un país sin indios: los procesos de reconstrucción étnica entre los

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UN PAÍS SIN INDIOS: LOS PROCESOS DE RECONSTRUCCIÓN
ÉTNICA ENTRE LOS DESCENDIENTES DE CHARRÚAS EN
TACUAREMBÓ-URUGUAY
Ana Francesca Repetto Iribarne1
RESUMEN: Uruguay ha sido reconocido nacionalmente como un país de origen
europeo; en sus acepciones más llamativas es reconocido como la “Suiza del Sur”, “país
trasplantado” o simplemente como un “país sin indios”. Entiendo que los gobiernos que
formaron parte de la primera mitad de siglo del Estado independiente (a partir de 1831),
buscaron conformar un mito identitario: una narrativa nacional que diera sustento y
forma al Estado como institución, en base a la homogeneidad cultural a imagen europea.
Para ello se hacía necesaria la eliminación de pueblos indígenas, sobre el supuesto de
que los mismos eran una barrera a la conformación de la incipiente nación uruguaya.
Sin embargo desde 1988 han surgido más de diez colectivos indígenas y de
descendientes (éstos prevalecen) de los grupos charrúas, guenoas-minuanos y bohanes.
A partir de las narrativas recolectadas durante mi trabajo de campo en la Ciudad de
Tacuarembó en 2014, en el marco de la monografía final de curso, éste trabajo busca
discutir y reflexionar acerca de las formas y mecanismos de (re) construcción étnica
entre los descendientes de charrúas, focalizando en aquellos fenómenos que atraviesan
las narrativas de unos y otros, como la negación, ocultamiento, descubrimiento,
afirmación.
Palabras clave: descendientes de charrúas- etnicidad- mito nacional.
1 Mestranda PPGAS/MN/UFRJ. Trabalho apresentado no Seminario dos Alunos do PPGAS. Museu
Nacional/UFRJ, Rio de Janeiro, 2015. [email protected]/ [email protected]
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1. Introducción
El último censo de población realizado en Uruguay en 2011 y publicado el
siguiente año trajo entre otras novedades el levantamiento de la caracterización étnicoracial en los cuestionarios. Las preguntas en cuestión buscaban indagar acerca de cuál es
la principal ascendencia étnico-racial del censado, entre blanco, afro descendiente o
negro, asiático o amarillo, o indígena. Los resultados del censo en éste sentido fueron
llamativos: un 5% de la población total se declaro descendiente de indígena, frente a un
0,4% en un levantamiento realizado en 1996.
La etnicidad y los orígenes étnicos de la población uruguaya vienen siendo
sometidas a largas discusiones desde hace algunos años atrás. Algunos autores tales
como Verdesio (2005) y Cabella y Nathan (2013) señalan que no fue sino a partir de redemocratización en los años 80 que las instituciones sociales y con ello los imaginarios
que las envuelven, pasaron a ser vistos con mayor crítica, cuestionando de éste modo lo
que de alguna forma puede llamarse como mito nacional uruguayo. Este mito de
carácter nacional es apuntado por diversos autores como el fruto de la creación de un
imaginario colectivo acerca de los orígenes, modos, prácticas y costumbres que harían a
los uruguayos, uruguayos. La creación del imaginario colectivo sería causa de la falta de
éste en el momento de la constitución del Estado en 1825 y su consolidación en el 1830.
Los datos anteriormente expuestos reflejan una virada en la agenda nacional, que
más allá de los cambios porcentuales en sí, manifiestan el pasaje a cuestionar los
orígenes étnico-raciales como inquietudes nacionales, pero que por otra parte no
consiguen materializarse en políticas públicas reales, pues como veremos, las raíces
míticas de procedencia mayoritaria blanca occidental continúan rigiendo las narrativas y
pautas políticas en el territorio.
2. Una isla étnica: los caminos del mito nacional
Uruguay se independiza en los años 1825 tras un acuerdo político entre los
actuales Brasil y Argentina e Inglaterra como mediador, como forma de dar fin a los
conflictos armados por disputas político-territoriales que tenían lugar hacía más de
veinte años. Se sabe que durante las revoluciones ex-esclavos negros e indígenas
habrían participado activamente de las fuerzas armadas, estando los intereses de éstos
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grupos y colonos blancos en convergencia. Sin embargo una vez finalizadas las guerras
y el estado erguido, los viejos estamentos de propiedad de tierras vuelven a ser
reivindicados por los colonos. Acosta y Lara (1989) señala que los años de guerra
conviertieron el campo en una barbárie, teniendo a los indígenas como la principal
causa de todos los males que acosaban a los hacendados, sobretodo en lo que consta al
robo de ganado vacuno. El autor afirma que los indios charrúas eran “una colectividad
montaraz, estancada en el más oscuro de los primitivismos, desdeñosa de la ley, temible
por sus incursiones, y reacia a los planes de trabajo y convivencia pacífica que
demandaban las necesidades del País.”. (ibid, Tomo II, p. 1).
