Las políticas macroeconómicas en la tercera década de la

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Borrrador
Las políticas macroeconómicas en la tercera década de la globalización financiera1
Roberto Frenkel
El homenaje que encarna esta reunión motiva naturalmente una mirada
retrospectiva. Generalmente trato de ser prudente frente a esta inclinación, porque más
miramos hacia atrás cuanto más tiempo hemos vivido y se arriesga así quedar fuera de
moda. Pero la experiencia es una componente importante del capital humano y una
actitud racional aconseja explotarla junto a las otras componentes, aunque no esté de
moda.
Hay una cobertura menos subjetiva bajo la cual podemos cobijarnos. Entre las
disciplinas que practicamos los economistas – Hicks dixit – la macroeconomía es la que
más se asemeja a la historia. Resumimos la historia en hechos estilizados y derivamos
de ellos lecciones de macroeconomía. Somos menos modestos que los historiadores,
porque la macroeconomía aspira a que sus lecciones guíen las políticas económicas. En
la mayor parte de los casos, precisamente para evitar que las historias se repitan (con
poco éxito en la mayor parte de los casos.)
Si nuestros argumentos se fundan en los hechos estilizados del pasado es porque
tenemos la presunción de que los acontecimientos vividos se repetirán, no exactamente
en todos sus detalles, pero sí al menos en las tramas que estilizan los modelos que
subyacen en las lecciones. Por eso están necesariamente acotadas en el tiempo y en el
espacio.
Una reflexión que con validez actual puede fundarse en las experiencias de los
recientes treinta años. Esa es la edad aproximada de la globalización financiera. La
experiencia es rica en todo el período, porque nuestros países estuvieron muy
involucrados desde los primeros pasos del proceso. Como es lógico, en mi caso estoy
particularmente influenciada por la experiencia de mi propio país. Podría pensarse que
es una pretensión exagerada concebir que pueden extraerse lecciones útiles de la
experiencia argentina del período mencionado. No lo es si, como decimos, queremos
evitar que algunas historias se repitan. Mucho se avanzaría, en realidad, si lográramos
algún grado de certeza y cierto consenso sobre los caminos que deben evitarse.
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Trabajo preparado para el Seminario “La Teoría del Desarrollo en los Albores del Siglo XXI”. CEPAL,
Santiago de Chile, 28 y 29 de agosto de 2001.
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Los contextos de la globalización financiera
Con la globalización financiera el comportamiento macroeconómico y las
políticas se configuraron en un contexto nuevo con relación al vigente desde los años
cuarenta. Esta observación es válida también para gran parte del mundo, pero es
especialmente relevante en el caso de las economías latinoamericanas, porque aquí el
cambio fue bien marcado y crucial, por tratarse de economías indudablemente pequeñas
y abiertas.
La globalización financiera se instaló como un proceso que puede desdoblarse
en dos dimensiones: una institucional y la otra fáctica. En la primera dimensión es una
sucesión de reformas en los estados nacionales en la dirección de desregular y
liberalizar los flujos de capital y los sistemas financieros domésticos. En la otra
dimensión es el crecimiento de los flujos internacionales de capital. En ambas
dimensiones el proceso regional atravesó tres períodos bien diferenciados: los años
setenta y primeros ochenta, hasta la crisis de la deuda; el período de racionamiento y
renegociación de la deuda de los años ochenta y la reinserción de los años noventa.
Con relación a los flujos de capital, la demarcación y características de esos
períodos es bien definida. Los ingresos de capital crecieron en el primer período, se
limitaron a los mínimos que resultaban de las renegociaciones en los ochenta y
volvieron a crecer en los noventa.
En la dimensión institucional, en cambio, la descripción regional de los períodos
muestra más heterogeneidad. Hay casos – como Brasil - en los cuales la primera fase de
endeudamiento externo se atravesó sin grandes cambios institucionales. En estos casos
la liberalización y desregulación no avanzaron significativamente en los ochenta y
recién se emprendió en los noventa. En otros casos la primera fase de endeudamiento se
emprendió en el marco de importantes reformas que anticipaban las que luego se
generalizarían en los noventa – como en Argentina, Chile, Uruguay y en cierta medida
México. En estos casos se reinpusieron en la década de los ochenta nuevos controles y
regulaciones. Estas medidas resultaron menos de cambios de doctrina que de
necesidades, impuestas por la indisponibilidad de divisas para afrontar las obligaciones
adquiridas, por los requerimientos del rescate y la reestructuración de los sistemas
financieros locales después de sus crisis y por las urgencias fiscales exacerbadas por los
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efectos del ajuste. Mencionemos, por último, que la dimensión institucional de la
globalización se generalizó y ganó nuevo impulso en los años noventa.
