Las tribulaciones de la reforma en China D

Anuncio
Las tribulaciones
de la reforma en China
MANUEL COMA *
la masacre de Tiananmen (4 de junio) China se ha
DESDE
convertido en una parábola, la de la imposibilidad de reformar
CONSERVADORE
S Y REFORMISTAS
* Profesor de Historia Contemporánea. UNED. Grupo de
Estudios Estratégicos.
económicamente un sistema comunista sin tocar su estructura
política. Sin embargo, desde comienzos de la reforma hace diez
años, cuando Deng llegó al poder, se habló, y nunca ha dejado de
hablarse, casi tanto de la reforma política como de la económica. En
realidad, Deng ha preferido referirse a todo el proceso como una
«segunda revolución» que abarcaría el «perfeccionamiento de la
democracia socialista» por un lado (reforma política) y la
«estimulación de la economía» y la «puerta abierta» por otro
(reforma económica). Deng siempre ha tenido claro el carácter
instrumental de la primera respecto a la segunda. Pero sólo instrumental. Nunca, apenas, un fin en sí mismo. Su objetivo ha sido el
crecimiento económico enfocado con mucho pragmatismo y poca
ideología, pero también desde el principio fijó con claridad los
límites de la reforma mediante la proclamación de los llamados
«cuatro puntos cardinales», principios que el liderazgo chino considera absolutamente irrenunciables: la vía socialista, el derecho
del partido a su papel dirigente, el pensamiento
marxista-leninista-maoista y la dictadura del proletariado.
A lo largo de los últimos diez años, estos «puntos cardinales»
han aflorado una y otra vez, sin que nunca un texto autorizado
concrete cuál es su alcance práctico y cuáles son las reformas que
lo violan y cómo y por qué lo hacen. Deng se ha situado en una
posición centrista y ha seguido el viejo consejo de Fernando VII de
«palo a la burra blanca y palo a la burra negra», en su caso conservadores y reformistas. Para conservar la libertad de interpretación
y aplicación de los principios, es útil mantenerlos en un alto grado
de indefinición. A pesar de lo cual y de la redundancia y
solapa-miento de esos cuatro topes que delimitan teóricamente el
espacio de la reforma, una cosa ha estado clara en todo momento:
el monopolio del poder por parte del partido comunista es
absolutamente tabú.
Los enconados enfrentamientos en las altas esferas se han desarrollado en torno a la cuestión de qué medidas concretas socavan
ese monopolio, aunque la discusión adopte ropajes ideológicos de
más altos vuelos. En los momentos en que los problemas económicos se acumularon, los conservadores obtuvieron victorias, los
puntos cardinales se interpretaron en sentido ortodoxo, se desencadenó una oleada represiva y la reforma experimentó un frenazo.
Pero esos frenazos fueron siempre de corta duración y, hasta la
masacre de Tiananmen, los movimientos represivos fueron, al menos juzgados por los patrones del régimen instaurado en 1949,
relativamente suaves, como la campaña contra la «polución espiritual» lanzada a finales de 1983 y la del año 87 frente a la
«libera-lización burguesa». Esta última fue el fruto de la más grave
crisis de liderazgo de todo el período Deng, hasta entonces, y
representa un ensayo incruento de los acontecimientos de la
primavera del 89.
En la zigzagueante marcha del proceso reformista se produjo
una ofensiva conservadora a finales de 1985. Era la respuesta a los
problemas asociados a los grandes éxitos de 1984-85: un crecimiento acelerado que animó al secretario general, el reformista
Hu Yaobang, a fijar nuevas metas orientadas preferentemente al
mundo urbano. Pero el crecimiento había traído consigo inflación,
déficit presupuestario y exterior, efervescencia social y corrupción
generalizada. A comienzos del 86 Deng defiende la necesidad de la
reforma política para sacar adelante la económica: «Reformar las
estructuras económicas sin remozar la estructura política
simplemente no funcionará». A mediados del 86 Deng encarga la
reforma política al equipo «liberal» de Hu. Éste suscita un gran
debate sobre el tema como medio de presión sobre los
conservadores y de preparación del terreno para una nueva etapa.
Las analogías con la glasnost entonces iniciando su despegue son
grandes, aunque su correlato chino haya sido mucho más efímero y
endeble. Se revela un amplio espectro de opiniones, pero la conclusión oficial deja incólume el principio de monopolio del poder
por el partido.
