poder, dinero e iniciativa desde una perspectiva de política de

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PODER, DINERO E INICIATIVA DESDE UNA PERSPECTIVA
DE POLÍTICA DE EMPRESA
José Luis Lucas Tomás
El ámbito del Gobierno en Política de Empresa
Venturosamente está de moda abordar el tema del gobierno corporativo, lo
que seguramente arrojará luces para introducir mejoras en el proceso de dirección de
las empresas; con frecuencia la perspectiva se centra en el papel que tienen que
asumir los principales órganos societarios, lo que puede llevar a que se tenga una
visión algo restrictiva sobre quiénes gobiernan la empresa en la práctica y sobre lo
que hacen.
Desde el punto de vista de Política de Empresa el gobierno empresarial es
una tarea de naturaleza fundamentalmente política que consiste en buscar la mejora
de la empresa en términos relativos, procurando niveles aceptables de eficacia y
justicia, respondiendo de los recursos que se utilizan y cuidando de cumplir las leyes;
y si fuese posible, tratar de dar continuidad a la institución más allá del designio de
los dirigentes de cada momento.
En Política de Empresa se sabe que la empresa es un Negocio en marcha,
consistente en ofrecer a la sociedad un conjunto de bienes y servicios, por los que
recibe una compensación; según sea el resultado de esos intercambios se podrá
hablar de buenos y malos negocios. Asimismo se sabe que realizar los negocios
exige de una Gestión, que consiste en llevar adelante las operaciones, organizando
las actividades, los recursos y las personas. Además, la vida de los negocios exige
otros componentes, fundamentalmente Dinero, Poder e Iniciativa Institucional. El
Dinero son los recursos financieros que la entidad utiliza para la realización de los
negocios; los Poderes son los repartos de papeles que surgen en las relaciones entre
los diversos elementos que constituyen la empresa; y la Iniciativa Institucional
consiste en “hacer empresa” de la combinación de los negocios, la gestión, los
dineros y los poderes, de manera tal que se cree riqueza y se reparta con
determinados parámetros, procurando la continuidad de la entidad como tal. A
continuación se realiza una breve consideración sobre los temas de Poder, Dinero e
Iniciativa Institucional.
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Los poderes en la empresa
Es frecuente escuchar y leer ataques furibundos al poder como tal, como si
fuese el causante de los peores males; ciertamente el abuso de poder es
peligrosísimo, peor de ahí a rechazar el poder media un gran trecho. La anarquía y el
desgobierno son fenómenos perfectamente antisociales, donde no sólo sufre la
libertad de las personas sino también su dignidad. Las organizaciones humanas,
también las mercantiles, precisan del poder como pieza fundamental para
fundamentar la convivencia y huir de la inacción, el burocratismo y el miedo.
En las empresas mercantiles hay muchos poderes e influencias que juegan
en las relaciones y en las decisiones; en ellas mandan los paquetes accionariales, los
directivos, los sindicatos, los empleados, los poderes públicos, los proveedores y se
producen juegos productivos o destructivos. Es tarea de gobierno identificar los
poderes y ordenarlos para el buen fin de la operación empresarial, estableciendo
reglas de juego que combinen las necesidades del negocio, los fenómenos de la
propiedad, las capacidades personales, las circunstancias históricas, etc. La clave
reside en que los poderes no sean anónimos ni ausentes y, por lo tanto, que sean
citables a responsabilidad. Los poderes tienen nombres y apellidos y la lucha por la
transparencia, en este sentido, ha sido bastante fructífera en el ámbito mercantil.
En la práctica hay muchos casos de poderes amigables, que se ejercen en los
momentos precisos y en la justa medida, convirtiéndose en el basamento de la
organización empresarial. La incapacidad para organizarse socialmente en algunos
países, que caen con frecuencia en replanteos radicales sobre sus esencias, puede
pasar también en el mundo mercantil y algunas fórmulas societarias muestran cierta
inclinación por fomentar las banderías y las diferencias inventadas.
