Las tribulaciones de la reforma en China MANUEL COMA * la masacre de Tiananmen (4 de junio) China se ha DESDE convertido en una parábola, la de la imposibilidad de reformar CONSERVADORE S Y REFORMISTAS * Profesor de Historia Contemporánea. UNED. Grupo de Estudios Estratégicos. económicamente un sistema comunista sin tocar su estructura política. Sin embargo, desde comienzos de la reforma hace diez años, cuando Deng llegó al poder, se habló, y nunca ha dejado de hablarse, casi tanto de la reforma política como de la económica. En realidad, Deng ha preferido referirse a todo el proceso como una «segunda revolución» que abarcaría el «perfeccionamiento de la democracia socialista» por un lado (reforma política) y la «estimulación de la economía» y la «puerta abierta» por otro (reforma económica). Deng siempre ha tenido claro el carácter instrumental de la primera respecto a la segunda. Pero sólo instrumental. Nunca, apenas, un fin en sí mismo. Su objetivo ha sido el crecimiento económico enfocado con mucho pragmatismo y poca ideología, pero también desde el principio fijó con claridad los límites de la reforma mediante la proclamación de los llamados «cuatro puntos cardinales», principios que el liderazgo chino considera absolutamente irrenunciables: la vía socialista, el derecho del partido a su papel dirigente, el pensamiento marxista-leninista-maoista y la dictadura del proletariado. A lo largo de los últimos diez años, estos «puntos cardinales» han aflorado una y otra vez, sin que nunca un texto autorizado concrete cuál es su alcance práctico y cuáles son las reformas que lo violan y cómo y por qué lo hacen. Deng se ha situado en una posición centrista y ha seguido el viejo consejo de Fernando VII de «palo a la burra blanca y palo a la burra negra», en su caso conservadores y reformistas. Para conservar la libertad de interpretación y aplicación de los principios, es útil mantenerlos en un alto grado de indefinición. A pesar de lo cual y de la redundancia y solapa-miento de esos cuatro topes que delimitan teóricamente el espacio de la reforma, una cosa ha estado clara en todo momento: el monopolio del poder por parte del partido comunista es absolutamente tabú. Los enconados enfrentamientos en las altas esferas se han desarrollado en torno a la cuestión de qué medidas concretas socavan ese monopolio, aunque la discusión adopte ropajes ideológicos de más altos vuelos. En los momentos en que los problemas económicos se acumularon, los conservadores obtuvieron victorias, los puntos cardinales se interpretaron en sentido ortodoxo, se desencadenó una oleada represiva y la reforma experimentó un frenazo. Pero esos frenazos fueron siempre de corta duración y, hasta la masacre de Tiananmen, los movimientos represivos fueron, al menos juzgados por los patrones del régimen instaurado en 1949, relativamente suaves, como la campaña contra la «polución espiritual» lanzada a finales de 1983 y la del año 87 frente a la «libera-lización burguesa». Esta última fue el fruto de la más grave crisis de liderazgo de todo el período Deng, hasta entonces, y representa un ensayo incruento de los acontecimientos de la primavera del 89. En la zigzagueante marcha del proceso reformista se produjo una ofensiva conservadora a finales de 1985. Era la respuesta a los problemas asociados a los grandes éxitos de 1984-85: un crecimiento acelerado que animó al secretario general, el reformista Hu Yaobang, a fijar nuevas metas orientadas preferentemente al mundo urbano. Pero el crecimiento había traído consigo inflación, déficit presupuestario y exterior, efervescencia social y corrupción generalizada. A comienzos del 86 Deng defiende la necesidad de la reforma política para sacar adelante la económica: «Reformar las estructuras económicas sin remozar la estructura política simplemente no funcionará». A mediados del 86 Deng encarga la reforma política al equipo «liberal» de Hu. Éste suscita un gran debate sobre el tema como medio de presión sobre los conservadores y de preparación del terreno para una nueva etapa. Las analogías con la glasnost entonces iniciando su despegue son grandes, aunque su correlato chino haya sido mucho más efímero y endeble. Se revela un amplio espectro de opiniones, pero la conclusión oficial deja incólume el principio de monopolio del poder por el partido. Lo que se busca, en substancia, es un aparato burocrático más eficiente. Para ello