Identidad, estereotipos y representaciones sociales: del discurso de

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Identidad, estereotipos y representaciones sociales:
del discurso de los personajes femeninos en Sin tetas no hay paraíso
Silvia Ramírez Gelbes
Celina Bartolomé
Santiago De Simone
Carla Garibotti
Maylén Sandoval
Facundo Suenzo
Las personas conocen la realidad no solo a partir de las percepciones. La mente no
almacena cada cosa que percibe distintamente, como si se dijera que almacena cada
árbol, cada perro o cada discusión que vio, olfateó, palpó, saboreó u oyó. Por el
contrario, la mente se construye a partir de esas percepciones una imagen “prototípica”
de árbol, perro o discusión que en cada nueva percepción se ratifica o se modifica. Esa
imagen, en tanto mantenida y no remplazada por otra, constituye una creencia y esa
creencia “tiñe” cada nueva percepción de esa cosa o de ese evento (Raiter 2002: 11).
Debe observarse, eso sí, que esa imagen no solo se construye a partir de las
percepciones individuales sino que aparece influida y determinada en cierta medida por
las imágenes previas y también por las explicaciones extraídas de los procesos de
comunicación y del pensamiento social. Así, estas imágenes, que sintetizan “dichas
explicaciones y, en consecuencia, hacen referencia a un tipo específico de conocimiento
que juega un papel crucial sobre cómo la gente piensa y organiza su vida cotidiana”
(Araya 2002: 11) y que, en definitiva, permiten a los sujetos construir la realidad y
construirse a sí mismos (cf. Moscovici 1979 o Banchs 1988), son llamadas
1
representaciones sociales.
En efecto, por medio del lenguaje se organiza lo que se ve y luego se puede
conceptualizar o, antes bien, primero se define y luego se ve. Pero es necesario tener en
claro algo que, aunque obvio, parece olvidarse: el lenguaje no reproduce la realidad,
construye una realidad motivada en ella pero autónoma (la realidad del propio lenguaje)
y opera de modo que los sujetos actúan en la “realidad real” a partir de esa construcción
lingüística. En un constante ida y vuelta de la “realidad real” a la “realidad lingüística”,
no solo se tiende a naturalizar esa construcción sino que, además, se la tiende a
confirmar en cada interacción. Y es que rectificar esas construcciones o
representaciones exige por un lado una postura abiertamente crítica y por el otro un
esfuerzo por “subvertir” cierto consenso generalizado en la comunidad.
Hay instancias, claro está, que contribuyen a confirmar las representaciones. En
términos generales, los medios masivos resultan un buen vehículo para hacerlo. Sobre
todo si partimos del supuesto de que los medios no aspiran a convertirse en promotores
de cambios sociales desafiando a la audiencia y amenazando el “orden establecido”
sino, antes bien, a satisfacer lo que la audiencia espera o desea. Es por ello que estudiar
el discurso de los medios parece una vía privilegiada para reconocer las imágenes que la
propia cultura y la propia sociedad han definido para sus miembros como
representaciones sociales.
Desde una perspectiva crítica como esta, suele estudiarse el discurso político o
periodístico en los medios. Sin embargo, creemos posible estudiar así también el
discurso de la ficción. En particular, puede resultar iluminador un análisis que evidencie
1
Para una discusión sobre este tema, ver Luhmann (1998).
los rasgos que la ficción mediática otorga a ciertos personajes, en la medida en que esos
personajes puedan funcionar como tipos o, más aún, como estereotipos.
Walter Lippmann, al hablar de la opinión pública, introduce la noción de estereotipo en
su obra Public Opinion (1922), y llama la atención sobre el modo como orientan la
visión de los sujetos las imágenes almacenadas, los preconceptos y los prejuicios
provistos por la sociedad. Estas imágenes y estos preconceptos, sostiene Lippmann,
mediatizan nuestra relación con la realidad y orientan a enfrentarse a ella acríticamente.
Cuando esa realidad son las relaciones humanas, el preconcepto se liga con un
estereotipo. El estereotipo es, entonces, un “conjunto de creencias relativas a los
atributos de un grupo humano” (Stroebe e Insko en Amossy y Herschberg 2005) que
conduce a percibir a cada nuevo integrante de ese grupo según la expectativa previa
relativa al propio grupo.