Lo que se busca, en substancia, es un aparato burocrático más
eficiente. Para ello se trata de rejuvenecer el funcionariado, de
seleccionarlo con arreglo a criterios de competencia, de proporcionarle una capacitación profesional, de sustituir la arbitrariedad
por normas objetivas, volviendo el comportamiento administrativo más predictible, de establecer una cierta separación entre el
partido y el estado y evitar que el primero, sin dejar nunca de
dirigirlo, se inmiscuya sistemáticamente en los asuntos del segundo, especialmente en la gestión de la vida económica. Los proyectos reformistas apuntan también a una cierta mayor independencia
para los jueces y algunos poderes de control para la Asamblea
Nacional del Pueblo, nominalmente la cámara legislativa china.
En conjunto se trata de seguir adelante con lo que ya estaba en
marcha desde el comienzo de la «segunda revolución» de principios del 79.
La fundamentación de estas reformas, en realidad mucho más
administrativas que políticas, no sólo no ha cambiado desde sus
orígenes, sino que su necesidad se ha ido haciendo más perentoria
con el desarrollo de las reformas económicas. Resulta patente que
EL PROCESO
REFORMISTA
las instituciones leninistas representan un obstáculo para el desarrollo económico. Además, esas estructuras han quedado profundamente debilitadas y su escaso prestigio hecho trizas por la tremenda sacudida de ese episodio tan destructor que fue la
Revolución Cultural, a partir de la primavera del 65, fenómeno
que supuso para la supervivencia del partido una amenaza que
presenta ciertas analogías con las purgas stalinianas. La élite actualmente en el poder, con Deng a la cabeza, son víctimas supervivientes de aquella época de brutalidades que costó al menos medio
millón de vidas. Las reformas tratan de reparar el cuartado edificio
de la estructura partidista-estatal y de dar alguna respuesta a lo
que el liderazgo llama la «crisis de fe» de los ciudadanos. Para
evitar la repetición de aquellos desmanes tan nocivos para el partido
y tratar de recuperar algún grado de confianza pública, se hace
necesario poner algunos frenos a la arbitrariedad del poder y promover algunos mecanismos participativos. Pero las propuestas son
muy tímidas y las consecuciones casi inexistentes.
LOS
CONSERVADORES
Pero los llamados conservadores no lo ven así. Desean también
el desarrollo económico y la contención de cualquier atisbo de
Revolución Cultural, pero creen que los métodos puestos en práctica son demasiado peligrosos y transgreden los «cuatro puntos
cardinales». Les preocupa sobre todo el escaso énfasis puesto en la
propaganda y en la educación ideológica. Consignas en boga,
como «emancipar el pensamiento» o «adaptar el marxismo» a las
nuevas circunstancias, les parecen un atentado contra la ortodoxia. Denuncia también el abandono de valores de solidaridad típicamente socialistas en beneficio del individualismo y el espíritu de
competencia propios del liberalismo burgués. Todo ello es percibido
como una amenaza al control que en todo momento debe ejercer
el partido.
Cuando en septiembre de 1986 se celebra un Pleno del Comité
Central del Partido, vuelven los conservadores a la carga y consiguen situar en el centro del debate la cuestión de cómo construir
una «civilización espiritual socialista», lo que les proporciona la
oportunidad de denunciar los peligros de desvirtuación ideológica.
Hu Yaobang y los reformadores más decididos se resisten a incluir
en el texto de la resolución final un llamamiento a combatir la
liberalización burguesa. Por presión directa de Deng, se incluye el
llamamiento al tiempo que se enfatiza la necesidad de reforma.
Compromiso que deja la situación en tablas y no satisface a nadie y
que pronto se ve desbordado por los acontecimientos.
LAS
PROTESTAS
La relativa libertad de debate de mediados del 86 dio paso a
finales del año a una intensa crítica de la ideología oficial por parte
de significados intelectuales del partido, entre los que destacó el
astrofísico Fang Lizhi, conocido desde entonces como el Sajarov
chino. En este ambiente, unas protestas estudiantiles por motivos
inicialmente gremiales se extendieron a, por lo menos, 17 grandes
ciudades y se politizaron rápidamente en apoyo de reformas más
radicales. El saldo de esos meses de inquietud fue, en enero de
1987, la caída de Hu Yaobang, sacrificado por Deng en el altar de
los guardianes de la ortodoxia, y la expulsión de Fang Lizhi y otros
del partido. Inmediatamente la campaña contra la «liberalización
burguesa» pasó al primer plano de la política interna china. Cabalgando tal corcel y criticando a Hu por la debilidad de su liderazgo
ideológico, ascendió Zhao Ziyang a la Secretaría General del partido, dispuesto, sin embargo, a continuar con la reforma una vez se
reposasen las aguas. Desde mediados del 87 contó de nuevo con el
apoyo del imprescindible Deng para seguir adelante y poner límites
a la lucha contra la liberalización burguesa.
