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IGLESIA
Sacerdotes de Cristo hoy
Juan Noemi*
El Documento de Participación preparatorio de la reunión de los obispos latinoamericanos en Aparecida, presenta el
sacerdocio en una visión jerarquizante
y estamental de la eclesiología, que
pasa por alto los planteamientos del
Concilio Vaticano II. En el presente de
América Latina el sacerdocio ministerial
debería abordar desafíos en los ámbitos
político, cultural y existencial.
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MENSAJE septiembre 2006
La Iglesia de América Latina está
preparándose para la V Conferencia
del Episcopado Latinoamericano
y del Caribe, que se realizará en
el 2007 en Aparecida, Brasil. El
CELAM ha ofrecido un Documento
de Participación, que “es tan solo
una invitación, sin duda incompleta,
de manera que puedan confluir con facilidad las aportaciones de
todos”.1
En las siguientes líneas considero lo que este documento
plantea sobre el sacerdocio ministerial, su función y desafíos
en la actualidad. No ha sido tarea fácil mediar entre el texto
de una “invitación incompleta” con un interés bastante más
acotado. Sin embargo, algunas referencias que aluden al sacerdocio ministerial en dicho texto, han servido para elaborar
estas reflexiones. Así, espero aproximarme a la intención expresa
de este documento-invitación, “de manera que puedan confluir
con facilidad las aportaciones de todos, a partir de las experiencias, las reflexiones, los ministerios y los carismas que les ha dado
el Espíritu Santo”.
En el Documento de Participación se encuentra sólo un
acápite en el que explícita y directamente se trata sobre el “sacerdocio ministerial”. En el subcapítulo titulado “Discípulos
en comunión eclesial” se afirma: “La identidad y la misión
del presbítero se funda en el encuentro con Jesucristo vivo y en
su seguimiento como discípulo suyo, se desarrolla en la vivencia
de comunión presbiteral con el Obispo y se proyecta en la caridad
pastoral. En esta comunión con el Señor y con la Iglesia, el presbítero significa en el seno de su comunidad la presencia de Jesús
que congrega a su pueblo. Por eso, el presbítero deberá profundizar
24
todavía más el camino espiritual como
discípulo y misionero de Jesucristo,
para poder configurar su vida cada
vez más al estilo y a las características
de Jesús, el Señor y Maestro, que lavó
los pies a sus discípulos. Esa escuela
eucarística es el lugar indispensable, la
fuente permanente y la cumbre hacia
la que tiende el ministerio y la vida del presbítero. En esa escuela
se fortalece y sensibiliza para estar atento a los desafíos del mundo
actual y ser sensible a las angustias y esperanzas de sus gente (sic),
compartiendo sus vicisitudes y, sobre todo, asumiendo una actitud
de solidaridad con los pobres. Afortunadamente podemos comprobar
que se han multiplicado los programas de formación permanente
para presbíteros, con una especial atención sobre la espiritualidad
sacerdotal, con mucho provecho para los que participan en ellos.
En ellos ha de ocupar un lugar irrenunciable la formación para
el acompañamiento espiritual, especialmente de los jóvenes, y la
capacitación para formar discípulos y misioneros de Jesucristo. Las
múltiples actividades pastorales del presbítero y las condiciones
sociales y culturales del mundo actual lo someten continuamente
al peligro de la dispersión. Para ello, es necesario y urgente que se
identifique mucho más esta formación en sus diversos aspectos:
humano, espiritual y teológico, y cuyos programas estén dirigidos
especialmente a los presbíteros, diáconos permanentes y obispos.”
(74).