Desde esa perspectiva, hay ciertos significados (y no otros) que resultan asociados a
ciertas realidades. Pero, además, no todos los sujetos pueden apropiarse de todos los
significados. De hecho, cada significado es solo accesible a determinados sujetos.
Lo propio ocurre con los “modos discursivos” o “modos de decir”. Esos modos suelen
asociarse con lo que algunos autores denominan estilos. Según Fairclough (2003: 159),
en efecto, el estilo es el aspecto discursivo de la identidad, de la manera de ser: uno es
quien es, en parte, por el modo en que se mueve, por el modo en que se sostiene, por el
modo en que habla. Por eso puede decirse que el estilo está ligado a la identidad.
Básicamente, esos modos de ser tienen que ver con la identidad individual (el carácter,
la condición psíquica, la experiencia vital). Pero también tienen que ver con otra
identidad, la social, más ligada a los colectivos y a los estereotipos. Como lo afirma
Goffman (1969: 64-65), “...un estatus, una posición, un lugar social no es una cosa
material que se posee y se muestra, es un patrón de conducta apropiada, coherente,
embellecida y bien articulada. Actuado con garbo o con torpeza, con conciencia o sin
ella, con perfidia o con buena fe, es sin dudas algo que debe ser representado e
interpretado, algo que debe ser llevado a cabo”.2 En otras palabras, quien uno es
socialmente también tiene que ver con el modelo de lugar social que ocupa, con una
cierta matriz previa dentro de la cual uno se acomoda o se incomoda.
La identidad social no está irreparablemente determinada por la sociedad, pero sí está
necesariamente construida por la sociedad y mediada por el discurso, porque el discurso
“...es una especie de kit de identidad que viene completo con el traje adecuado y las
instrucciones sobre cómo actuar, hablar y a menudo escribir, de modo que cada uno
pueda asumir un rol social que los demás sean capaces de reconocer”.3 (Gee 1990: 142).
En consecuencia, como afirma Ivanič (1998: 12), “...el único modo posible de participar
en las actividades de una comunidad es por medio de asumir sus valores y sus
prácticas”.4 Y es que las personas construyen su propia identidad a través del discurso:
2
“…status, a position, a social place is not a material thing to be possessed and then displayed; it is a
pattern of appropriate conduct, coherent, embellished and well articulated. Performed with ease or
clumsiness, awareness or not, guile or good faith, it is nonetheless something that must be enacted and
portrayed, something that must be realized” (La traducción es nuestra.)
3
“is a kind of ‘identity kit’ that comes complete with the appropriate costume and instructions on how to
act, talk, and often write, so as to take on a particular social role that others will recognize”. (La
traducción es nuestra.)
4
“the only possible way of participating in the activities of a community is by taking on its values and
practices”.(La traducción es nuestra.)
unos se envían mensajes a otros diciéndose de qué modo repiten o rechazan los modos
de ser ratificados socialmente.
En definitiva, el discurso da evidencia del modelo en el que encaja cada sujeto, y cada
sujeto da señales de quién es por medio de su discurso.
Identidad, modalización y estilo
A partir de lo que se ha considerado, puede pensarse que ciertos rasgos discursivos no
solo son propios de un determinado sujeto sino, más vale, constitutivos de un
determinado grupo. Desde ese punto de vista, considerar las marcas de la modalización
en los discursos, puede ofrecer pistas para reconocer identidades.
Suele decirse que la modalización es la expresión de la actitud del enunciador en
relación con su enunciado y con sus destinatarios. Halliday (1994), por ejemplo, la
refiere básicamente a los juicios que el enunciador hace sobre las probabilidades o las
obligaciones involucradas en lo que se dice. Verschueren (1999) la enlaza con la
expresión de la vaguedad o la precisión, la posibilidad, la factualidad, la necesidad, la
duda o la certeza y hasta el permiso o la obligación referidos al contenido del
enunciado. Hodge & Kress (1993) refieren con modalización al grado de afinidad o
distanciamiento del enunciador en vistas del contenido del enunciado. Por nuestra parte
y extendiendo la visión de Hyland & Milton (quienes se refieren estrictamente a ciertos
recursos epistémicos que, de hecho, aparecen listados dentro de los rasgos de
modalización), proponemos que la modalización transmite la confianza del enunciador
en la verdad (la posibilidad, la factualidad, la necesidad, la vaguedad, la precisión) de la
información, pero también contribuye a establecer una determinada relación con el
destinatario (cf. Hyland & Milton 1997: 184).