Si los indígenas sirvieron en un momento como aliados durante las guerras
contra los tiranos, el robo de ganado y la libre circulación por el territorio eran vistos
como un mal menor dentro de otros; sin embargo una vez que se asume el primer
gobierno democrático, los indios sin nada a contribuir pasan a ser vistos como un
problema a solucionar. Su mera existencia representaba a los ojos de las clases
dirigentes urbanas y rurales un peligro para el naciente país y para el desarrollo
económico del mismo. Parte de los conflictos que permanecían aún luego de la
independencia nacional se relacionarían con la incongruencia entre los modos de
producción agraria y con las costumbres y modos de subsistencia indígenas en el medio
rural.
Siguiendo dicha linea de razonamiento, en 1831, un año después de asumir, el
primer presidente de la República, Bernardino Fructuoso de Rivera llevó adelante la
matanza de cerca de 400 líderes hombres charrúas en la conocida Masacre del
Salsipuedes. Centenares de indios entre mujeres, niños y ancianos (principalmente)
fueron llevados como sirvientes y prisioneros a Montevideo, donde rápidamente habrían
sido aculturados2 por la élite blanca urbana. Ese mismo año el problema indígena se da
como solucionado y más nada se hablará sobre estos acontecimientos sino como
anécdotas nacionales años después.
Sobre los años 1870 tuvieron lugar en la historiografía uruguaya una sucesión de
gobiernos militares, que según Verdesio (2005) tuvieron un papel clave en lo que refiere
2 El término aculturación, sabidamente problemático, es utilizado actualmente por autores uruguayos
que niegan la actual existencia de indígenas en el terriotorio, suponiendo que las campañas militares
de 1831 habrían asesinado a casi todos los indios, y el contigente restante, distribuído entre las
familias de la élite urbana, habrían sido completamente absorbidos por la sociedad dominante. Ya que
no es el tema central de éste trabajo, por más información ver: R. Pi Hugarte (2002); Vidart
(2012;2011); Mazzucchelli (2015); Cabrera y Barreto (2006).
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a la construcción de la identidad nacional de base civilizatoria. Las políticas
establecidas por éstes fueron la sistemática creación de códigos y leyes que buscaban
consolidar un imaginario e imagen nacional a semejanza de Europa, donde talvez la más
importante de las reformas haya sido la implementación de la Reforma Vareliana que
instauró la escuela pública y obligatoria, que en la primer década de los 900 se tornaría
también laica. La escuela tal como fue propuesta es reconocida por Verdesio (ibid) y
Basini (2003) como el principal aparato ideológico que el estado uruguayo tomó como
difusión del nacionalismo y patriotismo, mediante la adopción de valores culturales y
económicos europeos.
Para el mencionado autor los gobiernos que formaron parte de la primera mitad
de siglo del estado independiente, buscaron conformar un mito identitário, una narrativa
nacional que diera sustento y forma al estado como institución, por medio de la
homogenización de su población a imagen europea. Para ello se hacía necesaria la
eliminación de pueblos indígenas cuanto de los gauchos (entendidos como el legado de
la barbarie indígena), sobre el supuesto de que los mismos eran una barrera a la
conformación ordenada de la incipiente nación uruguaya; así como la invitación
constante a la migración extrangera, sobretodo italiana y española; que años más tarde
llevarían al país a considerarse como país trasplantado o como descendientes de los
barcos.