UNA OMISIÓN BÁSICA
En el texto anterior llama la atención la ausencia de cualquier
referencia a lo que es una clave fundamental del planteamiento
25
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MENSAJE septiembre 2006
eclesiológico del Concilio El Concilio Vaticano II establece el “sacerdocio ministerial” en correlación
Vaticano II. Este establece
al “sacerdocio común de los fieles”, y a estos dos como participación del
el “sacerdocio ministerial”
en correlación al “sacerdocio “único sacerdocio de Cristo”
común de los fieles”, y a estos
siología católica, llegando a convertirla, según el decir de Yves
dos como participación del “único sacerdocio de Cristo”
Congar, en una gran ‘jerarcología’”.2
(LG10). Al respecto, vale la pena anotar lo que recuerda el
Al parecer, la del Documento de Participación no es una
teólogo Fernando Berríos: “Se suele destacar como una de estas
omisión insignificante, sino uno de esos “resabios de un modelo
intuiciones-claves (se refiere al Concilio Vaticano II) la célebre
de Iglesia de fuerte impronta clerical” a los que, a reglón seguido,
ubicación, en el esquema de la constitución dogmática sobre
se refiere el mismo Berríos: “El rostro visible de tal modelo de
la Iglesia, el capítulo sobre el Pueblo de Dios a continuación
Iglesia —cuyos resabios afloran aún hoy a menudo— es una
del capítulo sobre el misterio de la Iglesia y con anterioridad a
fuerte impronta clerical en la forma de concebir la vida orgánica
los capítulos dedicados a su constitución orgánica y en especial
eclesial, así como la experiencia misma de la fe y la búsqueda
al dedicado a la jerarquía. Esta acentuación de la prioridad
ontológica de aquello que todos los fieles cristianos sin distinción
compartimos, la gracia bautismal que constituye a la Iglesia
*
Teólogo, profesor de la Facultad de Teología de la P. Universidad Católica de Chile.
en comunidad de hermanos en Cristo y Pueblo de Dios con
1
Documento de Participación, Hacia la V Conferencia del Episcopado Latinoamericano y del
una común misión en medio de los pueblos de la tierra, marca
Caribe, Discípulos y misioneros de Jesucristo, para que nuestros pueblos en Él tengan vida.
–Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida- (Jn 14, 6), Presentación de Francisco Javier Errázuriz
ciertamente un giro decisivo que remece los cimientos de toda
Ossa, Cardenal Arzobispo de Santiago, Presidente del CELAM, 2005, p. 9.
una concepción jerarquizante y estamental que, por diversos
2
F. Berríos M., “Sacerdote en un pueblo sacerdotal y peregrino. El presbítero en la Iglesia y en
factores, había predominado larga y ampliamente en la ecleel mundo a la luz del Concilio Vaticano II”, en La Revista Católica 4 (2003) 285-297.
IGLESIA
de la santidad por parte de los fieles. La figura central es la del
consagrado (término que pasa definitivamente a designar a una
determinada categoría y ya no al conjunto de los bautizados) y,
muy especialmente, la del ministro ordenado. En rigor, más que
al centro, a éste se lo pone en la cima de una estructura eclesial
concebida como una pirámide. El ministro ordenado queda así,
en este modelo, como un cristiano más bien separado para las funciones sagradas, dotado para el gobierno de una potestas asociada
al sacerdocio ‘en sentido estricto’ conferido por el sacramento del
Orden, y su representación de la capitalidad de Cristo en la Iglesia,
como misión específica, más que integrarlo en la comunidad de los
bautizados, tiende a aislarlo”.3
El pasar por alto el planteamiento eclesiológico en que
el Vaticano II sitúa el sacerdocio ministerial no es la única
omisión que puede constatarse en el número 74 que trata
sobre “la identidad y la misión del presbítero”. En sus referencias más concretas a la situación actual se contenta con
celebrar la multiplicación de “los programas de formación
permanente para presbíteros” y con advertir sobre el “peligro
de dispersión” que acecha a los mismos. Nada se dice de la
escasez de vocaciones al sacerdocio ministerial como posible
síntoma de un problema antecedente, más bien se percibe
un afán de acallar y desentenderse de una reflexión también
autocrítica. Así por ejemplo y ya no tácitamente en el número
147: “En el ambiente relativista y laicista se extiende asimismo
una agresividad nueva, abierta o larvada, contra la Iglesia. Es
parte de la liberalización de las costumbres y las leyes. Se quiere
acallar y aun destruir en el Continente la autoridad moral de
la Iglesia y de sus pastores, y desdibujar la realidad y la misión
de la Familia de Dios. Este trabajo lo facilitan los escándalos
que causan las noticias cercanas o lejanas, verdaderas o falsas,
de graves transgresiones a la ley moral, que socavan y destruyen
credibilidades y confianzas”.
