JOAQUÍN COSTA y LA EDUCACIÓN

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S i n o p u e d o e s t u d i a r , n o q u i e r o v i v ir
JOAQUÍN COSTA y LA EDUCACIÓN
Texto de Víctor Juan
Director del Museo Pedagógico de Aragón
Los artistas que han representado a Joaquín
Costa en lienzos, esculturas y dibujos han
idealizado su imagen, silenciado detalles de
su vida al considerar que eran circunstancias
sin interés o que empequeñecían al gran
hombre, al prócer, al maestro, al educador de
un pueblo, al nuevo Moisés, al león de Graus,
al hombre de voz atronadora que hacía
temblar a quienes se ponían en su camino. Y
nada de eso —o casi nada— era cierto. Cien
años después de su muerte queremos
recuperar el lado más humano de Costa,
queremos acercarnos al hombre despojado
de calificativos grandilocuentes. Quizá la
primera condición para entender a Costa sea
descubrir al hombre que tuvo sueños, fue
feliz, se sintió solo, estuvo triste, tuvo amigos,
se enamoró, superó las dificultades... Solo si podemos mirar a Costa a los ojos, bajándolo
del inalcanzable pedestal en el que la historia lo ha colocado, podremos entender quién
fue y estaremos en condiciones de valorar adecuadamente su legado.
En las escuelas se transmite una imagen mítica de los hombres y mujeres que se
estudian. Se les despoja de cualquier característica que recordara remotamente que
fueron humanos. Así, se nos presentan personajes tan extraordinarios, tan alejados de
nosotros mismos o de las personas que conocemos que es imposible entender las claves
de sus vidas y menos aún sentirnos próximos a ellos y reconocernos en sus afanes. Sin
embargo, la historia tiene sentido porque podemos leer y reinterpretar desde nuestra
situación actual las vidas de quienes nos precedieron para buscar el sentido de lo que
hicieron y, sobre todo, para descubrir que la trayectoria de esos hombres y mujeres
encierra una enseñanza que hoy es valiosa para nosotros.
Para entender a Joaquín Costa hemos de tener en cuenta dos circunstancias que
condicionaron su vida. En primer lugar, la pobreza. Costa fue pobre, tremendamente
pobre. No me extenderé en los abundantes testimonios de las estrecheces que padeció y
1
que el propio Costa refiere en sus diarios o en sus epistolarios. Bastarán un par de notas
para formarnos una idea precisa de la magnitud de las dificultades que Costa soportó:
Sufro la obsesión de las deudas y de los enojos. El sastre me pide dinero que le debo por
ropa ya gastada. Carecía de botas, no podía mudarme de camisa, hacía un frío horrible y
no tenía camisetas ni chaleco, ni calcetines, ni brasero; estudiaba con el ánimo de
terminar Leyes en junio, y no podía estudiar, pensando en que necesitaba cuarenta duros
y no había de poder encontrarlos; tenía grandes proyectos y me veía obscuro y sin
esperanzas de un rayo de luz...
Estoy agotado y ahogado, y no sé por donde dirigirme para sacar con qué pagar el mes
que entra. Es una desesperación. Las botas agujereadas, el chaleco, pantalón y gabán es
una verdadera vergüenza, no tengo real y medio para cortarme el pelo, ni dos cuartos
para un sello de guerra, ni tres reales para papel sellado, ni dos cuartos para sobre e hilo y
debo sobres, papel, reales, etc., etc. He vuelto a una de las peores situaciones. 1
Y poco después insiste:
Estoy en cueros: no tengo pantalón para salir de casa. Giner estuvo malo, y para ir a
verle tuve que ponerme uno que hasta para casa había desechado por roto. Su color
obscuro disimulaba más la vejez que el otro claro de los dieciocho meses seguidos. Le falta
el trasero y no tengo calzoncillos...; pero algunos días no tengo papel y he de revolver los
cuadernos antiguos para arrancar la hoja u hojas que quedaron en blanco, y eso que
gasto costeras de a real; rebusco lo que dejé cuando no podía estar peor... 2
Según las descripciones de quienes le conocieron, Costa
era de talla mediana, entre un metro sesenta y un metro
setenta. Su pecho era ancho y abultado. Su abdomen,
enorme, sus piernas más bien cortas y sus pies
extrañamente pequeños, «como de mujer china». Desde
muy joven supo que padecía una enfermedad progresiva
que paulatinamente le incapacitó para realizar las tareas
cotidianas. Este problema físico podría explicar su carácter
taciturno, su mal humor, su propensión a la soledad, sus
dificultades para mantener una vida social tan importante
en los ámbitos en los que quiso desenvolverse —la
universidad, la política, el periodismo—. Soportaba como
podía esta enfermedad que finalmente le obligaría a
arrastrar una pierna, a apoyar su espalda en la pared o a
sostener su mano derecha con la izquierda para hacer
algo tan necesario como llevarse la comida a la boca,
saludar o escribir.