La década de los ochenta suele mirarse como un período de aislamiento
financiero y retroceso en el plano institucional. Ciertamente esa descripción no es falsa,
pero en los años ochenta la región no dejó de ser parte del proceso de globalización. No
se volvió al punto de partida. La deuda externa adquirida en el primer período
representaba un fuerte ancla con el sistema financiero internacional, y esa ancla era tan
fuerte que constituía el leit motiv de todas las políticas macroeconómicas de la época.
Tampoco, pese a la mencionada reimposición de controles y regulaciones, quedó la
región al margen del proceso de globalización en su dimensión institucional. Por el
contrario, desde el lanzamiento del plan Baker, la agenda de reformas vino adosada
como condicionalidad de los recursos de los organismos multilaterales. Esto agregaba
una restricción a las políticas, tensionadas en direcciones opuestas por la demanda de
ganar capacidad de manejo, por un lado, y las demandas desregulatorias, por el otro
lado. Ya podemos apuntar que estas observaciones bien podrían adaptarse a las
condiciones actuales de algunos países de la región.
A lo largo de estas casi tres décadas de globalización financiera, en cada país y
en cada período, la configuración institucional y las características de la inserción
financiera – rasgos que, como mencionamos, no son independientes entre sí constituyeron el basamento de su comportamiento macroeconómico. No solo
enmarcaban su comportamiento, sino que también delimitaban el conjunto de objetivos
de las políticas y los instrumentos de las mismas. Entre los países de la región, estos
contextos son más heterogéneos en los setenta, cuando los grados de libertad eran
mayores, y menos en los años ochenta y noventa.
Podemos decir lo mismo de otra forma. En cada país y en cada período, la
modalidad de inserción en la globalización financiera (incluyendo en esto su historia
previa y también la situación del país frente al mercado financiero internacional) es un
determinante crucial para especificar en cada caso el modelo general de economía
pequeña y abierta. Consideremos algunos ejemplos. En primer lugar, la magnitud de las
deudas externas pública y privada son variables predeterminadas. Junto a estos datos, la
accesibilidad al financiamiento internacional contribuye a delimitar la disponibilidad
potencial de recursos. Esta restricción opera sobre la economía en su conjunto y en
particular, delimita los márgenes de la política fiscal. La elección del régimen cambiario
y los márgenes de la política cambiaria dentro del régimen adoptado están también
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sujetos a las restricciones del contexto. De la misma forma, éste contribuye a delimitar
las posibilidades y márgenes de la política monetaria, mientras que el precio marginal
del financiamiento externo tiende a determinar el piso de la tasa de interés real de la
economía.
Más ampliamente, las opciones permisibles por el marco institucional para
algunas políticas macroeconómicas, - por ejemplo, la política cambiaria - pueden
resultar en ciertos casos todas inviables o de alto riesgo – en el ejemplo, la
imposibilidad de fijarlo y el riesgo de aceleración incontrolable de la inflación si se opta
por la flotación. En situaciones como esta, habitual en los años ochenta, la posibilidad
de una reforma institucional – en el ejemplo, la imposición del control de cambios entra naturalmente en el ámbito de la discusión de alternativas.
Señalamos dos conclusiones preliminares de lo dicho hasta aquí. La primera es
que el análisis y la discusión de las políticas macroeconómicas requiere explicitar en
cada caso esos contextos o modalidades de inserción financiera, que incluyen los datos
propios del país y la situación del mercado financiero internacional frente al mismo. En
particular, la discusión de las políticas que ejercitan o deberían ejercitar las economías
de AL en la actualidad, requiere examinar sus contextos, esto es, los datos de cada país
y sus situaciones frente al mercado financiero internacional. Hay rasgos comunes,
especificamente los determinados por la situación actual del mercado financiero
internacional y su posición frente a la región en su conjunto. Pero hay también
importantes rasgos diferenciadores, particularmente los que resultaron de las diferentes
trayectorias de inserción en la globalización que siguieron los países en los años
noventa, como comentaremos enseguida.