Por construcción de mito me estoy-estaré refiriendo a lo que Brackette Williams
(1989) llama de mythcreating: la creación de mitos y metáforas sobre una
homogeneidad racial por parte de las élites, en medio a una realidad que es de
heterogeneidad racial e étnica, como la que caracteriza cualquier nación en proceso de
construcción (ibid, pp. 429-430). La autora argumenta que las metáforas y prototipos
que expresan identidades nacionales en formación acaban convirtiéndose en
estereotipos biológicos dados. Estas ideas serán desarrolladas posteriormente. En
síntesis, para entender el modelaje del mito nacional uruguayo tomamos las palabras de
Arocena (2013):
Durante los últimos cien años de vida independiente de Uruguay, la idea predominante fue
la de un país sin negros, sin indígenas, formado por los descendientes de los barcos,
fundamentalmente españoles e italianos. Estas características habrían moldeado uno de los
países más homogéneos del mundo y de la región sudamericana. La trilogía antes soñada (y
hoy caduca) de un Estado nacional con una cultura occidentalizada, una nación mayoritaria
dominante blanca y católica, y un lenguaje común, el español, parecía bastante lograda en
este pequeño país cuando se comparaba con otros sudamericanos. Bajo la ideología de la
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necesaria homogeneidad cultural y demográfica del Estado, primero se intentó eliminar a
los pueblos originarios, después se invisibilizaron los afrodescendientes y finalmente se
buscó asimilar a los inmigrantes de muy diversas procedencias. (2013, p. 140)
Pasados los acontecimientos formales, la historiografía oficial demostraría que
ambos episodios constatados en 1831 y 1832 habrían eliminado por completo cualquier
grupo indígena. De acuerdo con el libro del Centenario de 1825 publicado en 1925,
Uruguay
Es por otra parte la única nación de América que puede hacer la afirmación categórica de
que dentro de sus límites territoriales no contiene un solo núcleo que recuerde su población
aborigen. Los últimos charrúas desaparecieron como tribu, sin dejar vestigios perdurables,
en el rincón de Yacaré Curucú, en el año 1832, y desde aquel lejano entonces, casi una
centuria, quedó la tierra uruguaya en posesión absoluta de la raza europea y de sus
descendientes. Hombres laboriosos de todas las nacionalidades pueblan el país (...) todas las
razas del orbe, fundidas en el crisol de nuestra democracia progresiva, encuentran favorable
acogida.(...) (1925 apud Cabella & Nathan, 2013-2014, p. 6).
Siguiendo las líneas de algunos autores uruguayos, el país fue consolidado antes
como institución que como nación o pueblo uruguayo. De acuerdo con Padrón Favre
(2009), la sociedad del 900 tendió a crear un nacionalismo que se diferenciara de sus
vecinos Argentina y Brasil en lo que se refiere a los orígenes raciales. Si en Argentina
los indígenas son tomados como muestras de la supervivencia de la humanidad, aunque
colocados en una escala social opuesta a los blancos (GARBULSKY, 2003), y en Brasil
la sociedad idealizada era marcada por un paraíso racial fruto de la mezcla de tres razas
(SCHWARCZ, 2010), el mito nacional uruguayo claramente excluye indígenas y negros
de sus narrativas, como queda claro en el libro del Centenário.
3. Los descendientes de charrúas
Decir quienes son los descendientes de charrúas no es una tarea particularmente
simple. Lo que más se sabe de ellos y de lo que pude recolectar durante mi trabajo de
campo en 2014 es que son sujetos que, aún reconociéndose como partes de la sociedad
uruguaya se perciben de orígenes diferenciados.
Cabe resaltar que las personas con las cuales pude comunicarme en una primera
instancia de campo son líderes y miembros de movimientos sociales indígenas, como
Martín, Mónica y Blanca, quienes hacen parte del CONACHA y Comunidad Basquadé
Inchalá los primeros, y Guyunusa (ya disuelta) la última. Por una cuestión de recorte
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metodológico, busqué comunicarme con personas que sabiendo de la existencia de
organizaciones indígenas, por diversos motivos no forman parte de éstas; por tanto, la
mayoría de mis interlocutores fueron descendientes de charrúas no organizados
políticamente, residentes en Tacuarembó. Según lo que pude observar, los procesos de
reconstrucción identitária por los cuales los sujetos están pasando son diferentes entre
aquellos organizados y los no organizados. Los colectivos, que incluyen indígenas,
descendientes e indigenistas no-indios, recuperan y reconstruyen sus historias
personales a través de (por lo general) relatos familiares, para luego dicha
reconstrucción ser motivada por otros dos fenómenos simultáneos y en correlación: uno
hace referencia a la construcción colectiva de la identidad como bien trabaja Olivera
(2013), a partir de las memorias familiares personales, y a partir la búsqueda de
información en crónicas e historias sobre los antiguos nativos.
