Expectation States Theory, EST), o dada su prominencia, también como Teoría del estatus. Desarrollo de la teoría Las principales contribuciones a la Teoría de los estados de expectativas provienen de Joseph Berger, quien la concibió inicialmente en los años 70 del s.XX, y de Cecilia Ridgeway, quien desde una perspectiva más sociológica lleva años tratando de explicar el origen y la influencia de las creencias culturales en los procesos de estatus, en particular en su relación con la desigualdad social. Como precedentes cabe citar los trabajos de Robert Bales, quien ya en 1950 detectó que incluso en grupos formados por gente muy afín y sin apenas estructura inicial, en pocas interacciones se creaban desigualdades que, una vez estabilizadas, tenían capacidad de influir de vuelta en posteriores interacciones. Otros trabajos de los años 50 mostraban, por ejemplo, que una vez creada la estructura de estatus, las propuestas de miembros con alto estatus eran mejor valoradas y aceptadas que las propuestas que venían de miembros de bajo estatus, o que los miembros de un grupo se presionan inconscientemente unos a otros para adecuar su nivel de participación y rendimiento a la posición que ocupan en la red de estatus. También se demostró que la estructura de estatus de un grupo con diferencias sociales significativas (sexo, etnicidad, educación, etc.) tendía a reflejar el estatus social correspondiente a dichas características sociales. La Teoría de los estados de expectativas trata de explicar la emergencia de jerarquías de estatus en el caso de grupos que aspiran colectivamente a conseguir algo, realizar una tarea determinada, cumplir unos objetivos o desarrollar una visión. No se aplica, al menos inicialmente, a grupos —1— www.elcaminodelelder.org sociales en los que los objetivos son más difusos, como un grupo de amigos. La idea de base es que el simple hecho de que los miembros de un grupo estén interesados en alcanzar unos resultados, que dependen de un esfuerzo colectivo, genera una presión entre ellos para anticipar la calidad relativa de las aportaciones de cada uno en la compleción de la tarea y poder decidir a continuación cómo actuar. Si los miembros de un grupo, por cualquier razón, prevén que una persona determinada hará mejores aportaciones al grupo que otras, en adelante seguirán más fácilmente sus propuestas y le darán más oportunidades para participar. Estas anticipaciones implícitas, normalmente inconscientes, que hacen los miembros de un grupo sobre la calidad relativa de sus aportaciones futuras en relación con la tarea u objetivos a alcanzar, se conocen como ‘estados de expectativas de rendimiento’ (performance expectation states). Una vez que estas expectativas de rendimiento se han creado, influyen en los comportamientos de las personas de una manera profética. Cuanto mayores son las expectativas que se hacen los demás sobre el rendimiento de una persona en comparación con otras, mayores posibilidades tendrá esa persona de volver a intervenir en el grupo, de hablar y que su voz sea escuchada, de sugerir ideas o propuestas, de conseguir que sus ideas sean bien recibidas o valoradas, y de influir en otros cuando existen discrepancias. Por el contrario, las personas con expectativas de rendimiento bajas, tendrán menos oportunidades para intervenir, tendrán menos espacio para hablar, sus aportaciones serán muchas veces ignoradas o escasamente valoradas, y tendrán normalmente que ceder en caso de discrepancia. De esta manera, este proceso de generación de diferentes expectativas en cuanto a la calidad y el valor de las aportaciones de los miembros de un grupo crea y mantiene una jerarquía de participación, valoración e influencia en los grupos que se conoce como estructura o jerarquía de estatus. Es importante dejar claro que la posición que una persona ocupa en la estructura de estatus de un grupo no depende de lo que esa persona haga ni de las cualidades que muestre. Finalmente, es siempre el grupo quien acuerda más o menos estatus a sus miembros en función de las expectativas de rendimiento que se hacen los demás sobre esa persona. Factores determinantes Dada la importancia de las diferentes expectativas de rendimiento en la formación de jerarquías de estatus, resulta crucial determinar qué factores sociales intervienen en la formación de tales expectativas. La Teoría de los estados de expectativas postula tres procesos diferentes: 1. Características de estatus 2. Recompensas