La fotografía de la cubierta de este folleto muestra la espalda desnuda de un hombre
joven, una espalda defectuosa, en la que incluso un profano en la materia intuye
2
problemas musculares. Esta fotografía conservó para siempre la imagen de un joven que
sentía que su cuerpo no acompañaba a su voluntad. Esta es la imagen de un hombre
estrictamente humano, frágil, imperfecto, doliente, de un hombre exactamente igual que
nosotros. Y esta imagen nos acerca al Costa que sufrió, que se estremecía al considerar el
abismo existente entre sus posibilidades reales y las cosas que quería hacer.
Joaquín Costa dejó escrito en sus diarios y en algunas cartas dirigidas a sus amigos
íntimos que acudió a los más ilustres médicos, que frecuentó la consulta de curanderos,
que hizo cuanto estuvo en su mano hasta que se rindió, convencido de que nada podía
hacerse para evitar que aquella enfermedad se adueñara de su cuerpo y le impidiera
llevar una vida normal.
Un brazo, el brazo derecho precisamente, me falta, en gran parte, sus servicios son
incompletos. ¡Infame atrofia! Los músculos del lado derecho (región dorsal) no se ligan a
la escápula, están faltos de inervación, yacen en una atonía desesperante. Sus
movimientos son pesados y violentos, y no puedo levantarlo a casi ninguna altura como el
izquierdo. Descubrirme la cabeza para saludar no puedo hacerlo sino con la mano
izquierda. Para llevar la comida a la boca, tengo que apoyar el brazo izquierdo sobre la
mesa (lo cual no puede hacerse en una mesa de etiqueta) y aún así sufro. Para peinarme
me veo confundido. Para escribir o dibujar... me veo en un apuro indecible ... 3
Para nosotros, una de las circunstancias más
importantes desde el ámbito de trabajo y reflexión
del Museo Pedagógico de Aragón es la relación de
Joaquín Costa con Francisco Giner de los Ríos. Costa
hizo una meteórica carrera universitaria. Concluyó
las licenciaturas de Filosofía y Letras y Derecho y se
doctoró en ambas disciplinas. Luego ingresó como
profesor en la Universidad y se solidarizó con
Francisco Giner cuando, en 1875, se suscitó la
segunda cuestión universitaria provocada por la
negativa de Giner y de otros catedráticos de la
Universidad a acatar la circular del marqués de
Orovio en donde se establecía que los catedráticos
habían de someter las teorías que explicaban en
clase o las ideas que sostenían en sus publicaciones
al dogma de la iglesia católica. Esa batalla apenas
tenía que ver con Costa ya que en aquel momento
llevaba cuatro meses y veinte días de profesor supernumerario en la universidad —
profesar en la Universidad fue, sin duda, uno de sus sueños más queridos—, pero decidió
compartir la suerte de Giner y renunció a su plaza. Unos años más tarde, Francisco Giner
fue restituido en su cargo, pero Costa no volvería a dar clase en la Universidad.
Joaquín Costa estuvo con Francisco Giner en la fundación de la Institución Libre de
Enseñanza (ILE), dirigió el Boletín de la Institución Libre de Enseñanza y, además, enseñó
3
allí Historia. La ILE es esencial para entender el último siglo y medio de educación en
España. Al trabajo paciente de los hombres y mujeres que participaron de aquella manera
de entender la educación debemos la modernización pedagógica del primer tercio del
siglo xx (creación de Ministerio de Instrucción Pública y Bellas Artes, la Junta para
Ampliación de Estudios, la Escuela de Estudios Superiores del Magisterio, la Residencia de
Estudiantes, el Instituto-Escuela, etc.). Costa participó, representando a la ILE, en el
Congreso Pedagógico de 1882 y defendió la transformación de la escuela: «La escuela se
mantiene sobre el mismo pie, conserva la misma organización que venía teniendo desde
los días de Quintiliano, ( ... ) hay que ir a la secularización total, absoluta, de la antigua
escuela..., que todo el territorio debe ser escuela mientras no pueda serlo todo el
planeta».