Ciertamente las luchas de poder son lo que peor se lleva con los negocios y
son las guerras civiles entre grupos accionariales, familiares y dirigentes la principal
causa de que las empresas sean derrotadas en los mercados. Un inversor lo que
menos desea es verse metido en asuntos de poderes y también los profesionales de
las empresas se preocupan cuando oyen las refriegas respecto a los poderes...y es que
normalmente se sabe que los asuntos de dinero tienen algún arreglo, mientras que los
de poder tienen tendencia a enquistarse.
Hay que tener en cuenta los poderes reales que juegan en la empresa
específica y, además, saber qué tipo de reparto y de ejercicio de poder es necesario
en cada momento. Cuando Charles Handy dice que los profesionales en la empresa
serán asociados y no empleados no está más que indicando un sueño, con la ventaja
de que se cumplirá, más pronto que tarde; y no será por temas de repartos de
dignidades ni negociaciones societarias, sino porque los profesionales son cada vez
más autónomos y ello lleva a relaciones más equilibradas. Por autonomía se entiende
que hay ámbitos de libertad más amplios, que existen alternativas profesionales, que
hay posibilidades para elegir el plan de vida y realizarlo; no es que sea un contrato
laboral con la figura de autónomo, sino que con cualquier régimen laboral que se
tenga la persona tendrá márgenes superiores de decisión. La autonomía es facilitada
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por tener unos conocimientos especiales (la caja de herramientas) y un patrimonio (la
caja de resistencia). El que muchos tengan patrimonio propio es una revolución
inadvertida que acabará por incidir en los poderes empresariales, dando lugar a
fórmulas diversas que implicarán repartos más amplios de los que hoy se imaginan.
También la existencia de grandes masas de capitales incide en la
consideración de los poderes, a veces justo en contra de lo que determinadas razones
deterministas podrían indicar. Los grandes fondos de pensiones y de inversión no han
supuesto la toma de poder de las empresas por los trabajadores y las clases medias,
sino que muy al contrario han concentrado el poder en los dirigentes empresariales,
pues los propietarios de los capitales y sus representantes han buscado rentabilidad y
han preferido la libertad de cambiar de empresa a la posibilidad de ejercer
internamente los poderes derivados de sus paquetes accionariales. Esto podrá
cambiar, y el legislador parece inclinado ahora a exigir a esos grandes propietarios
que ejerciten sus poderes, probablemente en contra de la libertad y de la eficacia de
los mismos, cuyo poder principal es elegir los objetivos que prefieren y no los que
parecerían “lógicos”, con lógica de poderes. Los inversores de los fondos se sienten
dueños de sus patrimonios y no de las empresas en que están invertidos... ¡son las
cosas de la autonomía personal!
Es patética la indefensión de los accionistas en bastantes compañías
cotizadas; y algo más dramática la situación de muchos accionistas en empresas no
cotizadas, donde están prisioneros y no pueden ejercer ni un ápice de poder. Esto hay
que saberlo antes de entrar o ante cualquier cambio societario; el tema no es sólo el
dividendo, el asunto serio es que pueden hacer contigo lo que deseen. Ser convidado
de piedra es algo bastante frecuente en las asambleas de accionistas, con toda la
parafernalia destinada a impedir el ejercicio de los poderes; véanse, en este sentido,
las cláusulas de salvaguarda que los dirigentes de las empresas cotizadas se
estuvieron concediendo en los últimos años del siglo XX y que han llevado a
verdaderas situaciones de dominio de los dirigentes, sin temores de ser amonestados
por sus accionistas.
Desde luego, es en las empresas sin accionistas donde los asuntos de los
poderes adquieren las tonalidades más coloristas: Sin instancias donde acudir, el
primero es el primero, y así pasa en las cajas de ahorro, las mutuas, las cooperativas
y las organizaciones sin ánimo de lucro, donde resulta difícil saber quién manda y
cuánto manda. En el reino de la ambigüedad puede pasar todo lo mejor y lo peor.