sociales 3. Patrones de interacción y comportamiento 1. Características de estatus. Se trata de características que nos hacen diferentes a las personas, como pueden ser el sexo o la destreza informática, y sobre las que existen creencias culturales ampliamente compartidas, también conocidas como creencias de estatus, que asocian mayor valor social y competencia a una de las categorías posibles (p.ej. hombres, blancos, personas hábiles con los ordenadores) que a las otras (mujeres, gente de color, personas torpes con los ordenadores). Las características de estatus pueden ser de dos tipos: específicas o difusas. • Una característica es específica (p.ej., destreza informática) si conlleva expectativas culturales de mayor o menor competencia sólo en un rango limitado y bien definido de actividades, y por tanto sólo genera estados de expectativas de rendimiento en ese rango de actividades. Por ejemplo, una persona hábil en informática sólo gozará de mayor estatus en grupo en el que sea valioso tener conocimientos informáticos, pero ese conocimiento no le aportará ninguna ventaja en un grupo para el que la informática no tienen ninguna importancia. A diferencia de esto, —2— www.elcaminodelelder.org • una característica de estatus difusa (género, color de la piel, riqueza...) conlleva unas expectativas muy generales en relación con la competencia de una persona con dicha característica, además de generar expectativas más específicas en relación con la mayor o menor competencia de dicha persona en tareas determinadas. El género es un ejemplo de característica de estatus difusa en la mayoría de los países, en los que sigue siendo dominante la creencia de que los hombres son en general más competentes que las mujeres, y mejores en determinadas tareas (mecánica, ingeniería...), mientras que las mujeres son mejores en otras (cuidados, educación...). Al hablar de creencias de estatus es importante dejar claro que el hecho de que se trate de creencias culturales ampliamente compartidas no quiere decir que debamos resignarnos a ellas, y mucho menos a sus consecuencias en generar diferencias de estatus en los grupos y en la sociedad. Al contrario, precisamente para lograr reducir las desigualdades sociales en contextos cotidianos, es necesario primero reconocer que tales creencias existen, en lugar de negarlas u obviarlas, y después tratar de comprender cómo influyen en la formación de la estructura de estatus en los grupos de los que somos parte. Teoría de las características de estatus. Es una componente fundamental de la teoría general del estatus, que pretende explicar cómo las creencias de estatus se convierten en expectativas de rendimiento y competencia, influyendo a su vez en los comportamientos de los miembros de un grupo. Esta teoría también se conoce como ‘generalización de estatus’, o proceso por el cual se atribuyen determinadas habilidades a las personas en función de las características de estatus que poseen. Algunos de los elementos de esta teoría son los siguientes: • Saliencia: una característica de estatus es saliente si diferencia a los miembros de una manera que resulta significativa en sus interacciones, o si es relevante para que el grupo desarrolle la tarea o alcance sus objetivos. Sólo una característica saliente tiene un impacto en la formación de expectativas, algo que depende en general de la situación específica y del grupo. Una misma característica, como tener un título universitario, puede otorgar mayor estatus a una persona en una situación (el grupo está formado mayoritariamente por personas sin educación universitaria cuando el contexto demanda alguien con esta formación), ser irrelevante en cuanto al estatus en otras situaciones (la mayoría de los miembros del grupo tienen un título universitario) o darle un estatus bajo en otras (la mayoría de los miembros tienen una formación superior y muchos más años de experiencia). Así pues, a una persona con una característica determinada de estatus se le acordará mayor o menor estatus dependiendo del grupo y del contexto, dependiendo de que dicha característica sea o no saliente para el grupo y la situación. Cabe añadir que la mayoría de las veces los miembros de un grupo no son conscientes de cuándo una determinada característica de estatus influye de manera significativa en sus interacciones, es decir no son conscientes de cuando una característica de estatus es saliente o no. • Carga de la prueba: si una característica es saliente