se trata de rejuvenecer el funcionariado, de seleccionarlo con arreglo a criterios de competencia, de proporcionarle una capacitación profesional, de sustituir la arbitrariedad por normas objetivas, volviendo el comportamiento administrativo más predictible, de establecer una cierta separación entre el partido y el estado y evitar que el primero, sin dejar nunca de dirigirlo, se inmiscuya sistemáticamente en los asuntos del segundo, especialmente en la gestión de la vida económica. Los proyectos reformistas apuntan también a una cierta mayor independencia para los jueces y algunos poderes de control para la Asamblea Nacional del Pueblo, nominalmente la cámara legislativa china. En conjunto se trata de seguir adelante con lo que ya estaba en marcha desde el comienzo de la «segunda revolución» de principios del 79. La fundamentación de estas reformas, en realidad mucho más administrativas que políticas, no sólo no ha cambiado desde sus orígenes, sino que su necesidad se ha ido haciendo más perentoria con el desarrollo de las reformas económicas. Resulta patente que EL PROCESO REFORMISTA las instituciones leninistas representan un obstáculo para el desarrollo económico. Además, esas estructuras han quedado profundamente debilitadas y su escaso prestigio hecho trizas por la tremenda sacudida de ese episodio tan destructor que fue la Revolución Cultural, a partir de la primavera del 65, fenómeno que supuso para la supervivencia del partido una amenaza que presenta ciertas analogías con las purgas stalinianas. La élite actualmente en el poder, con Deng a la cabeza, son víctimas supervivientes de aquella época de brutalidades que costó al menos medio millón de vidas. Las reformas tratan de reparar el cuartado edificio de la estructura partidista-estatal y de dar alguna respuesta a lo que el liderazgo llama la «crisis de fe» de los ciudadanos. Para evitar la repetición de aquellos desmanes tan nocivos para el partido y tratar de recuperar algún grado de confianza pública, se hace necesario poner algunos frenos a la arbitrariedad del poder y promover algunos mecanismos participativos. Pero las propuestas son muy tímidas y las consecuciones casi inexistentes. LOS CONSERVADORES Pero los llamados conservadores no lo ven así. Desean también el desarrollo económico y la contención de cualquier atisbo de Revolución Cultural, pero creen que los métodos puestos en práctica son demasiado peligrosos y transgreden los «cuatro puntos cardinales». Les preocupa sobre todo el escaso énfasis puesto en la propaganda y en la educación ideológica. Consignas en boga, como «emancipar el pensamiento» o «adaptar el marxismo» a las nuevas circunstancias, les parecen un atentado contra la ortodoxia. Denuncia también el abandono de valores de solidaridad típicamente socialistas en beneficio del individualismo y el espíritu de competencia propios del liberalismo burgués. Todo ello es percibido como una amenaza al control que en todo momento debe ejercer el partido. Cuando en septiembre de 1986 se celebra un Pleno del Comité Central del Partido, vuelven los conservadores a la carga y consiguen situar en el centro del debate la cuestión de cómo construir una «civilización espiritual socialista», lo que les proporciona la oportunidad de denunciar los peligros de desvirtuación ideológica. Hu Yaobang y los reformadores más decididos se resisten a incluir en el texto de la resolución final un llamamiento a combatir la liberalización burguesa. Por presión directa de Deng, se incluye el llamamiento al tiempo que se enfatiza la necesidad de reforma. Compromiso que deja la situación en tablas y no satisface a nadie y que pronto se ve desbordado por los acontecimientos. LAS PROTESTAS La relativa libertad de debate de mediados del 86 dio paso a finales del año a una intensa crítica de la ideología oficial por parte de significados intelectuales del partido, entre los que destacó el astrofísico Fang Lizhi, conocido desde entonces como el Sajarov chino. En este ambiente, unas protestas estudiantiles por motivos inicialmente gremiales se extendieron a, por lo menos, 17 grandes ciudades y se politizaron rápidamente en apoyo de reformas más radicales. El saldo de esos meses de inquietud fue, en enero de 1987, la caída de Hu Yaobang, sacrificado por Deng en el altar de los guardianes de la ortodoxia, y la expulsión de Fang Lizhi y otros del partido. Inmediatamente la campaña