dicen que está loco

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DICEN QUE ESTÁ LOCO
NARRACIÓN
Lo de las espigas arrancadas en la finca de Eliazín, corrió de boca en boca
por toda Galilea. Nuestro grupo era ya conocido en Cafarnaum y la gente
murmuraba de nosotros en el mercado y en la plaza. Los chismes andaban
por todas las ciudades del lago y, por supuesto, llegaban también a Nazaret.
Susana: ¡María, María... comadre María!
María: ¿Qué pasa, Susana? ¿Y ustedes? Pero díganme, ¿qué ha pasado?
¿Se te ha enfermado algún muchacho, primo Simón?
Simón: El mío no. El tuyo. ¿No te has enterado todavía?
María: ¿Enterarme de qué? ¿Qué le ha pasado a Jesús? ¿Qué le han hecho
a mi hijo?
Susana: ¡Lo que le van a hacer si tú no lo atas con soga corta!
María: Pero, por Dios santo, díganme de una vez qué ha pasado.
Simón: Él y ese grupo de haraganes que anda con él se colaron en la finca
de Eliazín, el terrateniente más poderoso de todo el norte. ¿Ves al
viejo Ananías, el de aquí? ¡Pues ése es un gato manso junto a un
león, si lo comparas con Eliazín!
María; Se metieron en su finca, ¿para hacer qué?
Simón: Pues ya te puedes imaginar, prima María. Para arrancar espigas.
Para robar. Tu hijo es un ladrón.
María: Pero, ¿qué dices? ¿Cómo va a ser?
Simón: Como lo oyes. Y lo peor no es eso. Para colmo, lo hicieron el día de
sábado.
Susana: ¡Y Jesús dijo en el tribunal que él no cumple el sábado porque no
le da la gana y que las leyes son para él y no él para las leyes y que
él se limpia las narices con las dos tablas de Moisés!
María: No puede ser, no puede ser...
Simón: Está loco, María, tu hijo se ha vuelto loco. Yo creo que desde
aquella pedrada que le zumbó el hijo de la Raquel, a Jesús se le
aflojó algo en la mollera.
Susana: No, hombre, no. La cosa comenzó cuando fue al Jordán a ver al
melenudo ése que bautizaba en el río. Ahí fue donde dio el
resbalón. Yo te lo advertí, María, ese moreno vino muy cambiado
de allá.
Simón: Dicen que dijo que los de arriba van para abajo y los de abajo para
arriba. Está agitando a los pobres contra los ricos.
Vecina: ¡Entonces no está loco, qué caray! Eso es lo que hace falta aquí,
¡darle la vuelta a la tortilla!
Simón: Pero, ¿a quién se le ocurre gritar eso a los cuatro vientos, eh?
Eliazín fue al cuartel de Cafarnaum a denunciarlo. Ya lo tienen
fichado.
Susana: Comadre María: tienes que hacer algo. ¡Y pronto!
María: Pero, yo no puedo creer eso que ustedes dicen, yo nunca le enseñé
esas cosas a mi hijo.
Vecina: Pues entonces las aprendió todas juntas cuando salió de aquí.
Susana: Dicen que lo vieron por la calle de los jazmines, ya sabes tú,
donde están esas tipitas... ¡Ejem!
Simón: Y lo han visto emborrachándose en la taberna del muelle con
Mateo, el publicano, ¡maldito él y maldito el que se le arrime!
Vecina: Y algo debe tener con la mujer del tal Mateo porque a mí me
dijeron que va mucho por su casa y se está hasta las tantas de la
noche, y que un día le dijo...
María: Basta ya, basta ya. No puede ser, Jesús no es así. Estará enfermo.
Vecina: ¿Enfermo? ¡Ja! ¡Yo no sabía que la sinvergüencería era nombre de
enfermedad!
Simón: Lo que tiene es mucho cuento y mucha vagancia. Darle a la lengua
y no trabajar, eso es lo único que ha hecho desde que salió de
Nazaret. A ver, ¿cuánto dinero te ha traído a ti, eh María? ¿Diez
denarios para lentejas? ¡No se preocupa ni de su madre!
Susana: Tampoco así, Simón, lo que pasa es que...
Simón: Lo que pasa es que el río suena. Y cuando el río suena, piedras trae.
Prima María, tu hijo es sospechoso. Si no ha perdido el juicio, ha
perdido la vergüenza. Y si él no es un granuja, se ha juntado con
una banda de granujas, que para el caso es igual. ¿Quieres un
consejo? Ve a buscarlo ahora mismo.