Cuando tenía 32 años, Joaquín Costa se enamoró de Concepción Casas, una joven
oscense, hija de un médico conservador y ultracatólico que no aprobó esta relación
porque Costa hacía propaganda de la Institución Libre de Enseñanza, un centro que
llevaba fama de ateo. Por estar cerca de ella, Costa se instaló en Huesca. Cuando fue
rechazado por la familia de Concepción Casas y no podía pensar en otra cosa que en su
amor imposible, se sintió desdichado, abandonado por la fortuna y recurrió a su amigo
Francisco Giner de los Ríos. La carta que le envío a Giner en 1878 destacaba en las
primeras líneas la gran estima que Costa le tenía a Giner y la amistad que le profesaba:
«Usted que posee el don de consejo y que es acaso mi único
amigo, habrá de tomarse el trabajo de asistirme con sus luces
en un asunto delicado...». Cuando decidimos dedicar este
tercer número de la colección ENCARTES DEL MUSEO
PEDAGÓGICO DE ARAGÓN al centenario de la muerte de
Joaquín Costa, pensamos en esta carta, un documento que
nos muestra a un Costa humano, que sufre y está solo y
desorientado. En esta carpeta se ofrece la edición facsímil del
borrador, corregido y enmendado, casi ilegible, de la carta
que Costa le envió a Giner. La imperfección caligráfica de
Costa, estos borrones y tachaduras nos acercan al hombre
que vivió dentro de aquel personaje al que llamaron «El león
de Graus», «el nuevo Moisés», «el maestro...».
Joaquín Costa compartió con los autores del regeneracionismo la crítica a la sociedad
española de la Restauración. Denunció las carencias de las escuelas, de la formación del
profesorado, reclamó escuelas, misiones pedagógicas que acercaran la cultura a las
pequeñas poblaciones, becas para estudiar en el extranjero. Tras la pérdida de las últimas
colonias de Ultramar —tras el Desastre—, Costa defendió vehementemente que España
había fracasado por el retraso educativo que lastraba cualquier empresa que quisiera
iniciarse y sostuvo que la salvación de la patria estaba en la escuela o no se estaba en
ninguna parte.
Cinco años antes de su muerte, Joaquín Costa escribió el discurso de clausura de la
Asamblea Municipal Republicana titulado Los siete criterios de gobierno en donde pedía la
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renovación de las instituciones docentes, «poniendo el alma entera en la escuela de niños
y sacrificándole la mayor parte del presupuesto nacional (...) ya que la redención de
España está en ella o no está en ninguna parte». Reclamaba la desaparición del
analfabetismo, la elevación de la consideración social del magisterio, la reforma de la
universidad y la creación de colegios españoles en el extranjero, propuesta que se haría
realidad en 1907 con la creación de la Junta para Ampliación de Estudios e Investigaciones
Científicas, que presidiría Santiago Ramón y Cajal.
...
En esta carpeta titulada IDEAS APUNTADAS
SOBRE JOAQUÍN COSTA (EN EL CENTENARIO DE SU
MUERTE) no hemos pretendido hacer un ejercicio
de erudición recopilando datos, fechas, ideas e
historias. Recordar hoy a Joaquín Costa tiene
sentido para los aragoneses de todas las edades
porque a pesar de las grandes limitaciones que
condicionaron su vida, Joaquín Costa quiso
entenderse a sí mismo y entender el mundo en que
vivía, quiso ser dueño de su vida y no se dejó llevar
por la resignación o el miedo. Este reto sigue
siendo válido. Esta es la tarea permanentemente
inacabada que tenemos ante nosotros.
El legado de Joaquín Costa es su pasión por el
conocimiento, su deseo de entenderlo todo que ya
reflejó en sus escritos de juventud en su rotunda
declaración «Si no puedo estudiar, no quiero vivir».
Joaquín Costa hizo indudables aportaciones a
campos bien diversos —Derecho, Historia, Antropología, Lingüística, etc.—, pero el
legado de Costa se resume en esta pasión por el conocimiento.