contra la «liberalización burguesa» pasó al primer plano de la política interna china. Cabalgando tal corcel y criticando a Hu por la debilidad de su liderazgo ideológico, ascendió Zhao Ziyang a la Secretaría General del partido, dispuesto, sin embargo, a continuar con la reforma una vez se reposasen las aguas. Desde mediados del 87 contó de nuevo con el apoyo del imprescindible Deng para seguir adelante y poner límites a la lucha contra la liberalización burguesa. A finales de octubre y comienzos de noviembre del 87 se celebró el XIII Congreso del Partido. En él, Zhao trató de despejar la ambigüedad que se había mantenido a lo largo de todo el 87 asentando la reforma sobre nuevas premisas ideológicas. Según su análisis, China se hallaba en el primer estadio del socialismo, el de la creación de las condiciones de progreso material necesario para que el sistema pudiera desarrollarse. Esa fase duraría por lo menos hasta mediados de la próxima centuria. Mientras tanto, todo lo que se hiciera para acrecentar la riqueza y promover el crecimiento económico estaría en el buen camino del socialismo y por tanto debería constituir la prioridad del partido y del gobierno. La reforma halló así un nuevo fundamento y recibió un nuevo impulso, produciéndose en el XIII Congreso un acuerdo básico sobre su necesidad. Sin embargo, no se pudieron superar definitivamente las ambigüedades y tensiones porque la reforma que pretende el liderazgo comunista chino con el corsé de acero de los «cuatro puntos cardinales», en definitiva, el monopolio del poder por el partido, equivale a la cuadratura del círculo: con unas medidas el círculo pierde su definitoria curvatura y sin ellas no adquiere los necesarios ángulos. Un observador externo puede dar la razón a los conservadores, cuando afirman que las reformas contradicen los dogmas y socavan las bases de poder del partido, y a los reformadores cuando calculan que sin las reformas el país entero estallará, llevándose por delante al partido o dejándolo sin nada sobre lo que ejercer su irrenunciable función de dirigente. EL XIII CONGRESO La eternamente debatida reforma política, o más bien administrativa, ha sido pensada en todo caso como subsidiaria de la económica. Ésta ha tenido un grado de plasmación mucho más elevado. Desde sus inicios a principios del 79 se ha basado por un lado en la política de «puerta abierta» a la inversión extranjera, por el otro en cuatro reformas fundamentales: 1. En agricultura, la sustitución de las granjas colectivas por un sistema basado en la transferencia del uso, pero no de la pro piedad, de la tierra a los campesinos, contratando con ellos el Estado la compra de la cosecha. 2. La autorización para crear negocios privados individuales. 3. La autonomía de las empresas estatales. 4. La reforma de los precios. LA REFORMA ECONÓMICA Se puede afirmar que las dos primeras líneas han dado buenos resultados, mientras que las dos últimas prácticamente no han existido: la burocracia ha cortocircuitado los mecanismos legales, vaciando de contenido la autonomía de las empresas estatales, y la reforma de los precios ha sido al tiempo incompleta y complicada, creando varios precios para un mismo producto, engendrando así presiones inflacionarias. Además, se han mantenido múltiples subsidios a la producción y se han creado nuevos subsidios al consumo, todos ellos elementos de falsificación de los precios. EXILIO RURAL Las empresas privadas han tenido un desarrollo espectacular. A comienzos del período (1979) había unas 100.000. En el 85 eran ya 17 millones, la mayor parte en el sector terciario. Tanto la agricultura como la industria rural han registrado grandes crecimientos, concentrados sobre todo en los años 84 y 85, momento en que la reforma económica china suscita un gran entusiasmo en Occidente. Los nuevos incentivos concedidos a los campesinos dan como resultado un rápido incremento de las producciones. La transferencia del control de las inversiones públicas del aparato central a los organismos locales y las empresas da lugar a una euforia inversionista y a una gran expansión de la industria rural, base de crecimientos anuales del PNB del orden del 10 por 100, si bien la renta per cápita no consigue alcanzar la modestísima cifra de $ 300. Los datos de crecimiento económico necesitan correcciones importantes, pues una parte de la producción es invendible por su mala calidad. Todavía