¿De qué manera se exhibe la modalización en el discurso? Calsamiglia y Tusón (1999:
175) reconocen cuatro tipos distintos de modalización: las modalidades de la frase
(asertiva, interrogativa, exclamativa, imperativa) y los modos verbales (indicativo,
subjuntivo), todos codificados gramaticalmente; las modalidades de la actitud (grado de
certidumbre, probabilidad o posibilidad) expresadas por medio de adverbios, formas no
personales del verbo o los verbos modales; las modalidades apreciativas (ponderación,
menosprecio), manifestadas por medios léxicos (la axiologización), pero también por
los sufijos, la entonación y las exclamaciones; finalmente, las modalidades expresivas,
representadas por todos los fenómenos que afectan el orden canónico de las palabras
(cláusulas escindidas, tematización) y también los elementos paraverbales y no verbales.
Para nosotros y a modo de resumen, la modalización puede resultar exteriorizada a
través de mecanismos prosódicos (por ejemplo, la entonación enfática), morfológicos
(por ejemplo, el uso de un subjuntivo pasado en lugar de un indicativo, según se
constata en “Mozart, quien vivió/viviera en el siglo XVIII…”), sintácticos (por ejemplo,
el uso de una oración impersonal con sujeto arbitrario de segunda persona),5 léxicos
(por ejemplo, el uso de términos afectivos del tipo de “deprimente” o “adorable) y
pragmáticos (por ejemplo, los marcadores de enunciado y de enunciación, como
“probablemente” y “francamente”) (Ramírez Gelbes 2010).
Ahora bien, como sostiene Fairclough (2003: 166), si eso con lo que un sujeto se
compromete es parte de lo que ese sujeto es, las elecciones de modalización que el
5
El sujeto arbitrario de segunda persona es aquel que no apunta a un interlocutor concreto sino que
funciona con un valor de sujeto indeterminado o, en muchos casos, que encubre una primera persona
singular, como en Hoy tengo uno de esos días en que estás deprimido sin saber por qué (ejemplos de
Gómez Torrego 1998: 13).
sujeto evidencia en su discurso pueden ser tomadas como parte del proceso de
construcción de la propia identidad. Y, se sabe, la construcción de la propia identidad
solo puede desarrollarse dentro de las redes constituidas por las relaciones sociales. Para
expresarlo con un ejemplo, quien usa muchas construcciones directivas en modo
imperativo sin atenuación, dice de sí que se considera en una relación de poder hacia su
destinatario, quien –según su evaluación– deberá responder a la orden actuando en
consecuencia. Dicho de otro modo, una orden en imperativo solo es proferida (en una
comunidad de habla española) por un sujeto que está jerárquicamente autorizado a
hacerlo.
Los empleos de las distintas marcas de la modalización conforman el estilo,
entendiendo por tal la selección y combinación concreta de una opción dentro del menú
de opciones disponibles al sujeto. Desde luego, y por lo que venimos diciendo, el estilo
resulta ser una forma de evidencia de la identidad. O, de modo circular, el estilo
configura quien uno es.
En tanto estrategia discursiva, la modalización no solo contribuye a conformar una
cierta imagen del enunciador sino que lo puede inscribir estereotipadamente dentro de
una categoría. Y la suma de rasgos que se adjudican a una categoría constituyen,
justamente, el estereotipo.
