Trabajos y ensayos Publicación del Master Oficial en Estudios Internacionales y del Programa de Doctorado Cooperación, Integración y Conflicto en la Sociedad de Internacional Contemporánea. Departamento de Derecho Internacional Público, Relaciones Internacionales e Historia del Derecho UPV/ EHU Número 8 (agosto de 2008) ISSN: 1887-5688 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial José Manuel González-Casanova 1. INTRODUCCIÓN El concepto de hegemonía ha sido utilizado con mucha frecuencia en las ciencias sociales. En campos del conocimiento tan diversos como las Relaciones Internacionales, la sociología, la pedagogía o la cultura, se encuentran numerosas referencias a la idea de hegemonía; se podría hablar de hegemonía política, económica, cultural, lingüística, etc. Todas ellas hacen referencia a la existencia de una relación asimétrica y determinada por algún tipo de supremacía; sea ésta militar, social, cultural o de cualquier otro tipo. El siguiente trabajo pretende realizar una exploración del término en la disciplina de las Relaciones Internacionales. Como se verá más adelante, incluso en una misma disciplina científica se pueden encontrar lecturas y definiciones muy diferentes sobre un mismo concepto; éste es el caso de la idea de hegemonía. Teniendo en cuenta diferentes corrientes teóricas, se tratará de realizar un análisis crítico de sus propuestas y destacar posibles coincidencias y/o divergencias, con el objetivo final de proponer una definición acorde a los retos teóricos, que enfrenta la disciplina de las Relaciones Internacionales a comienzos del siglo XXI. También se prestará atención a la doble dimensión del concepto, incluyendo una referencia a la gestación de contrahegemonías. Cuando un orden hegemónico peligra posiblemente se deba a la aparición de fuerzas contrahegemónicas. No debe pensarse que éstas son ajenas al orden hegemónico, sino que son parte de él y se generan en su propio seno. Algunos autores han puesto de relieve la existencia de fases en todo orden hegemónico, que se van sucediendo y que pueden alterar la configuración del propio sistema; otros, como los enmarcados en la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales, creen que el problema del cambio tiene mayor relación con la configuración de fuerzas sociales antagónicas que desafían el orden establecido. Sin duda, el concepto de hegemonía no puede entenderse sin prestar atención a su propio revés: la contrahegemonía. 1 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial Por último, se tratará de realizar una aproximación a la consideración del orden mundial vigente como hegemónico. Se expondrán argumentos que dan fuerza a esta idea y se tratarán de identificar las principales fracturas o conflictos que configuran el actual orden mundial. 2. HEGEMONÍA Y ORDEN MUNDIAL En la Teoría de las Relaciones Internacionales el concepto de hegemonía ha sido opuesto, de manera reiterada, a la idea de equilibrio de poder. En la literatura internacionalista se encontrarán numerosas referencias a la teoría del equilibro de poder, sin embargo no siempre harán referencia a un mismo fenómeno. Algunos autores han destacado la existencia de definiciones incompatibles en obras dedicadas al estudio de la realidad internacional1. La presencia de dos conceptos, tan discutidos y difícilmente definibles como poder y equilibrio, explican la complejidad de alcanzar algún tipo de consenso. Sin embargo, a pesar de la controversia, se puede destacar como principal característica del concepto de equilibrio de poder: la inexistencia de una potencia preponderante. Como describe K. Sodupe: “En la teoría del equilibrio de poder, el sistema internacional está compuesto por dos o más Estados significativos. Los recursos de poder están distribuidos de una manera más o menos uniforme entre ellos. Con arreglo a esta teoría, el rasgo más sobresaliente de la política internacional reside en la formación recurrente de equilibrios de poder entre los Estados”2. Como se puede intuir al considerar esta definición, el equilibrio de poder sólo puede establecerse si los Estados tratan de limitar su poder y equipararlo al del resto de Estados principales. Entre las principales funciones que ha desempeñado el equilibrio de poder en el sistema de Estados moderno se pueden señalar en primer lugar, evitar la conformación de un imperio universal; en segundo lugar, liberar de la absorción a pequeños Estados gracias a la conformación de equilibrios locales y regionales; en tercer lugar, establecer instituciones para 1 Puede consultarse: M. Wright, “The Balance of Power” en H. Butterfield & M. Wright (eds.), Diplomatic Investigations: Essays in the Theory of International Politics, London, George Allen & Unwin, 1996 y E. B. Haas, “The Balance of Power: Prescription, Concept or Propaganda”, World Politics, Vol. V, Julio 1995. 2 K. Sodupe, La estructura de Poder del Sistema Internacional: Del Final de la Segunda Guerra Mundial a la Posguerra Fría, Madrid, Fundamentos, 2002, pp. 37-38. 2 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial el funcionamiento del sistema internacional como el Derecho internacional o la diplomacia; y finalmente, preservar el propio sistema de Estados y el mantenimiento del status quo. Por último, habría que hacer referencia al problema del mantenimiento de la paz. Parte de la literatura internacionalista defiende la idea de que el equilibrio de poder es necesario para el mantenimiento del orden en un espacio considerado anárquico. Sin embargo, “es necesario recordar que la función del equilibrio de poder no es preservar la paz, sino preservar el sistema de Estados”3. Incluso se debe recordar que el equilibrio de poder está íntimamente relacionado con la guerra, siendo el instrumento al que más se ha recurrido para impedir el acceso a posiciones hegemónicas de algún Estado. Las dos guerras mundiales del siglo XX podrían ser consideradas un ejemplo de esta situación. Un escenario muy diferente exponen los defensores de la teoría de la hegemonía, pudiendo ser considerado antagónico al descrito con anterioridad. Siguiendo a R. Gilpin, un orden hegemónico está caracterizado por la