Socialización y apoyo en la vejez

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Intervención Evolutiva en Procesos del Envejecimiento
Tema 3: Socialización y apoyo en la vejez
Tema 3: Socialización y apoyo en la vejez.
1.- PRINCIPALES MODELOS DE SOCIALIZACIÓN EN LA VEJEZ.
2.- APOYO INFORMAL.
3.- FAMILIA Y CUIDADOS.
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Para Atchley (1980), la socialización abarca el conjunto de procesos que
ayudan a desarrollarse al individuo y convertirle en un ser social capaz de
participar en la sociedad. Así, socialización se convierte en un aprendizaje que,
directa o indirectamente, afecta a la capacidad individual de funcionar
socialmente; designando un proceso mediante el cual, el individuo adquiere
conductas, creencias, valores y motivos que son valorados y aceptados como
positivos para el grupo de referencia en un contexto social determinado.
La socialización del individuo comienza muy pronto y en los primeros
momentos, se basa en las observaciones de los comportamientos adultos y en
lo que de ellos se espera. Pero este proceso no termina en la infancia. En el
período adulto, la socialización continúa mediante la interiorización de nuevos
valores y formas de conducta y con la presencia de cambios en las posiciones
personales y roles, etc. (Rosow, 1965). Desarrollándose, además, con más
fuerza e independencia, que durante la infancia.
La pregunta que nos podemos hacer llegados a este punto es si
¿disminuye el nivel de la socialización con el paso de los años? Kalish (1983),
indica que existe una tendencia de las personas mayores a convertirse en más
introvertidas, lo cual viene dado por dos conjuntos de causas:
- Por el estrés de los últimos años, siendo la introversión el
resultado de la desesperación y de la depresión.
- Por la consecución de un rico mundo interior, y de una reducida
necesidad de responder a las demandas sociales mediante el
éxito y la participación.
Pero tales opiniones y enfoques, deberían relativizarse en la medida que
continúan siendo conclusiones referidas a datos comparativos con el período
de la adultez, y no parten de una percepción de la socialización en función de
las capacidades propias de la tercera edad. De hecho, continúa tomándose
como índice de buena sociabilidad el modelo adulto, sus capacidades vitales, y
su necesidad y grado de relación.
1.- PRINCIPALES MODELOS DE SOCIALIZACIÓN EN LA VEJEZ.
El envejecimiento es, junto a otros aspectos, una experiencia social.
Desde esta perspectiva, psicólogos y sociólogos intentan explicar por qué se
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dan una serie de conductas en esta edad, y de qué forma ocurren. El desarrollo
y comprobación de unos enunciados teóricos, desde esta óptica, ha tenido
lugar preferentemente a partir de los años 60, en los que comienza a
elaborarse un elevado número de teorías, que tienen en común su intento de
explicar la relación existente entre la sociedad y el proceso de envejecimiento.
La teoría denominada del “Funcionalismo Estructural”, es una de las más
influyentes en los estudios sobre el envejecimiento. Posturas teóricas tan
importantes como lo son la teoría de la desvinculación o la teoría de la
actividad, se basan claramente en una perspectiva funcionalista. Pero antes de
analizar estas teorías, vamos hacer referencia al marco teórico que supone el
funcionalismo estructural.
El funcionalismo estructural, concibe la sociedad como un sistema
autorregulado,
formado
por
partes
interdependientes,
que
operan
conjuntamente para generar estabilidad y orden social. Los componentes de
este sistema, son una serie de instituciones sociales que funcionan para
mantener la sociedad en un estado de armonía, balance o equilibrio.
En la medida en que se conciben los sistemas sociales como
compuestos de diversas partes interactuantes, los cambios que se dan en una
parte del sistema, afectarán inevitablemente, en algún grado, a las otras partes
del sistema.
Desde este planteamiento, las personas se comportan típicamente de
acuerdo con las normas y valores comunes a su sistema social particular, y
este proceso, es “funcional” en la medida que su resultado es la armonía social,
y contrapesa los procesos disfuncionales, como por ejemplo la enfermedad,
que desorganizan el orden social. La teoría funcionalista, proporciona así una
visión de la sociedad que enfatiza la estabilidad, la integración y el orden.