Joaquín Costa fue un hombre extraordinario. Llegó a ser quien fue por su tesón y su
asombrosa capacidad de trabajo. Su padre apenas le pudo legar otra cosa que su manera
prudente de mirar la realidad y de entender la vida. No tuvo amigos que le regalaran
prebendas o que le dieran un trato de favor. Lo que Costa fue, lo que llegó a ser, el
reconocimiento con el que le distinguieron sus conciudadanos lo conquistó él mismo con
tesón, trabajo, honestidad y pasión por el conocimiento.
Ojalá al considerar hoy su ejemplo nos sintiéramos impulsados a trabajar por las
personas que tenemos más cerca.
1. OLMET, Luis Antón del, Los Grandes Españoles: Costa, P. 70.
2. 2. Ibídem, pp. 93-94•
3. 3. CHEYNE, George James Gordon, (1971), Joaquín Costa, el gran desconocido, p. 66.
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EL CONTENIDO DE LA CARPETA
Los documentos recogidos en la
carpeta IDEAS APUNTADAS SOBRE
JOAQUÍN
COSTA
(EN
EL
CENTENARIO DE SU MUERTE) bien
pudieran ser los materiales que una
persona interesada por la vida y la
obra de Joaquín Costa hubiera
guardado durante años. Esto es,
precisamente, lo que hizo el
maestro Pedro Arnal Cavero, lector
y admirador de su obra, primer
director de la Escuela Costa, el
moderno Grupo Escolar con el que
el ayuntamiento zaragozano honró
la memoria de Costa. Al cumplirse el
décimo aniversario de la muerte de
Joaquín Costa la corporación
municipal de Zaragoza acordó que el
mejor monumento que podía
dedicarse
a
Costa
era,
precisamente, una escuela. Desde
que en 1923 el arquitecto Miguel
Ángel Navarro anunció en la prensa
los principales argumentos que
guiarían la construcción de esta
escuela, Arnal hizo en artículos y conferencias sugerencias sobre los espacios, la
organización de los alumnos, la selección del profesorado, el material didáctico más
conveniente y los principios educativos que debían inspirar la puesta en marcha de esta
escuela. Pedro Arnal acudía cada ocho de febrero con los niños mayores de la escuela al
cementerio de Torrero para depositar flores en el mausoleo dedicado a Costa y después
entonaban el Himno a Costa y a su escuela cuya letra se debe a Alberto Casañal y la
música a Andrés Araiz y Demetrio Galán.
No ha sido complicado reunir estos materiales que ahora reproducimos en esta carpeta
porque en gran parte Arnal Cavero hizo esta tarea por nosotros. Entre los papeles de su
archivo se encuentra una caja titulada «Cosas y libros sobre Costa» en donde Arnal
recogió recortes de periódicos y revistas, algunos folletos, artículos de distintos autores,
fotografías, apuntes para sus conferencias, etc. Así, sin saberlo, Arnal preparó durante
décadas este tercer número de la colección ENCARTES DEL MUSEO PEDAGÓGICO DE
ARAGÓN.
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Con el título de esta carpeta hemos querido rendir un homenaje a la capacidad de
asombro, a la curiosidad infinita, al deseo de aprender de aquel joven que se presentó al
concurso mediante el que el gobierno seleccionaría a doce «artesanos discípulos
observadores de la Exposición Universal de París» de 1867. Joaquín Costa hizo las pruebas
como albañil, obtuvo la deseada beca y pudo viajar a la capital francesa. Una vez en París
no dejó de observarlo todo, de hacer centenares de anotaciones en sus cuadernos,
aunque, curiosamente, no hay ninguna mención a la albañilería en sus diarios.
Aquel joven que quería saberlo todo apenas dedicó los dos primeros días de su estancia
en París a visitar las bellezas arquitectónicas de la capital. El tiempo restante lo empleó en
examinar las muestras expuestas para conocer los avances científicos que mejoraban las
condiciones de vida de los obreros y campesinos y ver la manera de ensayarlos en España.