Sobre éste punto, Basini (2003) comenta que los descendientes no pueden ser
ubicados en las categorías de indio ni de no-indio como definiciones fijas, sino que los
descendientes son sujetos que estarían interactuando y dialogando entre ambas
definiciones. Por su parte, Olivera (2014) menciona que los descendientes no son
colectivos visibles ante la sociedad pues no conforman comunidades en el sentido del
amplio imaginario social de indios viviendo en aldeas cerradas y/o demarcadas. La
autora aún agrega que los charrúas conformarían parte de lo que Pérez (2001 apud
BARTOLOMÉ, 2006) denominó como comunidades resusitadas, esto es, grupos cuya
relación con el pasado parte de la memoria oral y de trabajos etnográficos e históricos.
Autores uruguayos como Pi Hugarte (2002, 2014), Vidart (2011; 2015) y
Mazzucchelli (2014) sostienen que en el país no existe ningún grupo o sujeto indígena.
Según ellos, nadie puede ser reconocido como tal debido a que nadie vive en territorio
demarcado o con una continuidad histórica en un territorio determinado y ni tampoco
conservaría en la actualidad ni lengua ni tradiciones charrúas. Estos autores coinciden
en que la auto-declaración no es un parámetro suficiente3 para la identificación de los
indivíduos, pues de ésta forma cualquier persona podría convertirse indígena de un día
al otro con sólo el hecho de desearlo.
3 El debate sobre la auto-declaración se sitúa en el marco del Convenio 169 de la OIT, el cual establece
como parámetro fundamental para el reconocimiento de pueblos indígenas, su propio autoreconocimiento. El Convenio 169 visa proteger los derechos indígenas estableciendo puniciones a los
Estados signatarios que incumplan con las pautas. Uruguay aún no ha firmado el mismo, alegando que
no existen indígenas dentro del territorio nacional; configurándose éste una de las principales luchas
de los movimientos de descendientes de indígenas en el país.
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Sin embargo, en las narrativas levantadas en Tacuarembó en 2014, la situación
se muestra radicalmente diferente. Entre las diez entrevistas realizadas a hombres y
mujeres de más de 50 años, quitando un ex trabajador rural de 83 años, todos
concordaron en que el saberse descendiente fue un descubrimiento. En algunos casos el
descubrimiento fue a partir de la previa desconfianza que suscitaron algunos rasgos
físicos, considerados por ellos mismos como típicos de indios: pelo liso, piel oscura,
baja estatura, nariz aguileña los que propiciaron abrir diálogo con sus familiares sobre el
tema. En otros casos el descubrimiento fue por “accidente”, es decir, a través de
conversaciones informales con miembros familiares, donde un familiar se abre en
confianza y relata memorias de trauma y dolor, vividas en piel propria o heredadas de
padres o abuelos, como aquellas referentes a la Masacre de Salsipuedes y los repartos
indígenas posteriores. Albérico, de 83 años, quien trabajó toda su vida como cañero 4, es
el único que dijo saber desde su infancia que es hijo de indios; no por acaso es uno de
los que carga con algunas de las historias más fuertes que pude escuchar.
Blanca es una mujer de 54 años, maestra de escuela pública rural y es quien nos
recibió a Martín5 y a mi durante la primera ida a campo. Actualmente se reconoce como
charrúa, aunque sostiene que fue un proceso largo entre descubrirse indígena, pasar a
entenderse como descendiente y luego como charrúa. Transcribo aqui parte de su
testimonio, donde pregunté acerca de su entrada a lo indígena:
Para mí fue en un momento de mi vida [que supe de mi descendencia], porque en la familia
ese conocimiento se mantenía en secreto. Era como aquello de los años de silencio, que
hubo que llamarse silencio, entonces prácticamente no se hablaba para nada del tema. En
alguna lejana oportunidad me acuerdo que la abuela Juana nos habló algo del tema charrúa
o algo así, pero era una cosa como que te tiraban algo pero al descuido, pero después ya no
lo seguían más el tema. Después ya, empieza a removerse cuando la señora de Acosta y
Lara, Nora Fernandez, busca charrúas en Tacuarembó y da con mi papá y con toda la
familia. Papá se mostró muy interesado por eso y es cuando recién se abre. Le cuenta, se
hace una investigación, de hacen análisis de sangre, unas cuantas cosas se hizo. Y le
hicieron a papá y le hicieron a los gurises también, a José y a María Isabel, que fueron los
del grupo fundador ADENCH [Asociación de Descendientes de la Nación Charrúa]. Esos
hermanos estaban en Montevideo estudiando. Ahí fue cuando papá una vuelta, de esas cosas
que surgen que no sabes como, (yo ya era mayor, me acuerdo que ya me había divorciado.