existencia de una potencia dominante que acumula la mayor parte de los recursos de poder. Frente a la formación continuada de equilibrios se propone una estructura del orden mundial asimétrica y marcada por periodos de auge y decadencia de potencias hegemónicas. La guerra, considerada por muchos inevitable, será el principal motor del cambio en el sistema de Estados. Incluso la consideración de la guerra es diferente en ambas teorías: mientras que para unos, es una forma de mantener el status quo, para otros, marca el inicio de una nueva fase hegemónica. Sin embargo, los partidarios de la teoría de la hegemonía defienden que un orden hegemónico es más proclive al mantenimiento de la paz. Algunos autores destacan que los periodos de guerras, que se han sucedido a lo largo de la historia, han coincidido con momentos en los que se había intentado mantener el equilibrio de poder. Para sus partidarios, un sistema hegemónico no supone el establecimiento de un imperio universal y ni muchos menos, pone en riesgo la supervivencia del sistema de Estados. Existe, en buena parte de la literatura hegemonista, el convencimiento de que la existencia de un hegemón tiene consecuencias positivas para el resto de Estados. Éste, para intentar mantener su posición y el orden establecido, adopta una posición defensiva y respetuosa de la independencia del resto de Estados. No cabe duda de que un orden hegemónico beneficia principalmente a la potencia dominante, pero ésta, para legitimar su posición, hace partícipes de los beneficios a los Estados comprometidos con el mantenimiento del sistema. Asimismo, 3 Ibidem, p. 41. 3 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial la potencia hegemónica diseñará las bases del orden político y económico no sólo para su propio beneficio, sino para poder distribuirlos y legitimar su dominación. Este escenario es visto por los defensores de la teoría de la hegemonía como más estable que el propuesto por los partidarios de un sistema de equilibrio de poder. Respecto a la dinámica del orden hegemónico, R. Gilpin señala la existencia de fases de auge y declive que determinan las posibilidades del cambio. Las fases de auge aparecen como consecuencia de la explotación de ventajas económicas y tecnológicas, que permiten la inversión del excedente en obtener superioridad en el terreno militar. Sin embargo, el mantenimiento de la dominación genera enormes costes para la potencia hegemónica, teniendo ésta que maximizar los beneficios que le aporta su supremacía. Con el paso del tiempo, R. Gilpin sostiene que “una vez que la gran potencia ha alcanzado un punto de equilibrio entre los beneficios y los costes de la expansión, la tendencia general apunta a que los costes de mantener la hegemonía crecen más rápido que la capacidad de financiarla”4. Esta situación marcaría un punto de inflexión que anunciaría el inicio de una fase de declive hegemónico. Más adelante, se hará referencia con mayor exactitud a las consecuencias de esta fase y a las posibles alternativas a la crisis que pueden adoptar las potencias hegemónicas para mantener su dominación. 2.1. La hegemonía desde la visión de la Teoría Crítica Desde posiciones teóricas diferentes a la anterior se han realizado algunas aproximaciones al concepto de hegemonía como es el caso de la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales. Concretamente, autores como R. Cox y S. Gill han introducido esta idea a partir de la obra del italiano A. Gramsci conformando la denominada vertiente neogramsciana de la Teoría Crítica. Los orígenes de lo que hoy se denomina Teoría Crítica se encuentran en el periodo de entreguerras del siglo pasado y, más concretamente, a partir de la obra de M. Horkheimer. Su distinción entre teoría crítica y teoría tradicional o teoría social burguesa tendrá una enorme repercusión en las ciencias sociales y, como no podía ser de otro modo, también en las Relaciones Internacionales. En palabras de N. Cornago: 4 Ibidem, p. 44. 4 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial “La concepción tradicional de la teoría parte de una abstracción en la que la actividad científica parece quedar fuera de la vida social, al margen por completo de la división social del trabajo, desprendida de cualesquiera otros condicionamientos externos que no sean los de su pretendida adecuación a los hechos, de tal modo que su relación con otras actividades , o su eventual contribución al conjunto de la vida social no resulta inmediatamente transparente, y en consecuencia la propia función social de la ciencia - regresiva, o en su caso progresiva - quedaría consciente o inconscientemente oculta”5. Para Horkheimer, cuando la producción científica no tiene en cuenta el carácter histórico del objeto que estudia ni el del propio investigador, la teoría social se convierte en ideología. El investigador debe ser consciente de que está sometido a condicionantes que afectan a su propia visión del mundo. De esta forma, Horkheimer se opone a la ilusión positivista de una ciencia social valorativamente neutral y considera que “el trabajo teórico o bien deviene cómplice más o menos consciente de tales condicionamientos, y con ello de las diversas formas sociales de dominación, o toma conciencia de los mismos, e intenta elevarse sobre ellos, incorporando una dimensión crítica que pueda ayudarle a superar esa limitación”6. La Teoría Crítica, partiendo de esta oposición a los planteamientos del positivismo, propone que la ciencia debe obedecer a un ideal emancipador y debe servir como instrumento para tal fin. Esta declaración formará parte de los ejes ontológicos de la Teoría Crítica. En el campo de las Relaciones Internacionales estos planteamientos tienen su expresión en las obras de R. Cox y S. Gill, entre otros. Cox elaborará una propuesta crítica para el estudio de las Relaciones Internacionales a partir de una interpretación flexible y exenta de dogmatismo, del materialismo histórico. En relación con lo anterior, afirmará Cox que “theory is always for someone and for some purpose. And theories have a perspective. Perspectives derive from a position in time and space, specifically social and political time and space”7. Así, frente a un tipo de teoría dedicada a la solución de problemas parciales (problem solving) que se acerca al mundo sin cuestionar las estructuras de poder o las 5 N. Cornago, “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales”, Revista Española de Derecho Internacional, Vol. LVII, nº 2, 2005, p. 668. 