Esta noción es bien conocida por los guionistas de ficción. En efecto, el recurso a rasgos
que se adjudican a ciertos estereotipos estimula en los guionistas el uso de
modalizaciones diferenciadas y sin matices para construir sus personajes, desde el
supuesto de que la ocurrencia de esos “modos discursivos” permitirá a la audiencia
reconocer el lugar social reservado para cada personaje. Es por ello que, entendemos, la
búsqueda de invariantes en la modalización de los discursos de distintos personajes de
una serie de ficción puede orientar a la descripción de algunos tipos representativos de
sujetos sociales, esto es, estereotipos que colaboran en la construcción o la confirmación
de representaciones sociales ligadas a condiciones de adscripción social: la rica, el
pobre, el mafioso, la obrera, el adicto, la prostituta.
En este primer avance de nuestra investigación, nos centraremos en tres personajes
femeninos de la serie de ficción televisiva Sin tetas no hay paraíso. Sobre la base de los
presupuestos teóricos presentados, analizaremos la modalización en los parlamentos de
los personajes Catalina, Jésica e Hilda, en vistas de reconocer rasgos que contribuyen a
la constitución de una cierta “identidad (social)” y que, en definitiva y gracias a la
masividad de su difusión, colaboran con la conformación de estereotipos.
Ese análisis se ha desarrollado en dos etapas diferenciadas: la primera, más cuantitativa,
exploró rasgos característicos (i.e., recurrentes) de los discursos de los personajes
seleccionados; la segunda, más cualitativa, estuvo orientada a interpretar los resultados
de la primera etapa, con el objetivo de explicar los hallazgos iniciales en función de
revelar algunos aspectos de las representaciones ligadas a los tipos que estos personajes
encarnan.
De la modalización y la identidad: los personajes femeninos de Sin tetas no hay
paraíso
Nuestra hipótesis es que en Sin tetas no hay paraíso se presentan tres modelos
fuertemente estereotipados de mujer en los personajes de Catalina, Jésica e Hilda. La
modalización lingüística colabora en la formación de estas imágenes o ethos de las
enunciadoras, junto con otros rasgos de personalidad, ocupaciones y conductas.
Jésica presenta un uso extendido de imperativos y aserciones en su discurso, mientras
que Catalina utiliza preguntas, da rodeos al hablar y se justifica todo el tiempo. Estas
diferencias se condicen con las personalidades de los respectivos personajes: mientras
que Jésica es ambiciosa, agresiva y dominante –su personaje es el de la madama–,
Catalina es más insegura y sumisa.
Veamos ejemplos de Jésica:
1. - Suficiente para vos, Titi. (Cap I)
2. - [Hablando de las tetas.] Pero eso no importa: pueden ser de caucho, de madera, de
piedra, de lo que sea con tal de que se vean pues. Ay, lo importante es que sean
grandes. ¿Entendiste? (Cap I)
3. - ¿Usted por qué me habla así? ¿Qué le pasa? ¿Por qué la coge conmigo? Yo lo
único que hago es ayudarle. La traje pues para Bogotá para que no se quedara por allá
pues vagabundeando (...) ¿Sí? ¿Se siente muy humillada? ¿Muy cansada? Entonces
devuélvase, lárguese, pues vaya. Aquí me quedo yo; porque a mí eso no me va a quedar
grande. Bogotá no me gana (...) Cállese, cállese, ¿qué es lo que está diciendo? (Cap
XII)
4. - ¿Sabe qué tiene que hacer? Póngase en forma con lo demás; póngase a hacer
ejercicio para que endurezca las piernas y para que endurezca esa cola. Si no tiene
plata para el gimnasio pues póngase a trotar por todo el barrio. (Cap. I)
5. - Sí, así que rápido pues. (Cap. I)
Como puede verse en (1), Jésica exhibe poder para decidir qué le corresponde a cada
uno, qué es suficiente para cada uno. En (2), define qué es importante y qué no lo es. En
(3), con una entonación enfática y burlona, se manifiesta con voluntad para enfrentarse
con lo que sea. En (4) y (5), finalmente, urge, determina qué tiene que hacer el
interlocutor. Estos rasgos colaboran en la configuración de la imagen de un sujeto
categórico, resuelto y autoritario.