más importante son los desajustes económicos. La euforia inversionista condujo a una importante dilapidación de recursos y unido el extenso sistema de subsidios, restan muy escasos fondos para educación, sanidad e infraestructura. Tras alcanzar una cúspide en el 85, la producción de cereales ha descendido en parte por el mantenimiento de precios estables, en parte por causas que amenazan a toda la agricultura, como la falta de inversiones en infraestructura rural, que ha conducido, sobre todo, a un deterioro de los sistemas de riego, y la contracción de la superficie cultivada, fenómeno que se remonta a treinta años atrás, en obvia relación con el crecimiento demográfico, pero que se ha acelerado en los últimos años. Otros fenómenos negativos asociados con el tipo de crecimiento que se ha dado en China son un déficit presupuestario del orden del 3 por 100 del PNB, lo cual para una economía débil como la china supone una carga demasiado pesada, un déficit exterior de proporciones equivalentes, una inflación por encima del 30 por 100 (los cálculos oficiales nada realistas son muy inferiores). A estos problemas hay que añadir los cuellos de botella que representa un desarrollo de los sectores de energía y transporte que va muy por detrás de la demanda de los mismos. En el año 85, en el momento de máximo crecimiento y con los problemas derivados del mismo a la vista, se empezaron a estudiar medidas correctoras y a planear una nueva etapa de reforma preferentemente urbana. Los enfrentamientos entre ortodoxos y reformadores de distinto grado de devoción, descritos más arriba, han paralizado varias veces la aplicación de nuevas medidas. Todavía no se pueden comentar los resultados y, lo que puede tener mucha más importancia, el impacto de los recientes acontecimientos en la economía. El resultado del XIII Congreso del PCCh en noviembre del 87 y de la VII Asamblea Nacional del Pueblo (parlamento) en marzo-abril del 88, ha sido una serie de cambios en las altas jerarquías, con claro eclipse de los conservadores y equilibrio entre los reformistas más decididos, con el Secretario General Zhao Zi-yang a la cabeza, y los más moderados, con el jefe de gobierno Li Peng como figura más significada. Otro aspecto importante de la reforma que ha sido tratado PUERTA siempre por separado por las autoridades chinas es la llamada polí- ABIERTA tica de «puerta abierta» o apertura al exterior. Empezó restringida a sólo cuatro zonas económicas especiales que en el 84 fueron ampliadas a catorce ciudades costeras, todas ellas con antigua tradición comercial. Cuando a lo largo del 86 se hace un replanteamiento de la reforma en un ambiente de disputa política en las altas esferas, nativos y foráneos se sienten decepcionados por la experiencia, pues no ha satisfecho las expectativas de ninguna de las dos partes. A mediados del 86 se había contratado inversión extranjera por $ 18 millones, pero se habían invertido menos de cinco y procediendo la mayor parte de chinos en el exterior, sobre todo de Hong Kong, y se había concentrado en la vecina provincia de Guangdong. Muy poco dinero exterior había afluido hacia sectores de alta tecnología. Este hecho junto con la exigüidad del monto total había frustrado las esperanzas puestas por los chinos en la apertura. Por parte de los extranjeros el capítulo de quejas no era corto. Figuraban, en primer lugar, la gran cantidad de obstáculos legales y administrativos con los que se topaban en sus actividades cotidianas. Protestaban también de los problemas de aprovisionamiento, especialmente de energía y medios de transporte, de la escasa disponibilidad de divisas, el encarecimiento de los costes como consecuencia de la inflación y sobre todo de la carestía de la mano de obra, debido a que la contratación tenía que hacerse a través de una agencia estatal que imponía elevados salarios para luego cobrarle a los obreros hasta el ochenta por ciento de los mismos, al tiempo que les exigía que realizasen labores de espionaje. Otros problemas residían en la imposibilidad de vender la producción en China y las dificultades para repatriar beneficios. Las nuevas regulaciones que se proyectaban en el 86 no llegaron a encarar todos estos problemas y en todo caso estuvieron paralizadas durante muchos meses como consecuencia de los en-frentamientos entre conservadores y aperturistas, pues los peligros ideológicos de la influencia