Los individuos son presionados por la sociedad, para que se adapten a
las normas que imperan en un momento determinado, recayendo el castigo y/o
el aislamiento de la corriente social principal, a aquellos que se desvíen de ella.
El funcionalismo proporciona también, una visión interior sobre cómo los
procesos sociales en gran escala, pueden crear situaciones en las que la gente
está más o menos forzada a responder a condiciones que ella misma no ha
elegido libremente. El tener que apartarse de la sociedad por medio del retiro,
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es un claro exponente de esto, es un alejamiento motivado no por propia
elección, sino a causa de la edad.
Analicemos, a continuación, algunas teorías que de una u otra forma,
han estado también influidas por este enfoque funcionalista. Nos referiremos,
en primer lugar, a dos teorías clásicas: la teoría de la desvinculación y la teoría
de la actividad, para posteriormente analizar algunas de menor relevancia.
1.1.- Teoría de la Desvinculación.
Esta teoría, es una aplicación del funcionalismo al estudio del
envejecimiento. Fue propuesta por Cumming y Henry (1961) y Henry (1964) y
su tesis básica, se puede resumir en los siguientes términos: la persona de
edad desea ciertas formas de “aislamiento social”, de reducción de contactos
sociales y en la medida que lo logra, se siente feliz y satisfecha.
Entrando en un análisis más profundo, podemos decir que esta teoría
parte de tres supuestos básicos:
a) El proceso de desvinculación de los individuos que envejecen y
de la actitud de la sociedad ante ellos, es algo natural.
b) Este proceso de desvinculación es algo inevitable.
c) Este proceso es necesario para un envejecimiento con éxito.
Cumming y Henry (1961) plantearon que la desconexión se producirá en
dos frentes: el externo/social y el interno/psicológico. En cuanto al externo, se
propone la teoría de una retirada, necesaria y motivada, del contexto social por
parte del individuo mayor; en cuanto al interno/psicológico, el anciano
presumiblemente queda liberado de las normas interiorizadas a lo largo de su
ciclo vital que determinan el comportamiento adecuado en la sociedad. El
individuo que envejece e intenta mantenerse socialmente activo, pagaría un
precio psicológico en forma de una menor satisfacción en cambio el individuo
que se deja llevar por la corriente experimentará una sensación de liberación y
una moral más alta.
Para Cumming y Henry (1961) en la edad avanzada se produce un
proceso gradual de desconexión. La gente se distancia de la sociedad, se
retrae del mundo, pero, desde su punto de vista, esto, lejos de ser un signo de
patología, es universal, normal y natural. De hecho, plantearon que esta era la
forma correcta de envejecer ya que una importante premisa para una vejez
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plena y satisfactoria consiste en que la sociedad se muestre dispuesta a librar a
los ancianos de sus roles sociales y de sus obligaciones, y que, al mismo
tiempo, éstos deseen retirarse de la actividad social.
La base empírica de la teoría de Cumming y Henry (1961), fueron los
resultados de un estudio sobre 172 adultos de 50 a 70 años, y 107 sujetos de
70 a 90 años. Este estudio se comenzó en 1955 en la Universidad de Chicago,
bajo la dirección del “Departamento de Desarrollo Humano”. El análisis de
estos resultados, permitió afirmar a los autores que la desvinculación es un
“proceso inevitable”, mediante el cual se rompe con muchas de las relaciones
existentes entre una persona y los miembros de la sociedad. Es decir, que
dicho proceso viene provocado, tanto por circunstancias individuales como
sociales, y aunque puedan existir algunas diferencias individuales, lo que cobra
aquí un significado especial, es el hecho universal de la muerte.
Para que se dé una vejez plena y satisfactoria, es necesario que la
sociedad se muestre dispuesta a librar a los ancianos de sus roles sociales y
de sus obligaciones, y a su vez, que el anciano deseé ese cambio. Según
Cumming y Henry (1961), se da efectivamente una tendencia individual, que
lleva al sujeto a la búsqueda de la desvinculación, en la medida que son los
propios ancianos los que deciden dejar ciertos papeles sociales, cuando se
sienten viejos, al mismo tiempo que buscan orientar sus actividades hacia otras
metas, tales como la práctica de las aficiones, la asistencia a clubes, viajes,
deportes, etc.