La segunda conclusión es que deberíamos tener más presentes las experiencias
de los años setenta y ochenta. No porque pensemos que la historia se repetirá en todos
sus detalles – Dios no lo permita – sino porque pueden proveer útiles lecciones de
macroeconomía relevantes para la actualidad y para el futuro. Citemos, a modo de
ejemplo, que algunos países sufren un contexto de restricción de financiamiento externo
que se asemeja al que predominaba en los ochenta. Reaparecen así como nuevos
interrogantes problemas vinculados al ajuste externo y fiscal que habíamos discutido en
profundidad quince años atrás – por ejemplo, la cuestión de la doble transferencia,
externa y doméstica. Los modelos que se elaboraron para analizarlos son útiles, así
como una nueva mirada a las experiencias de política.
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La globalización financiera hasta la crisis asiática
La situación actual del proceso de globalización financiera y su dirección
probable es la referencia crucial de las políticas macroeconómicas de los países de la
región. Hay, como dijimos arriba, elementos comunes y rasgos diferenciadores. Un
breve repaso de su evolución reciente es oportuno para introducir estas cuestiones.
Luego de la reinserción a principios de los años noventa, la región experimentó
un período de auge de los flujos de capital que tuvo abrupto final con la crisis mexicana.
El período de retracción fue corto y seguido de un nuevo auge, esta vez con un mayor
peso de la IED. Este comportamiento cíclico, con sus dos fases expansivas, parece
haberse extinguido con la crisis asiática.
En la primera fase expansiva de los noventa primaba la idea (en los organismos
multilaterales, en los inversores, en los intermediarios y en los gobiernos de la región)
de un continuo crecimiento de los flujos de capital hacia los mercados emergentes,
manifestación de un proceso de profundización financiera en el plano internacional. Se
pensaba que el proceso tendía sin interrupciones a la integración completa de los
mercados emergentes en un mercado global. La posibilidad de crisis era simplemente
descartada y mucho más la posibilidad de movimientos de manada como los que se
verificaron posteriormente. La extensión y magnitud de este primer auge estuvo
relacionada con esta subestimación de riesgos por parte de los inversores, que
contribuyó a alimentar la intensidad de los flujos en forma de una profecía
autocumplida que se sostuvo por algún tiempo. La crisis mexicana y sus repercusiones
revelaron los riesgos y mostraron la volatilidad. Pero también señalaron la posibilidad y
eficacia de una intervención de magnitud inédita, que significó un cumplimiento en
tiempo y forma de todos los compromisos financieros de México y otros países
afectados por el contagio (principalmente Argentina.) Esto definió el clima para un
nuevo auge, que se extendió hasta la crisis asiática.
En el descrito escenario común, las economías latinoamericanas siguieron
distintas trayectorias de integración financiera y comercial. Con la noción de trayectoria
queremos enfatizar que se trata de procesos con hysteresis, en los cuales las condiciones
vigentes en un momento dependen de las políticas, incentivos y precios relativos de ese
momento, pero también de la historia previa. La variable que caracteriza más
evidentemente esta propiedad de la trayectoria es el stock de deuda externa en su
relación con ciertos flujos, digamos, por ejemplo, el producto y las exportaciones netas.
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Ciertas trayectorias de integración financiera conducen a situaciones de
crecimiento de esos ratios que devienen en tendencias insostenibles, frente al efectivo
comportamiento del mercado financiero internacional y frente al juicio de quienes
toman las decisiones de inversión. Esas trayectorias conducen a situaciones de mayor
vulnerabilidad relativa, consecuentemente, más propensas a sufrir crisis. Son,
básicamente, las trayectorias que han seguido las economías en las que la apertura
financiera y comercial coincidió con una apreciación importante del tipo de cambio.
Algunos países que seguían trayectorias insostenibles las modificaron a tiempo
como para arribar en condiciones menos vulnerables al momento actual. Tal fue el caso
de México, por ejemplo, donde la trayectoria de comienzos de la década fue
redireccionada a tiempo como para llegar a la fase actual con menor vulnerabilidad. En
Argentina, en cambio, no hubo cambios en las políticas y la economía siguió
evolucionando sobre una trayectoria cuya sostenibilidad requeriría ingresos netos de
capitales crecientes por largo tiempo. En otros casos, como el de Brasil, aunque se
atravesó una crisis y se modificaron las políticas macroeconómicas, los cambios no
llegaron a tiempo. En Argentina y Brasil las economías exhiben, como consecuencias de
su trayectoria pasada, las situaciones “estructurales” actuales de mayor vulnerabilidad
(relaciones Deuda Externa/PIB, Déficit en Cuenta Corriente/PIB,
DeudaExterna/Exportaciones, Déficit en Cuenta Corriente/Exportaciones, estructura de
la cuenta corriente, estructura del sistema financiero.) Sus necesidades de
financiamiento, aún en condiciones de crecimiento modesto, requieren ingresos netos de
capitales mayores a ciertos mínimos que la fase actual de la globalización no les ofrece.