En cuanto al parlamento de Catalina,
6. - Lo peor es que me va a tocar vestirme normalita. (Cap. I)
7. - ¡Diosito qué susto, tengo mucho susto! (Cap. I)
8. ¡Ay! ¡Si mi hermano tiene toda la razón, mamita! (Cap. I)
9. - ¡Ay negrito! ¡Estoy más mal! (Cap. XXIII)
10.- Mamita, pues es que, como es algo del colegio, yo no pensé que tendría que
pedirle permiso, perdón. ¿Será que puedo ir? (Cap. I)
11.- Tan raro. Oiga ¿Será que ellas están trabajando en un burdel? (Cap. XII)
12. -Mamita, lo que pasa es que mi hermano y yo, lo que pasa es que nosotros ya no
queremos seguir estudiando. (Cap I)
13. -(…) porque es que sabe que yo lo que quiero es encontrar a mi amiga Jésica. (Cap
XXIII)
14. -Oiga pero pues no me vaya a faltar, es que imagínese que yo vengo desde Pereyra
y pues le traje una noticia bomba. (Cap XXIII)
Los casos (6) y (7) manifiestan el empleo frecuente que el personaje hace de los
diminutivos, distintivo de los lenguajes infantiles y con un efecto de atenuación de la
certeza sobre el enunciado. (8) y (9) son ejemplos del uso de interjecciones, con las que
se pretende mitigar lo que se afirma, mostrarse débil ante el interlocutor. Los ejemplos
(10) y (11) plantean una modalización interrogativa dubitativa, reforzada por la
presencia del futuro del verbo ser (¿Será que..?), propia de un enunciador indeciso,
vacilante, temeroso. Pero, sobre todo, la ocurrencia constante de la frase es que,
introductoria de explicaciones y sumada a los rodeos de (11) a (13), caracterizan el
discurso de Catalina, evidenciando inseguridad y apocamiento. Como puede
constatarse, todos estos son empleos que configuran la imagen de un sujeto dependiente
del poder de otros, un sujeto tímido e irresoluto.
En Hilda, por su parte, la identidad se configura a través del uso de tópicos recurrentes,
asociados a la vida familiar y a los valores tradicionales. Hilda se construye entonces
como un ama de casa tradicional, que se preocupa por sus hijos y su futuro y trata de
guiarlos hacia el estudio y el trabajo honesto.
15. -Bueno, mis amores, se comen todo para que la inteligencia se les alborote. (Cap.I)
16. -Bueno, alístese pues, pero desayuna antes. (Cap.I)
17. -Yo no quiero volver a discutir con ustedes esto. Y la plata no es lo más importante,
Catalina. Usted me termina el colegio y usted me termina de validar. Y luego cada uno
hace lo que se le da la gana. (Cap.I)
18. -No, m’hijita. Los vecinos tienen que madrugar y hay que respetar. (Cap.XII)
En (15) y (16), Hilda se preocupa por el alimento de sus hijos. Y en (17) y (18) les da
lecciones de moral, les dice lo que se “debe” hacer. Obsérvese asimismo que la imagen
de madre nutricia viene incluso fortalecida en estos segmentos (en (15) y en (17)
respectivamente) por el empleo de los clíticos (se comen, me termina), que muestran
sobre todo el compromiso afectivo del enunciador con su enunciado y con su
destinatario.
Agencia primaria y agencia secundaria
Fairclough (2003), basado en Archer (2000), propone dos modalidades de agencia, a
saber: la primaria, aquella en la que las personas son posicionadas involuntariamente
(ya que cada cual nace dentro de ella e inicialmente no tiene opción de elegirla); la
secundaria o corporativa, aquella que introduce la capacidad de los agentes de
transformar su agencia primaria.
En el personaje encarnado en Catalina, cabe señalar que, nacida en un pequeño pueblo
en Colombia, ella no pudo escapar a la pertenencia a una clase social baja, y lo que va a
intentar a lo largo de toda la serie es transformar esa agencia mediante acciones
corporativas encarnadas en la prostitución.