A finales de octubre y comienzos de noviembre del 87 se celebró el XIII Congreso del Partido. En él, Zhao trató de despejar la
ambigüedad que se había mantenido a lo largo de todo el 87 asentando la reforma sobre nuevas premisas ideológicas. Según su análisis, China se hallaba en el primer estadio del socialismo, el de la
creación de las condiciones de progreso material necesario para
que el sistema pudiera desarrollarse. Esa fase duraría por lo menos
hasta mediados de la próxima centuria. Mientras tanto, todo lo
que se hiciera para acrecentar la riqueza y promover el crecimiento
económico estaría en el buen camino del socialismo y por tanto
debería constituir la prioridad del partido y del gobierno. La reforma halló así un nuevo fundamento y recibió un nuevo impulso,
produciéndose en el XIII Congreso un acuerdo básico sobre su necesidad.
Sin embargo, no se pudieron superar definitivamente las ambigüedades y tensiones porque la reforma que pretende el liderazgo
comunista chino con el corsé de acero de los «cuatro puntos cardinales», en definitiva, el monopolio del poder por el partido, equivale a la cuadratura del círculo: con unas medidas el círculo pierde
su definitoria curvatura y sin ellas no adquiere los necesarios ángulos. Un observador externo puede dar la razón a los conservadores, cuando afirman que las reformas contradicen los dogmas y
socavan las bases de poder del partido, y a los reformadores cuando
calculan que sin las reformas el país entero estallará, llevándose por
delante al partido o dejándolo sin nada sobre lo que ejercer su
irrenunciable función de dirigente.
EL XIII
CONGRESO
La eternamente debatida reforma política, o más bien administrativa, ha sido pensada en todo caso como subsidiaria de la económica. Ésta ha tenido un grado de plasmación mucho más elevado. Desde sus inicios a principios del 79 se ha basado por un lado
en la política de «puerta abierta» a la inversión extranjera, por el
otro en cuatro reformas fundamentales:
1. En agricultura, la sustitución de las granjas colectivas por
un sistema basado en la transferencia del uso, pero no de la pro
piedad, de la tierra a los campesinos, contratando con ellos el
Estado la compra de la cosecha.
2. La autorización para crear negocios privados individuales.
3. La autonomía de las empresas estatales.
4. La reforma de los precios.
LA
REFORMA
ECONÓMICA
Se puede afirmar que las dos primeras líneas han dado buenos
resultados, mientras que las dos últimas prácticamente no han
existido: la burocracia ha cortocircuitado los mecanismos legales,
vaciando de contenido la autonomía de las empresas estatales, y la
reforma de los precios ha sido al tiempo incompleta y complicada,
creando varios precios para un mismo producto, engendrando así
presiones inflacionarias. Además, se han mantenido múltiples
subsidios a la producción y se han creado nuevos subsidios al
consumo, todos ellos elementos de falsificación de los precios.
EXILIO
RURAL
Las empresas privadas han tenido un desarrollo espectacular. A
comienzos del período (1979) había unas 100.000. En el 85 eran ya
17 millones, la mayor parte en el sector terciario. Tanto la
agricultura como la industria rural han registrado grandes crecimientos, concentrados sobre todo en los años 84 y 85, momento
en que la reforma económica china suscita un gran entusiasmo en
Occidente. Los nuevos incentivos concedidos a los campesinos
dan como resultado un rápido incremento de las producciones. La
transferencia del control de las inversiones públicas del aparato
central a los organismos locales y las empresas da lugar a una
euforia inversionista y a una gran expansión de la industria rural,
base de crecimientos anuales del PNB del orden del 10 por 100, si
bien la renta per cápita no consigue alcanzar la modestísima cifra
de $ 300. Los datos de crecimiento económico necesitan correcciones importantes, pues una parte de la producción es invendible
por su mala calidad.