Las lecciones aprendidas
Se han aprendido muchas lecciones de políticas macroeconómicas de las fases
de auge y de las crisis de los noventa. La CEPAL como institución, varios de los aquí
presentes y algunos otros hemos trabajado sobre esta cuestión. En realidad, es la
cuestión sobre la que más hemos trabajado. Esencialmente, hicimos análisis
comparados de las distintas trayectorias de los países y de sus instituciones y políticas
macroeconómicas. Para esto no nos limitamos exclusivamente a los años noventa, sino
que enriquecimos el análisis con la consideración de las experiencias de los setenta y
sus crisis. Hemos formulado y testado modelos que relacionan las políticas con los
resultados macroeconómicos observados. Observando principalmente las experiencias
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de Chile y Colombia, hemos explorado y discutido la eficacia de distintas formas de
regulaciones a los ingresos de capital, orientados a dar más estabilidad y extender la
permanencia de esos flujos, al mismo tiempo que permiten ganar más grados de libertad
para las políticas cambiaria y monetaria. Hemos analizado y evaluado los distintos
regímenes y políticas cambiarias y tenemos al respecto conclusiones muy detalladas y
precisas. De todo esto destilamos recomendaciones de políticas macroeconómicas
orientadas a evitar las trayectorias insostenibles, o dicho a la manera de la CEPAL,
destinadas a prevenir las crisis.
En general nuestro trabajo entró en conflicto con la visión predominante en el
FMI y la visión convencional de los analistas de los inversores, así como también con
las doctrinas manifiestas de muchos gobiernos de la región. Al respecto podemos decir
que los acontecimientos mostraron que teníamos razón en la mayor parte de los debates
que tuvieron lugar. Lo que no significa que seamos por esto más respetados y
escuchados en los nuevos debates.
Somos expertos en políticas macroeconómicas para conducir las economías en el
auge y prevenir las crisis. Pero estas lecciones han perdido relevancia en los contextos
actuales de los países. Hay otra agenda de problemas macroeconómicos en la región,
más heterogénea que la agenda de las fases de auge de los noventa.
La globalización financiera después de la crisis asiática
La visión convencional que se extendió luego de superadas las crisis asiática,
rusa y brasileña era que el proceso de integración financiera internacional transcurre en
forma cíclica, de modo que debía esperarse una nueva fase de auge. Tal fue la
convicción, por ejemplo, de las autoridades económicas que asumieron en Argentina a
fin de 1999.
Ha transcurrido suficiente tiempo desde la crisis asiática para que resulte claro
que el proceso de globalización financiera no se encuentra simplemente en una fase de
retracción de un ciclo semejante al observado en los años noventa. La situación es en
realidad novedosa.
Esto se evidencia, por ejemplo, en el nivel en que tendieron a permanecer los
precios de los bonos. La prima de riesgo de algunos países con suficiente peso como
para afectar significativamente el riesgo medio de los emergentes (y también la de
algunos países de menor volumen de deuda colocada) se ha mantenido sistemáticamente
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alta (por arriba de un piso que aproximadamente duplica los valores de las primas de los
períodos de auge.) Por otro lado, la dinámica de los precios también muestra aspectos
nuevos. En el período posterior a la crisis de Rusia y Brasil, las primas de riesgo y los
movimientos privados de capital oscilaron al ritmo de nuevas formas de contagio, que
se agregaron a los contagios provenientes de crisis nacionales. Mencionemos, por
ejemplo, los efectos del aumento del precio del petróleo y del derrumbe del NASDAQ.
La retracción de los flujos y las novedades en su dinámica se presentan
asociados con otros cambios importantes con relación al contexto que estuvo vigente en
los años noventa.
Novedades del lado de la demanda de activos
Los cambios observados con respecto a los años noventa, coinciden, en primer
lugar, con el fin del largo período de expansión de la economía de Estados Unidos y con
esto, con la modificación de las expectativas de un proceso de crecimiento continuo, sin
episodios recesivos. Esas expectativas habían sido racionalizadas como consecuencia de
las innovaciones que, se suponía, había introducido la “nueva economía” en la dinámica
macroeconómica de EEUU.