Fijáte que yo me case con 19 años, me divorcie a los 10 años, debería tener 29 o 30 años),
papá como al descuido una vez me cuenta las memorias que tenia del Salsipuedes, lo que se
había transmitido. Eran cosas muy jodidas y dolorosas. Eso a papá se ve que aquello lo
dejó...[hace una pausa]. Era un sufrimiento muy grande. El pobre se armó de coraje y me
contó. Papá después nunca más quiso hablar del tema, era muy doloroso para él. (Trecho de
4 Trabajadores rurales, cortadores de caña de azúcar en el norte del país.
5 Martín es un estudiante de Antropologia de la Udelar, militante desde hace años del Consejo de la
Nación Charrúa (CONACHA) y es su actual presidente. En la época, fue él quien me acompañó a
realizar las primeras conversaciones con descendientes, ya que según él, “la gente del interior es
desconfiada de la gente de la academia”.
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entrevista a Blanca, agosto de 2014).
El relato de Blanca da cuenta de vários fenómenos que son compartidos con
otros descendientes. En él se manifiesta un quiebre temporal localizado en las narrativas
familiares, esto es, el pasaje del llamado tiempo del silenciamento a las circunstancias
actuales de mayor permisividad para entrar y atravesar asuntos antes negados. Fuera
implícito o no, los tiempos de silencio muestran el suceso de las campañas militares y
políticas de ocultamiento de contingentes indigenas a lo largo de la historia uruguaya,
pero que una vez finalizada la dictadura militar en 1983, se abre un espacio de amplios
cuestionamientos institucionales e ideológicos a nivel nacional, que permitieron que el
indígena volviera a casa como presencia y narrativa posible.
Tanto este relato cuanto el siguiente también dan cuenta de las lineas subjetivas
que componen las narrativas, como el sufrimiento, dolor y miedo, fruto de las
persecuciones y el recuerdo imborrable que impregnan las memorias. Albérico, charrúa
de 83 años deja claro éste entramado:
Y bueno, y mi abuela me contaba todo eso. Porque a mi me dicen: y qué, vos estabas? Y no,
ella me contaba todo, pobrecita. Y no, que ellos detallaban todo cuando vivían en campaña
que no tenían otra cosa pa charlar, pobrecitos, vivían en campaña, no? El día que
encontraban un gurisito que empezara a charlar con ellos les contaba todito. Y contaban.
Pero la abuela no contaba tanto porque empezaba a llorar con todas las injusticias de
Salsipuedes, de las indias. […] Y lloraba porque se acordaba de todo lo que había pasado
con las indiecitas. Ella no había nacido, pero sabía porque el padre le contaba, que él era
gurí cuando esos asesinatos. Y el padre le contaba con todos los detalles. Y ella se acordaba
que todos los gurises habían sido regalados y lloraba. Y se acordaba que Sepé 6 había sido
judeado cuando era gurí, que lo ataban en un palenque y lo curtían a palos los peones. Y
hasta que un día él se escapó y volvió para la tribu donde se crió. […] (Entrevista a
Albérico.Tacuarembó, agosto de 2014).
De acuerdo con los relatos de Martín, la ascendencia charrúa de su familia era un
tema que sólo era tratado en los espacios privados. Según él, su abuela paterna creció
dentro de una estancia de vascos en el departamento de Florida, en donde la gran
mayoría de los peones eran descendientes de indios. Sin embargo ninguno de ellos,
inclusive su abuela, hacían público su origen por el miedo a la discriminación y la
vergüenza que causaba no ser europeo, pues ya mismo dentro de la estancia ello
significaba un motivo de dominación. El miedo y la vergüenza es relatado en casi todos
los testimonios orales que pude recoger. Al preguntarle a Norma porqué creía que la
6 Sepé es uno de los pocos caciques de los que se tiene registro en la época de las matanzas. Para más
información ver ACOSTA Y LARA, Eduardo. La guerra de los charrúas: período patrio I y II. Librería
Linardi y Risso, Montevideo, 1989.