Todavía más importante son los desajustes económicos. La
euforia inversionista condujo a una importante dilapidación de
recursos y unido el extenso sistema de subsidios, restan muy escasos fondos para educación, sanidad e infraestructura. Tras alcanzar
una cúspide en el 85, la producción de cereales ha descendido en
parte por el mantenimiento de precios estables, en parte por causas
que amenazan a toda la agricultura, como la falta de inversiones en
infraestructura rural, que ha conducido, sobre todo, a un deterioro
de los sistemas de riego, y la contracción de la superficie cultivada,
fenómeno que se remonta a treinta años atrás, en obvia relación
con el crecimiento demográfico, pero que se ha acelerado en los
últimos años. Otros fenómenos negativos asociados con el tipo de
crecimiento que se ha dado en China son un déficit presupuestario
del orden del 3 por 100 del PNB, lo cual para una economía débil
como la china supone una carga demasiado pesada, un déficit
exterior de proporciones equivalentes, una inflación por encima
del 30 por 100 (los cálculos oficiales nada realistas son muy
inferiores). A estos problemas hay que añadir los cuellos de botella
que representa un desarrollo de los sectores de energía y transporte
que va muy por detrás de la demanda de los mismos.
En el año 85, en el momento de máximo crecimiento y con los
problemas derivados del mismo a la vista, se empezaron a estudiar
medidas correctoras y a planear una nueva etapa de reforma preferentemente urbana. Los enfrentamientos entre ortodoxos y reformadores de distinto grado de devoción, descritos más arriba, han
paralizado varias veces la aplicación de nuevas medidas. Todavía
no se pueden comentar los resultados y, lo que puede tener mucha
más importancia, el impacto de los recientes acontecimientos en
la economía. El resultado del XIII Congreso del PCCh en noviembre del 87 y de la VII Asamblea Nacional del Pueblo (parlamento)
en marzo-abril del 88, ha sido una serie de cambios en las altas
jerarquías, con claro eclipse de los conservadores y equilibrio entre
los reformistas más decididos, con el Secretario General Zhao
Zi-yang a la cabeza, y los más moderados, con el jefe de gobierno
Li Peng como figura más significada.
Otro aspecto importante de la reforma que ha sido tratado PUERTA
siempre por separado por las autoridades chinas es la llamada polí- ABIERTA
tica de «puerta abierta» o apertura al exterior. Empezó restringida a
sólo cuatro zonas económicas especiales que en el 84 fueron
ampliadas a catorce ciudades costeras, todas ellas con antigua tradición comercial. Cuando a lo largo del 86 se hace un replanteamiento de la reforma en un ambiente de disputa política en las
altas esferas, nativos y foráneos se sienten decepcionados por la
experiencia, pues no ha satisfecho las expectativas de ninguna de
las dos partes. A mediados del 86 se había contratado inversión
extranjera por $ 18 millones, pero se habían invertido menos de
cinco y procediendo la mayor parte de chinos en el exterior, sobre
todo de Hong Kong, y se había concentrado en la vecina provincia
de Guangdong. Muy poco dinero exterior había afluido hacia sectores de alta tecnología. Este hecho junto con la exigüidad del
monto total había frustrado las esperanzas puestas por los chinos
en la apertura. Por parte de los extranjeros el capítulo de quejas no
era corto. Figuraban, en primer lugar, la gran cantidad de obstáculos
legales y administrativos con los que se topaban en sus actividades
cotidianas. Protestaban también de los problemas de aprovisionamiento, especialmente de energía y medios de transporte, de la
escasa disponibilidad de divisas, el encarecimiento de los costes
como consecuencia de la inflación y sobre todo de la carestía de la
mano de obra, debido a que la contratación tenía que hacerse a
través de una agencia estatal que imponía elevados salarios para
luego cobrarle a los obreros hasta el ochenta por ciento de los
mismos, al tiempo que les exigía que realizasen labores de espionaje. Otros problemas residían en la imposibilidad de vender la
producción en China y las dificultades para repatriar beneficios.
Las nuevas regulaciones que se proyectaban en el 86 no llegaron
a encarar todos estos problemas y en todo caso estuvieron
paralizadas durante muchos meses como consecuencia de los
en-frentamientos entre conservadores y aperturistas, pues los
peligros ideológicos de la influencia extranjera constituían uno de
los puntos más sensibles para los guardianes de la ortodoxia.