Esta teoría a estado expuesta a diferentes críticas como por ejemplo la
de Havighurst (1963, 1964), quien al analizar las variables individuales que
influyen en una buena vejez, encuentra que ciertas personas se alegran y
están más satisfechas, cuando logran retirarse de la comunidad. Pero, por el
contrario, hay otras que quieren seguir siendo activas y continuar en esa
comunidad. Según este autor, son las personas con un comportamiento más
pasivo y un estilo de vida más hogareño, las que más satisfechas se sienten
con la retirada de ese círculo de contactos humanos, experimentando un cierto
alivio con la ruptura de esos vínculos y la disminución de sus deberes sociales.
Por el contrario, aquellas personas que son más activas, se adaptan mejor a
los procesos de envejecimiento, presentando un mayor nivel de satisfacción
vital, cuando de alguna manera pueden conservar su estilo de vida activo.
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Según Lehr (1980) un proceso de desvinculación es tan sólo una ficción
de las investigaciones transversales. Así, se analizó la relación entre actividad
y estado de ánimo, a partir de los datos procedentes de 3 etapas de
investigación con 182 personas que se hallaban en el Estudio Longitudinal de
Duke. En un 11-15% de los sujetos estudiados, se encontró correlación entre la
escasa actividad social y el estado positivo de ánimo y en un 15%, se halló una
correlación entre la elevada actividad social y el estado negativo de ánimo. Así
pues el 26-30% de los sujetos se comportaron de acuerdo con la teoría de la
desvinculación. Por el contrario el 70-74% reaccionaron con arreglo a la teoría
de la actividad, ya que en un 45% se encontró correlación entre una elevada
actividad y un estado positivo de ánimo y en un 26%, una actividad reducida y
un estado negativo de ánimo.
1.2.- Teoría de la Actividad.
Esta teoría fue, en principio, elaborada con vistas a suplir lagunas
existentes en la teoría de la desvinculación y ha tenido una enorme influencia
en los estudios gerontológicos. Tal como la formuló Havighurst (1963), ante
todo, ésta, es una teoría de acción para un envejecimiento con éxito. Se basa
en tres premisas básicas:
a) La mayoría de las personas que envejecen, siguen manteniendo
niveles bastante constantes de actividad.
b) La cantidad de ocupación o desocupación, está influida por los
estilos de vida pasados, y por factores socioeconómicos, más que
por procesos universales inevitables.
c) Para lograr un envejecimiento con éxito, es necesario mantener e
incluso, desarrollar, determinados niveles de actividad en las
distintas esferas: física, mental, social, etc.
Para Havinghurst (1963), un envejecimiento con éxito sigue las mismas
reglas que el envejecimiento normal, basadas en el ajuste de la persona mayor
a las normas y actividades de las personas de mediana edad. Evidentemente,
como señala el autor, hay roles que en la senectud se pierden a causa, por
ejemplo de la jubilación, por una mala salud, etc, pero lo importante es saber
que esas actividades pueden sustituirse por otras, de manera que el individuo
continúe permaneciendo activo.
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Al respecto de este teoría, Tartler (1961), parte de la hipótesis de que la
persona sólo es feliz y se siente satisfecha consigo misma, cuando es activa, y
produce algún rendimiento que es útil a los demás, etc.; por el contrario,
aquélla persona que no es útil, que no desempeña ninguna función en la
sociedad, se muestra con un bajo nivel de satisfacción.
Palmore (1968; 1969), en un amplio estudio llevado a cabo a lo largo de
diez años, encontró que es posible que se den ciertas disminuciones
temporales de las actividades, ante determinados sucesos, por ejemplo,
enfermedades, pero que estas disminuciones, normalmente temporales, son
seguidas por posteriores aumentos de actividad. Además, desde su punto de
vista, lo típico en las personas ancianas, es la actividad normal, que se
relaciona directamente con el estilo de su vida pasada. Cuando se produce
realmente una desvinculación, es justo antes de la muerte.