En las empresas mercantiles hay que tratar los temas de poder, siendo la
sugerencia concreta el llegar a disponer de un mapa de poderes, para así facilitar el
conocimiento de lo que puede pasar ante distintas hipótesis de resultados y en la
solución de las cuestiones que surjan alrededor de las personas; los poderes son
ejercidos por individuos concretos y, aparte de los objetivos y los resultados, la
coloración personal es más decisiva de lo que en principio pudiera parecer.
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Los dineros en la empresa
Hay individuos y agrupaciones que se refieren al dinero como el estiércol de
los negocios... pero no dicen de qué otra manera se pueden financiar las operaciones;
y sin financiación habrá pocos bienes y servicios en la sociedad. Saber atraer dineros
es una tarea esencial en los negocios y constituye una capacidad que suele faltar a
buena parte de los directivos, que dan por supuesto que habrá dinero. Saber tratar
bien los asuntos de dinero forma parte esencial de la tarea de gobierno y las
exigencias morales sin racionalidad económica no son una moral sino un moralismo;
en este sentido, el trabajo de los inversores no es nada despreciable, sino una
profesión seria y creadora de riqueza.
La empresa mercantil es un milagro de colaboraciones dinerarias. Véase la
banca, recogiendo dineros de los ahorradores para ponerlos a disposición de los
inversores; o la invención de la sociedad anónima, que permite limitar el riesgo de
las operaciones; o la existencia de los mercados, como conjunto de personas y
mecanismos que facilitan las transacciones.
La financiación en sí no es el negocio, pero puede sustentarlo o matarlo; los
problemas de producción, laborales y comerciales exigen dedicación y esfuerzo, pero
suelen salir adelante en cuestión de meses, mientras que los problemas financieros
pueden exigir postoperatorios de varios años. Las finanzas empresariales son en sí un
tema político, como lo son la inflación y los impuestos a nivel de la política pública;
alguien debe llevar las cuentas y avisar de lo que puede pasar, pero la
responsabilidad –por comisión u omisión- es de los dirigentes. En la práctica, las
suspensiones y quiebras son fruto de querer ignorar lo que cada tipo de dinero usado
exige realmente.
Cuando se produce un dolor financiero, la causa suele estar no en las propias
finanzas sino en la definición o la ejecución de los negocios, en la pericia o impericia
de la gestión, en la calidad de las iniciativas, en los equilibrios de poder;
frecuentemente las crisis financieras son consecuencia de no haber pesado bien las
necesidades de recursos y no conocer las propias capacidades de resistencia ante los
intereses de los diferentes proveedores, de ahí que haya que disponer de una balanza
para pesar los distintos tipos de dinero presentes en la empresa.
El dinero es una mercancía que tiene propietario y con alguna frecuencia los
dirigentes no saben bien quiénes son los verdaderos propietarios o, más
frecuentemente, ignoran lo que ellos desean; eso supone correr grandes riesgos.
Muchas veces sí se conocen esos deseos y están presentes en la labor de gobierno.
Conocer a quiénes deciden la concesión de créditos, los plazos de pago o la
permanencia en el capital, es información esencial; ignorar a los que te dan el dinero
y sus necesidades no es más que una enorme frivolidad, a pesar de que siempre se
puede echar la culpa de los desaguisados a los proveedores financieros (como parece
ser la moda en la política pública de bastantes países).
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Los objetivos empresariales o sociales pueden ser históricos, pero las cuentas
con el dinero no se deberían obviar; Carlos V fue un mal financiador de su imperio
familiar, como también su hijo, y acabaron arruinando a sus ciudadanos. Los
negocios no lo pueden aguantar todo ni la gestión puede hacer siempre milagros; si
no hay algo de holgura financiera se suele iniciar el juego de los poderes, porque ante
los riesgos excesivos o la falta de confianza los dineros dejan de ser un instrumento
técnico y pasan a convertirse en un elemento crítico de gobierno; de ahí que si se
vive de subvenciones no se tendrá autonomía y si se necesita perentoriamente el
dinero las condiciones las fijará el proveedor.