6 Ibidem. 7 R. Cox, “Social forces, states, and world orders: beyond international relations theory”, en R. Cox (ed.), Approaches to world order, Cambridge, University of Cambridge, 1996, p. 87. 5 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial circunstancias históricas que le dan forma, “Cox defenderá la idea de una teoría crítica, caracterizada por el cuestionamiento del orden existente, y por la atención específica a la historicidad del orden mundial”8. Con estos pilares se tratará de construir una Teoría Crítica que deberá; en primer lugar, tener en cuenta los diversos intereses a los que una teoría puede estar sirviendo; en segundo lugar, estudiar los procesos históricos que determinan el orden mundial; en tercer lugar, prestar atención a la dialéctica histórica de las fuerzas sociales y de las condiciones materiales que conforman el orden mundial; y finalmente, tener en cuenta los procesos ideológicos que contribuyen a afianzar la dominación hegemónica. El objetivo final será la contribución, desde el terreno de la teoría, a la movilización de las fuerzas sociales que promuevan la emancipación social de la humanidad. Este compromiso entre ciencia y cambio social queda patente cuando R. Cox afirma que “critical theory allows for a normative choice in favour of a social and political order different from the prevailing order, but it limits the range of choice to alternative orders which are feasible transformations of the existing world”9. En la obra de R. Cox tiene un papel fundamental el concepto de hegemonía tomado, como se comentó anteriormente, de la obra de A. Gramsci. Así, la hegemonía es entendida como la “forma específica de dominación que descansa, no tanto en la represión de las formas de contestación al orden como en la aceptación social de su ejercicio y el consentimiento de la autoridad”10. En palabras de Gramsci: “La realización de un aparato hegemónico, en la medida en que crea un nuevo terreno ideológico, determina una reforma de las conciencias y de los modos de conocimiento (…). Para decirlo con lenguaje crociano: cuando se consigue introducir una nueva moral conforme a una nueva concepción del mundo, se termina por introducir también esta concepción, es decir, se determina una reforma filosófica total”11. Esta relación entre las formas de coacción y la aceptación del orden social es la que permite introducir la obra de Gramsci en el estudio de las Relaciones Internacionales. No es extraño que, siguiendo a Gramsci, parte de la teoría crítica haya dedicado sus esfuerzos 8 N. Cornago, op. cit., p. 676. R. Cox, op. cit., p. 90. 10 N. Cornago, op. cit., p. 678. 9 6 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial intelectuales a estudiar las dimensiones ideológicas que contribuyen a legitimar, o en su caso deslegitimar, el orden mundial imperante. Sin embargo, no se debe caer en el error de considerar a la Teoría Crítica como defensora de una ontología idealista, sino como partidaria de un desarrollo complejo del conocimiento de la superestructura en el marco general de la tradición del materialismo histórico. La obra de R. Cox es, en síntesis, un intento de proyección a escala global de la idea de hegemonía vinculada por buena parte de la literatura internacionalista al Estado. A diferencia del planteamiento de R. Gilpin, R. Cox no cree que el orden mundial esté determinado por la existencia de un Estado hegemónico; la hegemonía global se construye a partir de los Estados, los organismos internacionales, las reglas de funcionamiento de la economía mundial y del Derecho internacional, las clases sociales, etc. bajo el amparo de un marco ideológico común. Este sistema hegemónico se construye desde el consenso de los actores hegemónicos y no por el unilateralismo de un Estado. El multilateralismo será considerado como el “mecanismo fundamental de adaptación a los crecientes requerimientos funcionales y de legitimidad del orden mundial”12. Siguiendo esta línea de argumentación R. Cox dará una enorme importancia al papel transformador de la sociedad civil. Las ciencias sociales han dado un significado muy diverso al concepto de sociedad civil en los últimos siglos. Para Hegel, sociedad civil era sinónimo de sociedad burguesa y representaba la lucha en defensa de los intereses privados, frente al poder público que no era otra cosa que el Estado. Un tratamiento más actual del término, vincularía sociedad civil a la actividad emancipatoria de las fuerzas sociales frente a las fuerzas del mercado y del Estado. R. Cox asume la doble dimensión del término: “Por un lado, la sociedad civil es en efecto el cimiento sobre el que la burguesía mundial (…) construye la hegemonía; pero por otro, es también el dominio en el que las fuerzas sociales de oposición (…) elaboran y despliegan las formas de contestación contrahegemónicas que en última instancia pueden contribuir a impulsar la necesaria transformación social”13. 11 A. Gramsci, Introducción a la filosofía de la praxis, Barcelona, Ediciones Península, 1978, p. 67. N. Cornago, op. cit., p. 679. 13 Ibidem. 12 7 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial De esta forma, R. Cox entiende el orden mundial como el resultado de la combinación de sus dimensiones objetivas –desigualdad social, proceso de polarización a escala global, etc.- e intersubjetivas, entre las que están presentes diferentes visiones del mundo que han sido determinadas por las condiciones materiales de existencia de los diferentes grupos sociales. Con esta afirmación no se refiere a una mera determinación mecánica de la superestructura, sino a la “articulación siempre compleja entre las condiciones de posibilidad que establece la realidad material y la propia autonomía de la conciencia en la esfera del pensamiento y de la acción”14. Esta compleja realidad es la que deben tener en cuenta aquellas fuerzas sociales que pretendan alterar el orden mundial vigente y acometer las transformaciones sociales más urgentes. 