para un grupo en un contexto o situación determinada, los miembros del grupo formaran expectativas en relación con dicha característica aunque no tenga nada que ver con la tarea a realizar, a menos que ocurra algo en dicha situación que permita disociar la característica de la tarea en cuestión. Si, por ejemplo, el género es una característica saliente en un grupo o situación determinados, los miembros de ese grupo tendrán expectativas de rendimiento diferentes para los hombres y mujeres del grupo, aunque el género no sea relevante para la tarea. Sólo en el caso de que las mujeres del grupo en dicha situación muestren convincentemente su capacidad para realizar la tarea, el grupo cambiará sus expectativas disociando el hecho de ser hombre o mujer de su competencia para llevar a cabo el trabajo. Es decir, es el grupo que tiene la característica de estatus menos valorada quien debe demostrar su capacidad y competencia (cargar con la prueba). —3— www.elcaminodelelder.org • Secuenciación: las expectativas de rendimiento que una persona crea en una situación dada se utilizan en la formación de expectativas en situaciones futuras, confirmando o modificando las nuevas expectativas. Si, p.ej., un hombre ve a una mujer realizar una tarea con éxito, este hecho influirá en sus expectativas de rendimiento sobre las mujeres en futuros encuentros. • Agregación: los miembros de un grupo difieren normalmente en varias características de estatus a la vez y, a menudo, dichas características generan expectativas de rendimiento que son inconsistentes entre sí, es decir mientras algunas de ellas dan estatus, otras lo quitan. En un grupo de abogados, una persona puede tener más estatus por haber estudiado en Harvard, menos por ser mujer y también menos por ser de color. Todas las características de estatus relevantes para el grupo se combinan entre sí para determinar la forma final de la estructura de estatus. Existen dos principios que describen cómo se combinan características inconsistentes. • Efecto de atenuación: una información adicional consistente con las expectativas creadas apenas tiene impacto en la creación de nuevas expectativas. Si sabemos que una persona ha estudiado leyes en Harvard, el hecho de que sea hombre (característica consistente con la anterior en cuanto que ambas tienen prestigio social y dan por tanto estatus), no afecta de manera relevante al estatus de dicha persona. • Efecto de inconsistencia: una información adicional de una característica de estatus positiva en una persona que reúne varias características negativas o de bajo estatus tiene un gran peso en la formación de nuevas y más favorables expectativas sobre esa persona. Si, por ejemplo, alguien que por su torpe forma de hablar o su baja educación nos produce pésimas expectativas de competencia, de repente resulta tener una habilidad muy grande en relación con la tarea, o unas posibilidades económicas muy altas, es bien posible que esta nueva información nos sorprenda y nos lleve a cambiar rápidamente nuestras expectativas sobre dicha persona y su posición en la estructura de estatus. Cabe decir que estos procesos pasan normalmente desapercibidos para los miembros de un grupo. La gente no combina conscientemente toda la información que le llega a la hora de hacerse expectativas sobre una persona determinada. • Comportamiento: las personas de un grupo comparan continuamente sus suposiciones y expectativas agregadas de competencia. Cuanto mayores son las expectativas que una persona tiene sobre sí misma en comparación con otras, mayores son las ventajas esperadas por dicha persona en relación con las otras, más fácilmente recibirá del grupo oportunidades para participar (presentar propuestas, realizar tareas, hablar en público, etc.), más veces participará, mejor valoración obtendrá del grupo por sus aportaciones, más fácil le resultará influir en otras personas en caso de discrepancias y más fácil le resultará rechazar la influencia de otras personas. 