De aquí se deriva que un envejecimiento con éxito, es un envejecimiento
activo. Y aunque se da un cese en las actividades laborales, como
consecuencia de la jubilación, los ancianos encuentran un nuevo significado a
su vida, a través de nuevas actividades.
Según Sáez (1994), y como conclusión, se puede decir que la teoría de
la actividad, entiende que la mayoría de las personas no se desconectan de la
sociedad cuando envejecen. Aunque la jubilación los aparte de su tradicional
actividad laboral, los sujetos sustituyen esta actividad por otra, que también les
proporciona satisfacción. Pero esta teoría adolece de dos defectos:
a) Presupone que la gente mayor, se juzga a sí misma de acuerdo
con normas comunes de actividad y conductas de etapas adultas;
pero los ancianos, en esa etapa del ciclo vital, no tienen que
guiarse necesariamente, por las normas de actividad y conducta
de la etapa adulta.
b) Otro aspecto que no analiza, es qué ocurre con aquellos ancianos
que no pueden por razones físicas, mentales o socioeconómicas
mantener un nivel de vida típico de la madurez. Cuanto mayor es
una persona, más difícil es que sea activa, de acuerdo a los
niveles de la edad adulta. Sin embargo, podemos decir a su favor,
que la mayoría de los ancianos hacen frente al envejecimiento por
medio de actividades. Pero al igual que ocurre con la teoría de la
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desvinculación, no es posible con ella explicar el comportamiento
de todos los ancianos.
Con todo, el mero hecho de estar activo, no implica necesariamente el
prolongamiento de la vida. Otra cosa es que pueda proporcionar, y de hecho
parece que se da, un mayor nivel de satisfacción en la vida de lo los ancianos.
1.3.- Teoría de la Continuidad.
La teoría de la continuidad, puede interpretarse como la tercera
alternativa a las dos teorías anteriores (teoría de la desvinculación y teoría de
la actividad) y sostiene que, a medida que la persona va pasando por el ciclo
vital, desarrolla valores muy estables, actitudes, normas y hábitos, etc. En la
vejez
estos
rasgos
predisposiciones
se
para
mantienen
actuar,
estables,
puedan
verse
aunque
afectadas
determinadas
por
cambios,
modificaciones o alteraciones, en las complejas formas de interacción que se
dan entre la persona y el contexto social. Aunque se da preferentemente una
tendencia a la continuidad, se admite también que puedan darse determinados
cambios, para adaptarse a nuevas situaciones; por ejemplo, la nueva situación
que plantea la jubilación.
Neugarten (1964), entiende que la teoría de la continuidad se basa en
dos supuestos:
a) Las personas tienden a mantener su personalidad particular, a
través del tiempo.
b) La única dimensión interna de la personalidad que cambia con la
edad, es la tendencia a experimentar una mayor introversión al
reorientar su atención e interés hacia sí mismo.
McCrae y Costa (1982), confirman también esta teoría, sosteniendo que
la personalidad tiende a permanecer estable después de la edad adulta. En
opinión de Atchley (1971, 1972), aunque la nueva situación que se le ofrece al
anciano después de la jubilación, puede provocar una cierta discontinuidad,
ante la situación que se le presente acabará utilizando los recursos y contactos,
que ya utilizó a lo largo de toda la vida. Estilos de vida, formas de adaptación,
estarían fundamentalmente determinados por modos, hábitos y apetencias, que
se fueron forjando en el individuo a través de los años, persistiendo por ello,
también, durante la vejez.
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Estas constantes serían, de hecho, el mejor predictor de los cambios
que seguirá el anciano en la necesaria readaptación que, con toda seguridad,
habrá de acometer. Ello, sin olvidar que acontecimientos de distinta índole, que
se producirán durante este período, modularán a través de sus presiones, las
decisiones a tomar ante ciertas conductas y opciones, pero siguiendo la
dirección ya emprendida y desarrollada a lo largo del ciclo vital.
