Visualizar el artículo íntegro, en formato PDF

Anuncio
Trabajos y
ensayos
Publicación del Master Oficial en Estudios Internacionales
y del Programa de Doctorado Cooperación, Integración y
Conflicto en la Sociedad de Internacional Contemporánea.
Departamento de Derecho Internacional Público,
Relaciones Internacionales e Historia del Derecho
UPV/ EHU
Número 8
(agosto de 2008)
ISSN: 1887-5688
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
José Manuel González-Casanova
1. INTRODUCCIÓN
El concepto de hegemonía ha sido utilizado con mucha frecuencia en las ciencias
sociales. En campos del conocimiento tan diversos como las Relaciones Internacionales, la
sociología, la pedagogía o la cultura, se encuentran numerosas referencias a la idea de
hegemonía; se podría hablar de hegemonía política, económica, cultural, lingüística, etc.
Todas ellas hacen referencia a la existencia de una relación asimétrica y determinada por
algún tipo de supremacía; sea ésta militar, social, cultural o de cualquier otro tipo.
El siguiente trabajo pretende realizar una exploración del término en la disciplina de las
Relaciones Internacionales. Como se verá más adelante, incluso en una misma disciplina
científica se pueden encontrar lecturas y definiciones muy diferentes sobre un mismo
concepto; éste es el caso de la idea de hegemonía. Teniendo en cuenta diferentes corrientes
teóricas, se tratará de realizar un análisis crítico de sus propuestas y destacar posibles
coincidencias y/o divergencias, con el objetivo final de proponer una definición acorde a los
retos teóricos, que enfrenta la disciplina de las Relaciones Internacionales a comienzos del
siglo XXI.
También se prestará atención a la doble dimensión del concepto, incluyendo una
referencia a la gestación de contrahegemonías. Cuando un orden hegemónico peligra
posiblemente se deba a la aparición de fuerzas contrahegemónicas. No debe pensarse que
éstas son ajenas al orden hegemónico, sino que son parte de él y se generan en su propio seno.
Algunos autores han puesto de relieve la existencia de fases en todo orden hegemónico, que
se van sucediendo y que pueden alterar la configuración del propio sistema; otros, como los
enmarcados en la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales, creen que el problema del
cambio tiene mayor relación con la configuración de fuerzas sociales antagónicas que
desafían el orden establecido. Sin duda, el concepto de hegemonía no puede entenderse sin
prestar atención a su propio revés: la contrahegemonía.
1
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
Por último, se tratará de realizar una aproximación a la consideración del orden mundial
vigente como hegemónico. Se expondrán argumentos que dan fuerza a esta idea y se tratarán
de identificar las principales fracturas o conflictos que configuran el actual orden mundial.
2. HEGEMONÍA Y ORDEN MUNDIAL
En la Teoría de las Relaciones Internacionales el concepto de hegemonía ha sido
opuesto, de manera reiterada, a la idea de equilibrio de poder. En la literatura internacionalista
se encontrarán numerosas referencias a la teoría del equilibro de poder, sin embargo no
siempre harán referencia a un mismo fenómeno. Algunos autores han destacado la existencia
de definiciones incompatibles en obras dedicadas al estudio de la realidad internacional1. La
presencia de dos conceptos, tan discutidos y difícilmente definibles como poder y equilibrio,
explican la complejidad de alcanzar algún tipo de consenso. Sin embargo, a pesar de la
controversia, se puede destacar como principal característica del concepto de equilibrio de
poder: la inexistencia de una potencia preponderante. Como describe K. Sodupe:
“En la teoría del equilibrio de poder, el sistema internacional está compuesto por dos
o más Estados significativos. Los recursos de poder están distribuidos de una manera
más o menos uniforme entre ellos. Con arreglo a esta teoría, el rasgo más
sobresaliente de la política internacional reside en la formación recurrente de
equilibrios de poder entre los Estados”2.
Como se puede intuir al considerar esta definición, el equilibrio de poder sólo puede
establecerse si los Estados tratan de limitar su poder y equipararlo al del resto de Estados
principales. Entre las principales funciones que ha desempeñado el equilibrio de poder en el
sistema de Estados moderno se pueden señalar en primer lugar, evitar la conformación de un
imperio universal; en segundo lugar, liberar de la absorción a pequeños Estados gracias a la
conformación de equilibrios locales y regionales; en tercer lugar, establecer instituciones para
1
Puede consultarse: M. Wright, “The Balance of Power” en H. Butterfield & M. Wright (eds.), Diplomatic
Investigations: Essays in the Theory of International Politics, London, George Allen & Unwin, 1996 y E. B.
Haas, “The Balance of Power: Prescription, Concept or Propaganda”, World Politics, Vol. V, Julio 1995.
2
K. Sodupe, La estructura de Poder del Sistema Internacional: Del Final de la Segunda Guerra Mundial a la
Posguerra Fría, Madrid, Fundamentos, 2002, pp. 37-38.
2
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
el funcionamiento del sistema internacional como el Derecho internacional o la diplomacia; y
finalmente, preservar el propio sistema de Estados y el mantenimiento del status quo. Por
último, habría que hacer referencia al problema del mantenimiento de la paz. Parte de la
literatura internacionalista defiende la idea de que el equilibrio de poder es necesario para el
mantenimiento del orden en un espacio considerado anárquico. Sin embargo, “es necesario
recordar que la función del equilibrio de poder no es preservar la paz, sino preservar el
sistema de Estados”3. Incluso se debe recordar que el equilibrio de poder está íntimamente
relacionado con la guerra, siendo el instrumento al que más se ha recurrido para impedir el
acceso a posiciones hegemónicas de algún Estado. Las dos guerras mundiales del siglo XX
podrían ser consideradas un ejemplo de esta situación.