2. Recompensas socialmente valoradas. La teoría de los estados de expectativas afirma que cuando se distribuye desigualmente entre los miembros de un grupo algo que tiene cierto valor social (dinero, reconocimiento, premios...), las personas forman expectativas de rendimiento a partir de las diferencias existentes en lo que han recibido, lo cual contribuye a crear o modificar una jerarquía de estatus existente, favoreciendo a las personas con mejores asignaciones. Se han realizado diversos experimentos que confirman una y otra vez estos resultados. Lo interesante de estos experimentos es que muestran que las personas pueden llegar a legitimar diferencias de estatus que provienen de situaciones que pueden ser totalmente fortuitas. Con la creación, inconsciente, de expectativas de rendimiento, las desiguales y tal vez injustas asignaciones que reciben los miembros de un grupo, terminan por parecer merecidas, trayendo respeto, prestigio e influencia a las personas con mejores asignaciones, especialmente si se combinan consistentemente con otras características de estatus. Es más habitual, sin embargo, el proceso contrario. Son los miembros de más estatus en un grupo quienes suelen recibir mejores recompensas (salario, reconocimiento, privilegios), reforzando de —4— www.elcaminodelelder.org esta manera la estructura de estatus existente. La generación de expectativas sobre recompensas legitima este tipo de situaciones, en las cuales unos reciben mucho, mientras que otros, las personas de menor estatus, asumen implícitamente que les corresponde menos. 3. Patrones de interacción. Además de las características de estatus y las recompensas sociales, existe un tercer factor que influye igualmente en la creación de expectativas de rendimiento y, por tanto, de la estructura de estatus de un grupo. Es de hecho el factor más relevante en grupos con características sociales homogéneas. Se trata de los patrones de interacción que se generan entre dos o más personas en determinadas situaciones. Esto ocurre, por ejemplo, cuando una persona interactúa con otras de una manera más asertiva, siguiendo comportamientos que culturalmente tienen mayor valor (p.ej. empezar una conversación, hacer sugerencias o propuestas para una actividad, defender su posición cuando es cuestionada, etc.), a los que otras personas responden con comportamientos de mayor deferencia o de menor valor social (p.ej. dudar a la hora de hablar, valorar positivamente y aceptar las propuestas del otro, cambiar de opinión para conformarse a las ideas del otro, etc.). En la medida que estas interacciones se repiten una y otra vez entre las mismas personas, el patrón de comportamiento que se genera entre ellas termina por asociarse con creencias sobre sus capacidades y competencia para llevar a cabo las tareas en marcha, es decir se crean expectativas de rendimiento diferenciadas. En el inicio de todo grupo, sus miembros parten de una base más o menos horizontal en relación con el estatus de cada uno, pero conforme aumentan las interacciones entre ellos comienzan a desarrollarse determinados patrones de interacción que, inevitablemente, estarán sometidos a tipificaciones de estatus, es decir al hecho de que el grupo acuerde más valor a ciertas conductas que a otras, generando expectativas de competencia diferenciadas y, por ende, una jerarquía de estatus. Existen numerosos estudios que confirman estas ideas. En ellos se demuestra que comportamientos como sentarse al frente de la mesa, tener una postura recta y relajada, hablar sin dudar y con un tono firme y seguro, mirar a los ojos al hablar y no tanto al escuchar, etc. hacen que las ideas de una persona ‘suenen mejor’ y tengan mayor influencia en casi cualquier grupo en el mundo occidental.1 La influencia de los patrones de interacción en la creación de una jerarquía de estatus es clara en grupos en que sus miembros son iguales en cuanto a sus características sociales de estatus y al tipo de beneficios que reciben por sus aportaciones. Sin embargo, en un grupo en que sus miembros difieren en características de estatus difusas, son éstas las que tienen prioridad y las que determinan de alguna manera los comportamientos esperados de las personas del grupo. Varios estudios demuestran que, en grupos mixtos de hombres y mujeres, cuando se trata de una actividad neutra, en la que ser hombre o mujer no tiene ninguna relevancia, los hombres suelen tener mayor estatus y, por tanto, se crean patrones de interacción que favorecen a los hombres, mientras que cuando se pasa a una actividad en la que las mujeres tienen más experiencia, y por tanto mayor estatus, los patrones de interacción cambian completamente, favoreciendo a las mujeres. Así pues, entre personas que difieren en características sociales de estatus, los patrones de interacción no añaden casi nada nuevo a la estructura de estatus, pues aquellas tienen un mayor impacto, influyendo y modificando los propios patrones