3. CRISIS DE HEGEMONÍA Y MOVIMIENTOS ANTISISTÉMICOS EN EL ORDEN MUNDIAL Hasta aquí se ha hecho referencia al tratamiento del concepto de hegemonía en la disciplina de las Relaciones Internacionales, a partir de este momento se tratará de realizar una aproximación a las ideas referidas a las crisis y a la formación de movimientos y fuerzas contrahegemónicas. Como se explicaba con anterioridad, no se puede concebir un sistema hegemónico sin tener en cuenta su temporalidad o, si se quiere, caducidad. Los periodos de crisis hegemónica se han sucedido a lo largo de la historia de manera aparentemente inevitable. A continuación, se expondrán algunas de las aportaciones al estudio de las fases críticas de la dominación hegemónica y a la construcción de movimientos antisistémicos. 3.1. Fase de declive hegemónico y guerra en R. Gilpin Para R. Gilpin, como se expuso en el capítulo anterior, la aparición de un actor hegemónico en el sistema internacional de Estados está relacionada con el aprovechamiento de ventajas económicas y tecnológicas que faciliten el ejercicio de la dominación. El excedente obtenido a partir de su posición privilegiada, determinará las posibilidades del mantenimiento de un orden mundial hegemónico. Sin embargo, R. Gilpin advierte que, a 14 Ibidem, p. 680. 8 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial largo plazo, los costes del ejercicio del poder crecen a mayor velocidad que los beneficios que pueden obtenerse. Así, las potencias hegemónicas tenderán a una situación de equilibrio entre costes y beneficios que marcará el inicio de una fase de crisis o declive hegemónico. La financiación de la dominación y los compromisos adquiridos tienden a verse como una “pesada carga”15. R. Gilpin llamará la atención sobre factores internos y externos que explicarán la fase de declive de una potencia hegemónica. Entre los factores internos destacan, en primer lugar, la pérdida de vigor del crecimiento económico; en segundo lugar, el enorme coste de una actividad política orientada hacia el exterior; en tercer lugar, el incremento del consumo – tanto público como privado- en detrimento de la inversión; y finalmente, lo que R. Gilpin denomina el deterioro moral de la sociedad que hace referencia a la inmovilidad y decadencia reinantes en las sociedades en crisis. Entre los factores de orden externo, menciona R. Gilpin, los altos costes de la dominación política. Se hace referencia, particularmente, a la necesidad de invertir continuamente en armamento, a la aparición de nuevos actores que puedan desafiar la hegemonía y a las dificultades para mantener el compromiso de otros Estados con el mantenimiento del sistema. Otro de los riegos externos para el mantenimiento de la hegemonía lo constituye la pérdida de liderazgo económico y tecnológico. La redistribución necesaria de recursos económicos y tecnológicos hacia otros Estados, necesaria para legitimar el orden hegemónico, tiende a socavar sus propias ventajas comparativas respecto a los demás actores. Esta tendencia igualitaria puede incentivar la aparición de Estados que desafíen la hegemonía y el orden mundial establecido. Ante el surgimiento de este nuevo escenario, la potencia hegemónica tiene ante sí dos alternativas de acción. La primera consistiría en aumentar los recursos que le permitan seguir financiando su dominación. Esta opción podría consistir en elevar los impuestos, las prestaciones que se exigen a otros Estados o impulsar la eficiencia de los recursos propios por medio de la innovación técnica, organizativa, etc. Estas propuestas suponen ciertas dosis de sacrificio y compromiso para todos los componentes de la sociedad que quizás no se sientan motivados a actuar, siguiendo a R. Gilpin, en virtud del círculo vicioso de decadencia e inmovilidad que toda sociedad en crisis experimenta. La segunda alternativa posible a la fase de declive hegemónico consistiría en la reducción de los costes de la dominación. Esto podría realizarse de diversas formas: en primer lugar, iniciando una guerra hegemónica, 15 K. Sodupe, op. cit., p. 44. 9 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial aprovechando la superioridad militar aún vigente, contra la potencia desafiante; en segundo lugar, iniciando una fase de expansión estratégica que, a pesar de suponer una considerable inversión inicial, otorgue beneficios a medio y largo plazo al conseguir un perímetro defensivo más sólido; en tercer lugar, reduciendo los compromisos internacionales y velando por un clima de estabilidad del sistema. Algunas de estas propuestas podrían ser interpretadas por el resto de Estados como síntomas de debilidad y el inicio de su inevitable declive. En el caso de que estas reformas no tengan éxito en inicio de una guerra hegemónica será inevitable. Como explica K. Sodupe, “la consecuencia más importante de la guerra hegemónica es que cambia el sistema con arreglo a la nueva distribución de poder internacional y provoca una reordenación de los componentes básicos del sistema”16. Como resultado de la guerra, la nueva potencia hegemónica establecerá las bases del orden político y económico internacional adaptándolas a sus intereses particulares. Se iniciará una nueva fase de auge hegemónico y una transformación significativa del orden mundial. 3.2. Crisis y contradicciones sistémicas: S. Amin e I. Wallerstein Hasta ahora se ha vinculado el inicio de una fase de declive hegemónico a la desmembración de la dominación ejercida por un Estado en el sistema internacional. Desde otras posiciones teóricas se ha defendido que, en los últimos años, se está asistiendo a una fase de declive que no está protagonizada por un único Estado sino por un sistema global: el sistema capitalista. A continuación, se expondrán los principales argumentos de algunas de estas líneas de pensamiento, representadas por S. Amin e I. Wallerstein. S. Amin parte de la idea de que el capitalismo contemporáneo se ha visto envuelto en una crisis de carácter estructural que puede ser definitiva. Esta crisis estructural no cree que pueda ser superada por una nueva fase de expansión; “lo que parece diseñarse son signos indicativos de la ‘senilidad’ del capitalismo y por ello la necesidad objetiva para la humanidad en su conjunto de comprometerse en la ‘vía’ del socialismo”17. Para S. Amin el socialismo no representa la única salida a la crisis, pero si la considera la más deseable. Nunca puede 16 17 Ibidem, p. 46. S. Amin, Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no-americano, Barcelona, Viejo Topo, 2003, p. 153. 