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ascendencia se había ocultado en su núcleo familiar ella cuenta:
Yo creo que siempre se ocultó por miedo, también un poco porque decir negro o que sos
indio en éste país es como estar superpuesto por debajo de la raza blanca, que es una
imagen muy fuerte esa. Es un poco de miedo de saberse al principio, y luego por
vergüenza.
Luego, al indagar sobre si sus abuelos también compartían ese sentimiento, comenta:
Ah, si. Ellos decían, contaban..pero..Nosotros nos enteramos en el grupo familiar, pero
nunca fuera, fuera es difícil que saquemos, que digamos. Alguno de mis hermanos no le dan
importancia, no es una cosa que le resaltan o algo. Capaz que la que más resalta soy yo
porque tuve otra vivencia, otro contacto con otra realidad que me llevó a buscar en mis
raíces, no? (…) Porque nosotros por vergüenza no buscamos en nuestras raíces
[refiriéndose a la sociedad en general].
Por otra parte, el tener un fenotipo similar al imaginario de los charrúas antiguos
(nariz aguileña, pómulos altos, ser oscuro de piel, tener pelo lacio, no tener mucho pelo
en el cuerpo, ser bajos, entre otras características narradas), o por lo pronto, no tener
cara de europeo, facilita preguntarse sobre su origen étnico porque obviamente
contrasta con el estereotipo nacional, y ello sugiere un devenir histórico diferente.
Frente a la situación de entablar un diálogo conmigo, muchos de mis interlocutores
enfatizaron el aspecto físico de sus cuerpos como un indicador de confianza de su
descendencia indígena, como un verdadero marcador de la diferencia. También hubo el
contrario, donde el no tener “cara de indio” parecía ameritar disculpas. Cuando fui a
entrevistar a Fermín Silveira, tras explicarle el motivo de mi visita, una de las primeras
cosas que afirmó fue: “Bueno, si vos me mirás bien te das cuenta que de indio no tengo
nada, si ves mis ojos y mi piel no soy charrúa”. En el siguiente trecho se manifiesta lo
anterior:
(...) habían cosas en mi familia que estaban escondidas, no? Que no sabíamos. El pelo
negro, la característica misma de la piel. Porque si voy fondo, en mi árbol genealógico yo
no tengo negros en mi familia. Entonces hay una mezcla de indio con español. Entonces yo
le decía...porque a parte yo soy la más morocha de mis hermanos, somos ocho hermanos,
entonces yo le decía a mi padre “porqué yo soy tan morocha?”. Y entonces..y el pelo tan
negro? Yo nunca me teñí el pelo y tengo 42 años, tengo muy pocas canas. Entonces papá
decía “ah, eso viene de tu bisabuelo”. Hasta que bueno, un día él nos cuenta. Porque yo
decía que al no tener negros en la familia, el color cobrizo tiene que venir de otro lado.
(Trecho de entrevista a Norma. Agosto 2014).
Considero que si por un lado el reconocimiento de indicadores corporales
funcionan como ejes en el proceso identificatório de los próprios sujetos, en tanto un
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juego de (de) limitaciones con los cuerpos hegemónicos, a decir, en contraste con el
estereotipo corporal mítico uruguayo, la señalización funciona como prueba irrefutable
de una indianidad que se busca (re) construír y demostrar. En éste caso podría estar
referida a mi persona como sujeto de aprobación/reprobación, como en el ejemplo de
Fermín, pero resulta claro que éstas marcas corporales son tomadas como bandera y
prueba del proceso de etnitización que están viviendo los descendientes.
La búsqueda por raíces otras, del descubrimiento de un pariente indígena
ocultado por él mismo o sus hijos frente al resto de la sociedad indican trazos sigulares
de los descendientes de charrúas como grupo. Existe claramente un rastreamiento de los
orígenes de sangre indígena como emblemas de una etnicidad actual, o de una pureza
actual que los vincularía a un pasado común. En éste sentido podemos pensar en la
relación entre pureza racial como eje de pertenecimiento, de acuerdo a lo que Brackette
Willians (1989) apunta. La autora llama la atención de aquellos grupos de
pertenecimiento por descendencia, donde la sangre se traduce en un sinónimo de raza
como metáfora de adscripción étnico-racial. Afirma que existen grupos categóricos
dentro de los estados que crean narrativas de pureza racial a partir de la impureza racial.
Si pensamos en un una posible definición de los descendientes de charrúas en cuanto
miembros de la sociedad uruguaya, pero en dirección a su conformación como categoría
étnica, podemos pensar que podrían estar ajustándose a las líneas de la autora. Aún
reconociendo la presencia de europeos en el entramado familiar, éstos pasan a priorizar
aquellos orígenes que se encuentran al margen de las bases étnicas en Uruguay.