Algunas demostraciones en sus parlamentos:
19. - Es que yo ya estoy muy desesperada, Jésica. Vea esa Vanesa, Paola y Ximena,
esas se la pasan acá llegando y es que con cosas pa’ la casa, compran de todo pa’ la
mamá, pa’ el hermano, pa’ todo el mundo. Que televisores, equipos de sonido, y es que
pasan de salida no más, eso no aguanta m’hijita. (Cap. I)
20. - Las amiguitas mías de por acá de la cuadra, todas esas ya desde que se fueron del
colegio tienen moto, tienen una ropa toda bacana, traen cosas del mercado a la casa,
mamita. (Cap. I)
21. - Ay, mamita, pero tienen billete, que es lo más importante... (Cap. I)
En cuanto a Jésica, podemos decir que ella, como Catalina, pertenece a una clase social
caracterizada por la pobreza del barrio en el que vive. No obstante, en los parlamentos de
Jésica no se encuentran rasgos o remisiones a un presente o un pasado que se intente
cambiar. Eso sí, ella logra transformar su agencia primaria y así consigue su cometido
inicial, vivir en Bogotá.
Por último, en relación con Hilda, luego de haber analizado los aspectos tanto léxicos como
semánticos y pragmáticos de su discurso, se podría alegar que ella solo se interesa por
mantenerse en su agencia primaria, no hay anhelo de progreso ni de cambio social. Los
tópicos a los que arriba generalmente se relacionan con la familia y la honestidad mediante
el uso de motivos morales, en muchos casos ambiguos, tal cual se expondrá más abajo.
Algunos ejemplos en sus parlamentos:
22. - No, señora, esta es una casa de respeto, Catalina. (Cap. XII)
23. -Ay, m'hija, yo a usted no le estoy pidiendo nada, solo que estudie. Pues cuando
termine de estudiar se consigue un trabajito y así me ayuda. (Cap. I)
Ahora bien, parece en este punto oportuno señalar que el motor que estimula la
búsqueda de cambio o el deseo de permanencia en la posición primaria es, en los tres
personajes, la carencia, sea esta material, afectiva o simbólica. Para Jésica es
simplemente una carencia material y ella está dispuesta a todo por transformar la
agencia que la ata a la pobreza. Para Hilda es una carencia afectiva, y no le hace falta
cambiar su agencia primaria para superarla. Para Catalina, en cambio, se trata de una
carencia simbólica: no tener tetas constituye el símbolo de su exclusión del mundo al
que pretende acceder para dejar atrás su situación actual. Tener tetas es la vía más
rápida para acortar la diferencia entre la persona que es y aquella en la que desea
convertirse; y el conflicto de la historia es que esta transformación no depende solo de
su voluntad.
Por otra parte, y a partir ahora del concepto de estilo caracterizado por Fairclough (ver
más arriba), en los tres personajes se puede observar que lo estético funciona como la
vía de relación con los demás, reconocida en la preocupación por la imagen. Catalina,
versión estereotipada de una chica pobre de provincia que quiere triunfar, busca una
imagen que nunca alcanzará, manifiesta una inquietud constante por su imagen física,
imagen que media su éxito como mujer en la sociedad. ¿Por qué decimos estereotipada?
La presentación y re-presentación que la serie hace del personaje demuestra por un lado
lo grotesco, puesto en escena en un lenguaje corporal exagerado que pretende seducir
sexualmente, y, por el otro, lo infantil, exhibido principalmente en las relaciones intersujetos que establece por medio de marcas como el uso de los diminutivos, la
justificación permanente de sus opiniones, el empleo de interjecciones.
La imagen de Jésica se consolida y toma forma a lo largo de los capítulos; como se dijo
antes, no hay reenvíos o comentarios que demuestren un interés por mejorar su imagen:
ella ya posee sus principales herramientas de triunfo que son su cuerpo y sus
habilidades de manipulación. Jésica es un personaje que adapta su modalización a la
circunstancia que elige vivir para conseguir su objetivo: usa un lenguaje “imperativo”
cuando regentea a las prostitutas, usa un lenguaje “sumiso” cuando es la mujer de
Marcial.
Por último, Hilda intenta reflejar una imagen corpórea que entra en colisión con sus
representaciones discursivas conservadoras, pero no con la moral ambigua que nuestra
hipótesis sostiene (ver a continuación). De hecho, mediante su estética, refleja cierta
soledad de antaño (recordemos que no existe una figura paterna presente que la
acompañe a ella en la crianza de sus hijos). Y es que a través de sus acciones (para el
caso, el uso de una vestimenta que no oculta sino que acentúa su belleza y hasta es
provocativa, a pesar de su edad), expresa, aunque de manera sutil en la mayoría de los
casos, sus deseos como mujer. En efecto, Hilda quiere vivir acompañada por un hombre
y esto puede lograrlo sin necesidad de romper con su agencia primaria.