10 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial descartarse la peor de las hipótesis, que llevaría a la “catástrofe y al suicidio de la humanidad”18. Según S. Amin el capitalismo está mostrando sus principales rasgos de senilidad. El primero de ellos lo constituiría el largo plazo de la revolución científica en curso. Esta revolución –sobre todo en la informática y en la automática- pretende conseguir una mayor producción material invirtiendo, simultáneamente, menos capital y menos trabajo. Si esta es su pretensión habrá que concluir que el capitalismo está agotando su papel histórico, pues se basa en el dominio del capital sobre el trabajo. En palabras de S. Amin: “Las relaciones sociales capitalistas ya no permiten continuar una acumulación continua que definía históricamente su función. Tales relaciones constituyen un obstáculo para proseguir enriqueciendo a las sociedades humanas. Otras relaciones, basadas en la abolición de la propiedad privada del capital, se han convertido desde ahora en una necesidad objetiva. No para ‘corregir’ el esquema de reparto del ingreso (favoreciendo al trabajo), que el capitalismo tiende por sí mismo a tornar más y más desigual; sino sobre todo para permitir la recuperación del crecimiento de la riqueza material, tarea imposible si se basa en las relaciones sociales capitalistas”19. El segundo rasgo que determina la senilidad del sistema lo constituye la imposibilidad de que el imperialismo colectivo de la Tríada –EEUU, UE y Japón- pueda mantener el desarrollo capitalista de las periferias. El imperialismo de etapas anteriores se caracterizaba por la exportación de capitales desde el centro hacia la periferia, estableciendo un capitalismo asimétrico y dependiente. Esta inversión en la periferia permitía la extracción de excedentes provenientes de la explotación del trabajo. Este reflujo de beneficios podía equilibrar, incluso superar, los flujos de la exportación de capitales. En los últimos años esta dinámica ha cambiado. La Tríada ya no es exportadora de capitales hacia la periferia y los excedentes que absorbe ya no son “la contrapartida financiera de inversiones productivas nuevas”20. La inversión productiva en la periferia ha sido sustituida por la absorción de distintos tipos de excedentes del sistema, como por ejemplo la deuda de los países subdesarrollados21. En 18 Ibidem, p. 151. Ibidem, p. 153. 20 Ibidem, p. 154. 21 Sobre este aspecto puede consultarse: S. Gill, “Las contradicciones de la supremacía de Estados Unidos”, Socialist Register, Noviembre 2005, www.bibliotecavirtual.clacso.org.ar (Abril 2008). 19 11 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial definitiva, para S. Amin “el carácter parasitario de ese modo de funcionamiento del sistema imperialista es, en sí, un signo de senilidad que sitúa en primer plano de la escena la contradicción creciente centros-periferias, llamadas también ‘Norte-Sur’”22. Estos dos rasgos de senilidad del capitalismo anuncian su incapacidad para generar riqueza productiva; es lo que S. Amin denomina “un modo de destrucción no creadora”23. Desde el análisis que propone I. Wallerstein, también el sistema capitalista estaría iniciando el camino hacia su desaparición, si bien, los argumentos que aporta difieren de los anteriores. Para defender la decadencia del sistema capitalista invita a “fijarnos en sus contradicciones ya que todos los sistemas históricos (…) tienen contradicciones internas, razón por la cual tienen vidas limitadas”24. Según Wallerstein, las contradicciones básicas que socavan las perspectivas futuras del capitalismo histórico son: el dilema de la acumulación, el dilema de la legitimación política y el dilema de la agenda geocultural. Estas contradicciones forman parte del sistema capitalista desde sus inicios pero se está llegando a un punto en que no pueden mantenerse; es decir, “al punto en el que los ajustes necesarios para mantener el funcionamiento normal del sistema tendrían un coste tan alto que no podrían devolverlo a un estado de equilibrio siquiera temporal”25. El dilema de la acumulación vendría determinado por la tensión entre dos fuerzas que genera el propio sistema: la que conduce al establecimiento de monopolios y la que genera la competencia en los mercados. Para I. Wallerstein la acumulación incesante de capital es la principal razón de ser del sistema capitalista y para maximizarla se requiere cierto nivel de monopolio en la producción. Cuanto mayor sea el nivel de monopolización más ventajosa será la relación entre costes de producción y precios de venta. Sin embargo, estas perspectivas de éxito son, a menudo, imitadas por otros actores y generan la competencia en los mercados. Esta relación sugiere que los monopolios incitan la aparición de la competencia, minando las posibilidades de mantenimiento del propio monopolio y sus beneficios asociados. Ahora bien, cada vez que las posibilidades de beneficios elevados se disipan, los capitalistas buscarán nuevas fuentes, es decir, nuevas oportunidades de monopolizar otros sectores de la producción. 22 S. Amin, op. cit., p. 154. Ibidem, p. 155. 24 I. Wallerstein, El futuro de la civilización capitalista, Barcelona, Icaria, 1999, p. 69. 25 Ibidem, p. 70. 