2.- APOYO SOCIAL.
Conocer el funcionamiento de las variables generadoras de calidad de
vida en personas mayores es uno de los objetivos prioritarios en el estudio del
envejecimiento óptimo.
De estas variables, el apoyo social aparece vinculado en la literatura
científica al bienestar (Barrón y Sánchez Moreno, 2001; Navarro, Meléndez y
Tomás, 2008), convirtiéndose en una variable que previene y modula los
efectos negativos del estrés sobre la salud (Riquelme, Buendía y Rodríguez,
1993; Cava y Musitu, 2000) y que, si es deficiente, se relaciona con un mayor
riesgo de enfermedad (Calvo y Díaz Palera, 2004).
Según Yanguas et al. (1998), por apoyo se entiende el conjunto de
relaciones interpersonales que implican afecto y ayuda emocional, instrumental
e informacional, así como afirmación del propio yo, que surge a partir de esta
relación. Básicamente, y siguiendo esta definición, cuando hablamos de apoyo
informal se pueden distinguir dos tipos de relaciones fundamentales:
- las familiares
- las sociales
En este sentido, Antonucci y Jackson (1990) se han interesado por el
análisis diferencial del apoyo prestado por familiares y amigos. Estos autores,
señalan que la ayuda prestada por la familia es importante durante los periodos
de crisis, por ejemplo durante el curso de enfermedades crónicas. Por el
contrario, el apoyo social sirve para reforzar relaciones sociales mutuamente
provechosas y contribuye, además, a favorecer la integración social del
individuo anciano. Así, podemos considerar que el apoyo familiar es de vital
importancia para afrontar satisfactoriamente las crisis vitales que se sufren al
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hacerse mayor mientras que el apoyo social mejora la adaptación del sujeto a
las transiciones de la vida.
Según Lin y Ensel (1989) el apoyo social, es el conjunto de provisiones
expresivas o instrumentales (percibidas o recibidas) proporcionadas por
comunidades, redes sociales y personas de confianza, teniendo en cuenta que
estas provisiones se pueden producir tanto en situaciones cotidianas como de
crisis.
Debemos tener en cuenta que añadido a esta definición, debemos
distinguir entre dos perspectivas teóricas que existen en el estudio de este
concepto: la estructural, centrada en la composición de las redes sociales y en
la obtención de patrones que puedan explicar diferentes efectos; y la funcional,
centrada en las funciones que cumplen las relaciones sociales, tanto en
situaciones cotidianas como de crisis, y en las consecuencias que tiene para la
persona el mantenimiento y acceso a las relaciones sociales. Además, se
puede distinguir entre la función instrumental, que se refiere a los actos que se
realizan para lograr unos fines, y la función expresiva que incluye los actos
cuyo fin está en ellos mismos, y que podríamos también definir como
emocionales o afectivos. Es decir el apoyo, tanto cotidiano como de crisis, se
utiliza tanto para solventar situaciones en sí mismas como para lograr una
adecuada adaptación psicológica.
De este modo, parece ser que en este ámbito de estudio, las variables
más relevantes no son tanto las características individuales sino más bien
resultan las variables de interacción o ajuste en las relaciones existentes.
Por lo que se refiere al apoyo percibido y recibido, indicados
anteriormente,
el
primero
queda
conceptualizado
como
la
sensación
psicológica de apoyo; por otra parte, el apoyo recibido está constituido por la
frecuencia real de intercambios de ayuda, y puede medirse mediante el
recuento de conductas o análisis de transacciones sociales realizadas.
En otro orden de cosas y en relación a la influencia del ciclo vital en la
red social, debemos tener en cuenta que, a lo largo del mismo, los apoyos no
son constantes y van sufriendo transformaciones no solo cualitativa sino
cuantitativamente. Así, y con la llegada del envejecimiento, la edad va
recobrando fuerza como influencia normativa y vuelve a ser un importante
determinante del cambio. En este sentido, la red social en edades avanzadas,
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presenta una serie de cambios típicos como son la finalización de la crianza de
los hijos, el abandono de las relaciones procedentes del ámbito laboral y la
disminución del grupo de parientes e iguales por efecto de la mortalidad. Así, y
aunque durante gran parte del ciclo vital la red de apoyo se ha ido
incrementando, parece ser que a partir de los 70 años sufre un descenso
(Kahn, 1979).