Un escenario muy diferente exponen los defensores de la teoría de la hegemonía,
pudiendo ser considerado antagónico al descrito con anterioridad. Siguiendo a R. Gilpin, un
orden hegemónico está caracterizado por la existencia de una potencia dominante que
acumula la mayor parte de los recursos de poder. Frente a la formación continuada de
equilibrios se propone una estructura del orden mundial asimétrica y marcada por periodos de
auge y decadencia de potencias hegemónicas. La guerra, considerada por muchos inevitable,
será el principal motor del cambio en el sistema de Estados. Incluso la consideración de la
guerra es diferente en ambas teorías: mientras que para unos, es una forma de mantener el
status quo, para otros, marca el inicio de una nueva fase hegemónica. Sin embargo, los
partidarios de la teoría de la hegemonía defienden que un orden hegemónico es más proclive
al mantenimiento de la paz. Algunos autores destacan que los periodos de guerras, que se han
sucedido a lo largo de la historia, han coincidido con momentos en los que se había intentado
mantener el equilibrio de poder.
Para sus partidarios, un sistema hegemónico no supone el establecimiento de un imperio
universal y ni muchos menos, pone en riesgo la supervivencia del sistema de Estados. Existe,
en buena parte de la literatura hegemonista, el convencimiento de que la existencia de un
hegemón tiene consecuencias positivas para el resto de Estados. Éste, para intentar mantener
su posición y el orden establecido, adopta una posición defensiva y respetuosa de la
independencia del resto de Estados. No cabe duda de que un orden hegemónico beneficia
principalmente a la potencia dominante, pero ésta, para legitimar su posición, hace partícipes
de los beneficios a los Estados comprometidos con el mantenimiento del sistema. Asimismo,
3
Ibidem, p. 41.
3
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
la potencia hegemónica diseñará las bases del orden político y económico no sólo para su
propio beneficio, sino para poder distribuirlos y legitimar su dominación. Este escenario es
visto por los defensores de la teoría de la hegemonía como más estable que el propuesto por
los partidarios de un sistema de equilibrio de poder.
Respecto a la dinámica del orden hegemónico, R. Gilpin señala la existencia de fases de
auge y declive que determinan las posibilidades del cambio. Las fases de auge aparecen como
consecuencia de la explotación de ventajas económicas y tecnológicas, que permiten la
inversión del excedente en obtener superioridad en el terreno militar. Sin embargo, el
mantenimiento de la dominación genera enormes costes para la potencia hegemónica,
teniendo ésta que maximizar los beneficios que le aporta su supremacía. Con el paso del
tiempo, R. Gilpin sostiene que “una vez que la gran potencia ha alcanzado un punto de
equilibrio entre los beneficios y los costes de la expansión, la tendencia general apunta a que
los costes de mantener la hegemonía crecen más rápido que la capacidad de financiarla”4. Esta
situación marcaría un punto de inflexión que anunciaría el inicio de una fase de declive
hegemónico. Más adelante, se hará referencia con mayor exactitud a las consecuencias de esta
fase y a las posibles alternativas a la crisis que pueden adoptar las potencias hegemónicas para
mantener su dominación.
2.1. La hegemonía desde la visión de la Teoría Crítica
Desde posiciones teóricas diferentes a la anterior se han realizado algunas
aproximaciones al concepto de hegemonía como es el caso de la Teoría Crítica de las
Relaciones Internacionales. Concretamente, autores como R. Cox y S. Gill han introducido
esta idea a partir de la obra del italiano A. Gramsci conformando la denominada vertiente
neogramsciana de la Teoría Crítica.
Los orígenes de lo que hoy se denomina Teoría Crítica se encuentran en el periodo de
entreguerras del siglo pasado y, más concretamente, a partir de la obra de M. Horkheimer. Su
distinción entre teoría crítica y teoría tradicional o teoría social burguesa tendrá una enorme
repercusión en las ciencias sociales y, como no podía ser de otro modo, también en las
Relaciones Internacionales. En palabras de N. Cornago:
4
Ibidem, p. 44.
4
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
“La concepción tradicional de la teoría parte de una abstracción en la que la actividad
científica parece quedar fuera de la vida social, al margen por completo de la división
social del trabajo, desprendida de cualesquiera otros condicionamientos externos que
no sean los de su pretendida adecuación a los hechos, de tal modo que su relación
con otras actividades , o su eventual contribución al conjunto de la vida social no
resulta inmediatamente transparente, y en consecuencia la propia función social de la
ciencia
- regresiva, o en su caso progresiva - quedaría consciente o
inconscientemente oculta”5.
Para Horkheimer, cuando la producción científica no tiene en cuenta el carácter
histórico del objeto que estudia ni el del propio investigador, la teoría social se convierte en
ideología. El investigador debe ser consciente de que está sometido a condicionantes que
afectan a su propia visión del mundo. De esta forma, Horkheimer se opone a la ilusión
positivista de una ciencia social valorativamente neutral y considera que “el trabajo teórico o
bien deviene cómplice más o menos consciente de tales condicionamientos, y con ello de las
diversas formas sociales de dominación, o toma conciencia de los mismos, e intenta elevarse
sobre ellos, incorporando una dimensión crítica que pueda ayudarle a superar esa limitación”6.
La Teoría Crítica, partiendo de esta oposición a los planteamientos del positivismo, propone
que la ciencia debe obedecer a un ideal emancipador y debe servir como instrumento para tal
fin. Esta declaración formará parte de los ejes ontológicos de la Teoría Crítica.
En el campo de las Relaciones Internacionales estos planteamientos tienen su expresión
en las obras de R. Cox y S. Gill, entre otros. Cox elaborará una propuesta crítica para el
estudio de las Relaciones Internacionales a partir de una interpretación flexible y exenta de
dogmatismo, del materialismo histórico. En relación con lo anterior, afirmará Cox que
“theory is always for someone and for some purpose. And theories have a perspective.
Perspectives derive from a position in time and space, specifically social and political time
and space”7. Así, frente a un tipo de teoría dedicada a la solución de problemas parciales
(problem solving) que se acerca al mundo sin cuestionar las estructuras de poder o las
5
N. Cornago, “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales”, Revista
Española de Derecho Internacional, Vol. LVII, nº 2, 2005, p. 668.