de interacción. Nuevos desarrollos en la teoría La Teoría del doble estándar (Foschi, 2000) afirma que las personas, en función de las expectativas de rendimiento creadas, utilizamos diferentes estándares para evaluar las aportaciones de otras personas. De esta manera, si una persona de bajo estatus en un grupo hace algo muy bien, su actuación se revisa con todo detalle, pues es inconsistente con lo que se espera de ella en función de la posición que ocupa en la estructura de estatus del grupo. Por el 1 Este tipo de comportamientos son propios de personas con rango psicológico, según la teoría del rango de A. Mindell. —5— www.elcaminodelelder.org contrario, cuando un miembro del grupo con alto estatus hace algo bien, apenas se revisa pues es lo que se espera de él. Si este mismo miembro de mayor estatus hace algo mal, el grupo le dará la oportunidad de explicarse y de corregir su acción. Es decir, en todo grupo los miembros de mayor estatus son evaluados con un estándar más indulgente que los miembros de menor estatus. Como consecuencia, una persona de bajo estatus, y que será por tanto evaluada con un estándar muy exigente, tiene que hacer un mayor esfuerzo para conseguir que su aportación sea valorada positivamente por el grupo. La Teoría de las expectativas de segundo orden trata de explicar de qué manera las creencias de una persona sobre las expectativas de rendimiento que pueden tener las otras personas del grupo, influyen en la estructura de estatus. Si las personas no hacen públicas sus expectativas, las expectativas de segundo orden no son influyentes, puesto que las personas tendemos a pensar que todo el mundo piensa igual que nosotros, y las expectativas de rendimiento no cambian. Por el contrario, varios experimentos han demostrado que, cuando los miembros de un grupo hacen públicas sus expectativas de rendimiento, éstas influyen totalmente en las expectativas del resto, pudiendo tener incluso más influencia en la estructura de estatus que las expectativas que dichas personas se habían hecho en primer lugar. Legitimación. La teoría de estatus ha demostrado una y otra vez que las personas con características difusas de menor estatus tienen desventajas en cualquier grupo y situación en que dicha característica es saliente. Las mujeres, personas de color y otros colectivos necesitan hacer un mayor esfuerzo para alcanzar posiciones de alto rango en estructuras de estatus, tienen que estar mejor preparadas y rendir más que sus contrapartes de igual rango. Pero incluso cuando alcanzan una posición de liderazgo en un grupo, tales personas se encuentran a menudo con la resistencia de otros cuando intentan pasar de la persuasión a un uso más directivo del poder. Esta resistencia se ha podido comprobar especialmente en relación con el género. Numerosos estudios demuestran que una mujer que juega un rol de liderazgo en un grupo mixto, en la empresa o en otros ámbitos, es más probable que tenga que afrontar resistencias y críticas por parte de sus subordinados que si se trata de un hombre quien lidera el grupo. La teoría del estatus explica esta situación como un problema de ‘legitimación’ de la estructura de estatus, algo que cuesta aceptar cuando los puestos de alto estatus están ocupados por personas con características sociales de menor estatus. De acuerdo con la teoría del estatus, las creencias culturales asociadas con determinadas características de estatus difuso, no sólo afectan a la creación de expectativas de rendimiento diferenciadas, sino que proporcionan apoyo cultural para la formación de jerarquías de estatus en las que los líderes son aquellas personas con características de estatus social más valoradas. Este apoyo cultural externo hace que la estructura de estatus de un grupo parezca ‘correcta’ cuando está dominada por personas de mayor estatus social. Diversidad y jerarquía2 Numerosos estudios han tratado de averiguar de qué manera la diversidad afecta el buen funcionamiento de un grupo. Aún sin contar con una respuesta contundente, se puede decir que un grupo funciona mejor en tareas complejas y creativas cuando cuenta con una sustancial heterogeneidad en relación con las habilidades y experiencias vitales de sus miembros. Por otra parte, los grupos funcionan con más armonía, cohesión y satisfacción cuando tienen cierta homogeneidad en características afiliativas, aquellas que fomentan el sentimiento de identidad, pertenencia o afecto, como ocurre cuando sus miembros tienen un parecido origen social, edad, o actitud ante determinas cosas. 