En esta misma línea, Carstensen (1990) pone de relieve que durante la
vejez se produce un notable descenso de la actividad social. Sin embargo, hay
que señalar dos apreciaciones; una es que la tendencia a seleccionar los
contactos sociales parece iniciarse ya en la mediana edad, lo cual disminuye la
probabilidad de ser interpretada como un déficit asociado a la vejez y, en
segundo lugar, es que este descenso es muy selectivo, afectando sobre todo a
los contactos más accesorios, más superficiales, mientras que las relaciones
más estrechas permanecen básicamente intactas con la edad.
Para Carstensen (1998) el comportamiento social puede estar motivado
bien por un deseo de buscar información, de aprender, y cuya trayectoria
evolutiva tiende hacia la disminución, bien por el deseo de apoyo emocional y
regulación de los sentimientos, de manera que los otros nos ayuden a sentirnos
bien y a evitar estados emocionales negativos, cuya trayectoria evolutiva si
bien también tiende a descender, al llegar el envejecimiento adquiere
nuevamente preeminencia, de manera que se incorpora el deseo de encontrar
significado en la vida, de establecer relaciones de intimidad con otros y de
sentirse vinculado a grupos y personas.
Para Triadó (2003) las personas mayores, a la hora de seleccionar
personas con las que tener contacto social, seleccionan precisamente aquellas
que con más probabilidades van a proporcionar satisfacciones emocionales, es
decir, aquellos que ya son conocidos y con los que ya existía una relación
estrecha, que son precisamente aquellos cuyo comportamiento es predecible y
ha proporcionado en el pasado emociones positivas. En esta misma línea de
pensamiento Fernández-Ballesteros et al. (1992), plantean que una menor tasa
de contactos sociales no debe identificarse con la inexistencia de redes
sociales proveedoras de apoyo.
De este modo, si bien podemos afirmar que los apoyos sociales sufren
una clara transformación con el envejecimiento, no se puede afirmar que la
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calidad de los mismos disminuya según aumenta la edad. Según un trabajo de
Revenson y Johnson (1984) el porcentaje de personas que informaban de la
soledad como un problema real era más elevado en personas menores de 65
años, siendo los de más de 65 años los que tenían más amigos íntimos,
obtenían más apoyo tangible de familiares y estaban más satisfechos tanto con
el número de amigos como con la calidad de vida social.
3. FAMILIA Y CUIDADOS.
En los últimos años se aprecia una creciente sensibilidad ante la
necesidad atención que merece la familia, como principal ámbito donde se
proveen los cuidados a la persona mayor. Aumentando la demanda tanto en
materia de investigación como en la movilización de recursos. Estos pueden
ser formativo-educativos, apoyo emocional o apoyo instrumental, siendo estos
dos últimos los que prestan una mayor demanda aunque la necesidad sea
similar en los tres ámbitos.
Se considera, además, que las personas mayores que requieren
cuidados lo reciben en su gran mayoría del denominado apoyo informal,
estimándose en un estudio con población española que el 86,5% de éstos
cuidados provienen de la familia.
Ésta tendencia a cuidar a la persona mayor en casa y por la familia se ve
favorecida por motivaciones individuales y sociales entre las que destacan:
Î Sentimiento de corresponder cuál agradecer, actuando de forma
recíproca, las atenciones recibidas por los progenitores.
Î Creencia de que el cuidado que se ofrece en la familia es el mejor
posible.
Î Sentimiento de tener que responder a las demandas sociales, de
cumplir con sus deberes.
Es de señalar que una proporción importante de las personas que
ofrecen este tipo apoyo son mujeres (esposas, hijas, amigas, vecinas, etc.), de
tal manera que la familia y especialmente la mujer, se convierte en la principal
proveedora de apoyo.