6
Ibidem.
7
R. Cox, “Social forces, states, and world orders: beyond international relations theory”, en R. Cox (ed.),
Approaches to world order, Cambridge, University of Cambridge, 1996, p. 87.
5
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
circunstancias históricas que le dan forma, “Cox defenderá la idea de una teoría crítica,
caracterizada por el cuestionamiento del orden existente, y por la atención específica a la
historicidad del orden mundial”8. Con estos pilares se tratará de construir una Teoría Crítica
que deberá; en primer lugar, tener en cuenta los diversos intereses a los que una teoría puede
estar sirviendo; en segundo lugar, estudiar los procesos históricos que determinan el orden
mundial; en tercer lugar, prestar atención a la dialéctica histórica de las fuerzas sociales y de
las condiciones materiales que conforman el orden mundial; y finalmente, tener en cuenta los
procesos ideológicos que contribuyen a afianzar la dominación hegemónica. El objetivo final
será la contribución, desde el terreno de la teoría, a la movilización de las fuerzas sociales que
promuevan la emancipación social de la humanidad. Este compromiso entre ciencia y cambio
social queda patente cuando R. Cox afirma que “critical theory allows for a normative choice
in favour of a social and political order different from the prevailing order, but it limits the
range of choice to alternative orders which are feasible transformations of the existing
world”9.
En la obra de R. Cox tiene un papel fundamental el concepto de hegemonía tomado,
como se comentó anteriormente, de la obra de A. Gramsci. Así, la hegemonía es entendida
como la “forma específica de dominación que descansa, no tanto en la represión de las formas
de contestación al orden como en la aceptación social de su ejercicio y el consentimiento de la
autoridad”10. En palabras de Gramsci:
“La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo
terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los modos de
conocimiento (…). Para decirlo con lenguaje crociano: cuando se consigue introducir
una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se termina por
introducir también esta concepción, es decir, se determina una reforma filosófica
total”11.
Esta relación entre las formas de coacción y la aceptación del orden social es la que
permite introducir la obra de Gramsci en el estudio de las Relaciones Internacionales. No es
extraño que, siguiendo a Gramsci, parte de la teoría crítica haya dedicado sus esfuerzos
8
N. Cornago, op. cit., p. 676.
R. Cox, op. cit., p. 90.
10
N. Cornago, op. cit., p. 678.
9
6
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
intelectuales a estudiar las dimensiones ideológicas que contribuyen a legitimar, o en su caso
deslegitimar, el orden mundial imperante. Sin embargo, no se debe caer en el error de
considerar a la Teoría Crítica como defensora de una ontología idealista, sino como partidaria
de un desarrollo complejo del conocimiento de la superestructura en el marco general de la
tradición del materialismo histórico.
La obra de R. Cox es, en síntesis, un intento de proyección a escala global de la idea de
hegemonía vinculada por buena parte de la literatura internacionalista al Estado. A diferencia
del planteamiento de R. Gilpin, R. Cox no cree que el orden mundial esté determinado por la
existencia de un Estado hegemónico; la hegemonía global se construye a partir de los Estados,
los organismos internacionales, las reglas de funcionamiento de la economía mundial y del
Derecho internacional, las clases sociales, etc. bajo el amparo de un marco ideológico común.
Este sistema hegemónico se construye desde el consenso de los actores hegemónicos y no por
el unilateralismo de un Estado. El multilateralismo será considerado como el “mecanismo
fundamental de adaptación a los crecientes requerimientos funcionales y de legitimidad del
orden mundial”12.
Siguiendo esta línea de argumentación R. Cox dará una enorme importancia al papel
transformador de la sociedad civil. Las ciencias sociales han dado un significado muy diverso
al concepto de sociedad civil en los últimos siglos. Para Hegel, sociedad civil era sinónimo de
sociedad burguesa y representaba la lucha en defensa de los intereses privados, frente al poder
público que no era otra cosa que el Estado. Un tratamiento más actual del término, vincularía
sociedad civil a la actividad emancipatoria de las fuerzas sociales frente a las fuerzas del
mercado y del Estado. R. Cox asume la doble dimensión del término:
“Por un lado, la sociedad civil es en efecto el cimiento sobre el que la burguesía
mundial (…) construye la hegemonía; pero por otro, es también el dominio en el que
las fuerzas sociales de oposición (…) elaboran y despliegan las formas de
contestación contrahegemónicas que en última instancia pueden contribuir a impulsar
la necesaria transformación social”13.
11
A. Gramsci, Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, Ediciones Península, 1978, p. 67.
N. Cornago, op. cit., p. 679.
13
Ibidem.
12
7
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
De esta forma, R. Cox entiende el orden mundial como el resultado de la combinación
de sus dimensiones objetivas –desigualdad social, proceso de polarización a escala global,
etc.- e intersubjetivas, entre las que están presentes diferentes visiones del mundo que han
sido determinadas por las condiciones materiales de existencia de los diferentes grupos
sociales. Con esta afirmación no se refiere a una mera determinación mecánica de la
superestructura, sino a la “articulación siempre compleja entre las condiciones de posibilidad
que establece la realidad material y la propia autonomía de la conciencia en la esfera del
pensamiento y de la acción”14. Esta compleja realidad es la que deben tener en cuenta aquellas
fuerzas sociales que pretendan alterar el orden mundial vigente y acometer las
transformaciones sociales más urgentes.