extranjera constituían uno de los puntos más sensibles para los guardianes de la ortodoxia. Cuando tras el XIII Congreso (XI-87) y sobre todo a partir de la VII Asamblea Nacional del Pueblo (parlamento) de abril del 88 se vence por fin el punto muerto político, Zhao presenta un ambicioso proyecto para abrir la totalidad de la zona costera al exterior, con vistas a desarrollar una industria esencialmente procesadora destinada a la exportación. Se trataría de responder a la búsqueda de mano de obra barata por parte de los capitalistas extranjeros y eludir los problemas de aprovisionamiento desde las zonas interiores. La zona piloto en este nuevo enfoque ha sido la isla meridional de Hainan, tras haberla separado como provincia, y hoy se ha convertido en un emporio de actividad basada amplísimamente en el mercado y en la zona de mayor renta per cápita de toda la República Popular. Aunque las nuevas regulaciones estén lejos de resolver todos los problemas de los extranjeros que quieren invertir en China, ciertamente, sin embargo, han reavivado el interés de algunos capitalistas occidentales y asiáticos por este país. EL IMPACTO SOCIAL DE LAS REFORMAS CORRUPCIÓN Quizás la mejor medida de los resultados de la reforma sea la conmoción social que ha producido. El abanico social se ha diferenciado a una velocidad asombrosa y la corrupción ha sido ram-pante y ha constituido en sí misma un gran fenómeno tanto social como político. En la transformación de una economía totalmente centralizada a otra de mercado, el fenómeno de la corrupción es estructural y los dirigentes reformistas chinos la han dado por descontada. Alimenta el escándalo de los conservadores, que temen sus consecuencias políticas e ideológicas y sitúan el fenómeno en la cuenta del capitalismo. En realidad, su causa debemos hallarla en el carácter incompleto del mismo. Al existir simultáneamente dos sistemas económicos, e incluso en China, con carácter oficial, dos monedas y dos tipos de cambio, existen toda clase de estímulos para las transferencias ilegales del obsoleto, pero todavía enorme, hacia el nuevo y mucho más dinámico. Por un lado, el aparato burocrático está en condiciones de poner toda clase de trabas al sistema de mercado que le es ajeno y socava las bases de su poder, al tiempo que se muestra dispuesto a dejarse convencer a cambio de compensaciones económicas que «liberalizan» la aplicación de la ley mucho más allá de la interpretación más benigna. Así, China, en estos últimos años, se ha convertido en el paraíso de lo que en México se llama «mordida», sin la cual el sector privado no podría funcionar. Por otro lado, la atención de utilizar esos mismos poderes burocráticos para trasvasar productos de precio artificialmente bajo del sector estatal hacia el mercado libre, en donde se cotizan mucho más alto, se convierte en irresistible y, una vez más, puede ser el único método de aprovisionamiento de las empresas privadas, locales o de capital extranjero, sin cuyo recurso se quedarían paralizadas. El dinamismo económico chino de los años 1979-85 y, sobre todo, el boom de 1984-85 convirtió el país en la corte de los milagros. Aparecieron toda clase de nuevas profesiones y viejas lacras sociales, desde la compra de concubinas a la venta de niños. La sociedad se tomó venganza de más de tres lustros de rigideces comunistas y un buen índice podemos hallarlo en el hecho de que hoy día más del 30 por 100 de los matrimonios no pasan por el registro civil. Los funcionarios a veces «rescatan» su libertad indemnizando al Estado por el abandono de sus funciones y su paso al sector privado adquiriendo empresas estatales. Otras veces no se toman tal molestia y simultanean ambas actividades. El Estado se ha mostrado benigno no sólo porque los altos responsables aceptan filosóficamente el fenómeno como un sarampión de crecimiento, sino además porque, con la descentralización de muchas decisiones económicas, se han privado, al menos teóricamente, de instrumentos de intervención, pero sobre todo porque entre los beneficiarios directos y más activos participantes del floreciente negocio de la dispensación de favores se cuentan sus más cercanos familiares. Ante el generalizado descrédito del sistema y la crisis social concomitante, los fuertes lazos de la familia tradicional china han mostrado de nuevo su vigor. Lo que los antropólogos llaman el «familismo amoral» viene a ser el