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Pero a su vez se pueden observar o prever algunas modificaciones en
este sistema de apoyo debido a cambios sociales, como son:
: Aumento de la esperanza de vida y descenso de la tasa de
natalidad.
: Creciente incorporación de la mujer al mercado laboral.
: Tendencia a la reducción del tamaño de la familia.
: Inestabilidad familiar (separaciones, divorcios).
Hemos de tener en cuenta que los recursos sociales son limitados y, por
tanto, la familia cumple un papel de suma importancia en la provisión de
cuidados a las personas mayores. Así, se hace necesario fomentar y apoyar a
la familia para que continúen esta labor, a través de programas y servicios de
apoyo, formación, supervisión y en colaboración con servicios formales.
Esta atención puede realizarse a través de la formación de familias,
enseñando comportamientos y estrategias adecuadas sobre cómo actuar. Pero
también, a través de una atención directa al cuidador que le ayude a afrontar el
cuidado, reduciendo al mínimo la carga y los efectos negativos que ésta le
supone. La carga es definida por algunos autores como el estado subjetivo
asociado al grado de incomodidad o molestia originada por la prestación de
cuidados. Incluyen consecuencias objetivas tales como restricciones en el
tiempo libre o deterioro de la salud.
Por ello es muy importante desarrollar programas de atención cuidado,
apoyo y tratamiento, que sean oportunos, efectivos y eficaces en el desarrollo
de estrategias de prevención y creación de recursos y redes de apoyo tanto
para la persona mayor como para sus familiares.
Así, según Yanguas et al. (1998) toda intervención familiar debería
realizarse siguiendo una serie de premisas que se consideran fundamentales,
como son:
- Desculpabilización: uno de los aspectos a los que debe
encaminarse la intervención es a la desculpabilización del
cuidador, así como al establecimiento de una alianza que facilite
el camino para conseguir los objetivos establecidos de forma
conjunta entre la familia y los profesionales.
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- Formación: para el correcto abordaje de las nuevas situaciones, y
cuando los recursos más cercanos no han dado resultado, es
necesario recurrir a la información y formación ofrecida por los
profesionales, sobre qué es lo que ocurre, por qué, cómo hacerle
frente y con que estrategias.
- Capacitación: la intervención debe encaminarse a que tanto de la
persona mayor como su familia, sean los que puedan satisfacer,
en la medida de lo posible, sus necesidades, o sepan dónde
acudir.
- Motivación: se debe buscar la motivación de la persona mayor y
su familia, de cara a su implicación en la realización de tarea y su
ejecución de forma conjunta.
En otro orden de cosas, un índice de la calidad de los cuidados que se
proporcionan, es el grado en que se fomenta la independencia y autonomía de
la persona que se cuida.
La atención continua de una persona dependiente, que necesita de
nuestros cuidados, origina una gran sensación de estrés en el cuidador. Las
diferentes maneras de afrontamiento del estrés llevan a algunas personas a
suministrar directamente los cuidados al aumentar esto su sensación de control
sobre la situación, lo que supone un alivio momentáneo.
Este tipo de comportamiento, aunque alivia la situación en ese momento,
perpetúa al cuidador como proveedor de cuidado, lo esclaviza, y reduce la
autonomía de la persona mayor, ignorando las capacidades reales y
potenciales que ésta posee, aumentando así la dependencia.
Esto dificulta el logro del mantenimiento de la autonomía de la persona
mayor. El mantenimiento de autonomía y competencia de la persona mayor
debe ser uno de los objetivos prioritarios de todo cuidador, entre las
sugerencias que se pueden ofrecer para mantener esta encontramos:
 Potenciar y favorecer que realice aquellas cosas que pueda
hacer.
 No realizar nosotros todas las cosas, de forma automática, porque
si no resulta más sencillo.
 Buscar activamente cosas que pueden hacer.
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 Establecer rutinas.
 Recordarle que lo puede hacer.
 Adaptar las actividades que se pueden a sus gustos y
preferencias:
9 Preguntarle qué le gusta.
9 Asumir algunos riesgos.
9 Respetar sus costumbres.
9 Reforzar aquello que queramos que repita.
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