23 12 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial “Esta tensión entre la necesidad de monopolizar y su carácter autodestructivo explica la naturaleza cíclica de la actividad económica capitalista y da razón de la subyacente división del trabajo entre productores centrales (altamente monopolizados) y productos periféricos (altamente competitivos) en la economía-mundo capitalista”26. Ante la imposibilidad de conseguir establecer monopolios en el mercado, aspecto muy difícil dada la propia naturaleza del mismo, los productores tratarán de involucrar a otras instituciones. I. Wallerstein destaca aquí el papel del Estado y de la “costumbre”, considerada como sistema de valores que reproduce pautas de consumo, como instituciones que tratan de facilitar, en la medida de lo posible y con los riesgos que ello conlleva, la acumulación de capital por la vía de la monopolización. Es todo este entramado de contradicciones y sus consecuencias al que se refiere I. Wallerstein cuando habla del dilema de la acumulación como uno de los principales retos que debe afrontar el capitalismo. Por otro lado, I. Wallerstein llama la atención sobre el denominado dilema de la legitimación política del capitalismo histórico. Se refiere a que “todos los sistemas históricos sobreviven recompensando a los cuadros del sistema; [y por otro lado] han tenido que mantener a raya a amplias capas de la población que no estaban siendo bien recompensadas material y socialmente”27. Algunas de las reformas que se han llevado a cabo, durante los últimos siglos, como el reconocimiento de derechos individuales y sociales, la extensión de la democracia o el Estado de bienestar, han formado parte de esa estrategia de contención de las aspiraciones de los sectores insuficientemente recompensados de la sociedad. Este tipo de reformas tuvieron éxito durante siglos pero, a finales de los años 70 del siglo XX, el sistema se mostró incapaz de generar los suficientes recursos como para redistribuir la riqueza desde el centro hacia la periferia del sistema. La estrategia que había funcionado en el marco de los Estados no podía aplicarse en el escenario internacional sin que los cuadros beneficiados del sistema renunciaran a la parte que tenían reservada. La estrategia reformista ha sido abandonada desde entonces y el sistema está viendo mermada su legitimidad al no poder dar respuesta a las enormes fracturas económicas, políticas y sociales que están teniendo lugar. Por último, I. Wallerstein se refiere al dilema de la agenda geocultural. Esta contradicción sistémica básica tiene como punto de partida la concepción individualista que ha fomentado el capitalismo desde sus inicios. El individualismo “fomenta la competición de 26 Ibidem. 13 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial todos contra todos de forma particularmente virulenta ya que legitima esta competición no para una reducida elite sólo sino para toda la humanidad”28. Sin duda, en el capitalismo el individuo es el actor principal y de él depende su posición en el sistema. Para justificar y legitimar las desigualdades se han desarrollado dos discursos aparentemente contradictorios pero complementarios. El primero es el del “universalismo”, que tiende a justificar cualquier privilegio con el argumento de una teórica igualdad de oportunidades. El segundo de los discursos es el del “racismo-sexismo”, que trata de justificar lo mismo a partir del argumento contrario: la ausencia de privilegios se debe a la incompetencia –justificada biológicamente unas veces, culturalmente otras- de los individuos. Siguiendo a I. Wallerstein: “El modo en que cada una de estas prácticas contiene a la otra es lo que siempre ha hecho posible usar la una contra la otra: usar el racismo-sexismo para impedir que el universalismo avance demasiado en la dirección del igualitarismo; y usar el universalismo para impedir que el racismo-sexismo avance demasiado en la dirección de un sistema de castas”29. Este sistema de contención que ha servido para el mantenimiento del sistema, según la opinión de I. Wallerstein, se está resquebrajando. Los dos discursos ya no se limitan mutuamente y están tomando una mayor autonomía, produciéndose una colisión entre dos concepciones del mundo antagónicas: universalismo y particularismo. Esta será una de las fracturas que pondrán en riesgo la estabilidad del sistema. Como se ha intentado describir, más allá del espacio reservado a la concurrencia de los Estados, se plantean luchas y contradicciones que pueden determinar el declive de un orden hegemónico; planteado éste en términos de sistema capitalista, sistema-mundo o civilización. 3.3. Movimientos antisistémicos y desafíos a la hegemonía Desde hace años, algunos autores han dirigido su atención hacia el fenómeno de la formación y dinámica de los movimientos antisistémicos. La aparición de estos movimientos 27 Ibidem, p. 77. Ibidem, p. 82. 29 Ibidem, p. 84. 28 14 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial contestatarios debe relacionarse con la existencia de un orden hegemónico que se considera injusto. Siguiendo a Wallerstein, siempre han existido fuerzas sociales que confrontan la dominación y en el capitalismo histórico éstas han evolucionado a partir de dos formas básicas: los movimientos sociales y los movimientos nacionales30. Los primeros tuvieron como objetivo principal intensificar la lucha de clases; sindicatos y partidos socialistas fueron sus formas de organización. Por otra parte, los movimientos nacionales aspiraban a la creación de un Estado nacional; bien por la vía de la unificación de unidades políticas separadas -la unidad italiana-, o bien por medio de la secesión de Estados imperiales y opresivos -descolonización africana-. En la década de los años 70 del pasado siglo, I. Wallerstein acuñó el término de movimientos antisistémicos “con el fin de disponer de una formulación que agrupara los dos tipos específicos de movimiento popular existentes analítica e históricamente”31. Partiendo de esta definición se podrá realizar un acercamiento a las formas de resistencia que han actuado durante el siglo XX y los primeros años del siglo XXI. Durante la primera mitad del siglo XX las fuerzas de resistencia tuvieron, mayoritariamente, la forma de movimientos sociales o nacionales. Esta diferencia tiene que ver con la situación concreta que enfrentaba cada uno en el contexto general de la confrontación contrahegemónica. Sin embargo, el origen y el desarrollo de estos movimientos revelan características comunes. En primer lugar, ambos tipos de organización se definieron a sí mismas, con