Sabemos que recogió, a escondidas, semillas de Estados Unidos, Egipto, Turquía, Grecia,
Portugal, Rusia, Bélgica, Austria, Rumania..., «un pequeño museo agrícola» que le costó
—según confesión del propio Costa— mucho trabajo reunir: «todo el día haciendo
cucuruchos como a escondidas, y por la tarde cargados los bolsillos de peso para llevarlo
a casa y clasificarlo». Fruto de las experiencias y las reflexiones de los nueve meses que
Joaquín Costa pasó en París fue su primer libro titulado Ideas apuntadas en la Exposición
Universal de 1867 para Huesca y para España, un volumen de 162 páginas, compuesto en
la imprenta de Antonino Arizón de Huesca en 1868.
Solo nos resta señalar la procedencia de cada uno de los documentos que hemos
reproducido en nuestra carpeta.
DOCUMENTOS
Carta de Joaquín Costa a Francisco Giner, 1878, ensobrada
en la transcripción
Procedencia: Archivo Histórico Provincial de Huesca.
No hemos localizado la carta que recibió Giner.
Posiblemente el fundador de la Institución Libre de
Enseñanza la destruyera. El documento que reproducimos
es el borrador que Joaquín Costa conservó en su archivo.
Aragón, Revista del Sindicato de Iniciativa y Propaganda
de Aragón (SI P A) número dedicado a Joaquín Costa,
febrero de 1926
Inicialmente pensamos reproducir alguno de los artículos
del monográfico dedicado a Joaquín Costa en el décimo
quinto aniversario de su muerte, pero la importancia de todos los textos, la relevancia de
los autores y la belleza tipográfica de la revista Aragón nos animaron a reproducir el
número completo.
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Carta de contra-recomendación
Procedencia: Archivo de Pedro Arnal Cavero.
Durante su retiro en Graus, Joaquín Costa no dejaba de recibir cartas de personas que le
solicitaban una recomendación para sí mismos o para sus protegidos. Harto y cansado de
aquella España que había hecho de las componendas, las pequeñas corruptelas y la gran
corrupción la normalidad, Costa se hizo imprimir una carta de contra-recomendación que
enviaba a los presidentes de los tribunales que habían de juzgar a quienes reclamaban sus
favores.
Tres páginas de la revista Nuevo Mundo publicadas el 16 de febrero de 1911
Procedencia: Archivo de Pedro Arnal Cavero.
Estas páginas de la revista Nuevo Mundo muestran fotografías poco conocidas de varios
fotógrafos (Capella, Cortés, Freudenthal) relacionadas con la muerte y el entierro de
Joaquín Costa.
Costa contra los toros, Costa por el árbol y Costa y el
Desastre, «Publicaciones del Gran Hombre», Zaragoza, s/f,
(1915)
Procedencia: Archivo de Pedro Arnal Cavero.
Según unas hojas encontrada en uno de los ejemplares, este
librito se puso a la venta «después de celebrada que sea la
Procesión Cívica del próximo Domingo, acompañado de un
retrato de Costa, al precio de 25 céntimos. Zaragoza, 5 de
febrero de 1915. La Directiva»; la otra hoja, en un papel
violeta púrpura, convoca a todos los zaragozanos a «rendir a
su memoria (es decir, la de Costa) tributo imperecedero de
admiración y cariño» caminando en una procesión cívica a la
tumba de Costa el domingo, siete de febrero de 1915.
El Centro Obrero Aragonés de Barcelona y el Grupo Escolar Costa.
Aragón, Revista del Sindicato de Iniciativa
y Propaganda de Aragón (sIPA),
febrero de 1930
El Grupo Escolar Joaquín Costa es
el monumento que la ciudad de
Zaragoza debía a Joaquín Costa. El
arquitecto Miguel Ángel Navarro
lo diseñó siguiendo los modernos
principios
pedagógicos
que
llegaban de Europa. Cuando abrió
sus puertas en 1929 un millar de
niños pudieron disfrutar de
espacios que ofrecían nuevas
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posibilidades educativas: salón de actos, piscina y duchas, laboratorios, biblioteca, cantina
escolar, patio de recreo, aulas amplias y luminosas, etc.
Si no puedo estudiar, no quiero vivir. Joaquín Costa y la educación
La fotografía de Joaquín Costa de la cubierta procede del Archivo Histórico Provincial de
Huesca.
La caricatura de Joaquín Costa que encabeza el colofón es una litografía sobre papel
firmada por Sileno, publicada en el semanario satírico madrileño Gedeón, n° 253, del 26
de septiembre de 1900.
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