También merece indicarse la coincidencia con el estallido de la burbuja de los
precios de las acciones tecnológicas y su importante efecto riqueza negativo. Esa
burbuja se desarrolló en paralelo con el boom de los mercados emergentes,
constituyendo ambos tipos de activos, en su momento, el conjunto de nuevas
oportunidades de inversión de alta rentabilidad.
Como consecuencia de esos cambios, parece razonable asumir que al cambio de
las expectativas de ingresos y al mencionado efecto riqueza negativo, se haya
superpuesto el efecto de mayor incertidumbre o mayor aversión al riesgo en la demanda
de activos de los mercados emergentes.
Novedades en la calidad de los activos de la región
Por otro lado, los activos de los mercados emergentes tampoco lucen como al
principio de la década de los noventa.
El sector externo de los países y con ello, la capacidad de pago de las
obligaciones externas, ha ido cambiando a lo largo de los años noventa, en buena
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medida como efecto del propio proceso de globalización. La inserción internacional de
las economías se fue modificando en el proceso. Del lado de los stocks, la contrapartida
de los flujos netos de capital fue el crecimiento de la proporción de capital extranjero y
el crecimiento de las deudas internacionales pública y privada. Esto tiene un reflejo del
lado de los flujos con el creciente peso de la renta de los factores externos en la cuenta
corriente del balance de pagos. En algunos casos relevantes el crecimiento de la cuenta
de rentas del capital no se ha visto contrapesado con un crecimiento de las
exportaciones netas, dando lugar a déficit estructurales de la cuenta corriente. Una parte
importante de los problemas que enfrentan esos países resultan precisamente de esta
discordancia entre las inserciones financiera y comercial.
Los países altamente endeudados plantean necesidades de financiamiento para el
roll-over de sus deudas y para la cobertura de déficit de cuenta corriente que ahora están
principalmente determinados por los servicios del capital (intereses y utilidades.) El
déficit de balance comercial ha perdido importancia relativa frente al inerte y creciente
déficit en las cuentas de servicios financieros y factoriales. Como mencionamos arriba,
la caracterización no es uniforme en la región, pero están involucrados países como
Argentina y Brasil, que representan una alta proporción de la deuda de los emergentes y
de AL.
Más generalmente, las expectativas de crecimiento regional están afectadas
negativamente por las tendencias recesivas en las economías desarrolladas.
Para completar este panorama del contexto actual de la globalización cabe
agregar una mirada a sus aspectos institucionales.
Un retroceso en el plano de las instituciones globales
Como es bien sabido, el proceso de reformas que tuvo lugar en los estados
nacionales de los países centrales y periféricos no tuvo un equivalente en el plano de las
instituciones internacionales. Esto no debería sorprender. En realidad viene ocurriendo
desde los años cincuenta que los organismos multilaterales fueron utilizados sobre la
marcha, improvisando soluciones frente a los hechos consumados planteados por las
distintas formas que asumieron las crisis externas desde aquella época. Por ejemplo, la
doctrina que rige en el FMI conserva los rasgos básicos que se definieron cuando se
concibieron los primeros programas de estabilización. No se modificaron
sustancialmente los conceptos para incluir la globalización financiera. El ejemplo más
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reciente se encuentra en la discusión que tuvo lugar entre el Director del FMI y el
Secretario del Tesoro de los EEUU con relación al programa de Argentina.
En nuestros trabajos sobre auges y crisis habíamos aprendido que el mejor
diseño institucional y las más adecuadas políticas macroeconómicas son por sí solos
insuficientes para garantizar la estabilidad y prevenir eficazmente las crisis. Para esto
resultan imprescindibles instituciones y mecanismos financieros estabilizadores en el
plano global. Consecuentemente, se llevaron estos argumentos al debate y se
propusieron diversas iniciativas.
Hasta hace un tiempo parecía haberse logrado cierto avance en esa dirección. La
magnitud y consecuencias de las crisis asiática y rusa impulsaron en los países centrales
algunas iniciativas que parecían indicar una orientación al establecimiento de
instituciones internacionales de supervisión, prevención de crisis y atención organizada
de las mismas. Ganaron algún espacio la idea de corresponsabilidad de deudores y
acreedores y la de compartir los costos del ajuste. Sin embargo, luego de un período de
retracción de las iniciativas al calor de cierta complacencia en 1999 y 2000, el triunfo
republicano en USA dio nuevamente un lugar preminente a las concepciones contrarias
a la intervención pública. Hay un retroceso a la visión que dominaba el tratamiento de
esta cuestión a comienzos de los años ochenta. Este es un dato fundamental para las
políticas económicas.