Ambigüedad moral
Así como podemos encontrar una estetización de los personajes, también observamos
aquello que podría caracterizarse como una “ambigüedad moral”; entendida como la
procuración inescrupulosa del acceso, por imposición social, a determinados valores o
metas que ese colectivo social (compuesto por el entorno al cual pertenecen) les
muestra como los adecuados a perseguir. Es en la lucha para llegar a ellos en donde
contemplamos la utilización de medios que se contradicen con las ideas, valores y
principios que dos de los personajes femeninos (Catalina e Hilda) han presentado como
importantes en sus propios discursos.
En el personaje de Catalina, observamos que se ratifica una posición social a través de
la estandarización de un estilo que sus amigas le proponen y se concreta como el
ejercicio de la prostitución. Catalina ve la prostitución como la única escapatoria viable
a la realidad social en la que se encuentra, sin dimensionar realmente qué significa
ejercerla. Su autojustificación es poder ayudar a su familia a salir adelante.
24. - Mamita, pero es que yo sí quiero ayudar, es que a usted le queda muy pesado
todo lo de esta casa. (Cap.I)
25. - (…) lo que yo quiero es tener mucha plata para poder comprar todas las cosas
que tienen las peladas del barrio. Usted se ha pillado que ellas tienen unas motos
bacanas y se visten todo divino, además, le llevan unos mercadotes a las mamás, y
además, vea, las casas de ellas son todas las mejores del barrio, y yo que Albeiro
entonces… (Cap.I)
Por un lado, el personaje siempre manifiesta que el resto de la sociedad no la influye en
lo que tiene decidido hacer: su meta es lo importante;
26. - Y a mí qué me importa lo que le diga la gente del barrio, Albeiro, acaso ellos me
dan a mí la comida. (Cap.I)
27. - Albeiro, qué reputación, usted que me está hablando, ahora no me hable así que
usted no es mi papá. (Cap.I)
por el otro, sin embargo, expresa ciertos valores reconocidos socialmente aun cuando
actúa en contrario, condenándose a sí misma de ese modo –sin darse cuenta– con sus
propios juicios.
28. - ¿Saben una cosa peladas? Uno tiene todo el derecho de ser puta en la vida, pero
nunca ser pusilánime. (Cap.XXIII)
29. - Pues yo tampoco sé qué significa ser pusilánime, si sé que puede ser por ejemplo
cuando, cuando una persona tira todo a la mierda por billete no más, tira la
integridad, la dignidad y todo eso, y solo por el billete. (Cap.XXIII)
En el caso del personaje de “Hilda”, vemos que en su posición de madre muestra a sus
hijos una moralidad tradicional o conservadora, apelando al discurso que impulsa el
estudio y el trabajo honesto como modo de ejemplo en la vida.
30. - Bueno, cállese Bayron. A ese hombre no me lo vuelve a nombrar en esta casa.
El tal Titi es un narco. (Cap.I)
31. - Yo no quiero volver a discutir con ustedes esto. Y la plata no es lo más
importante, Catalina. Usted me termina el colegio y usted me termina de validar. Y
luego cada uno hace lo que se le da la gana. (Cap.I)
Pero despliega al mismo tiempo un accionar contradictorio: una vez que tiene la
oportunidad, seduce al novio de su hija y queda embarazada de él sin tener en cuenta los
sentimientos que causará en Catalina –y sin reconocer, incluso, la situación incestuosa
en la que se involucra–, actuando de manera totalmente opuesta a los valores de familia
que predica.
Como conclusión parcial, podemos decir que en los personajes analizados se observa la
presencia de una “ambigüedad moral” relativa a la expresión de valores que declaran y
que se contradicen con su accionar, esto es, una colisión entre sus comportamientos y
sus sistemas de valores, lo que evidencia falta de coherencia y, más aún, de compromiso
con sus propias creencias.