frecuencia, como revolucionarias. Su objetivo final era el de la transformación de las relaciones sociales existentes; lo que supuso, en ambos casos, la represión por parte de las fuerzas defensoras del status quo. En segundo lugar, los movimientos antisistémicos protagonizaron, desde sus inicios, un debate en torno a la orientación de su acción hacia el Estado o hacia la transformación individual; las escisiones entre socialistas y anarquistas son un ejemplo. Con el tiempo se afianzaron más las opciones que se orientaron hacia el control del poder del Estado; los intentos en sentido contrario fueron condenados al fracaso. En tercer lugar, durante la confrontación muchos movimientos socialistas adoptaron el discurso nacionalista y viceversa. En Europa algunos movimientos socialistas se conformaron como fuerzas de integración nacional y también muchos movimientos de liberación nacional estuvieron conformados, con frecuencia, por partidos comunistas y socialistas. Esta indistinción, en palabras de Wallerstein, “fue mayor de lo que jamás reconocieron sus 30 31 I. Wallerstein, Capitalismo histórico y movimientos antisistémicos, Madrid, Akal, 2004, p. 464. Ibidem. 15 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial partidarios”32. En cuarto lugar, ambos tipos de movimiento se organizaron a partir de estructuras similares. Usualmente, partiendo de un pequeño grupo de intelectuales a los que se sumaba un número mayor de militantes, fueron creciendo y conformando un tejido social de base popular que les permitía confrontar a sus oponentes. Sin embargo, aún partiendo del mismo tipo de estructura organizacional, los movimientos socialistas tuvieron mayor presencia en los Estados del centro de la economía-mundo capitalista y los movimientos nacionalistas se concentraron el las zonas periféricas y semiperiféricas; no cabe duda, que si bien los objetivos estratégicos podían coincidir, las apuestas tácticas para acceder al poder tenían que ser diferentes en función de cada contexto. En quinto lugar, todo movimiento debatió, en algún momento, sobre qué forma de transformación era la más adecuada: la reforma o la revolución. Probablemente, ninguno halló una respuesta satisfactoria: por un lado, los revolucionarios una vez en el poder, en algunos casos, dejaron de ser tan revolucionarios; y por otro lado, los reformistas no pudieron, con frecuencia, aplicar sus programas debido a la resistencia del propio sistema en que confiaron. Por último, la mayoría de movimientos antisistémicos optaron, para la realización de sus aspiraciones, por una estrategia constituida por dos fases: “primero, conquistar el poder en el interior de la estructura estatal; después, transformar el mundo”33. Tras la conquista del poder estatal muchos tomaron conciencia de que el poder del Estado era muy limitado para realizar las transformaciones que deseaban. Como apunta Wallerstein, “cada Estado se halla constreñido por el hecho de que forma parte del sistema interestatal, en el cual la soberanía de ninguno de los Estados que lo componen es absoluta”34. Ante esta situación, muchos de estos movimientos perdieron su carácter antisistémico y se limitaron a mantenerse en el poder; cambiando sus objetivos iniciales. Esta configuración de los movimientos de resistencia empezó a resquebrajarse a finales de los años sesenta coincidiendo con la revolución mundial de 1968, debido a la desilusión que provocó la izquierda tradicional una vez en el poder. A pesar de las numerosas reformas que mejoraron los sistemas de salud pública, educación y empleo, la aspiración de cambiar el mundo de base nunca llegó. Esta decepción tuvo dos consecuencias principales: la primera, que la izquierda tradicional empezó a perder la legitimidad de sus bases; y la segunda, que el Estado empezaba a verse como un instrumento no adecuado de transformación. 32 Ibidem, p. 465. Ibidem. 34 Ibidem, p. 467. 33 16 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial Paralelamente, comenzaron a surgir nuevos movimientos antisistémicos que renunciaban al modelo de organización tradicional y proponían un nuevo horizonte de transformación. El primero de estos esfuerzos lo constituyó el surgimiento de diferentes organizaciones de orientación maoísta. Se defendía que la izquierda tradicional había abandonado el carácter revolucionario “puro” que ellos encarnaban. Sin embargo, la mayoría de estas organizaciones no llegaron a generar movimientos de masas y, tras la muerte de Mao Tse-Tung, el maoísmo fue abandonado en China y perdió fuerza en el resto del mundo. Otra iniciativa en el mismo sentido fue protagonizada por la irrupción de los nuevos movimientos sociales: ecologistas, feministas o grupos representativos de minorías étnicas y raciales. Estos movimientos sólo tuvieron una presencia significativa en los países del centro y se caracterizaron por un rechazo a la estrategia de las dos fases; no estaban dispuestos a relegar sus aspiraciones a un segundo lugar y esperar a “después de la revolución”. Con el paso de los años el reformismo que propugnaban fue evolucionando hacia posiciones socialdemócratas; algunos de ellos aún se mantienen activos y otros desaparecieron como consecuencia de la adopción de sus reclamaciones por otros partidos de la izquierda. Durante la década de los 80, un nuevo tipo de organización antisistémica logró alcanzar niveles de significación importantes: las organizaciones defensoras de los derechos humanos. Éstas se presentaron como las defensoras de la sociedad civil organizada y tuvieron éxito al conseguir que muchos Estados realizaran reformas en materia de derechos humanos. Estos movimientos también surgieron, mayoritariamente, en los países del centro pero trataron de llevar a cabo sus programas en la periferia; por esta razón, en muchos lugares fueron confundidos con los propios Estados del centro. Tampoco consiguieron, y quizás nunca lo pensaron, construir movimientos de masas de carácter transformador. El último tipo de movimiento antisistémico, y el más reciente, es el constituido por el movimiento antiglobalización. Puede decirse que su nacimiento tuvo lugar al calor de las protestas contra la