Igualmente, vemos que éste discurso no es privativo de los descendientes, sino también
del modelo de sociedad uruguaya hegemónica:
In constructing boundaries between groups based on categorical identities and their links
between these boundaries to cultural systems in nation-states, humans create purity out of
impurity. Severely impure people aim to separate themselves, either physically or
ideologically, from those against whom they are unfavorably judged and/or in relation to
whom they are materially dis- advantaged. They proclaim themselves a new people, a pure
people. With or without a territorial "homeland," they become a "persistent people". As
Davis notes, such groups may be of dubious racial purity; however, to become a people or
nation they must have an image or myth with which to identify. (Willians, 1989: 429).
La pauta del auto-reconocimiento viene siendo criticada por numerosos autores,
sobretodo por aquellos con concepciones de tintes escencialistas, es decir, que toman la
etnicidad y la cultura como hechos a priori y no como fenómenos pasibles de
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movimentación o reinvención. Esto porque suponen que los charrúas fueron
completamente aculturados por la sociedad urbana dominante sin siquiera titubear a
investigar posibles resistencias. Veamos algunos llamativos pasajes de los padres de la
antropología uruguaya, como Daniel Vidart y Renzo Pi Hugarte:
Me gustaría recorrer el país y encontrar las tolderías de esos sedicentes charrúas a quienes
les escucharía hablar en su hoy desconocido idioma (han sobrevivido en los recuentos
librescos, y no en el habla cotidiana, menos de 80 palabras), contemplar sus dedos sin
falanges en señal de duelo familiar, verlos armar sus paravientos de juncos, reencontrarme
con sus costumbres hoy devoradas por el olvido y aprender mucho acerca de sus creencias
sobre el Universo, la Naturaleza, el Acá profano y el Más Allá sagrado. (VIDART, 2011, p.
256).
***
Los difusores del charruísmo han apreciado que no pueden probar que son los legítimos
descendientes – por el simple hecho de que su cultura desapareció completamente (…)- han
elaborado una postura según la cual cualquiera puede ser charrúa con sólo desearlo y
reconocerse como tal. (PI HUGARTE, 2011, p. 116).
En éstos dos pasajes se levantan algunas premisas básicas que hacen evidente
que los autores no prestan atención a las memorias orales, a los esfuerzos de
reorganización indígena, a las reivindicaciones políticas de los descendientes, y aún
menos prestan atención al hecho de existir un 5% de la población que se auto-reconoce
como descendiente, según el último censo de población de 2011.
El factor del auto-reconocimiento es sumamente importante no porque cualquier
persona que quiera convertirse a indígena pueda hacerlo, sino porque el autoreconocimiento viene acompañado de la percepción de origenes distintas a aquel
proclamado por el estado, y porque el discurso se adscribe, como afirma Barth (1969)
no sólo en las diferencias objetivas entre los grupos étnicos, mas también por aquellas
diferencias que los mismos sujetos entienden como diferenciales y exclusivas de su
grupo, como pueden ser las posibles peculiaridades físicas, estilo de vida, organización
política y las mismas oralidades que cargan.
Barth, quien fuera uno de los pioneros a considerar el auto-reconocimiento como
pauta de adscripción étnica, entiende que los grupos étnicos son resultado de
interacciones entre grupos percibidos como diferentes, osea, la pauta son las identidades
que en contraste manipulan las diferencias creadas y percibidas, adscriptas y atribuídas.
Por tanto no es extraño que los descendientes de charrúas busquen diferenciarse del
resto de los uruguayos en artefactos y simbolismos como el mate, hierbas medicinales,
formas de curación heredadas de abuelos, recreación de narrativas oficiales en lo que
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consta su lugar en la historia, etc. El hecho de no existir un territorio delimitado y la
lengua estar extinta, hacen con que los charrúas se apeguen a otros elementos también
presentes en la sociedad general como forma de reivindicación étnica, como forma de
reformulación identitária. Glazer e Moynihan (1975) consideraban que la etnicidad
hace referencia a grupos minoritários que comparten en el marco de una sociedad
mayor, un censo de identidad, tradiciones u origen distintivo, pero que se espera que
éstos desaparezcan o se asimilen a la sociedad mayoritária. Aún ésto sucediendo, se
entendería que las personas con orígenes étnicos distintos serían alocadas en diferentes
lugares de la escala social (clases), por tanto aún asi etnicidad sería un elemento
irreductible, podiendo ser analizada como punto de inflexión en los conflictos internos a
los estados nacionales. Pensando en ésta línea, no sorprende que los descendientes de
charrúas con los cuales trabajé sean en su mayoría residentes de zonas rurales y de clase
baja.