3. CRISIS DE HEGEMONÍA Y MOVIMIENTOS ANTISISTÉMICOS EN EL
ORDEN MUNDIAL
Hasta aquí se ha hecho referencia al tratamiento del concepto de hegemonía en la
disciplina de las Relaciones Internacionales, a partir de este momento se tratará de realizar
una aproximación a las ideas referidas a las crisis y a la formación de movimientos y fuerzas
contrahegemónicas. Como se explicaba con anterioridad, no se puede concebir un sistema
hegemónico sin tener en cuenta su temporalidad o, si se quiere, caducidad. Los periodos de
crisis hegemónica se han sucedido a lo largo de la historia de manera aparentemente
inevitable. A continuación, se expondrán algunas de las aportaciones al estudio de las fases
críticas de la dominación hegemónica y a la construcción de movimientos antisistémicos.
3.1. Fase de declive hegemónico y guerra en R. Gilpin
Para R. Gilpin, como se expuso en el capítulo anterior, la aparición de un actor
hegemónico en el sistema internacional de Estados está relacionada con el aprovechamiento
de ventajas económicas y tecnológicas que faciliten el ejercicio de la dominación. El
excedente obtenido a partir de su posición privilegiada, determinará las posibilidades del
mantenimiento de un orden mundial hegemónico. Sin embargo, R. Gilpin advierte que, a
14
Ibidem, p. 680.
8
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
largo plazo, los costes del ejercicio del poder crecen a mayor velocidad que los beneficios que
pueden obtenerse. Así, las potencias hegemónicas tenderán a una situación de equilibrio entre
costes y beneficios que marcará el inicio de una fase de crisis o declive hegemónico. La
financiación de la dominación y los compromisos adquiridos tienden a verse como una
“pesada carga”15.
R. Gilpin llamará la atención sobre factores internos y externos que explicarán la fase de
declive de una potencia hegemónica. Entre los factores internos destacan, en primer lugar, la
pérdida de vigor del crecimiento económico; en segundo lugar, el enorme coste de una
actividad política orientada hacia el exterior; en tercer lugar, el incremento del consumo –
tanto público como privado- en detrimento de la inversión; y finalmente, lo que R. Gilpin
denomina el deterioro moral de la sociedad que hace referencia a la inmovilidad y decadencia
reinantes en las sociedades en crisis. Entre los factores de orden externo, menciona R. Gilpin,
los altos costes de la dominación política. Se hace referencia, particularmente, a la necesidad
de invertir continuamente en armamento, a la aparición de nuevos actores que puedan desafiar
la hegemonía y a las dificultades para mantener el compromiso de otros Estados con el
mantenimiento del sistema. Otro de los riegos externos para el mantenimiento de la
hegemonía lo constituye la pérdida de liderazgo económico y tecnológico. La redistribución
necesaria de recursos económicos y tecnológicos hacia otros Estados, necesaria para legitimar
el orden hegemónico, tiende a socavar sus propias ventajas comparativas respecto a los demás
actores. Esta tendencia igualitaria puede incentivar la aparición de Estados que desafíen la
hegemonía y el orden mundial establecido.
Ante el surgimiento de este nuevo escenario, la potencia hegemónica tiene ante sí dos
alternativas de acción. La primera consistiría en aumentar los recursos que le permitan seguir
financiando su dominación. Esta opción podría consistir en elevar los impuestos, las
prestaciones que se exigen a otros Estados o impulsar la eficiencia de los recursos propios por
medio de la innovación técnica, organizativa, etc. Estas propuestas suponen ciertas dosis de
sacrificio y compromiso para todos los componentes de la sociedad que quizás no se sientan
motivados a actuar, siguiendo a R. Gilpin, en virtud del círculo vicioso de decadencia e
inmovilidad que toda sociedad en crisis experimenta. La segunda alternativa posible a la fase
de declive hegemónico consistiría en la reducción de los costes de la dominación. Esto podría
realizarse de diversas formas: en primer lugar, iniciando una guerra hegemónica,
15
K. Sodupe, op. cit., p. 44.
9
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
aprovechando la superioridad militar aún vigente, contra la potencia desafiante; en segundo
lugar, iniciando una fase de expansión estratégica que, a pesar de suponer una considerable
inversión inicial, otorgue beneficios a medio y largo plazo al conseguir un perímetro
defensivo más sólido; en tercer lugar, reduciendo los compromisos internacionales y velando
por un clima de estabilidad del sistema. Algunas de estas propuestas podrían ser interpretadas
por el resto de Estados como síntomas de debilidad y el inicio de su inevitable declive. En el
caso de que estas reformas no tengan éxito en inicio de una guerra hegemónica será
inevitable. Como explica K. Sodupe, “la consecuencia más importante de la guerra
hegemónica es que cambia el sistema con arreglo a la nueva distribución de poder
internacional y provoca una reordenación de los componentes básicos del sistema”16. Como
resultado de la guerra, la nueva potencia hegemónica establecerá las bases del orden político y
económico internacional adaptándolas a sus intereses particulares. Se iniciará una nueva fase
de auge hegemónico y una transformación significativa del orden mundial.
3.2. Crisis y contradicciones sistémicas: S. Amin e I. Wallerstein
Hasta ahora se ha vinculado el inicio de una fase de declive hegemónico a la
desmembración de la dominación ejercida por un Estado en el sistema internacional. Desde
otras posiciones teóricas se ha defendido que, en los últimos años, se está asistiendo a una
fase de declive que no está protagonizada por un único Estado sino por un sistema global: el
sistema capitalista. A continuación, se expondrán los principales argumentos de algunas de
estas líneas de pensamiento, representadas por S. Amin e I. Wallerstein.
S. Amin parte de la idea de que el capitalismo contemporáneo se ha visto envuelto en
una crisis de carácter estructural que puede ser definitiva. Esta crisis estructural no cree que
pueda ser superada por una nueva fase de expansión; “lo que parece diseñarse son signos
indicativos de la ‘senilidad’ del capitalismo y por ello la necesidad objetiva para la humanidad
en su conjunto de comprometerse en la ‘vía’ del socialismo”17. Para S. Amin el socialismo no
representa la única salida a la crisis, pero si la considera la más deseable. Nunca puede
16
17
Ibidem, p. 46.