substitutivo de una norma legal distante por su generalidad y abstracción. Las conexiones familiares se convierten en indispensables para la navegación entre las aguas de esos dos sistemas económicos que tienen malamente que convivir. Todos los conocedores de la realidad china son unánimes a la hora de resaltar el carácter universal de la pérdida de fe en el sistema. Sería erróneo considerar la efervescencia social descrita más arriba como la causa primaria del fenómeno. Más bien ha venido a ser la gota que finalmente colma el vaso, aunque una gota de dimensiones gigantescas. En el origen hay que situar las múltiples penalidades que el régimen ha infligido al país, en absoluto incumplimiento de sus promesas fundacionales. Ya Deng Tsiaoping como secretario general del partido había presidido la feroz persecución contra los intelectuales del año 1957, conocida como «campaña antiderechista», que descerebró al país tras el movimiento de las «cien flores» por el que Mao había urgido a los intelectuales a manifestar libremente sus críticas a la situación existente. Inmediatamente después se produjo el «Gran Salto adelante», equivalente chino de las colectivizaciones stalinianas, que mató por hambre al menos a veinte, quizás a treinta millones de personas. Lo que definitivamente terminó por dar al traste con las bases de legitimidad del régimen y puso en peligro al partido mismo, dejándolo maltrecho, fue la «revolución cultural» que abarcó toda la segunda mitad de los años 70. Con este historial, las sacudidas sociales de los experimentos reformistas cogían muy baqueteado al país, en general, y especialmente a sus grupos de mayor nivel de educación, incluidos millones de miembros del propio PCCh. La manifestación más ostensible de este distanciamiento fue la floración de críticas procedentes del mundo intelectual y las protestas estudiantiles de fines del 86. El héroe indudable de aquella primera explosión de descontento fue Fang Lizhi, por su capacidad de articular la aspiración hacia la democracia y la defensa de los derechos humanos. La represión que siguió a ese movimiento resultó relativamente suave para las pautas del régimen. Fang Lizhi fue expulsado del partido y su capacidad de expresarse públicamente quedó muy limitada, pero no fue encarcelado. Hu Yao-bang perdió la secretaría general, pero siguió siendo miembro del Politburó. Sin duda, en el ánimo de Deng había prevalecido la preservación de la reforma, a la que una represión demasiado dura HACIA TIANANMEN podría poner en peligro. Sin embargo, cuando se trató, en enero del 87, de acabar con el movimiento estudiantil, alentó a la policía a que no vacilase en «derramar alguna sangre». Gon moderación, o sin ella, lo cierto es que desde entonces la reforma permaneció básicamente atascada. LA MUERTE DEHU HUELGA DE HAMBRE La muerte de Hu Yaobang a mediados de abril del presente año, víctima de un ataque al corazón como consecuencia, probablemente, de una acalorada discusión en el Politburó, fue el detonante de una nueva puesta en marcha del latente movimiento estudiantil. Los estudiantes se preparaban para la celebración del histórico movimiento patriótico del 4 de mayo de 1919, en el que estudiantes e intelectuales nacionalistas habían reclamado «democracia y ciencia». El Partido Comunista, que siempre había reivindicado aquel movimiento como su propio precursor, se proponía celebrar el 70 aniversario eliminando de la conmemoración el lema de «democracia» y dejándolo reducido sólo a «ciencia». El entierro de Hu fue ya una gran manifestación de disidencia. El gobierno no se atrevió a reprimirlo violentamente y las manifestaciones continuaron en los días siguientes. Ahora se ha sabido que Deng las igualó inmediatamente a los aborrecidos desmanes de la revolución cultural, y otros muchos testimonios indican que esa fue la asociación, casi reflejo condicionado, suscitada en la mente de la vieja guardia gobernante. Al día siguiente del entierro de Hu dijo Deng, a puerta cerrada, en la Comisión de Asuntos Militares que preside, que no tenía miedo ni al odio del pueblo, ni a la condena internacional, ni al derramamiento de sangre. Desde su mismo comienzo, el movimiento estudiantil estaba sentenciado a muerte. El movimiento halló nuevo impulso con la condena de que fue objeto el 27 de abril por parte del órgano del Partido, el Diario del Pueblo, que consideraba la protesta «una conspiración