Discutir etnicidad en Uruguay no puede ser llevado adelante sin colocar en
diálogo la sociedad hegemónica, la uruguaya, con todos aquellos otros colocados al
margen de la misma. Si pensáramos éstos fenómenos étnicos aislados de las cuestiones
nacionales, estaríamos negligenciando los elementos ideológicos que crearon la
problemática desde su inicio; pues tal como afirma Willians (1989), etnicidad y
nacionalismo son fenómenos y conceptos inter-relacionados, a partir del momento en
que los próprios estados que crearon sus narrativas míticas discutieron las bases raciales
que le darían forma.
La historiografía oficial de Uruguay ha tendido a no problematizar los efectos
del colonialismo; de hecho, sólo en los últimos años ésto a sucedido, acompañando de
forma tardía los cuestionamientos a nivel mundial, principalemente desde los años 80
sobretodo por sociólogas feministas. Antropólogos como Vidart y Pi Hugarte generaron
una postura que naturaliza los acontecimientos ligados al colonialismo, desde los
primeros años de la llegada de españoles al territorio hasta las primeras etapas de vida
independiente; historiadores se han enfocado tradicionalmente a reconstruir hechos
nacionales, como la reformulación del papel de Artigas (la principal figura heroica del
país), y estudiando los fenómenos étnico-raciales en función de variables económicas y
no de contribuciones y particularidades culturales (Arocena, 2013). Los estudios
actuales que abordan los esquemas de dominación y violencia en la época colonial y
poscolonial como hechos dados (por ejemplo: indios fueron exterminados; no hay
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indios en Uruguay; afrodescendientes fueron libertados tempranamente; etc.), sin
ningún tipo de criticidad histórica terminan por acatar los mismos enunciados proferidos
en la época de su concepción, pues se a-temporalizan las problemáticas actuales, siendo
que es absolutamente evidente que las relaciones sociales actuales pautadas por el
racismo y etnicismo (como prejuicio a pensar en términos étnicos y a reconocer su
existencia) tienen genealogía colonial.
Como país trasplantado de Europa, como una auténtica Suiza del Sur, el yo
uruguayo es deslocado de la realidad latinoamericana del colonialismo, casi como un
discurso esquizofrénico, en donde el yo-latinoamericano, fruto de la dominación
europea, es traducido como un yo-colono europeo.
Consideraciones finales
Los descendientes de charrúas, lejos de ser una categoria fija y atemporal, están
en pleno proceso de etnitización. De acuerdo con lo levantado en trabajo de campo,
podemos pensar que son sujetos en transición, en tanto están sumergindo en las
narrativas familiares, atravesadas y cargadas de afectos, dolor y trauma; están
reconociendo elementos de alta carga simbólica para ellos mismos, a ser tradiciones
antes aceptadas como uruguayas que pasan a ser reconocidas como charrúas, como tipos
tradicionales de curación, alimentación, ludicidad, características físicas, que además de
ser reconstruídas a partir de las narrativas familiares, también lo son hechas a partir de
la colectivización de conocimientos y del estudio de literatura antropológica e histórica.
En el texto, nos referimos a mito creador según lo que Brackette Williams en
1989 denominó de mythcreating: la creación de mitos y metáforas sobre una supuesta
homogeneidad racial por parte de las élites nacionales en medio de una realidad que es
heterogeneidad. Estos discursos de poder que expresan las identidades nacionales
acabaron por convertir las categorías raciales, -ideológicamente construídas-, como
biológicamente dadas y fueron las que pautaron y pautan hasta hoy las relaciones
sociales.
El desanclaje de los fenómenos históricos de su contexto planetario, terminaron
por naturalizar los discursos coloniales del poder, transportados a todos los cuerpos
divergentes de la norma étnica que proclamaba el país. La salida de la historia de los
indígenas; la ausencia de afrodescendientes y la negación de cualquier otra minoría
nacional vista como perjudicial a la vida nacional, responden a este proceso ideológico
14
de construcción del mito racial.
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