S. Amin, Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no-americano, Barcelona, Viejo Topo, 2003, p. 153.
10
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
descartarse la peor de las hipótesis, que llevaría a la “catástrofe y al suicidio de la
humanidad”18.
Según S. Amin el capitalismo está mostrando sus principales rasgos de senilidad. El
primero de ellos lo constituiría el largo plazo de la revolución científica en curso. Esta
revolución –sobre todo en la informática y en la automática- pretende conseguir una mayor
producción material invirtiendo, simultáneamente, menos capital y menos trabajo. Si esta es
su pretensión habrá que concluir que el capitalismo está agotando su papel histórico, pues se
basa en el dominio del capital sobre el trabajo. En palabras de S. Amin:
“Las relaciones sociales capitalistas ya no permiten continuar una acumulación
continua que definía históricamente su función. Tales relaciones constituyen un
obstáculo para proseguir enriqueciendo a las sociedades humanas. Otras relaciones,
basadas en la abolición de la propiedad privada del capital, se han convertido desde
ahora en una necesidad objetiva. No para ‘corregir’ el esquema de reparto del ingreso
(favoreciendo al trabajo), que el capitalismo tiende por sí mismo a tornar más y más
desigual; sino sobre todo para permitir la recuperación del crecimiento de la riqueza
material, tarea imposible si se basa en las relaciones sociales capitalistas”19.
El segundo rasgo que determina la senilidad del sistema lo constituye la imposibilidad
de que el imperialismo colectivo de la Tríada –EEUU, UE y Japón- pueda mantener el
desarrollo capitalista de las periferias. El imperialismo de etapas anteriores se caracterizaba
por la exportación de capitales desde el centro hacia la periferia, estableciendo un capitalismo
asimétrico y dependiente. Esta inversión en la periferia permitía la extracción de excedentes
provenientes de la explotación del trabajo. Este reflujo de beneficios podía equilibrar, incluso
superar, los flujos de la exportación de capitales. En los últimos años esta dinámica ha
cambiado. La Tríada ya no es exportadora de capitales hacia la periferia y los excedentes que
absorbe ya no son “la contrapartida financiera de inversiones productivas nuevas”20. La
inversión productiva en la periferia ha sido sustituida por la absorción de distintos tipos de
excedentes del sistema, como por ejemplo la deuda de los países subdesarrollados21. En
18
Ibidem, p. 151.
Ibidem, p. 153.
20
Ibidem, p. 154.
21
Sobre este aspecto puede consultarse: S. Gill, “Las contradicciones de la supremacía de Estados Unidos”,
Socialist Register, Noviembre 2005, www.bibliotecavirtual.clacso.org.ar (Abril 2008).
19
11
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
definitiva, para S. Amin “el carácter parasitario de ese modo de funcionamiento del sistema
imperialista es, en sí, un signo de senilidad que sitúa en primer plano de la escena la
contradicción creciente centros-periferias, llamadas también ‘Norte-Sur’”22. Estos dos rasgos
de senilidad del capitalismo anuncian su incapacidad para generar riqueza productiva; es lo
que S. Amin denomina “un modo de destrucción no creadora”23.
Desde el análisis que propone I. Wallerstein, también el sistema capitalista estaría
iniciando el camino hacia su desaparición, si bien, los argumentos que aporta difieren de los
anteriores. Para defender la decadencia del sistema capitalista invita a “fijarnos en sus
contradicciones ya que todos los sistemas históricos (…) tienen contradicciones internas,
razón por la cual tienen vidas limitadas”24. Según Wallerstein, las contradicciones básicas que
socavan las perspectivas futuras del capitalismo histórico son: el dilema de la acumulación, el
dilema de la legitimación política y el dilema de la agenda geocultural. Estas contradicciones
forman parte del sistema capitalista desde sus inicios pero se está llegando a un punto en que
no pueden mantenerse; es decir, “al punto en el que los ajustes necesarios para mantener el
funcionamiento normal del sistema tendrían un coste tan alto que no podrían devolverlo a un
estado de equilibrio siquiera temporal”25.
El dilema de la acumulación vendría determinado por la tensión entre dos fuerzas que
genera el propio sistema: la que conduce al establecimiento de monopolios y la que genera la
competencia en los mercados. Para I. Wallerstein la acumulación incesante de capital es la
principal razón de ser del sistema capitalista y para maximizarla se requiere cierto nivel de
monopolio en la producción. Cuanto mayor sea el nivel de monopolización más ventajosa
será la relación entre costes de producción y precios de venta. Sin embargo, estas perspectivas
de éxito son, a menudo, imitadas por otros actores y generan la competencia en los mercados.
Esta relación sugiere que los monopolios incitan la aparición de la competencia, minando las
posibilidades de mantenimiento del propio monopolio y sus beneficios asociados. Ahora bien,
cada vez que las posibilidades de beneficios elevados se disipan, los capitalistas buscarán
nuevas fuentes, es decir, nuevas oportunidades de monopolizar otros sectores de la
producción.
22
S. Amin, op. cit., p. 154.
Ibidem, p. 155.
24
I. Wallerstein, El futuro de la civilización capitalista, Barcelona, Icaria, 1999, p. 69.
25
Ibidem, p. 70.
23
12
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
“Esta tensión entre la necesidad de monopolizar y su carácter autodestructivo explica
la naturaleza cíclica de la actividad económica capitalista y da razón de la subyacente
división del trabajo entre productores centrales (altamente monopolizados) y
productos periféricos (altamente competitivos) en la economía-mundo capitalista”26.
Ante la imposibilidad de conseguir establecer monopolios en el mercado, aspecto muy
difícil dada la propia naturaleza del mismo, los productores tratarán de involucrar a otras
instituciones. I. Wallerstein destaca aquí el papel del Estado y de la “costumbre”, considerada
como sistema de valores que reproduce pautas de consumo, como instituciones que tratan de
facilitar, en la medida de lo posible y con los riesgos que ello conlleva, la acumulación de
capital por la vía de la monopolización. Es todo este entramado de contradicciones y sus
consecuencias al que se refiere I. Wallerstein cuando habla del dilema de la acumulación
como uno de los principales retos que debe afrontar el capitalismo.