Cuando tras el XIII Congreso (XI-87) y sobre todo a partir de la VII
Asamblea Nacional del Pueblo (parlamento) de abril del 88 se
vence por fin el punto muerto político, Zhao presenta un
ambicioso proyecto para abrir la totalidad de la zona costera al
exterior, con vistas a desarrollar una industria esencialmente
procesadora destinada a la exportación. Se trataría de responder a
la búsqueda de mano de obra barata por parte de los capitalistas
extranjeros y eludir los
problemas de aprovisionamiento desde las zonas interiores. La
zona piloto en este nuevo enfoque ha sido la isla meridional de
Hainan, tras haberla separado como provincia, y hoy se ha convertido en un emporio de actividad basada amplísimamente en el
mercado y en la zona de mayor renta per cápita de toda la República Popular. Aunque las nuevas regulaciones estén lejos de resolver todos los problemas de los extranjeros que quieren invertir en
China, ciertamente, sin embargo, han reavivado el interés de algunos capitalistas occidentales y asiáticos por este país.
EL IMPACTO
SOCIAL DE
LAS
REFORMAS
CORRUPCIÓN
Quizás la mejor medida de los resultados de la reforma sea la
conmoción social que ha producido. El abanico social se ha diferenciado a una velocidad asombrosa y la corrupción ha sido
ram-pante y ha constituido en sí misma un gran fenómeno tanto
social como político. En la transformación de una economía
totalmente centralizada a otra de mercado, el fenómeno de la
corrupción es estructural y los dirigentes reformistas chinos la han
dado por descontada. Alimenta el escándalo de los conservadores,
que temen sus consecuencias políticas e ideológicas y sitúan el
fenómeno en la cuenta del capitalismo. En realidad, su causa
debemos hallarla en el carácter incompleto del mismo. Al existir
simultáneamente dos sistemas económicos, e incluso en China, con
carácter oficial, dos monedas y dos tipos de cambio, existen toda
clase de estímulos para las transferencias ilegales del obsoleto, pero
todavía enorme, hacia el nuevo y mucho más dinámico.
Por un lado, el aparato burocrático está en condiciones de poner
toda clase de trabas al sistema de mercado que le es ajeno y socava
las bases de su poder, al tiempo que se muestra dispuesto a dejarse
convencer a cambio de compensaciones económicas que
«liberalizan» la aplicación de la ley mucho más allá de la interpretación más benigna. Así, China, en estos últimos años, se ha convertido en el paraíso de lo que en México se llama «mordida», sin
la cual el sector privado no podría funcionar. Por otro lado, la
atención de utilizar esos mismos poderes burocráticos para trasvasar productos de precio artificialmente bajo del sector estatal hacia
el mercado libre, en donde se cotizan mucho más alto, se convierte
en irresistible y, una vez más, puede ser el único método de
aprovisionamiento de las empresas privadas, locales o de capital
extranjero, sin cuyo recurso se quedarían paralizadas.
El dinamismo económico chino de los años 1979-85 y, sobre
todo, el boom de 1984-85 convirtió el país en la corte de los milagros. Aparecieron toda clase de nuevas profesiones y viejas lacras
sociales, desde la compra de concubinas a la venta de niños. La
sociedad se tomó venganza de más de tres lustros de rigideces
comunistas y un buen índice podemos hallarlo en el hecho de que
hoy día más del 30 por 100 de los matrimonios no pasan por el
registro civil. Los funcionarios a veces «rescatan» su libertad indemnizando al Estado por el abandono de sus funciones y su paso
al sector privado adquiriendo empresas estatales. Otras veces no se
toman tal molestia y simultanean ambas actividades. El Estado se
ha mostrado benigno no sólo porque los altos responsables aceptan
filosóficamente el fenómeno como un sarampión de crecimiento,
sino además porque, con la descentralización de muchas
decisiones económicas, se han privado, al menos teóricamente, de
instrumentos de intervención, pero sobre todo porque entre los
beneficiarios directos y más activos participantes del floreciente
negocio de la dispensación de favores se cuentan sus más cercanos
familiares. Ante el generalizado descrédito del sistema y la crisis
social concomitante, los fuertes lazos de la familia tradicional china
han mostrado de nuevo su vigor. Lo que los antropólogos llaman
el «familismo amoral» viene a ser el substitutivo de una norma
legal distante por su generalidad y abstracción. Las conexiones
familiares se convierten en indispensables para la navegación entre
las aguas de esos dos sistemas económicos que tienen malamente
que convivir.