Susana: Eso, María, ve a buscarlo y tráelo contigo a Nazaret. Que no salga
de aquí. Aquí se crió, que aquí se quede. Ya verás qué pronto se le
baja esa fiebre del Mesías y de la liberación y vuelve a tomar sus
herraduras y sus ladrillos. Eso es lo suyo. Tú eres su madre, ¿no? A
ti te respetará. Ve a buscarlo a Cafarnaum.
María: Pero, Susana, ¿cómo voy a ir yo sola por esos caminos?
Susana: Que tus primos te acompañen. ¿Verdad, Simón?
Simón: Por supuesto, María. Iremos contigo. Le avisaré a mi hermano
Jacobo.
Susana: Yo también voy. Y cuando vea a ese moreno, le voy a ajustar las
cuentas, ¡qué caray! Ése se va a acordar de mí toda la vida, porque
le voy a decir tres cosas y una más. Que no, que no hay derecho a
portarse de esa manera…
A la mañana siguiente, antes de que el sol calentara la llanura de Esdrelón,
el grupo de nazarenos se puso en camino hacia Cafarnaum para buscar a
Jesús. Iban sus primos. Iba Susana, la comadre. Iba también algún vecino
que no quería perderse detalle de aquel pleito. Y, entre todos, tragándose las
lágrimas, iba María, la madre de Jesús, aquella campesina pequeña de
rostro moreno.
María: Pero, ¿por qué? ¿Por qué mi hijo me hace pasar esta vergüenza,
Dios mío, por qué?
Simón: No te preocupes, prima María. ¡Por las buenas o por las malas lo
haremos volver a Nazaret! Tú, tranquila. Déjalo de nuestra cuenta.
Ahora ese presumido va aprender a obedecer a su familia,
¡demonios! ¡Ea, apura el paso, María!
El camino se les hizo corto por la rabia que los impulsaba. Cuando llegaron
a Cafarnaum y atravesaron la Puerta del Consuelo, preguntaron en la
primera casa del barrio.
Simón: Oiga, doña, por favor... ¿dónde está viviendo un moreno alto y
barbudo, medio albañil y medio carpintero... uno que vino del
interior hace unos meses?
Vecina: ¿Quién dicen ustedes? ¿Jesús, el de Nazaret?
María: Ese mismo. ¿Usted lo conoce, señora?
Mujer: ¡Pues claro! ¿Y quién no conoce aquí a Jesús? Vive allá, en casa del
Zebedeo, junto al embarcadero. La Salomé lo cuida mejor que una
madre.
María: Pues su madre soy yo.
Mujer: ¡No me diga! ¿Y qué? ¿Lo viene a visitar?
Simón: Lo venimos a buscar. Nuestro primo está chiflado.
Mujer: Chiflado no. Lo que pasa es que ese moreno no tiene pelos en la
lengua y le dice la verdad al rabino y al terrateniente y al mismo
gobernador romano si se le pone delante. Yo digo que es un profeta.
Viejo: ¿Un qué? ¿Un profeta? ¿Profeta ese campesino?
Vecina: ¡De profeta a loco sólo falta un poco, como dicen! Si son familia
suya, mejor que se lo lleven. Desde que ese brujo llegó han pasado
cosas muy raras en la ciudad.
Vieja: Pero, ¿qué dices tú, entrometida? Jesús es una buena persona. ¿No
curó a Bartolo, eh? ¿Ya no te acuerdas?
Muchacha: ¿Que lo curó? ¡Di mejor que lo ensalmó! El nazareno debe
tener un trato con el diablo.
Vecina: ¿Ah, sí, verdad? ¿Y a Caleb, el pescador? ¿No le limpió la lepra?
¿Y no le estiró la mano al frutero Asaf, eh? ¡Por las cuatro alas de
los querubines, ese Jesús es un buen curandero!
Hombre: ¿Curandero? Ahora no me río: ¡me carcajeo! Por las ocho patas
de esos querubines que juraste, te digo que la única medicina que
ése sabe es robar trigo en campo ajeno. ¡Y si no, ve y pregúntaselo
al viejo Eliazín!
Mujer: ¡Al cuerno contigo! El de Nazaret es una persona decente.
Simón: Decente o indecente, nosotros somos su familia y vamos a sacarlo
de aquí ahora mismo y llevarlo a su casa. A ver, uno de ustedes, que
nos diga dónde está.
Vecina: ¡Vengan conmigo, yo les guiaré hasta la casa del Zebedeo!
Hombre: ¡Eh, muchachos, no se lo pierdan! ¡Corran, corran, que esto se va
a poner caliente!