Por otro lado, I. Wallerstein llama la atención sobre el denominado dilema de la
legitimación política del capitalismo histórico. Se refiere a que “todos los sistemas históricos
sobreviven recompensando a los cuadros del sistema; [y por otro lado] han tenido que
mantener a raya a amplias capas de la población que no estaban siendo bien recompensadas
material y socialmente”27. Algunas de las reformas que se han llevado a cabo, durante los
últimos siglos, como el reconocimiento de derechos individuales y sociales, la extensión de la
democracia o el Estado de bienestar, han formado parte de esa estrategia de contención de las
aspiraciones de los sectores insuficientemente recompensados de la sociedad. Este tipo de
reformas tuvieron éxito durante siglos pero, a finales de los años 70 del siglo XX, el sistema
se mostró incapaz de generar los suficientes recursos como para redistribuir la riqueza desde
el centro hacia la periferia del sistema. La estrategia que había funcionado en el marco de los
Estados no podía aplicarse en el escenario internacional sin que los cuadros beneficiados del
sistema renunciaran a la parte que tenían reservada. La estrategia reformista ha sido
abandonada desde entonces y el sistema está viendo mermada su legitimidad al no poder dar
respuesta a las enormes fracturas económicas, políticas y sociales que están teniendo lugar.
Por último, I. Wallerstein se refiere al dilema de la agenda geocultural. Esta
contradicción sistémica básica tiene como punto de partida la concepción individualista que
ha fomentado el capitalismo desde sus inicios. El individualismo “fomenta la competición de
26
Ibidem.
13
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
todos contra todos de forma particularmente virulenta ya que legitima esta competición no
para una reducida elite sólo sino para toda la humanidad”28. Sin duda, en el capitalismo el
individuo es el actor principal y de él depende su posición en el sistema. Para justificar y
legitimar las desigualdades se han desarrollado dos discursos aparentemente contradictorios
pero complementarios. El primero es el del “universalismo”, que tiende a justificar cualquier
privilegio con el argumento de una teórica igualdad de oportunidades. El segundo de los
discursos es el del “racismo-sexismo”, que trata de justificar lo mismo a partir del argumento
contrario: la ausencia de privilegios se debe a la incompetencia –justificada biológicamente
unas veces, culturalmente otras- de los individuos. Siguiendo a I. Wallerstein:
“El modo en que cada una de estas prácticas contiene a la otra es lo que siempre ha
hecho posible usar la una contra la otra: usar el racismo-sexismo para impedir que el
universalismo avance demasiado en la dirección del igualitarismo; y usar el
universalismo para impedir que el racismo-sexismo avance demasiado en la
dirección de un sistema de castas”29.
Este sistema de contención que ha servido para el mantenimiento del sistema, según la
opinión de I. Wallerstein, se está resquebrajando. Los dos discursos ya no se limitan
mutuamente y están tomando una mayor autonomía, produciéndose una colisión entre dos
concepciones del mundo antagónicas: universalismo y particularismo. Esta será una de las
fracturas que pondrán en riesgo la estabilidad del sistema.
Como se ha intentado describir, más allá del espacio reservado a la concurrencia de los
Estados, se plantean luchas y contradicciones que pueden determinar el declive de un orden
hegemónico; planteado éste en términos de sistema capitalista, sistema-mundo o civilización.
3.3. Movimientos antisistémicos y desafíos a la hegemonía
Desde hace años, algunos autores han dirigido su atención hacia el fenómeno de la
formación y dinámica de los movimientos antisistémicos. La aparición de estos movimientos
27
Ibidem, p. 77.
Ibidem, p. 82.
29
Ibidem, p. 84.
28
14
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
contestatarios debe relacionarse con la existencia de un orden hegemónico que se considera
injusto. Siguiendo a Wallerstein, siempre han existido fuerzas sociales que confrontan la
dominación y en el capitalismo histórico éstas han evolucionado a partir de dos formas
básicas: los movimientos sociales y los movimientos nacionales30. Los primeros tuvieron
como objetivo principal intensificar la lucha de clases; sindicatos y partidos socialistas fueron
sus formas de organización. Por otra parte, los movimientos nacionales aspiraban a la
creación de un Estado nacional; bien por la vía de la unificación de unidades políticas
separadas -la unidad italiana-, o bien por medio de la secesión de Estados imperiales y
opresivos -descolonización africana-. En la década de los años 70 del pasado siglo, I.
Wallerstein acuñó el término de movimientos antisistémicos “con el fin de disponer de una
formulación que agrupara los dos tipos específicos de movimiento popular existentes analítica
e históricamente”31. Partiendo de esta definición se podrá realizar un acercamiento a las
formas de resistencia que han actuado durante el siglo XX y los primeros años del siglo XXI.
Durante la primera mitad del siglo XX las fuerzas de resistencia tuvieron,
mayoritariamente, la forma de movimientos sociales o nacionales. Esta diferencia tiene que
ver con la situación concreta que enfrentaba cada uno en el contexto general de la
confrontación contrahegemónica. Sin embargo, el origen y el desarrollo de estos movimientos
revelan características comunes. En primer lugar, ambos tipos de organización se definieron a
sí mismas, con frecuencia, como revolucionarias. Su objetivo final era el de la transformación
de las relaciones sociales existentes; lo que supuso, en ambos casos, la represión por parte de
las fuerzas defensoras del status quo. En segundo lugar, los movimientos antisistémicos
protagonizaron, desde sus inicios, un debate en torno a la orientación de su acción hacia el
Estado o hacia la transformación individual; las escisiones entre socialistas y anarquistas son
un ejemplo. Con el tiempo se afianzaron más las opciones que se orientaron hacia el control
del poder del Estado; los intentos en sentido contrario fueron condenados al fracaso. En tercer
lugar, durante la confrontación muchos movimientos socialistas adoptaron el discurso
nacionalista y viceversa. En Europa algunos movimientos socialistas se conformaron como
fuerzas de integración nacional y también muchos movimientos de liberación nacional
estuvieron conformados, con frecuencia, por partidos comunistas y socialistas. Esta
indistinción, en palabras de Wallerstein, “fue mayor de lo que jamás reconocieron sus
30
31
I. Wallerstein, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos, Madrid, Akal, 2004, p. 464.
Ibidem.