Todos los conocedores de la realidad china son unánimes a la
hora de resaltar el carácter universal de la pérdida de fe en el
sistema. Sería erróneo considerar la efervescencia social descrita
más arriba como la causa primaria del fenómeno. Más bien ha
venido a ser la gota que finalmente colma el vaso, aunque una
gota de dimensiones gigantescas. En el origen hay que situar las
múltiples penalidades que el régimen ha infligido al país, en absoluto incumplimiento de sus promesas fundacionales. Ya Deng
Tsiaoping como secretario general del partido había presidido la
feroz persecución contra los intelectuales del año 1957, conocida
como «campaña antiderechista», que descerebró al país tras el
movimiento de las «cien flores» por el que Mao había urgido a los
intelectuales a manifestar libremente sus críticas a la situación
existente. Inmediatamente después se produjo el «Gran Salto adelante», equivalente chino de las colectivizaciones stalinianas, que
mató por hambre al menos a veinte, quizás a treinta millones de
personas. Lo que definitivamente terminó por dar al traste con las
bases de legitimidad del régimen y puso en peligro al partido mismo, dejándolo maltrecho, fue la «revolución cultural» que abarcó
toda la segunda mitad de los años 70. Con este historial, las sacudidas sociales de los experimentos reformistas cogían muy baqueteado al país, en general, y especialmente a sus grupos de mayor
nivel de educación, incluidos millones de miembros del propio
PCCh.
La manifestación más ostensible de este distanciamiento fue la
floración de críticas procedentes del mundo intelectual y las protestas estudiantiles de fines del 86. El héroe indudable de aquella
primera explosión de descontento fue Fang Lizhi, por su capacidad
de articular la aspiración hacia la democracia y la defensa de los
derechos humanos. La represión que siguió a ese movimiento
resultó relativamente suave para las pautas del régimen. Fang
Lizhi fue expulsado del partido y su capacidad de expresarse públicamente quedó muy limitada, pero no fue encarcelado. Hu
Yao-bang perdió la secretaría general, pero siguió siendo miembro
del Politburó. Sin duda, en el ánimo de Deng había prevalecido la
preservación de la reforma, a la que una represión demasiado dura
HACIA
TIANANMEN
podría poner en peligro. Sin embargo, cuando se trató, en enero
del 87, de acabar con el movimiento estudiantil, alentó a la policía a
que no vacilase en «derramar alguna sangre». Gon moderación, o
sin ella, lo cierto es que desde entonces la reforma permaneció
básicamente atascada.
LA MUERTE DEHU
HUELGA DE
HAMBRE
La muerte de Hu Yaobang a mediados de abril del presente
año, víctima de un ataque al corazón como consecuencia, probablemente, de una acalorada discusión en el Politburó, fue el detonante de una nueva puesta en marcha del latente movimiento
estudiantil. Los estudiantes se preparaban para la celebración del
histórico movimiento patriótico del 4 de mayo de 1919, en el que
estudiantes e intelectuales nacionalistas habían reclamado «democracia y ciencia». El Partido Comunista, que siempre había reivindicado aquel movimiento como su propio precursor, se proponía
celebrar el 70 aniversario eliminando de la conmemoración el
lema de «democracia» y dejándolo reducido sólo a «ciencia». El
entierro de Hu fue ya una gran manifestación de disidencia. El
gobierno no se atrevió a reprimirlo violentamente y las manifestaciones continuaron en los días siguientes. Ahora se ha sabido
que Deng las igualó inmediatamente a los aborrecidos desmanes
de la revolución cultural, y otros muchos testimonios indican que
esa fue la asociación, casi reflejo condicionado, suscitada en la
mente de la vieja guardia gobernante. Al día siguiente del entierro
de Hu dijo Deng, a puerta cerrada, en la Comisión de Asuntos
Militares que preside, que no tenía miedo ni al odio del pueblo, ni a
la condena internacional, ni al derramamiento de sangre. Desde su
mismo comienzo, el movimiento estudiantil estaba sentenciado a
muerte.
El movimiento halló nuevo impulso con la condena de que fue
objeto el 27 de abril por parte del órgano del Partido, el Diario del
Pueblo, que consideraba la protesta «una conspiración organizada
para sembrar el caos», dirigida por «gentes con motivos ocultos»
cuyo propósito era «sabotear la estabilidad política de la nación».