La voz corrió de puerta en puerta. Las mujeres dejaron el fogón y la escoba
y se unieron a los nazarenos. Los hombres que esperaban sin trabajo en la
plaza, se levantaron y también fueron hacia allá. Los niños, como siempre,
iban delante, brincando y alborotando por la estrecha calle que olía a
cebolla y a pescado podrido.
Juan: Pero, ¿qué bulla es esta, maldita sea? ¿Habrán matado al rey
Herodes?
Mujer: ¡Oye tú, Juan, que buscan al forastero!
Juan: ¿Qué ha pasado? Seguro que son los soldados que vienen con ese
cogotudo de Eliazín.
Hombre: Ningún soldado. Es su madre que viajó a pie desde Nazaret. Y
sus primos. ¡Viene toda la familia!
Jesús: ¿Qué pasa, Juan? ¿Quién es?
Juan: ¿No oyes lo que están gritando, Jesús? Que allá fuera están tu madre
y tus familiares.
Jesús: ¿Mi madre? Pero, ¿qué habrá pasado?
Mujer: ¡Sal fuera, nazareno, aquí te buscan!
Jesús: Pero, ¿qué griterío es éste? ¿Se ha muerto alguien en Nazaret?
Susana: Tú eres el que nos vas a matar a disgustos, Jesús. Parece mentira
que le hayas hecho esto a tu madre.
Jesús: Pero, ¿de qué me estás hablando, Susana? Mamá, ¿a qué viene este
alboroto? ¿Se han vuelto locos?
Susana: El loco eres tú. ¿Se puede saber quién te enseñó a robar trigo, eh?
¿Y a andar agitando a la gente? ¿Y a andar revolucionando a los
pobres contra los ricos? ¿Y a andar emborrachándote con
publicanos y visitando mujeres de esas? ¿Quién te enseñó a vivir
como un haragán y un perdulario, eh? Dime, habla.
Simón: Deja eso para luego, Susana. Los trapos sucios de la familia se
lavan en casa. Vamos, María, dile a tu hijo que recoja sus cosas,
que ahora mismo regresamos a Nazaret.
María: Jesús, hijo, vamos. Vuelve con nosotros a Nazaret. Tu primo tiene
razón. Desde que saliste de casa no has hecho más que locuras.
Ven, vámonos.
Pero Jesús no dio un paso. Ni siquiera pestañeó.
Susana: ¿Estás sordo? ¿Tú no oyes lo que te está diciendo tu madre?
Jesús: ¿Mi madre? Lo siento, Susana. Esta mujer que dice que lo que
estamos haciendo es una locura, ésa no puede ser mi madre. La cara
se le parece, sí, pero no puede ser ella. Mi madre nunca le hizo caso
a los chismes. Mi madre fue siempre valiente y me habló siempre
de un Dios que quiere ver a todos sus hijos de pie, con la frente bien
alta. Ella me enseñó a ser responsable sin preocuparme de lo que
dijeran los demás. Esta mujer no es mi madre. Éstos tampoco son
familia mía A ninguno de ellos los conozco.
Simón: ¿No te lo dije yo, prima María? ¡Está desvariando! ¡Ahora dice que
no nos conoce!
Jesús: No, de veras, no sé quiénes son. Mi madre y mis hermanos y mi
familia son otros, los que luchan por la justicia y no ustedes que
vienen a estorbar esa lucha.
Simón: ¡Basta ya de estupideces! A ver, alguno de ustedes que me preste
unas cuerdas. Nuestro pariente se ha vuelto loco. Y a los locos no
queda otro remedio que amarrarlos.
Jesús: Estás perdiendo tu tiempo, primo. La verdad no se amarra con
sogas. La palabra de Dios es como el viento, no hay cadenas ni
cuerdas para detenerla. Y los mensajeros de esa palabra deben ser
libres también, libres como el viento. Lo que hay que decir, lo
diremos sobre los tejados. Y lo que hay que hacer, lo haremos en
pleno día.
Ni una sola de aquellas palabras convenció a los nazarenos. Rabiosos y
despechados se quedaron allí, frente a nuestra casa, decididos a continuar la
pelea. La verdad es que en aquellos meses, y también después, a Jesús le
llamaron de todo. Le llamaron loco. Y también borracho, comilón y
buscapleitos. Muchos no llegaron a entenderlo nunca. Y es que cuando el
remiendo es de paño nuevo no vale ponérselo al vestido viejo. Y cuando el
vino es tan reciente no puede echarse en odres ya pasados.
(Relato tomado del libro de JOSÉ IGNACIO y MARÍA LÓPEZ VIGIL, “Un
tal Jesús”, Loguez Ediciones, Salamanca, 1982, pág. 230-235).
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