Los dineros tienen la ventaja de traer a los gobernantes a la realidad. El poder
suele ensoberbecer y la iniciativa puede emborrachar, mientras que el dinero es el
humus, la humildad; uno quisiera más y antes, pero los recursos no se sueñan. Saber
ajustar objetivos y recursos es labor de verdaderos gobernantes; ciertamente hay
momentos en que parece que todo es posible, pero suele ser conveniente no apostarlo
todo y tener siempre una reserva... y no por falta de iniciativas sino por simple
conocimiento de la realidad. En el uso del dinero es donde se suele poder distinguir a
los truhanes y a los ilusos, de ahí que los gobernantes con oficio muestren una cierta
tendencia a la prudencia.
La iniciativa institucional en la empresa
Hacer empresa no es comprar acciones ni terrenos; eso son operaciones de
negocio, que podrán dar lugar a una empresa, pero que aisladas no lo son; de hecho
hay personas y sociedades que gustan hacer negocios sin ningún deseo de constituir
organizaciones que gestionen y den continuidad a los proyectos. En una sociedad de
libre iniciativa no es obligatorio crear empresas y cada uno es libre de elegir su
vocación; eso sí, siendo consecuente con ella y sin envidias malsanas de aquellas
personas y sociedades que sí se han atrevido a hacer algo más que sobrevivir y se han
complicado la vida emprendiendo.
El mundo mercantil, por otra parte, no es equivalente a la carrera de caballos
que se celebra en Siena todos los años desde hace siglos; en dicha ciudad sólo se da
un premio y el primero en llegar se lleva toda la gloria, no hay segundo ni tercero, ni
consuelo para los vencidos. En el mundo empresarial hay premios diversos y cada
vez hay que definir el juego y lo que merece la pena apostar; no se trata de un
festival ni de un entramado de capitanes de fortuna. En la empresa alguien se lo tiene
que soñar, estableciendo lo que es propio de ella y conduciéndola para conseguirlo;
ello exige combinar recursos diversos, establecer prioridades, controlar los tiempos,
velar por el respeto a los derechos de los diferentes componentes e impulsar la
creación de riqueza y su reparto.
La riqueza no surge sin inversiones y sin tiempo; cinco o diez años son plazo
pequeño para construir una posición en el mercado, para crear equipo o para retribuir
a los accionistas. La riqueza no gusta de la crispación ni de la oposición, sí del
esfuerzo y del reconocimiento; todo tiene su momento y si no... paciencia. Quizás
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merezca la pena reproducir la opinión de don Julián Marías sobre el fenómeno de la
riqueza: “Cuando se habla de países ricos y países pobres se pretende ignorar que los
«ricos» lo son porque llevan siglos trabajando todo el mundo, de manera inteligente
y coordinada; hay otros países dedicados principalmente a matarse entre sí y en el
mejor de los casos a brincar y cantar, de lo cual no se puede esperar demasiada
riqueza. Cuando en España empezó a haber cierta holgura, alguna riqueza, muchos
señalaban la desigualdad de su distribución, el que estaba reducida a ciertas
porciones de la sociedad; yo pensaba que en todo caso eso era bueno y que con el
tiempo llegaría a todas partes. Así ha sido y me confirma en la idea de que la riqueza
es buena, se la debe cultivar, a condición de que no sea sólo económica, sino vital, de
que se produzca una intensificación de la vida, de su sentido, de su profundidad, de
manera que surjan proyectos atractivos y, sobre todo, personales.”