A partir de ese momento, la principal reivindicación de las protestas
fue la retractación de esas palabras y la demanda de ser escuchados
por los dirigentes. El mismo día 27 de abril los manifestantes
rompieron las barreras policiales y penetraron en la inmensa plaza
de Tiananmen, corazón histórico del gobierno chino. Sólo serían
desalojados por los tanques cinco semanas después, el 4 de junio. El
13 de mayo, como anticipación a la visita de Gorbachov, largo
tiempo preparada por las autoridades, mil estudiantes inician una
huelga de hambre a la puerta misma de la sede de la Asamblea
Nacional, en un lateral de la plaza, donde Gorbachov habría de ser
homenajeado.
Lo que hace especialmente peligroso el movimiento es el masivo
y absolutamente visible apoyo que recibe por parte de todas las
categorías de la población. Los estudiantes son vitoreados por todas
partes, los comercianes envían toda clase de productos, la población da dinero. Los testimonios son abrumadores. Pekín, cono-
cida por el carácter torvo de sus habitantes, transformó su clima
social por la sonrisa y la amabilidad. Una ciudad en la que se
calcula más de un millón de marginales fuera de la ley, vio en esos
días caer espectacularmente su índice de criminalidad. Se produjo
ese clima mágico, de exaltado idealismo y fraternidad social, en el
que todo parece posible y se confía en que el mundo pueda arrancar
de nuevo desde cero, del que la historia nos da múltiples testimonios en el inicio de muchos movimientos revolucionarios. Los
estudiantes fueron capaces de improvisar una organización sorprendente, pero era claro que el gobierno no mandaba en la ciudad
y la protesta se extendía por todo el país.
Si el hachazo no llegó antes fue sin duda por las profundas
divisiones en las altas esferas, que ni siquiera fueron capaces de
reunir al pleno del Comité Central, en las que a propósito de la
crisis se desarrollaba una enconada lucha por el poder. Como en
los tiempos de Chiang Kaichek, el poder en China se lo reparten
cuatro familias, de la que una es la de Deng y otra la de Zhao.
Algunas manifestaciones privadas de desconfianza de Deng respecto a Zhao Ziyang hacen suponer que su ascenso a la secretaría
general no respondió exclusivamente a una designación libre de
Deng de su delfín, sino más bien al peso propio del clan Zhao. A lo
largo del pasado año los hijos de Deng y los de Zhao se han
enfrentado violentamente por competencias entre los imperios
económicos que dirigen. En la última crisis Zhao apostó por una
actitud tolerante hacia los estudiantes y quiso derribar a Deng,
pero el viejo zorro salió de nuevo vencedor.
Hacia dónde se encamina China es ahora una cuestión más
problemática que nunca. Los gerontócratas han actuado de acuerdo
con sus probados métodos y lo sorprendente no es que lo hayan
hecho, sino que hayan tardado tanto. La represión, siendo dura,
no es en absoluto peor que muchas que la precedieron. La novedad
es que se realizó ante las cámaras de televisión y tuvo como
testigos a los corresponsales de todo el mundo. Se produjo además
en el momento más bajo del régimen. Contra lo que podría
esperarse no hubo protestas contra la reforma por parte de sus
supuestas víctimas, ni explosiones de rencor de los marginados o
perjudicados por la reforma contra sus beneficiarios. La protesta
era contra los corruptos y éstos se identificaban unánimemente en
la burocracia del estado y del partido. El estado-partido ha aparecido ante los ojos de todos, incluidos muchos de sus miembros,
como el enemigo público número uno.
En esas condiciones muchos comentaristas consideran como
hipótesis más probable, tras la desaparición del achacoso Deng,
una intervención directa del Ejército. No en vano Deng era un
admirador del Jaruzelski de la ley marcial y ha seguido mandando
sobre 1.100 millones de chinos desde el aparentemente secundario
puesto de presidente de la Comisión de Asuntos Militares. El régimen fue impuesto por una victoria militar. Mao tuvo que recurrir a
los soldados para parar los pies a finales de los 60 a los guardias
rojos que él mismo había puesto en marcha y ahora nuevamente
los tanques han venido a sacarle las castañas del fuego a un partido
exangüe. Puede muy bien que el bonapartismo esté servido.
PERSPECTIVA
S FUTURAS
Descargar