TRES DESAFÍOS ELEMENTALES
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MENSAJE septiembre 2006
En un primer diálogo llevado a cabo en uno de los
grupos de nuestro Centro Manuel Larraín sobre este
planteamiento del Documento de Participación respecto
al sacerdocio ministerial, constatamos que, aunque aflora
una intención también autocrítica, esta no se despliega suficientemente. Así por ejemplo en el número 150: “Siempre
el Evangelio ha dado respuesta a la voz de Dios en el tiempo.
Constatamos un cambio de época, una fuerte globalización
y muchos desafíos que nos plantea el tiempo presente. No es
difícil denunciar errores e injusticias. Pero no nos resulta fácil
tener conciencia compartida de las formas que hoy va tomando
el hambre que urge a nuestra sociedad, hambre de Dios, de
comunión, de individuación, de humanidad, de felicidad y de
paz. Nos cuesta presentar a Jesús y al Evangelio propositivamente como la “puerta” por la cual pasan las ovejas para llegar
al mejor alimento y a la mejor bebida. Y a veces nos cuesta
reconocer juntos las verdaderas amenazas, las que contradicen
los códigos de la felicidad que Dios nos entregó en el Sinaí y en
26
el monte de las bienaventuranzas. Este es uno de los grandes
desafíos que enfrenta nuestro trabajo pastoral.”
Sin ninguna pretensión de proponer un análisis exhaustivo
y sólo con el afán de introducir a una discusión, me atrevo a
esbozar tres desafíos elementales que, en mi opinión, enfrenta
la realidad del “sacerdocio ministerial” actualmente.
En primer término, está un desafío político. El ejercicio del
sacerdocio ministerial hoy día en América Latina comporta un
ejercicio de poder que no se resuelve con una proclamación
indeterminada y genérica de servicio al Pueblo de Dios y los
pobres, sino que debería traducirse en un replanteo del mismo
que resulte más transparente con la intuición eclesiológica
del Vaticano II. Antes que padre el presbítero es un hermano
y esta ontológica dimensión fraternal no debería quedar
como un abstracto supuesto eclesiológico, sino que debería
transparentarse en su concreto ejercicio de poder. El paternalismo resulta coherente con una eclesiología jerarcológica,
pero contradice una de comunión. En la medida en que las
sociedades se secularizan, el paternalismo clerical resulta cada
vez más enajenante, en la medida en que tiende a aislar al
sacerdote ministerial sacándolo del mundo, separándolo de
sus hermanos en la fe y confinándolo a la sacristía. Este es
un desafío muy complejo pues no tiene sólo una dimensión
individual sino que requeriría una decidida voluntad de revisar
ciertas estructuras institucionales.
Hay también un desafío cultural. Al parecer la formación
que reciben los presbíteros los aproxima y les permite hacer
suya una visión de mundo premoderna, pero los inhabilita
a valorar, crítica y no sólo negativamente, el talante racional de la modernidad ilustrada y más tardía. De esta
manera quedan condicionados a una actitud reaccionaria y
meramente emocional, la cual, por una parte, fomenta un
pesimismo indiscriminado ante la razón y el ejercicio de la
libertad humana y, por otra, incentiva posturas voluntaristas
que lindan en el fideísmo. Así las cosas, el discurso del presbítero más que una interpelación válida es percibido como
una rareza que pudo inspirar en otra época, pero que en la
actual es incomprensible y, en consecuencia, irrelevante.
Y, por último, existe un desafío existencial. La soledad y el aislamiento constituyen un tema y problema clave que dificulta y
perturba el ejercicio del sacerdocio ministerial. Este quizá sea
el desafío más complejo y que se ha hecho más dolorosamente
patente en los últimos años. Si se quiere mantener el celibato
eclesiástico, ¿cómo fomentar las condiciones de posibilidad
de una actualización del mismo en un ambiente cultural que
valoriza cada vez más positivamente el ejercicio de la sexualidad como parte integrante de la vida afectiva? No se trata
ciertamente de avalar el erotismo indiscriminado, sino de fomentar la requerida mediación entre eros y ágape que también
debe hacerse concreta en el caso de los presbíteros. M
3
Ibid.
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