15
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
partidarios”32. En cuarto lugar, ambos tipos de movimiento se organizaron a partir de
estructuras similares. Usualmente, partiendo de un pequeño grupo de intelectuales a los que se
sumaba un número mayor de militantes, fueron creciendo y conformando un tejido social de
base popular que les permitía confrontar a sus oponentes. Sin embargo, aún partiendo del
mismo tipo de estructura organizacional, los movimientos socialistas tuvieron mayor
presencia en los Estados del centro de la economía-mundo capitalista y los movimientos
nacionalistas se concentraron el las zonas periféricas y semiperiféricas; no cabe duda, que si
bien los objetivos estratégicos podían coincidir, las apuestas tácticas para acceder al poder
tenían que ser diferentes en función de cada contexto. En quinto lugar, todo movimiento
debatió, en algún momento, sobre qué forma de transformación era la más adecuada: la
reforma o la revolución. Probablemente, ninguno halló una respuesta satisfactoria: por un
lado, los revolucionarios una vez en el poder, en algunos casos, dejaron de ser tan
revolucionarios; y por otro lado, los reformistas no pudieron, con frecuencia, aplicar sus
programas debido a la resistencia del propio sistema en que confiaron. Por último, la mayoría
de movimientos antisistémicos optaron, para la realización de sus aspiraciones, por una
estrategia constituida por dos fases: “primero, conquistar el poder en el interior de la
estructura estatal; después, transformar el mundo”33. Tras la conquista del poder estatal
muchos tomaron conciencia de que el poder del Estado era muy limitado para realizar las
transformaciones que deseaban. Como apunta Wallerstein, “cada Estado se halla constreñido
por el hecho de que forma parte del sistema interestatal, en el cual la soberanía de ninguno de
los Estados que lo componen es absoluta”34. Ante esta situación, muchos de estos
movimientos perdieron su carácter antisistémico y se limitaron a mantenerse en el poder;
cambiando sus objetivos iniciales.
Esta configuración de los movimientos de resistencia empezó a resquebrajarse a finales
de los años sesenta coincidiendo con la revolución mundial de 1968, debido a la desilusión
que provocó la izquierda tradicional una vez en el poder. A pesar de las numerosas reformas
que mejoraron los sistemas de salud pública, educación y empleo, la aspiración de cambiar el
mundo de base nunca llegó. Esta decepción tuvo dos consecuencias principales: la primera,
que la izquierda tradicional empezó a perder la legitimidad de sus bases; y la segunda, que el
Estado empezaba a verse como un instrumento no adecuado de transformación.
32
Ibidem, p. 465.
Ibidem.
34
Ibidem, p. 467.
33
16
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
Paralelamente, comenzaron a surgir nuevos movimientos antisistémicos que renunciaban al
modelo de organización tradicional y proponían un nuevo horizonte de transformación.
El primero de estos esfuerzos lo constituyó el surgimiento de diferentes organizaciones
de orientación maoísta. Se defendía que la izquierda tradicional había abandonado el carácter
revolucionario “puro” que ellos encarnaban. Sin embargo, la mayoría de estas organizaciones
no llegaron a generar movimientos de masas y, tras la muerte de Mao Tse-Tung, el maoísmo
fue abandonado en China y perdió fuerza en el resto del mundo. Otra iniciativa en el mismo
sentido fue protagonizada por la irrupción de los nuevos movimientos sociales: ecologistas,
feministas o grupos representativos de minorías étnicas y raciales. Estos movimientos sólo
tuvieron una presencia significativa en los países del centro y se caracterizaron por un rechazo
a la estrategia de las dos fases; no estaban dispuestos a relegar sus aspiraciones a un segundo
lugar y esperar a “después de la revolución”. Con el paso de los años el reformismo que
propugnaban fue evolucionando hacia posiciones socialdemócratas; algunos de ellos aún se
mantienen activos y otros desaparecieron como consecuencia de la adopción de sus
reclamaciones por otros partidos de la izquierda. Durante la década de los 80, un nuevo tipo
de organización antisistémica logró alcanzar niveles de significación importantes: las
organizaciones defensoras de los derechos humanos. Éstas se presentaron como las defensoras
de la sociedad civil organizada y tuvieron éxito al conseguir que muchos Estados realizaran
reformas en materia de derechos humanos. Estos movimientos también surgieron,
mayoritariamente, en los países del centro pero trataron de llevar a cabo sus programas en la
periferia; por esta razón, en muchos lugares fueron confundidos con los propios Estados del
centro. Tampoco consiguieron, y quizás nunca lo pensaron, construir movimientos de masas
de carácter transformador. El último tipo de movimiento antisistémico, y el más reciente, es el
constituido por el movimiento antiglobalización. Puede decirse que su nacimiento tuvo lugar
al calor de las protestas contra la cumbre de la OMC celebrada en Seattle en 1999. Tras estos
acontecimientos se han sucedido nuevas acciones de protesta en muchos lugares del mundo,
que han conducido al nacimiento del Foro Social Mundial en la ciudad brasileña de Porto
Alegre. Estos encuentros se han repetido en otras ciudades y la organización mantiene una
actividad cada vez más intensa. Las características que definen a este movimiento difieren de
las anteriores: el FSM intenta agrupar a todo tipo de organizaciones y movimientos -desde la
izquierda tradicional a las nuevas expresiones resistencia local o transnacional-. El elemento
aglutinador del movimiento es el rechazo a las consecuencias de la aplicación de la agenda
17
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
neoliberal por parte de instituciones como el BM, el FMI y la OMC. En esta labor de
resistencia antisistémica están involucrados movimientos, tanto del Norte como del Sur, bajo
el lema de “Otro mundo es posible”. El principal reto del FSM es elaborar un programa claro
y positivo. “Si puede hacerlo y, sin embargo, mantener el nivel de unidad actual y la ausencia
de una estructura omnicomprensiva (inevitablemente jerárquica) [será] la gran cuestión de los
próximos diez años”35. Esta forma de movimiento antisistémico es la que goza de mejor salud
en la actualidad. Habrá que esperar para ver que capacidad tiene de enfrentar y contribuir a
socavar las bases del orden hegemónico vigente.