Una nueva agenda
Desde la crisis asiática el mercado se ha mantenido abierto para casi todos los
emergentes pero no ha experimentado un nuevo auge. Los precios y las cantidades han
estado oscilando al impulso de crisis nacionales y otras fuentes de contagio. En el
último año la incertidumbre y la tensión tienen un foco importante en Argentina.
Algunos imaginan que el default de Argentina limpiaría de incertidumbre las
expectativas y daría impulso a un nuevo auge. Tomando en cuenta que la deuda en
bonos de Argentina representa un cuarto de la cartera total de bonos de los emergentes,
otros temen que ese default podría profundizar una retracción generalizada de la
demanda de activos y generar un contexto semejante al de 1982.
Es un lugar incómodo el de mi país. En tren de conjeturar, yo prefiero pensar
que la Argentina no es el último obstáculo para el buen funcionamiento del sistema ni el
gatillo de una debacle. Aún cuando Argentina consiguiese arrastrar la refinanciación de
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sus deudas sin incumplimiento, a través del ajuste recesivo, por las consideraciones
expuestas no parece hoy razonable atribuir una alta probabilidad a un escenario futuro
de auge de los ingresos de capital.
La persistencia del escenario actual o un escenario de financiamiento más escaso
y más caro significa contextos novedosos para las políticas macroeconómicas de los
países y plantea una nueva agenda de problemas.
No es nuestro propósito ni tenemos lugar aquí para intentar una enunciación
pormenorizada. En su lugar, permítaseme ejemplificar el tema con una referencia a los
regímenes y políticas cambiarias, por razones de síntesis y porque el régimen y la
política cambiaria constituyen el corazón de la política macreoconómica en países como
los nuestros.
La Argentina merece una consideración aparte. En toda mi vida profesional no
he conocido un problema más complejo que el que plantea la macroeconomía de
Argentina. La continuidad del status quo, aún si la política de déficit fiscal cero
resultase aplicable y el sistema financiero no soportase una nueva corrida, requeriría
para alcanzar un equilibrio de cuenta corriente una caída adicional del producto del
orden de10%, que llevaría la tasa de desempleo abierto a 20%. Las alternativas son en
todos los casos dramáticas, de resultado incierto y de fuertes efectos redistributivos.
Más allá de los problemas asociados a una renegociación forzada de la deuda pública
externa y del hecho que el régimen y las políticas cambiaria y monetaria están definidos
por ley, la principal dificultad para encontrar una solución que preserve en alguna
medida la continuidad del funcionamiento del sistema financiero, reside en la
dolarización de sus depósitos y créditos. Es esta combinación del régimen de currency
board con la dolarización la que desafía la imaginación de los macreoconomistas.
En otros países, o no se habían adoptado regímenes de fijación del tipo de
cambio o se salió de estos regímenes con mayores o menores costos, pero en todos los
casos con efectos benéficos para la sostenibilidad externa, el crecimiento y el empleo
(en comparación con la situación previa.) El régimen cambiario de flotación sucia que
hoy predomina se ha mostrado hasta ahora más apropiado para el contexto de
volatilidad de los flujos de capital, pero al costo de comprometer en distintas medidas
las políticas monetarias. El trade-off entre la volatilidad del tipo de cambio, la política
monetaria y el nivel de actividad es distinto entre países, de acuerdo a diferentes
características de sus sistemas financieros y economías reales. Parece claro que la
robustez de estos regímenes depende del contexto de inserción financiera, tal como lo
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definimos arriba, y de la magnitud de los shocks a que son sometidos. En contextos
extremos es probable que las opciones de política cambiaria y monetaria que ofrece el
régimen resulten todas inadmisibles y se deba recurrir al control de cambios como
alternativa de menor costo. Esta reflexión no debe interpretarse como propuesta de
política, sino como una ilustración del tipo de problemas que incluye en la agenda
macroeconómica el contexto actual de la globalización financiera y una invitación a
trabajar sobre ellos.
En resumen, creo haber sugerido que los macroeconomistas tenemos mucho
trabajo por delante.
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