2 Esta parte está sacada del artículo de Jennifer R. Overbeck, Joshua Correl y Bernadette Park, Internal status sorting in groups: The problem of too many stars, en Status and Groups. Research on Managing Groups and Teams, Vol. 7, 2005 —6— www.elcaminodelelder.org En todo caso, parece claro que para que un grupo sea efectivo sus miembros deben poder cubrir una diversidad de roles. Varios estudios demuestran que a lo largo de nuestra historia evolutiva, la creación de una estructura grupal diferenciada ha sido vital para la supervivencia, así como para la realización de actividades que exigían un mayor nivel de coordinación. Para cubrir todas las necesidades tenía que haber alguien en el grupo capaz de realizar cualquier función necesaria, como conseguir comida, encontrar refugio, fabricar ropas y otros objetos, curar a los enfermos, criar a los niños, etc., además de contar con una cadena de mando razonable que posibilitara tomar decisiones y resolver disputas. La creación de una estructura de roles diferenciada fue sin duda un requisito necesario, pero no suficiente. Una jerarquía de mando, al menos nominal, parece ser un componente igualmente necesario para coordinar mejor esas actividades y asegurar la supervivencia del grupo. ¿Es la jerarquía inevitable? A lo largo de la historia humana, y en prácticamente todas las culturas, los sistemas sociales creados han ordenado las personas en jerarquías de mayor o menor estatus, con un desigual acceso a recursos y beneficios en función del estatus de cada uno. Los miembros de mayor estatus contaban con ventajas y privilegios que eran negados a los miembros de menor estatus. Parece que existen razones muy convincentes para que esta diferenciación vertical sea una característica adaptativa del desarrollo grupal en los seres humanos. La jerarquía facilita la distribución desigual de los recursos, concentrándolos en las manos de unos pocos miembros privilegiados, lo que maximiza las posibilidades de grupo para sobrevivir en tiempos de dificultad o carestía (aunque evidentemente se lo pone más difícil al resto). Los favorecidos eran normalmente líderes tribales y otros miembros con capacidades valoradas, chamanes y cazadores muy habilidosos. Se trataba en todo caso de personas cuyas habilidades y posiciones eran consideradas de mayor valor a la hora de garantizar la supervivencia del grupo. Asegurar su bienestar resultaba más ventajoso para el grupo que asignar recursos a miembros de menor estatus. La jerarquía también favorecía la paz dentro del grupo, asegurando el cumplimiento de las normas y la realización eficiente de las tareas. Por último, en caso de enfrentamiento con otros grupos, la jerarquía posibilitaba una mejor organización militar y mayores posibilidades de éxito. Todo esto sugiere que los grupos podrían tener interés en establecer y mantener una jerarquía, pues ésta les reporta claras ventajas a la hora de avanzar en sus objetivos, además de poder acomodar aquellos miembros que tienen una mayor necesidad de poder y que harán lo que sea necesario para conseguirlo. Por ello, los grupos ejercen una influencia indirecta en sus miembros para diferenciarse verticalmente, dejando espacio a los buscadores de poder, quienes se sentirán más cómodos y comprometidos si se les permite jugar roles de mayor estatus desde los que satisfacer su necesidad de control y autonomía. El hecho de que el establecimiento y mantenimiento de jerarquías haya jugado un importante papel en la historia evolutiva del ser humano no debe impedirnos reconocer la existencia de otra fuerza, tan poderosa como contraria a la anterior, que lleva a muchas personas y grupos a querer crear estructuras grupales más horizontales, en las que todo el mundo tenga el mismo valor social y sea igualmente reconocido por sus aportaciones. Para conseguirlo es necesario, no obstante, entender el funcionamiento de los procesos de diferenciación vertical en los grupos, los mecanismos psicosociales que intervienen, las dificultades de las personas con alto estatus en reconocer sus privilegios, las dificultades de las personas con bajo estatus para asumir su poder, etc. Y todo para descubrir al final que tal vez tiene sentido mantener una estructura jerárquica y acordar ciertos privilegios a algunas personas. Que ahí no está el problema de la desigualdad, sino en la falta de conciencia con la que abordamos estos procesos. —7—