La clave de la iniciativa institucional es que exista un proyecto, que se defina
lo que no se debe olvidar y se decida dónde se tiene que invertir. Podría decirse que
esta iniciativa se muestra en los impulsos que cada dos o cuatro años hay que darle a
la empresa para que dé un salto adelante y se asiente: a veces será una fábrica nueva,
otras un nuevo segmento del mercado, otras una marca o un cliente, otras un nuevo
directivo... ello supone a veces tomar decisiones fuertes, mientras que otras serán
continuaciones constantes. Y se trata de acertar: no abordar algo que ya está agotado,
no hacerse mayor sin darse cuenta, no rodearse de mediocridades, no ir perdiendo
recursos y posibilidades; es saber en qué división se está jugando y si se está
pertrechado para el juego, ser conscientes del rumbo, conocer quiénes están en los
negocios, qué sistemas de reparto se utilizan, etc.
Llevar la iniciativa es dar el impulso y el tono a los diferentes esfuerzos,
combinando intereses y poderes, gestionando expectativas y acompasando el ritmo a
la realidad. Se trata de no confundir un negocio con una estafa ni dejarse llevar sólo
por lo que funciona eficazmente; se trata de saber si falta o sobra dinero, ver la
evolución del patrimonio global, comprobar el ambiente de trabajo y la calidad real
de las relaciones personales, conocer la capacidad de resistencia de la institución
como conjunto; se trata, en definitiva, de la construcción de una entidad y de asumir
los riesgos inevitables en términos de recursos y personales.
La sugerencia es observar la empresa y comprobar si tiene suficiente
iniciativa institucional y, después, discernir dónde se encuentra encarnada: ¿en la
propiedad?, ¿en los gobernantes?, ¿en los acuerdos sobre la titularidad?, ¿en algunos
inversores externos?, etc. Lo peor que le puede ocurrir a una empresa es quedarse sin
iniciativa, sin impulso emprendedor, sin poderes y dineros que la sustenten, sin
personas que la encarnen y vivifiquen su carisma.
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Corolario
Las empresas mercantiles son conjuntos de ideas, trabajos, metodologías,
productos y personas que cada día se ponen en marcha y que dan lugar a unos
resultados, en función de que los mercados las aprecien en una u otra medida; y
también son, quizás en su trastienda, combinatorias de dineros, poderes e iniciativas,
que sustentan los proyectos y las finalidades. En Política de Empresa resulta esencial,
entonces, llegar a disponer de un mapa donde se observe el despliegue de los
poderes, de una balanza que permita pesar los dineros y de una cámara capaz de
mostrar con nitidez la figura que compone la iniciativa institucional; y todo ello,
desde luego, sin rendir culto a las personas, los negocios, los dineros ni al poder.
Resulta un poco triste comprobar que, según una reciente encuesta realizada
en la Unión Europea, los políticos públicos constituyen la profesión peor valorada de
todas las consideradas; esto viene de antiguo y ya Adam Smith consideraba a los
políticos como “animales astutos e insidiosos”. Tampoco Sancho Panza, en su tarea
de gobernador, mostraba buena opinión de los políticos de empresa del siglo XVII
cuando decía: “Ahora verdaderamente que entiendo que los jueces y gobernadores
deben de ser, o han de ser, de bronce, para no sentir las importunidades de los
negociantes, que a todas horas y a todos tiempos quieren que los escuchen y
despachen, atendiendo sólo a su negocio, venga lo que viniere”.
El propio Sancho, con su simplicidad y discernimiento, encontró la solución
para sus problemas al afirmar: “Si se imagina que por ser gobernador me ha de llevar
el diablo, más me quiero ir Sancho al cielo que gobernador al infierno”. Y todo ello
sin miedos, sabiendo distinguir cuándo se está en presencia de personas de alma
grande, gente con fantasía y corazón, capaces de ver negocios, de combinar las dosis
convenientes de dineros y poderes y, en definitiva, de crear institución.
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