organizada para sembrar el caos», dirigida por «gentes con motivos ocultos» cuyo propósito era «sabotear la estabilidad política de la nación». A partir de ese momento, la principal reivindicación de las protestas fue la retractación de esas palabras y la demanda de ser escuchados por los dirigentes. El mismo día 27 de abril los manifestantes rompieron las barreras policiales y penetraron en la inmensa plaza de Tiananmen, corazón histórico del gobierno chino. Sólo serían desalojados por los tanques cinco semanas después, el 4 de junio. El 13 de mayo, como anticipación a la visita de Gorbachov, largo tiempo preparada por las autoridades, mil estudiantes inician una huelga de hambre a la puerta misma de la sede de la Asamblea Nacional, en un lateral de la plaza, donde Gorbachov habría de ser homenajeado. Lo que hace especialmente peligroso el movimiento es el masivo y absolutamente visible apoyo que recibe por parte de todas las categorías de la población. Los estudiantes son vitoreados por todas partes, los comercianes envían toda clase de productos, la población da dinero. Los testimonios son abrumadores. Pekín, cono- cida por el carácter torvo de sus habitantes, transformó su clima social por la sonrisa y la amabilidad. Una ciudad en la que se calcula más de un millón de marginales fuera de la ley, vio en esos días caer espectacularmente su índice de criminalidad. Se produjo ese clima mágico, de exaltado idealismo y fraternidad social, en el que todo parece posible y se confía en que el mundo pueda arrancar de nuevo desde cero, del que la historia nos da múltiples testimonios en el inicio de muchos movimientos revolucionarios. Los estudiantes fueron capaces de improvisar una organización sorprendente, pero era claro que el gobierno no mandaba en la ciudad y la protesta se extendía por todo el país. Si el hachazo no llegó antes fue sin duda por las profundas divisiones en las altas esferas, que ni siquiera fueron capaces de reunir al pleno del Comité Central, en las que a propósito de la crisis se desarrollaba una enconada lucha por el poder. Como en los tiempos de Chiang Kaichek, el poder en China se lo reparten cuatro familias, de la que una es la de Deng y otra la de Zhao. Algunas manifestaciones privadas de desconfianza de Deng respecto a Zhao Ziyang hacen suponer que su ascenso a la secretaría general no respondió exclusivamente a una designación libre de Deng de su delfín, sino más bien al peso propio del clan Zhao. A lo largo del pasado año los hijos de Deng y los de Zhao se han enfrentado violentamente por competencias entre los imperios económicos que dirigen. En la última crisis Zhao apostó por una actitud tolerante hacia los estudiantes y quiso derribar a Deng, pero el viejo zorro salió de nuevo vencedor. Hacia dónde se encamina China es ahora una cuestión más problemática que nunca. Los gerontócratas han actuado de acuerdo con sus probados métodos y lo sorprendente no es que lo hayan hecho, sino que hayan tardado tanto. La represión, siendo dura, no es en absoluto peor que muchas que la precedieron. La novedad es que se realizó ante las cámaras de televisión y tuvo como testigos a los corresponsales de todo el mundo. Se produjo además en el momento más bajo del régimen. Contra lo que podría esperarse no hubo protestas contra la reforma por parte de sus supuestas víctimas, ni explosiones de rencor de los marginados o perjudicados por la reforma contra sus beneficiarios. La protesta era contra los corruptos y éstos se identificaban unánimemente en la burocracia del estado y del partido. El estado-partido ha aparecido ante los ojos de todos, incluidos muchos de sus miembros, como el enemigo público número uno. En esas condiciones muchos comentaristas consideran como hipótesis más probable, tras la desaparición del achacoso Deng, una intervención directa del Ejército. No en vano Deng era un admirador del Jaruzelski de la ley marcial y ha seguido mandando sobre 1.100 millones de chinos desde el aparentemente secundario puesto de presidente de la Comisión de Asuntos Militares. El régimen fue impuesto por una victoria militar. Mao tuvo que recurrir a los soldados para parar los pies a finales de los 60 a los guardias rojos que él mismo había puesto en marcha y ahora nuevamente los tanques han venido a sacarle las castañas del fuego a un partido exangüe. Puede muy bien que el bonapartismo esté servido. PERSPECTIVA S FUTURAS