cumbre de la OMC celebrada en Seattle en 1999. Tras estos acontecimientos se han sucedido nuevas acciones de protesta en muchos lugares del mundo, que han conducido al nacimiento del Foro Social Mundial en la ciudad brasileña de Porto Alegre. Estos encuentros se han repetido en otras ciudades y la organización mantiene una actividad cada vez más intensa. Las características que definen a este movimiento difieren de las anteriores: el FSM intenta agrupar a todo tipo de organizaciones y movimientos -desde la izquierda tradicional a las nuevas expresiones resistencia local o transnacional-. El elemento aglutinador del movimiento es el rechazo a las consecuencias de la aplicación de la agenda 17 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial neoliberal por parte de instituciones como el BM, el FMI y la OMC. En esta labor de resistencia antisistémica están involucrados movimientos, tanto del Norte como del Sur, bajo el lema de “Otro mundo es posible”. El principal reto del FSM es elaborar un programa claro y positivo. “Si puede hacerlo y, sin embargo, mantener el nivel de unidad actual y la ausencia de una estructura omnicomprensiva (inevitablemente jerárquica) [será] la gran cuestión de los próximos diez años”35. Esta forma de movimiento antisistémico es la que goza de mejor salud en la actualidad. Habrá que esperar para ver que capacidad tiene de enfrentar y contribuir a socavar las bases del orden hegemónico vigente. 4. CONCLUSIONES Después de lo expuesto debo expresar mi acuerdo en calificar el actual orden mundial como hegemónico. Sin embargo, desde mi punto de vista, no todas las definiciones que se han aportado de hegemonía describen con suficiente rigor el estado actual. En la obra de R. Gilpin, se presenta un tipo de hegemonía vinculada a la existencia de una única potencia hegemónica. No creo que genere demasiada controversia el considerar que existe algún país que aporta un mayor número de efectivos –sean estos militares, tecnológicos, económicos, etc.- al mantenimiento de la hegemonía, pero más difícil resultaría el aceptar que un solo Estado puede imponer su voluntad por la fuerza al resto. En el orden mundial presente ni las ventajas tecnológicas, ni las económicas y tampoco la superioridad militar pueden otorgar la oportunidad de ejercer algún tipo de dominación si no es aceptada. En segundo lugar, siguiendo con el comentario sobre R. Gilpin, me parece difícil aceptar que la fase de declive de una potencia hegemónica tenga lugar, únicamente, como consecuencia de la incapacidad de financiar la dominación. Como han expresado otros autores, la hegemonía no es sólo económica y/o militar; una fase de declive debe tener en cuenta las demás dimensiones de la dominación: económica, militar, cultural, valorativa, tecnológica, científica, política, etc. En tercer lugar, parece poco probable que el desenlace final de la fase de declive hegemónico sea la guerra. Ninguna potencia presente, aunque tuviese mayores ventajas en un orden hegemónico alternativo, desencadenaría una guerra para conseguirlo. La primera razón la encuentro en la capacidad de destrucción del armamento actual; si hace 50 35 Ibidem, p. 472. 18 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial años era posible destruir varias veces el planeta hoy día esa capacidad se habrá multiplicado. La vía de la fuerza no parece ser la más adecuada. Sin embargo, encuentro otra razón que me parece más acertada: el orden mundial vigente descansa sobre el consenso de las elites y su proyecto ideológico. Ningún Estado con posibilidades reales de desafiar la hegemonía, ni sus gobernantes, están en disposición de alterar una situación que les es favorable. Frente a una teórica dominación hegemónica estadounidense, no serán la UE, ni Japón, ni probablemente China quienes tratarán de disputarle la hegemonía porque indudablemente son también parte de ella. A pesar de posibles desencuentros puntuales las principales potencias mundiales participan de un orden hegemónico que, podría decirse, abanderan los EEUU. En definitiva, creo que la lectura que hace R. Gilpin de la hegemonía no nos permite hacer un diagnóstico acertado del orden mundial presente. Por otro lado, me parecen más sugerentes las propuestas elaboradas por la Teoría Crítica y otros autores mencionados como S. Amin e I. Wallerstein. En primer lugar, por la visión de conjunto que aportan sobre el sistema internacional, a pesar de las diferencias notables que hay entre sus propuestas. Sus análisis sobre las múltiples contradicciones presentes en el orden mundial proporcionan un diagnóstico más elaborado y sistemático. En segundo lugar, porque entienden la construcción de la hegemonía como algo complejo, que incluye muchas dimensiones, desde lo económico a lo militar y desde lo político a lo ideológico. En último lugar, teniendo en cuenta desde donde están llegando las principales expresiones de resistencia contrahegemónica, me refiero al movimiento antiglobalización, creo que sus planteamientos pueden explicar esta reacción de una parte de la sociedad civil organizada. En los próximos años habrá que atender a la evolución de las fuerzas antisistémicas que se están gestando y al tratamiento de las contradicciones que puedan poner en riesgo el actual orden mundial. Alejándome de las posiciones más pesimistas, que advierten del peligro de un suicidio de la humanidad, espero que estos enfoques analíticos contribuyan a la construcción de ese “otro mundo posible”, más justo, igualitario y libre. 19 TRABAJOS Y ENSAYOS José Manuel González-Casanova: Número 8, agosto de 2008 Hegemonía, crisis y movimientos antisistémicos en el orden mundial BIBLIOGRAFÍA AMIN, SAMIR, Más allá del capitalismo senil. Por un siglo XXI no-americano, Barcelona, Viejo Topo, 2003. CORNAGO, NOE, “Materialismo e idealismo en la Teoría Crítica de las Relaciones Internacionales”, Revista Española de Derecho Internacional, Vol. LVII, nº 2, 2005. COX, ROBERT, “Social forces, states, and world orders: beyond international relations theory”, en COX, ROBERT (ed.), Approaches to world order, Cambridge, University of Cambridge, 1996. 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