En resumen, vemos con Catalina que, si bien todas sus amigas se comportan de la
misma manera, solo es ella –quien, por otra parte, manifiesta en su discurso reparos
morales en relación con algunas conductas– la que al final fracasa en llegar a su meta,
situación que la arrastra al suicidio. Esto último podría verse además como una
“condena social” que se encuentra de forma implícita en toda la narración de la ficción:
la idea de que “al malo se lo castiga”. Hilda, por su parte, se queda finalmente en el rol
conservador de mujer de su casa, esperando un nuevo hijo de quien fuera novio de su
propia hija.
Estereotipos y representaciones sociales
Como se ha dicho más arriba, el estilo es constitutivo de la identidad. Cuando esa
identidad le corresponde a un personaje de ficción de una serie que se difunde por un
medio masivo, puede conjeturarse que sus rasgos no son estrictamente individuales sino
que se inscriben en lo que hemos llamado identidad social, identidad que configura el
estereotipo. Y el estereotipo encarna la representación social (cf. Quiñones 2011: 28).
Los estereotipos, en tanto tales, tienen una doble función: la descriptiva y la
prescriptiva. En efecto, por un lado dicen cómo es el rol social al que aluden y, por el
otro, dicen cómo debe ser ese rol social.
Desde esta perspectiva, los personajes femeninos seleccionados de Sin tetas no hay
paraíso responden, según su discurso, a tres estereotipos de mujer: la pobre chica
provinciana que sueña con progresar, la madre (permanente) y la arribista. La madre y
la arribista alcanzan sus metas en la historia. La pobre chica provinciana, no. ¿Por qué?
Las tres mujeres –los personajes de estas mujeres– provienen de un mismo lugar social,
a saber: la clase baja de un pueblo de provincia. Una de ellas (Hilda) se conforma con su
agencia primaria y tiene éxito. Las otras dos (Catalina y Jésica) quieren modificar su
agencia primaria, cambiar de lugar; pero solo Jésica triunfa y Catalina fracasa.
La diferencia entre Jésica y Catalina, como hemos mostrado anteriormente, se ve
reflejada en la actitud. Jésica es imperativa, dominante: eso es lo que nos dicen sus
“modos discursivos”. Catalina (cuyas ambiciones están vagamente articuladas) es
sumisa, desvalida, carente: su “modo de decir” anuncia su fracaso.
Las ambiciones de ambas pueden ser vistas a la luz del modo como se le presenta el
mundo moderno a quien cuenta con pocos recursos materiales: urgidas por la carencia y
el deseo de salir de la limitada realidad en la que se encuentran, dos mujeres jóvenes
pero distintas se embarcan en una búsqueda de superación material. En el contexto de
esa sociedad indiferente, el éxito se entiende solamente como el resultado y no incluye
al proceso, por lo que triunfa solo quien está más dispuesto a "trepar" pisando cabezas
(como es el caso de Jésica), en tanto quedan relegados aquellos que se permiten una
actitud tímida o timorata (tal cual ocurre con Catalina).
Pero no solo eso. La sociolingüística ha analizado profundamente las relaciones entre
categorías como el género y los estereotipos y se ha observado en muchos casos que los
discursos asociados a uno u otro género estimulan percepciones diferenciadas (v. Lakoff
1995, Tannen 1996, Coulmas 1997). El discurso cargado de aseveraciones e
imperativos en Jésica se acerca al propio de los estereotipos masculinos: es más, su
actividad inicial de proxeneta parece asociarse con el rol propio de un hombre (v.
Trudgill 1997). El discurso cargado de inflexiones de Catalina, como pidiendo disculpas
por medio de expresiones de justificación, de rodeos y de diminutivos, atiborrado de
vocativos de familiaridad, se acerca al de los estereotipos femeninos (v. Fernández
Pérez 2007), propios de un lugar de inseguridad social (v. Trudgill 1997; para una
crítica a estos puntos de vista, v. Eckert 1997 o Serrano 2011).
Desde luego, estos resultados preliminares deberán ser contrastados con análisis
posteriores de otras series de ficción sobre el narcotráfico, como El capo o El cartel de
los sapos.
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