4. CONCLUSIONES
Después de lo expuesto debo expresar mi acuerdo en calificar el actual orden mundial
como hegemónico. Sin embargo, desde mi punto de vista, no todas las definiciones que se han
aportado de hegemonía describen con suficiente rigor el estado actual.
En la obra de R. Gilpin, se presenta un tipo de hegemonía vinculada a la existencia de
una única potencia hegemónica. No creo que genere demasiada controversia el considerar que
existe algún país que aporta un mayor número de efectivos –sean estos militares,
tecnológicos, económicos, etc.- al mantenimiento de la hegemonía, pero más difícil resultaría
el aceptar que un solo Estado puede imponer su voluntad por la fuerza al resto. En el orden
mundial presente ni las ventajas tecnológicas, ni las económicas y tampoco la superioridad
militar pueden otorgar la oportunidad de ejercer algún tipo de dominación si no es aceptada.
En segundo lugar, siguiendo con el comentario sobre R. Gilpin, me parece difícil aceptar que
la fase de declive de una potencia hegemónica tenga lugar, únicamente, como consecuencia
de la incapacidad de financiar la dominación. Como han expresado otros autores, la
hegemonía no es sólo económica y/o militar; una fase de declive debe tener en cuenta las
demás dimensiones de la dominación: económica, militar, cultural, valorativa, tecnológica,
científica, política, etc. En tercer lugar, parece poco probable que el desenlace final de la fase
de declive hegemónico sea la guerra. Ninguna potencia presente, aunque tuviese mayores
ventajas en un orden hegemónico alternativo, desencadenaría una guerra para conseguirlo. La
primera razón la encuentro en la capacidad de destrucción del armamento actual; si hace 50
35
Ibidem, p. 472.
18
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
años era posible destruir varias veces el planeta hoy día esa capacidad se habrá multiplicado.
La vía de la fuerza no parece ser la más adecuada. Sin embargo, encuentro otra razón que me
parece más acertada: el orden mundial vigente descansa sobre el consenso de las elites y su
proyecto ideológico. Ningún Estado con posibilidades reales de desafiar la hegemonía, ni sus
gobernantes, están en disposición de alterar una situación que les es favorable. Frente a una
teórica dominación hegemónica estadounidense, no serán la UE, ni Japón, ni probablemente
China quienes tratarán de disputarle la hegemonía porque indudablemente son también parte
de ella. A pesar de posibles desencuentros puntuales las principales potencias mundiales
participan de un orden hegemónico que, podría decirse, abanderan los EEUU. En definitiva,
creo que la lectura que hace R. Gilpin de la hegemonía no nos permite hacer un diagnóstico
acertado del orden mundial presente.
Por otro lado, me parecen más sugerentes las propuestas elaboradas por la Teoría
Crítica y otros autores mencionados como S. Amin e I. Wallerstein. En primer lugar, por la
visión de conjunto que aportan sobre el sistema internacional, a pesar de las diferencias
notables que hay entre sus propuestas. Sus análisis sobre las múltiples contradicciones
presentes en el orden mundial proporcionan un diagnóstico más elaborado y sistemático. En
segundo lugar, porque entienden la construcción de la hegemonía como algo complejo, que
incluye muchas dimensiones, desde lo económico a lo militar y desde lo político a lo
ideológico. En último lugar, teniendo en cuenta desde donde están llegando las principales
expresiones de resistencia contrahegemónica, me refiero al movimiento antiglobalización,
creo que sus planteamientos pueden explicar esta reacción de una parte de la sociedad civil
organizada. En los próximos años habrá que atender a la evolución de las fuerzas
antisistémicas que se están gestando y al tratamiento de las contradicciones que puedan poner
en riesgo el actual orden mundial. Alejándome de las posiciones más pesimistas, que
advierten del peligro de un suicidio de la humanidad, espero que estos enfoques analíticos
contribuyan a la construcción de ese “otro mundo posible”, más justo, igualitario y libre.
19
TRABAJOS Y ENSAYOS
José Manuel González-Casanova:
Número 8, agosto de 2008
Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial
BIBLIOGRAFÍA
AMIN, SAMIR, Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no-americano, Barcelona,
Viejo Topo, 2003.
CORNAGO, NOE, “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de las Relaciones
Internacionales”, Revista Española de Derecho Internacional, Vol. LVII, nº 2,
2005.
COX, ROBERT, “Social forces, states, and world orders: beyond international relations
theory”, en COX, ROBERT (ed.), Approaches to world order, Cambridge,
University of Cambridge, 1996.
GILL, STEPHEN, “Las contradicciones de la supremacía de Estados Unidos”, Socialist Register, Noviembre
2005,
http://bibliotecavirtual.clacso.org.ar/ar/libros/social/2005/social.html (Junio 2008)
GRAMSCI, ANTONIO, Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, Ediciones
Península, 1978.
SODUPE, KEPA, La estructura de Poder del Sistema Internacional: Del Final de la Segunda
Guerra Mundial a la Posguerra Fría, Madrid, Fundamentos, 2002.
WALLERSTEIN, IMMANUEL., El futuro de la civilización capitalista, Barcelona, Icaria,
1999.
_____________________, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos, Madrid,
Akal, 2004.
20
Descargar